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Una característica importante de estos focos-campos es que, en ellos, ya no se trata de algo que envuelve sólo al cliente, sino también al facilitador. Tanto uno como otro se sostienen en, y pertenecen a ellos, y es a través de una profunda y última conexión con dichos elementos que el facilitador puede ayudar al cliente a reconectarse con sus propias profundidades olvidadas.
Los focos-campos arquetípicos a los que nos referimos son dos: “vida-muerte” y “el Destino”. Al ser menos explícitos en el trabajo y en las formaciones de constelaciones, nos extenderemos sobre ellos un poco más.
Vida-muerte
El primero de estos focos-campos es el constituido por el ciclo vida-muerte. Las referencias de Hellinger a este elemento como marco fundamental para el trabajo son numerosas, valga como ejemplo:
“Como habéis visto hasta ahora, aquí casi siempre se trata de vida y muerte. La constelación familiar y el trabajo relacionado con ella son demasiado sagrados como para aplicarlos por curiosidad o para lo aparente.” (2006, p. 53).
Uno de los efectos que produce incluir este foco en la atención del facilitador es la seriedad del trabajo:
“El marco verdadero que permite el trabajo es la seriedad. Cuando viene gente que sólo es curiosa no se puede hacer. Sólo cuando hay plena seriedad se puede trabajar, y ésta se da cuando se trata de vida o muerte. Cuando el propio terapeuta está inmerso en esa seriedad y no atiende a nada que no lleve esencialmente más allá, no existe lo superficial en el grupo. Si se mantiene en esa seriedad, empuja lentamente al grupo, uno tras otro, hacia esa seriedad. Entonces tiene el marco en el que una constelación puede discurrir bien.” (2006, p. 216).
La seriedad es, por tanto, lo que en Teoría de Sistemas se denomina una “propiedad emergente” del sistema constituido por los elementos del alineamiento:
“En primer lugar, un sistema funciona como un todo, luego tiene propiedades distintas de las partes que lo componen. Estas propiedades se conocen con el nombre de propiedades emergentes, pues emergen del sistema mientras está en acción.” (O´Connor y McDermott, 1998, p. 30).
En su faceta de foco, “vida-muerte” (representado por “VM”) se coloca detrás de todos los que hemos incluido hasta ahora. Lo ponemos como un elemento único en el que está contenida la dualidad vida-muerte, con lo que tiene de ciclo:

Fig. 6
Desde el punto de vista del facilitador, trabajar dentro del marco creado por este foco requiere un especial reencuadre personal de las propias creencias y sentimientos, ya que a menudo las ideas que tenemos sobre la muerte son negativas:
“Un terapeuta que le tiene miedo a la muerte no puede ayudar. El que teme mirar a la muerte a los ojos, no puede ayudar.” (1999, p. 22).
Por ello, tiene gran fuerza para el facilitador experimentar desde dentro del campo de la vida (más pequeño) el poder del de la muerte (más grande) que nos sustenta:

Fig. 7
Hay una conexión especial entre los focos “vida-muerte” y “lo esencial”. De hecho, el dirigir la atención a la búsqueda de “lo esencial” parece en gran parte la consecuencia de conectar en la mirada y el sentir interiores, simultáneamente, a los demás focos con “vida-muerte”:

Fig. 8
Es esta conexión, con la seriedad que aporta, la que hace que no valga cualquier solución entre las posibles.
El Destino
Hellinger ha hecho numerosas referencias al Destino a lo largo de los años, y no siempre dando a esta expresión el mismo significado. Así, a veces, lo ha identificado con el movimiento que, surgiendo de la conciencia de un grupo, empuja al individuo en determinada dirección. No obstante, con el tiempo su uso del término “destino” ha ido correspondiéndose cada vez más con una imagen simbólica muy abstracta de clara naturaleza arquetípica:
“(...) Hellinger coloca a un hombre frente a ellos. Este es el Destino. Incomprensible. A ambos. Inclinaos levemente ante el Destino.” (Hellinger, 2003, p. 87).
