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Multitud se refiere también al número, el cual es opuesto solo a la unidad. Se habla de unidad y multitud en idéntico sentido que se diría una unidad y unidades, blanco y blancos, medido y medida; y en este sentido toda pluralidad es una multitud. Todo número, en efecto, es una multitud, porque está compuesto de unidades, porque se puede medir por la unidad; es multitud en tanto que es opuesto a la unidad y no a lo poco. De esta forma el mismo dos es una multitud; pero no lo es en tanto que pluralidad excesiva, sea absolutamente, sea relativamente: dos es la primera multitud. Dos es el pequeño número: absolutamente hablando, porque es el primer grado de la pluralidad falta o defectuosa. Anaxágoras se ha equivocado, por tanto, al decir que todo era igualmente infinito en multitud y en pequeñez. En lugar de y en pequeñez, debía decir y en pequeño número; y entonces hubiera visto que no había infinidad, porque lo poco no es, como algunos quieren, la unidad, sino la díada.
He aquí en qué se fundamenta la oposición. La unidad y la multitud son opuestas en los números; la unidad es opuesta a la multitud, como la medida a lo medible. Otras cosas son opuestas por relación; en este caso se encuentran aquellas que no son relativas esencialmente. Hemos visto anteriormente que podría haber relación de dos maneras: relación de los contrarios entre sí, y relación de la ciencia a su objeto; una cosa en este caso se considera relativa en tanto que se la refiere a otra cosa.
Nada impide, sin embargo, que la unidad sea más pequeña que otra cosa, por ejemplo, que dos. Una cosa no es poco por ser más pequeña. En cuanto a la multitud, es como el género del número; el número es una multitud medible por la unidad. La unidad y el número son opuestos, no en concepto de contrarios sino como hemos dicho que lo eran ciertas cosas que están en relación; son opuestos en cuanto son el uno la medida, el otro lo que puede ser medido. Por esta razón, todo lo que tiene en sí la unidad no es número, por ejemplo, si es una cosa indivisible.
La ciencia se plantea relativa a su objeto; pero la relación no es la misma que respecto del número: sin esto la ciencia tendría los rasgos de ser la medida, y el objeto de la ciencia se ha de ocupar en lo que puede ser medido. Es verdad que toda ciencia es un objeto de conocimiento; pero no todo objeto de conocimiento es una ciencia; la ciencia es, desde un punto de vista, medida por su objeto.
En cuanto a la pluralidad, no es lo contrario de lo poco; lo mucho es lo opuesto a lo poco, como pluralidad más grande opuesta a una pluralidad más pequeña. Tampoco es siempre lo contrario de la unidad; pero así como lo hemos visto, la unidad puede ser considerada como divisible o indivisible; también se la puede considerar como relativa, del mismo modo que la ciencia es relativa al objeto de la ciencia; considérese la ciencia un número, y el objeto de la ciencia será la unidad, la medida.
Parte VII
Puesto que es posible que entre los contrarios existan intermedios, y que ciertamente los hay en algunos casos, se necesita que los intermedios provengan de los contrarios, porque todos los intermedios son del mismo género que los objetos entre los que son intermedios. Por intermedio nos referimos a aquello en lo que debe, ciertamente, mudarse inevitablemente lo que muda; por ejemplo, si se quiere pasar gradualmente de la última cuerda a la primera, habrá de pasarse por los sonidos intermedios. Lo mismo ocurre respecto de los colores; si se quiere pasar de lo blanco a lo negro, se pasará por lo encarnado o lo moreno antes de pasar a lo negro; y lo propio ocurre en todo lo demás. Pero no es posible que exista cambio de un género a otro si no es bajo la relación de lo accidental; que se verifique, por ejemplo, un cambio del color en figura. Es necesario, pues, que todos los intermediarios estén en el mismo género, y el mismo género que los objetos entre los que son intermedios. De otro lado, todos los intermedios son intermedios entre opuestos, porque solo entre los opuestos puede realizarse el cambio. Es imposible que haya intermedios sin opuestos, pues de otra manera habría un cambio que no sería de lo contrario a lo contrario.
