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En la década de 1990, los procesos de contacto lingüístico empezaron a estudiarse con mayor precisión y complejidad en trabajos como los de Rodolfo Cerrón-Palomino, Germán de Granda, Juan Carlos Godenzzi y Anna María Escobar. Empezaba a pensarse, por ejemplo, en transferencias de más largo plazo en el castellano andino; por ejemplo, del aimara al quechua, primero, y de este idioma al castellano después, como se planteó para el caso de la fricativización de las oclusivas en posición implosiva en el castellano del sur andino, como sucede en aɸto < apto, proyexto < proyekto y riθmo < ritmo (Cerrón-Palomino, 2003 [1996]). Después de estudiar el contacto lingüístico en el Paraguay y en distintos contextos afrohispánicos, el lingüista español Germán de Granda podía abordar con instrumentos más flexibles, como la categoría de «causación múltiple» (Malkiel, 1967 y 1977), debates clásicos como la influencia de «sustrato» en frases posesivas como Su casa de Juan (Granda, 2001a, pp. 57-64), un antiguo tema de discusión entre Lozano (1975), Pozzi-Escot (1973), Rodríguez Garrido (1982) y Godenzzi (1987, p. 138). También Godenzzi (1996a) trabajó las formas de pretérito en el castellano de Puno a partir del concepto de causación múltiple. Anna María Escobar, por su parte, después de haber defendido en distintos estudios la división entre «español andino» y «español bilingüe» (Escobar, A. M., 1988, 1990 y 1994), renovaba el análisis de los rasgos de estas variedades a partir de criterios históricos basados en la comparación interlingüística y en teorías universalistas sobre la evolución gramatical en situaciones de contacto (Escobar, A. M., 2000 y 2001b).
Sin embargo, con este florecimiento de los estudios dedicados al contacto lingüístico entre el castellano y las lenguas mayores de los Andes desde la década de 1990, con la primacía del enfoque sociolingüístico sobre el dialectológico y con el énfasis puesto en Lima como espacio privilegiado para el estudio de la influencia mutua entre variedades, quedaba fuera de escena la descripción pormenorizada de las hablas regionales dentro de su propio entorno geográfico y las especificidades de su variación social, a pesar de los llamados de atención hechos al respecto por Germán de Granda (2001a) y por la propia Rocío Caravedo (1996b, p. 499 y 2001, p. 215). Hubo, en las últimas décadas, es cierto, estudios aislados sobre el castellano amazónico (Jara Yupanqui, 2012; Marticorena, 2010; Ramírez, 2003), sobre el castellano piurano (Arrizabalaga, 2008), sobre el castellano de Chincha (Cuba Manrique, 1996) e, incluso, como veremos después, sobre algunas localidades de la «zona consensual» de sustrato culle. Sin embargo, estos esfuerzos no estuvieron integrados a proyectos de zonificación más amplia como los de Escobar, Benvenutto Murrieta y Caravedo. Como el territorio peruano no había sido objeto de una indagación dialectológica pormenorizada y constante como la que floreció en Colombia y en México, los nuevos cambios en los enfoques teóricos y metodológicos no hicieron sino desdibujar la importancia de este tipo de intereses. Los vacíos en el conocimiento de la realidad dialectal del Perú dejaron, entonces, de percibirse como un problema, puesto que las agendas académicas eran otras. A pesar de los avances que esta noción supuso, el propio desarrollo del concepto de castellano andino, con su énfasis en el bilingüismo quechua-castellano y aimara-castellano, y su consecuente sesgo sureño, jugó en gran medida a favor de esta desatención.
La construcción del concepto de castellano andino
El concepto de castellano andino es hoy en día una categoría estándar en la lingüística hispanoamericana. Por ejemplo, en su capítulo dedicado a las variedades del castellano, un libro de introducción a este idioma pensado sobre todo en lectores de habla inglesa dedica al «Andean Spanish» una sección completa, al mismo nivel que el español de Castilla, el de Andalucía, el de las Islas Canarias, el del Caribe, el de México y el de la costa del Pacífico, y lo define así:
El término «castellano andino» se aplica comúnmente al espectro de tipos de habla, desde la interlengua hasta el español monolingüe con influencia indígena, que se habla en el área cordillerana que va desde la línea ecuatorial hasta el Trópico de Capricornio (Mackenzie, 2001, p. 148, traducción mía).
