Vida cotidiana e historia, Carmen de Patagones y Viedma

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Por esta razón en 1888 la subprefectura con asiento en Patagones estableció la prohibición de bañarse en la ribera norte, y en especial que se bañen los menores de edad. Prohibición que, según muestran los informes posteriores, fue burlada permanentemente.
Podría creerse que la cercanía del rio facilitaría a los habitantes la provisión de agua para consumo, pero la realidad que se presentaba era diferente. El río era el último depósito de las materias contaminantes. Era común que se encontraran arrastrados por la corriente animales muertos en descomposición, basuras, y por qué no personas ahogadas. Sus orillas se encontraban ocupadas tanto por caballos que a todo galope iban hacia él para tomar agua, como por mujeres que lavaban la ropa en los lugares más bajos y cercanos del río, los mismos de donde los aguateros sacaban el agua que bebía la población.
“[…] el abuso que llevan a cabo las lavanderas de tiempo atrás lavando la ropas en la ribera [rio arriba]. Todos los residuos que se desprenden de la ropa sucia del pueblo que allí se lava son […] arrastrados por la corriente hacia el agua que bebemos […] está saturada de materias nocivas a la salud” 4
Para evitar esto las municipalidades comenzaron a prohibir que, por ejemplo, se lavara la ropa y se arrojara basuras río arriba pues la correntada traía a los centros urbanos las materias contaminantes y a los aguateros, se les prohibió extraer agua media hora antes y media hora después de la marea alta, como así también de pozos de agua estancadas.
Todas estas medidas serán reiteradas, lo que indica que quienes debían cumplirlas no lo hacían. Los aguateros seguirán extrayendo el agua de los lugares más cercanos, sin importar si era potable o no. Los recipientes que usaban para la extracción y distribución eran de dudosa limpieza, a lo que se agregaba que se la vendían, selectivamente, a algunas personas y a otras no, cobrándola al precio que más les conviniese. Esta situación comenzará a revertirse con la instalación del agua corriente.
Esta instalación se realizará primero en Carmen de Patagones. En 1888, el comerciante, transformado en empresario, Francisco Arró, construyó un sistema de aguas corrientes autorizada por la Corporación Municipal, que se extendía por las calles y viviendas donde además del deseo de los vecinos existía la posibilidad de pagarla. Éstos debían afrontar los gastos de instalación e ingreso en la propiedad. Hacia 1890 habían conectadas 125 casas y el depósito de agua filtrada se colocó en la plaza.
A partir de esta innovación, los aguateros fueron obligados a proveerse del agua filtrada, a la vez que se les prohibía la extracción del agua del río para su comercialización. También se estableció un precio máximo en el valor del agua corriente y de la provista por los aguateros. Precios que, en la realidad, eran permanentemente modificados por unos y por otros. Fueron tantos los conflictos que la Municipalidad debió intervenir:
“En vista de los abusos que cometen los aguateros y al no dar cumplimiento la empresa de aguas corrientes al compromiso de abastecer a la población de tan necesario elemento, [se] dispuso ayer suspender la ordenanza que prohíbe la extracción de agua del rio” 5
En Viedma la situación no era diferente. La instalación de agua corriente la hizo el mismo empresario a mediados de la década de 1890, muy cercana a la inundación que en 1899 arrasara el pueblo. Fueron muy pocos los vecinos que alcanzaron a colocar el agua en sus casas, antes de que fueran destruidas poco después. Por lo tanto los aguateros tendrán una presencia más larga, haciendo uso y abuso de ser proveedores del recurso más necesario para la vida humana. Los que la compraban tenían una posición económica que les permitía hacerlo, o sea era la parte más “importante y decente de la población”, para usar definiciones de la época.