Una imagen simbólica sobre la que poco se puede explicar:
“HOMBRE DEL PÚBLICO: Ya que ha hablado del destino, quiero hacer una pregunta: ¿Cuál es su definición sobre el destino?
HELLINGER: Yo no lo defino en absoluto. No es más que un símbolo para algo inescrutable a lo que estamos expuestos y, si ahora quisiéramos definirlo, de nuevo sería un intento de manejarlo.” (Hellinger, 2003, p. 93).
Salvo en términos metafóricos o poéticos:
“(...) El destino es el velo ante algo más grande que se halla detrás (al mismo tiempo encubre y revela lo divino) más allá del bien y del mal.” (Hellinger, 2012, p. 249).
Pero que en todo caso está más allá de cualquier posibilidad de manejo o intervención desde lo humano:
“Imaginaos la locura, si alguien pretendiera cambiar el destino de otro, o quisiera intervenir o resolverlo. ¿Dónde se sitúa esa persona?” (Hellinger, 2012, p. 227).
Este foco (“DE”) se sitúa, por tanto, más allá de la vida y la muerte, determinándolas, y el facilitador ha de mantenerlo en todo momento en su mirada interior, con respeto:

Fig. 9
Como campo, por su parte, es aún más grande que la vida y la muerte, a las que sostiene y determina:
“Este trabajo únicamente puede ser comprendido (éste sería el primer paso), y luego también realizado adecuadamente, por una persona que respeta igualmente todos los destinos. (…) Sólo con estas fuerzas somos grandes nosotros mismos, tenemos fuerza y ayudamos, aparentemente de una forma muy humilde; en lo más profundo, sin embargo, el efecto es inmenso.” (Hellinger, 2012, p. 227).
Así pues:

Fig. 10
De las citas anteriores también se desprende que, al igual que el efecto de mantener en la mirada interior el foco “vida-muerte” es la seriedad, el de hacerlo con “el Destino” es la humildad. Es al incluir este elemento cuando se hace presente que, el que podamos o no ayudar, depende en último término de las fuerzas mayores e incomprensibles que el Destino representa, y no de nuestro deseo personal. La humildad es, por tanto, otra propiedad emergente del sistema. Por eso (obsérvese cómo las indicaciones de Hellinger conducen a focos-campos cada vez mayores):
(En una supervisión en la que una terapeuta está presentando el caso de una cliente)
“HELLINGER: Ahora ponte en contacto con la paciente...y con su familia. ¿Tienes permiso para presentar el caso?
TERAPEUTA: Sí.
HELLINGER: Eso ha sido demasiado rápido. Al cabo de una pausa. ¿Tienes permiso de su destino?
La terapeuta asiente con la cabeza.
HELLINGER: Quiero probarlo. No lo pongo en duda, sólo quiero que establezcas contacto. Ahora ponte en armonía con su destino, asintiendo totalmente a su servicio.” (Hellinger, 2006, p. 53).
Más allá de cualquier contenido: el “no foco-no campo”
Finalmente, más allá de “vida-muerte” y “el Destino”, nos adentramos en un territorio que no tiene límites, y que por tanto no se puede enfocar (sino al contrario, des-enfocar) ni considerar campo propiamente. Hellinger le da varios nombres, los más frecuentes de los cuales son: “Vacío”, “Espíritu” y “Gran Alma”. Al no tener límites, todas las cosas están incluidas en este “no foco-no campo” que, como consecuencia, no se identifica con ninguna. Aquí, por tanto, se trascienden todas las separaciones, incluso las más fundamentales para nuestros juicios acerca de las cosas: entre vida y muerte, o entre bueno y malo:
“Pero nuestra mirada va aún más allá. Debe ir más allá, desde mí y desde el otro, de manera más abarcadora y desligada. Porque si yo tengo en mi mirada a aquel todo en el que está contenido todo y del que, en definitiva, todo depende, hasta lo más mínimo, en ese todo miro más allá de lo cercano y de lo inmediato y me paso a un nivel espiritual. Aquí todo está liberado, nada puede ya seguir siendo bueno o malo, ilustre o común, importante o insignificante, alto o bajo, estrecho o amplio. Todo es transitorio, es relevado por lo transitorio que le sigue y al final vuelve a sumergirse en algo que permanece. También cada entendimiento, cada verdad es transitoria, cada logro, al igual que cada fracaso, cada inocencia y culpa, cada virtud y cada vicio, cada justicia y cada injusticia.” (Hellinger, 2008, p. 47).
