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El pecado no es solo una serie de acciones, es también una actitud que ignora la ley de Dios. Pero es incluso más que una actitud rebelde. El pecado es un estado del corazón, una condición de nuestro ser interno. Es un estado de corrupción, vileza y, sí, incluso inmundicia a los ojos de Dios.
Esta perspectiva del pecado como corrupción, vileza e inmundicia es simbólicamente presentada en Zacarías 3:1-4:
Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?
Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles.
Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala.
Notemos a quién se describe aquí. No es una imagen del hijo pródigo, sino de Josué el sumo sacerdote, la persona que ejercía el puesto religioso más alto en Israel. Sin embargo, es mostrado en vestiduras viles, una representación de sus pecados y los pecados del pueblo que representaba como sumo sacerdote. La vileza de sus vestiduras no representa la culpa por sus pecados, sino su contaminación. Como Josué, todos estamos, en un sentido espiritual, vestidos con vestiduras viles. No solo somos culpables delante de Dios; también estamos corrompidos en nuestra naturaleza, contaminados y viles delante de él. Necesitamos ser perdonados y limpiados.
Por esta razón, la Biblia nunca dice que la gracia de Dios simplemente compensa nuestras deficiencias, como si la salvación consistiera en muchas buenas obras (o incluso una cantidad variable de buenas obras) más otro tanto de la gracia de Dios. En lugar de ello, la Biblia habla de un Dios que “justifica al impío” (Romanos 4:5), que es encontrado por aquellos que no lo buscan y que se revela a sí mismo a quienes no preguntan por él (ver Romanos 10:20).
El recolector de impuestos en la parábola de Jesús no le pidió a Dios que simplemente compensara sus deficiencias. En lugar de ello, golpeaba su pecho (que es una señal de angustia profunda) y decía, “Dios, se propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). Él se declaró en total bancarrota espiritual y, en base a ello, experimentó la gracia de Dios. Jesús dijo que ese hombre descendió a su casa justificado, fue declarado justo por Dios (ver Lucas 18:9-14). Como el recaudador de impuestos, nosotros no necesitamos que la gracia de Dios tan solo compense nuestras deficiencias; necesitamos que su gracia provea un remedio para nuestra culpa, limpieza para nuestra contaminación. Necesitamos que su gracia provea la satisfacción de su justicia, que cancele una deuda que no podemos pagar.
Podría parecer que estoy sobreabundando en el tema de nuestra culpa y nuestra vileza delante de Dios. Pero nunca podremos comprender correctamente la gracia de Dios hasta que entendamos la situación de aquellos que la necesitamos. Como el Dr. C. Samuel Storms ha dicho,
La primera y posiblemente la más fundamental característica de la gracia divina es que presupone el pecado y la culpa.
La gracia solo tiene significado cuando se mira a los hombres en un estado caído, indignos de la salvación y sujetos a la ira eterna…
La gracia no contempla a los pecadores simplemente como indignos, sino como merecedores de maldad… No es simplemente que no merezcamos la gracia; sino que sí merecemos el infierno.3
Respondiendo a la gracia
Anteriormente en este capítulo, mencioné un incidente en donde un individuo otorgó una muy inadecuada, quizá hasta fatalmente incorrecta, definición de la gracia. Sospecho que la mayoría de los lectores respondieron negativamente a la sugerencia de que la gracia de Dios simplemente compensa lo que nos falta para ser aceptos ante Dios. Probablemente respondiste como lo hizo una persona, “No, eso no es correcto. Incluso nuestras buenas obras son trapos de inmundicia a los ojos de Dios”.
No mencioné ese incidente simplemente para refutar una postura mal planteada de forma intencional. Utilicé ese incidente porque creo que es la manera en que la mayoría de los cristianos viven la vida cristiana. Actuamos como si la gracia de Dios solo compensara lo que le falta a nuestras buenas obras. Creemos que las bendiciones de Dios son al menos parcialmente ganadas por nuestra obediencia y nuestras disciplinas espirituales. Sabemos que somos salvos por gracia, pero pensamos que debemos de vivir por nuestro “sudor” espiritual.
Así que, ¿quién necesita la gracia? Todos nosotros, tanto el santo como el pecador. El cristiano más dedicado y trabajador necesita la gracia de Dios tanto como el pecador más disoluto y testarudo. Todos necesitamos la misma gracia. El pecador no necesita más gracia que el santo, tampoco el creyente inmaduro e indisciplinado necesita más gracia que el piadoso y celoso misionero. Todos necesitamos la misma cantidad de gracia porque la “moneda” de nuestras buenas obras está devaluada y no tiene valor para Dios.
