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Mi otra prestancia de vida, anda por los desfiladeros buscando la salida, mis labios no despegan palabras, mi voz quedó perdida, mis ojos gastados solo miran el reflejo en los cristales que marcan lo consumido, de mi tiempo, solo hablo con mi sombra que disfraza mis encuentros, a veces río y río sin parar, pensando la locura, embrujo de mis ideas, envuelvo mis virtudes, pero de nuevo ese reloj sujeto a esa desgastada madera que pudre y me recuerda, que en ese lugar místico tiene que haber una puerta. Al mundo real o a la desolación de la vida muerta, he de hallar esa estancia, correr y saltar en mi locura al encuentro de la salida que encadena mis ideas, ilustra mis días en ser la sirvienta la moza, o la colegiala, de quien su mente posee enferma, allí cubierta en la desolación de esa cama arrugada de ideas, pobre en sábanas y lujosa, prende mi cobardía de retenerme con vida.
Esa era mi sensatez, más inquieta el presente que me recordaba lo que había dejado atrás, antes de llegar, a la virtuosa villa que no cesa en su despliegue de dar asilo a los desamparados que inútilmente han sido ejecutados, sin un porqué, aquel tenebroso rincón olvidado de los demás, que por momentos te da miedo y por minutos te abraza y acompaña a la serenidad, como describirte algo que aún tengo que descifrar.
En escasos minutos me he presentado, aquí mi retorcida vida.
—¿Cómo te llamas?
—Kassia —respondí.
Cuando, justo frente a mí solo era una niña que me relataba en corto espacio y tiempo lo que atemorizaba su alma y mordía su miedo, lo que la tenía totalmente envejecida; ella, en sus palabras, sabia de lenguaje seguía deshilando la atrocidad, que solo la hacía cobarde.
—Y dime, pequeña, ¿cómo puedo llamarte?
—¡No, no! —exclamó fuertemente sin subir su tono, pero sí su furia—. Escucha, luego libérate de la pobreza que trae tu sedienta mente, empieza a correr, es preferible ser redil de los que portan fieles velas, a seguramente tu mal vivir, que ha hecho que tu cuerpo se acerque hacia aquí con alterada prisa —me hablaba—, después te diré cómo me llamaban, pero ahora escucha y date prisa, pues pronto no tendrás ni tiempo, ni dónde partir, según quien sea el que te elija si los que portan velas fijas, o el portal que esconde a la gran villa que todo lo vigila, virtudes y escalofríos dan sus salones, o la que delante de la procesión va. No ves su cuerpo, no ves sus cadenas, pero hay una mujer que vaga sus penas y si te encuentra, si te roza, si la ves o si te nombra, quedas perpetua a ella. De nombre la llamaban «Estadea», mito o leyenda, pero mejor no esperar a que aparezca, o detendrás tu joven cuerpo, tu reloj dejará de alumbrar los minutos, de lo que conocemos como tiempo real.
Como yo, habitamos muchos encadenados a nuestro pasado, nos observa con ese influjo maléfico, ejerciendo su poder, antes de cruzar a este lugar no deseaba vivir más.
Nos procura daño recordar, y nos hace importantes, aún no sé cuál es el resultado final de este juego siniestro de ver tan claramente la verdad, de quienes han enriquecido sus mentes equívocas, sedientas de lujuria su trastorno, desatino de la enajenación perversa, sin alternativa a cura alguna, antes de entrar por el portal de belleza sin igual era el forraje irreciclable de quienes sujetan miedo, ira y llanto, eligieron mi futuro dándome como servil a quienes nunca quisieron ejercer el bien sobre mí.
En todas las estancias deambulamos nuestros pesares, calmamos la fiebre de los que altas cifras alcanzaron por desnudar lo poco que de nosotras podía quedar, creo que todas estábamos en el lugar que no nos correspondía habitar.
Y cada estancia glamurosa, enorme y servicial, esconde a fuego prendido nuestro extraviado tiempo.
Amplias y enjauladas algunas estancias, ambientadas en la era medieval, aun conservando los pivotes para inmovilizar cargas, conservando grandes ganchos de argolla y perno, dispuesto estaba todo en aquel anterior tiempo que detenía mi cuerpo, siendo la comida de perros hambrientos que lucían sonrisas y en sus manos una visa.
