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Se nos da entrada al reino de Dios por gracia; somos santificados por gracia; recibimos por gracia bendiciones espirituales y temporales; somos motivados por gracia a obedecer; somos llamados a servir y capacitados para servir por gracia; recibimos por gracia la fortaleza para soportar la prueba; y finalmente, somos glorificados por gracia. Toda la vida cristiana es vivida bajo el reino de la gracia de Dios.
¿Qué es la gracia?
¿Qué es, entonces, la gracia por la que somos salvados y por la que vivimos? La gracia es el favor gratuito e inmerecido que Dios muestra a los pecadores que merecen solamente el juicio. Es el amor de Dios mostrado a los impíos. Es Dios acercándose a las personas que son rebeldes a él.
La gracia se opone directamente a cualquier supuesta dignidad nuestra. Para decirlo de otra manera: La gracia y las obras son mutuamente excluyentes. Como dijo Pablo en Romanos 11:6, “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia”. Nuestra relación con Dios está basada ya sea en obras o en la gracia. Con él nunca hay una relación basada en las obras más la gracia.
Lo que es más, la gracia no nos rescata primero del castigo de nuestros pecados, nos da nuevas habilidades espirituales solo para después abandonarnos para crecer en madurez espiritual. En lugar de ello, Pablo dijo, “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará [también por gracia] hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6), John newton capturó esta idea de la obra continua de la gracia en nuestras vidas cuando escribió el himno “Sublime gracia”, “Su gracia siempre me libró y me guiará feliz al hogar”.
El apóstol Pablo nos pregunta hoy, como le preguntó a los gálatas, “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:3). Aunque el asunto de la circuncisión era el problema específico que Pablo estaba abordando, notemos que no dice, “¿Ahora vais a acabar por la circuncisión?”. Él generalizó el asunto y trató, no con el asunto específico de la circuncisión, sino con el problema de tratar de complacer a Dios con las obras de la carne, el esfuerzo humano, incluso las buenas actividades cristianas y las disciplinas llevadas a cabo con un espíritu legalista.
El mérito de Cristo
El apóstol Pablo, en algunas ocasiones, utilizó la gracia de Dios y los méritos de Cristo como conceptos intercambiables, y yo también lo hago en este libro. Por ejemplo, Pablo dijo,
He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído (Gálatas 5:2-4).
Notemos el paralelismo que Pablo utilizó, “de nada os aprovechará Cristo”; “De Cristo os desligasteis… de la gracia habéis caído”.
En Efesios 2:4-7, Pablo escribió,
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Nuevamente, notemos la cercana conexión entre Cristo y la gracia. Se “nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”. Y Dios quiere “mostrar… las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.
Aunque la gracia de Dios y el mérito de Cristo no son lo mismo, siempre van juntos en nuestra relación con Dios. No podemos experimentar el uno sin el otro. Al referirse al orden, la gracia de Dios viene primero. Fue debido a su gracia que Dios el Padre envió a su único Hijo para morir en lugar nuestro. Expresándolo de otra forma, la muerte de Cristo fue el resultado de la gracia de Dios; la gracia no es el resultado de la muerte de Cristo.
Pero también es cierto que nuestra experiencia de la gracia de Dios es posible solo mediante la muerte de Cristo. Dios es un Dios de gracia, pero él también es justo en un sentido absoluto; es decir, su justicia no puede pasar por alto la menor infracción a su santa ley. Debido a que Cristo satisfizo completamente la justicia de Dios, ahora podemos experimentar la gracia de Dios. La gracia significa poder recibir las riquezas de Dios por causa de Cristo. Por ello he establecido en este capítulo, y continuaré repitiéndolo una y otra vez en el libro, que Jesucristo ya ha pagado todas las bendiciones que tú y yo recibiremos de Dios el Padre.
Existe una hermosa historia en la vida del rey David que ilustra la gracia de Dios a través de Cristo. Mefiboset era el hijo del entrañable amigo de David, Jonatán, hijo de Saúl. Él quedó paralítico de ambas piernas a la edad de cinco años. Después de que David fue proclamado rey de Israel, quiso mostrar bondad a cualquiera que quedara de la casa de Saúl por causa de Jonatán. Así que Mefiboset (paralítico y pobre, incapaz de cuidarse a sí mismo y sin una casa propia) fue traído a la casa de David y comía a la mesa de David “como uno de los hijos del rey” (2 Samuel 9:11).
