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Isaías 53. Esta profecía bien conocida acerca del Siervo sufriente también nos enseña acerca del pacto de redención al decirnos que la relación entre el Padre y el Hijo con respecto a la redención de los pecadores es una relación del pacto en su naturaleza; tiene una relación de obediencia y recompensa. Esto se revela incluso en su título “mi siervo” (Isaías 52:13; 53:11), lo cual es una terminología clásica del pacto. (Por ejemplo, en Isaías 42:1-9, al Siervo se le llama explícitamente un “pacto al pueblo”. Ver también Isaías 49:1-53 no solamente anuncia la humillación y angustia que Cristo experimentó en Su vida y muerte sino también cómo Su obediencia a la voluntad del Padre es la causa y base de nuestra redención. Después de describir cómo Cristo sería “herido por nuestras rebeliones” (53:5) bajo el peso de la ira de Dios al cargar en Él nuestro pecado (53:6), Isaías dice en el versículo 10: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo” y “la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”. En otras palabras, el sufrimiento de Cristo fue conforme a la voluntad del Padre y, a través de la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre, se cumplió Su voluntad. Esta no es una idea fortuita o incoherente; al contrario, este era un plan predeterminado entre el Padre y el Hijo que resultó en la salvación de los elegidos. Como dice Isaías en el versículo 11, fue por medio de la obediencia de Cristo que Él justificó a muchos. Su obediencia activa al Padre logró la justificación de Su pueblo.
El Nuevo Testamento deja claro que este fue un acuerdo mutuo entre el Padre y el Hijo. Pablo nos dice en Filipenses 2 que Cristo “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (2:6-8). El Hijo no fue obligado a aceptar este plan de redención. No fue a la cruz contra Su voluntad. Antes bien, el Padre le dio una obra que hacer, yÉl, a su vez, se sometió a la voluntad del Padre y la obedeció perfectamente.
Que esto fue una recompensa por la obediencia de Cristo se dice explícitamente en Isaías 53:12: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos”. Debido a que Cristo llevó a cabo la obra que el Padre le encomendó, Él ganó la recompensa de un conquistador y el derecho a los despojos de la guerra. El uso de la frase “por tanto” indica que la obediencia de Cristo (descrita previamente en Isaías 53:1-11) tiene como consecuencia una recompensa. Pablo también refleja esto en Filipenses 2, donde continúa diciendo: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (2:9-11). La recompensa de Cristo por Su obediencia fue la justificación de Su pueblo y la exaltación de Su nombre, todo lo cual es para la gloria del Padre.
Por ende, a la luz del Nuevo Testamento, Isaías 53 nos enseña que nuestra redención resulta de que Cristo cumplió las condiciones y recibió la recompensa prescrita en un pacto entre Él y el Padre.
Zacarías 6:12-13. Al profetizar acerca del Mesías, a quien llama “el Renuevo”, un título que también usan Isaías y Jeremías (ver Isaías 4:2; 11:1 y Jeremías 23:5; 33:15), Zacarías dice que “él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono”. Al igual que el Salmo 110 e Isaías 53, este pasaje enfatiza la recompensa del Mesías por Su obra realizada. También describe el pacto que estipulaba las condiciones de esta recompensa como el “consejo de paz” entre Yahweh y el Renuevo, es decir, entre el Padre y el Hijo. Esta frase tiene connotaciones de pacto porque la Escritura conecta el hacer un pacto entre dos o más partes con el hecho de que tomen consejo entre ellas. Por ejemplo, Génesis 21:22-34 nos habla de Abraham y Abimelec conversando juntos como parte de su pacto mutuo. Cada hombre estableció estipulaciones para el otro, y cada hombre hizo un juramento al otro, prometiendo cumplir con su parte del acuerdo. Lo que la Escritura describe explícitamente como un pacto entre ellos (Génesis 21:27, 32) incluía su consejo conjunto. De la misma manera, el Salmo 83:5 habla de los enemigos de Dios tomando consejo entre ellos a fin de hacer un pacto: “Porque de corazón han consultado a una, hacen pacto contra ti” (LBLA). Dado el contexto de la declaración de Zacarías, “el consejo de paz” parece ser una referencia al pacto de redención5.
El evangelio de Juan. Juan proporciona mucha evidencia del pacto de redención en su evangelio. Registra muchas instancias en que Cristo hizo referencia a la obra que vino a realizar, obra que el Padre Le asignó. Por ejemplo, en el capítulo 4, cuando está hablando a Sus discípulos, dice: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (4:34). Después en el capítulo 5, cuando está hablando con los líderes judíos, declara:
No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió… porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado… Yo he venido en nombre de mi Padre (5:30, 36b, 43a).