Una ventana me separa de tropezarme con lo que a menudo observo aterrada; ahí fuera no alcanzo a ver vida, pero no desecho la esperanza de encontrarla, miedo me da el réquiem cantoral que oigo alguna noche con luna temprana, me separa del abismo una pequeña ventana que conserva los barrotes de hierro, reforzados por muros que, por el momento, gozan de no sufrir mal de piedra, no hay corrosión, no hay tiempo que haya desvencijado, penetrado, en esta misteriosa fortificación.
Enterrada entre la grandeza, no estoy sujeta a fuerza con cadenas que oprimen, pero presa siento mis ideas, pues este cuerpo que sostiene los caprichos pecados de quienes sí aprietan mis correas, me llamaba Irinea, nombre que significa: ama la paz; ironía permanente, como todo en este lugar, aquí soy «Gardenia», para los que recorren los pasillos encendiendo humo, por las escaleras que conducen a cualquier habitación secreta, donde hay más compañeras, aquí me llaman Gardenia, lo cual significa: «amor secreto».
Mi compañera Betsy, cuyo su nombre significa: «traer alegría», aquí se hace llamar Tulipán, lo cual quiere decir: amor perfecto. Ella maniobra en diferentes salas, camina cabizbaja, esconde su mirada, no desprende ilusión por nada, oprime su fatigar desvelo, y alguna que otra vez, la oigo rezos y credos, su envejecer rodean una piel que sostiene quizás treinta años si llega, mi compañera de penas tampoco lágrimas encuentra.
También rozando años juveniles se encuentra Zenda; su nombre significa: «mujer sagrada». Tras estos muros la ama del lugar la bautizó como Girasol, que quiere decir: «alegría y espiritualidad», y Calíope que significa «voz hermosa», que quizás es la más antigua del lugar; si preguntas por ella se hace llamar Amapola, que quiere decir amor y memoria. Todos los nombres fueron concedidos por Margot, la dueña de las estancias, la que desvela la mezquindad, del que al pedirle un favor vendrá. Una mujer mística rodeada de un manto fúnebre con pensamientos extraños, bordan su gran pañuelo cruzando su cuello, siempre pendiente vigila, siempre tiene algo para sorprenderte, guarda su paciente tiempo junto a su hombre de confianza, su centinela de serenidades. Se llama Catriel; su nombre significa Aguilucho. Poco puedo saber de él, nunca he encontrado su voz, su cuerpo aparenta fuerza y grandeza, en cambio, su mirada nace muerta, el gran vigilante de atrocidades, el único quizás que puede saber, lo que realmente llega a esconder en ese elegante escote, tan brillante piedra sujeta al cuello, tan mística mujer, hasta dónde puede llegar su oscuridad; hablo de Margot, la errante dama que posee la llave del abismo y la desolación a mi corto entender y siendo, la pequeña del lugar, me da por pensar que nos bautizó con nombre de flores, que jamás crecerán en los jardines, que rodean su amada Villa Dormida.
No puedo darte la bienvenida llegar al mundo de las luces escondidas, no puede ofrecerte ánimo de alegría, pronto lucirás amplio armario, una estancia repleta de espejos y gran tocador, luces rodearán tus días, y el rojo pasión de tus labios sujetarán los destrozos amaneceres; sus palabras, miedo me causan, ¿cómo puedo salir de tan increíble morada, o ser la elegida para compartir prestancia? Se despide de mí por pasillos inquietantes, su voz y cuerpo pequeño, la escucho permanentemente decir:
—No alteres al tiempo, no tardarán en elegir. Aguarda lo que ha de acontecerte, sellado queda para siempre.
»Libérate de tu pasado, déjale salir, ponte a correr; es preferible ser redil de los que portan fieles velas, a vivir dominada por quienes, inequívocos, compraron tus días envejeciendo tus noches, con amplias garras te penetraron sus cobros, que seguramente malvendieron en los mercados del suicida, que por pagar piensan que compran la felicidad. Ilumina tu caminar y busca una salida, hazlo ya. Kassia, no te rindas, no dejes a tu cuerpo alejarse de ti, pues mañana no hallarás más salvación que tus continuas pesadillas, lujuria desmadre, y glamur, buenos manjares y divinos trajes que solo cubren la piel, de lo que, sin ninguna duda, somos aquí, pues creo que nuestra alma duerme en estancias olvidadas. Nadie te vendrá a salvar, nadie te oirá chillar, nadie se apresurará a saber, ni quién fuiste, ni de ti qué quedará. Espacia tu idea y sal de tu condena virtual.