¿Por qué fue Mefiboset tratado como uno de los hijos de David? Por causa de Jonatán. Podríamos decir que la amistad fiel de Jonatán con David le “ganó” un asiento a Mefiboset en la mesa de David. Mefiboset, en su estado paralítico y de pobreza, incapaz de mejorar su vida y totalmente dependiente de la benevolencia de otros, es una ilustración de ti y de mí, paralíticos por el pecado e incapaces de ayudarnos a nosotros mismos. David, en su gracia, ilustra a Dios el Padre y Jonatán ilustra a Cristo.
Tal como Mefiboset fue elevado a un lugar en la mesa del rey por causa de Jonatán, así tú y yo somos elevados al estatus de hijos de Dios por causa de Cristo. Y así como sentarse a la mesa del rey implicaba no solo comida diaria sino también otros privilegios, así la salvación de Dios por causa de Cristo conlleva todas las provisiones que necesitamos, no solo para la eternidad sino también para esta vida.
Como para enfatizar el especial privilegio de Mefiboset, el escritor menciona cuatro veces en un corto capítulo que Mefiboset comía a la mesa del rey (ver 2 Samuel 9:7, 10, 11, 13). Tres de esas ocasiones dice que siempre comía a la mesa del rey. Pero el relato comienza y termina mencionando que Mefiboset era lisiado de ambos pies (ver versículos 3, 13). Mefiboset nunca superó su condición de paralítico. Nunca llegó al punto en que pudiera dejar la mesa del rey y valerse por sí mismo. Y tampoco nosotros podemos hacerlo.
Capítulo 2
GRACIA, ¿QUIÉN LA NECESITA?
La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Romanos 3:22-24
Samuel y Pamela, dos amigos, llegaron a los Estados Unidos como inmigrantes del país de Quadora. Ellos querían comprar una casa y aconteció que cada uno encontró una que un hombre rico estaba vendiendo. Ambas casas estaban anunciadas en $100,000 dólares. Samuel llegó con 500,000 quadros, la moneda de Quadora, y Pamela llegó con 1,000,000 quadros. Ellos sabían que un quadro no valía lo mismo que un dólar, pero asumieron que serían capaces de cambiar los quadros por al menos la cantidad suficiente para comprar una casa. Sin embargo, Quadora había sido azotado por la inflación y los quadros se habían devaluado hasta casi quedar sin valor. El banco no les aceptaba intercambiar sus quadros por dólares.
Para complicar aún más las cosas, Samuel y Pamela han descubierto que el hombre rico, al que esperaban comprarle la casa, no es un desconocido. Ellos ya habían realizado negocios con él cuando aún estaban en Quadora y tenían una gran deuda con él. Samuel le debía alrededor de un millón de dólares y Pamela le debía $500,000 dólares. Debido a que sus quadros no valen nada, ninguno de ellos podía comenzar a pagar su deuda, mucho menos comprarle una casa.
Después sucedió algo muy extraño. El hombre rico, al escuchar que Pamela y Samuel estaban en su país y sabiendo que llegaron con sus quadros que no valían nada, los buscó. A pesar de que tenían una deuda muy grande con él, les canceló esas deudas, les dio a cada uno la casa que deseaban, completamente amueblada, con utensilios y mantenimiento pagado de por vida.
Esa es la imagen de cómo opera la gracia de Dios. La “moneda” de nuestra moralidad y buenas obras no tiene valor para Dios. Además, todos estamos tan en deuda con él debido a nuestro pecado que no podemos ni siquiera pensar en pagarle parcialmente.
Una perspectiva bíblica de la gracia
En una ocasión escuché una definición de la gracia, en donde la explicaban como cuando Dios complementa la diferencia entre los requisitos de su ley justa y lo que a nosotros nos falta para cumplirla. Nadie es lo suficientemente bueno para ganarse la salvación por sí mismo, decía esta definición, así que la gracia de Dios simplemente cubre lo que a nosotros nos falta. Algunos reciben más gracia que otros; pero todos reciben lo que necesitan para obtener la salvación. Nadie debe perderse porque cualquier cantidad de gracia que requiere está disponible para él.
Esta definición de la gracia parece muy generosa de parte de Dios, ¿no es así? Dios provee lo que a nosotros nos falta. El problema con esta definición es que no es real. Representa una grave incomprensión de la gracia de Dios y una perspectiva muy inadecuada de nuestra situación como pecadores delante de Dios. Debemos asegurarnos de que tenemos una perspectiva bíblica de la gracia, ya que ella es el centro del evangelio. Ciertamente no es necesario que alguien comprenda toda la teología de la gracia para ser salvo, pero si una persona tiene una falsa noción de la gracia, probablemente signifique que él o ella no entiende realmente el evangelio.
