La cuestión del estado en el pensamiento social crítico latinoamericano

- -
- 100%
- +
En la medida que la ecuación social depende de la historia de cada Estado, los márgenes de variabilidad se reducen. En ese sentido es que Zavaleta nos habla de la “predestinación relativa de las unidades sociales” (2015a, p. 340), lo que se refiere a los momentos constitutivos del Estado. Momento constitutivo es, por su parte, el origen del Estado, el momento de su formación, pero también es cada período de crisis y reestructuración, “en la sucesión de sus momentos constitutivos, hablamos más bien de reestructuraciones de este fondo histórico que de un único y definitivo momento constitutivo” (Zavaleta Mercado, 2015a, p. 353). En esos momentos se define y redefine la ecuación social.
Una dimensión central de esos momentos constitutivos es el concepto de disponibilidad. Zavaleta Mercado lo refiere en un doble sentido. En primer lugar, disponibilidad de las masas: las crisis, las grandes catástrofes, vuelven a las masas disponibles para transformaciones profundas en sus creencias y prácticas; es un momento de “gratuidad hegemónica”, nos dice Zavaleta Mercado (2015a, p. 340). La acumulación originaria que produce “personas libres” al destruir los lazos con la tierra y la comunidad es por excelencia un momento de ese tipo; pero los procesos de industrialización acelerada y deformada desde los años treinta en varios países latinoamericanos también lo son. En segundo lugar, la disponibilidad de excedente y, como su contrapartida, la capacidad de captación de ese excedente por el Estado en formación o en proceso de reestructuración. Ambos modos de la disponibilidad —como condición de la constitución del Estado y, por lo tanto, de la producción de la separación Estado - sociedad civil— nos reconducen a las dos determinaciones de la autonomía de lo político: separación ilusoria y conformación de un aparato eficaz.
De modo que el problema de la homogeneidad es, en definitiva, el problema de los modos de totalización social como concretos históricos. La reproducción del capital exige totalización, pero no la supone como dada. Puede, de hecho, oponerse a la perspectiva de Lechner la siguiente afirmación de Zavaleta: “el requisito del estado es la producción de materia estatal, o sea de sustancia social, en la medida en que ella produce resultados de poder” (2015a, p. 327). Dicho de otro modo, el Estado no encuentra su sustancia social en el desarrollo del mercado, es el estado el que produce materia estatal y ello depende de sus momentos constitutivos y de la ecuación social resultante. Algo similar sucede con el problema de la subsunción real; no puede considerarse como un requisito de la estructura económica que determina, en los términos de Cueva, “la coherencia orgánica del estado”: “Si ella, la subsunción real, no se transforma en un prejuicio de las masas, no se puede decir que haya ocurrido la reforma intelectual, o sea el antropocentrismo, la calculabilidad, el advenimiento del racionalismo, en fin, todo lo que configura el modo de producción capitalista como una civilización laica” (p. 337).
En un trabajo anterior, La cuestión nacional en América Latina, aclara mucho mejor esta tesis:
Pero el que la implantación del modo de producción capitalista se dé sobre una base nacional o el grado en que construya o no una base nacional, la medida en que se convierta en efecto la subsunción de la ciencia a la producción en actitudes de la masa, todo eso nos habla de un nivel u otro de desarrollo del capitalismo. Por eso, la nación, por cuanto implica cierto grado de homogeneidad entre ciertos elementos decisivos que concurren al régimen productivo, es por sí misma una fuerza productiva (Zavaleta Mercado, 2015d, p. 359).
Si el desarrollo capitalista, como nos dice Zavaleta Mercado, produce heterogeneidad estructural, dispersión de sus elementos, el problema debe reformularse de este modo: ¿Cómo explicar las dificultades para la unificación, nacionalización o totalización social de las sociedades latinoamericanas en comparación con los países centrales, al menos hasta los años sesenta y setenta? Pueden proponerse diferentes respuestas a esa pregunta. Una posibilidad es rechazar cualquier determinación de los procesos de acumulación y crisis. En una mirada de ese tipo las sociedades modernas son sociedades heterogéneas y el problema es la articulación política de la totalidad social. Pero, entonces, la explicación de las crisis recurrentes de los Estados latinoamericanos caería por completo en el terreno de la contingencia histórica. Zavaleta no da ese paso, aunque todo su razonamiento parece conducir allí, debido a que se sigue moviendo en la oposición abstracta heterogeneidad/homogeneidad. Cueva y Lechner oponían estructuras centrales homogéneas y estructuras periféricas heterogéneas. Zavaleta opone la heterogeneidad de la “base económica” a la homogeneidad como nacionalización o totalización políticas. Aquí trataremos de fundamentar la hipótesis de que lo que diferencia al caso latinoamericano es la modalidad de heterogeneidad estructural. Dicha modalidad determina una dinámica de los procesos de acumulación y crisis que limita/condiciona la estabilización de la dominación política y, por lo tanto, los procesos de separación Estado - sociedad civil. Para ello, como señalamos en la introducción, nos referiremos al caso argentino desde los años cincuenta.
