- -
- 100%
- +
La segunda reunión estuvo dirigida a cómo afrontar la culpa, siguiendo un aforismo ya clásico en “Resurrección” que aclara: “O yo domino al sufrimiento, o el sufrimiento me domina a mí”. Nuestro coordinador abrió el diálogo grupal con esta reflexión: “La culpa ataca sin piedad, con insistencia, como en retaguardia, regresando siempre al pasado que no se puede cambiar. Esa es mi propia experiencia. Por ello, nos vemos impotentes ante ella. Pero si nos enfrenta, nosotros la tenemos que confrontar. Con la culpa es como hacer un duelo dentro del mismo duelo. Hay que aceptarla y digerirla amargamente, porque se hace presente con sufrimiento emocional y mental, y de todo tipo, y por un buen tiempo. Una vez asumida la propia culpa, cosa nada fácil, el trabajo de duelo nos pide un gran esfuerzo: trabajarla, dialogar con ella y con nosotros, y serenarla hasta dominarla con una decisión firme de la voluntad. Y, si hubo culpa moral, tratarla con el remedio del amor y del perdón, porque hay que llegar a la paz”. ¡Dios mío!, yo capté con toda clarividencia que ahí tenía un desafío crucial: “¡O yo dominaba a la culpa, o la culpa me dominaría a mí!” Yo quería tener una vida por delante serena, libre de culpas.
En fin, el grupo “Resurrección” me dio muchas herramientas para abordarme a mí misma en un duelo tan extraordinario como es el suicidio de un hijo. No podía traer de nuevo a mi Negrito a este mundo, pero sí podía entregárselo a Dios, asumiendo con realismo y serenidad la trágica realidad ocurrida, mirando hacia adelante y hacia arriba, entrando en una órbita nueva de vida, en la que no quería dejar fuera a mi familia. Este desafío lo dejé plasmado en la segunda carta que escribí a mi hijito, en una de esas tareas que se nos encomendaba semanalmente.
Perdono tu decisión
“Mi amado hijo, te escribo desde todos los rincones sufrientes de mi corazón de madre, con lágrimas que nublan mis ojos y con un lenguaje de desahogo, reclamo y amor.
Yo te concebí para la vida y he tenido que depositarte debajo de la losa de la muerte, cuando tenías que haber sido tú quien cerrara los ojos de nosotros, tus padres, a esta existencia terrena.
A cada instante, y cuando me despierto fatigada en las noches, me pregunto sin cesar qué te afligiría tanto como para volverte ciego y empujarte a cometer esa locura. Ninguna respuesta, ni razón, ni lógica humana me convencen, ni me satisfacen. Por ello te reclamo a tí y a mí misma, reclamo a la vida y no sé a quién. ¡Tenías toda una vida por delante! Ha pasado tiempo desde tu muerte y no me acabo de conformar del todo.
Negrito, te confieso que he anidado en mí mucha bronca retenida hacia ti. ¿Qué te pasó que no pediste ayuda? ¿No tenías confianza en nosotros? ¿Dudabas acaso de nuestro amor incondicional por ti, que eras carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre? ¡Buscaste la muerte el mismo día de tu cumpleaños! Ni siquiera nos dejaste una línea, una palabra, un beso de despedida. Cuando te dije adiós, ni siquiera pude ver tu rostro, ni besar tu mejilla.
No pensaste en las tristezas interminables que provocarías a tus padres, que ya somos grandes, y a tus hermanos. Debías estar tan mal que no viste que tus tres hijos tan chiquitos, que amabas profundamente, y ellos a ti, se quedarían sin papá; y que nosotros nos quedaríamos, en cambio, como papás de un hijo suicidado.
Sabes, cariño mío, mi conciencia me martillea todavía con la culpa. Es un látigo que me sacude por doquier. Me hago tantas preguntas. ¿Cómo no pudimos cuidarte bien? Hasta en familia nos hemos lanzado dardos de culpabilidad. ¡Si pudiera echar el tiempo para atrás y rescatarte!
Hijo mío, dime, ¿cómo voy a poder seguir sin palpar tu presencia corporal, sin respirar tu aliento, sin tus cantos que tanto me alegraban y me llenaban el alma, sin retarte por tu despreocupada actitud ante la vida? ¿Y cómo vamos a seguir adelante todos en casa?
Hijo de mis entrañas, ahora huérfanas de maternidad, he sufrido por ti en vida al verte alejado de las cosas del Señor que tanto queríamos inculcarte. Por ello, le he venido preguntando cada día a Jesús por el paradero de tu alma. Ante mis llantos y angustia, el Padre Manuel, al que tú hacías renegar tanto, me ha respondido que, si yo, tu madre, te quiero así, cómo te querrá tu Creador y Redentor; y que nunca desespere de la misericordia divina. Me ha hecho orar varias veces con esa frase de nuestro Señor crucificado: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Hijo de mi corazón, te quiero con todo mi ser. Te lo digo ahora como te lo decía siempre. Perdono tu decisión, porque sé que estás en un Lugar mejor. Pido perdón a Dios por ti, y pido tu perdón por mis errores e ignorancias contigo.