En lo que hace al agua para consumo no hay que dejar de lado el propio abastecimiento que hacían los habitantes de ambas orillas. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que en todas las casas se recogía el agua de lluvia (escasa por cierto) que no era apta para el consumo humano, y que para ello se sacaba del río. En las viviendas de quienes tenían mejor posición económica eran los sirvientes quienes se ocupaban del acarreo del agua desde el río mientras que, en los hogares en lo que les sobraba sólo pobreza, las mujeres y los niños estaban encargados de realizar la tarea de recogerla y trasladarla hasta sus domicilios, trabajo que les llevaba gran parte del día.
Esta actividad que pareciera no tener mayores connotaciones, en realidad era muy peligrosa (la posibilidad de caer en el río sin saber nadar era alta) y pesada. Para transportar el líquido se usaban recipientes lo más grande posible que se colocaban en ambas puntas de un palo que se ubicaba detrás de la cabeza por encima de los hombros. Se podría dejar jugar a la imaginación para ver la lenta marcha de quienes lo hacían y, en el caso de Patagones, además, tenían que subir una pesada cuesta.
C. Las calles y veredas: un constante reclamo
La llegada del General Roca, 1879, significó el inicio concreto de la separación de las dos bandas del río. Carmen de Patagones con un asentamiento poblacional más antiguo fue desplazado como centro institucional de toda la Patagonia por su hermana menor Mercedes, que en ese momento pasó a llamarse Viedma.
Los guiños, hechos en Patagones, para demostrar modernidad y beneplácito por la llegada del general victorioso fue entre otras cosas, ponerle nombres a las calles, que según Pita:
“Ninguna de las calles de nuestra Aldea Colonial tenia nombre hasta 1879 y la verdad es que no lo precisaban pues era tan reducida, que podían contarse de memoria y sin menor esfuerzo […] La campaña civilizadora del Ejercito Nacional […] trajo también ese adelanto [colocarle el nombre de las calles] (Pita; s/f:151)
Este adelanto estaba lejos de las necesidades de los pobladores que en forma permanente se encontraban con que el estado de las calles era muy malo
“…especialmente de las que bajaban la colina en dirección a la ribera; en algunas partes los peatones se hunden hasta los tobillos en la arena y en otras tropiezan con rugosas masas de arenisca” (El Pueblo, 7 de febrero de 1892).
Fueron los periódicos locales, “El Río Negro” primero y “El Pueblo”, después quienes se encargaron de denunciar el estado de las calles y veredas de los dos pueblos.
Según “El Río Negro” las calles públicas estaban en total estado de abandono, alfombradas por huesos y basuras de todo tipo que, expuestas a los casi constante vientos en todas direcciones, sólo se detenían cuando encontraban algunos obstáculos que las contuvieran y eran un foco de infección.
Viedma no brindaba una imagen diferente. Hay que recordar que era sede del gobierno local (Municipio) y de la Gobernación de la Patagonia, por lo tanto el reclamo por parte de los pobladores, se hará por doble vía a uno u otra, o ambas a la vez, lo que podía generar una acción adversa y recibir una doble imposición de medidas disciplinarias. Esta doble vía era usada también por las autoridades municipales que recibían, pedían e incluso exigían una ayuda extra por parte de la gobernación y viceversa.
Artículos periodísticos reclamaban, en 1882, por el estado de las calles que describían como “deplorables”, verdaderos “muladares” o, inmensos “fangales”. Criticaban a las autoridades locales por no ocuparse de limpiarlas para lo cual contaban con el dinero necesario y la posibilidad de tener mano de obra gratuita, ya que se podían usar a los presos para hacerlo.