Tampoco nuestros méritos, ni nuestros deméritos, determinan cuánta gracia requerimos, porque la gracia no proporciona méritos ni compensa los deméritos. La gracia no toma en cuenta los méritos o deméritos. En lugar de ello, la gracia considera a todos los hombres y mujeres como totalmente no merecedores e incapaces de hacer nada para ganar la bendición de Dios. Nuevamente, como C. Samuel Storms ha escrito,
La gracia deja de ser gracia si Dios está obligado a otorgarla en presencia del mérito humano… La gracia deja de ser gracia si Dios está obligado a quitarla en presencia del demérito humano… [La gracia] es tratar a una persona sin esperar nada a cambio, sino solo de acuerdo a la infinita bondad y al propósito soberano de Dios.4
Notemos que la descripción del Dr. Storms de la gracia de Dios tiene dos aspectos: no puede ganarse por tus méritos ni puede perderse por tus deméritos. Si en ocasiones sientes que merecemos una respuesta a tu oración o una bendición particular de Dios debido a tu arduo trabajo o sacrificio, estás viviendo por obras, no por gracia. Pero también es cierto que si pierdes la esperanza de recibir la bendición de Dios debido a tus deméritos, lo que debías hacer, pero no hiciste y lo que hiciste, pero no debías hacer, también estás haciendo a un lado la gracia de Dios.
Francamente, la segunda declaración del Dr. Storm es de más ayuda para mí. Rara vez pienso en mis méritos, pero frecuentemente soy muy consciente de mis deméritos. Por tanto, me deben recordar frecuentemente que mis deméritos no obligan a que Dios retire su gracia de mí, sino que él no me trata conforme a mi maldad. Preferiría mil veces depositar mi esperanza de obtener su bendición en su infinita bondad que en mis buenas obras.
John Newton, el comerciante de esclavos descarado y disoluto, después de su conversión escribió el maravilloso himno “Sublime gracia”. Él nunca cesó de maravillarse al contemplar la hermosura de la gracia que lo alcanzaba incluso a él. Pero la persona que creció en una familia cristiana piadosa, que confió en Cristo a una temprana edad y nunca ha caído en los llamados pecados “horrendos”, debería estar tan maravillado con la gracia de Dios como lo estaba John Newton.
He aquí un principio concerniente a la gracia de Dios: en la medida en que te aferres a cualquier vestigio de justicia propia o pongas cualquier confianza en tus logros espirituales, en esa misma medida no estás viviendo por la gracia de Dios en tu vida. Este principio aplica tanto en la salvación como en la vida cristiana. Permíteme repetir algo que dije en el capítulo 1. La gracia y las buenas obras (es decir, las obras hechas para ganarse el favor de Dios) son mutuamente excluyentes. No podemos pararnos con un pie en la gracia y el otro en nuestros méritos.
Si estas confiando en cualquier medida en tu propia moralidad o logros espirituales, o si crees que Dios reconocerá de alguna forma tus buenas obras como meritorias para tu salvación, entonces debes considerar seriamente si eres un verdadero cristiano. Entiendo que algunos pueden sentirse ofendidos por esto, pero debemos ser absolutamente claros sobre la verdad del evangelio de la salvación.
Hace cerca de doscientos años, Abraham Booth (1734-1806), un pastor bautista en Inglaterra, escribió,
Los actos más brillantes y las cualidades más valiosas que pueden ser encontradas entre los hombres, aunque pueden ser muy útiles y verdaderamente excelentes, cuando son puestas en su lugar adecuado y se utilizan para fines correctos, son, para el tema de la justificación, tratadas como insignificancias…
La divina gracia desdeña ser ayudada por el pobre e imperfecto desempleo de los hombres en la realización de esa tarea que particularmente le pertenece. Los intentos por completar lo que la gracia comienza, traicionan nuestro orgullo y ofenden al Señor; pero no pueden promover nuestro interés espiritual. Que el lector, por tanto, recuerde cuidadosamente que la gracia es absolutamente gratis, o no es gracia: y que aquel que profesa buscar la salvación por gracia, o cree en su corazón que es completamente salvo por ella, o actúa inconsistentemente en los asuntos de suma importancia.5
Los pensamientos de Abraham Booth son tan válidos y necesarios como lo eran doscientos años atrás. Aquellos que son verdaderamente salvos son aquellos que han venido a Jesús con la actitud expresada en las palabras de un antiguo himno, “Nada traigo en mis manos, solo a tu cruz me aferro”.6
Capítulo 3
LA GRACIA: ES EN VERDAD SUBLIME
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro. Romanos 5:20-21
Un estudio de la gracia de Dios es un estudio del contraste entre la situación desesperada de la humanidad y el abundante remedio que, mediante la gracia, Dios provee para nosotros a través de Jesucristo. Este contraste es hermosamente descrito en las palabras de un antiguo himno:
Somos Culpables, viles e indefensos,
Él es el Cordero sin mancha de Dios;
¡Expiación completa! ¡Aleluya, qué Salvador!7
En el capítulo 2, vimos que todos somos realmente culpables, viles e incapaces de ayudarnos. Reconocimos que todos estamos igualmente necesitados de la gracia de Dios. En este capítulo, consideraremos la divina provisión de gracia para nuestra desesperada situación.