De manera similar, hablando a las multitudes, en Juan 6:37-40 dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mi viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Yésta es la voluntad del que me ha enviado: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada”. Y en 10:18, hablando a los fariseos, dice: “Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (ver también 12:49; 14:31a; y 15:10). Estos comentarios de Jesús revelan claramente Su misión en la tierra como la obra que el Padre le mandó que realizara. En 10:18, Cristo dice que recibió un mandamiento del Padre. La palabra griega que se usa aquí indica un mandato o una orden que se debe cumplir. Este mandato requería que Jesús consiguiera la redención de aquellos que el Padre le dio por medio de obedecer activamente los mandamientos del Padre, lo cual incluía ir a la cruz para poner Su vida como la propiciación por los pecados de ellos.
Cristo deja esto muy claro en la oración sumo-sacerdotal que hizo la noche antes de Su crucifixión:
Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste… Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese (Juan 17:1b-2, 4-5).
A lo largo de Su oración, Jesús se refiere a aquellos que el Padre le “dio” (es decir, los elegidos en Cristo) por lo menos siete veces (17:2, 6a, 6b, 9, 10, 11, 24). Su misión era salvarlos por medio de Su obediencia a la voluntad del Padre. Al día siguiente, mientras colgaba de la cruz y sufría la ira de Dios por los pecados de aquellos que el Padre le dio, Sus últimas palabras fueron: “Consumado es” (19:30). ¿Qué quedó consumado? La obra que el Padre le asignó antes de la fundación del mundo.
Considerados en conjunto, los comentarios de Jesús en el evangelio de Juan acerca de la obra que vino a realizar revelan un plan mutuo y predeterminado entre el Padre y el Hijo hecho en la eternidad pasada.
Efesios 1:3-14. El comienzo de la epístola de Pablo a los efesios apoya la noción de que el Hijo recibió Su encargo del Padre antes de la fundación del mundo. Después de su salutación inicial en los primeros dos versículos, el apóstol irrumpe en alabanza a Dios por Su gracia:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado (1:3-6).
Pablo deja claro que el Dios trino elaboró el plan de acción para nuestra redención en la eternidad pasada. Dice que fuimos escogidos en Cristo “antes de la fundación del mundo” y predestinados para adopción por medio de Jesucristo, todo de acuerdo al plan original de Dios, es decir, “según el puro afecto de su voluntad”. El Padre y el Hijo entraron en un pacto a fin de llevar a los pecadores a la gloria. De la masa de humanidad caída y condenada, el Padre escogió a pecadores que no tenían mayores méritos o cualidades para ser salvados que aquellos a quienes no escogió. Los escogió en Cristo incondicionalmente y de acuerdo con Su propio propósito. Como dice Pablo en 2 Timoteo 1:9, Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. El Padre dio estos pecadores elegidos al Hijo, quien los redimió por medio de Su sangre y les proporcionó el perdón completo de todos sus pecados (Efesios 1:7). La vida, muerte y resurrección de Cristo nos dan a conocer “el misterio de la voluntad de Dios”, es decir, revelan el desarrollo del pacto de redención (1:8-10).
Sin embargo, Pablo nos dice que hay algo más en este plan. El Padre no solamente eligió a un pueblo en el Hijo sino que también los eligió a través del Espíritu. Como la tercera persona de la Deidad, el Espíritu Santo tiene una función única en el pacto de redención y actúa para llevarla a cabo (1:11-12). Mientras que el Hijo tenía la responsabilidad de lograr la redención a favor de aquellos que el Padre le dio, el Espíritu tiene la responsabilidad de aplicar la redención a estas mismas personas. El Espíritu que preparó el camino en el antiguo pacto para la venida de Cristo y equipó a Cristo en Su encarnación con los dones necesarios para cumplir Su oficio como Mediador, también aplica a los elegidos los beneficios salvíficos que Cristo ganó para ellos. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo a fin de unir a los elegidos con Cristo y sellar para ellos todas las bendiciones de la obra consumada de Cristo: la regeneración, la fe, la justificación, la adopción, la santificación, la preservación y la glorificación (1:13-14; cf. Juan 14:26; 15:26; 16:7). Él es el Don de Cristo para la iglesia, el depósito y garantía de la herencia prometida para los elegidos.