Los opuestos por contradicción no tienen intermedios. La contradicción es, en efecto, la oposición de dos proposiciones entre las que no existe medio; uno de los dos términos se encuentra necesariamente en el objeto.
Las demás oposiciones son la relación, la privación, la contrariedad. Todas las cosas opuestas por relación y que no son contrarias no presentan intermedios; la causa es que no pertenecen al mismo género: ¿qué intermedio existe, en efecto, entre la ciencia y el objeto de la ciencia? Pero lo hay entre lo grande y lo pequeño. Si los intermedios pertenecen al mismo género, como hemos tenido ocasión de demostrar; si son intermedios entre los contemporáneos, es de toda necesidad que se compongan de estos contrarios. Porque, o los contrarios poseen un género, o no lo poseen. Si el género es algo anterior a los contrarios, las primeras diferencias contrarias serán las que habrán originado los contrarios en concepto de especies en el género. Las especies se componen, en efecto, del género y de las diferencias; por ejemplo, si lo blanco y lo negro son contrarios, y el uno es un color que hace que se distingan los objetos, el otro es un color que los confunde, estas propiedades de hacer que se distingan o se confunda los objetos serán las diferencias primeras, serán los primeros contrarios. Añádase a esto que las diferencias contrarias son más contrarias entre sí que los otros contrarios. El resto de contrarios y los intermedios se compondrán del género y de las diferencias: por ejemplo, todos los colores intermedios entre lo blanco y lo negro se definirán por el género (el género es el color), y por ciertas diferencias; pero no serán estos los primeros contrarios. Como no todo color es blanco o negro, existirán otras diferencias; serán intermedias entre los primeros contrarios; pero las primeras diferencias serán las que harán distinguir o confundir los objetos. Por consiguiente, es necesario buscar en principio estos primeros contrarios que no son opuestos genéricamente, y ver de cuáles provienen los intermedios.
Es del todo necesario que todo lo que está comprendido bajo un mismo género se componga de partes no compuestas en cuanto al género, o que no se componga. Los contrarios no se componen los unos con los otros, y entonces son principios; en cuanto a los intermedios, o son todos compuestos, o ninguno lo es. De los contrarios proviene algo; de forma que antes de producirse transformación en los contrarios se producirá transformación en este algo. Este algo no será más y menos que el uno y que el otro contrario; será intermedio entre ellos, y todos los demás intermedios se compondrán lo mismo. Porque ser más que el uno, menos que el otro, es estar compuesto de objetos con relación a los que se ha citado que eran más que el uno, menos que el otro. Por otra parte, como no existen otros principios anteriores a los contrarios que sean del mismo género que ellos, todos los intermedios se compondrán de contrarios, y entonces los contrarios y todos los intermedios inferiores se derivarán de los primeros contrarios. Está, pues, claro que todos los intermedios pertenecen al mismo género, que son intermedios entre los contrarios, y que todos sin excepción se componen de contrarios.
Parte VIII
La diferencia de especie es la diferencia entre una cosa y otra cosa dentro de alguna cosa que debe ser común a ambas. Y así, si un animal difiere de especie de otro ser, los dos seres son animales. Es indispensable que los seres cuya especie difiere sean del mismo género, porque llamo género a lo que constituye la unidad y la identidad de dos seres, salvo las diferencias esenciales, sea que exista en concepto de materia o de otra manera. No solo es preciso que haya entre los dos seres comunidad genérica; no solo deben ser dos animales, sino que el mismo género abrazaba los contrarios, porque la diferencia perfecta es la contrariedad. Ahora bien, toda diferencia de especie es la diferencia entre una cosa y otra cosa. De suerte que lo que forma la identidad de los dos seres, el género que los abraza a ambos, está en él mismo señalado con el carácter de la diferencia. Se sigue de aquí que todos los contrarios están encerrados entre los dos términos de cada categoría; quiero decir, los contrarios que difieren de especie y no de género, los seres que tienen entre sí la mayor diferencia posible, porque entonces es cuando hay diferencia perfecta, y que no hay jamás producción simultánea. La diferencia es, por tanto, una oposición de dos individuos que pertenecían al mismo género.