El caso argentino resulta relevante porque, a pesar de su carácter excepcional, registra las mismas tendencias a la crisis de la dominación y del Estado que el resto de los países latinoamericanos. Por lo tanto, la identificación de ciertos mecanismos básicos que permitan vincular heterogeneidad estructural y crisis del Estado en el caso argentino puede dar la clave para entender lo que ocurre en las otras formaciones sociales latinoamericanas. Se trata del procedimiento opuesto al de Cueva: partir de la excepción para entender la regla.
Pero antes de emprender ese análisis necesitamos realizar algunas aclaraciones conceptuales. En primer lugar, sobre el problema de la separación entre Estado y acumulación y su relación con los modos de dominación política; y, en segundo lugar, sobre la relación —solo indicada por Lechner y comprendida como mera yuxtaposición por Cueva— entre la internacionalización del capital y la especificidad de la fractura estructural de las sociedades latinoamericanas. Para ello será fundamental un viejo concepto creado por Trotsky con propósitos explicativos similares a los nuestros, el de desarrollo desigual y combinado.
Aclaraciones conceptuales
Sobre Estado, acumulación y dominación política
La hipótesis propuesta pone en el centro de la indagación la relación Entre estado y acumulación de capital. Y el planteamiento conceptual de Zavaleta Mercado, del cual partimos para formular la pregunta, lejos de cualquier derivación posmarxista —como la que podría desarrollarse partiendo del tópico de la totalización contingente de la sociedad—, presenta similitudes notables con el enfoque de Joachim Hirsch.
Como señalamos en otro lugar, Hirsch inserta “la relación entre Estado y acumulación en la problemática de la producción de la separación entre economía y política (Hirsch, 1996, 2017). Desde una perspectiva tal, la separación entre Estado y acumulación es una condición necesaria para la reproducción del capital pero que debe ser ella misma (re)producida. Por lo tanto, su particularización como momentos diferenciados de la reproducción de la relación de capital es problematizada y no presupuesta. Ello implica que las preguntas por las características de la acumulación y por la relación que guardan con la dominación política se inscriben en una perspectiva de totalidad y adquieren su significado en el marco de los diferentes modos históricos de producción de la separación entre economía y política. Es por ello que para Joachim Hirsch la noción de “modo de acumulación” solo es adecuadamente comprendida a través de su relación con la de “estructura hegemónica” (Hirsch, 1996). Para Hirsch la objetividad del proceso de acumulación no es otra cosa que el producto del carácter fetichista de las relaciones capitalistas, pero la tendencia a la crisis inherente a la acumulación de capital es el resultado y el terreno de la acción de individuos, grupos y clases. En ese terreno tales acciones pueden ser significadas —por el observador— como estrategias. El proceso entero se presenta —y se impone— a los individuos como un “proceso sin sujeto”, “pero su movimiento no es sino el despliegue de relaciones antagónicas, aunque mayormente inconscientes, que puede derivar o no en su configuración como enfrentamiento abierto entre clases” (Piva, 2017, p. 21).
Desde una perspectiva como la aquí adoptada, entonces, la producción de la separación entre Estado y acumulación es un modo siempre histórico, por lo tanto nunca asegurado y con características específicas, de reproducir la dominación del capital sobre el trabajo, de impedir que ese movimiento contradictorio y tendiente a la crisis se transforme en enfrentamiento de clases. Se desarrolla por medio del establecimiento, por un lado, de modos determinados de funcionamiento de la competencia —medio específico de coacción sobre el trabajo y los capitales individuales— y de organización del despotismo patronal en el lugar de trabajo. En una sociedad fundada en el trabajo asalariado, ello requiere la preservación de la producción y de la circulación como espacio “económico” autónomo. Su contrapartida es, por otro lado, la configuración de una forma de Estado que articule la dominación política y que centralice el monopolio de la violencia sobre un territorio.
