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¿Quién puñetas eres?, tus labios sellados amordazan tus ideas de escapatoria, ni en los sueños más ligeros escapas del miedo, no concibes que tus piernas den un solo paso, y tan maltrecho y dolorido cuerpo, tanto estupor y fracaso dentro, esa cobardía llena de pensamientos obtusos y donde difícilmente buscas alternativas, te suceden los momentos de pánico, te retienes tus ideas, olvidas cualquier pasado, por penumbroso que proyectase los caminos, porque sin ninguna duda sabes, que no hay nada más desagradable que sentirse culpable de ser objeto de todos, perteneciente a recuerdos de alguien, esos que se preguntarán por ti, en tantos momentos como minutos recorran los silencios, de las lágrimas que acompañen a tu huida, secuestro o quizás dejaste todo aquello y solo con lo puesto, descubriste tu «lesbianismo», escapaste al mundo lleno de sueños, pero en tu mente inquieta sabes de sobra, que ninguno de los que te recuerdan podrían creerse tal historia.
Sin ideas que proyecten descanso, obedeces sin oponer la resistencia que te dejó sin partes dentales, con heridas graves, con marcas afiladas que han mordido tu carne, a fuerza de golpes eres la fiel sirviente de los que abrazos comprados vienen a solicitar, como quien echa dinero en una máquina, para su canción triste escuchar; reteniendo la respiración, trabajas, no puedes aislarte, no hay refugio mental, ni puertas abiertas tampoco, puedes gritar… no, nunca sabes si toca perversión grabada, donde solo esconden tu rostro, atropellan tu cuerpo, encadenan tus extremidades, para ser más valientes, y te echan a los leones hambrientos, esos que deben de ser parte de quien por error los dejó nacer, entre insultos, vejaciones, sangre, cortes y gritos, graban en directo y emiten tu más atormentado alarido, disfrutan, y hasta creo que no precisan de mucho más para sentirse dictadores, embajadores de la pena, de olisquear lo que por dentro se pudre de ti, son especialistas en degollar tu fe, y convertirte en la muñeca inservible. No quieres mirarte frente a un espejo, tu rostro ya pertenece a los lados más oscuros, ya no ves tu mirada, apenas tu voz sujeta palabras, ya no distingues si andas de pie o sales a gatas, solo los dolores te indican que sigues viva, que aún hay esperanza cuando acaban y cierran los focos, dejan parada la máquina, te liberan de lo que a la fuerza te retiene, te dejan bañarte con agua caliente, subes a tu habitáculo reducido, donde apenas los sueños propios te visitan, y si por fatalidad llega otro momento, has de estar coqueta para la siguiente cita; a veces, con suerte, te dañan hasta perder tu razón, y solo entonces, dejan que tomes un día de respiro, y si no hay toallas que empapen tanto desgarro puedes permitirte hasta dos.
Ahora, rodeada de luces, de gentío, de copas llenas de nada, castigada por las prisas, ves cómo tu luz no brilla, has desaparecido entre los ruidos, de amaneceres que cortan en pedazos a todo aquel que contemple el ejercicio de desvanecerse del rincón que oculta realmente quién eres, de dónde procedes, si vives o mueres, en aquel escondido bullicio, semisótano precipicio, que solo conocía de gritos, sollozos y fríos.
Una cama condenada a sostener las babas que derrama el que paga, los insultos sujetando tu cuerpo tirando de tu pelo dándote azotes y recogiendo cada una de las secuencias de tu miedo, el penetrar tus rincones, tus manos muertas duermen por la soga que las detiene, tu sudor rodea las lágrimas que recorren esas almohadas; mientras uno graba, otro rodea cualquier espacio de huida posible, se unen más a la fiesta, con trajes y maletines, escondiendo los objetos que acabarán por desgarrar tus entrañas, todo vale excepto no gritar, esos alaridos captan más su pobreza y mezquindad… tanto miedo recorriéndome, trataba de recordar aquella muchacha que me enamoró en cierto portal, con la que descubrí el primer beso con la que planeaba lograr un futuro, pero después de más gritos, más penetraciones por delante, por detrás, heridas, golpes, pellizcos y aberraciones, mi mente solo deseaba escapar, necesitaba matarla para no pensar, irme de mi espacio, volar hacia cualquier lugar, sin focos, sin ruidos, sin nadie con tanta monstruosidad; no podía, era inútil. A rezos, plegarias, súplicas, le pedía a los altares de mi cobardía que frenase mi agonía, que me llevase, aunque con Satanás tuviera que firmar el resto de lo que de mí quedara.