En 1884, la Corporación Municipal decidió abrir nuevas calles pero algunos habitantes se opusieron y criticaron la medida porque consideraban que había que poner en condiciones las que ya existían “…cuanta falta nos hace [que] uno de los callejones que van al río estuviese transitable para la carga y descarga de los buques… los carros que están para el tráfico en lugar de cargar 100 arrobas por ejemplo, tienen que conformarse con 20 arrobas, y estar expuestos á que se rompan las ruedas y todo cuanto hay para romper”6
Pocos años después, el mismo periódico, informaba que el gobernador ordenó que se nivelaran las calles y se les diera salida al agua haciendo canaletas a las orillas “para ello dio peones, carretillas, palos, picos, y se encargó la dirección de la obra al comisario de policía Nicolás Molina. El trabajo habría concluido a satisfacción de todos, sin costar un solo peso a la caja municipal. ” (El Pueblo, 24 de febrero de 1887). A la vez que la municipalidad ordenó rellenar con ramas de álamos y basuras los pozos de la calle conocida por Tin Tin, que daba a la ribera.
De poco servían los espasmódicos intentos de arreglo ya que las calles eran las primeras afectadas no sólo por las lluvias, sino también por las crecidas diarias del río y la laguna (producto de la marea alta) y, por la desidia de los propios vecinos que las usaban como depósito permanente de basuras de todo tipo.
En ambos pueblos se sufría, junto con el problema de las calles, el de las veredas. Así como las calles nacieron a partir de huellas generadas por los transeúntes, las veredas eran partes de las mismas huellas. Por eso su estado no es diferente al de las calles.
Eran pocas las viviendas que tenían veredas. Estas no eran mantenidas, acondicionadas o reparadas ni por los vecinos, ni por las municipalidades por lo que se encontraban en pésimo estado, generando un constante peligro para los caminantes.
La situación se agravaba notablemente los días de lluvia cuando las veredas como las calles se convertían en verdaderos lodazales haciendo imposible transitarlas, salvo en una que otra parte más céntrica. Las que se encontraban en peor estado eran las que conducían a las riberas y las paralelas al río (norte y sur) por ser las más transitadas. En los días de lluvia, al cotidiano problema de la intransitabilidad, se agregaban los profundos zanjones que abría el agua en su desagote en el rio.
Las municipalidades intentaron poner un límite a tal grado de deterioro exigiéndoles a los vecinos la construcción de veredas. A tal punto que, en 1892, la municipalidad de Patagones decretó la obligatoriedad de construir veredas en un radio determinado, que debían ser de piedras, baldosas o ladrillos y se prohibía, cuando el nivel de una vereda y otra fuese distinto, construir escalones. Es este caso se debía realizar una pendiente suave.
Esta ordenanza fue escasamente respetada. Las notas periodísticas posteriores seguirán denunciando el estado deplorable tanto de las veredas como de las calles que
“es […] en general pésimo, puede decirse que no hay una en condiciones de viabilidad.
Los profundos pozos […] se encuentran por doquier. A continuar así algún tiempo más, la conducción de las cargas desde el puerto [….] se hará imposible” 7
En el orden económico, los que se consideraban más perjudicados por la situación solían ser los comerciantes que recibían o enviaban mercadería por el puerto
“la razón es muy sencilla […] si antes […] pagaban por la conducción de sus mercaderías 20 centavos por viage y podrían recibir o enviar en un día su carga en 10 o 15 viages, hoy por el estado de las calles, no solo necesitan y pierden el doble o el triple del tiempo en efectuar las mismas operaciones, sino que tienen que pagar el doble” 8
D. Aspecto de las edificaciones
Las edificaciones no se prestaban a mejorar el aspecto de los pueblos. En Patagones, los edificios permanecían con el color del material con el que habían sido construidos, sin haber sido nunca blanqueados. Gran cantidad de ellos amenazaban con derrumbes en forma permanente (sobre todo en días de tormentas de viento o lluvia). Completaban la situación numerosos terrenos baldíos que se hallaban incluso en la parte más céntrica, sin cercar y con frecuencia transformados en basureros.
