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cabalga el vendaval, o como el querubín del cielo
montado en los corceles invisibles de los aires,
soplará esta horrible acción en cada ojo
hasta que el viento se ahogue en lágrimas. No tengo espuela
que aguije los costados de mi plan,
sino sólo la ambición del salto que, al lanzarse,
sube demasiado y cae del otro…
Al saltar sobre la vida tras la muerte, Macbeth prevé un juicio contra sí mismo. La ecuánime justicia puede llevarle a la situación del marrullero Claudio, obligado por Hamlet a beberse el cáliz envenenado que, previsto para Hamlet, acabó con Gertrudis. En Macbeth irrumpe una gran voz que proclama la índole angelical de Duncan y anuncia el descenso de la piedad en forma de un recién nacido desnudo cabalgando el viento o del querubín a semejanza de una criatura a lomos de los aires invisibles. Macbeth salta sobre el semental de su ambición, se eleva demasiado y cae al otro lado.
Entra Lady Macbeth para devolver a su marido a su conjunta decisión:
Macbeth
No vamos a seguir con este asunto.
Él acaba de honrarme y yo he logrado
el respeto inestimable de las gentes,
que debe ser llevado nuevo, en su esplendor,
y no desecharse tan pronto.
Lady Macbeth
¿Estaba ebria la esperanza
de que te revestiste? ¿O se durmió?
¿Y ahora se despierta mareada
después de sus excesos? Desde ahora ya sé
que tu amor es igual. ¿Te asusta
ser el mismo en acción y valentía
que el que eres en deseo? ¿Quieres lograr
lo que estimas ornamento de la vida
y en tu propia estimación vivir como un cobarde,
poniendo el «no me atrevo» al servicio del «quiero»
como el gato del refrán?
Su desdén retrata vigorosamente a Macbeth como un borracho que se levanta tras dormir un sueño etílico, aquejado del remordimiento de la náusea. Su desprecio encierra un reproche sexual que combina la ambición con el ardor y se burla de su incapacidad. Para Lady Macbeth, el ornamento de la vida es la corona. El proverbial adagio del gato que quería comer peces sin atreverse a mojarse las patas aumenta su provocación.
Macbeth
¡Ya basta! Me atrevo
a todo lo que sea digno de un hombre.
Quien a más se atreva, no lo es.
Lady Macbeth
Entonces, ¿qué bestia
te hizo revelarme este propósito?
Cuando te atrevías eras un hombre;
y ser más de lo que eras te hacía
ser mucho más hombre. Entonces no ajustaban
el tiempo y el lugar, mas tú querías concertarlos;
ahora se presentan y la ocasión
te acobarda. Yo he dado el pecho y sé
lo dulce que es amar al niño que amamantas;
cuando estaba sonriéndome, habría podido
arrancarle mi pezón de sus encías
y estrellarle los sesos si lo hubiese
jurado como tú has jurado esto.
Una vez más, duda de la virilidad de Macbeth al insinuar que retraerse de su osadía le acobarda. Nos sobresalta la imagen de estrellarle los sesos a la criatura que había perdido cuando fueron asesinados ella y su primer marido.
Macbeth
¿Y si fallamos?
Lady Macbeth
¿Fallar nosotros?
Tú tensa tu valor hasta su límite
y no fallaremos.
Esto puede entenderse como la imagen de tensar un instrumento musical o la cuerda de una ballesta. Sin embargo, el reproche sexual vuelve a aparecer cuando insta a Macbeth a tensar su valentía hasta el extremo.
Cuando duerma Duncan
(y al sueño ha de invitarle el duro viaje
de este día) someteré a sus guardianes
con vino y regocijo, de tal suerte
que la memoria, vigilante del cerebro,
sea un vapor, y el sitial de la razón,
no más que un alambique. Cuando duerman
su puerca borrachera como muertos,
¿qué no podemos hacer tú y yo
con el desprotegido Duncan? ¿Qué no incriminar
a esos guardas beodos, que cargarán
con la culpa de este inmenso crimen?
Macbeth
¡No engendres más que hijos varones,
pues tu indómito temple sólo puede
crear hombres! Cuando hayamos manchado
de sangre a los durmientes de su cámara
con sus propios puñales, ¿no se creerá
que han sido ellos?
Lady Macbeth
¿Quién osará creer lo contrario
tras oír nuestros lamentos y clamores
por su muerte?
Macbeth
Estoy resuelto y para el acto terrible
he tensado todas las potencias de mi ser.
¡Vamos! Engañemos con aire risueño.
Falso rostro esconda a nuestro falso pecho.
La decisión de Macbeth es abiertamente fálica al continuar con la metáfora de tensar un instrumento o una ballesta. Sin embargo, es irónico que no sea posible engañar al mundo; éste nos engaña. El último verso fusiona la falsedad de corazón y rostro en esta distorsión del conocimiento.
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