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En una palabra, es el fin propio de la filosofía el buscar las causas de los fenómenos, y precisamente es esto mismo lo que se desatiende. Porque nada se dice de la causa que es origen del cambio, y para explicar la esencia de los seres sensibles se recurre a otras esencias; ¿pero son las unas esencias de las otras? A esto solo se contesta con palabras huecas. Porque participar, como hemos dicho anteriormente, no significa nada. En cuanto a esta causa, que en nuestro juicio es el principio de todas las ciencias, principio en cuya virtud obra toda inteligencia, toda naturaleza, esta causa que colocamos entre los primeros principios, las ideas de ninguna manera la alcanzan. Pero las matemáticas se han convertido hoy en filosofía, son toda la filosofía, por más que se diga que su estudio no debe hacerse sino en vista de otras cosas. Además, lo que los matemáticos admiten como sustancia de los seres podría ser considerada como una sustancia puramente matemática, como un atributo, una diferencia de la sustancia, o de la materia, más bien que como la materia misma. He aquí a lo que viene a parar lo grande y lo pequeño. A esto viene también a reducirse la opinión de los físicos de que lo raro y lo denso son las primeras diferencias del objeto. Esto no es, sino, otra cosa que lo más y lo menos. Y respecto al movimiento, si el más y el menos lo forman, está claro que las ideas estarán en movimiento; si no es así, ¿de dónde ha venido el movimiento? Suponer la inmovilidad de las ideas equivale a prescindir todo estudio de la naturaleza.
Una cosa que parece más fácil demostrar es que todo es uno; y sin embargo, esta doctrina no lo logra. Porque resulta de la explicación, no que todo es uno, sino que la unidad en sí es todo, siempre que se admita que es todo; y esto no se puede conceder, a no ser que se admita la existencia del género universal, lo cual es imposible respecto de ciertas cosas.
Tampoco en este sistema se puede explicar lo que viene después del número, como las longitudes, los planos, los sólidos; no se dice cómo estas cosas son y se hacen, ni cuales son sus cualidades. Porque no pueden ser ideas; no son números; no son seres intermedios; este carácter pertenece a los seres matemáticos. Tampoco son seres perecederos. Es necesario admitir que es una cuarta especie de seres.
Por último, investigar en conjunto los elementos de los seres sin establecer distinciones, cuando la palabra elemento se toma en tan diversas acepciones, es colocarse en la imposibilidad de encontrarlos, sobre todo, si se enuncia de esta manera la cuestión: ¿cuáles son los elementos constitutivos? Porque con seguridad no pueden encontrarse así los principios de la acción, de la pasión, de la dirección rectilínea; y sí pueden encontrase los principios solo respecto de las esencias. De manera que buscar los elementos de todos los seres o imaginarse que se han encontrado, es una auténtica locura. Además ¿cómo pueden averiguarse los elementos de todas las cosas? Está claro que, para esto sería necesario no poseer ningún conocimiento anterior. El que aprende la geometría, tiene indispensablemente conocimientos previos, pero nada sabe de antemano de los objetos de la geometría y de lo que se trata de aprender. Las otras ciencias se hallan en idéntico caso. Por consiguiente, si como se pretende, hay una ciencia de todas las cosas, se abordará esta ciencia sin poseer ningún conocimiento necesario. Porque toda ciencia se adquiere con el auxilio de conocimientos previos, totales y parciales, ya proceda por vía de demostración, ya por definiciones; porque es preciso conocer antes, y conocer bien, los elementos de la definición. Lo mismo ocurre con la ciencia inductiva. Por otra parte, si la ciencia de que hablamos fuese innata en nosotros, sería cosa sorprendente que el ser humano, sin advertirlo, poseyese la más excelente de las ciencias.
