Ecumenismo

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Paralelo a la publicación de esta obra, el Centro de Educación y Cultura Americana (CECA), una entidad privada dedicada a la investigación y extensión, ha publicado tres tomos de Historia del cristianismo en Chile y América. A diferencia de todas las obras reseñadas, esta historia tiene una pretensión decididamente ecuménica, incluyendo en su primer tomo dos artículos de síntesis sobre el protestantismo del siglo XIX25, un artículo sobre el rol de la Fraternidad Ecuménica de Chile en el segundo26 y un artículo sobre el rol del educador bautista Diego Thompson a comienzos del siglo XIX en el tercer tomo27. Sin embargo, a pesar de incluir artículos dedicados al protestantismo en Chile (reivindicación que no pretendo defender aquí), la Historia del cristianismo en Chile y América posee una falencia fundamental: una ausencia absoluta de criterio histórico a la hora de seleccionar los temas que se incluirían en cada tomo. Benjamín Silva, compilador del primer tomo, sostiene en la introducción que “en los futuros tomos invitamos a participar a quienes estudien el cristianismo en Chile y América desde las voces más polifónicas. Para nosotros este es un espacio abierto tanto para especialistas cercanos a tendencias confesionales, de las heterogéneas sensibilidades cristianas, como para estudios muy distantes y críticos del desarrollo histórico del cristianismo en tierras americanas”28. En este caso, la polifonía está lejos de ser armónica. Para poner un ejemplo: junto a los dos artículos sobre el protestantismo del siglo XIX, se incluyen trabajos acerca de la religiosidad en la literatura latinoamericana del siglo XX, el pensamiento sociopolítico de Manuel Larraín y un análisis de los hospitales de indios fundados por Vasco Vázquez de Quiroga en el México colonial. Los dos tomos restantes siguen exactamente la misma lógica.
La historia de la Iglesia y el Concilio Vaticano II
Es relevante preguntarse si “ha contribuido el Vaticano II a la renovación de la historia de la Iglesia que ya estaba en camino”29. Tras analizar las 63 veces en las que en los textos conciliares aparecen las palabras “historia” o “histórico”, Xeres concluye que, de manera específica, solo dos textos se refieren a la historia de la Iglesia en cuanto disciplina, ambos en el decreto Optatam totius sobre la formación sacerdotal. Sin embargo, más allá de estas menciones específicas, la apertura ecuménica operada en el Concilio —lo que Xeres llama “un panorama eclesial notablemente ampliado” y cuyos alcances y límites auténticos no me corresponde exponer aquí— podría haber operado una “recepción historiográfica” más profunda. Si bien algunos historiadores han señalado que el Vaticano II y las conferencias generales del episcopado latinoamericano “no han dejado indiferentes a quienes, sobre todo desde el seno mismo de la Iglesia, han emprendido la labor historiográfica”30, me parece que la orientación de la historiografía eclesiástica nacional es precisamente la opuesta.
Lo que ha ocurrido, según Xeres —la obra de Salinas e Historia del cristianismo en Chile y América dan cuenta perfectamente de ello— es que “un reflejo evidente del cambio del planteamiento de la historiografía eclesiástica es la preferencia, en los títulos de las obras y en los cursos universitarios, por la denominación “Historia del cristianismo” o “Historia religiosa” antes que “Historia de la Iglesia”. Por otra parte, esta preferencia terminológica podría también ser interpretada como una recepción solo superficial de la apertura conciliar desde el momento en que la misma ampliación de la idea de iglesia operada por el Vaticano II, superando la precedente reducción al elemento jerárquico y al inclusivismo católico, ha permitido indirectamente el desarrollo de una historia de la iglesia que comprenda también otros componentes eclesiales, así como elementos de iglesia presentes en las diversas confesiones cristianas”31. Xeres toca el punto esencial: algunos autores han optado por una historia del cristianismo que les permita no verse comprometidos con la tradicional visión jerárquica y exclusivista del catolicismo. Pero si el Vaticano II precisamente desplaza tales premisas, ¿por qué no considerar la escritura de una historia de la iglesia inclusiva con las tradiciones cristianas no católicas y abierta con rigurosidad académica a la polifonía y la diversidad?