Romanos 5:12-19. En este pasaje, Pablo nos enseña una analogía explícita entre Adán y Cristo, mostrando que estos dos individuos fueron representantes federales de otras personas. Mientras que la desobediencia de Adán en el pacto de obras resultó en la condenación de aquellos que representaba (es decir, de toda la raza humana), la obediencia de Cristo en el pacto de redención resultó en la justificación de aquellos que representaba (es decir, de los elegidos). Una vez más encontramos la enseñanza escritural de la relación de obediencia-recompensa entre el Padre y el Hijo. El Hijo obedeció al Padre para que “muchos fuesen constituidos justos” (5:19; cf. 1 Corintios 15:21-22).
Otros pasajes que se refieren al Padre. Además de los pasajes mencionados antes, la Biblia está repleta de referencias al rol del Padre en el pacto de redención. El Padre prometió al Hijo ayudarlo en la ejecución de Su obra (Isaías 42:1-7; 50:5-9). Prometió no abandonar el alma de Cristo en el Seol ni dejar que Su cuerpo viese corrupción (Salmo 16:10; 49:15; 86:13; Hechos 2:31-32; Hebreos 13:20). Prometió al Hijo que, al concluir Su obra, sería exaltado como Rey (Salmo 2:6-8; Lucas 22:29; Hebreos 1:1-13; 5:5-6). Prometió al Hijo que aquellos que le dio le servirían, proclamarían Su justicia y anunciarían a las generaciones futuras Su obra consumada (Salmo 22:30-31).
Otros pasajes que se refieren al Hijo. La Escritura nos enseña que el Hijo es el Mediador del pacto, que también es uno con el Padre (Gálatas 3:15-22). Fue enviado por el Padre para una misión específica (Mateo 10:40; 15:24; 21:37; Lucas 4:18, 43; 10:16). Se sometió a la voluntad del Padre y no se volvió atrás (Isaías 50:5-9). Aprendió obediencia a través de lo que sufrió (Hebreos 5:8). Padeció la cruz a la que fue designado, menospreciando el oprobio asociado con ella (Hebreos 12:2). Dio a conocer el misterio de la voluntad de Dios que estaba escondido desde la eternidad pasada (Efesios 3:8-12).
Otros pasajes que se refieren al Espíritu Santo. Como miembro de la Deidad trina, el Espíritu Santo siempre actúa de acuerdo con el Padre y el Hijo, y el Padre y el Hijo nunca actúan aparte del Espíritu. Los pasajes que se refieren a Su actuación en la encarnación y la resurrección de Cristo, como también a Su obra de unir a los elegidos con Cristo, no son secundarios a la obra de Cristo. En cambio, deben entenderse como el cumplimiento del rol del Espíritu en el pacto de redención. Las Escrituras revelan claramente que el Espíritu hizo que el Hijo asumiera una naturaleza humana real por medio de la virgen María (Mateo 1:18; Lucas 1:35, 80). Fue a través del Espíritu que Cristo se ofreció al Padre (Hebreos 9:14). Y el Espíritu hizo que Cristo resucitará de los muertos (Romanos 8:11). Sin el Espíritu efectuando estas tareas cruciales, el pacto de redención nunca se hubiera completado.
Toda la evidencia citada nos lleva a concluir con Owen, Witsius y la tradición reformada que la Escritura enseña un pacto pretemporal e intratrinitario entre las personas divinas para la redención de los elegidos. La relación entre el Padre y el Hijo se caracteriza por el patrón de obedienciarecompensa. Como señalamos en la introducción, las relaciones de pacto siempre contienen un aspecto legal. Son simultáneamente personales y legales. Esto no solo es cierto de los pactos que conocemos actualmente, tales como el pacto matrimonial entre un hombre y una mujer, sino también de los pactos bíblicos, ya sean establecidos de común acuerdo (como en el caso del pacto de Abraham con Abimelec en Génesis 21:22-34) o impuestos unilateralmente (como en el caso del pacto de obras con Adán en Génesis 2:8-16). El patrón de obediencia-recompensa del Padre y el Hijo implica la naturaleza legal del pacto de redención. La recompensa de Cristo de un reino y un pueblo redimido estaba condicionada a Su obediencia.
¿Qué enseña la teología reformada?
La Confesión de fe de Westminster (1647) alude al pacto de redención cuando dice: “Le plació a Dios en Su propósito eterno escoger y ordenar al Señor Jesús, Su Hijo Unigénito, para que sea el Mediador entre Dios y el hombre” (8.1). La Declaración de fe de Saboya (1658), la cual fue una modificación de la Confesión de Westminster producida por los independientes ingleses, lo declaró de una manera más explícita: “Le plació a Dios, en Su propósito eterno, escoger y ordenar al Señor Jesús, Su Hijo Unigénito, de acuerdo con un pacto hecho entre los dos, para que sea el Mediador entre Dios y el hombre” (8.1, énfasis añadido). Históricamente la teología reformada ha enseñado que la mediación de Cristo fue la ejecución del pacto de redención.
