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Otra dificultad es que toda ciencia recae sobre lo universal, sobre lo que abarca la multiplicidad de las cosas, mientras que la sustancia no es algo general, sino más bien el ser determinado y separado. Y, por consecuencia, si la ciencia trata de los principios, ¿cómo concebir que el principio sea una sustancia?
Además, ¿existe o no algo independientemente del conjunto? (entiendo por conjunto la materia unida a la forma). Si no existe nada, todo es material, todo es efímero; si existe algo que sea independiente, será la forma y la figura. Pero ¿en qué caso la forma es independiente, y en qué caso no lo es? Esto es difícil de solucionar. Sin embargo, en ciertos casos la forma, está claro que, no está separada; en el de una casa, por ejemplo. Finalmente, ¿los principios son idénticos en cuanto a la especie, o en cuanto al número? Si son idénticos en número, todo será idéntico.
Parte III
La ciencia del filósofo es la ciencia del ser, en tanto que ser en todos estos significados, y no desde un punto de vista particular. El ser no posee una acepción única, sino que se entiende de muchas formas: si solo hay analogía de nombre, y no hay en el fondo un género común, el ser no es privativo de una sola ciencia, puesto que no hay entre las diversas clases de seres unidad de género; pero si existe también entre ellas una relación fundamental, entonces el estudio del ser pertenecerá a una sola ciencia. Lo que hemos explicado que tenía lugar respecto de lo medicinal y de lo sano se ofrece igualmente, al parecer, en cuanto al ser. Lo medicinal y lo sano se toman ambos en muchos significados: se dan estos nombres a todo lo que puede referirse de tal o cuál manera, ya a la ciencia médica, ya a la salud; pero todas las acepciones de cada una de estas palabras se refieren a una misma cosa. Se da el nombre de medicinal a la noción de la enfermedad y al escalpelo, porque la una viene de la ciencia médica y el otro es útil en esta ciencia. Lo mismo respecto a lo sano: este objeto recibe el nombre de sano porque es la prueba de la salud, aquel otro porque la produce; y lo propio sucede con las cosas análogas. En fin, lo mismo ocurre con todos los modos del ser. A cada uno de estos modos se llama ser, o porque es una cualidad, un estado del ser en tanto que ser, o es una disposición, un movimiento u otro atributo de este género.
Todas los significados del ser pueden reducirse a uno solo: todas las contrariedades se pueden reducir a las primeras diferencias, a las contrariedades del ser, ya se consideren como primeras diferencias del ser la pluralidad y la unidad, la semejanza y la desemejanza, o bien algunas otras diferencias; cuestión que no tenemos necesidad de analizar. Poco importa que se reduzcan los diversos modos del ser al ser o a la unidad. Incluso suponiendo que la unidad y el ser no sean idénticos, y sí diferentes, pueden, sin embargo, reemplazarse: la unidad es, desde un punto de vista, el ser, y el ser la unidad.
Puesto que una sola y misma ciencia abarca todos los contrarios, y que en todos los contrarios existe privación, podría plantearse esta duda: ¿cómo en ciertos casos hay privación, habiendo un intermedio entre los contrarios, entre lo justo y lo injusto, por ejemplo? En todos los casos es necesario decir que no existe para el intermediario privación completa de cada uno de los extremos; esto solo tiene lugar en los extremos entre sí. Por ejemplo, si el hombre justo es el que se conforma con las leyes en virtud de una cierta disposición de su naturaleza, no existirá para el hombre no justo privación completa de todo lo que está comprendido en la definición de lo justo. Si falta en algún punto a la obediencia debida a las leyes, existirá para él privación bajo esta relación. Lo propio tendrá lugar respecto a todo lo demás. Del mismo modo que el matemático opera sobre puras abstracciones, puesto que analiza los objetos despojados de todos sus caracteres sensibles, como la pesantez, la ligereza, la dureza y su contrario, y como el calor, el frío y todos los demás caracteres sensibles opuestos, respectivamente; solo les deja la cuantidad y la continuidad en una, en dos, en tres direcciones, y los modos de la cuantidad y de lo continuo en tanto que cuantidad y continuo, y no los estudia bajo otros aspectos; examinando tan pronto sus posiciones relativas y lo que es consecuencia de sus posiciones, tan pronto su capacidad de medición y su incapacidad, tan pronto sus proporciones, sin que por eso veamos la geometría más que como una sola y misma ciencia que estudia los objetos bajo todas estas relaciones; pues lo propio ocurre con el ser, puesto que la filosofía, y no otra ciencia, es la única que estudia los accidentes del ser en tanto que ser, y las contrariedades del ser en tanto que ser. En tanto que susceptible de movimiento, más bien que en tanto que ser, podría atribuirse a la física el estudio del ser. La dialéctica y la sofística se ocupan de los accidentes de los seres, y no de los seres en tanto que seres, ni del ser en sí, ni en tanto que ser.