Cuando visualizamos que, más allá de todos los focos que hemos incluido previamente, envolviéndolos y a la vez impregnándolos, se encuentra esta suerte de espacio sin límites (“GA”, “la Gran Alma”) en el que se trasciende cualquier separación:

Fig. 11
Y también cuando imaginamos que, por debajo de todos los demás campos, nos sostiene este no-campo, el efecto es que nos ponemos en manos mayores que las nuestras:

Fig. 12
Dejarse guiar, trascendiendo toda intención personal, es entonces la regla, dejando que algo mayor actúe a través de nosotros:
“Aquel que se retira al centro vacío no tiene ni intención ni temor. Repentinamente, algo a su alrededor se va ordenando sin que se mueva. Ésa es una actitud que el terapeuta puede adoptar: retirarse a un centro vacío. Para ello, no necesita cerrar los ojos. El centro vacío está unido, no está aislado. Él se retira sin temor -eso es muy importante, el que siente temor por lo que puede llegar a pasar, ya puede abandonar todo aquí-. Y no tiene intención, tampoco la intención de sanar.” (Hellinger, 1999, p. 90).
El facilitador y su trabajo se vuelven entonces un medio a través del cual algo mayor actúa. En el Libro de la perfecta vacuidad (Lie zi, 1987, p. 45) se dice:
“Al actuar la forma, no surge otra forma, sino una sombra; al actuar el sonido, no surge otro sonido, sino un eco; al actuar el vacío, no surge vacío, sino el ser”.
Una manera de ver una constelación es considerarla un ritual a través del cual, parafraseando la cita anterior, un cliente, con la ayuda de un facilitador, se reconecta con el vacío con la esperanza de que de ello surjan nuevas maneras de ser.
Cerrando el círculo: “la constelación”
El último eslabón que falta, que hasta ahora ha estado implícito, y que se coloca en el centro de la relación entre facilitador y cliente dando sentido a todo el modelo, es la constelación en sí misma (se puede poner también “la ayuda”, que es más abstracto, ya que no toda ayuda desemboca en una constelación); la llamaremos “CO”:

Fig. 13
El paralelismo entre los rituales chamánicos y las constelaciones es patente en varios elementos comunes, muchos de los cuales han sido puestos de manifiesto por Daan van Kampenhout (2004, cap. 3). A nosotros nos interesa, sobre todo, de dicho parecido, el hecho de que una constelación es una representación (realizada en un espacio ritual que no tiene que ver con distancias físicas, y abstraída del tiempo) de elementos y relaciones que pertenecen a un nivel de realidad diferente (al cual solemos llamar “la realidad”), con la esperanza de influir en este último. En común con el chamanismo, por tanto, tiene el recurrir (o metafóricamente, viajar), con la guía de alguien experto, a un nivel de realidad más profundo para encontrar soluciones a los problemas que tenemos en la realidad ordinaria. Así (Harner, 2016, p. 107):
“Los chamanes no son solo personas contemplativas, sino también de acción. Cuando se les necesita, sirven a la comunidad trasladándose a la realidad oculta”.