La ampliación del concepto de iglesia operado en el Concilio Vaticano II puede tener un correlato historiográfico. La escritura de tal correlato implica, en primer lugar, una puesta al día de la discusión sobre las relaciones entre historia y teología. La persistencia de ciertos tópicos —“Chile y su Iglesia: una sola historia”— confirma el diagnóstico de Massimo Faggioli respecto a la situación actual de la historia de la Iglesia como disciplina académica.
Podría pensarse que la inclusión de capítulos sobre iglesias evangélicas, protestantes y ortodoxas, escritas por historiadores afines a cada una de estas tradiciones, atenuaría la fuerte identificación del concepto iglesia con su expresión hegemónica, el catolicismo. Sin embargo, la historia que aquí se propone pretende mirar ecuménicamente toda la historia de la iglesia en Chile (y así en otros países). Las consecuencias eclesiológicas de la intuición ecuménica del Vaticano II obligan a releer la historia con lentes renovados, capaces de estimular un relato que, al tiempo que inclusivo y abierto, no se escandalice frente a las rupturas y tensiones históricas entre las tradiciones cristianas en nuestro país y al interior de ellas32.
Notas:
1 Licenciado en Historia por la Universidad de Chile; Magíster en Pensamiento contemporáneo por la Universidad Diego Portales y candidato a doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
2 F. Araneda, Historia de la Iglesia en Chile, Paulinas, Santiago 1986.
3 M. Barrios, La iglesia en Chile: sinopsis histórica, Ediciones Pedagógicas Chilenas, Santiago 1987, 12.
4 M. Barrios, Chile y su iglesia: una sola historia, Editorial Salesiana, Santiago 1992, 9.
5 F. Aliaga, La iglesia en Chile. Contexto histórico, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago 1987, VII.
6 M. Salinas, Historia del pueblo de Dios en Chile. La evolución del cristianismo desde la perspectiva de los pobres, Cehila-CEDM, Santiago 1987, 9.
7 Para la revisión de las orientaciones teológicas e historiográficas de Cehila, véase Cehila, Para una historia de la iglesia en América Latina. Encuentro latinoamericano de Cehila. Quito, 1973, Nova Terra, Barcelona 1975.
8 Para un análisis histórico-teológico de la trayectoria de la Confraternidad Cristiana de Iglesias, véase M. Ossa, Iglesias evangélicas y derechos humanos en tiempos de dictadura. La Confraternidad Cristiana de Iglesias, 1981-1989, Fundación Konrad Adenauer-Centro Ecuménico Diego de Medellín, Santiago 1999.
9 M. Salinas, Historia del pueblo de Dios en Chile, 82.
10 Ibid., 121.
11 Ibid., 218.
12 Ibid., 240.
13 M. Matthei, “La Historia del pueblo de Dios en Chile como interpretación de nuestra historia eclesiástica”, en Teología y Vida, XXX (1989) 229.
14 Ibid.
15 Ibid.
16 Cf. M. Faggioli, “El Vaticano II entre la historia y las narrativas ideológicas”, en Id., La onda larga del Vaticano II. Por un nuevo posconcilio, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2017, 49-50.
17 M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo I. En los caminos de la conquista espiritual, Editorial Universitaria, Santiago 2009, 17.
18 Ibid., 18.
19 Ibid., 29.
20 D. Muñoz, “Iglesias protestantes en Chile y su inserción como actor social”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo IV. Una sociedad en cambio, Editorial Universitaria, Santiago 2014, 493-532; y “El Consejo de Pastores y la libertad religiosa en Chile”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo V. Conflictos y esperanzas. Remando mar adentro, Editorial Universitaria, Santiago 2017, 641-674.
21 E. García, “Educación católica”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III. Los nuevos caminos: la Iglesia y el Estado, Editorial Universitaria, Santiago 2011, 143-230, 157-159.
22 C. Salinas, “Relaciones Iglesia-Estado”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III, 272-275.
23 G. Guarda, “La Iglesia en Valdivia 1820-1925”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III, 405-427, 422-427.