Asumir que ese proceso de separación no está asegurado y que su articulación da cuenta tanto de las características como de los límites de la subordinación del trabajo en un tiempo y espacio determinados, implica excluir, a su vez, toda presunción de correspondencia entre Estado y acumulación. La cuestión de esa adecuación entre Estado y acumulación y de los modos de alcanzarla es para Hirsch un aspecto central de la construcción de una hegemonía.
Lo dicho implica que no existen espacios preconstituidos de la acumulación y del Estado. La subordinación del trabajo en su forma asalariada exige la (re)producción de la separación Estado-acumulación, y es a través de ella que esos espacios se constituyen. Una concepción de este tipo, lejos de arrojarnos fuera del marxismo, nos permite retornar a —y proseguir desde— la crítica (inconclusa) de Marx a las nociones fetichizadas del Estado y de la economía. Las aporías de los análisis “economicistas” o “politicistas”, como los que han dominado los debates sobre modo de acumulación y dominación política en Argentina y en gran medida en América Latina (Kejsefman, 2020), tienen su origen en aceptar como dada esa separación. El problema de la dominación política, tal como aquí la consideramos, se sitúa en ese marco, en el de los modos históricos de producción de la separación Estado-acumulación.
Existe, sin embargo, una diferencia entre el enfoque aquí propuesto y los de Hirsch y Zavaleta Mercado., si bien todos apuntan al concepto de hegemonía como un mediador entre Estado y sociedad en cualquier época del capitalismo, algo que comparten con Poulantzas (1986a, 1986b, 2005). Desde esa perspectiva, toda crisis de dominación es vista como crisis de hegemonía y, si bien la relación de correspondencia entre economía y política no está asegurada, toda relación de correspondencia supone hegemonía. Frente a este tipo de planteamientos hemos propuesto un concepto de hegemonía como “forma histórica de la lucha de clases” (Piva, 2009); dicho concepto intenta,
en primer lugar, recuperar su carácter histórico, es decir, como categoría producida para explicar el desenvolvimiento de la lucha de clases en determinados espacios y períodos históricos […]. En segundo lugar, busca señalar la estrecha relación del concepto de hegemonía con el de acumulación de capital y, por lo tanto, el nexo entre crisis orgánica y potencialidad hegemónica de las clases subalternas. La potencialidad hegemónica de la burguesía depende de la capacidad de presentar su propia expansión como expansión del “conjunto de las energías nacionales (Gramsci, 1998). Es decir, de presentar las condiciones de su reproducción particular como condiciones de la reproducción del conjunto social. Existe, por lo tanto, un vínculo entre la capacidad hegemónica de la clase dominante y la reproducción ampliada del capital. En tanto la reproducción ampliada de la relación de capital es, al mismo tiempo, “reproducción ampliada” del conjunto de las relaciones entre las clases y fracciones de clase, es condición de posibilidad de la universalización de los intereses de la clase dominante (Piva, 2009, p. 111).
Esto depende, sin embargo, de determinadas condiciones de la acumulación que permitan compatibilizar la reproducción ampliada del capital con la satisfacción de demandas y el otorgamiento de concesiones a la clase obrera. En su teorización por Gramsci, ello habría ocurrido con el pasaje a la gran industria y a la fase imperialista. En tercer lugar, y aquí se vuelve a coincidir con los razonamientos de Hirsch y Zavaleta, el concepto propuesto postula un vínculo indisociable entre hegemonía y Estado. La potencialidad hegemónica del conjunto de la clase capitalista y de sus diversas fracciones solo se realiza en “formas de Estado” determinadas. Por lo tanto, “en el núcleo de la construcción de una hegemonía se halla la estabilización de mecanismos de internalización de la contradicción capital/trabajo mediante la captura estatal de los procesos de lucha, su internalización en mecanismos rutinizados que permitan traducir el antagonismo obrero en una lógica reformista de otorgamiento de concesiones” (Piva, 2012a, p. 46). En este sentido, se propone “hegemonía” como una categoría de mediación entre la “forma-Estado”, como forma potencialmente inscrita en el concepto de capital, y su actualización en “formas de Estado” histórico-concretas.