De pronto, se cierra el gran portal, grito con el desespero que alcanza la escasa fuerza que pedalea mi interior, no contengo más que cansancio sujetando mi mano.
Alguien puede oírme. Sola, con la espesa y cansina mente nublada, avanzo por unas elegantes escaleras, y justo alguien a mi encuentro, le pido que me indique la salida, y me dirige a los que serían mis aposentos; sin comer, sin apenas líquido que mi cuerpo pueda sostener, caigo rendida en aquella amplia y lujosa cama, cubierta por una magnífica colcha con ilustraciones mágicas bordadas con finura y elegancia, dejo mi cuerpo caer al abrigo de tal bella estancia, mi fatiga ha de recuperar el aliento.
Una bella dama luce provocativa, no al punto de la vulgaridad. Trae una curiosa bandeja surtida de condimentos y una jarra con lo que parece bebida de frutas o similar; a su lado, bordeando la bandeja, una botella con serigrafías repleta de agua. No puedo resistirme a tanta generosidad, y desmenuzo la idea de querer dejar mi cuerpo salir de allí.
—Dime cómo te llamas.
Al acercar el rostro, percibo su fría mirada.
—Soy Calíope, para servirte, amiga. Siento ser visible sin mis atuendos lujosos y sorprendentes, pero la razón es que he venido a servir tu hambrienta calma, y lubricar tu sedienta oportunidad. No tengo más presentación que lo que tus ojos logran observar, solo tú y las demás podéis vislumbrar mi imagen real.
—Ciertamente, no me esperaba así tu rostro, no te engaño. Ha sido toda una sorpresa —confieso—. Esto es lo que queda detrás de tanto pago, caricias y fiesta; el resto, consumido detrás de mi torpe piel que aún cuelga a gritos, mi rostro enjuto y ojeroso semejante al de cualquier abuela y difícilmente dirías que creo tener solo unos cuarenta y pocos, no sabría definirte bien mis años, los días y meses van pasando por nuestro legado cuerpo y vaciando cada vez más los pensamientos, seguro que nos volvemos a encontrar. Si no deseas ninguna cosa más, me retiro de tu hambruna, enciendo el humo de la pena, mi joven amiga, bienvenida al portal que difícilmente ahora entenderás.
Encapotada se sirve la noche, calentita, abrigada tras los fuertes muros de aquella villa que por momentos parece encantada, refugia sus miedos y logra su mejor hazaña en semanas; descansar su cuerpo, dejar llevar sus sueños al estado más puro, relajado más tierno. Impactada, se levanta; le supone gran esfuerzo abrir lentamente sus ojos. «¿Qué hora será?», se pregunta sobre el filo de la gran cama, y vislumbrando un suculento y sabroso desayuno, le espera una buena bañera con burbujeante agua humeante y esencia de rosas, perfumes aromáticos, y un precioso atuendo para cubrir su hermoso y delicado cuerpo.
Sin palabras, sin argumentos a quien debo agradecer tantos elogios, tan buen acogimiento deseo expresar con enorme corazón la felicidad, de tan bello trato, si no soy más que una forastera que huía del miedo que guarnecía los silencios oscuros de la noche hambrienta y desolada; quizás ni siquiera lo que vi era real, quizás mi ceguera, el hambre y mi cansancio, me hicieron ver la paranoia de mis temores. Mientras saboreo el rico despertar, me inquieta la fragancia que asoma repentinamente, y sin apenas darme cuenta, aquella hermosa silueta, sosteniendo el humo en sus labios, una risa perfecta, y en cada palabra el susurro bien empleado, me daba la bienvenida a su mansión, deseando que la estancia haya sido de lo mejor. Me apresuro a preguntarle por tanta exquisitez, por qué tanta molestia en alguien que solo sabe perder, me adelanto a contarle quizás de mi pequeñez, y con suave voz me ofrece quedarme en Villa Dormida, y ser parte del secreto de los desordenados cuerdos.
Mi mente confusa y mis ideas desordenadas no entienden bien cuáles eran sus palabras, pero me siento abrigada en aquella morada, con desorden incluido le dije:
—Acepto su ofrecimiento, pero poco puedo aportar yo, que vacía llego, desnuda del miedo y sin mercancía ni dinero. ¿En qué puedo ayudar?