A pesar del frecuente uso del concepto, hay que reconocer que su significado no siempre coincide en los diferentes enfoques teóricos. Por ello, es necesario presentar de manera pormenorizada los distintos ejes que han guiado, en los trabajos clásicos sobre el tema, la construcción de la categoría. A partir de la revisión bibliográfica efectuada, he identificado tres ejes conceptuales en este proceso: un eje diatópico o regional, un eje centrado en lo social17 y, por último, uno enfocado en los fenómenos de contacto lingüístico. Los autores que han trabajado sobre el tema rara vez sitúan sus acercamientos de manera exclusiva en uno de estos tres ejes conceptuales, pero se puede afirmar que sus propuestas presentan énfasis distintos, que resulta útil identificar y deslindar.
Por otra parte, algunos aspectos en el desarrollo de este concepto escapan a los tres ejes conceptuales identificados. Por ejemplo, el carácter histórico del fenómeno representado con el membrete «castellano andino» ha sido siempre un punto clave en la reflexión de autores como Rivarola (1986 y 2000), Cerrón-Palomino (2003) y De Granda (2001a y 2001b). Sin embargo, la discusión abierta por Anna María Escobar (2001a y 2001b) acerca de este punto se vale de argumentos surgidos del estudio del contacto de lenguas; por ello, este debate se presentará en el marco del tercer eje conceptual. Al exponer las distintas propuestas desarrolladas en el marco de estos tres ejes conceptuales, intentaré también identificar la base empírica en la que se han fundamentado los estudios correspondientes, así como el tipo de fenómenos que se enfatizan al caracterizar la variedad, distinguiendo a qué nivel de análisis lingüístico corresponden. A partir de los hallazgos de esta revisión, expondré algunos problemas y limitaciones en el tratamiento brindado al castellano andino por la literatura. Dados los objetivos de este libro, esta revisión enfatizará los aspectos regionales de la problemática.
El castellano andino como variedad regional
La publicación más antigua que he encontrado con la expresión «castellano andino», «español andino» o sus equivalentes es un trabajo escrito en inglés, en 1935, dedicado a la historia de los idiomas ibéricos, que destina un capítulo a la expansión del castellano en América. El romanista británico William James Entwistle, autor de The Spanish Language, Together with Portuguese, Catalan and Basque, utilizó la expresión Andine Spanish al abordar la influencia de las lenguas indígenas americanas en el castellano. En particular, afirmó que «el acento invariable quechua en la penúltima sílaba debe de haber jugado un papel en el musical acento del castellano andino, pero solo porque corresponde al acento habitual del castellano, en penúltima sílaba» (Entwistle, 1951 [1935], p. 250, traducción mía). La frase original en inglés —The sing-song accent of Andine Spanish— contiene el adjetivo Andine, distinto del que finalmente ganó terreno para referirse a la variedad y a lo relativo a los Andes en general en la tradición inglesa, a saber, Andean18. Griswold Morley (1952, p. 334), quien, a la muerte de Entwistle, publicó un obituario en Hispanic Review, afirma que, a diferencia de sus trabajos posteriores, en este libro, él se basó muy poco en datos propios, y que su reflexión descansó centralmente en la revisión de otros autores. Esto es especialmente claro cuando trata de la influencia mapudungun en el castellano chileno, tema para el cual Entwistle cita ampliamente el trabajo de Lenz (1940). No resulta transparente, sin embargo, en qué se fundamentó para sus afirmaciones sobre el Andine Spanish. En una áspera reseña del libro, Hayward Keniston (1938, p. 161) lamentó justamente que The Spanish Language… careciera de una indicación más completa de las fuentes usadas. Entwistle tampoco ofreció una definición del término Andine, lo que permite inferir que estaba empleando el adjetivo en un sentido general y no especializado; a saber, ‘relativo a los Andes’. Esto quiere decir que este uso se basa en la acepción geográfica de la palabra: el «castellano andino» sería inicialmente la variedad de castellano hablada en los Andes en un sentido general19.
