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Este principio, afirmamos, es el más cierto de los principios. Basta que se satisfagan las condiciones requeridas, para que un principio constituya el principio cierto por excelencia. No es posible, en efecto, que pueda concebir nadie que una cosa exista y no exista al mismo tiempo. Heráclito es de otro dictamen, según algunos; pero de que se diga una cosa no hay que deducir forzosamente que se piensa. Si, por otra parte, es imposible que en el mismo ser se den al mismo tiempo los contrarios (y a esta proposición es necesario añadir todas las circunstancias que la determinan habitualmente), y si, por último, dos pensamientos contrarios no son otra cosa que una afirmación que se niega a sí misma, es evidentemente imposible que el mismo hombre conciba al mismo tiempo que una misma cosa es y no es. Mentiría, pues, el que afirmase tener esta concepción simultánea, puesto que, para tenerla, sería necesario que tuviese a la vez los dos pensamientos contrarios. Al principio que hemos enunciado van a parar en definitiva todas las demostraciones, porque es suyo el principio de todos los demás axiomas.
Parte IV
Algunos filósofos, como ya hemos citado, pretenden que una misma cosa puede ser y no ser, y que se pueden concebir simultáneamente los contrarios. Tal es la aserción de la mayor parte de los físicos. Nosotros acabamos de reconocer que es imposible ser y no ser a la vez, y fundados en esta imposibilidad hemos declarado que nuestro principio es el principio cierto por excelencia.
También hay filósofos que, dando una muestra de incompetencia, quieren demostrar este principio; porque es desconocimiento no saber distinguir lo que tiene necesidad de demostración de lo que no la tiene. Es totalmente imposible demostrarlo todo, porque sería necesario caminar hasta el infinito; de forma que no resultaría demostración. Y si hay verdades que no deben demostrarse, dígasenos qué principio, como no sea el expuesto, se encuentra en semejante coyuntura.
Se puede, sin embargo, afirmar, por vía de refutación, esta imposibilidad de los contrarios. Basta que el que niega el principio ofrezca un sentido a sus palabras. Si no ofrece ninguno, sería ridículo intentar responder a un hombre que no puede ofrecer razón de nada, puesto que no tiene razón ninguna. Un hombre semejante, un hombre privado de razón, es como una planta. Y combatir por vía de la refutación, es en mi opinión una cosa diferente que demostrar. El que demostrase el principio, caería, al parecer, en una petición de principio. Pero si se intenta dar otro principio como causa de este de que se trata, entonces existirá refutación, pero no demostración.
Para desembarazarse de todas las argucias, no es suficiente pensar o decir que existe o que no existe alguna cosa, porque podría creerse que esto era una petición de principio, y necesitamos designar un objeto a nosotros mismos y a los demás. Es indispensable hacerlo así, puesto que de esta manera se da un sentido a las palabras, y el individuo para quien no tuviesen sentido, no podría ni entenderse consigo mismo, ni hablar a los demás. Si se admite este punto, entonces habrá demostración, porque habrá algo de determinado y de fijo. Pero el que demuestra no es la causa de la demostración, sino aquel a quien esta se dirige. Comienza por destruir todo lenguaje, y admite en el acto que se puede hablar. Por último, el que admite que las palabras tienen un sentido, concede asimismo que hay algo de verdadero, independiente de toda demostración. De aquí la imposibilidad de los contrarios.
En primer lugar queda, por tanto, fuera de cualquier vacilación esta verdad; que el hombre significa que tal cosa es o no es. De manera que nada absolutamente puede ser y no ser de una forma dada. Admitamos, por otra parte, que la palabra hombre designa un objeto; y constituya este objeto el animal bípedo. Digo que en este caso, este nombre no tiene otro sentido que el siguiente: si el animal de dos pies es el hombre, y el hombre es una esencia, la esencia del hombre es el ser un animal de dos pies.