¿Qué estaba contenido en este pacto exactamente? John Owen (1616-1683), uno de los principales arquitectos de la Declaración de Saboya y con frecuencia llamado el “Príncipe de los puritanos”, describió cinco elementos fundamentales del pacto de redención:
1. El Padre como el “prometedor” y el Hijo como el “realizador” voluntariamente acordaron juntos conseguir una meta en común, a saber, “la gloria de Dios y la salvación de los elegidos”6.
2. El Padre ordenó las condiciones para este pacto, las cuales consistían en que el Hijo asumiera una naturaleza humana, cumpliera las demandas de la ley a través de Su obediencia y sufriera el justo juicio de Dios en lugar de los elegidos a fin de satisfacer la justicia de Dios en nombre de ellos7.
3. El Padre prometió al Hijo que lo ayudaría y que si el Hijo realizaba la obra asignada, obtendría la salvación y la glorificación de los elegidos. El Padre confirmó estas promesas con un juramento8.
4. El Hijo aceptó voluntariamente las condiciones y asumió la obra como fiador del pacto9.
5. El Padre aprobó yaceptó la actuación del Hijo, Quien asimismo apropió las promesas hechas en el pacto10.
Este resumen es común entre los teólogos reformados del siglo XVII. Ellos entendieron que la Escritura enseña el pacto de redención como un pacto de obediencia y obligación para Cristo. El perdón de pecados y la vida eterna para los elegidos solamente fueron posibles porque Cristo cumplió las demandas de la justicia de Dios a través de Su vida de obediencia y por Su muerte de expiación. De este modo, Cristo llegó a ser el cumplidor del pacto en quien ponemos nuestra confianza para ser salvos.
Owen también señaló que el Espíritu Santo tiene un rol esencial en el pacto de redención. Fue a través del Espíritu Santo que la virgen María concibió al Cristo encarnado, que Cristo se ofreció al Padre y que fue levantado de los muertos11. Además, el Espíritu Santo también es el responsable de llevar a los elegidos a la unión con Cristo y mantenerlos a salvo12. Nuestra salvación es trinitaria de principio a fin.
Sin embargo, los teólogos británicos no fueron los únicos que explicaron el pacto de redención de esta manera. La mayoría de los teólogos reformados europeos sostuvieron la misma enseñanza. El teólogo reformado holandés Herman Witsius (1636-1708) lo describió como
la voluntad del Padre, al dar al Hijo para que sea la cabeza y redentor de los elegidos; y la voluntad del Hijo, al presentarse a Sí mismo como un patrocinador o fiador a favor de ellos; en todo lo que consiste la naturaleza de un convenio o pacto. La Escrituras representan al Padre, en la economía de nuestra salvación, demandando la obediencia del Hijo incluso hasta la muerte; y bajo condición de esa obediencia, Le promete a su vez aquel nombre que es sobre todo nombre, incluso que sea la cabeza de los elegidos en gloria; y presentan al Hijo, ofreciéndose a Sí mismo para hacer la voluntad del Padre, aceptando la promesa, y… requiriendo, en virtud del convenio, el reino y la gloria que el Padre le prometió. Al demostrar claramente todos estos puntos a partir de la Escritura, no se puede negar bajo ningún pretexto, que hay un convenio entre el Padre y el Hijo que es el fundamento de nuestra salvación13.
Al igual que Owen, Witsius explicó que este pacto tiene condiciones prescritas, las cuales el Hijo aceptó cumplir voluntariamente. Para salvar a los pecadores y, aun así, satisfacer al mismo tiempo Su justicia contra el pecado, el Padre exigió al Hijo que tomara el lugar de los elegidos convirtiéndose en el segundo Adán y cumpliendo toda justicia a través de Su obediencia. El Hijo estuvo de acuerdo, cumplió las condiciones, y recibió Su recompensa de un reino y gloria junto con Su pueblo redimido.