La identidad de especie es, por lo contrario, la relación de los individuos que no son opuestos entre sí. En efecto, antes de las oposiciones individuales no hay oposición sino en la división del género, sino en los intermedios entre el género y el individuo. Entonces es evidente que ninguna de las especies comprendidas bajo el género está con el género propiamente dicho, ni en una relación de identidad, ni en una relación de diferencia de especie. Por la negación se demuestra la materia. Ahora bien, el género es la materia de lo que se llama género, no en el sentido de raza, como se dice de los heraclidas, sino como lo que entra en la naturaleza de los seres. Las especies no difieren de especie de las especies contenidas en otro género: entonces hay diferencia de género; la diferencia de especie no tiene lugar sino para los seres que pertenecen al mismo género. Es preciso, en efecto, que la diferencia de lo que difiere de especie sea una contrariedad. Ahora bien, solo entre los seres del mismo género puede haber contrariedad.
Parte IX
Se preguntará, sin duda, por qué el hombre no difiere de especie de la mujer, existiendo oposición entre lo femenino y lo masculino y siendo la diferencia de especie una contrariedad; y por qué el macho y la hembra no constituyen animales de especie diferente, puesto que la diferencia que hay entre ellos es una diferencia esencial del animal, y no un accidente como el color blanco o negro, sino que en tanto que animal es el animal masculino o femenino.
Esta objeción viene a reducirse sobre poco más o menos a esta: ¿por qué una contrariedad produce y otra no produce la diferencia de especie? Existe diferencia de especie, por ejemplo, entre el animal que anda sobre la tierra y el que posee alas, mientras que la oposición de la blancura y del color negro no produce esta diferencia. ¿Por qué?, se objetará. Porque entre los caracteres de los seres existen unos que son modificaciones propias del género, y otros que no afectan al género mismo. Y, además, existe de una parte la noción pura de los seres, y de otra su materia. Todas las oposiciones que residen en la noción pura constituyen diferencias de especie; todas las que solo existen en el conjunto de la esencia y de la materia no las producen; de donde se infiere que ni la blancura del hombre ni su color negro constituyen diferencias en el género, y que no existe diferencia de especie entre el hombre blanco y el hombre negro, aun cuando a cada uno se le diese su nombre. En efecto, el hombre es, por decirlo así, la materia de los hombres, y la materia no origina diferencia. Ciertamente los hombres no son especies del hombre. Y así, bien que haya diferencia entre las carnes y los huesos de que se componen este y aquel hombre, el conjunto ciertamente diferente no lo es específicamente, porque no existe contrariedad en la noción esencial: el conjunto es el último individuo de la especie. Calias es la esencia unida a la materia. Luego porque Calias es blanco, el hombre mismo es blanco; luego es accidental que el hombre sea blanco; luego no es la materia la que puede constituir una diferencia de especie entre el triángulo de metal y el triángulo de madera; es necesario que exista contrariedad en la noción esencial de las figuras.
¿Pero es cierto que la materia, aunque en cierta forma diferente, no produzca jamás diferencia de especie? ¿No la produce en ciertos casos? ¿Por qué tal caballo difiere de tal hombre? La materia, sin embargo, está comprendida en la noción de estos animales. ¿Por qué?, se pregunta. Porque existe entre ellos contrariedad en la esencia. Puede haber oposición entre el hombre blanco y el caballo negro; pero no oposición específica en tanto que el uno es blanco y el otro negro. Si ambos fuesen blancos, diferirían todavía de la especie entre sí.
