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El mal existe no para ser comprendido sino combatido. En la medida en que es superado, deja entrever su ordenación a un todo mayor en el que seja de ser absurdo. Se presenta como incentivador en la construcción de nuevos caminos y de estados de conciencia más altos y maduros. A partir de ahí tiene sentido. De lo dia-bólico se gesta lo sim-bólico.
Importa, por tanto, descongelar el mal y lo dia-bólico, ponerlos en movimiento, como parte de un proceso. Forman parte de la cosmogénesis y de la antropogénesis, condición originaria de la evolución.
Pero, honestamente, hay que reconocer: no siempre este sentido es perceptible. Exige fe y esperanza. Estas actitudes no son voluntaristas. Están fundadas en el carácter virtual de la misma realidad que lleva en su seno el sentido encubierto. Globalmente, este sentido se revelará con evidencia solamente al final. Hasta entonces, nos cabe esperar y creer pacientemente. Esta actitud exige desprendimiento, serenidad y sabiduría, y es una condición inevitable de nuestro estado de creaturas, limitadas y siempre abiertas.
5. EL LARGO CAMINO DEL SER HUMANO RUMBO A LA INTEGRACIÓN
Para alcanzar una sabiduría que nos ofrezca alguna luz sobre la conexión dia-bólica y sim-bólica de la realidad, importa:
En primer lugar, quitar al ser humano de su falso pedestal y sacarlo de la soledad donde se autocolocó: fuera y por encima de la naturaleza. Es su antropocentrismo ancestral y su individualismo visceral. Inter-existe y co-existe con otros seres en el mundo y en el universo. Necesita reconocer ese vínculo de solidaridad cósmica, e insertarse conscientemente en ella. Centralizarse en sí mismo -antropocentrismoes señal de arrogancia y de falsa conciencia. En primera instancia, nosotros somos para la Tierra. Solamente a partir de ahí, la Tierra es para nosotros.
En segundo lugar, importa devolver el ser humano a la comunidad de los humanos; descubrir a la familia humana, el sentimiento de solaridad, de corresponsabilidad, de familiaridad, de intimidad y de subjetividad. Hoy la planetización se realiza en su edad de hierro, bajo el mercado competitivo y no cooperativo. Por eso causa tantas víctimas. Pero crea las precondiciones materiales para nuevas formas de planetización: la política, la ética, la cultura y otras. Ofrece la base imprescindible para una nueva etapa de la hominización: la etapa planetaria, de la conciencia de la especie y de la única sociedad mundial. A ella se ordena, quiéralo o no.
En tercer lugar, importa pasar de la humanidad a la comunidad de los seres vivos (biocenosis4). El ser humano necesita desarrollar veneración, respeto, piedad, compasión con todos los seres que sienten y sufren. Cruel e inhumano es matar niños y torturar animales. Es falta de compasión mantener vacas confinadas en un estrechísimo recinto, con alimentación químicamente balanceada, para que se trasformen en fábricas de carne. Dramático, también, es perder la piedad para con la vida humana y la compasión para con todos los que sufren. Con esas actitudes, nada será imposible, guerras nucleares, colapsos ecológicos, la autodestrucción de la especie homo. Importa defender la vida, los valores de la vida y una política orientada a la salvaguarda y desarrollo integral de la vida.
En cuarto lugar, urge pasar de la comunidad de los seres vivos (biocenosis5) a la Tierra, entendida como Gran Madre, Gaia6 y superorganismo vivo. El ser humano es hijo e hija de la Tierra. Más todavía, es la misma Tierra que en su evolución ha llegado al nivel de conciencia refleja, de “amorización”, de responsabilidad y de veneración del Misterio.
En quinto lugar, importa pasar de la Tierra al cosmos. Lo que el ser humano es en relación a la Tierra (la conciencia y el amor), es la Tierra en relación al cosmos. Uno de los lugares, quién sabe, entre otros millones y millones donde irrumpió el Espíritu, la Conciencia y el Amor incondicional. La Tierra es uno de los cerebros y uno de los corazones del cosmos que todos conocemos.