No, no me gritaba, pero inútil se hacía el dolor, la sangre, los morados… eran parte de la impotencia de aquellos hombres, tan importantes directores de cine gore, transmitiendo a degenerados, condenados a vivir en una mente pequeña insensata, y seguramente llena de temores, miedos y complejos, hombres y mujeres que compraban el material de los infiernos. El azar compartía mi vida, no podía perfilar palabras, mi boca escocía en llagas, mi entrepierna inflamada por tanta ira, y esa estúpida máquina grabando, mis ojos sumergidos en la violenta estupidez de quien a fuerza me pegaba una y otra vez, no podía abrir uno de ellos; el otro, quizás no deseaba mirar, necesitaba acabar olvidarme de respirar, tenía que destruirme a mí misma para volver a empezar, ¿cómo se hace eso siendo tan cobarde? Me dediqué a detener mis ideas, a olvidarme de salir de aquel pozo sin fin.
Cuando desataban mis manos soltaban los pies de los barrotes de hierros clavados al suelo, recogían mi gloria existencial, ponían el trozo de carne que quedaba en una bañera echándole sal para que las heridas sanaran con más rapidez. No sentía dolor, no notaba mis extremidades, dormían en alguna parte, lejos de mi desgarro interior que no cesaba de sangrar; años de lucha, de esfuerzos abrazándome a los miedos, ofreciendo promesas a todos los dioses que escucharan mis lamentos, pero comprendí que nadie escucha los silencios, no hay dioses que callen los miedos.
Enferma, sin nutrientes necesarios que sorprendieran mis ideas, cada vez más confusión recorrían mis intentos de deslizarme hacia cualquier otra alternativa de urgencia, despertar otro día con los dolores, las magulladuras, los cigarros prendidos en tu cuerpo, los continuos golpes, hematomas y morados, me gritaban que debía hacer algo, pero mi detenido cuerpo, mente cansada y castigada, no podía tener la suficiente claridad para saltar a los vacíos, emprender la razón en el juicio de tu verdad. Llegó la drástica noticia de que mi compañera de juegos violentos, su vida perdía; entre insultos, le pidieron servicios que romperían definitivamente sus latidos, de copro garganta profunda, masajes escondidos, que empleaban para hacerte pequeños cortes, excitándoles cuando los limpiaban meando en tu derramada sangre; no aguantó más y en su coraje arrebató la cuchilla de la mano de uno de los cobardes, mientras este intentaba dejar sus heces en su vientre, desató su furia, perdió sus papeles y rompió sus venas dando fin a lo que parecía ser muerte, pues creo que alcanzó por fin la vida tras su repentina acción.
Escondí mi valentía, recogí mis ideas vacías, miré con detenimiento su cuerpo. Con total seguridad empezaría una nueva vida, sin detener mi tiempo me abalancé, y en la huida comencé a correr, destrozando un ventanal de quien sabe que altura tenía. Impacté con todas las fuerzas mi delgado cuerpo al cristal, que sujetaría mi recompensa; por unos instantes, noté el viento entre mis dedos, me iba de ese infierno, volaba, ignoro a qué precio, desacelerando mi impacto en el suelo; luces, gentes, murmullos, aglutinaban mi espacio. Oigo la llegada de sirenas. Mi cuerpo no se mueve, mis fuerzas no llegan, estoy parada en algún momento, quiero salir de aquello, el miedo cubre mi piel, respiro lento en un agonizante cuerpo que pide a gritos un nuevo comienzo, parece que estoy viva tras huir de quienes sentenciaron mis sueños, amordazaron mis días, ejecutaron por siempre mi sonrisa, quién podré ser si quedo viva, aunque rota alguna extremidad, nada comparable con la soga que amarra la esclavitud. Notaba cómo de mis ojos inflamados pintados en amoratados golpes que ponían bravo a tanto incapacitado macho, salían lágrimas de esperanza, comencé a querer salir de aquel tumulto gentío, cuando me di cuenta que, entre voces, preguntas y sirenas atendiendo mis restos, alguien susurró cerca de mi rostro:
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