Aunque este libro trata sobre vivir por la gracia, necesitamos asegurarnos de que primero entendemos la gracia salvadora, por dos razones. Primero, todo lo que diga de la gracia de Dios en los capítulos subsecuentes asume que has experimentado la gracia salvadora de Dios: que has confiado solamente en Jesucristo para tu salvación eterna. Sería una fatal injusticia si yo permitiera que creyeras que todas las maravillosas provisiones de la gracia de Dios que veremos en los siguientes capítulos son tuyas fuera de la salvación a través de Jesucristo.
En segundo lugar, aunque este libro es sobre vivir por la gracia, la gracia es siempre la misma, ya sea que Dios la ejerza en salvarnos o al tratar con nosotros como creyentes. De cualquier manera que la Biblia defina la gracia salvadora, esa misma definición aplica para el área de la vida cristiana cotidiana.
Dios nos ofrece gracia
Dios nos dice,
A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche (Isaías 55:1).
El evangelio es ofrecido a aquellos que no tienen dinero o buenas obras. Nos invita a venir y “comprar” salvación sin dinero y sin costo. Pero notemos que la invitación a venir está dirigida a aquellos que no tienen dinero, no a aquellos que no tienen suficiente. La gracia no consiste es que Dios ponga la diferencia, sino que Dios provea todo el “costo” de la salvación a través de su Hijo, Jesucristo.
El apóstol Pablo abordó este asunto en Romanos 3:22 cuando dijo, “no hay diferencia”. No hay diferencia entre judíos y gentiles, entre religiosos e irreligiosos, entre personas morales y degeneradas. No hay diferencia entre nosotros porque todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios.
Decir que Dios compensa la diferencia entre lo que él requiere y lo que nos falta, es como comparar los intentos de dos personas por saltar el Gran Cañón. El cañón tiene en promedio de catorce kilómetros de ancho. Supongamos que una persona pudiera saltar ocho metros desde la orilla y otra persona pudiera saltar solo dos metros. ¿Qué diferencia hay? Por supuesto, una persona puede saltar cuatro veces más que la otra, pero comparado a los catorce kilómetros (¡14,000 metros!), no representa ninguna diferencia. Como los quadros en mi parábola, ambos intentos carecen de valor para saltar el cañón. Y cuando Dios construyó un puente a través del “Gran Cañón” de nuestro pecado, él no se detuvo a 8 metros, ni siquiera a 2 metros, de nuestro lado. Él construyó el puente de extremo a extremo.
Incluso la comparación de tratar de saltar el Gran Cañón fracasa en representar adecuadamente nuestra condición desesperada. Para utilizar esa ilustración deberíamos asumir que las personas intentan saltar el cañón; es decir, muchas personas están intentando ganarse su entrada al cielo y, a pesar de sus mejores esfuerzos, se quedan cortos al intentar cruzar el terrible precipicio del pecado que los separa de Dios.
Nada podría estar más alejado de la verdad. Casi nadie intenta ganarse su entrada al cielo (Martín Lutero, antes de su conversión, fue una notable excepción). En lugar de ello, la mayoría asume que lo que ya están haciendo es suficiente para merecer el cielo. Casi nadie está haciendo un esfuerzo sincero para incrementar la longitud de su “salto” a través del cañón. En lugar de ello, en nuestras mentes, hemos acortado la anchura del cañón a una distancia que podemos cruzar cómodamente sin ningún esfuerzo adicional de lo que ya estamos haciendo. La persona cuya vida moral puede ser equivalente a los 8 metros, en su mente acorta la distancia a unos cómodos siete metros; y la persona que solo puede saltar dos metros ha acortado su cañón a uno. Todos esperan que Dios acepte lo que ya están haciendo como una “moneda” suficiente para “comprar” una casa en el cielo.
Tal como el primer grupo que escuchó la famosa parábola que Jesús relató sobre el fariseo y el recaudador de impuestos, muchas personas tienen la confianza en su propia justicia (Lucas 18:9-14). Quizá podrían, en cierto momento de gran reflexión, conceder que no son perfectos, pero se consideran a sí mismos esencialmente buenos.
