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Si no se recoge que la unidad y el ser son una sustancia, se infiere que no hay nada general, puesto que estos principios son lo más general que hay en el mundo, y si la unidad en sí y el ser en sí no son algo, con mayor razón no habrá ser alguno fuera de lo que se llama lo particular. Además, si la unidad no fuese una sustancia, es evidente que el número mismo no podría existir como una naturaleza separada de los seres. En efecto, el número se compone de mónadas, y la mónada es lo que es uno. Pero si la unidad en sí, si el ser en sí son alguna cosa, es necesario que sean la sustancia, porque no hay nada fuera de la unidad y del ser que se diga universalmente de todos los seres.
Sin embargo si el ser en sí y la unidad en sí son algo, nos será muy difícil concebir cómo puede haber ninguna otra cosa fuera de la unidad y del ser, es decir, cómo puede existir más de un ser, puesto que lo que es otra cosa que el ser no es. De donde se desprende necesariamente lo que decía Parménides, que todos los seres se reducían a uno, y que la unidad es el ser. Pero aquí se plantea una doble dificultad; porque ya no sea la unidad una sustancia, ya lo sea, es igualmente imposible que el número sea una sustancia: que es imposible en el primer caso, ya hemos dicho por qué. En el segundo, la misma dificultad sucede que respecto del ser. ¿De dónde vendría efectivamente otra unidad fuera de la unidad? Porque en el caso de que se trata existirían necesariamente dos unidades. Todos los seres son, o un solo ser o una multitud de seres, si cada ser es unidad.
Más todavía. Si la unidad fuese indivisible, no habría absolutamente nada, y esto es lo que piensa Zenón. En efecto, lo que no se hace ni más grande cuando se le añade, ni más pequeño cuando se le quita algo, no es, en su opinión, un ser, porque la magnitud es obviamente la esencia del ser. Y si la magnitud es su esencia, el ser ha de ser corporal, porque el cuerpo es magnitud en todos sentidos. Pero ¿cómo la magnitud añadida a los seres hará a los unos más grandes sin producir en los otros este efecto? Por ejemplo, ¿cómo el plano y la línea agrandarán, y nunca el punto y la mónada? Sin embargo, como la conclusión de Zenón es un poco dura, y por otra parte puede haber en ella algo de indivisible, se responde a la objeción, que en el caso de la mónada o el punto, la adición no aumenta la extensión y sí el número. Pero entonces, ¿cómo un solo ser, y si se quiere muchos seres de esta naturaleza, constituirán una magnitud? Sería lo mismo que pretender que la línea se compone de puntos. Y si se admite que el número, como dicen algunos, es producido por la unidad misma y por otra cosa que no es unidad, no por esto dejará de tenerse que indagar por qué y cómo el producto es tan pronto un número, tan pronto una magnitud; puesto que el no-uno es la desigualdad, es la misma naturaleza en los dos casos. En efecto, no se ve cómo la unidad con la desigualdad, ni cómo un número con ella, pueden generar magnitudes.
Parte V
Se plantea una dificultad que se relaciona con las anteriores, y es como sigue: ¿Los números, los cuerpos, las superficies y los puntos son o no sustancias?
Si no son sustancias no conocemos bien ni lo que es el ser, ni cuáles son las sustancias de los seres. En efecto, ni las modificaciones, ni los movimientos, ni las relaciones, ni las disposiciones, ni las proposiciones poseen, al parecer, ninguno de los caracteres de la sustancia. Se refieren todas estas cosas como atributos a un sujeto, y nunca se les da una existencia independiente. En cuanto a las cosas que parecen poseer más el carácter de sustancia, como el agua, la tierra, el fuego que constituyen los cuerpos compuestos en estas cosas, lo caliente y lo frío, y las propiedades de esta clase, son cambios y no sustancias. El cuerpo, que es el sujeto de estos cambios, es el único que se mantiene como ser y como verdadera sustancia. Y, sin embargo, el cuerpo es menos sustancia que la superficie, esta lo es menos que la línea, y la línea menos que la mónada y el punto. Por medio de ellos el cuerpo es determinado y, al parecer, es posible que existan independientemente del cuerpo; pero sin ellos la existencia del cuerpo es imposible. Por esta razón, mientras que los profanos y los filósofos de los primeros tiempos opinan que el ser y la sustancia es el cuerpo, y que las demás cosas son modificaciones del cuerpo, de suerte que los principios de los cuerpos son también los principios de los seres, filósofos más modernos, y que se han revelado en verdad más filósofos que sus predecesores, admiten por principios los números. Y así, como ya hemos expuesto, si los seres en cuestión no son sustancias, no existe absolutamente ninguna sustancia, ni ningún ser, porque los accidentes de estos seres no merecen con certeza que se les dé el nombre de seres.