Cuando una pareja comprometida acude a una tienda de joyería para comprar ese diamante especial, el joyero a menudo coloca una almohadilla oscura de terciopelo y sobre ella pone cuidadosamente cada diamante. El contraste del terciopelo oscuro provee el fondo que realza el brillo y la belleza de cada diamante.
Nuestra condición pecaminosa difícilmente califica como una carpeta de terciopelo, pero en contraste con la oscura culpa y la corrupción moral, la gracia de Dios en la salvación resplandece como un diamante hermoso y puro.
Nuestra ruina, el remedio de Dios
El apóstol Pablo utilizó un fondo contrastante cuando describió el remedio de Dios para nuestra ruina en una serie de textos de la Escritura, a los que me gusta llamar los hermosos “peros” de Dios.
Ya hemos visto el oscuro trasfondo que Pablo presentó en su crítica contra la humanidad, tanto de los religiosos como de los irreligiosos, en Romanos 3:10-12. En los versículos 13-20 ahondó en esa crítica, concluyendo finalmente en el versículo 20, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”.
Habiendo presentado el oscuro trasfondo de nuestra ruina, Pablo procede a mostrarnos el brillante diamante del remedio de Dios. Notemos como inicia: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas” (versículo 21). Todos nos encontramos en la ruina, pero ahora Dios ha provisto un remedio: una justicia que viene de parte de Dios por medio de la fe en Jesucristo. Esta justicia es “aparte de la ley”, es decir, no considera qué tan bien o qué tan mal hemos obedecido la ley de Dios.
Bajo la gracia de Dios, la extensión o calidad de nuestra obediencia a la ley no es relevante. En lugar de ello, aquellos que tienen fe en Jesucristo son “justificados gratuitamente por su gracia” (versículo 24). Ser justificados significa más que el solo ser declarados “no culpables”. Realmente significa ser declarado justo delante de Dios. Significa que Dios ha imputado la culpa de nuestro pecado en su Hijo, Jesucristo, y nos ha imputado o acreditado la justicia de Dios.
Notemos, sin embargo, que somos justificados por su gracia. Es por la gracia de Dios que somos declarados justos delante de él. Todos somos culpables delante de Dios, condenados, viles e incapaces de ayudarnos. No tenemos argumentos ante Dios; el desenlace de nuestro caso estaba completamente de su lado. Él podía, con total justicia, habernos sentenciado como culpables, porque eso es lo que éramos, y consignarnos a la condenación eterna. Eso es lo que hizo a los ángeles que pecaron (ver 2 Pedro 2:4) y él pudo haber hecho eso con nosotros y habría sido perfectamente justo. Él no nos debía nada; nosotros le debíamos todo.
Pero, debido a su gracia, Dios no nos envió a todos al infierno; en lugar de ello, proveyó un remedio para nosotros a través de Jesucristo. Romanos 3:25 dice, “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia”. ¿Qué es un sacrificio de propiciación? Una nota al pie de página de la NIV proporciona una traducción alternativa a este texto: “aquel que desviaría su ira, quitando el pecado”.
El significado de Cristo como el sacrificio de expiación, entonces, es que Jesús, mediante su muerte, desvió la ira de Dios al ponerla sobre sí mismo. Mientras colgaba de la cruz, él cargó nuestros pecados en su cuerpo y recibió toda la ira de Dios en lugar nuestro. Como dijo Pedro, “Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados”, y sufrió, “el justo por los injustos” (1 Pedro 2:24; 3:18). En su muerte, Jesús satisfizo por completo la justicia de Dios, que requería muerte eterna como la paga del pecado.