En 1886 un importante comerciante y propietario de una calera, Nicolás Papini, publicó una solicitada en la que expresa entre otras cosas que:
“Antes no había en todo el pueblo más que dos ó tres casa con el frente revocado, hoy se ven muchísimas y en las cuales solo se han empleado cal y arena de Patagones habiendo dado con todas ellas magníficos resultados como puede justificarse [con algunas casas] construidas con solo cal y arena desde la cornisa al zócalo, y con todo el arte arquitectónico” 9
Esta descripción de las construcciones le pertenece a un individuo que pretende hacer progresar su negocio de venta de cal y, que se la puede contrastar con otras que no tienen el mismo interés, como las de Musters, que en 1869 estuvo en la zona, y cuenta que las construcciones que vio era de ladrillo secado al sol, piedra (muy raramente) y adobe en el barrio de los negros.
“Fuera cual fuere, mucho de los edificios [se encontraban] en un estado ruinoso, y un empleo más liberal del agua de cal […] habría disminuido una multitud de atentados, tanto contra la decencia como contra la limpieza interna.” (Musters;1869:379)
El registro estadístico de 1888 deja constancia del uso en la construcción de cemento de fraguado rápido y lento (portland), cal hidráulica, yeso de diferentes calidades y maderas. Todo ello de producción local, pero que se emplea en muy pocos edificios.
En Viedma, según los contemporáneos, el aspecto de las construcciones era pésimo. Las viviendas se levantaban en el lugar, modo y dimensiones que el dueño quería. La diferencia con Patagones es la constante denuncia de los pobladores y el reclamo a la municipalidad. Esta diferencia podría estar en relación con la llegada a partir de 1879 de funcionarios procedentes de Buenos Aires para cubrir cargos de la nueva gobernación que, no sólo aumenta la demanda de viviendas sino también la calidad de la oferta. Lo que encuentran es deplorable y caótico, y les demandan a las autoridades locales que pongan orden en ese caos urbanístico, y que se hagan cargo de las viviendas que ellos deben ocupar. Lo exigen desde un lugar de poder político- institucional y ejercen presión desde los periódicos que son de su propiedad. Es recurrente leer artículos donde se hace mención al estado de las casas ya sea para denunciar su escasez o su estado higiénico. Las viviendas, denuncian, se encuentran en pésimo estado de higiene y, cuando se desocupa una se alquila inmediatamente sin siquiera blanquearla, reclaman que al menos se les dé una mano de cal. Además, dicen, los fondos de las viviendas son letrinas y, le reclaman a la municipalidad que haga limpiar los patios y construir letrinas con las cuales se evitarían someter a la población a epidemias.
“tenemos a una cuadra de unas habitaciones a las que se les puede dar el nombre de covachas, unas derrumbadas y otras por derrumbarse”.10 En algunas de estas habitaciones habilitadas como casas viven numerosa cantidad de personas.
En el norte, entre las edificaciones públicas se destacaba el Centro Cívico construido en el solar perteneciente al antiguo Fuerte, frente a la plaza. Dicho solar fue destinado para la construcción de la municipalidad, la iglesia y el colegio San José, conservándose en el patio del colegio la torre del fuerte como “recuerdo histórico de la fundación del fuerte, no pudiendo deshacerse bajo ningún pretexto”.11
La casa municipal si bien se comenzó en 1882, fue demolida en 1885 y construida entre el 30 de agosto de ese año y el 16 de abril de 1886, consistía en una casa compuesta de zaguán y dos salones, dos calabozos, cocina y letrina al frente. Según el periódico “El Pueblo” del 29 de agosto de 1886 “solo es una covacha donde están agrupados el Juzgado de Paz, la Municipalidad, el deposito del carro fúnebre y la policía.”
La Iglesia se comenzó a construir y se interrumpió en el año 1880. En 1884 se retomó y se concluyó sólo la nave lateral. En 1885 se inauguró esta parte de la obra y funcionó allí cuarenta años. Se conservó del antiguo fuerte la torre, donde se colocó el campanario.
