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Se trata de una visión integral e integrada de la Virgen María, estrechamente unida a Cristo.
María es una persona plenamente humana sumergida en el misterio de Cristo Jesús y, a través de él, en Dios Padre y en el Espíritu Santo y, por otra parte, en el misterio de la Iglesia, alma del mundo.
Cuando el P. Kentenich da una definición de la imagen de María, dice lo siguiente:
María es la Compañera y Colaboradora de Cristo en toda la obra de la redención: al inicio, como su madre; en su cumbre, en el Gólgota, teniéndola al pie de la cruz, él ofreciéndose con ella al Padre Dios; y, luego, como Medianera de todas las gracias y Madre de la Iglesia.
Por eso él se refiere siempre a la bi-unidad de Cristo y María. Su imagen de María es marcadamente trinitaria e integrada en la vida de la Iglesia.
Esta visión de María gravita esencialmente en su relación con Cristo Jesús. Todo lo que es y hace María, proviene de Cristo, de su “bi-unidad” con él.
Ella coopera en la redención que el Señor nos trae. Y él nos regala la gracia que nos hace hijos de Dios y miembros de su Cuerpo. Y, al mismo tiempo, la gracia que sana nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original y personal.
Así, la redención no se reduce solo a su dimensión crística y trinitaria, sino también a la gracia que nos sana y eleva nuestra naturaleza: nos hace más humanos.
La visión del P. Kentenich sobre María, sumergida en el misterio de Cristo, evita que nos concentremos unilateralmente en ella.
A veces se nos dice que los schoenstatianos destacamos tanto el rol de María que dejamos a Cristo de lado. Si esto fuese así, significaría que los que pertenecemos al Movimiento de Schoenstatt no seguimos cabalmente lo que nos enseña el fundador.
Por otra parte, la visión kentenijiana de la Virgen María evita igualmente que desarrollemos una piedad mariana que solo ve a María como madre nuestra, como aquella que nos acoge y ayuda en nuestras necesidades. Evita así una devoción “milagrera” a la Virgen María.
Ella no es simplemente la Inmaculada, que fue concebida sin pecado, sino que su ser inmaculado corresponde a que ella fue elegida de forma especialísima como Madre y Compañera del Señor, como la segunda Eva junto al nuevo Adán, que es Cristo Jesús.
Por otra parte, la imagen de María que muestra el P. Kentenich es mucho más que un ejemplo de esas virtudes que, por ser sus hijos, debemos encarnar. Evitamos así caer en lo que se denomina “tipologismo mariano”, o, en otras palabras, un moralismo mariano.
Nuestro padre proclama una imagen de María que es un llamado a la acción, a cooperar con Cristo, a asociarnos con ella y capacitarnos para trabajar como y con ella en la redención y construcción del Reino de Dios aquí en la tierra. De este modo, obviamos caer en un pasivismo carente de iniciativa y compromiso con la obra del Señor.
Ella es madre nuestra y madre de la Iglesia. Es el signo visible de lo que debe ser la Iglesia.
No podemos detenernos ahora más en detalle en todo este mundo de María. Es tarea de cada uno de nosotros hacerlo.14 Sin embargo, nos detendremos en una dimensión de la imagen de María que destaca nuestro padre y fundador.
b. María como Vencedora de las herejías antropológicas
Más allá de lo expuesto, el P. Kentenich describe la imagen de María como “Vencedora de las herejías antropológicas de nuestro tiempo”.
Esta visión de la Virgen María que nos entrega el padre fundador ciertamente es novedosa e importante y es menos tratada que las otras dimensiones de la imagen de María.
El gran desafío que hoy enfrentamos como Iglesia es dar respuesta a una cultura alejada del Dios vivo, siendo alma de un humanismo donde resplandezca la armonía de naturaleza y gracia.
Si buscamos esto, afirma el P. Kentenich, entonces debemos dirigir la mirada hacia la gran señal que Dios hace brillar en el cielo:
Una mujer vestida del sol, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas (Ap.12, 1).
El P. Kentenich afirma que la Santísima Virgen se estableció en el Santuario de Schoenstatt para mostrarse, desde allí, como la Vencedora de las herejías antropológicas.
¿Cuáles son estas herejías? Son aquellas que se refieren al hombre, al ser humano.
Anteriormente se discutió, por ejemplo, sobre herejías en torno a la divinidad de Cristo, a la eucaristía, sobre María como Madre de Dios. Lo que ahora está en cuestión son las herejías que se refieren al hombre, a la identidad de género, al matrimonio, a la concepción de una nueva vida, a la eutanasia, etc.
Citamos tres textos en que el padre fundador se refiere a esta dimensión de nuestra imagen de María.