En cuanto a los sexos, macho y hembra, son estas modificaciones propias del animal, es cierto, pero no modificaciones en la esencia; existen tan solo en la materia, en el cuerpo. Y así la misma esperma, sometida a tal o cual modificación, se origina hembra o macho.
Acabamos de explicar lo que es diferencia de especie, y por qué ciertos seres difieren y otros no específicamente.
Parte X
Existe diferencia de especie entre los contrarios, y lo perecedero y lo imperecedero son contrarios entre sí, porque la privación es una impotencia determinada. Pero de toda necesidad lo perecedero y lo imperecedero se diferencian genéricamente; aquí hablamos de lo perecedero y de lo imperecedero considerados como universales. Debería parecer que entre un ser imperecedero cualquiera y un ser perecedero no existe necesariamente diferencia específica, como no existe entre el ser blanco y el ser negro. Así pues, el mismo ser puede ser blanco y negro a la vez, si pertenece a los universales; y así el hombre es blanco y negro sucesivamente, si es un individuo; y el mismo hombre puede ser sucesivamente blanco y negro a pesar de que lo blanco y lo negro son contrarios entre sí. Pero entre los contrarios existen unos que coexisten accidentalmente en ciertos seres, como estos de los que acabamos de hablar y muchos más, mientras que otros no pueden existir en el mismo ser, como ocurre con lo perecedero y lo imperecedero. No existe cosa alguna que sea perecedera accidentalmente, porque lo que es accidental puede no existir en los seres. Sin embargo, lo perecedero existe de toda necesidad en el ser en que existe; sin esto el mismo ser, un ser único, sería a la vez perecedero e imperecedero, puesto que sería posible que no tuviese en sí el principio de su destrucción. Lo perecedero, por consiguiente, o es la esencia misma de cada uno de los seres perecederos, o se halla en la esencia de estos seres. El mismo razonamiento se da respecto de lo imperecedero, porque lo imperecedero y lo perecedero existen así el uno como el otro de toda necesidad en los seres.
Luego existe una oposición entre los principios mismos que por su relación con los seres hacen que tal ser sea perecedero y tal otro imperecedero. Luego lo perecedero y lo imperecedero difieren genéricamente entre sí.
Conforme a todo esto, está claro que no pueden existir ideas en el sentido en que las admiten ciertos filósofos, porque entonces habría el hombre perecedero de un lado, y del otro el hombre imperecedero. Se pretende que las ideas son de la misma especie que los seres particulares, y no solo idénticos por el nombre. Sin embargo, existe más distancia entre los seres que difieren genéricamente que entre los que difieren específicamente.
Libro XI
Parte I
La filosofía es una ciencia de principios, y esto resulta claro de la discusión que hemos sostenido al comenzar con relación a las opiniones de los demás filósofos sobre los principios. Pero podría originarse esta duda: ¿debe considerarse la filosofía como una sola ciencia o como muchas? Si se admite que es una sola ciencia, una sola ciencia únicamente abraza los contrarios, y los principios no son contrarios. Si no constituye una sola ciencia, ¿cuáles son las diversas ciencias que es preciso admitir como filosóficas? Además, ¿incumbe a una sola ciencia o a muchas el estudiar los principios de la demostración? Si es este el privilegio de una ciencia única, ¿por qué dar la preferencia a esta y no a cualquiera otra? Si corresponde a muchas, ¿cuáles son estas ciencias? Además, ¿se ocupa la filosofía de todas las esencias? Si no se ocupa de todas, es difícil señalar de cuáles debe ocuparse. Pero si una sola ciencia las abarca todas, no se advierte cómo una ciencia única pueda tener por objeto muchas esencias. ¿Recae solo sobre las esencias o recae también sobre los accidentes? Si es la ciencia demostrativa de los accidentes, no es la de las esencias. Si son objetos de dos ciencias diferentes, ¿cuál es una ciencia y cuál otra, y cuál de ellas es la filosofía? La ciencia demostrativa corresponde a la de los accidentes; la ciencia de los principios corresponde a la ciencia de las esencias.