Pero la dominación hegemónica supuso, además, como condición de su desarrollo, ciertos grados de autonomía de los Estados nación para regular la acumulación de capital. Dicho de otro modo, la constitución del espacio nacional de valor como espacio dominante de la producción y realización de valor posibilitó el desarrollo de estrategias de construcción/reproducción de la dominación política basadas en la incorporación política de la clase obrera. El proceso de internacionalización del capital desarrollado desde los años setenta —a diferencia de las fases anteriores de la internacionalización de capital desde fines del siglo XIX—erosionó los fundamentos de la dominación hegemónica: debilitó la capacidad de los Estados nación para regular la acumulación e indujo su transformación en Estados nacionales en competencia por la territorialización de capital productivo (Hirsch, 1996). Ello, a su vez, impulsó la conversión de segmentos enteros de las actividades económicas nacionales en fases de procesos de producción y realización de valor internacionalizados y, consecuentemente, la heterogeneización de las estructuras productivas nacionales, incluidas las del centro capitalista, tema sobre el que volveremos más adelante. La pregunta que surge, entonces, es si no nos encontramos frente a una crisis de la hegemonía como modo histórico de la dominación de clase y a la construcción de modos poshegemónicos de dominación política (Piva, 2020a). Sostendremos la hipótesis de que el neoliberalismo supone un primer modo poshegemónico de dominación y que su crisis plantea formas posneoliberales pero igualmente poshegemónicas.
Sobre desarrollo desigual y combinado, heterogeneidad estructural y dependencia
El concepto de “desarrollo desigual y combinado” fue originalmente planteado por Trotsky (2007) para dar cuenta de las particularidades del desarrollo capitalista ruso y del proceso revolucionario de 1917. A través de este concepto, Trotsky rompe con la noción de fases necesarias de desarrollo capitalista y articula una explicación del carácter específico del Estado zarista y del modo de dominación política en la Rusia prerrevolucionaria. Sin embargo, no lo hace recurriendo a un modelo de explicación nacional centrado, sino a partir de un análisis del desarrollo capitalista como fenómeno mundial. Sin duda, Trotsky nos dejó un buen punto de partida, aunque faltan en su planteamiento la precisión de los conceptos desarrollados y los mecanismos causales que conecten los fenómenos analizados.
La imprecisión del concepto y, al mismo tiempo, su potencia para dar cuenta de una variedad de fenómenos provocaron que fuera interpretado y desarrollado de formas diversas. Fue expuesto como ley general por Novack (1977) y desarrollado para dar cuenta de la dinámica del capitalismo de posguerra (Mandel, 1979). También ha sido retomado en múltiples análisis del desarrollo capitalista en América Latina (Vitale, 1992; Nun, 1969; Quijano, 2014). Más recientemente, Rosenberg (2006) y Callinicos (2007) lo utilizaron y desarrollaron para construir un enfoque marxista de la dimensión geopolítica en las relaciones internacionales. Su conceptualización por Rosenberg como una abstracción general que daría cuenta de la multiplicidad e interactividad como dimensiones transhistóricas del desarrollo de las sociedades reavivó el debate sobre el nivel de abstracción y el alcance histórico del concepto (Callinicos y Rosenberg, 2008; Anievas, 2009; Davidson, 2009). Con un interés más cercano al nuestro, Morton (2010) articuló los conceptos de desarrollo desigual y combinado y revolución pasiva para explicar los procesos de transición al capitalismo y formación del Estado en México en el período abierto por la Revolución mexicana. Reviste especial interés su definición del período de formación de los Estados latinoamericanos desde fines del siglo XIX como de desarrollo desigual y combinado y revolución pasiva del capital a nivel mundial. En línea con las propuestas de Mandel (1979), Lowy (1997) y Davidson (2009), aquí consideraremos el desarrollo desigual y combinado como proceso específico de la expansión mundial del capital en su fase imperialista.
Comencemos por la definición de Trotsky. La ley del desarrollo desigual es, según él, “la ley más general del proceso histórico” (Trotsky, 2007, p. 31). Y
De esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura se sigue otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas (p. 31).
De esta cita surgen varios problemas e interrogantes; aquí nos concentraremos en cuatro. Primero, el alcance histórico de la ley de desarrollo combinado. En la medida que “se deriva” de la ley de desarrollo desigual, podría ser universal, igual que aquella. Pero el contexto parece referir a los “países atrasados”, interpretación que resulta fortalecida por una referencia posterior: “La solución de los problemas que incumben a una clase por obra de otra, es una de las combinaciones a que aludíamos, propias de los países atrasados” (Trotsky, 2007, p. 33). Esta cita liga de un modo bastante claro desarrollo combinado, atraso y revolución permanente, de manera que se invita a pensarlo como un producto de la expansión imperialista desde fines del siglo XIX. A este conjunto de determinaciones, para reforzar tal hipótesis interpretativa, se suma la gran industria:
Pero donde se revela de un modo más indiscutible la ley del desarrollo combinado es en la historia y el carácter de la industria rusa. […] Si la evolución económica general de Rusia saltó sobre los períodos del artesanado gremial y de la manufactura, algunas ramas de su industria pasaron por alto toda una serie de etapas técnico-industriales que en occidente llenaron varias décadas (Trotsky, 2007, p. 33).