El trabajo más antiguo que he localizado con una descripción precisa y sistemática de una variedad andina específica es el de Penelope J. Cutts (1973), publicado después de 1985, cuando la autora estaba afiliada al Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Salford, Reino Unido. El documento se titula Peculiarities of Andean Spanish, Department of Puno (S. E. Peru) y describe el habla castellana del departamento altiplánico sobre la base de sesenta entrevistas con hablantes bilingües quechua-castellano y aimara-castellano, llevadas a cabo en 1972, en Capachica, y las localidades vecinas de Hilata, Yapura, Llachón, Cotos y Siale; Azángaro y Ayaviri (todas localidades quechuahablantes), y Huancané, Moho, Ilave y Zepita (aimarahablantes), así como la capital del departamento de Puno. Aunque fue publicado por el Centre for Latin American Linguistic Studies de la Universidad de Saint Andrews, Escocia, después de 1985 —con la fecha errónea de 1973 en la portada—, es seguro que el texto circuló a inicios de la década de 1970 como un documento mimeografiado, puesto que, en Variaciones sociolingüísticas del castellano en el Perú, de 1978, Alberto Escobar lo cita y lo lista como ítem bibliográfico con el mismo título de la publicación posterior20.
En su minuciosa descripción, Cutts se refiere a fenómenos fonético-fonológicos, como «la reducción de los sonidos vocálicos y el reforzamiento de las consonantes»; sintácticos, como la discordancia de género y número en la frase nominal; y un conjunto de hechos que hoy describiríamos como pragmáticos o discursivos, y que ella englobó como miscelaneous parts of speech, entre los que se encuentran la duplicación del adverbio ya, como en la oración Ya se ha muerto ya, y el uso frecuente de la marca diciendo en el discurso reportado. Cutts elige la expresión Andean Spanish para referirse a su objeto de estudio, que en los años previos parece haber competido con otras opciones de corta vida, como serrano speech y mestizo dialect of Peru, ambas usadas por Douglas Gifford (1969), alternativas restrictivas y particularizadoras desde el punto de vista geográfico como «el castellano de Ayacucho» y «el castellano de Calemar», empleadas, respectivamente, por Stark (1970) y Escobar (1993), alternativas hipergeneralizadoras e inadecuadas como el Peruanisches Spanisch de Schneider (1952) e, incluso, la descriptiva solución de Kany, quien, en su clásico trabajo sobre la sintaxis del castellano hispanoamericano, solamente especificaba «sierra del Perú» para los rasgos correspondientes a los Andes peruanos, alternativa que tiene la desventaja de atar las fronteras dialectales a las nacionales.
Aunque el uso de la expresión Andean Spanish es explícito desde el título mismo del documento de Cutts, la autora no se detiene en definirlo. Tal como hizo Entwistle (1951 [1935]), a quien ella cita, parece estar valiéndose del adjetivo en su acepción cotidiana, ‘relativo a los Andes’, solo que esta vez el término se aplica al castellano hablado en una región andina específica, la del Altiplano peruano. Curiosamente, esta misma región sería deslindada de la variedad «andina propiamente dicha» en la más influyente caracterización posterior de Alberto Escobar (1978), en la que ya encontraremos una definición técnica del término. En efecto, Escobar propone que el castellano andino debe entenderse como una variedad materna, distinta del «interlecto», aquel conjunto de hablas caracterizadas por la influencia directa de los sistemas quechuas y aimaras en el aprendizaje del castellano como segunda lengua. Mientras que el interlecto es una variedad transicional e inestable, ya que sus hablantes «se encuentran en proceso de apropiación del castellano» (p. 30), el castellano andino se define, más bien, como una variedad materna que presenta rasgos fijos transmitidos de generación en generación. Estos rasgos son principalmente fonológicos y entre ellos resulta capital la conservación de la antigua oposición fonológica entre /ʝ/ y /ʎ/, que permite diferenciar dos tipos de castellano: el andino del ribereño o no andino, que integra a las variedades amazónica y costeña tanto del norte como del centro. Además de esta característica, el autor toma en cuenta, para distinguir ambos conjuntos dialectales, la realización de la sibilante, el vocalismo, la articulación de /x/ y el predominio de la fricción o de la oclusión en la realización de /ʧ/. El propio Escobar reconoce que la zonificación se fundamenta en un conjunto de rasgos que son principalmente fonológicos (p. 37), aunque también presenta algunas características sintácticas, discursivas y léxicas de carácter complementario.