Junto a ello ¿cómo descubrir cuáles son los elementos de todas las cosas, y alcanzar sobre este punto a la certidumbre? Porque esta es otra dificultad. Se discutirá sobre los verdaderos elementos, como se discute con motivo de ciertas sílabas. Y así, unos dicen que la sílaba “la” se compone de “c”, de “s” y de “a”; otros pretenden que en ella entra otro sonido distinto de todos los que se conocen como elementos. Sea como fuere, en las cosas que son percibidas por los sentidos, ¿el que esté privado de la facultad de sentir, las podrá percibir? Debería, sin embargo, conocerlas, si las ideas son los elementos constitutivos de todas las cosas, de idéntica forma que los sonidos simples son los elementos de los sonidos compuestos.
Parte X
Está claro de lo que precede, que las investigaciones de todos los filósofos recaen sobre los principios que hemos expuesto en la Física, y que no hay otros fuera de estos. Pero estos principios han sido indicados de una forma oscura, y podemos decir que, en un sentido, se ha hablado de todos ellos antes que nosotros, y en otro, que no se ha hablado de ninguno. Porque la filosofía de los primeros tiempos, joven aún y en su primer despegue, se limita a hacer tanteos sobre todas las cosas. Empédocles, por ejemplo, dice que lo que constituye los huesos es la proporción. Sin embargo, este es uno de nuestros principios, la forma propia, la esencia de cada objeto. Pero es preciso que la proporción sea igualmente el principio esencial de la carne y de todo lo demás; o si no, no es principio de nada. La proporción es la que constituirá la carne, el hueso y cada uno de los demás objetos; no será la materia, no serán estos elementos de Empédocles, el fuego, la tierra, el agua y el aire. Empédocles se hubiera convencido ante estas razones, si se le hubieran planteado; pero él por sí no ha clarificado su pensamiento.
Hemos expuesto anteriormente la insuficiencia de la aplicación de los principios que han hecho quienes nos precedieron. Pasemos ahora a examinar las dificultades que pueden plantearse relativamente a los principios mismos. Este será un camino para facilitar las soluciones que puedan presentarse.
Libro II
Parte I
La ciencia, que posee por objeto la verdad, es difícil desde un punto de vista y fácil desde otro. Lo prueba la imposibilidad que tiene de alcanzar la completa verdad y la imposibilidad de que se oculte por entero. Cada filósofo explica algún secreto de la naturaleza. Lo que cada cual en particular añade al conocimiento de la verdad no es nada, sin duda, o es muy poca cosa, pero la reunión de todas las ideas presenta importantes resultados. De manera que en este caso sucede a nuestro parecer como cuando decimos con el proverbio; ¿quién no clava la flecha en una puerta? Considerada de esta forma, esta ciencia es cosa fácil. Pero la imposibilidad de una posesión completa de la verdad en su conjunto y en sus partes, prueba todo lo difícil que es la investigación de que se trata. Esta dificultad es doble. Sin embargo, quizá la causa de ser así no está en las cosas, sino en nosotros mismos. En efecto, al igual que a los ojos de los murciélagos ofusca la luz del día, lo mismo a la inteligencia de nuestra alma ofuscan las cosas que tienen en sí mismas la más brillante evidencia.
Es justo, por tanto, mostrarse reconocidos, no solo respecto de aquellos cuyas opiniones compartimos, sino también de los que han tratado las cuestiones de una forma un poco somera, porque también estos han contribuido por su parte. Estos han preparado con sus trabajos el estado actual de la ciencia. Si Timoteo no hubiera existido, no habríamos disfrutado de estas preciosas melodías, pero si no hubiera habido un Frinis no habría existido Timoteo. Lo mismo pasa con los que han expuesto sus ideas sobre la verdad. Nosotros hemos adoptado algunas de las opiniones de muchos filósofos, pero los anteriores filósofos han sido causa de la existencia de estos.