Es importante que notemos quién presentó a Cristo como este sacrificio de expiación. Romanos 3:25 dice que Dios lo presentó. El plan de redención era el plan de Dios y fue llevado a cabo por iniciativa de él. ¿Por qué hizo esto? Solo hay una respuesta: por su gracia. La expiación fue el favor de Dios extendido a las personas que solo merecían su ira. La expiación de Dios fue poner un puente sobre el terrible “Gran Cañón” del pecado, para llegar a las personas que estaban en rebeldía contra él. Y él hizo esto a un costo infinito para él, enviando a Jesús a morir en lugar nuestro.
Otro de los maravillosos “peros” de Dios se encuentra en Efesios 2:1-5:
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).
Nuevamente vemos el contraste entre nuestra ruina y el remedio de Dios. En los versículos 1-3, Pablo nos describió como muertos en nuestros pecados, bajo la influencia de Satanás, cautivados por el mundo, prisioneros de nuestros deseos pecaminosos y objetos de la ira de Dios. ¿Podría presentársenos una imagen más oscura, un trasfondo más contrastante? Pero contra este oscuro trasfondo, Pablo, una vez más, presenta el diamante de la gracia de Dios.
¡Pero Dios intervino! Estábamos muertos en nuestras transgresiones, pero Dios intervino. Éramos esclavos del pecado, pero Dios intervino. Éramos objetos de la ira, pero Dios intervino. Dios, que es rico en misericordia, intervino. Por su gran amor a nosotros, Dios intervino y nos dio vida en Cristo, incluso cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Todo esto se resume en una breve declaración: “Por gracia sois salvos”. Nuestra condición era devastadora, no teníamos esperanza, pero Dios intervino por gracia.
Una tercera instancia de los maravillosos “peros” de Dios se presenta en Tito 3:3-5:
Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.
Nuevamente Pablo establece un contraste entre nuestra ruina y el remedio de Dios. El contraste no podría ser más audaz y completo. Nuestra necedad, desobediencia y esclavitud hacia toda clase de deseos pecaminosos son contrastadas con la bondad, la misericordia y el amor de Dios. Los injustos son declarados justos (justificados) por su gracia (ver Tito 3:7). ¡La gracia de Dios es realmente sublime!
Por tanto, la gracia de Dios no complementa nuestras buenas obras. En lugar de ello, su gracia vence nuestras malas obras, que son nuestros pecados. Dios hizo esto al poner nuestros pecados sobre Cristo y al dejar caer sobre él la ira que nosotros merecíamos. Debido a que Jesús pagó completamente el terrible castigo de nuestros pecados, Dios pudo extender su gracia a nosotros mediante el perdón total de nuestros pecados. La extensión de su perdón se presenta vívidamente en cuatro pintorescas expresiones en el Antiguo Testamento.
Cuanto está lejos el oriente del occidente
El Salmo 103:12 dice, “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. ¿Cuán lejos está el oriente del occidente? Si te diriges hacia el norte desde cualquier punto de la tierra, eventualmente cruzarás sobre el polo norte y después comenzarás a viajar hacia el sur, pero eso no sucede cuando vas de oriente a occidente. Si te diriges hacia el oriente y continúas en esa dirección, siempre te estarás dirigiendo hacia el oriente. El norte y el sur se encuentran en el polo norte, pero el oriente y el occidente nunca coinciden. En cierto sentido, están a una distancia infinita uno del otro.
Así que cuando Dios dice que él aleja nuestras rebeliones tan lejos como el occidente del oriente, está diciendo que se han puesto a una distancia infinita de nosotros. Pero, ¿cómo podemos comprender esta verdad abstracta de tal manera que sea significativa en nuestras vidas?
Cuando Dios utiliza esta expresión metafórica, describiendo la extensión del perdón de nuestros pecados, está diciendo que su perdón es total, completo e incondicional. Él no lleva la cuenta de nuestros pecados. El salmista clarifica esta idea: “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmos 103:10). Sí, ¡Dios dice eso! Sé que parece demasiado bueno para ser cierto. Confieso que luché para escribir esas palabras porque son tan extrañas a nuestros conceptos innatos de recompensa y castigo.
