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Parte 3ª Tres cánticos proféticos con Alleluja.
Verso.
Bendición del abad.
Cuatro lecturas del Nuevo Testamento con cuatro responsorios.
Te Deum entonado por el abad.
Lectura del Evangelio hecha por el abad, y todos responden:
Amen.
Himno Te decet laus.
Conclusión: Bendición del abad.
Los Laudes o Matutinorum solemnitas tenían el siguiente esquema en el Oficio festivo:
Introd. Salmo 66, Deus misereatur nostri.
Salmo 50, Miserere mei Deus.
Otros dos Salmos adaptados a la índole de la Hora.
Cántico de los tres jóvenes (llamado Benedictiones en la Regla).
Laudes (el grupo de Salmos 148-150).
Breve lectura de san Pablo (Capitulum).
Responsorio.
Himno Splendor paternae gloriae.
Verso.
Canticum de Evangelio (Benedictus).
Letanía (Kyrie eleison).
Pater noster (en voz alta).
Las Horas menores tienen una estructura bastante sencilla: un himno inicial, tres Salmos, capitulum y verso, Letanía, Pater noster.
Las Vísperas se construyen con el esquema de Laudes, solo que los Salmos son cuatro y se dice el Magnificat en lugar del Benedictus.
Las Completas constan de tres Salmos (los mismos de las Completas dominicales del actual Breviario romano), himno, Capitulum con verso, letanía y el Pater noster. No comprendía el Nunc dimittis.
San Benito trató de compaginar las varias tradiciones litúrgicas, monásticas y romanas, en la composición de su cursus. Con frecuencia dice: sicut psallit Ecclesia Romana, tomando por modelo aquella liturgia a la que tan estrechas relaciones le unían. Para no hacer el rezo desproporcionado, divide los Salmos demasiado largos en dos partes. Si también la necesidad lo pide, no tiene dificultad en suprimir lecturas o antífonas, a fin de ofrecer a los varios monasterios de Italia un cursus ligero y no muy complicado. Mas el principio básico que a toda costa quería salvar era el de la recitación semanal del Salterio y el número de doce Salmos con el aleluya en las Vigilias nocturnas.
El Oficio Divino en Occidente
La maravillosa expansión del monacato durante los siglos v al vii, que terminó por reunir en los cenobios a los ascetas de ambos sexos, que hasta entonces habían vivido entre los fieles y bajo la dirección y tutela de la autoridad eclesiástica, trajo como resultado que el clero secular quedase solo o casi solo para desempeñar el gravoso deber cotidiano de la plegaria litúrgica. Esta no comprendía las Horas canónicas diurnas, introducidas por los ascetas y pasadas luego a ser práctica exclusiva de los monasterios, sino tan solo las más antiguas partes del Oficio nocturno; Vísperas, Vigilia y Laudes.
El uso de las Vigilias cotidianas no era muy del agrado del clero, que hacía cumplir tal obligación por medio de mercenarios. Una Decretal de Justiniano en 529 advierte a todos los clérigos sobre la importancia del Oficio litúrgico, cometido principal del eclesiástico, y termina diciendo; Sancimus ut omnes clerici per singulas ecclesias constituti, per se ipsos nocturnas et matutinas et vespertinas preces canant. Los que no cumpliesen con su deber, serían privados de sus privilegios clericales por el obispo.20
20 Cod. Justin., lib. I, tít. 3, lex. 41.
Para el Occidente y las Galias tenemos una serie de testimonios y decisiones sinodales de donde se colige la existencia del rezo cotidiano de Vísperas y Laudes, y los domingos, la Vigilia nocturna. En muchas iglesias esta Vigilia era diaria.
El Sínodo de Vannes (Galia) del 465 determina: Clericus, qui intra muros civitatis suae manere constituerit et a matutinis hymnis sine probabili excusatione aegritudinis inventus fuerit defuisse, septem diebus a comunione habeatur extraneus. El Concilio de Agde prescribe que, sicut ubique fit, hymni matutini vel vespertini diebus omnibus decantentur.
En España es raro que el Sínodo de Elvira (305), tan prolijo en otras materias, no diga nada sobre el Oficio divino. En cambio, un Sínodo de Tarragona (516) ordena: Dies dominica solemnitas cum omnium praesentia celebretur... omnibus diebus vesperas et matutinas celebrent.21 Como reinaba bastante anarquía en el uso litúrgico, un canon del Concilio de Braga de 561 impone la uniformidad litúrgica para toda la provincia y prohíbe que se introduzcan las costumbres monacales en los usos litúrgicos de las iglesias seculares. El Concilio IV de Toledo (633) tiene que insistir en la uniformidad litúrgica para toda España y la Galia Narbonense: Unus ordo orandi atque psallendi nobis per omnem Hispaniam atque Galliam conservetur... in vespertinis matutinisque officiis, nec diversa sit ultra in nobis ecclesiastica consuetudo, qui in una fide continemur et regno.22
21 Hardouin, Coll. Conc., 2, 1.042.
22 Mansi, Conc., 10, 616.
El Oficio o cursus de la Iglesia romana
La Iglesia romana no se mostró remisa en organizar a su debido tiempo la plegaria litúrgica, y según nos atesta la Traditio de Hipólito, fue la primera en celebrar, in ecclesia, un Oficio divino cotidiano, mañana y tarde. San Jerónimo recuerda, a finales del siglo iv, en varios pasajes de sus obras los días de vigilia, las solemnidades nocturnas, los salmos e himnos que se cantaban por la mañana y la oración hecha a las horas de Tercia, Sexta y Nona, como el sacrificio vespertino al tiempo de encender las luces, todo como de uso corriente entre los ascetas romanos. Otros testimonios confirman lo mismo.