En primer lugar, un texto de la Segunda Acta de Fundación, de 1939. Es la época en la cual imperaba el nazismo. El P. Kentenich está en Suiza. Dice nuestro padre:
Si tomamos en serio el servicio apostólico a la Santísima Virgen y nos entregamos con toda el alma a propagarlo, esperamos ser dignos de apresurar los tiempos en que la Iglesia pueda cantar: “También has triunfado sobre las herejías antropológicas de estos tiempos, y has implantado el nuevo orden cristiano en la sociedad.” (…)
Se trata de una nueva cultura. Lo que aquí afirma el P. Kentenich es bastante categórico.
Desde este punto de vista, María es para nosotros, en su plenitud personal, el punto de convergencia clásico entre lo natural y lo sobrenatural. Ella es la maravillosa encarnación de la unión armónica entre naturaleza y gracia y, por lo tanto, representante y garantía de una ascética y pedagogía orgánicas.
Antes no se usaba tanto la palabra espiritualidad sino ascética.
Por haberla colocado en este sitio en nuestro pensar, querer y proceder, hemos permanecido en estrecho contacto, no solamente con Dios, sino con los hombres y con la vida, y hemos sabido orientarnos con una seguridad serena y sencilla a través de las corrientes extremistas, tanto dentro como fuera de la Iglesia.15
Es decir, el P. Kentenich afirma que la persona de María fue garantía de la nueva espiritualidad, y que, tenerla a ella, le ayudó a no desviarse por caminos equivocados.
Consideremos que esto lo dice nuestro padre en los años treinta. Es bastante profético: hoy día estamos enfrentando y viviendo estas herejías antropológicas, que son mucho más patentes que en aquel entonces; estamos sumergidos en ellas.
El segundo texto es del año 1949. Después de los años pasados en Dachau, el padre fundador ha llegado al convencimiento de que lo vivido, especialmente con las Hermanas de María, estando él en la cárcel de Coblenza y luego en el Campo de Concentración de Dachau, había probado la profundidad de la entrega en la alianza de amor con María y, por otra parte, el que la obra de Schoenstatt debía ser acogida y comprendida por la Iglesia, especialmente por la jerarquía. Tras intentarlo y haber iniciado los viajes al extranjero, este intento se ve frustrado.
El Visitador, enviado a Schoenstatt por la diócesis de Tréveris, había entregado un informe que contenía algunos reparos, sobre todo en el ámbito de la pedagogía que había practicado el P. Kentenich; el padre fundador se siente movido a escribir una amplia respuesta a ese informe.
Dicha respuesta, en su primera parte, fue ofrecida a la Virgen en el recién bendecido Santuario de Schoenstatt, en Bellavista, Chile. En esa ocasión, realiza un acto de envío, lo cual da origen a lo que posteriormente se llamó Misión del 31 de Mayo.
En esa plática, el P. Kentenich afirma lo siguiente:
Si ustedes me comprenden bien, podría agregar que no solo yo, no solo nosotros, sino también la Santísima Virgen está desvalida ante la situación (el enfrentamiento con los obispos alemanes…). Es cierto que ella es la Omnipotencia Suplicante ante el trono de Dios, pero también es cierto que, en los planes del amor divino, ella está supeditada a instrumentos humanos dóciles y de buena voluntad.
Es decir, nuestro padre y fundador sigue la misma táctica de Dios. Dios no actúa directamente sino a través de instrumentos. A veces lo hace a través de algo extraordinario, como un milagro, pero normalmente lo hace a través de nosotros.
Si es que por el Primer Documento de Fundación ha aceptado la tarea de mostrarse en Alemania, desde nuestro Santuario, en forma preclara como la Vencedora de los errores colectivistas, entonces ella –me expreso a la manera humana– busca ansiosa con su mirada instrumentos que la ayuden a realizar esta tarea.
Cuando el P. Kentenich se refiere a los “errores colectivistas”, alude directamente a las “herejías antropológicas”.
El fundador de Schoenstatt mostró a María en una óptica antropológica; ella quiere dar respuesta a las herejías antropológicas que abundaban y abundan en nuestra cultura.
Aquí el P. Kentenich está aplicando su concepto sobre la Virgen María: ella es el ejemplo de que Dios actúa a través de nosotros y con nosotros, y, por lo tanto, ella quiere hacer lo mismo: actuar con nosotros. Porque ella está realizando un plan de Dios y, en ese plan, nosotros tenemos que actuar; nosotros vamos a realizar, en ese sentido, ese milagro.
El P. Kentenich agrega algo muy significativo:
¿Qué nos queda sino ponernos sin reservas a su disposición, en el sentido de nuestra consagración, aceptar sus deseos, nuevamente entregarnos a ella y dejar a ella la responsabilidad de su gran obra, en la cual nosotros, dependiendo de ella y por interés en su misión, queremos cooperar, sufrir, sacrificarnos y rezar? La Santísima Virgen está desvalida, ella sola nada puede. Es un honor para nosotros poder ayudarla.16
En otras palabras, no hay ninguna contradicción entre la acción de Dios y, en este caso, en dependencia de Dios y de la Virgen María, con nuestra propia actividad.