Un gran problema en la actualidad es que muchos de nosotros creemos que no somos tan malos. De hecho, asumimos que somos buenos. En 1981, fue publicado un libro que abordaba el difícil tema del dolor y la angustia, convirtiéndose rápidamente en uno de los más vendidos. Su título era: Cuando a la gente buena le pasan cosas malas. El libro, como su título revela, asume que la mayoría de las personas son “buenas”. La definición que el autor, Harold Kushner, ofrece sobre una buena persona es, “personas ordinarias, buenos vecinos, ni extraordinariamente buenas ni extraordinariamente malas”.2
En contraste, el apóstol Pablo dice que todos somos malos. Considera nuevamente Romanos 3:10-12, observando cuidadosamente las palabras que he enfatizado:
No hay justo, ni aun uno;No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Estas palabras fueron escritas para apoyar la respuesta de Pablo a esta pregunta, “¿Somos nosotros [judíos] mejores que ellos [gentiles paganos]?”. A lo que él respondió, “En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Romanos 3:9).
La diferencia entre la apreciación de Harold Kushner, de que la mayoría de las personas son esencialmente “buenas”, y la del apóstol Pablo, que todas las personas son esencialmente “malas”, surge de una orientación totalmente diferente. Para el rabí Kushner, eres bueno si eres un vecino amigable. Para el apóstol Pablo (y los demás escritores de la Biblia), todas las personas son malas debido a que están alejadas de Dios y en rebelión contra él.
Cuando seguimos nuestro propio camino
Una de las acusaciones más condenatorias de la humanidad se encuentra en Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. Todos nosotros hemos seguido nuestro propio camino. Esa es la esencia del pecado, el corazón del mismo, seguir nuestro propio camino. Tu camino puede ser donar dinero a la caridad, mientras que el camino de otra persona puede ser robar un banco. Pero ninguno de los actos se realiza en referencia a Dios; cada uno de ustedes ha seguido su propio camino. Y en un mundo gobernado por un Creador soberano, esa es rebeldía, eso es pecado.
Haz de cuenta que un territorio particular de tu país se rebela contra el gobierno central de la nación. Los ciudadanos de ese territorio pueden ser personas decentes, esencialmente correctas y cuidadosas en su trato con los demás. Pero toda su bondad entre ellos es irrelevante para el gobierno central. Para esas autoridades solo existe un asunto: el estado de rebeldía. Hasta que ese asunto sea resuelto, nada más importa.
Esta ilustración está en peligro de perder su fuerza si la consideramos a la vista de las realidades del día presente. Algunos gobiernos centrales son tan corruptos e injustos que podemos aplaudirle a un territorio rebelde. Podríamos, en algunos casos, considerar que su rebeldía es el camino correcto.
Pero el gobierno de Dios es perfecto y justo. Su ley moral es santa, justa y buena (Romanos 7:12). Nadie nunca ha tenido, tiene, o tendrá una buena razón para rebelarse contra el gobierno de Dios. Nos rebelamos solo por una razón: nacimos rebeldes. Nacimos con una perversa inclinación de seguir nuestro propio camino, de establecer nuestro gobierno interno en lugar de someternos a Dios.
No es que algunos de nosotros nos hayamos hecho pecaminosos debido a una infancia desafortunada, mientras que otros fueron bendecidos con una educación moral. En lugar de ello, todos nacimos pecadores con una naturaleza corrupta, una inclinación natural de seguir nuestro propio camino. Tal como David escribió, “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Aquí encontramos una declaración asombrosa de David, reconociendo que él era pecador aun estando en el vientre de su madre, incluso durante el periodo de embarazo, cuando no había llevado a cabo ninguna acción, buena o mala.
Una escritora cristiana, en un artículo de una revista, preguntó lo siguiente: “¿Cómo puedo seguir creyendo en un Dios que fastidia a niños inocentes?”. Haciendo a un lado su problema entre la relación de un Dios justo con nuestro sufrimiento, notemos su referencia a niños inocentes. Menciono la pregunta de esta escritora, no para criticar, sino para ilustrar, porque creo que ella expresa la perspectiva de una vasta mayoría de personas, tanto creyentes como incrédulos: que los niños nacen inocentes y son corrompidos por su ambiente.
Pero esta no es la perspectiva de las Escrituras. De acuerdo al Salmo 51:5, no hay niños inocentes. En lugar de ello, todos nosotros nacimos en pecado, incluso desde la concepción somos pecaminosos. Debido a la rebeldía de Adán, todos nacimos con una respondió, “En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Romanos 3:9).
La diferencia entre la apreciación de Harold Kushner, de que la mayoría de las personas son esencialmente “buenas”, y la del apóstol Pablo, que todas las personas son esencialmente “malas”, surge de una orientación totalmente diferente. Para el rabí Kushner, eres bueno si eres un vecino amigable. Para el apóstol Pablo (y los demás escritores de la Biblia), todas las personas son malas debido a que están alejadas de Dios y en rebelión contra él.