No puede dudarse en consecuencia de que en Roma se celebraba ya en el siglo v, y con probabilidad desde fines del iv, un oficio litúrgico diario (Vísperas, Vigilia y Laudes) en las principales basílicas, como sabemos existía en las grandes ciudades del Oriente y el Occidente. Del estudio de la Regla de san Benito, que basó su cursus litúrgico en el romano, y merced a los datos que proporcionan dos Ordines romani antiguos –el de Johannes Archicantor, de la basílica de San Pedro, y el del prior Bernardo, de la basílica lateranense–, se puede con suma probabilidad reconstruir hasta en sus detalles todo el antiguo Cursus Officii de la Iglesia romana. Benemérito ha sido de estos trabajos de investigación el gran liturgista monseñor Callewaert,23 cuyas conclusiones son las siguientes:
23 Liturg. Inst., tract. II. De Brev. Rom. Liturg., pág. 51 y ss.
El oficio nocturno dominical comprendía tres nocturnos: el primero, de catorce salmos con tres lecturas y tres responsorios, y el segundo y tercer nocturno, con seis salmos cada uno y otras tres lecturas con sus responsorios. En las demás ferias el nocturno era único, a base de doce salmos y tres lecturas con tres responsorios.
No había preces introductorias (Deus, in adjutorium) ni himno a ninguna Hora, y a los Maitines tampoco el Invitatorio. Hoy (los años cincuenta del siglo xx) queda un recuerdo de esta práctica en el oficio de Epifanía y en el del Triduo de Semana Santa.
Los Laudes se componían de siete salmos más un cántico del Antiguo Testamento. Carecían de capítulo y responsorio, pero se decía el verso, el Benedictus y el Pater noster o la oración.
Las Horas menores comprendían tres salmos (excepto Prima, que tenía dos), con capítulo, responsorio, verso Kyrie y Pater noster.
Vísperas se compone de cuatro salmos, verso, Magnificat, preces, Pater noster u oración.
En Completas se rezaba el Salmo 90, verso, Nunc Dimitis (?), Kyrie y Pater noster.
Con el Pater noster se terminaba normalmente cualquier Hora, pues la oración se reservaba exclusivamente al Papa o a alguno de los cardenales obispos, si asistían.
¿Quién fue el autor del cursus romano?
La tradición señala a san Dámaso (336-384), el Papa educado desde su niñez en los archivos de la Iglesia de Roma, el protector de los estudios bíblicos de san Jerónimo y el cantor de los mártires de las catacumbas. San Dámaso ordenó a san Jerónimo la corrección del Salterio y la traducción de la Sagrada Escritura, adoptando la nueva recensión en los libros litúrgicos. San Gregorio le atribuye la introducción del Alleluja en la misa dominical, y en su tiempo debió de introducirse en Roma el canto conforme a la graecorum psallentia, que por entonces implantaba en Milán san Ambrosio, según nos ha dejado constancia su biógrafo Paulino: Hoc in tempore primum antiphonae, hymni ac vigiliae in ecclesia mediolanensi celebrare caeperunt, cujus celebritatis devotio... per omnes paene occidentis provincias manet.24
24 Vita S. Ambros., 13.
Otra opinión atribuye al papa Celestino (424-432) la creación del citado cursus, conforme a un texto del Liber Pontificalis, pero las autoridades de más peso están por el papa san Dámaso.
Todo lo que hasta el presente hemos ido diciendo se refería al oficio ferial con su propio de Tempore, constituido por las principales solemnidades cristológicas de Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión y Pentecostés; pero al lado del mismo empezaba a desarrollarse el propio de sanctis, que conmemoraría los aniversarios de los mártires, tal como hoy aparecen en el calendario filocaliano. Tales fiestas, muy pocas en número, tenían un carácter local y se celebraban en las iglesias de los cementerios. El Oficio, en estos casos, se limitaba solamente al canon nocturno (Vísperas, Vigilia y Laudes), con exclusión de las Horas diurnas. En tales oficios, como en los de las festividades del Señor, los Maitines comprendían tres nocturnos de nueve salmos (en vez de doce), con otras tantas antífonas y lecturas.
La obra litúrgica de san Gregorio Magno
La tradición unánime atribuye al papa san Gregorio Magno (590-604) una revisión de los libros litúrgicos de la Misa y del Oficio, así como del canto litúrgico, conforme a aquel verso que aparece al frente de muchos sacramentarios gregorianos: Patrum monumenta sequens renovavit et auxit. Por tanto, fue el suyo un trabajo de revisión y perfeccionamiento.