Por fin, urge pasar del cosmos al Creador. Toca al ser humano descifrar el misterio que sobrepasa y subyace en todos los seres y en todo el universo. El hombre y la mujer modernos que han pasado por la universidad son generalmente agnósticos. Tienen dificultad para creer. Y, cuando creen, tiene dificultad para mostrar su fe. Diferentemente se comportaba el ser humano de otras etapas de la evolución. Sabía dar al misterio mil denominaciones. Hacerle fiestas, celebrar su advenimiento. En fin, el ser humano era y es todavía hoy un ser espiritual, hijo e hija de Dios, Dios mismo por participación.
Queremos, en nuestro texto, dialectizar el águila y la gallina, lo dia-bólico y lo sim-bólico, el caos y el cosmos, a fin de presentar una tentativa sincera de integración que sea holística7, abierta y esperanzadora ante la crisis que dosola y acrisola a todos.
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1 Geocida: el que asesina a la Tierra.
2 Holismo/visión holistica: viene del griego holos que significa totalidad. El término fue creado por el filosofo sudafricano Ian Smuts, en 1926, para designar el esfuerzo de la mente por captar el todo en las partes y las partes en el todo.
3 Holograma: fenómeno en el que el todo está presente en cada una de las partes y las partes solamente existen insertados dentro de un todo que, a su vez, se ordena a otro todo mayor.
4 Biocenosis: el conjunto de todas las especies vegetales y animales que viven en un determinado espacio físico, formando una comunidad viviente.
5 Biocenosis: el conjunto de todas las especies vegetales y animales que viven en un determinado espacio físico, formando una comunidad viviente.
6 Gaia: nombre que la mitología griega daba a la tierra como divinidad y entidad viva. James Lovelock mostró que la Tierra como un todo forma un superorganismo vivo y la denominó Gaia.
7 Holismo/visión holistica: viene del griego holos que significa totalidad. El término fue creado por el filosofo sudafricano Ian Smuts, en 1926, para designar el esfuerzo de la mente por captar el todo en las partes y las partes en el todo.
I
RUMBO A LA CIVILIZACIÓN DE LA RE-LIGACIÓN
Analistas, sobre todo procedentes de la biología, de las ciencias de la Tierra y de la cosmología, nos advierten que el tiempo actual se asemeja mucho a las épocas de grandes rupturas en el proceso de la evolución, épocas caracterizadas por extinciones en masa. Efectivamente, la humanidad se encuentra ante una situación inaudita. Debe decidir si quiere continuar viviendo o si escoge su propia destrucción.
El riesgo no viene de una amenaza cósmica (el choque de algún meteoro o asteroide) ni de algún cataclismo natural producido por la propia Tierra (un terremoto de magnitud extraordinaria o algún desprendimiento de placas tectónicas). Viene de la propia actividad humana. El asteroide amenazador se llama homo sapiens demens, surgido en Africa hace pocos millones de años.
Por primera vez, en el proceso conocido de hominización, el ser humano tiene en sus manos los instrumentos de su propia destrucción. Se creó verdaderamente un principio, el de autodestrucción, que tiene su contrapartida, el principio de responsabilidad. De ahora en adelante la existencia de la biosfera estará a merced de la decisión humana. Para continuar viviendo, el ser humano deberá quererlo. Tendrá que garantizar las condiciones de su sobrevivencia. Todo depende de su propia responsabilidad. El riesgo puede ser fatal y terminal.
En los tres últimos siglos, la humanidad occidental se ha organizado con más insensatez que sabiduría. Su estilo de vida se ha mundializado. Con él va unida la destrucción de ecosistemas, la amenaza nuclear y la falta de compasión, que relega millones y millones de personas a la miseria.
Los indicadores de la situación mundial son alarmantes. Dejan poco tiempo para los cambios necesarios. Estimaciones optimistas señalan como límite el año 2030. A partir de esa fecha, nadie garantiza la sustentabilidad del sistema-Tierra.
Por tanto, ahora, más que nunca, necesitamos sabiduría; sabiduría para captar las transformaciones imprescindibles; sabiduría para definir la dirección acertada; sabiduría para proyectar el sueño que nos guiará; sabiduría, en fin, para dar prioridad a las acciones concertadas que harán realidad ese sueño.
1. DE LA INSENSATEZ A LA SABIDURÍA
Resumiendo, tres son los nudos problemáticos que urge desatar: el nudo de la extinción de los recursos naturales no renovables, el nudo de la soportabilidad de la Tierra (¿cuánta agresión puede soportar?) Y el nudo de la injusticia social mundial.