24 M. Martinic, “Las misiones cristianas entre los aonikenk (1833-1921)”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III, 454-480, 456-464.
25 Cf. M. Concha, “La Iglesia y los protestantismos en el Chile decimonónico: una aproximación histórica (1845-1865)” y W. Pacheco, “Breve fisonomía del protestantismo en Chile durante el siglo XIX”, en B. Silva (compilador), Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo I, CECA y Universidad Católica del Maule, Valparaíso 2013, 99-118 y 133-154, respectivamente.
26 Cf. D. Muñoz, “Las oraciones ecuménicas por Chile y el rol de la Fraternidad Ecuménica de Chile, período 1970-2014”, en B. Silva y L. Vaccaro (compiladores), Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo II, CECA y Universidad Arturo Prat, Valparaíso 2014, 36-53.
27 Cf. D. Muñoz, “Diego Thompson y su aporte a la matriz educativa en Chile y América”, en B. Silva (compilador), Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo III, Litografía Garín, Valparaíso 2015, 105-125.
28 B. Silva, “Introducción”, en Id., Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo I, 7.
29 S. Xeres, “El aporte del Concilio Vaticano II a la renovación de la historia de la Iglesia”, en Anuario de Historia de la Iglesia 23 (2014) 219.
30 D. Barry - A. de la Taille, “La historia de la Iglesia en la historiografía chilena, 1965-2015 (I)”, en Anuario de Historia de la Iglesia 24 (2015) 143.
31 S. Xeres, “El aporte del Concilio Vaticano II a la renovación de la historia de la Iglesia”, 246.
32 A diferencia de la Iglesia católica nacional, el mundo evangélico-protestante ha tenido enormes dificultades para dotarse de una historia en la cual las distintas denominaciones se vean representadas. Han primado las historias denominacionales, escritas bajo un fuerte compromiso con la iglesia específica. Una notable excepción —aunque lamentablemente demasiado concisa— es J. Sepúlveda, De peregrinos a ciudadanos. Breve historia del cristianismo evangélico en Chile, Facultad Evangélica de Teología, Santiago 1999. Las diversas iglesias ortodoxas asentadas en Chile aún no han generado una historiografía eclesiástica propia.
Historia del ecumenismo en algunos países de América Latina

III
El camino del ecumenismo en la Argentina

Norberto Padilla1
El autor hace un recorrido por la historia del movimiento ecuménico en Argentina, centrándose en los esfuerzos realizados por la Iglesia católica desde la década de 1960 con la creación del Departamento de Ecumenismo del Celam hasta la institucionalización de los esfuerzos ecuménicos de las diversas iglesias de la Argentina. Presenta el desarrollo de las instituciones ecuménicas, las acciones y los esfuerzos de encuentro que se han realizado hasta la fecha, acentuando el ecumenismo práctico y el ecumenismo espiritual, que han configurado la dinámica del ecumenismo en Argentina.

Los comienzos
La historia del movimiento ecuménico en la Argentina comienza con el presbítero Jorge Mejía, biblista, que publicaba quincenalmente en la revista Criterio sus experiencias en el Concilio, en el cual participaba como perito. A partir de 1966, en la sección “Crónicas” ayudó a conocer, amar y hacer propio lo que el Espíritu decía a la Iglesia.
En octubre de 1966, la 10ª Asamblea Ordinaria del Celam resolvió crear un Departamento de Ecumenismo con sede en la Argentina y, al año siguiente, eligió presidente a mons. Antonio Quarracino, entonces obispo de Nueve de Julio, con Mejía como secretario ejecutivo. Otro biblista y profesor de la Facultad de Teología, el presbítero Luis Heriberto Rivas, fue designado para la relación con el judaísmo, en la que sigue siendo una figura de referencia. Fue particularmente fecunda esa etapa inicial del ahora Departamento de Comunión y Diálogo que, con avatares a lo largo del tiempo, presta apoyo a la labor ecuménica e interreligiosa en el continente. Merece recordarse la publicación del Documento de Malta de 1972 titulado El Evangelio y la Iglesia, el primero del diálogo teológico católico-luterano2.