Pero esas palabras están en la Biblia y son las palabras de Dios. ¿Cómo puede Dios hacer esto? ¿Cómo puede desechar completamente nuestras transgresiones y decir que las ha alejado a una distancia infinita de nosotros? La respuesta es, por su gracia a través de Jesucristo. Como vimos anteriormente en este capítulo, Dios puso nuestros pecados en Cristo y él cargó con el castigo que nosotros debíamos sufrir. Debido a la muerte de Cristo en lugar nuestro, la justicia de Dios está completamente satisfecha. Dios puede ahora, sin violar su justicia o su ley moral, perdonarnos libre, completa y absolutamente. Puede ahora extendernos su gracia; puede mostrar favor hacia a aquellos que, en sí mismos, solo merecen su ira.
Tras tus espaldas
Isaías 38:17 nos da otra expresión pintoresca para describir la extensión del perdón de Dios sobre nuestros pecados. El profeta dijo de Dios, “echaste tras tus espaldas todos mis pecados”. Cuando algo está tras nuestras espaldas, está fuera de nuestra vista. No podemos verlo. Dios dice que él ha hecho eso con nuestros pecados. No es que no hayamos pecado o que, como cristianos, no continuemos pecando. Sabemos que pecamos diariamente, de hecho, muchas veces al día. Incluso como cristianos, nuestros mejores esfuerzos están manchados con un desempeño imperfecto y con motivos impuros. Pero Dios ya no “ve” nuestra desobediencia deliberada o nuestros malos desempeños. En lugar de ello, él “ve” la justicia de Cristo que ya nos ha atribuido.
¿Significa esto que Dios ignora nuestros pecados como un padre indulgente y permisivo que permite que sus hijos crezcan sin disciplina y con mal comportamiento? ¡Para nada! En su relación con nosotros como nuestro Padre celestial, Dios sí trata con nuestros pecados, pero solo para nuestro bien. No trata con nosotros como merecemos, que sería castigo, sino por lo que su gracia provee, que es para nuestro bien.
En su relación con nosotros como el Gobernador moral y el Juez de la humanidad, Dios ha puesto nuestros pecados tras sus espaldas. En su relación con nosotros como el Supremo Soberano que lidia con sus rebeldes súbditos, él ya no “ve” nuestros pecados. Y notemos que nuestros pecados no están a las espaldas de Dios por casualidad. La Escritura nos dice que él los ha puesto ahí. ¿Cómo puede hacer esto y ser un Dios justo y santo? Nuevamente, la respuesta es que Jesucristo pagó el castigo que nosotros debimos pagar. Como lo dice otro himno, “¿Qué me puede dar perdón? Solo de Jesús la sangre”.8
En lo profundo del mar
Otra impactante metáfora que expresa la plenitud del perdón de Dios se nos presenta en Miqueas 7:19. Aquí, el profeta Miqueas dice de Dios, “sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”. Cuando era un oficial naval, tuve una experiencia en donde cierto equipo se perdió en las profundidades del mar debido a un pequeño accidente de un bote. Sé lo que es lanzar ganchos al fondo del mar en vano, intentando recuperar el equipo perdido. Ese equipo se perdió para siempre.
Así es con nuestros pecados. Dios los ha echado al fondo del mar para que se pierdan por siempre, nunca serán encontrados, nunca se nos reclamarán. Nuevamente, como Dios dice que puso nuestros pecados tras sus espaldas, aquí se nos dice que los echará en lo profundo del mar. No se caerán por la borda; Dios los echará en lo profundo. Él quiere que se pierdan por siempre, porque ya ha lidiado con ellos en su Hijo, Jesucristo.
¿Comienzas a entender la idea? ¿Te das cuenta que el perdón de Dios es completo e irreversible? ¿Has comenzado a comprender que no importa cuán “malo” has sido o cuántas veces has cometido el mismo pecado, Dios te perdona completa y libremente debido a Cristo? ¿Has visto que, debido a que Dios ya ha lidiado con tus pecados en Cristo, no tienes que hacer penitencia o cumplir ciertas condiciones antes de que Dios te bendiga o te use?
En una ocasión escuché que alguien dijo que ya no podía aferrarse a la promesa de perdón de Dios en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Él razonó que había pecado tantas veces que ya había utilizado todo su “crédito” con Dios. Pienso que muchos cristianos creen eso porque no comprendemos completamente la plenitud del perdón de Dios en Cristo. Pero si insistimos en pensar en términos de “crédito” delante de Dios, debemos pensar solo en el “crédito” de Cristo, ya que nosotros no tenemos ninguno en nosotros mismos. ¿Y cuánto crédito tiene él? Una cantidad infinita. Por eso Pablo podía decir, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20).