No pretendemos detallar tales problemas, ya ampliamente conocidos; sólo queremos compartir y reforzar la convicción de muchos. Según ésta, la solución de los problemas mencionados no se encuentra en los recursos de la civilización vigente, pues el eje estructurador de ésta consiste en la voluntad de poder y de dominación. Someter la tierra, explotar al máximo sus recursos, conquistar pueblos y apropiarse de sus riquezas, buscar la prosperidad, incluso a costa de la explotación de la fuerza de trabajo y de la de la naturaleza: he aquí el sueño más grande que ha movilizado y sigue movilizando al mundo moderno. Ahora bien, esta voluntad de poder y de dominación está llevando a la humanidad y a la Tierra a un callejón sin salida fatal. O cambiamos o perecemos.
Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar, de sentir, de valorar y de actuar. Nos urge hacer un cambio revolucionario en nuestra civilización, bajo otra inspiración y a partir de otros principios más benevolentes para con la Tierra, sus hijos y sus hijas. De este modo, los seres humanos podrán salvarse y salvar también su bello y radiante planeta tierra.
Más todavía. Apoyamos la idea de que los sufrimientos actuales poseen un significado que transciende la crisis de la civilización. Se ordenan a algo más grande. Revelan los trabajos de parto en que estamos señalan el nacimiento de una nueva etapa en el proceso de hominización. Están surgiendo los primeros brotes de un nuevo pacto social entre los pueblos y de una nueva alianza de paz y de cooperación con la Tierra, nuestra casa común.
Rechazamos la idea de que los 4,5 billones de años de formación de la Tierra sólo hayan servido para su destrucción. Las crisis y los sufrimientos se ordenan a una gran aurora, que nadie podrá detener. De una época de cambio pasamos al cambio de época. Estamos dejando atrás un paradigma que plasmó la historia en los últimos quince mil años.
2. EL FIN DE LAS REVOLUCIONES DEL NEOLÍTICO
Hace diez o doce mil años, el ser humano inauguraba el neolítico. Abandonó las cavernas y se aventuró a la conquista del mundo exterior. Mediante sucesivas revoluciones, que podemos llamar revoluciones del neolítico, lo transformó.
La primera de ellas, la más universal de todas fue la revolución agrícola. Se domesticaron animales y plantas, se regaron los campos, se crearon villas y ciudades y se garantizó la infraestructura de la subsistencia material de los seres humanos. A partir de esta época, se empezaron a echar las raíces del patriarcado, es decir, de la dominación del principio masculino y de los hombres sobre las mujeres en la organización de la vida humana. Dicho en términos tecnológicos, fue una gran liberación. ¿Pero a qué costo?
14 mil años después, se hizo la revolución industrial. Se creó la máquina, que se incorporó a la fuerza física del ser humano. Éste ya no tuvo necesidad de hacer grandes esfuerzos, cargar pesos y gastar su salud en la producción. Lo sustituyó la máquina. Se mantuvo e incluso se reforzó el patriarcado, pues crecieron los medios y las formas de dominación sobre las personas y sobre la naturaleza. No obstante, en relación a las carencias humanas, fue una considerable liberación. ¿Pero a qué costo?
En nuestros días, trescientos años después, se hizo la revolución del conocimiento y de la comunicación. Se creó otro tipo de máquina, que se incorporó a la fuerza mental del ser humano: el cálculo, el trabajo intelectual, el descubrimiento por medio del computador, del robot y de la informática. Se avanzó hacia dentro del corazón de la materia, sacando informaciones de las partículas subatómicas y de las energías primordiales. Se penetró dentro del misterio de la vida, recogiendo las informaciones del código genético y revolucionando el futuro por la biotecnología y por el copilotaje de la evolución. Es una liberación tecnológica inimaginable. ¿Pero a qué costo?
Es importante reconocer, sin embargo, que asistimos al surgimiento de lo femenino, que desenmascara la presencia del poder masculino en todos los campos de la vida familiar y social, en las expresiones del lenguaje, en la formulación del saber y en la institución de ritos y tradiciones, y denuncia el patriarcado como poder opresor de la mujer y del mismo hombre. El ecofeminismo de manera especial, ha obligado a lo masculino y a toda la cultura a una redefinición que busca más equilibrio y relaciones más inclusivas y participativas.