Falta, por tanto, que mencionemos que el filósofo es el que trata de los principios de los que hemos hablado en tanto que son seres. Y puesto que las diversas acepciones del ser se refieren todas a una significación común y única, así como también los diversos contrarios, porque todos vienen a reducirse a los primeros contrarios y a las primeras diferencias del ser, una sola ciencia puede entonces abarcar todas estas cosas, y así se encuentra resuelta la duda que nos habíamos propuesto al principio; quiero referirme a la cuestión acerca de cómo una sola y misma ciencia puede abarcar a la vez muchos seres de géneros diferentes.
Parte IV
Así como el matemático se vale de los axiomas generales, pero deberá solo hacerlo desde un punto de vista particular, la filosofía primera deberá asimismo estudiar los principios de los axiomas. Este axioma: si de cantidades iguales se quitan cantidades iguales, los restos serán iguales, se aplica a todas las cantidades. La ciencia matemática acepta en verdad este principio, pero únicamente se ocupa de algunos puntos particulares de la materia que de ella depende; por ejemplo, de las líneas, de los ángulos, de los números, o de cualquier otro modo de la cantidad; pero no estudia estos seres en tanto que son seres, sino únicamente en tanto que son continuos en una sola dirección, en dos, en tres. Al contrario, la filosofía no se ocupa de los objetos particulares o de sus accidentes; estudia cada uno de estos objetos bajo la relación del ser en tanto que ser.
En la física sucede lo que en las matemáticas. La física estudia los accidentes y los principios de los seres en tanto que están en movimiento y no en tanto que seres. Pero ya hemos dicho que la ciencia primera es la que estudia los objetos bajo la relación del ser en tanto que ser y no bajo ninguna otra relación. Por esta razón a la física y a las matemáticas no se las debe considerar sino como partes de la filosofía.
Parte V
Hay un principio en los seres, relativamente al cual no se puede incurrir en error; precisamente ha de suceder lo contrario, esto es que se está siempre en lo cierto. Este principio es el siguiente: no es posible que una misma cosa sea y no sea a un mismo tiempo; y lo mismo sucede en todas las demás oposiciones absolutas. No cabe demostración real de este principio; y, sin embargo, se puede refutar al que lo niegue. En efecto, no hay otro principio más cierto que este, del cual pudiera deducírsele por el razonamiento, y era preciso que fuera así para que hubiera realmente demostración. Pero si se quiere demostrar al que pretenda que las proposiciones opuestas son igualmente verdaderas que está en un error, será preciso tomar un objeto que sea idéntico a sí propio, en cuanto puede ser y no ser el mismo en un solo y mismo momento, y el cual, sin embargo, conforme al sistema, no sea idéntico. Es la única manera de refutar al que pretende que es posible que la afirmación y la negación de una misma cosa sean verdaderas al mismo tiempo. Por otra parte, los que quieren conversar entre sí deben comprenderse, porque ¿cómo puede sin esta condición haber entre ellos comunicación de pensamientos? Es preciso, por lo tanto, que cada una de las palabras sea conocida, que exprese una cosa, no muchas, sino una sola; o bien, si tiene muchos sentidos, es preciso que indique claramente el objeto que al presente se quiere indicar con la palabra. En cuanto al que dice que tal cosa es y no es, niega lo mismo que afirma, y por consiguiente afirma que la palabra no significa lo que significa. Pero esto es imposible; es imposible, si la expresión tal cosa es tiene un sentido, que la negación de la misma cosa sea verdadera. Si la palabra designa la existencia de un objeto, y esta existencia es una realidad, necesariamente es una realidad; pero lo que existe necesariamente no puede al mismo tiempo no existir. Es, por tanto, imposible que las afirmaciones opuestas sean verdaderas al mismo tiempo respecto del mismo ser.