Según Kampenhout (2004, cap. 3), una de las diferencias entre las constelaciones sistémicas y los rituales chamánicos es que las primeras apenas requieren preparativos, mientras que los segundos exigen muchos, entre ellos la preparación del espacio mediante la colocación de altares y ciertos elementos en diversos lugares. No obstante, al introducir “la constelación” en el centro del alineamiento, tomamos conciencia de que los distintos focos y campos con que Hellinger rodea a ésta son una suerte de equivalente de los preparativos externos del chamán. Los elementos del alineamiento son, para él, los “altares” interiores con los que prepara el ritual. Esos “altares” tienen la misión de precisar la dirección del trabajo, pero también de convocar a los grandes poderes de los que depende, si ésta es posible, la solución: los antepasados, la Vida y la Muerte, el Destino, el Espíritu más allá de todo... Se trata de poderes que sostienen tanto al facilitador como al cliente, y con los cuales el primero ayuda al segundo a conectarse:

Fig. 14
Cuando el facilitador está alineado y coloca en el centro de todos los demás focos y campos a “la constelación”, se encuentra mejor situado para ayudar al cliente a renovar (o “purificar”, como dice Hellinger, 2003, p. 23) sus imágenes internas. Entonces la constelación se carga de poder y desde algo infinito sucede lo principal. El facilitador se retira humildemente ante eso, pero en el nivel que le corresponde hace lo que le toca: levantar con esmero sus altares. Como dice un haiku de Buson (2007):
Canta el ruiseñor
con su pequeña boca
inmensamente abierta
Referencias bibliográficas:
Buson, Y. (2007). Alada claridad. Valencia: Pre-textos.
Guerrero, M. (2018). Contribuciones al alineamiento interno del facilitador: modelando a Bert Hellinger. Asociación Española de Constelaciones Familiares y Sistémicas (AECFS).
Harner, M. (2016). La senda del chamán. Barcelona: Kairós.
Hellinger, B. (1999). La punta del ovillo, terapias breves. Buenos Aires: Alma-Lepik.
Hellinger, B. (2003). Imágenes que solucionan. Buenos Aires: Alma Lepik.
Hellinger, B. (2006). El intercambio, didáctica de constelaciones familiares. Barcelona: Rigden-Institut Gestalt.
Hellinger, B. (2008). El manantial no tiene que preguntar por el camino. Buenos Aires: Alma Lepik.
Hellinger, B. (2008). La verdad en movimiento. Buenos Aires: Alma Lepik.
Hellinger, B. (2012). Los órdenes de la ayuda. Buenos Aires: Alma-Lepik.
Ingerman, S. (2008). Shamanic journeying, a beginner´s guide. Boulder, Colorado: Sounds True.
Kampenhout, D. (2004). La sanación viene desde afuera. Chamanismo y Constelaciones Familiares. Buenos Aires: Alma Lepik.
Kampenhout, D. (2007). Las lágrimas de los ancestros: la memoria de víctimas y perpetradores en el alma tribal. Buenos Aires: Alma Lepik.
Kampenhout, D. (2012). “Shamanic Rituals”Interview by Renate McNay. (Vídeo). Londres: Conscious TV.
Lie zi (1987). El libro de la perfecta vacuidad. Barcelona: Kairós.
O´Connor, J. y McDermott, I. (1998): Introducción al pensamiento sistémico. Barcelona: Urano.
Schäffer, E. (2017): Constelaciones kármicas: viaje del alma en el mar de la noche. Madrid: Mandala.
Sheldrake, R. (1981): Una nueva ciencia de la vida. La hipótesis de la causación formativa. Barcelona: Kairós.
Wesselman, H. y Kuykendall, J. (2004). Spirit medicine: Healing in the sacred realms. Carlsbad, California: Hay House.