Hay que reconocer que todas estas revoluciones, nacidas en el cambio del neolítico, transformaron, sin duda, la faz de la Tierra. Acortaron distancias y aceleraron el tiempo. Trajeron comodidades para la vida cotidiana, llenando, por ejemplo, nuestras casas de electrodomésticos y de otros instrumentos de comunicación. Cambiaron los paisajes. Donde ayer había mar, hoy hay una ciudad. Donde había una montaña, hoy funciona una fábrica. La misma composición físico-químico-biológica del Planeta es otra. El ser humano acumuló un poder inmenso pero peligroso.
Este proceso conquistó, en mayor o menor escala, los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Penetró en todas las culturas, hasta en las más recónditas del corazón de la selva amazónica o del interior del Sudeste Asiático. Allí puede faltar comida en la mesa, pero no falta un aparato de radio o un televisor que permite a sus moradores el estar unidos al mundo y soñar. Hoy, todo está pensado, proyectado y producido en función de la aldea global planetaria en que se está transformando nuestro planeta Tierra.
Simultáneamente, este proceso es responsable de la devastación del sistema-Tierra, por la monocultura tecnológica y material, por el patriarcado todavía dominante, por la deshumanización y falta de compasión en las relaciones sociales. La Tierra y los humanos han pagado un precio demasiado alto por el tipo de desarrollo que proyectaron. La continuidad de este proceso puede destruirnos.
3. EL ADÁN DOMINADOR Y EL PROMETEO CONQUISTADOR
Para superarlo, es importante identificar las causas que lo generaron. No basta, por consiguiente, señalar las fechas de su desarrollo histórico, como lo hicimos rápidamente. Urge denunciar al motor que empujó esta historia al punto dramático en que se encuentra en la actualidad. ¿Qué propósito se esconde detrás de este inmenso proceso técnico-científico-cultural, que es al mismo tiempo benefactor y perverso?
Respondemos: se esconde la figura del Adán bíblico que, conforme al texto sagrado, siente el llamado de dominar la Tierra y todo lo que ella contiene: las aves del cielo y los peces del mar. Se oculta la figura mitológica de Prometeo, divinidad que robó el fuego del cielo y se lo entregó a los humanos, haciéndose así inspirador del proceso civilizador, asentado sobre el poder-dominación.
La voluntad del poder y de dominación es el proyecto antropológico en vigor desde el neolítico. Su expresión clásica es el antropocentrismo, que ha marcado toda la trayectoria cultural a partir de entonces. Someter la Tierra, aprovecharse de sus recursos, ignorar la autonomía de los demás seres vivos e inertes, conquistar otros pueblos y someterlos para construir la prosperidad: he aquí el sueño más grande que ha movilizado siempre a esa porción de la humanidad, depositaria de los medios del poder, del tener y del saber.
El proyecto de poder-dominación alcanzó su expresión máxima a partir del siglo XVII. En esa época se comenzó a montar la máquina industrial. Ya se habían construido las bases filosóficas para tal empresa. Lo había hecho René Descartes (1596-1650), que enseñaba que el ser humano debe ser “el maestro y el dueño de la naturaleza”; y también Francis Bacon (1561-1626), el padre del método científico, que veía el laboratorio como una cámara de torturas de inquisidor. Se debe forzar, coaccionar, torturar a la naturaleza, escribía, hasta que entregue todos sus secretos. Fue el autor de la expresión: saber es poder. Y el poder era entendido como capacidad de dominar, esto es, hacer con los demás lo que él más fuerte quiere.
Con esa postura se radicalizó el antropocentrismo: la dominación total de la naturaleza por el ser humano. Se reafirmó de este modo el patriarcalismo, pues el proyecto de dominación fue pensado e implantado por el hombre-macho, marginando a la mujer e identificándola con la naturaleza. Naturaleza y mujer, según ese proyecto, deben ser sometidas por el hombre-macho.
Como consecuencia, se perdió el sentido de la unicidad de la vida y de la diversidad de sus manifestaciones, la percepción espiritual del universo y el esprit de finesse (espíritu de finura) ante el misterio de la vida y del universo. Todas estas características son atribuciones que lo femenino (la dimensión del anima, en el hombre y en la mujer, pero principalmente en la mujer) podría haber dado a la humanidad. Pero, al contrario, imperó el esprit de géometrie (el animus, el espíritu de cálculo y de control), expresión máxima de lo masculino.