Sin embargo, si por una parte se reconoce que las longitudes y los puntos son más sustancias que los cuerpos, y si por otra no sabemos entre qué cuerpos será necesario colocarlos, porque no es posible hacerlo entre los objetos sensibles, en este caso no existirá ninguna sustancia. En efecto, evidentemente estas no son más que divisiones del cuerpo, ya en longitud, ya en latitud, ya en profundidad. Finalmente, toda figura, cualquiera que ella sea, se encuentra igualmente en el sólido, o no existe ninguna. De forma que si no puede decirse que el Hermes existe en la piedra con sus contornos determinados, la mitad del cubo tampoco está en el cubo con su forma determinada, y ni existe tan solo en el cubo superficie alguna real. Porque si toda superficie, cualquiera que ella sea, existiese en él realmente, la que determina la mitad del cubo tendrían también en él una existencia real. El mismo razonamiento se aplica igualmente a la línea, al punto y a la mónada. Por consiguiente, si por una parte el cuerpo es la sustancia por excelencia; si por otra las superficies, las líneas y los puntos lo son más que el cuerpo mismo; y si, en otro concepto, ni las superficies, ni las líneas, ni los puntos son sustancia, entonces no sabemos ni qué es el ser, ni cuál es la sustancia de los seres.
Añádase a lo que acabamos de exponer las consecuencias irracionales que se deducirían relativamente a la producción y a la destrucción. En efecto, en este caso, la sustancia que antes no existía, existe ahora: y la que existía antes deja de existir. ¿No es esto para la sustancia una producción y una destrucción? Por lo contrario, ni los puntos, ni las líneas, ni las superficies no están en disposición ni de producirse ni de ser destruidas; y, sin embargo, tan pronto existen como no existen. Véase lo que ocurre en el caso de la reunión o separación de dos cuerpos; si se juntan, no existe más que una superficie; y si se separan, existen dos. Y así, en el caso de una superficie, las líneas y los puntos no existen ya, han desaparecido; mientras que, después de la separación, existen magnitudes que no existían antes; pero el punto, objeto indivisible, no se ha dividido en dos partes. Por último, si las superficies están supeditadas a producción y a destrucción, proceden de algo.
Pero con los seres que analizamos ocurre, sobre poco más o menos, lo mismo que con el instante actual en el tiempo. No es posible que nazca y perezca; sin embargo, como no es una sustancia, parece sin cesar diferente. Evidentemente los puntos, las líneas y las superficies se encuentran en un caso parecido, porque se les puede aplicar los mismos juicios. Como el instante actual, no son ellos más que límites o divisiones.