En un paso adicional hacia el conocimiento de la variación del castellano hablado en el territorio peruano, el tipo denominado «castellano andino» se divide, en la propuesta de Alberto Escobar (1978), en tres variedades: la andina «propiamente dicha», la «altiplánica» y la «del litoral y de los Andes occidentales sureños». Lingüísticamente, esta distinción toma en cuenta la asibilación de las vibrantes, cuya ausencia distingue al castellano del litoral y de los Andes occidentales sureños de los dos primeros conjuntos; el ensordecimiento parcial de las vocales, que distingue al segundo conjunto dialectal del castellano «andino propiamente dicho» y del «del litoral y de los Andes occidentales sureños»; y la realización de /x/, que es débil y no estridente en la última variedad, mientras que en las dos primeras es fuerte y estridente (p. 48). Desde el punto de vista geográfico, el «castellano andino propiamente dicho» se extiende «por los valles interandinos de norte a sur, incluyendo por razones migratorias Madre de Dios»; el «castellano altiplánico» corresponde al departamento de Puno; y el «del litoral y Andes occidentales sureños», al territorio moqueguano y tacneño (p. 57). De este modo, el tipo «castellano andino» —es decir, el conjunto que engloba a las tres variedades anteriormente definidas— corre por toda la cordillera de los Andes y sus valles aledaños y alcanza, además, los territorios de Madre de Dios y la costa de Moquegua y Tacna. Podemos ver, entonces, que la zonificación lingüística no coincide con la geográfica y, en este sentido, resulta claro el carácter técnico de la definición de «andino» en la propuesta de Escobar.
En cuanto al material en que se basa esta zonificación, Escobar señala lo siguiente:
Nuestras investigaciones para el castellano de los bilingües se basan en la recolección del material por entrevista libre y por la aplicación de cuestionarios a una muestra preestratificada, con la correspondiente validación estadística. En lo que toca al español materno, la recolección del corpus fue conducida por entrevista libre, in situ, y con selección de informantes múltiples y diversificados por criterios de edad, sexo, educación e ingresos (p. 30).
Así como no se detallan las características del muestreo y la validación estadística utilizados, tampoco se especifica cuáles fueron los puntos geográficos elegidos para el recojo de datos, lo que lleva a suponer que este se hizo en diferentes localidades de todos los departamentos incluidos en la zonificación final. Sin embargo, al revisar los datos léxicos, sintácticos y discursivos que respaldan la distinción entre los dos grandes tipos, se observa que se atribuyen las expresiones ¿di? y ¿diga? al tipo 1 o ribereño, específicamente a la variedad de la costa norteña y central, tal como el uso de la palabra china ‘mujer joven, generalmente campesina’, a pesar de que ambos rasgos son altamente productivos en los Andes norperuanos (ver el capítulo 4 para ¿di? y ¿diga?; para china, Andrade & Rohner, 2014). Este hecho me lleva a pensar que, en la propuesta de Escobar, la recolección de datos no fue tan intensa y prolongada en los Andes norteños como lo fue en los sureños.