Tampoco deberá recaer la ciencia que buscamos sobre las causas de que hemos expuesto en la Física, porque no se ocupa del fin, y el fin es el bien, y el bien solo se encuentra en la acción, en los seres que se hallan en movimiento, como que es el principio mismo del movimiento. Tal es el carácter del fin. Pero, el motor primero no se halla en los seres inmóviles. En una palabra, puede preguntarse si la ciencia que en este momento nos ocupa corresponde o no a la ciencia de la sustancia sensible, o bien si recae sobre otras esencias. Si recae sobre otras, será sobre las ideas o sobre los seres matemáticos. En cuanto a las ideas, está claro que no existen; e incluso cuando se admitiera su existencia, quedaría todavía por resolver esta dificultad: ¿por qué no ha de ocurrir con todos los seres de que se tienen ideas lo que con los seres matemáticos? He aquí lo que yo quiero significar. A los seres matemáticos se les convierte en intermedios entre las ideas y los objetos sensibles formando una tercera especie de seres fuera de las ideas y de los seres sometidos a nuestros sentidos. Pero no existe un tercer hombre, ni un caballo fuera del caballo en sí y de los caballos particulares.
Por lo contrario, si no sucede esto, ¿de qué seres debe decirse que se ocupan los matemáticos? Está claro que, no es de los seres que conocemos por los sentidos, porque ninguno de ellos posee los caracteres de los que estudian las ciencias matemáticas. Y, por otra parte, la ciencia que buscamos no se ocupa de materiales matemáticos, porque ninguno de ellos se concibe sin una materia. Tampoco recae sobre las sustancias sensibles, porque son perecederas.
También podría plantearse: ¿a qué ciencia pertenece estudiar la materia de los seres matemáticos? No a la física, porque todas las elucubraciones del físico poseen por objeto los seres que tienen en sí mismos el principio del movimiento y del reposo. Tampoco corresponde a la ciencia que demuestra las propiedades de los seres que da por supuesta, funda sus investigaciones. Sobra decir que nuestra ciencia, la filosofía, es la que se ocupa de este estudio.
Otra cuestión es la de indagar si la ciencia que buscamos debe considerarse con relación a los principios que algunos filósofos llaman elementos. Pero todo el mundo admite que los elementos están contenidos en los compuestos. Ahora bien, la ciencia que buscamos parecería ser más bien la ciencia de lo general, porque toda noción, toda ciencia, recae sobre lo general y no sobre los últimos individuos. Constituirá, pues, la ciencia de los primeros géneros; estos géneros serán la unidad y el ser, porque son los que principalmente abrazan todos los seres, teniendo por excelencia el carácter de principios, porque son primeros por su naturaleza: suprimido el ser y la unidad; todo lo demás desaparece en el instante, porque todo es unidad y ser. Por otra parte, si se les admite como géneros, las diferencias participarán necesariamente entonces de la unidad del ser; pero ninguna diferencia participa del género, en vista de lo cual no debe considerárselos, al parecer, como géneros ni como principios.
Luego lo que es más simple es antes principio que lo que lo es menos. Las últimas especies comprendidas en el género son más simples que los géneros, porque son indivisibles, mientras que el género puede dividirse en una multitud de especies diferentes. Por consiguiente, las especies serán, al parecer, principios más bien que los géneros. Por otra parte, en tanto que la supresión del género lleva consigo la de las especies, los géneros tienen más bien el carácter de los principios, porque es principio aquello que todo lo arrastra tras de sí.
Tales son las dudas que pueden ocurrir y, como estas, otras muchas de la misma naturaleza.