Así pues, con plena justicia se denomina a la filosofía la ciencia teórica de la verdad. En efecto, el fin de la especulación es la verdad, el de la práctica es la mano de obra; y los prácticos, cuando consideran el porqué de las cosas, no examinan la causa en sí misma, sino con relación a un fin particular y para un interés inmediato. Ahora bien, nosotros no conocemos lo verdadero, si no conocemos la causa. Además, una cosa es verdadera por antonomasia cuando las demás cosas toman de ella lo que tienen de verdad, y de esta manera el fuego es caliente por excelencia, porque es la causa del calor de los demás seres. De la misma manera, la cosa, que es la causa de la verdad en los seres que se derivan de esta cosa, es así mismo la verdad por excelencia. Por esta razón los principios de los seres eternos son solo necesariamente la eterna verdad. Porque no son solo en tal o cual circunstancia estos principios verdaderos, ni hay nada que sea la causa de su verdad; sino que, por lo contrario, son ellos mismos causa de la verdad de las demás cosas. De forma que tal es la dignidad de cada cosa en el orden del ser, tal es su dignidad en el orden de la verdad.
Parte II
Está claro que existe un primer principio y que no existe ni una serie infinita de causas, ni una infinidad de especies de causas. Y así, desde el punto de vista de la materia, es imposible que haya producción hasta el infinito; que la carne, por ejemplo procede de la tierra, la tierra del aire, el aire del fuego, sin que esta cadena tenga fin. Lo propio debe entenderse del principio del movimiento; no puede afirmarse que el hombre ha sido puesto en movimiento por el aire, el aire por el Sol, el Sol por la discordia, y así hasta el infinito. De igual manera, respecto a la causa final, no puede irse hasta el infinito y decirse que el paseo existe en vista de la salud, la salud en vista del bienestar, el bienestar en vista de otra cosa, y que toda cosa existe siempre en vista de otra cosa. Y, por último, lo mismo puede expresarse respecto a la causa esencial.
Toda cosa intermedia es precedida y seguida de otra, y la que precede es necesariamente causa de la que sigue. Si con respecto a tres cosas, se nos formulara la pregunta sobre cuál es la causa, responderíamos que la primera. Porque no puede ser la última, puesto que lo que está al fin no es causa de nada. Tampoco puede ser la intermedia, porque solo puede ser causa de una sola cosa. De nada sirve, además, que lo que es intermedio sea uno o muchos, infinito o finito. Porque todas las partes de esta infinitud de causas, y en general todas las partes del infinito, si se parte del hecho actual para ascender de causa en causa, no son igualmente más que intermedios. De manera que si no hay algo que sea primero, no hay absolutamente causa. Pero si, al ascender, es necesario llegar a un principio, no se puede de forma alguna, descendiendo, ir hasta el infinito, y decir, por ejemplo, que el fuego produce el agua, el agua la tierra, y que la cadena de la producción de los seres se continúa así sin cesar y sin fin. En efecto, decir que esto sucede a aquello, significa dos cosas; o bien una sucesión simple, como el que a los juegos Ístmicos siguen los juegos Olímpicos, o bien una relación de otra clase, como cuando se manifiesta que el ser humano, por efecto de un cambio, viene del niño, y el aire del agua. Y he aquí en qué sentido entendemos que el ser humano viene del niño; en el mismo que dijimos, que lo que ha devenido o se ha hecho, ha sido producido por lo que devenía o se hacía; o bien, que lo que es perfecto ha sido producido por el ser que se perfeccionaba, porque lo mismo que entre el ser y el no ser hay siempre el devenir, de igual manera, entre lo que no existía y lo que existe, hay lo que deviene. Y así, el que estudia, deviene o se hace sabio, y esto es lo que se quiere expresar cuando se dice, que de aprendiz que era, deviene o se hace maestro. En cuanto al otro ejemplo: el aire viene del agua, en este caso uno de los dos elementos desaparece en la producción del otro. Y así, en el caso anterior no hay retroceso de lo que es producido a lo que ha producido; el ser humano no deviene o se hace niño, porque lo que es producido no lo es por la producción misma, sino que viene después de la producción. Lo propio sucede en la sucesión simple; el día viene de la aurora únicamente, porque viene después; pero por esta misma razón la aurora no viene del día. En la otra especie de producción ocurre todo lo contrario; existe retroceso de uno de los elementos al otro. Pero en ambos casos es imposible ir hasta el infinito. En el primero, es necesario que los intermedios tengan un fin; en el último, hay un retroceso perpetuo de un elemento a otro, ya que la destrucción del uno es la producción del otro. Es imposible que el elemento primero, si es eterno, perezca, como en tal caso sería necesario que sucediera. Porque si remontando de causa en causa, la cadena de la producción no es infinita, es de toda necesidad que el elemento primero que al parecer ha producido alguna cosa, no sea eterno. Ahora bien, esto es imposible.