Más allá de la técnica:
La actitud de los y las profesionales de ayuda
Maria Carme Hernández
Hace algún tiempo ya me pidieron que preparara una ponencia para la clausura del Máster de Mediación organizado por el Ilustre Colegio de Abogados de Valladolid y yo decidí hablar sobre la actitud de los y las profesionales de la mediación. En estos momentos me vuelvo a plantear el tema y me doy cuenta de que, aunque a lo largo de estos años he ido incorporando nuevas herramientas a mi profesión, la esencia sigue intacta: lo que marca la diferencia, lo que aporta verdaderamente excelencia no es el qué sino el cómo y, sobre todo, el desde dónde. No es la técnica que aplicamos sino cómo la aplicamos -y muy especialmente desde qué lugar lo hacemos- lo que nos convierte en buenos y buenas profesionales. A eso es a lo que he denominado actitud, y lo que voy a presentar en este escrito es una reflexión sobre el cómo y sobre el desde dónde, es decir, sobre la actitud.
Debo aclarar antes de empezar que, aunque en muchos momentos, por enfocarme en uno de los colectivos con los que trabajo, hable de mediación, lo que voy a exponer es absolutamente aplicable y extensible a cualquier profesión de ayuda, por supuesto la terapia y, desde luego, el trabajo sistémico y de constelaciones. Así que, en adelante, cada vez que aparezcan las palabras “mediador o mediadora”, “mediación” o “mediar”, invito a los y las profesionales que lo lean a trasladarlo a su propio ámbito de trabajo.
En primer lugar me parece interesante destacar que, cuando pensamos en aprender a mediar, normalmente en lo que estamos pensando es en la técnica. Y una vez acabada la formación, lo que nos suele preocupar es si sabremos aplicarla: si podremos encontrar las preguntas adecuadas, si seremos capaces de sacarlos de las posiciones para descubrir los intereses y las necesidades, etc. Sin embargo, hay toda otra parte que no se suele enseñar y que se deja ahí apuntada para que cada uno la trabaje como pueda. Me refiero a la actitud de la persona mediadora, desde mi punto de vista, la clave de la mediación. La técnica se aprende con relativa facilidad estudiando, leyendo, asistiendo a seminarios y practicando pero, una vez la conoces, ya está, la puedes perfeccionar, desde luego, pero no hay tantas cosas nuevas que aprender. Sin embargo, la actitud hay que cultivarla (que no es lo mismo que aprenderla) y, sobre todo, hay que sentirla, no se puede imitar, no se puede ir a un taller y decir “me encanta la actitud que tiene este profesional, esta noche me la estudio y mañana la aplico en mi sesión”. No es tan sencillo: la actitud se capta, se siente, se interioriza y va calando poco a poco, se llega a través de un proceso. Por eso, desde mi punto de vista, es mucho más difícil tener una buena actitud que una buena técnica y yo diría, a riesgo de que algunas personas puedan no estar de acuerdo, que más importante también.
Así que vamos a reflexionar un poco aquí sobre la actitud ante una sesión de mediación y durante la sesión de mediación, y también daremos algunas pistas sobre cómo cultivarla.
Proceso, proceso, proceso…
Pero antes me gustaría apuntar muy a grandes rasgos cuál es mi visión del conflicto, los cimientos sobre los que construyo lo que sería una actitud adecuada de la persona mediadora. Y es relativamente simple: partimos de que la vida es un proceso de evolución y aprendizaje y de que todo lo que nos sucede es parte de ese proceso. Y el conflicto no solo forma parte de él sino que es un proceso en sí mismo. Quizás podríamos visualizarlo como una línea con principio y fin en la que van incidiendo diferentes factores y, conforme va evolucionando, podemos ir aplicando distintas estrategias para avanzar. Algunas estrategias serán más terapéuticas y quizás hagamos una constelación o iniciemos un viaje de autoconocimiento. Otras afectarán a nuestros hábitos diarios y a lo mejor cambiamos de trabajo. Quizás decidamos ser más drásticos y poner una demanda judicial o puede ser que busquemos la ayuda de una persona mediadora que nos ayude a comunicarnos mejor y abordar el conflicto desde el diálogo y el entendimiento. Y todas ellas están bien, forman parte del proceso de cada persona y solo ella sabe lo que más le conviene. Así, la mediación, como cualquier otra herramienta que decidamos implementar, puede llegar en diferentes momentos de esa línea imaginaria y, dependiendo del momento, tendrá un efecto u otro sobre el mismo. De manera que puede ser que llegue cuando queda aún una buena parte del camino por recorrer y, en ese caso, probablemente no se resolverá del todo, pero seguramente la intervención aportará algún elemento nuevo. También puede ser que una buena parte del proceso esté ya cubierta y, en ese otro caso, tendríamos muchos puntos para que, con una intervención adecuada, el tema se resolviera. Por ejemplo, en un conflicto sencillo en el que el problema es, supongamos, únicamente una comunicación difícil entre las partes, una buena intervención probablemente lo resuelva, pero en un conflicto muy complejo, con muchos factores en juego, la mediación llegará a buen término o no en función del momento en que se encuentre el proceso.