Instituyó las letanías cuaresmales que se cantaban procesionalmente en Roma al ir a celebrar la misa en las iglesias estacionales, ordenó el número de estas, reformó la disciplina catecumenal, dio reglas sobre el uso de los Kyrie, del Alleluja y del Pater noster en la Misa y agregó algunas frases a la oración Hanc igitur.
En el Oficio divino no fue menos notable su obra. De la práctica benedictina tomó las preces introductorias a las Horas canónicas (Deus, in adjutorium con el Gloria y el Alleluja) y a Maitines el Domine, labia mea y el Salmo 94, Venite exsultemus (Invitatorio). En el tiempo de Septuagésima y Cuaresma suprimió el Alleluja de las preces aludidas, y en las Horas menores lo sustituyó por antífonas compuestas por él mismo, verbigracia, en Nona, aquella Si vere fratres divites esse cupitis, veras divitias amate. Igualmente compuso otras antífonas tomándolas del Evangelio, como la del ciego de nacimiento en Quincuagésima y la de María Magdalena en la feria V de Pascua, lo que prueba la revisión que hizo del antifonario.
Fundó además la Schola cantorum de San Juan de Letrán, o al menos la reorganizó totalmente. Esta Schola, compuesta de pequeños cantores, llevó una vida próspera durante los siglos vii y viii, contribuyendo a conservar las melodías gregorianas intactas y transmitirlas a la posteridad. La intervención de sus maestros en Inglaterra y Francia ayudó eficazmente a la implantación de la liturgia romana en aquellas regiones.
El Oficio o cursus romano que hemos venido describiendo se había ido propagando en Roma y en las iglesias cercanas. En las mismas cada día se tenía el oficio vigilial (Vísperas, Maitines y Laudes). Tal obligación, aunque honrosa, no dejaba de ser gravosa para el clero, que debía dedicarse además a los trabajos del ministerio. Por esta causa se resentía a veces la regularidad del servicio divino. Por ello los Papas se determinaron a levantar monasterios junto a las principales basílicas romanas, cuyos monjes, laicos en su mayoría, tenían por principal obligación ejecutar el Oficio diurno y nocturno: Ut tribus per diem vicibus et noctu matutinos dicerent, escribe el Liber Pontificalis acerca de la restauración de los monasterios hecha por Gregorio II (715-731) en la basílica ostiense. Varios Papas del siglo v habían ya erigido monasterios con el mismo fin, y en el siglo viii llegaron a contarse hasta diecinueve al servicio de las principales iglesias.
Estas comunidades monásticas benedictinas estaban gobernadas por un abad propio, distinto del párroco del título. Entre todos estos cenobios alcanzaron prestigio singular los tres que estaban agregados a la basílica de San Pedro, cuyos usos litúrgicos constituyeron la norma del cursus romano. Secundum instar officium ecclesiae beati Petri Apostoli, escribía el papa Gregorio II a los monjes de San Crisóstomo. A los mencionados monjes de la basílica de San Pedro se dirigían siempre los Papas cuando recibían encargos de libros litúrgicos o de canto para otras iglesias.
Capítulo II
Período de difusión (siglos viii-xii) Desde Gregorio Magno a Gregorio VII
Difusión de la liturgia romana en Inglaterra, Alemania e Imperio franco
La primera expansión del Oficio romano, aparte de una expansión por el sur de Italia, en Benevento, fue en Inglaterra. En 596, san Gregorio Magno envió allí al abad benedictino san Agustín con cuarenta monjes para evangelizar aquella isla, proveyéndoles de todo lo necesario para el culto divino y, naturalmente, de numerosos manuscritos, entre ellos el antifonario por él ordenado.
Los nuevos misioneros organizaron toda la liturgia conforme al uso romano. Entre los compañeros de san Agustín había muy buenos maestros en la «cantilena» romana y fueron enseñando a los convertidos las melodías de la Misa y del Oficio. No fue tampoco raro en épocas inmediatamente posteriores que monjes ingleses fueran a Roma a instruirse mejor en las prácticas litúrgicas de la Ciudad Eterna. Tal el maestro de san Beda, Benedicto Bishop, descendiente de familia noble, que marchó cinco veces a Roma, discendi simul et adorandi gratia, y trajo libros para enseñar a sus monjes ordinem cantandi, psallendi atque in ecclesia ministrandi juxta morem romanae institutionis.25
25 Ven Beda: Histor. eccles., IV, c. 2.
Tan próspero desarrollo litúrgico fue sancionado en 747 por el Concilio de Cloveshoe (Glasgow), que ordenó que las fiestas se celebrasen juxta martyrologium ejusdem Romanae Ecdesiae, y que en el oficio divino se guardasen septem canonicae orationum diei ac noctis horae diligenti cura cum psalmodia et cantilena sibimet convenienti secundum quod Romanae Ecclesiae consuetudo permittit.
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