Se dirige hacia mí, por momentos no sé si caminando o levitando, se pone frente a mis ojos cansados; toca mi agotada frente, sin mediar comunicación mantiene su helada mano en mi tez unos instantes, aunque compruebo cómo el reloj marca varias horas detenidas y yo miro confundida; no pregunto, y suelta mi frente, con una leve sonrisa me advierte que nos volveremos a ver; y yo, que resultaba mi desayuno sostener, empecé una suculenta cena, pero no puedo decir ni cómo ni por qué y adonde fueron esas horas, que para mí sucedió en el minuto escaso del saludo. Como pude, pasar del amanecer, del baño caliente, a estar frente al postre en el anochecer, y si me di cuenta fue porque pasó la pequeña enfundada en bonita ropa, y me dijo:
—Muy buenas noches, Kassia, ¿qué tal tu encuentro con el mundo paralelo, con el desconocimiento? Espero que hayas podido descansar de tanto lastre, dulces sueños quiero yo encontrar.
Asombroso silencio, ensordecedor, que da miedo, y muy sigilosa la llegada de esa voz hermosa, allí conocida como Amapola, quien me comenzó a preparar y explicar qué trepidante vida mantenía aquel místico lugar. Calíope era su nombre, no sabía muy bien qué preguntarle. Me limité a escuchar con atención lo que sus labios despegaban con finura en todas sus atenciones. Me observó y preguntó, quedándose junto a mí por unos instantes regalándome su tiempo, ofreciéndome cualquier deleite que en su mano pudiese estar viendo, elegancia personalidad que describirían muy bien su presencia detenida a mi vera, dedicándome total atención para oír un trozo de lo que me situaba por aquellos complejos lugares de accesibilidad interesante, escondidos en una liturgia tan olvidada como peregrinada por presencias místicas reales o ensoñadas.
Nota del autor:
Glosario: *Santa compaña *¿Hueste de ánimas? *Genti de muerti *Estadea.
Capítulo 2 Kassia
A temprana edad, dispuesta en los aciertos de recorrer los sueños que pudiera alcanzar, criada en una familia con demasiada humildad, litigando el enfrentarse a jornadas interminables para poder garantizar que mis hermanos y yo disfrutásemos de suculentos platos.
No tuve desorden directo infantil, aunque desde bien pequeña entendía que algo en mi cuerpo no acompañaba mis deseos, y en ocasiones tenía pensamientos que no eran propios dentro de los que sería mi propio género. Me educaron con las ideas de la gentileza y de elegir el buen camino; entre campamentos, colonias y días nublados, mi juventud transcurrió sin mayores pecados.
Me procuré distracciones en la pubertad, de esas que someten voluntades, no supe usar la inteligencia y fallé en los valores. Sabía que era imposible iniciar un amor hacia un chico, tenía muy claro que sentía predilección por descubrirme a mí misma con todas las consecuencias que podría sugerirme eso; en la medida de mis nublados aciertos sabía que sentía debilidad por quienes eran de mi mismo sexo, no alcanzaba bien a comprender aquello, pues mi enseñanza fue muy limitada en ciertos asuntos que para mis progenitores no eran más que ideologías pasajeras que, como joven, se establecían dentro de mi cabeza.
Descubrí la importancia de concederme los consejos y placeres que siempre necesitaba. Muy deprisa alcancé a lograr deleitarme con experiencias insostenibles para una corta edad y seguramente perecerían en los sagrados relatos de los altísimos sacramentos.
Descubrir ser amada por una compañera de libros, de juegos y mesas, mi gran amor de momentos cortos repletos de sensaciones nuevas; éramos dos niñas empeñadas en saciar la inocencia.