No importa para la cuestión que se atribuya a la misma palabra muchos sentidos, con tal que de antemano se los haya determinado. Es necesario entonces unir a cada empleo de una palabra otra palabra. Supongamos, por ejemplo, que se dice: la palabra hombre significa, no un objeto único, sino muchos objetos, cada uno de cuyos objetos tiene un nombre particular, el animal, el bípedo. Añádase todavía un mayor número de objetos, pero hay que determinar su número, y unir la expresión propia a cada empleo de la palabra. Si no se añadiese esta expresión propia, si se reclamase que la palabra posee una infinidad de significaciones, está claro que no sería ya posible entenderse. En efecto, no significar un objeto uno, es no significar nada. Y si las palabras no significan nada, es de toda imposibilidad que los seres humanos se entiendan entre sí; decimos más, que se entiendan ellos mismos. Si el pensamiento no recae sobre un objeto uno, todo pensamiento es imposible. Para que el pensamiento sea posible, es necesario dar un nombre determinado al objeto del pensamiento.
El hombre, como planteamos anteriormente, designa la esencia, y designa un objeto único; por consiguiente ser hombre no puede significar lo mismo que no ser hombre, si la palabra hombre significa una naturaleza determinada, y no solo los atributos de un objeto determinado. En efecto, las expresiones: ser determinado y atributos de un ser determinado, no tienen, para nosotros, idéntico sentido. Si no fuera así, las palabras músico, blanco y hombre, significarían una sola y misma cosa. En este caso todos los seres serían un solo ser, porque todas las palabras serían sinónimas. Por último, solo bajo la relación de la semejanza de la palabra, podría una misma cosa ser y no ser; por ejemplo, si lo que nosotros llamamos hombre, otros le llamasen no-hombre. Pero el problema no es saber si es posible que la misma cosa sea y no sea al mismo tiempo el hombre nominalmente, sino si puede serlo realmente.
Si hombre y no-hombre no significasen cosas diferentes, no ser hombre no tendría obviamente un sentido diferente de ser hombre. Y así, ser hombre sería no ser hombre, y habría entre ambas cosas identidad, porque esta doble expresión que representa una noción única, significa un objeto único, lo mismo que vestido y traje. Y si existe identidad, ser hombre y no ser hombre significan un objeto único; pero hemos demostrado antes que estas dos expresiones poseen distinto sentido.
Por consiguiente, es indispensable decir, si hay algo que sea verdad, que ser hombre es ser un animal de dos pies, porque este es el sentido que hemos dado a la palabra hombre. Y si esto es indispensable, no es posible que en el mismo instante este mismo ser no sea un animal de dos pies, lo cual significaría que es necesariamente imposible que este ser sea un hombre. Por lo tanto tampoco es posible que pueda decirse con exactitud al unísono, que el mismo ser es un hombre y que no es un hombre.
El mismo razonamiento se aplica asimismo en el caso contrario. Ser hombre y no ser hombre significan dos cosas diferentes. Por otra parte, ser blanco y ser hombre no son la misma cosa; pero las otras dos expresiones son más opuestas, y difieren más por el sentido.
Si llega hasta reclamar que ser blanco y ser hombre signifiquen una sola y misma cosa, repetiremos lo que ya explicamos; habrá identidad entre todas las cosas, y no solo entre las opuestas. Si esto no es admisible, se infiere que nuestra proposición es verdadera. Basta que nuestro adversario responda a la pregunta. En efecto, nada priva a que el mismo ser sea hombre y blanco y otra infinidad de cosas más. Lo mismo que si se plantea esta cuestión: ¿es o no cierto que tal objeto es un hombre? Es necesario que el sentido de la respuesta esté determinado, y que no se vaya a sumar que el objeto es grande, blanco, porque siendo infinito el número de accidentes, no se pueden enumerar todos; y es preciso o enumerarlos todos o no enumerar ninguno. De la misma manera, aunque el mismo ser sea una infinidad de cosas, como hombre, no hombre, etc., a la pregunta: ¿es este un hombre?, no debe responderse que es al mismo tiempo no hombre, a menos que no se añadan a la respuesta todos los accidentes, todo lo que el objeto es y no es. Pero conducirse de esta manera, no es polemizar.