Parte VI
Una cuestión que es absolutamente necesaria plantear es la de saber por qué, fuera de los seres sensibles y de los seres intermedios es imprescindible ir en busca de otros objetos, por ejemplo, los que se conocen como ideas. El motivo es, según se dice, que si los seres matemáticos difieren por cualquier otro concepto de los objetos de este mundo, de ninguna manera difieren en este, puesto que un gran número de estos objetos son de especie semejante. De manera que sus principios no quedarán limitados a la unidad numérica. Ocurrirá, como con los principios de las palabras de que nos servimos, que se distinguen no numéricamente sino genéricamente; a menos, sin embargo, de que se los cuente en tal sílaba, en tal palabra determinada, porque en este caso poseen también la unidad numérica. Los seres intermedios están en este caso. En ellos asimismo las semejanzas de especies son infinitas en número. De forma que si fuera de los seres sensibles y de los seres matemáticos no hay otros seres que los que algunos filósofos denominan ideas, en este caso no hay sustancia, una en número y en género; y entonces los principios de los seres no son principios que se cuenten numéricamente, y solo tienen la unidad genérica. Y si de esta consecuencia no se puede prescindir, es necesario que existan ideas. En efecto, aunque los que admiten su existencia no formulan bien su pensamiento, he aquí lo que quieren decir y que es consecuencia necesaria de sus principios. Cada idea es una sustancia; ninguna es accidente. Por otra parte, si se afirma que las ideas existen, y que los principios son numéricos y no genéricos, ya hemos dicho más arriba las dificultades imposibles de resolver que de esto tienen que resultar necesariamente.
Una investigación difícil se relaciona con las cuestiones anteriores. ¿Los elementos existen en potencia o de alguna otra manera? Si de alguna otra manera, ¿cómo habrá cosa anterior a los principios? (Porque la potencia es anterior a tal causa determinada, y no es necesario que la causa que existe en potencia pase a acto.) Pero si los elementos no existen más que en potencia, es posible que ningún ser exista. Poder existir no es existir todavía; puesto que lo que nace o llega a ser es lo que no era o existía, y que nada nace o llega a ser si no posee la potencia de ser.
Tales son las dificultades que es necesario proponerse relativamente a los principios. Debe todavía preguntarse si los principios son universales o si son elementos particulares. Si son universales no son esencias, porque lo que es común a muchos seres indica que un ser es de tal manera y no que es propiamente tal ser. Porque la esencia es propiamente lo que constituye un ser. Y si lo universal es un ser determinado, si el atributo común a los seres puede ser afirmado como esencia, habrá en el mismo ser muchos animales, Sócrates, el hombre, el animal; puesto que en esta hipótesis cada uno de los atributos de Sócrates indica la existencia propia y la unidad de un ser. Si los principios son universales, esto es lo que se deduce. Si no son universales, son como elementos particulares que no pueden ser objeto de la ciencia, recayendo como recae toda ciencia sobre lo universal. De forma que deberá haber aquí otros principios precedentes a ellos, y revestidos con el carácter de la universalidad, para que pueda darse la ciencia de los principios.
Libro IV
Parte I
Existe una ciencia que estudia el ser en tanto que ser y los accidentes propios del ser. Esta ciencia se diferencia de todas las ciencias particulares, porque ninguna de ellas estudia en general el ser en tanto que ser. Estas ciencias solo tratan del ser desde cierto punto de vista, y solo desde este punto de vista estudian sus accidentes; en este caso se encuentran las ciencias matemáticas. Pero puesto que buscamos los principios, las causas más elevadas, está claro que estos principios deben de tener una naturaleza propia. Por tanto, si los que han investigado los elementos de los seres buscaban estos principios, tenían necesariamente que estudiar en tanto que seres. Por esta razón debemos nosotros también estudiar las causas primeras del ser en tanto que ser.
Parte II
El ser se entiende de muchas formas, pero estos diferentes sentidos se refieren a una sola cosa, a una misma naturaleza, no existiendo entre ellos únicamente comunidad de nombre; pero así como por sano se entiende todo aquello que se refiere a la salud, lo que la conserva, lo que la produce, aquello de que es ella señal y aquello que la recibe; y así como por medicinal puede entenderse todo lo que se relaciona con la medicina, y significar ya aquellos que posee el arte de la medicina, o bien lo que se refiere a ella, o finalmente lo que es obra suya, como sucede con la mayor parte de las cosas; en igual forma el ser posee muchas significaciones, pero todas apuntan a un principio único. Tal cosa se llama ser, porque es una esencia; tal otra porque es una modificación de la esencia, porque es la dirección hacia la esencia, o bien es su destrucción, su privación, su cualidad, porque ella la produce, le da nacimiento, está en relación con ella; o bien, por último, porque ella es la negación del ser desde alguno de estos puntos de vista o de la esencia misma. En este sentido afirmamos que el no ser es, que él es el no ser. Todo lo comprendido bajo la palabra general de sano, es del dominio de una sola ciencia. Lo mismo pasa con todas las demás cosas: una sola ciencia estudia, no ya lo que comprende en sí mismo un objeto único, sino todo lo que compete a una sola naturaleza; pues en efecto, estos son, desde un punto de vista, atributos del objeto único de la ciencia.