Añadamos que la causa final es un fin. Por causa final se entiende lo que no se hace en vista de otra causa, sino, por lo contrario, aquello en vista de lo que se hace otra cosa. De manera que si hay una cosa que sea el último término, no habrá producción infinita; si nada de esto se da, no hay causa final. Los que admiten la producción hasta el infinito, no ven que suprimen por este medio el bien. Porque ¿hay alguien que quiera emprender nada, sin proponerse llegar a un final? Esto solo le ocurriría a un necio. El hombre racional obra siempre en vista de alguna cosa, y esta mira es un fin, porque el objeto que se propone es un fin. Tampoco se puede indefinidamente referir una esencia a otra esencia. Es necesario detenerse. La esencia que precede es siempre más esencia que la que sigue, pero si lo que precede no lo es, con más razón todavía no lo es la que sigue.
Más todavía; un sistema semejante hace imposible todo conocimiento. No se puede saber, y es imposible conocer, antes de llegar a lo que es simple, a lo que es indivisible. Porque ¿cómo pensar en esta infinidad de seres de que se nos habla? Aquí no sucede lo que con la línea, cuyas divisiones no acaban; el pensamiento tiene necesidad de puntos de parada. Y así, si recorren esta línea que se divide hasta el infinito, es imposible contar todas las divisiones. Añádase a esto, que solo concebimos la materia como objeto en movimiento. Pero ninguno de estos objetos está señalado con el carácter del infinito. Si estos objetos son realmente infinitos, el carácter propio del infinito no es el infinito.
E incluso cuando solo se afirmase que hay un número infinito de especies y de causas, el conocimiento sería todavía imposible. Nosotros creemos saber cuándo conocemos las causas; y no es posible que en un tiempo finito podamos recorrer una serie infinita.
Parte III
Los que escuchan a otro están sometidos al influjo de la costumbre. Nos gusta que se utilice un lenguaje conforme al que nos es familiar. Sin esto las cosas no nos parecen ya lo que nos parecen; se nos figura que las conocemos menos, y nos son menos familiares. Lo que nos es habitual, nos es, en efecto, mejor conocido. Una cosa que prueba bien cuál es la fuerza del hábito es lo que ocurre con las leyes, en las que las fábulas y las puerilidades tienen, por efecto del hábito, más cabida que tendría la verdad misma.
Existen individuos que no admiten más demostraciones que las de las matemáticas; otros no quieren más que ejemplos; otros no encuentran mal que se invoque el testimonio de los poetas. Los hay, por último, que exigen que todo sea rigurosamente demostrado; mientras que otros encuentran este rigor insoportable, ya porque no pueden seguir la serie encadenada de las demostraciones, ya porque piensan que es perderse en fruslerías. Existe, en efecto, algo de esto en la afectación del rigorismo en la ciencia. Así es que algunos consideran indigno que el hombre libre lo utilice, no solo en la conversación, sino también en la discusión filosófica.
Es necesario, por lo tanto, que sepamos ante todo qué clase de demostración conviene a cada objeto particular; porque sería un absurdo confundir y mezclar la investigación de la ciencia y la del método: dos cosas cuya adquisición presenta grandes dificultades. No debe exigirse rigor matemático en todo, sino únicamente cuando se trata de objetos inmateriales. Y así, el método matemático no es el de los físicos; porque la materia es probablemente el fondo de toda la naturaleza. Ellos tienen, por lo mismo, que examinar ante todo lo que es la naturaleza. De esta forma, verán claramente cuál es el objeto de la física, y si el estudio de las causas y de los principios de la naturaleza es patrimonio de una ciencia única o de muchas ciencias.