Tal como muestra la inclusión de Madre de Dios en el territorio del «castellano andino propiamente dicho», la propuesta de Escobar no es rígida en cuanto a la equivalencia entre territorio y lengua: lo andino dialectal desborda lo andino geográfico. En efecto, él era muy sensible a los cambios que se estaban produciendo en los hechos del lenguaje en el Perú como efecto de la migración. En una presentación preliminar de los resultados expuestos en Variaciones sociolingüísticas, menciona como una dificultad metodológica en la recolección de datos el hecho de que, al trabajar en las ciudades de la costa y los espacios urbanos con mayor densidad poblacional, «de tres informantes posibles por lo menos uno no era hablante nativo de español, y de cada cinco candidatos dos o tres no eran oriundos del lugar» (Escobar, A., 1975, p. 12). En este sentido, sería inapropiado restringir la propuesta de este autor al eje regional; sin embargo, con los matices expuestos, sí se puede afirmar que existe un énfasis de este orden en su caracterización del castellano andino como entidad distinta del interlecto, pero que ello no le quita apertura a consideraciones sociales. No sucederá lo mismo en propuestas posteriores, que subrayarán el anclaje geográfico de esta variedad lingüística casi con la misma intensidad que su relación con las lenguas andinas mayores, el quechua y el aimara.
Por ejemplo, en una antología de textos de bilingües de los siglos XVI y XVII, Rivarola reacciona frente a propuestas generalizadoras que postulan una equivalencia entre los países andinos y el uso de esta variedad, y afirma:
Por «español (o castellano) andino» entiendo […] una variedad geográficamente más limitada, esto es, aquella vigente en las áreas propiamente andinas […], áreas en las cuales el español ha convivido secularmente, y en parte convive aún hoy, con los idiomas indígenas mayores, el quechua y el aimara (Rivarola, 2000, p. 13, cursivas mías).
En esta definición se observa una ligazón estrecha entre territorio andino y lenguas andinas mayores, conglomerado geográfico y lingüístico que constituiría la base de esta variedad de castellano. En la misma línea, el lingüista español Julio Calvo plantea el problema de la siguiente manera:
En el Perú se registran por lo menos tres dialectos diferentes del español: uno influenciado por las lenguas indígenas quechua y aimara, se habla en la sierra (español andino); otro, más general o menos marcado, se habla en la costa (español costeño). El prototipo del primero es Cuzco, Arequipa y su ámbito. El prototipo del segundo es Lima y el suyo. […] Un tercer dialecto, menos extendido en cuanto a hablantes (apenas un 10%), pero muy extendido geográficamente, es el español amazónico (Calvo, 2008, p. 189).
En la propuesta de Calvo se observa el mismo engarce territorio-lengua planteado por Rivarola (2000) como la base de la que surge y se desarrolla el castellano andino, espacio que, además, queda prototípicamente caracterizado como el correspondiente a Cuzco y Arequipa. Tributaria de la división del territorio peruano entre «tres regiones naturales» —zonificación que, con mayores matices, adopta Caravedo (1992a)—, esta postulación plantea una exagerada equivalencia entre los Andes sureños y la variedad andina. Una posición más matizada a este respecto es la que propone Cerrón-Palomino, para quien el castellano andino es un continuum de sistemas aproximativos respecto del castellano estándar, que se caracterizan por su uso amplio, no solo en comunidades rurales y urbanas de la sierra del Perú sino también en la costa, y que muestran una serie de influencias gramaticales de las lenguas andinas «mayores», el quechua y el aimara (Cerrón-Palomino, 2003 [1981], pp. 74-75). Esta propuesta se distingue de las dos anteriores en que, desde el punto de vista regional, deja un lugar para la existencia de esta variedad fuera del ámbito geográfico de los Andes, pero, desde el punto de vista lingüístico, comparte con ellas el énfasis en la influencia determinante del quechua y el aimara para su configuración.