La decisión del Celam determinó el mismo año 1967 que el arzobispo coadjutor de Buenos Aires mons. Juan Carlos Aramburu encargara a Mejía formar una comisión arquidiocesana de ecumenismo. Sacerdotes, religiosos y laicos fuimos convocados como signo de que la unidad de los cristianos es un compromiso de todo el Pueblo de Dios y no solamente de su jerarquía.
En la 24ª Asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), entre el 22 y el 27 de noviembre de 1971, se creó el Secretariado Nacional de Ecumenismo. Mons. Quarracino asumió como director, con Jorge Mejía, Osvaldo Santagada y José M. Arancibia, fray Martín de Elizalde OSB, y María Luisa Luna, a quienes bien podemos caracterizar como pioneros católicos del ecumenismo en la Argentina. En esa misma oportunidad mons. Quarracino tuvo el aval de la CEA como Observador ante la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, ya entonces uno de los primeros y más importantes interlocutores.
A poco de instalado el Secretariado, se incorporaron Norberto Padilla, Angélica Arias y Orfilia Bedacarratz CDM, quien tomó los primeros contactos con los bautistas. Desde el año 2003 el nombre ha sido Comisión Episcopal de Ecumenismo, Relaciones con el Judaísmo, el Islam y las Religiones (Ceerjir) y está integrada por cuatro obispos con un secretario ejecutivo, una secretaria adjunta y un perito3. En una primera etapa, era más bien un ecumenismo de las jerarquías, en que el rico intercambio de personas e instituciones hacía crecer la confianza y el espíritu fraterno. Surgieron iniciativas de diálogo ecuménico, y al mismo tiempo una tarea ad intra de difusión y formación. Tuvo decisivo impacto la Encíclica Ut unum sint (1995), ya que la palabra papal, y la visita del cardenal Edward Cassidy, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, dieron renovada fuerza a la tarea.
Centralidad del ecumenismo espiritual
Un eje central de la labor del Secretariado era la oración por la unidad de los cristianos. Año tras año se preparaba en conjunto la Semana de Oración, trasladada en la Argentina entre pentecostés y la Santísima Trinidad. Cabe consignar que el material sobre la Semana de 1979 fue encargado al Secretariado de Ecumenismo argentino por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el Consejo Mundial de Iglesias, que constituyó un grupo con otros referentes cristianos, el cual eligió el lema: “Estad al servicio los unos de los otros para gloria de Dios (1 Pe 4, 7-11)”4.
Como parte de ese gran “monasterio invisible” de que hablaron los precursores del ecumenismo, la Abadía Trapense de Nuestra Señora de los Ángeles y el Monasterio Madre de Cristo de religiosas trapenses en la provincia de Buenos Aires se constituyeron en centros anuales de celebración y diálogo entre católicos y evangélicos de la zona e invitados especiales de las diversas confesiones. El Secretariado encaró dos aspectos íntimamente vinculados entre sí, la relación ad extra con los hermanos separados (como se decía entonces) y ad intra para crear conciencia entre los católicos sobre la necesidad de la oración, la formación catequística y de divulgación e iniciativas de cooperación ecuménicas5.
En 1978, mons. Quarracino fue elegido secretario general del Celam, reemplazándolo mons. Mario José Serra, obispo auxiliar de Buenos Aires. De gran bondad, afectuoso, sencillo y cercano en el trato, asumió con gran dedicación la tarea dejada por su predecesor6. Los colaboradores fueron confirmados, Elizalde pasó a ser consultor. Además de los antes nombrados, debemos destacar las sucesivas designaciones del presbítero Juan Carlos Leardi, Andrés Baqué MIC y de Remigio Paramio OSA. Las revistas Criterio y Actualidad Pastoral, dirigidas, respectivamente, por Jorge Mejía y mons. Vicente Vetrano, acogían en sus páginas artículos de figuras relevantes en la materia, así como crónicas y noticias sobre el ecumenismo en la Argentina.