Para que se entienda un poco mejor, yo lo compararía con el curso de las enfermedades: dos pacientes con la misma enfermedad no responden igual a un tratamiento idéntico, sea del tipo que sea. Unos se curan, otros mejoran un poco y a otros apenas les hace efecto. ¿Y depende del tratamiento? Pues probablemente no. El mismo tratamiento tendrá uno u otro efecto en función del momento en que se encuentre la persona enferma, ya que hay infinidad de factores que influyen en la salud: físicos, emocionales, ambientales, sistémicos, etc. La enfermedad casi siempre tiene una función, pensemos por ejemplo en algo relativamente común: niños que enferman para no ir al colegio. El antibiótico o el paracetamol resolverán el problema puntualmente, pero, si la causa persiste, volverá a recaer porque el síntoma responde a un propósito que la medicación no soluciona. Si el niño o la niña tienen importantes razones para no querer ir a la escuela, su cuerpo volverá a hablar y será difícil que renuncie a la enfermedad si esa es su manera de llamar la atención sobre lo que le está sucediendo.
De igual manera sucedería con el conflicto: si mi intervención llega en un momento de las vidas de mis clientes en que el terreno está abonado para que una solución sea posible, perfecto, pero si solo contribuye a dar un pequeño paso, perfecto también. En términos lúdicos, si mi intervención es la última pieza que le faltaba al puzle, el puzle se resuelve y, si no es la última, no se resolverá, pero quizás sea la pieza en la que se encaje la siguiente y la siguiente y la siguiente hasta llegar al final.
Y ¿por qué es importante tener esto en cuenta en relación con la actitud? Pues porque yo, como profesional, no soy en absoluto responsable de mis clientes y mucho menos de sus vidas. Yo únicamente soy responsable de mí misma, y eso significa que me voy a tomar muy en serio cada caso y voy a hacerlo siempre lo mejor que pueda, pero, a partir de esa premisa, lo que suceda con el proceso ya no es mi responsabilidad y lo suelto, confiando en que la vida les hará llegar justo lo que necesiten para el siguiente paso. Pero que nadie se confunda: yo no estoy diciendo que, como la vida es sabia, da lo mismo lo que yo haga porque al final todo se arregla, ¡en absoluto! Lo que yo estoy diciendo es que me responsabilizo de hacer mi trabajo lo mejor posible con los elementos que tengo y con lo que sé, y me despreocupo del resultado, que ya no depende de mí porque yo solo soy un factor entre muchos otros.
Y, por lo tanto, como consecuencia de lo anterior, cuando una mediación acaba en acuerdo no pienso que soy una gran mediadora, pero, si no tiene un final feliz, tampoco pienso que soy un desastre como mediadora. En ambos casos reviso el trabajo realizado para comprobar qué puede haber funcionado y qué, no, sabiendo que soy únicamente una pieza del puzle, no importa cuál, y en esa idea me relajo con humildad.
La actitud ante la mediación
Y partiendo de esta concepción del conflicto, podemos avanzar al segundo punto, que es la actitud ante la mediación. Y aquí me gustaría poner el énfasis en tres cuestiones.