Cuando seguimos nuestro propio camino
Una de las acusaciones más condenatorias de la humanidad se encuentra en Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. Todos nosotros hemos seguido nuestro propio camino. Esa es la esencia del pecado, el corazón del mismo, seguir nuestro propio camino. Tu camino puede ser donar dinero a la caridad, mientras que el camino de otra persona puede ser robar un banco. Pero ninguno de los actos se realiza en referencia a Dios; cada uno de ustedes ha seguido su propio camino. Y en un mundo gobernado por un Creador soberano, esa es rebeldía, eso es pecado.
Haz de cuenta que un territorio particular de tu país se rebela contra el gobierno central de la nación. Los ciudadanos de ese territorio pueden ser personas decentes, esencialmente correctas y cuidadosas en su trato con los demás. Pero toda su bondad entre ellos es irrelevante para el gobierno central. Para esas autoridades solo existe un asunto: el estado de rebeldía. Hasta que ese asunto sea resuelto, nada más importa.
Esta ilustración está en peligro de perder su fuerza si la consideramos a la vista de las realidades del día presente. Algunos gobiernos centrales son tan corruptos e injustos que podemos aplaudirle a un territorio rebelde. Podríamos, en algunos casos, considerar que su rebeldía es el camino correcto.
Pero el gobierno de Dios es perfecto y justo. Su ley moral es santa, justa y buena (Romanos 7:12). Nadie nunca ha tenido, tiene, o tendrá una buena razón para rebelarse contra el gobierno de Dios. Nos rebelamos solo por una razón: nacimos rebeldes. Nacimos con una perversa inclinación de seguir nuestro propio camino, de establecer nuestro gobierno interno en lugar de someternos a Dios.
No es que algunos de nosotros nos hayamos hecho pecaminosos debido a una infancia desafortunada, mientras que otros fueron bendecidos con una educación moral. En lugar de ello, todos nacimos pecadores con una naturaleza corrupta, una inclinación natural de seguir nuestro propio camino. Tal como David escribió, “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Aquí encontramos una declaración asombrosa de David, reconociendo que él era pecador aun estando en el vientre de su madre, incluso durante el periodo de embarazo, cuando no había llevado a cabo ninguna acción, buena o mala.
Una escritora cristiana, en un artículo de una revista, preguntó lo siguiente: “¿Cómo puedo seguir creyendo en un Dios que fastidia a niños inocentes?”. Haciendo a un lado su problema entre la relación de un Dios justo con nuestro sufrimiento, notemos su referencia a niños inocentes. Menciono la pregunta de esta escritora, no para criticar, sino para ilustrar, porque creo que ella expresa la perspectiva de una vasta mayoría de personas, tanto creyentes como incrédulos: que los niños nacen inocentes y son corrompidos por su ambiente.
Pero esta no es la perspectiva de las Escrituras. De acuerdo al Salmo 51:5, no hay niños inocentes. En lugar de ello, todos nosotros nacimos en pecado, incluso desde la concepción somos pecaminosos. Debido a la rebeldía de Adán, todos nacimos con una naturaleza pecaminosa y perversa, una inclinación a seguir nuestro propio camino. Tomar el camino del individuo decente o el camino del transgresor descarado no representa ninguna diferencia. Todos nacimos en un estado de rebeldía contra Dios.
La Biblia dice que todos hemos pecado y casi todos concuerdan con esa declaración. El problema es que vemos el pecado de una manera muy superficial. Cualquier hombre en la calle simplemente encogería sus hombros y diría, “Claro, nadie es perfecto”. Incluso nosotros los cristianos hablamos de fracasos y derrotas, pero la Biblia utiliza otros términos. Habla de iniquidad y rebelión (Levítico 16:21). La Biblia dice que el rey David despreció a Dios (2 Samuel 12:9-10). También acusa a otro hombre de Dios de haber desafiado a la Palabra del Señor cuando todo lo que hizo fue comer y beber en un lugar que Dios le había prohibido (1 Reyes 13:21). Es evidente por estos sinónimos descriptivos del pecado (rebelión, desprecio, desafío) que Dios toma mucho más en serio el pecado que el hombre promedio o incluso que la mayoría de los cristianos.
El pecado, al final de cuentas, es una rebelión en contra del soberano Creador, Gobernador y Juez del universo. Es una resistencia a la correcta prerrogativa de que un Gobernador soberano exija obediencia de sus súbditos. Le dice a un Dios absolutamente santo y justo que su ley moral, que es un reflejo de su propia naturaleza, no es digna de nuestra completa obediencia.