Está pues claro que una sola ciencia estudiará así mismo los seres en tanto que seres. Ahora bien, la ciencia tiene siempre por objeto propio lo que es primero, aquello de que todo lo demás depende, aquello que es la razón de la existencia de las demás cosas. Si la esencia está en este caso, será necesario que el filósofo posea los principios y las causas de las esencias. Pero no existe más que un conocimiento sensible, una sola ciencia para un solo género; y así una sola ciencia, la gramática, trata de todas las palabras; y de igual modo una sola ciencia general estudiará de todas las especies del ser y las subdivisiones de estas especies.
Si, por otra parte, el ser y la unidad son una misma cosa, si constituyen una sola naturaleza, puesto que van juntas siempre como principio y como causa, sin estar, sin embargo, comprendidos bajo una misma noción, importará poco que nosotros tratemos a la vez del ser y de la esencia; y hasta esta será una ventaja. En efecto, un hombre, ser hombre y hombre, poseen el mismo significado; nada altera la expresión: el hombre es, por esta duplicación: el hombre es hombre o el hombre es un hombre. Está claro que el ser no se separa de la unidad, ni en la producción ni en la destrucción. Asimismo, la unidad nace y perece con el ser. Es evidente que la unidad no añade nada al ser por su adjunción y, finalmente, que la unidad no es cosa alguna fuera del ser.
Hay que añadir que la sustancia de cada cosa es una en sí y no accidentalmente. Y lo mismo ocurre con la esencia. De forma que tantas cuantas especies hay en la unidad, otras tantas especies correspondientes existen en el ser. Una misma ciencia tratará de lo que son en sí mismas estas diferentes especies; estudiará, por ejemplo, la identidad y la semejanza, y todas las cosas de este género, así como sus opuestas; en una palabra, los contrarios; porque demostraremos en el análisis de los contrarios que casi todos se reducen a este principio, la posición de la unidad con su contrario.
La filosofía tendrá además tantas partes como esencias hay; y entre estas partes habrá necesariamente una primera, una segunda. La unidad y el ser se subdividen en géneros, unos anteriores y otros posteriores; y abarcará tantas partes de la filosofía como subdivisiones existen.
El filósofo se halla, así, en idéntico caso que el matemático. En las matemáticas existen partes; una primera, una segunda y así sucesivamente.
Una sola ciencia se ocupa de los opuestos, y la pluralidad es lo opuesto a la unidad; una sola y misma ciencia se ocupará de la negación y de la privación, porque en estos dos casos es tratar de la unidad, como que respecto de ella tiene lugar la negación o privación: privación simple, por ejemplo, cuando no se da la unidad en esto, o privación de la unidad en un género particular. La unidad tiene, por lo tanto, su contrario, lo mismo en la privación que en la negación: la negación es la ausencia de tal cosa particular: bajo la privación existe asimismo alguna naturaleza particular, de la que se dice que hay privación. De otro lado, la pluralidad es, como hemos citado, opuesta a la unidad. La ciencia de que se trata se ocupará de lo que es contrario a las cosas de que hemos hablado: esto es, de la diferencia, de la desemejanza, de la desigualdad y de los demás modos de este género, examinados, o en sí mismos, o con relación a la unidad y a la pluralidad. Entre estos modos será necesario ubicar también la contrariedad, porque la contrariedad es una diferencia, y la diferencia entra en lo desemejante. La unidad se entiende de muchas formas: y por tanto estos diferentes modos se entenderán lo mismo; aunque, sin embargo, corresponderá a una sola ciencia el conocerlos todos. Porque no se refieren a muchas ciencias solo porque se tomen en muchas acepciones. Si no fuesen modos de la unidad, si sus elementos no pudiesen referirse a la unidad, entonces corresponderían a ciencias diferentes. Todo se refiere a algo que es primero; por ejemplo, todo lo que se dice uno, se refiere a la unidad primera. Lo propio debe de acontecer con la identidad y la diferencia, y sus contrarios. Cuando se ha analizado en particular en cuántas acepciones se toma una cosa, es imprescindible referir luego estas diversas acepciones a lo que es primero en cada categoría del ser; es necesario ver cómo cada una de ellas se liga con la significación primera. Y así, ciertas cosas reciben el nombre de ser y de unidad, porque los poseen en sí mismas; otras porque los producen, y otras por alguna razón semejante. Es por tanto claro, como hemos citado en el planteamiento de las dificultades, que una sola ciencia debe tratar de la sustancia y sus distintos modos; esta era una de las cuestiones que nos habíamos fijado.