En una interpretación como esta, el desarrollo combinado ruso debe ubicarse temporalmente desde la reforma campesina de 1861 (Trotsky, 2007, p. 33), como parte de un proceso de expansión y formación de un mercado mundial capitalista que culminaría con el pasaje a la fase imperialista, período al que pertenecen también las unificaciones italiana y alemana así como la formación de la mayoría de los Estados latinoamericanos. Todo el desarrollo anterior, que reconstruye en pocos párrafos la historia de Rusia desde el siglo XVI, sería la historia de su atraso —base del desarrollo combinado posterior—, solo significable como tal a luz del desarrollo desigual del capitalismo europeo. Si bien esta es la interpretación que seguimos, no es posible ignorar que la imprecisión del texto impide determinar claramente los límites del desarrollo desigual y del combinado. No es propósito de esta breve discusión realizar una exégesis del texto de Trotsky, sino definir un concepto que permita entender el vínculo entre la expansión capitalista y la especificidad de la heterogeneidad estructural en América Latina.
El segundo interrogante suscitado por la definición de Trotsky de desarrollo combinado es precisamente el significado del término combinado. Apelar para su definición a términos como “aproximación”, “confusión” y “amalgama” no nos da más que intuiciones. Pero la acumulación de términos y el contexto de su inserción permiten asociarla con conceptos como el de “efecto de fusión” (Germani, 1977), pensado para representar realidades sociales caracterizadas por la coexistencia de “lo tradicional” y “lo moderno”, o la apelación de Durkheim al término combinación para dar cuenta de la constitución de una realidad sui generis, la sociedad, no reducible a los individuos —de cuya combinación surge— y con una naturaleza y leyes propias (Durkheim, 1963). Es decir, el desarrollo combinado daría lugar a una realidad sui generis, caracterizada por una dinámica específica, no reducible a la suma de sus elementos —las fases del desarrollo— ni representable como producto de relaciones o interacciones entre fenómenos exteriores entre sí, como a las que refiere el concepto estructuralista de articulación de modos de producción.
Un tercer interrogante tiene que ver con los elementos de la combinación. Una serie de autores (Morton, 2010; Anievas, 2009) consideran que el desarrollo combinado en efecto combina modos de producción. Sin embargo, Trotsky no se refiere a modos de producción si no a fases de desarrollo. Y la diferencia es importante porque Trotsky trata, no indistintamente, pero sí como casos de combinación, la coexistencia de formas de explotación diversas: agricultura feudal - industria capitalista, de distintas fases del desarrollo del proceso capitalista de trabajo: manufactura - gran industria y de distintas fases técnicas de la gran industria.1
Por último, la ruptura con una concepción evolucionista del desarrollo parece chocar con la idea de combinación de fases y con la persistencia de términos como “avanzado” y “atrasado” o “arcaico” y “moderno”, para dar cuenta de los elementos de la combinación. Sin embargo, la articulación de la ley del desarrollo desigual y la ley del desarrollo combinado permite aproximar una hipótesis interpretativa de suma utilidad para pensar la modalidad de heterogeneidad estructural que produce el desarrollo desigual y combinado. Aquí la dimensión central y que permite conectar ambas leyes es la de competencia. Algo que destaca Anievas (2009) pero que aplica indistintamente al desarrollo desigual y al combinado. Existe, sin embargo, una importante diferencia. El desarrollo desigual instituye la diferenciación entre atraso y desarrollo, debido al papel que cumple en la competencia la productividad del trabajo. El mayor desarrollo de las fuerzas productivas significa mayor poder en la lucha entre capitales y en la lucha entre Estados. Es bajo la presión de ese “látigo” que los países “atrasados” son impulsados a asimilar los avances de los más “desarrollados”. Pero, más allá de ciertos grados de desarrollo de las fuerzas productivas, las diferencias de productividad se vuelven cualitativas. Ese es el punto del pasaje de la simple desigualdad a la combinación: el capital extranjero lleva a la Rusia predominantemente agrícola la gran industria y con ello introduce una fractura, un verdadero cisma, en la formación social rusa, que produce una dinámica nueva, original. No se trata, sin embargo, de un fenómeno local. En la misma medida que el capital se mundializa, que por primera vez en la historia el comercio mundial deja de ser su supuesto para ser su resultado, instituye una asimetría cualitativa entre atraso y desarrollo y entre centro y periferia.