Por otra parte, si la afirmación no es más verdadera que la negación, llamar a tal ser hombre o no hombre no mencionar decir la verdad en un caso más que en otro; pero al decir entonces que el hombre no es un caballo, se hallará más en lo cierto, o no se estará menos que el que admita que no es hombre. Se estará también, pues, en lo cierto diciendo que el hombre es un caballo, porque los contrarios son igualmente verdaderos; resultando de aquí que el hombre es idéntico al caballo o a cualquiera otro animal.
No existe, afirmamos, ninguna demostración real de estos principios; se puede, sin embargo, demostrar su verdad al que los ataque con tales argumentos. Preguntando al mismo Heráclito en este sentido, se le hubiera precisado a admitir que es completamente imposible que las afirmaciones opuestas sean verdaderas al mismo tiempo con relación a los mismos seres. Por no haberse entendido a sí mismo, Heráclito hizo suya esta opinión. Admitamos por un momento que su sistema sea verdadero; en tal caso su principio mismo no será verdadero; no será cierto que la misma cosa puede ser y no ser al mismo tiempo; porque así como se dice verdad, afirmando y negando separadamente cada una de estas dos cosas, el ser y el no-ser, en igual forma se dice verdad afirmando, como una sola proposición, la afirmación y la negación reunidas y negando esta proposición total, tenida como una sola afirmación. Finalmente, si no se puede afirmar nada con verdad, se incurrirá en error objetando que ninguna afirmación es verdadera. Si puede afirmarse alguna cosa, entonces cae por su propio peso el sistema de los que rechazan los principios, y que por lo mismo vienen a suprimir en absoluto todo debate.
Parte VI
Lo que dice Protágoras no difiere de lo anterior. En efecto, Protágoras pretendía que el hombre es la medida de todas las cosas, lo cual quiere decir sencillamente que todas las cosas son, en realidad, tales como a cada uno le parecen. Si así fuera, resultaría que la misma cosa es y no es, es a la vez buena y mala, y que las demás afirmaciones opuestas son asimismo verdaderas, pues muchas veces la misma cosa parece buena a estos, mala a aquellos, y que lo que a cada uno parece es la medida de las cosas.
Para resolver esta observación es suficiente examinar cuál ha podido ser el principio de doctrina semejante. Unos la han defendido por haber adoptado el sistema de los físicos, y en otros ha nacido de ver que no poseen todos los hombres el mismo juicio sobre las mismas cosas; así que tal sabor que parece dulce a los unos, parece a los otros ser amargo. Un punto de doctrina común a casi todos los físicos es que nada viene del no-ser, y que todo viene del ser. Lo no-blanco, en verdad, procede de lo que es completamente blanco, de lo que no es en ninguna parte no blanco. Pero cuando existe producción de lo no blanco, lo no-blanco, según ellos, debería provenir de lo que es no-blanco, de donde se sigue, en la hipótesis dicha, que vendría algo del no-ser, a menos que el mismo objeto sea a la vez blanco y no-blanco. Esta dificultad es de fácil solución. Hemos dicho en la Física cómo lo que es producido viene del no-ser y cómo del ser. Por otra parte, admitir igualmente las opiniones y las falsas aprensiones de los que están en desacuerdo sobre los mismos objetos, es una pura necedad. Evidentemente, es de toda necesidad que unos u otros se hallen en el error; verdad que se muestra con toda claridad si se considera lo que tiene lugar en el conocimiento sensible. En efecto, jamás la misma cosa parece dulce a unos, amarga a otros, a menos que en los unos el sentido, el órgano que juzga los sabores en cuestión, esté enfermo o alterado. Y si es así, es necesario admitir que unos son y otros no son la medida de las cosas. Esto lo digo igualmente para lo bueno y lo malo, para lo bello y lo feo y demás objetos de este género.