No, me decía ante los espejos, vivir siempre con plegarias siempre adivinando lo que en la despensa faltaba, siempre intentando procurar alimentos, oír los grifos gotear, o simplemente el fuego alcanzar. Me decía que debía acabar con la hambruna familiar, esta clase de existencia mundana que divide de forma drástica la supervivencia, que rompe cualquier sueño que desvela a los infiernos. No, frente a un colosal espejo, rotundamente gritaba no, cada imprecisa mañana ejecutando de escasos aciertos de poder visualizarlo, arañar tan codiciados minutos a mi madre, o poder casi el conocer a mi trabajador padre, pues entre los rayos de los amaneceres y días cansados de atardeceres rotos, nunca pude entablar apenas unos minutos y de sus labios oír algunas palabras; y seguía en mi interior gritándome: «Así no». Siempre brillaba destellos de los intrépidos rayos que alentaban los despertares a muy tempranas horas, en aquel precioso espejo enfundado en un precioso marco, recubierto de pan de oro que engrandecía tan pequeñito lugar, herencia recibida con los triunfalismos de recuerdos y sinceras fatigas, magnífico símbolo que fiel, reflejaba la tristeza del que no alcanza a cubrir las necesidades ni propias ni ajenas.
Amaneceres inquietos por los rugidos que, sin poderlos evitar, salen de nuestros adentros en esos meses, que no alcanzan a poder más que repartir un plato entre tres.
No, mi queja, mi rebelión, apresaba mis sueños. Necesitaba enfrentarme sin miedos a esa pobreza para salir de ella.
Entre amigos, fotografías y castings, fui adentrándome en los focos que creí, llenarían de combustible la felicidad que sujetaba mi hogar; entre seductoras maniobras de sesiones interminables, entre camas vacías, y sueños grandes, entre lugares escondidos, alcancé un puesto en un pódium algo más grande. Mi sonrisa en esos rótulos de aquellos carteles gigantes, ahora de sobra para poder hacer que mi estirpe dejase de escuchar los sonidos inquietos de amaneceres intranquilos, por la desobediencia del hambre.
Yo, posando para unos y otros, aprendiendo a disimular los escrúpulos, vomitando en salas llenas de poca esperanza, deteniendo relojes de casados, a los cuales, alguien hace que espera sintiendo pena, un mundo donde la vergüenza es irónica, donde el dinero besa los amores inocentes, donde las vírgenes son mercancía generosa de talonarios sedientos, un mundo del cual no podría volver.
Alojada en los restos de mis recuerdos, interpretaba, posaba y me adentraba en las miradas de cotilleos y famoseos que no conocían virtud mayor que desenmascarar hermosas caras, cuerpos impecables para lucirlos y hacerles sentirse importantes; nunca leyeron lo relevante de cada contratación ausente de líneas, solo importaba competir en fiestas de uso privadas, donde se servían suculentos servicios y platos a la carta, que más tarde se convertirían en fabulosas pasarelas, donde tus pies brillaran en esos focos, deslumbrantes, opacaran las ojeras, los tropiezos y los vómitos de la mercancía que probases antes de esa noche blanca, lujuriosa y desenfrenada, para poder soportar los zapatos y trajes que lucirás, atrapando tu seca piel cada vez más envejecida, por falta de descanso, de sensatez y de buen comer, una pesadilla que parecía seguirme allá donde me arrimaba; ahora que podría tener la suculencia bajo mis pupilas gustativas, me regía por calorías y descompensación, anemia y deshidratación, eso permitía calzar cualquier cinturón, engalanar mi piel con ropas que ni en la imaginación estaban, paseando con destreza lo que acertadamente aprendes, con la ilusión de los novatos y la fe de los pacientes, regalas sonrisas que solo pertenecen a la estupidez que cada día sostienen tus cansados pensamientos, trabajaba con esos reducidos grupos, que deseaban el estrellato de la forma más amplia, que de promesas llenaron mis ideas, e ingenua en la sordera de mis temores, creí en aquellas acertadas palabras que, enlazadas, sonaban mágicas, te resolverían la vida, me darían esa paz que desde niña dibujaba cuando las luces de la luna dormían, alzaba mi mirada en los bares de pocos focos, de distracciones varias, ponían una pasarela improvisada, veías los flases de esas digitalizadas cámaras, algunas desechables, y me creía tan importante, tan grande, allí, con aquel imperioso vestido, esos elegantes pies que cubrían zapatos de tacón afilado, esos labios pintados al negro, al igual que mis ojos sostenían rímel a juego. Mis ojos verdes esmeralda que hacía resaltar con purpurina, todo tan mágico y tan real, todo parecía normal; interminables días y desorientadas noches y aquel tremendo momento en el que calzaba esas enormes plataformas, que elevaban mi tamaño dos palmos ese escote pretencioso, esa pintura en mi rostro, seductora y vendiendo cosmético barato y mi simpleza genuina; en mi mente no vi llegar lo que aquellos papeles no contenían.