Libro III
Parte I
Visto el interés de la ciencia que tratamos de cultivar, es necesario comenzar por exponer las dificultades que tenemos que resolver desde el inicio. Estas dificultades son, además de las opiniones contradictorias de los diversos filósofos sobre los mismos objetos, todos los puntos confusos que hayan podido dejar ellos de aclarar. Si se quiere llegar a una solución verdadera, es útil dejar ciertamente allanadas estas dificultades. Porque la solución verdadera a que se llega después, no es otra cosa que la aclaración de estas dificultades, pues es imposible desatar un nudo si no se conoce la forma de hacerlo. Esto es evidente, sobre todo respecto a las dificultades y dudas del pensamiento. Dudar en este caso es encontrarse en el estado del hombre encadenado y, como a este, no es posible a aquel avanzar. Necesitamos comenzar examinando todas las dificultades por esta razón, y porque investigar, sin haberlas planteado antes, es parecerse a los que marchan sin saber el punto a que han de dirigirse, es exponerse a no reconocer si se ha descubierto o no lo que se buscaba. En efecto, en tal caso no existe un fin determinado, cuando, por lo contrario, existe, y muy señalado, para aquel que ha empezado por fijar las dificultades. Finalmente, es necesario encontrarse en mejor situación para juzgar, cuando se ha oído a las partes, que son contrarias en cierto modo, todas las razones opuestas.
La primera dificultad es la que nos hemos fijado ya en la introducción. ¿El estudio de las causas pertenece a una sola ciencia o a muchas, y la ciencia debe ocuparse solo de los primeros principios de los seres, o bien debe abrazar también los principios generales de la demostración, como estos: es posible o no afirmar y negar al mismo tiempo una sola y misma cosa, y todos los demás de este género? Y si no se ocupa más que de los principios de los seres, ¿existe una sola ciencia o muchas para el estudio de todos estos principios? Y si existen muchas, ¿existe entre todas ellas alguna afinidad, o deben las unas ser tenidas como filosóficas y las otras no?
También es imprescindible investigar, si deben reconocerse solo sustancias sensibles, o si hay otras además de estas. ¿Existe una sola especie de sustancias o existen muchas? De esta última opinión son, por ejemplo, los que admiten las ideas, y las sustancias matemáticas intermedias entre las ideas y los objetos sensibles. Estas, decimos, son las dificultades que es necesario examinar, y además la siguiente: ¿nuestro estudio abraza solo las esencias o se extiende también a los accidentes esenciales de las sustancias?
Por otra parte ¿a qué ciencia corresponde ocuparse de la identidad y de la heterogeneidad, de la semejanza y de la desemejanza, de la identidad y de la contrariedad, de la anterioridad y de la posteridad, y de otros principios de este género de que se sirven los dialécticos, los cuales solo razonan sobre lo probable? Después ¿cuáles son los accidentes propios de cada una de estas cosas? Y no solo debe investigarse lo que es cada una de ellas, sino también si son opuestas entre sí. ¿Son los géneros los principios y los elementos? ¿Lo son las partes esenciales de cada ser? Y si son los géneros, ¿son los más próximos a los individuos, o los géneros más elevados? ¿Es, por ejemplo, el animal, o más bien el hombre, el que es principio, siéndolo el género más bien que el individuo? Otra cuestión no menos digna de ser estudiada y profundizada es la siguiente: fuera de la sustancia, ¿existe o no alguna cosa que sea causa en sí? ¿Y esta cosa es o no independiente, es una o múltiple? ¿Está o no fuera del conjunto (y por conjunto entiendo aquí la sustancia con sus atributos), fuera de unos individuos y no de otros? ¿Cuáles son en este caso los seres fuera de los cuales existe?
Luego ¿los principios, ya formales, ya sustanciales, son numéricamente diferentes, o reducibles a géneros? ¿Los principios de los seres perecederos y los de los seres imperecederos son los mismos o distintos, son todos imperecederos, o son los principios perecederos igualmente perecederos? Además, y esta es la mayor dificultad y la más embarazosa, ¿la unidad y el ser constituyen la sustancia de los seres, como pretendían los pitagóricos y Platón, o quizás hay algo que le sirva de sujeto, de sustancia, como la amistad de Empédocles, como el fuego, el agua, el aire de este o aquel filósofo? ¿Los principios son relativos a lo general, o a las cosas particulares? ¿Existen en potencia o en acto? ¿Están en movimiento o de otra manera? Todas estas son dificultades trascendentales.