Es clara la tarea que nos deja nuestro padre y clara su visión sobre la Virgen María, según la cual nosotros, sus hijos, sus seguidores y todos aquellos que quieran inspirarse en él, tienen que orientarse.
Ella es la encarnación de una nueva cultura y la Iglesia tiene que ser el germen de esa nueva cultura. En esa cultura no hay lugar a una oposición entre el Dios creador y redentor y el hombre, entre su actividad y la nuestra. María es el ejemplo preclaro de esa armonía. Más adelante nos detendremos en esto.
Por último, citamos un tercer texto, tomado de la Jornada sobre Pedagogía Mariana, que data de 1934. Aborda aquí la importancia de María respecto a la identidad femenina:
Actualmente el mundo se enfrenta con otras herejías de dimensiones gigantescas y de características que nosotros apenas conocemos o que, tal vez, en algo presentimos.
Nos referimos a las herejías antropológicas. En ellas, Dios ya no constituye el centro, al menos no en forma directa o inmediata. Intencionalmente digo “en forma directa e inmediata”, y no “en forma mediata e indirecta”, porque Dios y lo divino constituyen la protección más perfecta de lo humano.
Cuanto más se esfuerzan por expulsar lo divino del mundo, tanto menos asegurada estará la naturaleza humana.
¿Se dan cuenta qué debemos acentuar, con especial esmero, en nuestra mariología y en nuestras conferencias marianas?
No solo a la Mujer celestial, no solo a la Madre de Dios, llena de gracia, sino también lo auténticamente femenino, la naturalidad y autenticidad originaria de su ser.
Ustedes no me interpretarán mal. Más adelante lo comprenderemos en forma más clara. Ella es la más natural en el cielo y la tierra porque es también la mujer más sobrenatural.
En esta perspectiva, siempre tenemos que tener presente la armonía entre naturaleza y gracia. No podremos aprender a conocer a la Virgen en su naturalidad originaria si no la contemplamos inmersa en el océano, en el mundo de la gracia, en el mundo de lo sobrenatural. Por ello, es la más sobrenatural de las mujeres, la mujer sobrenatural más natural. Sin embargo, siempre pondremos el acento en esa perfección natural, en esa auténtica humanidad y femineidad.
En la misma Jornada Pedagógica de 1934, el P. Kentenich aborda lo que hoy denominaríamos “ideología de género”, a saber, la crisis de los sexos, centrada no en los desórdenes del instinto sexual sino en la identidad del varón y la mujer, que constituyen dos polos de igual dignidad, pero diferentes y complementarios en cuanto a su modalidad.
Por otra parte, en esta misma perspectiva, en muchas jornadas, el P. Kentenich se refiere a la situación actual que se vive en torno al matrimonio y la familia y la creciente despersonalización o masificación del hombre actual; se refiere al colectivismo cultural, al problema de la autoridad en todas sus dimensiones, etc.
Con una forma de pensar orgánico, el P. Kentenich visualiza a María como Vencedora de las herejías antropológicas. Es decir, ve a María no aisladamente sino en relación al Dios Trino, al hombre y a la cultura actual.
4.2. Una nueva espiritualidad mariana
Más allá de una nueva imagen de María, el fundador de Schoenstatt nos entrega una nueva espiritualidad mariana. La describe en sus tres dimensiones, a saber: la espiritualidad de la alianza de amor, la espiritualidad de la santidad de la vida diaria y la espiritualidad del instrumento. Por eso habla de una espiritualidad “tridimensional”.
a. La alianza de amor con María
1) Un vínculo de amor personal con María
A lo largo de los siglos, tradicionalmente en la vida de la Iglesia ha existido la tendencia a establecer un lazo personal con la Virgen María. Diversas devociones y oraciones dan testimonio de ello.
Tal vez lo más cercano a Schoenstatt está en san Luis María Grignion de Montfort y la devoción a María de las Congregaciones Marianas. Sin embargo, la espiritualidad mariana que vivió y entregó nuestro padre y fundador, desde el inicio, tuvo un cuño propio.
Llama la atención, en primer lugar, que desde el inicio nuestro padre acentuó el carácter de “bilateralidad” de la entrega a María.
La palabra que usó Schoenstatt al inicio fue la de “consagración” a María. La consagración designa, en primer lugar, la entrega y pertenencia a María, poniendo en sus manos y su corazón todo nuestro ser.
El P. Kentenich destacó que, por una parte, nosotros pedíamos a María que ella, junto con acogernos y transformarnos, también hiciera fecundo nuestro apostolado, conduciéndonos en ella a Cristo.