De otro modo, admitir semejante principio, es destruir totalmente toda sustancia y toda esencia. Pues en tal caso resultaría que todo es accidente; y es necesario negar la existencia de lo que constituye la existencia del hombre y la existencia del animal; porque si lo que constituye la existencia del hombre es algo, este algo no es ni la existencia del no-hombre, ni la no-existencia del hombre. Por lo contrario, estas son negaciones de este algo, puesto que lo que significaba era un objeto determinado, y que este objeto era una esencia. Ahora bien, significar la esencia de un ser es significar la identidad de su existencia. Luego si lo que constituye la existencia del hombre es lo que constituye la existencia del no-hombre o lo que constituye la existencia del hombre, no existirá identidad. De forma que es necesario que esos de los que hablamos digan que no hay nada que esté marcado con el sello de la esencia y de la sustancia, sino que todo es accidente. En efecto, he aquí lo que distingue la esencia del accidente: la blancura, en el hombre, es un accidente; y la blancura es un accidente en el hombre, porque es blanco, pero no es la blancura.
Si se pregona que todo es accidente, ya no hay género primero puesto que siempre el accidente designa el atributo de un sujeto. Es necesario, por lo tanto, que se prolongue hasta el infinito la cadena de accidentes. Pero esto es imposible. Jamás hay más de dos accidentes ligados el uno al otro. El accidente no es nunca un accidente de accidente, sino cuando estos dos accidentes son los accidentes del mismo sujeto. Cojamos por ejemplo blanco y músico. Músico no es blanco, sino porque lo uno y lo otro son accidentes del hombre. Pero Sócrates no es músico porque Sócrates y músico sean los accidentes de otro ser. Es preciso, pues, que se distingan los dos casos. Respecto de todos los accidentes que se dan en el hombre como se da aquí la blancura en Sócrates es imposible ir hasta el infinito: por ejemplo, a Sócrates blanco es imposible unir además otro accidente. En conclusión, una cosa una no es el producto de la colección de todas las cosas. Lo blanco no puede tener otro accidente, por ejemplo, lo músico. Porque músico no es tampoco el atributo de lo blanco, como lo blanco no lo es de lo músico. Esto se entiende respecto al primer ejemplo. Hemos dicho que había otro caso, en el que lo músico en Sócrates era el ejemplo. En este último caso, el accidente nunca es accidente de accidente; solo los accidentes del otro género pueden serlo.
Por consiguiente, no puede afirmarse que todo es accidente. Existe, pues, algo determinado, algo que lleva el carácter de la esencia; y si es así, hemos demostrado la imposibilidad de la existencia simultánea de atributos opuestos.
Pero hay más. Si todas las afirmaciones contradictorias relativas al mismo ser son verdaderas al mismo tiempo, está claro que todas las cosas serán entonces una cosa única. Una nave, un muro y un hombre deben ser la misma cosa, si todo se puede afirmar o negar de todos los objetos, como se ven obligados a admitir los que admiten la proposición de Protágoras. En efecto, si se piensa que el hombre no es una nave, evidentemente el hombre no será una nave. Y por consiguiente el hombre es una nave, puesto que la afirmación contraria es verdadera. De esta forma llegamos a la proposición de Anaxágoras. Todas las cosas están confundidas. De forma que nada existe que sea verdaderamente uno. El objeto de los discursos de estos filósofos es, al parecer, lo indeterminado, y cuando creen hablar del ser, hablan del no ser. Porque lo indeterminado es el ser en potencia y no en acto.
Añádase a esto que los filósofos a los que hacemos mención deben llegar hasta decir que se puede afirmar o negar todo de todas las cosas. Sería absurdo, en efecto, que un ser tuviese en sí su propia negación y no tuviese la negación de otro ser que no está en él. Digo, por ejemplo, que si es cierto que el hombre no es hombre, evidentemente es cierto asimismo que el hombre no es una nave. Si admitimos la afirmación, nos es necesario admitir igualmente la negación. ¿Admitiremos por lo contrario la negación más bien que la afirmación? Pero en este caso la negación de la nave se encuentra en el hombre más bien que la suya propia. Si el hombre tiene en sí esta última, tiene por tanto la de la nave, y si tiene la de la nave, tiene igualmente la afirmación contraria.