El filósofo tiene que poder tratar todos estos puntos, porque si no perteneciera y fuera todo esto propio del filósofo, ¿quién ha de analizar, si Sócrates y Sócrates sentado son la misma cosa; si la unidad es opuesta a la unidad; qué es la oposición; de cuántas formas debe entenderse, y una multitud de cuestiones de este género? Puesto que los modos, a los que nos hemos referido, son modificaciones propias de la unidad en tanto que unidad, del ser en tanto que ser, y no en tanto que números, líneas o fuego, está claro que nuestra ciencia deberá estudiarlos en su esencia y en sus accidentes. El error de los que se ocupan de ellos no consiste en hacerlo de seres extraños a la filosofía, y sí en no decir nada de la esencia, la cual precede a estos modos. Así como el número en tanto que número tiene modos propios, por ejemplo, el impar, el par, la conmensurabilidad, la igualdad, el aumento, la disminución, modos todos ya del número en sí, ya de los números en sus recíprocas relaciones y lo mismo que el sólido, al propio tiempo que puede encontrar inmóvil o en movimiento, ser pesado o ligero, posee también sus modos propios, de igual manera el ser en tanto que ser posee ciertos modos particulares, y estos modos son objeto de las investigaciones del filósofo. La prueba de esto es que las pesquisas de los dialécticos y de los sofistas, que se disfrazan con el traje del filósofo, porque la sofística no es otra cosa que la apariencia de la filosofía, y los dialécticos disputan, sobre todo, tales pesquisas, digo, son todas ellas relativas al ser. Si se ocupan de estos modos de ser, es evidentemente porque son del dominio de la filosofía, como que la dialéctica y la sofística se agitan en el mismo círculo de ideas que la filosofía. Pero la filosofía difiere de la una por los efectos que genera, y de la otra por el género de vida que impone. La dialéctica trata de conocer, la filosofía conoce; por lo que respecta a la sofística, no es más que una ciencia aparente y sin realidad.
Existe en los contrarios dos series opuestas, una de las cuales es la privación, y todos los contrarios pueden reducirse al ser y al no ser, a la unidad y a la pluralidad. El reposo, por ejemplo, pertenece a la unidad, el movimiento a la pluralidad. Por lo demás, casi todos los filósofos están de acuerdo en decir que los seres y la sustancia están constituidos por contrarios. Todos dicen que los principios son contrarios, adoptando los unos el impar y el par, otros lo caliente y lo frío, otros lo finito y lo infinito, otros la amistad y la discordia. Todos sus demás principios se reducen, al parecer, como aquellos a la unidad y la pluralidad. Admitamos que efectivamente se reducen a esto. En tal caso, la unidad y la pluralidad constituyen, en cierto modo, géneros bajo los cuales vienen a colocarse sin excepción alguna los principios reconocidos por los filósofos anteriores a nosotros. De aquí se infiere ciertamente que una sola ciencia debe ocuparse del ser en tanto que ser, porque todos los seres son o contrarios o compuestos de contrarios; y los principios de los contrarios son la unidad y la pluralidad, las cuales entran en una misma ciencia, sea que se apliquen o, como probablemente debe decirse con mayor acierto, que no se aplique cada una de ellas a una naturaleza única. Aunque la unidad se tome en diferentes acepciones, todos estos distintos sentidos se refieren, sin embargo, a la unidad primitiva. Lo propio ocurre respecto a los contrarios; y por esta razón, incluso no concediendo que el ser y la unidad son algo universal que se encuentra igualmente en todos los individuos o que se da fuera de los individuos (y quizá no estén separados realmente de ellos), será siempre exacto que ciertas cosas se refieren a la unidad, y otras proceden de la unidad.