El castellano andino como variedad social
Por lo menos desde el planteamiento de la categoría de interlecto por parte de Alberto Escobar (1975 y 1978), la reflexión sobre el castellano de los Andes adquirió una dimensión social y no solo regional. Dado que el interlecto englobaba, según Escobar, las hablas castellanas que eran resultado de la adquisición del castellano como segunda lengua por parte de hablantes maternos de quechua y aimara, y que la migración había llevado a muchos de estos hablantes fuera del territorio propiamente andino para asentarse en distintas ciudades de la costa y de la selva, era forzoso para él reconocer en esta entidad lingüística un «dialecto social difundido en todas las regiones del país» y no una variedad regional. Asimismo, como, por lo general, los hablantes del interlecto se ubican «en los estratos más deprimidos por la estructura social», Escobar concluía que este conjunto de hablas «viene a ser algo así como la primera y más amplia capa horizontal de la dialectología del castellano del Perú» (Escobar, A., 1978, p. 32). Identificaba, así, dos hechos sociales básicos en la caracterización de esta entidad lingüística: su extensión geográfica y su delimitación social.
Como hemos visto, el interlecto se define también como una variedad transicional e inestable, ya que sus hablantes «se encuentran en proceso de apropiación del castellano» y terminan avanzando hacia formas populares del castellano regional, o bien hacia soluciones cuasicriollas (Cerrón-Palomino, 2003 [1972], p. 28) similares a la «media lengua» descrita por Muysken (1979) para la sierra de Ecuador o incluso hacia «una suerte de semilingüismo» o competencia lingüística insatisfactoria en la segunda lengua (cf. n. 15). Por otra parte, dado que las soluciones a las que llegan los distintos hablantes son comunes, en gran parte normadas por el funcionamiento de una y otra lengua, Escobar concluye que estamos ante «un sistema complejo», en el que se entiende «sistema» como «mucho más que fruto del contraste» entre dos idiomas y como una entidad socialmente compartida. De estas reflexiones surge una suerte de contradicción en la descripción del interlecto, que termina definido a la vez por la transitoriedad y por la fijeza, así como por su estatus de fenómeno social y por el carácter individual de las soluciones lingüísticas que engloba. ¿Se trata de un sistema transitorio, pero de carácter social, compartido por un grupo mayoritario de hablantes, o estamos ante múltiples sistemas individuales en vías de transformación hacia distintos resultados y, por lo tanto, destinados a no encontrar un cauce común que permita englobarlos como una variedad lingüística? ¿Cuál es, pues, finalmente el estatus de esta entidad lingüística? Posteriormente, el concepto sería retomado y elaborado empíricamente por Anna María Escobar (1994) con el término de «español bilingüe», opuesto a su noción de español andino como variedad materna fruto del contacto lingüístico, oposición que desarrollaré posteriormente.
Existe otra dimensión social en la zonificación propuesta por Alberto Escobar. Se trata de la comprobación clave de que los tipos y variedades descritos en la subsección anterior pueden caracterizarse no solo en términos regionales, sino que, además, internamente, muestran una variación debida a la jerarquización social o lo que el autor denomina el «eje vertical». Para abordar este eje, utiliza las categorías de «acrolecto», «mesolecto» y «basilecto», desarrolladas por la investigación inicial sobre lenguas criollas, donde el acrolecto corresponde a las variedades de mayor prestigio, cercanas al estándar, mientras que el basilecto «se ubica entre los usos dialectales del extremo opuesto». Sin embargo, mientras que estos criterios se utilizan para distinguir usos sociales relativos a diferentes rasgos del «español ribereño», en lo que respecta al «español andino», los resultados son más escuetos y se restringen a dos fenómenos lingüísticos: en primer lugar, Escobar encuentra que las vibrantes muestran una variante asibilada generalizada en los diferentes estratos, pero su ensordecimiento y retroflexión ante pausa caracteriza al basilecto. En Arequipa, identifica una realización levemente africada con pérdida de sonoridad en el acrolecto, mientras que en el mesolecto la vibrante asiblidada «recupera toda su resonancia». En segundo término, para el castellano de los Andes norteños, identifica, para todas las capas sociales, un uso generalizado de /ʃ/ en la formación de hipocorísticos y gentilicios, como en Shanti < Santiago y shilico ‘natural de Celendín’ (Escobar, A., 1978, pp. 51-56).