Profesar la opinión de que se trata es creer que las cosas son tales como parecen a los que comprimen el párpado inferior con el dedo, y provocan así que un solo objeto les parezca doble; es creer que existen dos objetos porque se ven dos, y en seguida que no existe más que uno, porque los que no ponen la mano en el ojo no ven más que uno. Por otra parte, es absurdo establecer juicio sobre la verdad al tenor de los objetos sensibles que vemos que cambian sin cesar y no permanecen nunca en el mismo estado. En los seres que persisten siendo siempre los mismos, y no son susceptibles de ningún cambio, es donde debe buscarse la verdad. Tales como los cuerpos celestes. No aparecen tan pronto con estos caracteres como con otros; son siempre los mismos, y no experimentan ningún cambio.
Además, si el movimiento existe; si algo se mueve, siendo todo movimiento el tránsito de una cosa a otra, es necesario, en el sistema que nos ocupa, que lo que se mueve esté todavía en aquello de donde procede y no esté; que esté en movimiento hacia tal fin, y que al mismo tiempo haya llegado ya a él. De no ser así, la negación y la afirmación de una cosa no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Además, si los objetos sensibles están en un flujo y en un movimiento continuo bajo la relación de la cantidad, o si por lo menos se admite esto, aunque no sea verdadero, ¿por qué razón la cualidad no habrá de persistir? Porque una de las razones que han obligado a admitir que las proposiciones contradictorias son verdaderas al mismo tiempo, es el suponer que la cantidad no permanece la misma en los cuerpos, porque un mismo cuerpo tiene ahora cuatro codos y después no. La cualidad es lo que distingue la forma sustancial, la naturaleza determinada; la cantidad atañe a lo indeterminado.
Aún hay más, ¿por qué cuando su médico les ordena que tomen tal alimento, toman este alimento? ¿Qué mayor razón existe para creer que esto es pan que para creer lo contrario? Y entonces será indiferente comer o no comer. Y, sin embargo, toman el alimento convencidos de que el médico ha afirmado algo que es verdad y que lo conveniente es el alimento que ha prescrito. Y, sin embargo, no deberían creerle si no existe una naturaleza invariable en los seres sensibles; si todos, por el contrario, están en un movimiento, en un flujo perpetuo.
Por otra parte, si nosotros mismos mudamos sin parar; si no permanecemos siendo ni un solo momento los mismos, ¿es extraño que no formemos el mismo juicio sobre los objetos sensibles, que nos parezcan diferentes cuando estamos enfermos? Los objetos sensibles, bien que no parezcan a los sentidos los mismos que antes, no han experimentado por esto un cambio; no generan las mismas sensaciones y sí sensaciones diferentes a los enfermos, porque estos no se hallan en el mismo estado, en la misma disposición que cuando están sanos. Lo propio ocurre necesariamente en el cambio al que nos hemos referido antes. Si no cambiáramos, si permaneciésemos siempre los mismos, los objetos persistirían para nosotros.
En cuanto a aquellos que, valiéndose del razonamiento, han provocado las objeciones precedentes, no es fácil convencerles si no admiten algún principio respecto del que no exijan la razón. Porque toda prueba, toda demostración, parte de un principio de este género. El no admitirlo es suprimir todo debate, y por consiguiente toda prueba. Para tales personas no existen pruebas que aportar. Pero los que solo dudan, en razón de las dificultades de las que acabamos de hablar, es fácil esfumar su incertidumbre y descartar de su espíritu lo que constituye su duda. Esto es evidente conforme a lo que hemos dicho antes.