Además de esta consecuencia, es necesario también que los que admiten la opinión de Protágoras sostengan que nadie está obligado a admitir ni la afirmación, ni la negación. En efecto, si es cierto que el hombre es igualmente el no-hombre, está claro que ni el hombre ni el no-hombre podrían existir, porque es necesario admitir al mismo tiempo las dos negaciones de estas dos afirmaciones. Si de la doble afirmación de su existencia se fragua una afirmación única, compuesta de estas dos afirmaciones, es necesario admitir la negación única que es contraria a aquella.
Pero todavía hay más. O se prueba esto con todas las cosas, y lo blanco es igualmente lo no-blanco, el ser el no-ser, y lo mismo respecto de todas las demás afirmaciones y negaciones; o el principio posee excepciones, y se aplica a ciertas afirmaciones y negaciones, y no se aplica a otras. Admitamos que no se aplica a todas, y en este caso, respecto a las exceptuadas existe certidumbre. Si no existe hay excepción alguna, entonces es necesario, como se explicó antes, o que todo lo que se afirme se niegue al propio tiempo, y que todo lo que se niegue al propio tiempo se afirme; o que todo lo que se afirme al propio tiempo se niegue por una parte, mientras que por otra, por lo contrario, todo lo que se niegue, se afirmaría al propio tiempo. Pero en este último caso, habría algo que no existiría realmente. Esta sería una opinión cierta. Ahora bien, si el no-ser es algo cierto y conocido, la afirmación contraria debe ser más cierta todavía. Pero si todo lo que se niega, se afirma igualmente, la afirmación entonces es necesaria. Y en este caso, o los dos términos de la proposición pueden ser verdaderos, cada uno de por sí y separadamente; por ejemplo, si digo que esto es blanco, y después digo que esto no es blanco; o no son verdaderos. Si no son verdaderos enunciados separadamente, el que los pronuncia no los pronuncia, y realmente no resulta nada; y bien, ¿cómo seres no existentes pueden hablar o caminar? Y además todas las cosas serían en este caso una sola cosa, como antes expusimos, y entre un hombre, un dios y una nave, habría identidad. Ahora bien, si lo mismo ocurre con todo objeto, un ser no difiere de otro ser. Porque si difiriesen, esta diferencia constituiría una verdad y un carácter propio. De igual manera, si se puede, al distinguir, decir la verdad, se seguiría lo que acabamos de decir, y además que todo el mundo diría la verdad, y que todo el mundo mentiría, y que reconocería cada uno su propia mentira. Por otra parte, la opinión de estos hombres no merece ciertamente un serio examen. Sus palabras no poseen ningún sentido; porque no dicen que las cosas son así, o que no son así, sino que son y no son así a la vez. Después viene la negación de estos dos términos; y dicen que no es así ni no así, sino que es así y no así. Si no fuera así, existiría ya algo determinado. Por último, si cuando la afirmación es verdadera, la negación es falsa, y si cuando esta es verdadera, la afirmación es falsa, no es posible que la afirmación y la negación de una misma cosa estén señaladas al mismo tiempo con el carácter de la verdad.
Pero quizá se contestará que es esto mismo lo que se enuncia por principio. ¿Quiere decir esto que el que piense que tal cosa es así o que no es así, estará en lo falso, mientras que el que afirme lo uno y lo otro estará en lo cierto? Pues bien, si el último afirma, en efecto, la verdad, ¿qué otra cosa quiere decir esto sino que tal naturaleza entre los seres afirma la verdad? Pero si no dice la verdad, y la dice más bien el que sostiene que la cosa es de tal o cual manera, ¿cómo podrían existir estos seres y esta verdad, a la vez que no existiesen tales seres y tal verdad? Si todos los hombres afirman asimismo la falsedad y la verdad, tales seres no pueden ni articular un sonido, ni discurrir, porque afirman a la vez una cosa y no la dicen. Si no tienen concepto de nada, si piensan y no piensan a la vez, ¿en qué se diferencian de las plantas?