Por otra parte, nosotros aportábamos todo nuestro esfuerzo y nuestra entrega, de acuerdo con el lema que ya mencionamos; “nada sin ti, nada sin nosotros”. De esta forma contribuíamos al “capital de gracias” que el Señor había puesto en sus manos de Medianera de todas las gracias.
Nuestro padre destaca así el carácter bilateral de la alianza de amor. La define como un intercambio de corazones, de bienes, de vida y de tareas con la Virgen María. Nosotros le damos nuestro corazón y ella nos da el suyo. Nosotros le entregamos nuestra vida entera, todo lo que somos y tenemos, y ella se nos da como Madre y Reina nuestra. María nos hace partícipes de su tarea, como Compañera y Colaboradora de Cristo, y nosotros en ella nos convertimos, cada vez más profundamente, en colaboradores del Señor.
Para quienes pertenecen a Schoenstatt, la alianza está estrechamente ligada al Santuario, donde María ha establecido de modo especial su trono de gracias.
Por otra parte, la alianza de amor que vivió nuestro padre y fundador se caracteriza por ser una alianza vivida a la luz de la fe práctica en la divina Providencia.
En síntesis, se trata de realizar el plan que el Padre Dios tiene con cada uno de nosotros, descubriendo su voluntad no solo en la Sagrada Escritura y encontrándonos con Cristo en la eucaristía, sino que también, y muy especialmente, encontrando su voluntad en las circunstancias concretas de nuestra vida y en los signos del tiempo. En alianza con María buscamos así realizar en todo la voluntad del Padre Dios.
Más adelante nos referiremos con mayor detalle a esto que para el fundador es esencial.
Por la alianza con María somos llevados, dice el padre fundador, como por un remolino que nos sumerge en la hondura del corazón de Cristo. Así la alianza sellada con María se convierte en una alianza trinitaria.
La dinámica que genera la alianza de amor nos lleva a estar en ella y en el Señor, y, por el Espíritu Santo, a girar filialmente en torno a Dios Padre.
Por otra parte, la alianza de amor nos lleva a introducirnos profundamente en la vida de la Iglesia. María es imagen perfecta y madre de la Iglesia.
Por eso, quien se une a ella por la alianza, aviva y profundiza su pertenencia a la Iglesia y su responsabilidad por la vida eclesial.
2) Los grados de entrega a María
Otra de las características de la alianza de amor con María es el hecho que se fue manifestando históricamente en el Movimiento de Schoenstatt. A saber, la alianza de amor con ella implica diversos grados de entrega.
Lo importante es que, sabiéndonos cobijados y protegidos en su corazón, asumamos nuestra parte llevando a cabo un serio trabajo de autoformación. Estamos llamados a superar en nosotros todo aquello que no es mariano y a conquistar, cada día más, nuestra identificación con Cristo Jesús.
Ya en el Acta de Fundación se destaca que nuestro compromiso es cultivar “una intensa vida de oración y un fiel y fidelísimo cumplimiento del deber”. Si no hay este esfuerzo por la santidad que se muestra en nuestra vida diaria, la alianza carece de vitalidad.
Este es el primer grado de entrega en la alianza. El segundo grado se da cuando la alianza se profundiza, al sellarla en el espíritu del “Poder en blanco”. Es decir, damos a María y, por ella, al Señor, un “cheque en blanco” en el cual puedan escribir lo que ellos deseen. María puede disponer de nosotros sea lo que sea la voluntad del Padre Dios: o salud o enfermedad; o éxito o fracaso; o alegría o sufrimiento. En definitiva, lo que Dios quiera o permita.
El tercer grado de entrega se da cuando nos sentimos impulsados a pedir con ella al Señor que nos envíe todos aquellos dolores, renuncias o sufrimientos que sean necesarios para cumplir lo que Dios quiere de nosotros, de acuerdo con la tarea que nos ha confiado.
Se trata de una predisposición positiva a abrazar la cruz, no por la cruz misma, sino porque la misión que Dios nos ha confiado requiere de nosotros esta ofrenda de amor para realizar sus planes.
La alianza de amor sellada en el sentido del amor a la cruz o inscriptio (que alude a inscribir nuestro corazón en el de Cristo crucificado y en el de María),vence así la resistencia que tenemos ante aquello que nos causa dolor, apartándonos de esta forma de su plan de amor.
Por último, mencionemos que nuestra alianza de amor con María siempre va unida al cultivo de la fraternidad, ya que, en Cristo y María, somos hermanos: no somos islas, sino que pertenecemos a un cuerpo y somos por ello, en la alianza de amor, responsables los unos de los otros. En definitiva, nuestro amor a María y a Cristo Jesús lo demostramos en el amor a los hermanos.
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