- -
- 100%
- +
—¿Buscó ayuda durante todos esos años, conversó con alguien de lo que estaba pasando? ¿Cómo terminó esa relación?
—Fue muy difícil, fue una huida. No quisiera hablar de eso hasta que hable con el investigador, es un tema muy delicado, porque estamos hablando de potenciales testigos.
—¿Hay personas que pudieron saber o darse cuenta de lo que pasaba?
—Puede ser que sí, esa es la responsabilidad de investigar lo que pasó.
Las conferencias en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile
Marcela Aranda cuenta que el año pasado, “me empecé a obsesionar con las noticias que surgieron sobre nuevos casos de abusos por parte de sacerdotes en la iglesia. Me daba cuenta de que no podía dejar de pensar en eso, de hablar de los casos, sentía un dolor enorme”.
Como profesora de la Facultad de Teología de la PUC, en mayo recibió una invitación para asistir a un encuentro con el médico James Hamilton, uno de los denunciantes del sacerdote Fernando Karadima, quien les hablaría sobre los efectos de los abusos en la vida de las víctimas. “Me produjo un malestar físico y emocional tremendo”, afirma, “no fui capaz de ir a escucharlo, aunque quería”.
Pocos meses después, en octubre, recibió una nueva invitación para una segunda reunión, esta vez con el abogado Juan Pablo Hermosilla, quien hablaría con los profesores de Teología de la Facultad en la Universidad Católica de Chile sobre “la renovación de las estructuras eclesiales que finalmente han propiciado el abuso”.
—¿Decidió ir a ese encuentro? ¿Qué pasó entonces?
—Se me abrió la herida, sentí una angustia que no podía controlar, no entendía qué me pasaba. En mi desesperación llamé a mi colega y gran amigo, el sacerdote Rodrigo Polanco, y le expliqué que necesitaba hablar con él. Quedamos de hacerlo el 15, un día antes del encuentro con Juan Pablo Hermosilla, pero el día anterior brotaron en mi memoria los más horrorosos recuerdos del abuso sexual sufrido y colapsé psicológicamente. Entonces volví a llamar a Rodrigo para que conversáramos de inmediato. Durante toda esa tarde del 14 de octubre fui, poco a poco, poniendo en palabras los más espantosos y dolorosos eventos del abuso que hasta ese momento lograba recordar.
El proceso de recordar es como si te volvieran a abusar, revivir el abuso sexual con todo el dolor y el horror que implicó. Recordar es muy liberador, pero al mismo tiempo, terriblemente devastador.
Es un proceso duro, doloroso y siempre lo invade la angustia de que, tal vez, no lo logre. Una vez le dije a Rodrigo: “Si no logro sobrevivir… cuenta mi historia”, termina casi inaudible, se quiebra. Toma agua y esperamos unos segundos para continuar su relato.
—¿Qué pasó en el encuentro con el abogado Hermosilla y sus colegas de facultad?
—Fui al encuentro con Juan Pablo Hermosilla, no tenía nada decidido, pero le pedí a Rodrigo que se sentara al lado mío, y cuando el abogado comenzó a hablar de ejemplos concretos de abuso, muy impactantes, sentí cómo me iba reflejando en esas historias, en esas estructuras de abuso, de eventos abusivos. Cuando se dio la palabra para intervenir, sentí la necesidad de compartirlo con esa veintena de colegas. No me acuerdo de nada, de hecho, ellos me han contado lo que dije.
—¿Y qué dijo esa primera vez que habló de su experiencia en público?
—Dicen que di las gracias a Juan Pablo, hablé de que me sentía muy adolorida, por lo que contó de otras víctimas y que sentía su dolor en carne propia, dije que yo también había sido abusada sexualmente por un sacerdote. La reunión colapsó, se produjo un silencio, Juan Pablo tomó la palabra, me acogió y me dijo algo que me quedó grabado: “De esto se puede salir y salir bien, hay esperanza”. En una verdadera procesión, mis colegas se acercaron con gestos de cariño y apoyo que todavía me emocionan, uno a uno. Sentí que más allá de una comunidad académica, somos un grupo humano capaz de acoger una experiencia así. Esa fue la primera vez en mi vida que hice pública mi experiencia de abuso.
—¿Qué pasó en la facultad después de su testimonio?
—El decano Joaquín Silva no estuvo en ese encuentro, pero fue informado, y al día siguiente se me acercó, me acogió, me dio todo su apoyo y me dijo que me iba a acompañar. Un par de días después hablamos muy largo, le relaté todos los hechos y me dio todo su apoyo personal e institucional, y me ofreció dejar temporalmente mi actividad académica, porque se me estaba haciendo insostenible.
La otra autoridad con que hablé y que tuvo una acogida muy importante fue el rector de la Universidad Católica, doctor Ignacio Sánchez. También me recibió, me dio todo su apoyo personal e institucional. Se imaginará lo importante que es para mí, en momentos que uno piensa que no va a salir adelante. Se constituyeron en la fuerza que yo no tengo; soy una persona de una extrema fragilidad desde que tengo memoria, el abuso ha sido parte de mi vida. Ellos me aseguraron que se comprometían conmigo hasta el final. Y eso me da esperanza.
—¿Ha seguido en contacto con ellos?