De aquí resulta claramente que las afirmaciones opuestas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo del mismo objeto; que los contrarios tampoco pueden encontrarse simultáneamente, puesto que toda contrariedad contiene una privación, de lo que puede uno asegurarse reduciendo a su principio las nociones de los contrarios. En igual forma, ningún término medio puede afirmarse sino de un solo y mismo ser; supongamos que el sujeto sea blanco; si decimos que no es blanco ni no-blanco, incurriremos en error, porque resultaría de aquí que el mismo objeto sería blanco y no lo sería. Solo uno de los dos términos comprendidos a la vez en la expresión podrá afirmarse del objeto; será, si se afirma lo no-blanco, la negación de lo blanco. No se puede, por tanto, estar en la verdad admitiendo el principio de Heráclito o el de Anaxágoras; sin esto podrían afirmarse los contrarios del mismo ser. Porque cuando Anaxágoras sostiene que todo está en todo, dice que lo dulce, lo amargo y todos los demás contrarios se encuentran en ello igualmente, puesto que todo está en todo, no solo en potencia, sino en acto y distintamente. No es posible tampoco que todo sea verdadero y todo falso; en primer lugar a causa de los numerosos absurdos a que conduce esta hipótesis, según hemos dicho; y luego porque, si todo es falso, no se estará en lo verdadero al afirmar que todo es falso; en fin, porque si todo es verdadero, el que diga que todo es falso no dirá una cosa falsa.
Parte VII
Toda ciencia se ocupa de indagar ciertos principios y ciertas causas, con ocasión de cada uno de los objetos a que se extiende su conocimiento. Esto hacen la medicina, la gimnástica y las demás diversas ciencias creadoras, así como las ciencias matemáticas. Cada una de ellas se circunscribe, en efecto, a un género determinado, y trata únicamente de este género; lo considera como una realidad y un ser, sin examinarlo, sin embargo, en tanto que ser. La ciencia que trata del ser en tanto que ser, es diferente de todas estas ciencias y está fuera de ellas.
Las ciencias que acabamos de citar toman cada una por objeto en cada género la esencia, y tratan de dar, sobre todo lo demás, demostraciones más o menos sujetas a excepciones, más o menos rigurosas. Las unas admiten la esencia percibida por los sentidos; las otras toman la esencia como hecho fundamental. Está claro entonces que no hay lugar, con esta forma de actuar, a ninguna demostración, ni de la sustancia, ni de la esencia.
La física es una ciencia; pero no es patente ni una ciencia práctica, ni una ciencia creadora. En las ciencias creadoras, es en el agente, y no en el objeto que padece la acción, en el que reside el principio del movimiento; y este principio es un arte o cualquiera otra potencia. Lo propio ocurre con las ciencias prácticas; no es en la cosa que es objeto de la acción donde reside el movimiento, y sí más bien en el ser que actúa. La ciencia del físico trata de los seres que tienen en sí mismos el principio del movimiento. Por tanto, se observa que la ciencia física no es una ciencia práctica, ni una ciencia creadora, sino que es de toda necesidad una ciencia teórica, porque es imprescindible que esté incluida en uno de estos tres géneros.
Puesto que es preciso que cada ciencia conozca desde cualquier punto de vista la esencia, y que se valga de ella como de un principio, el físico no puede ignorar la forma de definir; es necesario que sepa qué es verdaderamente la noción sustancial en los objetos de que trata, si aquella se halla en el mismo caso que lo chato, o más bien en el de lo romo. La noción de chato implica la materia del objeto; la de romo es independiente de la materia. En efecto, en una nariz se produce lo chato, y por esto la noción de lo chato implica la de la nariz: el chato es el de nariz roma. Está claro que la materia debe entrar en la definición de la carne, del ojo y de las otras partes del cuerpo.
Existe una ciencia del ser considerado en tanto que ser e independiente de todo objeto material; veamos, pues, si es necesario admitir la identidad de esta ciencia con la física, o más bien su diferencia. La física se ocupa de los seres que poseen en sí mismos el principio del movimiento. La ciencia matemática es una ciencia teórica ciertamente y que se ocupa de objetos inmóviles; pero estos objetos no se hallan separados de toda materia. La ciencia del ser independiente e inmóvil es diferente de estas dos ciencias; en el supuesto que exista una sustancia que sea realmente sustancia, quiero significar, independiente e inmóvil, lo cual nos esforzaremos por probar. Y si existe entre los seres una naturaleza de esta clase será la naturaleza divina, será el primer principio, el principio por excelencia.
En este concepto existen tres ciencias teóricas: Física, Ciencia matemática y Teología. Ahora bien, las ciencias teóricas están sobre las demás ciencias. Pero la última citada supera a todas las ciencias teóricas. Ella tiene por objeto el ser, que está por encima de todos los seres, y la superioridad o inferioridad de la ciencia se gradúa por el valor del objeto sobre el que trata su conocimiento.