Por otra parte, ¿los números, las longitudes, las figuras, los puntos, son o no sustancias, y si son sustancias, son independientes de los objetos sensibles, o existen en estos objetos? Sobre todos estos puntos no solo es difícil conseguir la verdad por medio de una adecuada solución, sino que ni tan solo es fácil presentar con claridad las dificultades.
Parte II
En primer lugar, ya preguntamos al empezar: ¿pertenece a una sola ciencia o a muchas analizar todas las especies de causas? Pero ¿cómo ha de pertenecer a una sola ciencia conocer de principios que no son contrarios los unos a los otros? Y además, existen numerosos objetos, en los que estos principios no se encuentran todos juntos. Así, por ejemplo, ¿sería posible investigar la causa del movimiento o el principio del bien en lo que es inmóvil? En efecto, todo lo que es en sí y por su naturaleza bien, es un fin, y por esto mismo es una causa, puesto que, en vista de este bien, se producen y existen las demás cosas. Un fin, solo por ser fin, es necesariamente objeto de alguna acción, pero no existe acción sin movimiento, de manera que en las cosas inmóviles no se puede admitir ni la existencia de este principio del movimiento, ni la del bien en sí. De aquí se infiere que nada se demuestra en las ciencias matemáticas por medio de la causa del movimiento. Tampoco se ocupan de lo que es mejor y de lo que es peor; ningún matemático se da cuenta de estos principios. Por esta razón algunos sofistas, Aristipo, por ejemplo, rechazaban como infamantes las ciencias matemáticas. Todas las artes, hasta las manuales, como la del albañil, del zapatero, se ocupan sin cesar de lo que es mejor y de lo que es peor, mientras que las matemáticas nunca mencionan el bien y el mal.
Pero si hay varias ciencias de causas, cada una de las cuales se ocupa de principios distintos, ¿cuál de todas ellas será la que buscamos o, entre los hombres que las posean, cuál conocerá mejor el objeto de nuestras pesquisas? Es probable que un solo objeto reúna todas estas especies de causas. Y así en una casa el principio del movimiento es el arte, y el obrero, la causa final, es la obra; la materia, la tierra y las piedras; y el plan es la forma. Es necesario, por tanto, atendiendo a la definición que hemos hecho anteriormente de la filosofía, dar este nombre a cada una de las ciencias que se ocupan de estas causas. La ciencia por excelencia, la que dominará a todas las demás, y a la que todas se habrán de someter como esclavas, es aquella que su objeto sea el fin y el bien, porque todo lo demás no existe sino en vista del bien. Pero la ciencia de las causas primeras, la que hemos definido como la ciencia de lo más científico que existe, será la ciencia de la esencia.
En efecto, una misma cosa puede descubrirse de muchas maneras, pero los que conocen un objeto por lo que es, lo conocen mejor que los que lo conocen por lo que no es. Entre los primeros distinguimos distintos grados de conocimiento, y decimos que tienen una ciencia más perfecta los que conocen, no sus cualidades, su cantidad, sus modificaciones, sus actos, sino su esencia. Igual sucede con todas las cosas que están sometidas a demostración. Creemos tener conocimiento de las cosas cuando sabemos en qué consisten: ¿qué es, por ejemplo, construir un cuadro, equivalente a un rectángulo dado? Es hallar la media proporcional entre los dos lados del rectángulo. Lo propio ocurre en el resto de los casos. Por lo contrario, en cuanto a la producción, a la acción, a toda muestra de cambio, creemos hacer ciencia cuando conocemos el principio del movimiento, el cual es distinto de la causa final, precisamente es lo contrario. Parece, pues, en vista de esto, que son ciencias diferentes las que han de investigar cada una de estas causas.