—Sí, en contacto muy estrecho y lo agradezco muchísimo.
La denuncia
“Ahí comenzó un proceso muy doloroso, siempre apoyada por mi amigo Rodrigo Polanco”, sigue relatando Marcela Aranda. “Empezaron a emerger otros recuerdos desordenados, muy intensos y que me fueron desgastando cada vez más”.
En noviembre decidió acercarse a Juan Pablo Hermosilla, el abogado que ha acompañado a los tres principales denunciantes del caso Karadima y que es director de la Fundación para la Confianza creada por uno de ellos, José Andrés Murillo. “En varias reuniones, en esta misma oficina, le relaté los abusos (…). Me quebré muchas veces, no es fácil reconstruir los hechos, no solo por la carga emocional, sino porque los recuerdos no emergen linealmente”.
“En conjunto decidimos iniciar una denuncia eclesiástica en la oficina de escucha que monseñor Scicluna dejó en Chile. Nos recibió una de las encargadas, Josefina Martínez, le entregué mi relato escrito y hablamos casi dos horas, ahí quedaron estampados los abusos horrorosos a los que fui sometida por tantos años. A cambio recibí un cariño, una acogida, sentí que ella sentía mi dolor”, recuerda Marcela Aranda de su visita a la psicóloga. Ella es una de los cinco integrantes del Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento a las Víctimas —organismo de la Conferencia Episcopal— que el enviado papal y hoy secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Charles Scicluna, designó para acoger y escuchar las denuncias de abuso que él no pudo recibir personalmente, durante la segunda visita que realizó a Chile junto al sacerdote Jordi Bertomeu en junio pasado.
—¿Por qué hizo una denuncia eclesiástica y no recurrió a la justicia civil?
—Me anima buscar verdad y justicia, soy parte de la Iglesia y responsable por ella también. Soy profesora de teología y sigo siendo católica con todas las dudas que me han invadido, las faltas de confianza, la rabia. Obviamente que estos hechos me cuestionan mucho la fe y la confianza. El abuso no destruye una parte de uno, te destruye entero, incluida la fe. Quería que fuera la Iglesia a la que pertenezco la que primero acogiera mi denuncia y tuviera la oportunidad de investigar, transparentar y sancionar estos terribles abusos de que fui objeto.
—¿Ha tenido algún encuentro con la Compañía de Jesús, la congregación a la que perteneció en vida el sacerdote Renato Poblete?
—Es parte del proceso de la oficina de escucha. Mi denuncia inmediatamente gatilla un protocolo que la hace llegar a la congregación a la que perteneció el acusado; en este caso, el jesuita Renato Poblete Barth. En esta misma sala me reuní con el provincial Cristián del Campo y con un miembro de su consejo, porque ellos me pidieron una reunión.
Marcela Aranda no menciona el nombre. Sin embargo, otras fuentes confirmaron a El Mercurio que fue el jesuita Gabriel Roblero, quien acompañó al provincial de la Compañía de Jesús en Chile a la reunión.
—¿Cómo fue esa conversación? El sacerdote Renato Poblete fue una figura pública y muy emblemática para los jesuitas en Chile.
—Fue un buen encuentro. Desde el primer instante que aparecí en la sala, ellos me acogieron, me dijeron que estaban primero conmigo y que ya han iniciado un proceso de investigación que procurará ser lo más acucioso, lo más transparente posible. Aquí no se trata de enjuiciar a un muerto, aquí se trata de que la Compañía de Jesús tiene la oportunidad de revisar qué pasó para que alguien sufriera el abuso que yo sufrí por tantos años y nadie hiciera nada, como si nadie hubiera visto ni oído nada.
—¿Cuál es su objetivo al hacer esta denuncia? ¿Qué espera al iniciar un camino que es largo y difícil?
—En primer lugar, con esta denuncia y al mostrarme públicamente, busco verdad y justicia. Eso es indispensable para mi sanación personal y para que yo pueda empezar a vivir de una manera humana y digna. En este momento, yo solo sobrevivo. Quiero también que otras mujeres puedan hacer un proceso, aunque doloroso y difícil, pero sanador como el mío y se animen a denunciar los abusos recibidos. Y espero que sea una oportunidad única para la Compañía de Jesús después de todo lo que ha pasado en la Iglesia, de poder realizar ellos una investigación transparente, diligente y completa que permita comprender cómo algo tan espantoso pudo ocurrir durante tantos años y, tal vez, pueda seguir ocurriendo en muchas partes aún. Se tienen que asumir todas las responsabilidades que hubo. Por último, de verdad me gustaría que esto ayudara, junto a tantos otros casos, a propiciar una gran corriente de reflexión para que nunca más en la Iglesia y en la sociedad vuelva a ocurrir algo tan horroroso.
—¿Descarta hacer, luego de este proceso, una acción en el ámbito civil?
—No lo he descartado. Lo he pensado, pero primero quiero ver cómo avanza y qué resuelve la investigación eclesial.
—Desde que la Compañía de Jesús informó del inicio de su investigación ha habido reacciones, han hablado otros jesuitas, ¿cómo las ha recibido?
—No leo la prensa, tengo prohibición de mis terapeutas de hacerlo. Tengo solo referencias.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.