Los llamados años de plomo que vivió la Argentina, en particular durante el régimen militar entre 1976 y 1983, no tuvieron repercusión visible en este nivel de la relación, aunque hubo deseos del lado evangélico de que la Iglesia católica adoptara algo similar a la Vicaría de la Solidaridad chilena. Pero primó el temor a manipulaciones de grupos comprometidos con la violencia y la convicción de que las tratativas discretas y directas con autoridades y jefes militares daban mejor resultado que la confrontación pública. Las iglesias históricas conformaron el Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos (MEDH) en el que participaron, a título personal, los obispos Jaime María de Nevares y Jorge Novak. La actuación de la Iglesia católica en ese período excede las posibilidades específicas de este trabajo. Con motivo del conflicto de Malvinas, en 1982, mons. Serra, el obispo anglicano Richard Stanley Cutts y el metodista Federico Pagura expresaron en conjunto su anhelo de que los dos países desechasen toda acción bélica, asegurando que sus iglesias “orarán y trabajarán sin descanso… por una solución pacífica, justa y permanente del litigio”7. El Gobierno, pese a las gestiones de los antes nombrados, no permitió la visita de una delegación del Consejo Británico de Iglesias. El sábado 12 de junio, el papa Juan Pablo II quiso viajar a la Argentina debido a la visita dos semanas antes a Gran Bretaña, prevista antes del conflicto austral. El papa, entre los diversos actos, celebró misa en el parque de Palermo, a la que fueron invitados y presentados al Pontífice los miembros de las iglesias no católicas.
Diálogo y encuentro
En cuanto a la actividad ad extra, el diálogo fue dándose de ambas partes, lo que no era siempre comprendido ni en algunos medios católicos centrados en el avance de las sectas, como tampoco en grupos evangélicos. En lo positivo, en 1973, el encuentro sobre “Eucaristía y Matrimonio”; en 1976, sobre “El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia” y en 1978, con ortodoxos sobre la unificación de la fecha de pascua8. En 1981, el Patriarcado de Moscú invitó a mons. Mario J. Serra y a integrantes del Secretariado a una peregrinación y privilegiada inmersión en la vida y espiritualidad de la Iglesia ortodoxa Rusa en la entonces Unión Soviética9. Cuando en 1983 la Comisión Mixta Luterano-Católica, publicó el documento Martín Lutero, testigo de Jesucristo, a los 500 años de su nacimiento, tuvo difusión y repercusión en la Argentina. Un obispo argentino, disconforme con el documento, planteó a la Congregación para la Doctrina de la Fe un cuestionamiento (dubium) sobre el contenido.
Entre el 28 de julio y el 12 de agosto de 1985, tuvo lugar en Buenos Aires la reunión del Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias. La preparación local acercó a ortodoxos y evangélicos que, hasta entonces, no habían tenido actuación en común más allá de las celebraciones de la Semana de Oración por la Unidad y la vinculación a través de la parte católica. El Pontificio Consejo designó al Subsecretario mons. Basil Meeking10 y a Norberto Padilla. En muchos momentos, representantes de las iglesias evangélicas tuvieron palabras críticas sobre la postura de la Iglesia católica durante la dictadura militar, así como respecto a las sanciones a Leonardo Boff, lo que obligó a mons. Meeking a pedir, de manera firme pero cordial, que se respetara la autonomía de la Iglesia católica. El Documento de Lima Bautismo, Eucaristía, Ministerio (BEM), que la revista Criterio publicó íntegramente, suscitó reuniones conjuntas de estudio y respuestas de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina y del Isedet (Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos de Argentina).