Parte II
Fuera de esto, ¿deben o no admitirse otros seres además de los individuos? La ciencia que buscamos, ¿ha de recaer sobre los individuos? Pero hay una afinidad de individuos. Fuera de los individuos están los géneros y las especies; pero ni aquellos ni estos son el objeto de nuestra ciencia; y hemos dicho ya por qué era esto imposible. En una palabra, ¿es preciso admitir, sí o no, que existe una esencia separada fuera de las sustancias sensibles, o bien que estas últimas son los únicos seres, y ellas el objeto de la filosofía? Evidentemente nosotros buscamos alguna esencia distinta de los seres sensibles, y nuestro fin es ver si hay algo que exista separado en sí y que no se encuentre en ninguno de los seres sensibles. Después, si hay alguna otra esencia independiente de las sustancias sensibles, ¿fuera de qué sustancias sensibles es necesario admitir que existe? Porque ¿qué motivo habrá para decir que esta sustancia independiente existe más bien fuera de los hombres y de los caballos que de los demás animales, o en general de los objetos inanimados? Y, por otra parte, es contrario a la razón, según mi opinión, imaginar sustancias eternas semejantes a las sustancias sensibles y mortales.
Luego si el principio que buscamos ahora no se encuentra separado de los cuerpos, ¿qué principio podrá admitirse con preferencia a la materia? Pero la materia no se da en acto; no existe más que en potencia. Según esto, la forma y la esencia poseen según mi opinión, más derecho al título de principio que la materia. Pero la forma material es perecedera; de forma que no existe absolutamente ninguna sustancia eterna separada y en sí esto es absurdo. Evidentemente existe alguna, pues casi todo los espíritus más distinguidos se han ocupado de esta investigación, convencidos de la existencia de un principio, de una sustancia de este género. ¿Cómo, en verdad, podría subsistir el orden si no hubiese algo eterno, separado, inmutable?
Súmase a esto que si existe un principio, una sustancia de la naturaleza que buscamos; si es la sustancia única de todas las cosas, sustancia de los seres eternos y perecederos a la vez, aparece otra dificultad: siendo el principio el mismo, ¿cómo unos seres son eternos y otros no? Esto es absurdo. Si existen dos sustancias que sean principios, la una de los seres perecederos, la otra de los seres eternos, y si al mismo tiempo la sustancia de los seres perecederos es eterna, la dificultad no es menor. Porque si el principio es eterno, ¿cómo lo que procede del principio no es eterno también? Si es perecedero, tiene por principio otro principio, este otro, y se ascenderá hasta el infinito.
Y si se admiten por principios la unidad y el ser, que son, al parecer, por excelencia los principios inmóviles, y si al propio tiempo ninguno de estos dos principios es un ser determinado, una ciencia, ¿cómo existirán separados y en sí? Porque estos son los caracteres que perseguimos en los principios eternos y primeros. Si, por otra parte, la unidad y el ser son el ser determinado y la esencia, entonces todos los seres serán esencias; porque el ser se refiere igualmente a todos los seres y la unidad de un cierto número. Pero sostener que todos los seres son esencias, es defender una falsedad.
Por otra parte ¿cómo pueden estar en posesión de la verdad los que dicen que el primer principio es la unidad, y que en este concepto la unidad es esencia, que engendran el primer número por medio de la unidad y de la materia, y dicen que este número es la sustancia de los seres sensibles? ¿Cómo comprender que haya unidad en la díada y en cada uno de los otros números compuestos? Nada dicen sobre esto, y no sería fácil que ofrecieran una explicación satisfactoria.
Si se toman como principios las líneas, o lo que depende de las líneas, y por esto entiendo las superficies primeras, no serán sustancias separadas; no serán más que secciones, divisiones, las unas de las superficies, las otras de los cuerpos, los puntos de las líneas. No serán más que los límites de estos cuerpos; pero semejantes seres existen siempre en otros seres; ninguno de ellos se ofrece separado. Además, ¿cómo concebir una sustancia en la unidad y en el punto? Toda sustancia se halla sujeta a producción, y el punto no se genera; no es más que una división.