Está, pues, claro, que nadie piensa de esa manera, ni incluso los mismos que defienden esta doctrina. ¿Por qué, en efecto, toman el camino de Mégara en vez de permanecer en reposo en la convicción de que andan? ¿Por qué, si encuentran pozos y precipicios al dar sus paseos en la madrugada, no caminan en línea recta, y antes bien toman sus precauciones, como si pensasen que no es a la vez bueno y malo caer en ellos? Está claro que ellos mismos creen que esto es mejor y aquello peor. Y si tienen este pensamiento, necesariamente conciben que tal objeto es un hombre, que tal otro no es un hombre, que esto es dulce, que aquello no lo es. En efecto, no van en busca igualmente de todas las cosas, ni dan a todo el mismo valor; si piensan que les interesa beber agua o ver a un hombre, en el acto van en busca de estos objetos. Sin embargo, de otro modo deberían conducirse si el hombre y el no-hombre fuesen iguales entre sí. Pero como hemos explicado, nadie deja de ver que deben evitarse unas cosas y no evitarse otras. De manera que todos los hombres tienen, al parecer, la idea de la existencia real, si no de todas las cosas, por lo menos de lo mejor y de lo peor.
Pero incluso cuando el hombre no tuviese la ciencia, incluso cuando solo tuviese opiniones, sería necesario que se aplicase mucho más todavía al estudio de la verdad; al modo que el enfermo se ocupa más de la salud que el hombre que está sano. Porque el que solo tiene opiniones, si se le compara con el que sabe, está, con respecto a la verdad, indispuesto.
De otro modo, incluso suponiendo que las cosas son y no son de tal manera, el más y el menos existirían todavía en la naturaleza de los seres. Jamás se podrá sostener que dos y tres son de igual modo números pares. Y el que crea que cuatro y cinco son la misma cosa, no tendrá un pensamiento falso de grado semejante al del hombre que defendiera que cuatro y mil son idénticos. Si existe diferencia en la falsedad, está claro que el primero piensa una cosa menos falsa. Por consiguiente está más en lo verdadero. Luego si lo que es más una cosa, es lo que se aproxima más a ella, debe haber algo verdadero, de lo cual será lo más verdadero más cercano. Y si esto verdadero no existiese, por lo menos existen cosas más ciertas y más próximas a la verdad que otras, y henos aquí desembarazados de esta doctrina horrible, que condena al pensamiento a no poseer objeto determinado.
Parte V
La doctrina de Protágoras parte del mismo principio que esta que exponemos, y si la una tiene o no fundamento, la otra se halla necesariamente en el mismo caso. En efecto, si todo lo que pensamos, si todo lo que nos aparece, es la verdad, es necesario que todo sea al mismo tiempo verdadero y falso. La mayor parte de los hombres piensan de forma distinta los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones los consideramos que se hallan en el error. La misma cosa es por lo tanto y no es. Y si así ocurre, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad, poseen opiniones contrarias. Si las cosas son como acaba de decirse todas igualmente dirán la verdad. Es por lo tanto evidente que los dos sistemas en cuestión parten del mismo pensamiento.
Sin embargo, no debe combatirse de idéntica forma a todos los que profesan estas doctrinas. Con los unos hay que emplear la persuasión, y con los otros la fuerza de razonamiento. Respecto de todos aquellos que han llegado a esta concepción por la duda, es fácil remedar su ignorancia; entonces no hay que refutar argumentos, y es suficiente dirigirse a su inteligencia. En cuanto a los que profesan esta opinión por sistema, el remedio que debe aplicarse es la refutación, así por medio de los sonidos que pronuncian, como de las palabras que utilizan.