Se encendió la luz y comencé a caminar junto con mis compañeras del lugar, sonriendo y agradeciendo a los que aplaudían nuestra llegada, pero el ambiente y las circunstancias, la gente, hasta los olores que envolvían aquello, era algo diferente. Empezaron las apuestas, comenzaron los chillidos, se abrió la sala de las penurias, se distrajo mi corazón y, desplomada, caí en un tumulto de gentío, quizás por desfallecimiento, o por haber ingerido algo sin voluntad alguna, de haber tomado sustancias que me sacaran de mi camino; yo, en contra de todo aquello, aquel desequilibrio, drogada y adormilada, vi cómo alguien recogía mi cuerpo, porque allí otra cosa no había; sujeta de mis manos y dormidos los pies cuando desperté, sin lugar y sin respuesta, y sin un porqué después de años, complaciendo a la agencia que me vendió sueños de grandeza, me vi abocada a ser objeto que pasó a estar a la venta.
En un sitio monstruoso, solo en presencia de la malignidad que se contemplaba en todos los ambientes, y la escasez de limpieza de aquellos antros, eran mi finalización del viaje de grandeza; allí, retenida a la fuerza, comprendí que no había más camino que inclinar la cabeza, aprovechar cualquier momento de esos que la mente despierta, y volver a cerrar el cajón de la sorpresa. Tenía que lapidar mis ideas de aquella fosa mugrienta; jamás mis pies lograrían tener fuerzas para echar a correr. Deseaba ser la niña que se reflejaba en la estupidez del espejo heredado, deseaba no desear, pues verme a mí misma, solo era insultar todo lo que fui y aquello que jamás pude mejorar.
Entre miserias y cubos de agua sucia, llena de excrementos y meados, teníamos que pasar nuestras amargas veladas; allí, muchas reunidas, sin nombre que añadirnos, más que el de ser unas incautas que no pudieron sorprender ni esquivar la mala suerte, las penurias y la maldad de quienes habían traficado con nosotras, habían llenado de pecado, ira, rabia y desengaño nuestros pasos, nos habían desgarrado, no solo el cuerpo. Había noches en las que la inflamación era más importante que el descanso. Con esa agua putrefacta, cubríamos nuestras intimidades doloridas, notando incluso alivio con aquella agua maldita.
Quince chicas conté en aquel paso de estrechez, habitáculo reducido del que solo salíamos a posar nuestra desnudez ante cámaras y objetivos, comercializaban películas, distribuían nuestra vida, éramos peor que mercancía; algunos golpes ensangrentaban las cintas de vídeo, imagino que para las mentes perversas, esas que no contienen más que vejaciones, que son capaces de pagar por ver cómo arde tu cuerpo o afilan una cuchilla en él, esas mezquinas enfermizas mentes que lo único que saben de la vida es la consecuencia de su desorden, que son el resultado del error de alguien que los deja respirar, pero quizás gracias a estos monstruos, con cuerpo de personas, aún nosotras podíamos seguir vaciando los cubos y rellenando de agua nuestras heridas y calmar las inflamaciones, sin alternativa a veces de sostener entre tus piernas más servicios, que reloj horas, insufrible hasta perder el orden o la razón.
Aquello era el resultado engranado más parecido a un campo de concentración, un agujero, una habitación sin ventana, un perverso miedo, a esos clientes que solo por pagar, hacen de ti lo que prefieren, no buscan placer, ni tan siquiera desean ser hombres, les provoca el inmenso morbo que da tirar su dinero a cambio de manejar algo que les hace bravos por escaso tiempo; pero nosotras, manipuladas al servicio de los que encierran tu documento, del que aprieta tus candados, del que te enseña de rodillas a la fuerza a mantener tu boca callada, tu serenidad intacta, y tus modales altivos y coquetos, desde que bien temprano te sorprenden los ruidos y correazos, golpes que aporrean tu sueño, empieza un nuevo día, empieza de nuevo tu infierno; es necesario permanecer muerta, preferible acompañarte de valor y sugerirle a los cielos que aquello no pase lento, que te lleven los demonios, que no puedes ver los fragmentos de la nada que te hacen ser.