La plaza fue objeto de atención de la Corporación Municipal en 1876, cuando se resolvió limpiarla, nivelarla, construir caminos y cercos de mampostería y barandas perimetrales de madera. En 1877, se colocaron en ella varias escultura y en el centro una pirámide de ladrillo, revocada y blanqueada. En 1879 se plantaron árboles, (aunque en la descripción que ha quedado de Albarracín diga que no tenía jardines y que estaba abandonada) y se instalaron un farol en cada esquina y cuatro en la pirámide central.
A pesar de todo ello en una edición del periódico “Rio Negro” de 1880 se denuncia que la plaza presenta un estado “inmundo”, situación que no ha mejorado en 1886 ya que “El Pueblo” en su edición del 28 de febrero del mencionado año dice”…injustificable es la decidía de [la] municipalidad… [con] nuestra plaza… se halla en el más avanzado estado de abandono.”
En el sur, cuando aún era Mercedes, “los edificios más notables eran: en primer lugar la nueva iglesia Nuestra Señora de la Merced en la plaza…después la estación misionera inglesa, importante edificio que ocupaba dos lados de la plaza, una de cuyas alas contenía el local destinado a capilla, y la otra la residencia y el dispensario del misionero, el reverendo doctor Humble” (Musters; 1871: 380)
En 1870 se planteó la necesidad de demarcar la plaza que se transformaría en el centro desde el cual se partiría para la entrega de los solares. Los primeros en ser entregados frente a la plaza fueron a Balda hermanos y a Iribarne (dos comerciantes y hacendados) y se decidió trazar dos calles que desembocaban en el río. En 1875 se registran quejas porque la mayor parte de los terrenos no tenían medidas ni mojones lo que provocaba una verdadera confusión hasta el punto de no saber los dueños cuales eran el límite de sus propiedades.
La plaza delimitada como tal fue rodeada de alambre sostenido por postes y en su interior se pusieron plantas ornamentales, acción que se realizó varias veces a lo largo del período estudiado. En 1882, el periódico El Pueblo, denuncia que el estado de la plaza es deplorable y está desmantelada. Expresa que daba lástima de verla con la mayoría de los postes caídos, sin alumbrado y, ocupada por vacas, caballos y ovejas. Las pocas plantas que habían no eran cuidadas.
Poco tiempo después se informaba que “se destinaran 25.000$ para el arreglo de la plaza pública por ahora no se levantan ni los alambres caídos, por la noche los faroles brillan por su ausencia” (El Pueblo; 18 de mayo de 1883). Dos meses después la municipalidad resolvió llamar “General Alvear” a la plaza nueva, donde se encontraban los edificios públicos, y, a la vieja, “Plaza Vinter”.
E. Entre la luz y las tiniebla
A partir de 1860, en Patagones comienza la instalación del servicio de alumbrado público, aunque la iluminación es un tema de reclamo permanente.
En la fecha mencionada se instalaron 20 faroles que funcionaron primero con velas y aceite y luego sólo con velas. En 1879 se colocaron farolas de alumbrado en algunos sectores del pueblo y, en los años siguientes, se completó la iluminación con lámparas de hasta dos mecheros, y se incrementó, a lo largo de los años, el número de faroles y el espacio cubierto. El combustible usado era el kerosene y el encargado de encenderlos era el farolero.
Las quejas sobre su funcionamiento se expresaban en forma continua a través de los periódicos el “Río Negro” primero y “El Pueblo” después. Este último el 14 de diciembre de 1884 dice que“[a la noche] Patagones no tiene una luz que evite con sus rayos que sus habitantes se rompan la crisma en los innumerables precipicios” y al año siguiente, satiriza la situación dedicándole una nota necrológica titulada “LOS FAROLES DE PATAGONES Y SUS LAMPARAS (Q.E.P.D) fallecieron el 10 de diciembre de 1884” (El Pueblo, 11 de enero de1885)
Hacia 1889 la situación no había mejorada y se denuncia que
“Mal, muy mal anda el alumbrado […] las noches que hacen más falta hacen sean los faroles encendidos, es cuando el mayor número de ellos apagados.