En todos los que dudan, el origen de esta opinión se origina del cuadro que presentan las cosas sensibles. En primer lugar, han fraguado la opinión de la existencia simultánea en los seres, de los contradictorios y de los contrarios, porque veían la misma cosa originar los contrarios. Y si no es posible que el no-ser devenga o llegue a ser, es necesario que en el objeto preexistan el ser y el no-ser. Todo se encuentra mezclado en todo, como dice Anaxágoras, y con él Demócrito, porque, según este último, lo vacío y lo lleno se encuentran, así lo uno como lo otro, en cada porción de los seres; siendo lo lleno el ser y lo vacío el no-ser.
A los que infieren estas consecuencias diremos que, desde un punto de vista, es exacta su afirmación; pero que, desde otro, se hallan en un error. El ser se toma en un doble sentido. Es posible en cierto modo que el no-ser produzca algo, y en otro modo esto es imposible. Puede ocurrir que el mismo objeto sea al mismo tiempo ser y no-ser, pero no desde el mismo punto de vista del ser. En potencia es posible que la misma cosa represente los contrarios; pero en acto, esto es imposible. Por otra parte, nosotros reclamaremos de los mismos de que se trata la idea de la existencia en el mundo de otra sustancia, que no es capaz ni de movimiento, ni de destrucción, ni de nacimiento.
El cuadro de los objetos sensibles es el que ha fraguado en algunos la opinión de la verdad de lo que aparece. Según ellos, no es a los más, ni tampoco a los menos, a quienes implica juzgar la verdad. Si gustamos una misma cosa, parecerá dulce a los unos, amarga a los otros. De forma que si todo el mundo estuviese enfermo, o todo el mundo se hubiese enajenado y solo dos o tres estuviesen en buen estado de salud y en su sano juicio, estos últimos serían entonces los enfermos y los necios, y no los primeros. Por otra parte, las cosas parecen a la mayor parte de los animales lo contrario de lo que nos parecen a nosotros, y cada individuo, a pesar de su identidad, no juzga siempre de la misma forma por los sentidos. ¿Cuáles son las sensaciones verdaderas? ¿Cuáles las falsas? No se podría saber; esto no es más verdadero que aquello, siendo todo igualmente verdadero. Y así Demócrito opina o que no hay nada verdadero o que no conocemos la verdad. En resumen, como, según su sistema, la sensación constituye el pensamiento, y como la sensación es una modificación del sujeto, aquello que parece a los sentidos es necesariamente en su opinión la verdad.
Tales son los argumentos por los que Empédocles, Demócrito y, puede decirse, todos los demás se han sometido a semejantes opiniones. Empédocles afirma que un cambio en nuestra manera de ser varía igualmente nuestro pensamiento:
El pensamiento existe en los hombres como consecuencia de la impresión del momento.
Y en otro pasaje dice:
Siempre tiene lugar en razón de los cambios que se operan en los hombres, el cambio en su pensamiento.
Parménides se expresa de idéntica forma:
Como es en cada hombre la organización de sus miembros flexibles, tal es igualmente la inteligencia de cada hombre; porque es la naturaleza de los miembros la que forma el pensamiento de los hombres en todos y en cada uno: cada grado de la sensación es un grado del pensamiento.
Se refiere también de Anaxágoras, que enviaba esta sentencia a algunos de sus amigos: “Los seres son para ustedes tales como los conciban”. También se quiere que Homero, al parecer, tenía una opinión análoga, porque representa a Héctor delirando por efecto de su herida, tendido en tierra, obnubilada su razón; como si creyese que los hombres en delirio poseen también razón, pero que esta razón no es ya la misma. Está claro que, si el delirio y la razón son ambos la razón, los seres a su vez son a la par lo que son y lo que no son.
La consecuencia que se infiere de semejante principio es ciertamente desconsoladora. Si son estas, efectivamente, las opiniones de los hombres que mejor han visto toda la verdad posible, y son estos hombres los que la buscan con pasión y que la aman; si tales son las doctrinas que profesan sobre la verdad, ¿cómo emprender sin desaliento los problemas filosóficos? Buscar la verdad, ¿no sería ir en busca de sombras que desaparecen?