A esta base filosófica se añadió la base científica. Galileo Galilei (1564-1642), Copérnico (1473-1543) y Newton (1643-1727) proporcionaron la nueva imagen del mundo fundada en las matemáticas, en la física y en la astronomía heliocéntrica. El matrimonio de la teoría con la práctica originó la cosmología1, llamada moderna.
Esta cosmología posee las siguientes características: es materialista y mecanicista; es lineal y determinista; es dualista y reducionista; es atomista y compartimentada. Expliquemos estos términos.
El universo, en esta percepción del mundo (cosmología), está compuesto de materia, esencialmente estática e inerte. Funciona como una máquina que ha existido siempre. Las leyes son deterministas y permiten una descripción matemática exacta de todos los fenómenos. La lógica es lineal, pues para cada efecto existe la causa correspondiente. Toda la complejidad de la realidad se reduce a sus elementos más simples.
Es reduccionista, porque reduce la capacidad de conocimiento de los seres humanos solamente al enfoque científico. Sometiéndola a la manipulación técnica, se reduce la capacidad de la naturaleza de regenerarse creativamente. Considera todas las realidades, desde las estrellas hasta el cuerpo humano, compuestas por los mismos elementos básicos (los átomos indivisibles e inertes), discretos, yuxtapuestos, sin ninguna relación entre sí, cuyos procesos son mecánicos.
Es dualista, porque separa materia y espíritu, hombre y mujer, religión y vida, economía y política, Dios y mundo. El espíritu es ignorado o reducido a la esfera de lo privado. Lo que cuenta es la materia, mensurable, matematizable, manipulable y destituida de cualquier tipo de irradiación y propósito. Es entregada, sin consideración alguna ética o espiritual previa, al proyecto de desarrollo material diseñado por el ser humano.
Ya se dijo que los efectos de esta visión reduccionista y dividida sobre la mente humana constituyen una verdadera lobotomía: nos han hecho obtusos ante las maravillas de la naturaleza e insensibles frente a la reverencia que el universo naturalmente provoca. Nos hemos quedado desencantados. ¿Hay cosa peor que perder la magia, el brillo, la irradiación de la vida, de las personas, de las cosas y del universo?
En cuanto a lo social, la voluntad de poder se ha convertido en voluntad obsesiva y desmesurada de concentrar poder, de enriquecerse, de conquistar nuevas tierras y de subyugar a otros pueblos. Tal propósito ha sido la gran obsesión a partir del siglo XVI, en la alborada de la modernidad; se manifestó en el colonialismo, en el imperialismo y en la imposición de la monocultura material, cultural y religiosa, donde quiera que llegaron los comerciantes y los misioneros europeos. Se aplicó a la sociedad lo que Darwin (1809-1882) enseñó acerca de la evolución de las especies y de la selección natural: sólo sobrevive el más fuerte. Esto significa que los pueblos considerados menos desarrollados y las clases consideradas más débiles deben estar subordinados a los que se consideran a sí mismos como los más fuertes; en este caso, a los europeos blancos y cristianos, que asumieran, efectivamente, la función de mostrar a aquellos su lugar de subordinados, y de conducirlos hacia él utilizando generalmente la violencia, mucha violencia.
Pero no es suficiente denunciar la voluntad de poderdominación con sus incontables víctimas. Hay detrás una raíz todavía más profunda, que en nuestro libro Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres, intentamos profundizar. Volveremos a ella más adelante en nuestra reflexión. Aquí sólo la insinuamos con una rápida consideración. El ser humano, en su aventura evolutiva, se fue alejando lentamente de su casa común, la Tierra. Fue rompiendo los lazos de coexistencia con los demás seres, sus compañeros en la eco-evolución. Perdió la memoria sagrada de la unicidad de la vida en sus incontables manifestaciones. Olvidó la trama de interdependencias de todos los seres, de su comunión con los vivos y de la solidaridad entre todos. Se colocó en un pedestal. Pretendió, desde una posición de poder, someter a todas las especies y a todos los elementos de la naturaleza. Tal actitud introdujo la ruptura de la re-ligación de todos con todos. He aquí el pecado originante de la crisis de nuestra civilización, que está llegando en nuestros días a su paroxismo.