Pibito mío, nosotros velaremos por tus hijitos, que tienen tus mismos ojos, para que no les falte nada. Y les contaremos cosas hermosas de ti, porque van a necesitar mucho de tus recuerdos.
En Dios encuentra la paz y la dicha que aquí no hallaste. Le suplico a María, nuestra Madre del Cielo, que te proteja y te lleve en su tierno regazo.
Hasta pronto, hijo de mi alma. Hasta que nos volvamos a encontrar cara a cara en la Gloria plena y feliz, donde no habrá ni despedidas, ni fin.
Tu “ma” que te ama más que antes”.
Amor con amor se paga
Participé durante un año en “Resurrección” trabajando mi duelo, y dos años más al lado del coordinador. Al cuarto, el párroco me propuso que coordinara un nuevo grupo de la Pastoral del duelo. Me lo solicitó parafraseando un versículo evangélico: “La mies del sufrimiento es mucha y los operarios de la Pastoral del duelo son pocos”.
“Además, -me dijo- usted es profesora, se expresa con soltura, escribe bien, ha hecho un buen duelo y se ha preparado adecuadamente. No olvide que la obra la hace Él -y apuntaba al cielo. Antes de cada sesión, hable con Él y después hable como él y lo que Él hablaría. Y tiene usted otra ventaja: su sola presencia como madre de un hijo suicidado al frente del grupo…”
Lo asumí con cierto temor, consciente de mis limitaciones e inseguridades, aunque sabiéndome una operaria de Dios para llevar un mensaje de esperanza, un remanso de paz y la buena noticia de la resurrección de Cristo a aquellos que están inmersos en un agrio duelo, como lo había estado yo. Porque amor con amor se paga.
Preparar cada encuentro de “Resurrección” era como una lección que una profesora se daba a sí misma como alumna. Coordinarlo era como colocarme las lentes tridimensionales del duelo, porque ahí aparecía un mundo de dimensiones nuevas. Cuando evaluaba cada reunión, me quedaba maravillada, hasta lloraba, porque terminaba examinando la madurez de mi duelo, me motivaba a sanar con más facilidad viejas heridas y corregía deficiencias de carácter y de actuación de mi persona.
“Entonces brotará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente” (Isaías 58,8). Es el cumplimiento en mi persona, ciertamente inmerecido, de la promesa del Señor. Y es que no hay mejor manera de ayudarse que ayudando gratuitamente en un gran duelo, como se hace en “Resurrección”, donde la gente llega rota y se va reeditada.
Abrir el paracaídas
Respetado lector, desde el primer momento del suicidio de mi hijo me retorcía por dentro lamentándome sin consuelo: “¡Tenía toda una vida por delante!” Posteriormente, en el proceso del duelo, me olvidaba que yo también tenía toda una vida por delante, al igual que mi familia.
Cuando al grupo “Resurrección”, que yo coordinaba, llegaron los primeros dolientes con un bagaje inmenso de sufrimiento, me cuestioné: “¿Qué esperarán estas personas de mí?” Sin embargo, la pregunta adecuada era otra: “¿Qué deseo yo que ellos esperen de sí mismos?” Y me respondía a mí misma: “Que entren como en una nueva órbita”. Sí, porque tenían una vida por delante.
Después de un gran dolor, hay que girar alrededor de un sol nuevo, recorrer un universo por descubrir, avanzar hacia el cielo infinito y abrir desde las alturas el paracaídas de la vida. Esto es lo que deseo también para usted, caro lector: toda una vida plena por delante.
EL ABRAZO QUE FALTABA
Desnuda en el desierto
- Emmanuel, hijo, no quiero que vayas con tus amigos. Mañana vas a recibir la bandera y tenemos que ir a comprar la ropa para que estés prolijo.
- “Mamá, déjalo ir. Hizo todo y se merece que salga” -intervino el hijo menor. Como todo hermano, era su cómplice.
Yo pensé por un momento y le dije:
- Está bien. Te doy permiso, pero sólo por una hora. Antes de irte, dame un abrazo.
- No, mamá, porque si te abrazo, me vas a agarrar y no me dejarás ir.
Y se fue a las cuatro de la tarde, feliz, sin el abrazo, pero tirándome besos de lejos. Se colocó el casco y subió a uno de los cuatriciclos. Alrededor de las cinco de la tarde lo llamé por teléfono para recordarle que lo estaba esperando para irnos de compras y me contestó:
- Estoy yendo viejita. ¡Te amo!
Esas fueron las últimas palabras que oí de mi hijo Emmanuel, antes de que fuera asesinado.
Mi nombre es Susana. Mamá de cuatro hijos y abuela de cuatro nietos. Día 9 de diciembre del 2014, todo transcurría en forma normal, con muchas alegrías en casa. Yo, recién jubilada; mis hijos mayores, ambos casados, con hijos y con muchos proyectos; mis hijos más pequeños, terminando su ciclo escolar y sus actividades deportivas con éxitos. Además, el día diez de diciembre iba a celebrarse el acto académico de clausura del año escolar en la Escuela donde cursaba Emmanuel. Había terminado el quinto año, siendo elegido primera escolta de la bandera y mejor compañero. Sumándole a todo esto, estábamos organizando un viaje de vacaciones en familia.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.