Es necesario descubrir si la ciencia del ser en tanto que ser es o no una ciencia universal. Cada una de las ciencias matemáticas trata de un género de seres determinado; la ciencia universal abarca todos los seres. Por tanto, si las sustancias físicas fuesen las primeras entre todas las esencias, entonces la primera de todas las ciencias sería la física. Pero si existe otra naturaleza, una sustancia independiente e inmóvil, es necesario que la ciencia de esta naturaleza sea otra ciencia, una ciencia anterior a la física, una ciencia universal por su misma anterioridad.
Parte VIII
El ser en general se entiende de varias maneras, primero como ser accidental; ocupémonos, pues, de esto. Es totalmente evidente que ninguna de las ciencias que hemos enumerado trata del accidente. El arte de construir de ninguna manera se ocupa de lo que pueda suceder a los que habrán de servirse de la casa; de saber, por ejemplo, si les desagradarán o les gustarán las habitaciones. Lo propio ocurre con el arte del tejedor, del zapatero y en el arte culinario. Cada una de estas ciencias se ocupa solo del objeto que le es propio, es decir, de su fin propio; ninguna considera un ser en tanto que músico, en tanto que gramático. Razonamientos como este: un hombre es músico; se hace gramático; luego debe de ser a la vez lo uno y lo otro; pero antes no era ni lo uno ni lo otro; ahora bien, lo que no existe, de todo tiempo ha devenido o llegado a ser; luego este hombre se ha hecho músico y gramático a la vez.
Semejantes razonamientos, digo, jamás son los que busca una ciencia reconocida por todos como tal, y solo la Sofística los hace objeto de ciencia. Solo la Sofística trata del accidente. Y así el dicho de Platón no carece de exactitud: la Sofística, ha dicho, se ocupa sobre el no-ser.
Se descubrirá con claridad que toda ciencia de lo accidental es imposible, si se examina con atención la naturaleza misma de lo accidental.
Existe entre los seres unos que existen siempre y necesariamente, no de una necesidad que es efecto de la violencia, sino de la que sirve de fundamento a las demostraciones; otras cosas solo existen ordinariamente; otras, por último, no existen ni ordinariamente, ni siempre, ni de toda necesidad, sino solo según las circunstancias. Que haga frío durante la canícula, por ejemplo, es cosa que no ocurre ni siempre, ni necesariamente, ni en el mayor número de casos. Pero puede ocurrir a veces. El accidente es lo que no ocurre ni siempre, ni de toda necesidad, ni en el mayor número de casos. Esto es, en nuestra opinión, el accidente. La imposibilidad de una ciencia de lo accidental es por lo mismo clara. En efecto, toda ciencia se ocupa, o de lo que existe eternamente, o de lo que existe habitualmente; el accidente no existe ni eterna ni ordinariamente.
Es evidente, por otra parte, que las causas y los principios del ser accidental no son del mismo género que las causas y los principios del ser en sí. Si esto, todo sería necesario. En efecto, si existiendo esta cosa otra cosa existe, y si existe también aquella, existiendo otra esto se prueba, no según las circunstancias, sino necesariamente, el efecto producido necesariamente debe ser necesario, y así se llega hasta el último efecto. Pues bien, este último efecto es el accidente. Todo sería entonces necesario, lo cual equivale a la supresión absoluta de la acción de las circunstancias sobre los seres que se hacen devenir, y de su posibilidad de llegar a ser o no; consecuencia a la que se llega aún suponiendo que la causa no es, sino que llega a ser. Porque entonces todo llegará a ser o devendrá necesariamente. Habrá mañana un eclipse si tal cosa tiene lugar, y tal cosa tendrá lugar a condición de que otra cosa también se cumpla, la cual llegará a ser o devendrá bajo otra condición también. Y si de un tiempo limitado, si de este tiempo que separa mañana del momento actual, se rebaja sin cesar tiempo, como acabamos de hacer, se llegará finalmente al instante presente. Por consiguiente, la existencia de lo que es al presente arrastrará necesariamente la producción de todo lo que deberá seguirse, y, por consiguiente, todo llega a ser necesariamente.