El diálogo luterano-católico
En todo este tiempo hubo fructuosas reuniones entre miembros del Secretariado, de la Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU) y de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP), originalmente la iglesia de la colectividad alemana. A raíz de la promulgación del Código de Derecho Canónico en 1983, se trataron en conjunto los cánones sobre matrimonios mixtos, entre ellos, los referidos a la dispensa de forma. El intercambio se reflejó en la Guía de la CEA para la preparación del expediente matrimonial. En 1984, se formó una comisión inicialmente titulada “antepreparatoria” para el diálogo, repitiendo la experiencia de la Federación Luterana Mundial (FLM) y la Santa Sede. Aunque el Bautismo en nombre de la Trinidad y con agua era reconocido como válido, había que decirlo juntos y fundamentarlo. En 1987, la Comisión para el diálogo católico-luterano en la Argentina elevó a las autoridades de sus respectivas confesiones un proyecto de Declaración Conjunta de Reconocimiento Mutuo del Sacramento del Bautismo. Los firmantes fueron los pastores David J. Calvo, Augusto Fernández Arlt y Ricardo Pietrantonio11; el presbítero Juan Carlos Maccarone, decano de la Facultad de Teología, el presbítero Osvaldo Santagada, Remigio Paramio OSA y Norberto Padilla. Aprobada por las máximas autoridades católicas de la CEA, de la IELU y de la IERP, la Declaración se firmó en un acto de oración el 30 de marzo de 1990, quedando como uno de los pocos documentos de naturaleza doctrinal ecuménica en América Latina. Posteriormente, la Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA) adhirió a la Declaración, pero debe lamentarse que otras denominaciones en el país no lo hayan hecho también.
El siguiente tema fue el de la eucaristía, plasmado en otro documento del 15 de marzo de 1993, con importante trabajo de mons. Santagada en la redacción, como había ocurrido en el documento de Bautismo. Fue aprobado por la Comisión de Fe y Cultura de la CEA y las otras dos iglesias participantes con el alcance de instrumento útil para proseguir el diálogo doctrinal12. Durante un tiempo más las reuniones prosiguieron, pero pronto llegaron a su término. Fui el único laico y, para más, no teólogo, y puedo dar fe de la experiencia fascinante y de honda huella espiritual de ese intercambio realmente ejemplar de diálogo ecuménico, cristiano y humano.
Un hecho memorable, al menos para quienes tomamos parte, fue la visita del Presidente de la FLM, obispo Christian Krause, mientras se llevaba a cabo el proceso de aceptación, por las autoridades católicas y luteranas, de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación firmada en 1999. El obispo Krause fue recibido por la cúpula del Episcopado, el 20 de abril de 1998, a cuyo frente estaba mons. Estanislao Karlic, y los integrantes de la Comisión Episcopal de Ecumenismo y colaboradores. El vicepresidente, mons. Jorge Bergoglio, había asistido a la santa cena, en la sede de la IELU, presidida por el obispo Krause con motivo de la celebración de su sínodo y de sus 50 años como iglesia nacional. Fue, como escribí en la revista Criterio, una hora por reloj de intensa comunión: “La reunión fue de verdadero diálogo y de encuentro fraterno, lejos del simple protocolo” —dije en mi crónica— “el compromiso ecuménico que nuestro Episcopado ha asumido en los últimos tiempos con decisión”13.
Juan Pablo II en la Argentina
La segunda y extensa visita pastoral de San Juan Pablo II tuvo como característica en la Argentina, con relación a Chile y Uruguay, incluidos en el viaje papal, tres reuniones en la Nunciatura Apostólica: con miembros de las comunidades musulmana y judía y la última, el Domingo de Ramos de 1987, con los cristianos no católicos14. En algunas de las declaraciones evangélicas de los días precedentes se echaba de menos la posibilidad de un diálogo más extenso con el Pontífice, temiéndose una reunión meramente protocolar. Llegó el 12 de abril, y antes de la misa de Ramos tuvo lugar el encuentro en el que las dificultades quedaron atrás. El papa aludió a “todos los esfuerzos que se llevan a cabo —también en la Argentina— en el campo del diálogo teológico, de la colaboración en tantas facetas de la vida eclesial, del testimonio común en lo que ya estamos unidos y, sobre todo, nuestra confiada plegaria”15. Luego saludó a uno por uno y antes de partir se detuvo a escuchar un canto litúrgico entonado por el arzobispo ortodoxo del Patriarcado de Antioquía. Un párrafo de la declaración del Consejo Consultivo de Iglesias Evangélicas entregada al papa pidió una relación más fluida de diálogo y consulta mutua entre nuestras iglesias y la CEA, sobre todo cuando se trata de problemas importantes para el país16.