El señor farolero es muy delicado; un poco de viento o lluvia que haya ya basta para impedirle cumplir con su deber. Enciende uno que otro farol y […] a descansar de las fatigas.” (El Pueblo, 27 de octubre de 1889)
En 1892 se dice
“¿Es o no es alumbrado el que por las noches vemos en las calles? Débiles lucecitas que con tenue resplandor se divisan de trecho en trecho, sin difundir más claridad que la necesaria para demostrar su existencia, dejando en la oscuridad más completa toda la calle…” (El Pueblo, 3 de abril de1892)
Viedma, comenzó a tener alumbrado público, cuando se lo consideraba un barrio de “El Carmen”. En 1861 se colocaron 6 faroles que funcionaban a vela o aceite. En 1867 se instalaron 12 más. El estado y funcionamiento de esos faroles estaban a cargo de la municipalidad mientras que la población debía proveer las velas y de los encendedores. Por otra parte la ampliación después de 1880 no fue distinta a la descripta en Patagones.
En una y otra banda, y en toda la etapa tratada, la iluminación fue ineficiente cuando no inexistente ya que había una gran resistencia por parte de la población a mantener su parte del trato, y las municipalidades actuaban en forma espasmódica según la fuerza de los reclamos y de quienes fueran los que reclamaban.
F. La higiene: ¿cuestión pública o Privada?
La higiene no era precisamente una cuestión que preocupara a las habitantes de ambas orillas del río (Viedma-Patagones). Las descripciones dejadas en los diarios demuestran que en el espacio público convivían personas con animales (perros, cerdos, vacas, caballos, aves de corral, etc.), alimañas de toda especie, basuras, excrementos, escombros y todo la imaginable e inimaginable. Lo público era una extensión de la vida privada; las calles, las veredas, las plazas, y otros espacios eran tomados como la extensión de las viviendas, espacio privado por excelencia, más específicamente de sus patios.
La mejor manera de reflejar la situación, que era la misma para los dos pueblos, es reproducir las denuncias de los contemporáneos:
“… hay una infinidad de perros que interrumpen el paso á los Transeúntes á toda hora del día y de la noche… Dentro de la población se crían cerdos…” (Viedma en El Pueblo, 27 de agosto de 1882)
“Hay otro foco de infección mayor aun, foco que puede ser causa de epidemia […]. Nos referimos a los mataderos…
Las basuras de todas especie […], se convierten en focos de infección muy capaces de producir periódicos recelos en puntos a la higiene, pues es sabido, que en la primer lluvia exhala sus emanaciones dañiferas y puede infestarse la población…” (Patagones en El Pueblo, 3 de abril de 1892)
[…] restos putrefactos yacen esparcidos por todos lados; aquí grandes pantanos formados por un fango sanguinoliento e infecto, allí residuos de escrementos y formando el todo una atmosfera mefítica mas que suficiente para producir la infección tífica” (Patagones en El Pueblo, 13 de mayo de 1889)
“nuestras plazas… son potreros, nuestras calles permanecen en perenne estado de inmundicia y no tenemos un servicio regular de alumbrado ni ninguna clase de limpieza pública.
Por doquiera que vamos vemos paredes derruidas, veredas intransitables, edificio ruinoso que amenazan a cada instante la vida transeúnte; montones de escombros y basuras en las calle […]
En la vía publica crece el pasto, los fosos y terraplenes que conducen al muelle son depósitos constantes de aguas estancadas que se corrompen y saturan la atmosfera de miasma mefíticas...” (Viedma en El Pueblo 21 de julio de 1887)
Esta síntesis permite ver que la higiene preocupaba sólo a los sectores más ilustrados de los dos pueblos, entre los que se encontraban algunos periodista, médicos o individuos recién llegados de Buenos Aires y, porque no, algún viejo poblador. Todos ellos denunciaban y reclamaban a las municipalidades que se hicieran cargo de la situación imperante.