Por consiguiente, no es al geómetra a quien toca estudiar lo contrario, lo perfecto, el ser, la unidad, la identidad, lo diferente; él tendrá que limitarse a reconocer la existencia de estos principios.
Por lo tanto, es evidente que pertenece a una ciencia única estudiar el ser en tanto que ser, y los modos del ser en tanto que ser; y esta ciencia se trata de una ciencia teórica, no solo de las sustancias, sino también de sus modos, de los mismos de que acabamos de hablar, y también de la prioridad y de la posterioridad, del género y de la especie, del todo y de la parte, y de las demás cosas análogas.
Parte III
Ahora nos toca examinar si el estudio de lo que en las matemáticas se denominan axiomas y el de la esencia, dependen de una ciencia única o de ciencias diferentes. Está claro que este doble examen es objeto de una sola ciencia, y que esta ciencia es la filosofía. En efecto, los axiomas abarcan sin excepción todo lo que existe, y no tal o cual género de seres tomados aparte, con exclusión de los demás. Todas las ciencias se valen de los axiomas, porque se aplican al ser en tanto que ser, y el objeto de toda ciencia es el ser. Pero no se valen de ellos sino en la medida que basta a su propósito, es decir, en cuanto lo permiten los objetos sobre los que recaen sus demostraciones. Y de este modo, puesto que existen en tanto que seres en todas las cosas, porque este es su carácter común, al que conoce el ser en tanto que ser, es a quien pertenece el examen de los axiomas.
Debido a ello, ninguno de los que se ocupan de las ciencias parciales, ni el geómetra, ni el aritmético intentan demostrar ni la verdad ni la falsedad de los axiomas; y solo exceptúo algunos de los físicos, por entrar esta pesquisa en su asunto. Los físicos son los únicos que han pretendido abarcar, en una sola ciencia, la naturaleza toda y el ser. Pero como existe algo superior a los seres físicos, porque los seres físicos no son más que un género particular del ser, al que trate de lo universal y de la sustancia primera es al que atañerá igualmente estudiar este algo. La física es, ciertamente, una especie de filosofía, pero no constituye la filosofía primera.
Por otra parte, en todo lo que explican sobre el modo de reconocer la verdad de los axiomas, se descubre que estos filósofos ignoran los principios mismos de la demostración. Antes de abordar la ciencia, es necesario conocer los axiomas, y no esperar encontrarlos en el curso de la demostración.
Está claro que al filósofo, al que estudia lo que en toda esencia constituye su misma naturaleza, es a quien atañe examinar los principios silogísticos. Conocer a la perfección cada uno de los géneros de los seres es poseer todo lo que se necesita para poder afirmar los principios más ciertos de cada cosa. Así pues, el que conoce los seres en tanto que seres es el que posee los principios más ciertos de las cosas. Ahora bien, este es el filósofo.
Principio cierto por excelencia es aquel respecto del cual todo error es imposible. En efecto, el principio cierto por excelencia debe ser el más conocido de los principios, porque siempre se cae en error respecto de las cosas que no se conocen, y un principio, cuya posesión es necesaria para comprender las cosas, no es una hipótesis. Finalmente, el principio que hay necesidad de conocer para conocer lo que quiera que sea, es necesario poseerlo también, para emprender toda clase de estudios. Pero ¿cuál es este principio? Es este: es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etc. (no olvidemos aquí, para precavernos de las sutilezas lógicas, ninguna de las condiciones esenciales que hemos fijado en otra parte).