La teología reformada comúnmente ha descrito la función de Cristo en el pacto de redención usando términos tales como cabeza federal, mediador (por ejemplo, Hebreos 8:6; 9:15; 12:24) yfiador (por ejemplo, Hebreos 7:22). Estos títulos se refieren generalmente al mismo concepto, a saber, Cristo como el representante de Su pueblo; sin embargo cada uno enfatiza aspectos diferentes de este rol. La expresión cabeza federal realza el hecho de que Cristo es una persona pública que actúa en nombre de aquellos que representa. Para tomar prestado un ejemplo que usa S. M. Baugh, “cuando el presidente de los Estados Unidos firma un tratado, este obliga a todos los ciudadanos que él representa a mantener ese tratado. En caso de que el presidente violara el tratado a través de sus acciones oficiales, todo el país sería responsable”14. De la misma manera, las acciones de Cristo tienen consecuencias para los elegidos porque Él es su cabeza federal. La palabra mediador, por otro lado, dirige la atención a Cristo como nuestro representante delante del Padre en Su triple oficio de Profeta, Sacerdote yRey. Además, el título fiador pone el énfasis en Cristo como la garantía de nuestra salvación, quien cumplió las condiciones de Su pacto con el Padre.
¿Por qué esta doctrina es importante para la vida cristiana?
¿Por qué le debe importar al cristiano que hubiera un pacto de redención entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo antes del tiempo? A primera vista, podríamos sentirnos tentados a considerar esta doctrina como muy abstracta y teórica, como si solamente tuviera valor en las aulas de los seminarios o en las conversaciones especulativas de los teólogos profesionales. Sin embargo, nada dista más de la verdad. La doctrina del pacto de redención es en realidad muy práctica para la vida cristiana porque nos enseña acerca del amor de Dios, nos da consuelo y seguridad, y nos protege de la especulación.
Nos enseña acerca del amor de Dios. La doctrina del pacto de redención nos revela que entre el Padre, el Hijo y el Espíritu existen amor y armonía perfectos. Sus promesas y obligaciones mutuas demuestran Su amor mutuo. El amor del Padre por el Hijo se expresa en la recompensa que le da de un pueblo que el Hijo gobernará como Rey. El amor del Hijo por el Padre se expresa en que se somete a la voluntad del Padre, incluso al más alto costo personal. El amor del Espíritu por el Padre y el Hijo se expresa en la obra que realiza de llevar este plan a su cumplimiento. Yel amor del Padre y del Hijo por el Espíritu se expresa en que lo derraman sobre la iglesia como Su don especial del cielo. Ningún miembro de la trinidad actúa aparte de los otros dos miembros.
Además, la doctrina del pacto de redención también nos enseña que Dios siempre busca comunicar a otros este amor que experimenta dentro de Sí mismo. Como lo expresó el teólogo de Princeton, Geerhardus Vos (1862-1949): “Tal y como la bienaventuranza de Dios existe en la libre relación de las tres personas del Ser adorable, también el hombre encontrará su bienaventuranza en la relación de pacto con su Dios”15. Dios ha decidido compartir Su amor con Sus elegidos. En Su voluntad soberana escogió hacernos los objetos del amor eterno y mutuo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. No hicimos nada que lo motivara a darnos Su amor, pues nos amó cuando todavía éramos pecadores y enemigos Suyos (Romanos 5:8-10). Por el contrario, Él actuó primero fijando Su amor sobre nosotros antes de la fundación del mundo en este grandioso pacto que involucró a cada persona de la Deidad. En el pacto de redención vemos que nuestra salvación es trinitaria de principio a fin, planeada cuidadosamente en la eternidad pasada y ejecutada en la historia humana. ¡Qué sublime amor es demostrado por el hecho de que Cristo vino con una misión específica para cumplir Sus obligaciones del pacto y obtener redención para nosotros!
Nos da consuelo y seguridad. Saber que nuestra salvación fue planeada por el Dios trino desde antes de la fundación del mundo nos da un consuelo indescriptible. Si eres cristiano, se debe a que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hicieron un pacto juntos en la eternidad para salvarte. No eres cristiano porque seas mejor, más inteligente o porque poseas un corazón más receptivo que los demás. Eres cristiano porque el Padre te escogió en el Hijo, el Hijo cumplió las condiciones de tu salvación, y el Espíritu te aplicó los beneficios redentores de la obra del Hijo. Cuando te sientas tentado a dudar de tu salvación, recuerda que Cristo dijo: “Consumado es”, y que el Padre está satisfecho con la obra de Su Hijo. Tu salvación está asegurada no por algo que tú hagas, sino porque Cristo terminó la obra que el Padre le asignó y satisfizo la justicia de Dios. En consecuencia, el Padre ha exaltado al Hijo excelsamente. El patrón de obediencia-recompensa en el pacto de redención nos hace mirar a Cristo más que a nosotros mismos para tener plena seguridad de nuestra salvación.