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Piernas diría más tarde:
—Eso es el infinito: que las personas se pierdan y no volver a saber nunca más de ellas.
Y Goldie nos miró a todas con los ojos muy abiertos:
—Da la impresión de que hemos matado a Gottinger.
Juntamos nuestras manos en una sola, y las elevamos con un grito al cielo. Clic. Las Foxfire teníamos poder.
Así que, mientras la obediente y cínica Hammond cargaba con el peso de las rutinas y la sumisión, las Foxfire construíamos nuestro hogar en la granja abandonada, nos constituíamos como una banda fuera de la ley y pintábamos el emblema de la llama en el puente del ferrocarril que pasaba sobre la calle Mohawk, en las paredes de la calle sexta y de la avenida Fairfax, en el muro de ladrillos del instituto, en los bancos de la iglesia, y planeábamos nuevos actos de rebeldía.
*********
El día que Piernas apuntó con una pistola al padre de Goldie fue el día en que entendí que lo que para nosotras era solo un juego, para ella era un modo de vida. Horas antes habíamos tenido nuestra primera discusión.
—¡Claro que soy rebelde! —gritaba Piernas—. Ser rebelde es un principio, no una moda pasajera, ni un estado de la adolescencia. Si no sabes lo que quieres, otros lo decidirán por ti. Y ese es el problema, Maddie, que entonces no estarás viviendo tu vida, sino la de otros. Me da igual lo que haya dicho tu madre, por favor, reconoce que te importa a ti menos que a mí, siempre lo dices, no es más que una borracha odiosa. Los padres son invisibles, no sirven para nada: quieren confundirnos porque ellos están más confundidos que nosotras. Ser rebelde no significa no saber hacia dónde van tus pasos, sino todo lo contrario, es tenerlo muy claro, y luchar contra quien haga falta por tus sueños. Si eres “diferente”, eres rebelde, y nosotras lo somos, Maddie. Por Dios, solo mira la cara que pone la gente cuando nos besamos en público. Por eso hay que ser rebelde, para darles en todos los morros. Vente conmigo, Maddie, deja este asqueroso pueblo, viajemos juntas a otro país, a otros países donde haya más libertad, más mujeres como nosotras. ¡Cada año iremos a uno distinto!
Su propuesta me pilló desprevenida. Habíamos pasado unos días tan bonitos juntas, que por un momento creí que Piernas había decidido quedarse. Qué tontería. El verano se había acabado, y pronto empezarían las clases. Miré a través de la ventana. Fuera, la lluvia caracoleaba en los charcos.
Mi silencio estaba irritando a Piernas.
—¿No quieres venir conmigo? ¿Prefieres quedarte en este pueblo donde todos te miran como a un bicho raro, donde las mujeres no pintamos nada?
—No es eso, Piernas. Es que yo quiero ir a la universidad, aprender fotografía, quiero ser alguien, que mis fotos... yo quiero ganar el premio Pulitzer.
Aquello había sonado bastante absurdo; me reí con resignación.
—Pues vive, Maddie: vive. Vive primero, porque lo que tú quieres hacer no se aprende en un libro, ni dentro de las aulas: se aprende viviendo. ¿Quieres que tus fotografías estén llenas de técnica? ¿O prefieres que estén llenas de vida?
Yo no estaba segura de que Piernas tuviera razón. Y me molestaba su ímpetu. Estaba tan acostumbrada a decir siempre lo que pensaba, que a veces ni siquiera era consciente del daño que hacía, y si lo era, no le importaba, porque creía que lo hacía por tu bien. Me estaba pidiendo que renunciara a la única cosa que yo había deseado siempre: ir a la universidad.
—¡No pienses por mí! —le grité.
De alguna manera, aquello era como decirle que ella era uno de “ellos”. Su mirada cambió por completo. Iba a contestarme cuando Rita entró en la habitación. Tenía la cara enrojecida y se notaba que había llorado:
—Chicas, Goldie...
—¿Goldie, qué! —gritó Piernas molesta por la interrupción.
—Goldie está... está...
Piernas la zarandeó.
—Explícate, Rita, joder. ¡No tienes nueve años!
—Está... enferma. Lana acaba de traerla, está arriba, en el desván.
—¿Enferma? ¿Qué dices? No te entiendo nada.
Subimos corriendo las escaleras a ver qué pasaba. Cuando llegamos vimos a Goldie empapada en sudor, acurrucada en una esquina sobre un colchón viejo, agarrada a unas sábanas raídas. Lana trataba de calmarla.
—¿Qué quieres, Goldie? ¿Tienes hambre?
—¡Nooooooooo!
Me entraron unas ganas de llorar enormes al oírla gritar de aquella manera.
—¡Tú sabes lo que yo quiero! Dámelo, ¡por favooor!
Goldie tenía los nudillos ensangrentados de golpearse contra la pared, y había vómito a su lado. Joder, yo nunca pensé que estuviera tan enganchada a la heroína.
—Lana llamó a su casa para hablar con ella —nos explicó Rita entre hipos—. Su padre le dijo que hacía dos días que no la veía. Y no había estado con nosotras, así que Lana se imaginó que solo podía estar en las casetas abandonadas del ferrocarril, y fue a buscarla.
Todas sabíamos que las casetas del ferrocarril era el lugar donde los yonkis iban a pincharse. Lo sabíamos porque no era la primera vez que encontrábamos a Goldie allí, pero esta vez todo había ido demasiado lejos. Goldie estaba tan pálida que de verdad pensé que se podía morir.
—Ese maldito cretino —explotó Piernas—. Seguro que le ha vuelto a pegar y ella se ha tenido que marchar de casa.
Si una estaba mal, todas estábamos mal; éramos una familia, “todas éramos Goldie”, estábamos orgullosas de lo que nos había enseñado Piernas, así que no nos pareció descabellado seguirle hasta casa de los padres de Goldie para pedirles dinero y llevarla a un centro de rehabilitación. Era una idea brillante. Nosotras nos ocuparíamos de ella, no la dejaríamos en manos del bastardo de su padre. Lana se quedó en el cuartel, vigilando y cuidando de Goldie, que no paraba de tiritar, que había vomitado dos veces más antes de que nos fuéramos, aunque Piernas dijo que eso estaba bien, que tenía que vomitar.
*********
—Diez mil dólares.
El padre de Goldie nos miraba con los ojos muy abiertos. Nos había dejado pasar al interior de su casa, y estábamos reunidas con él en el salón. Se veía que le sobraba el dinero, los muebles de diseño estaba claro que valían una pasta. A Piernas le parecía el colmo del cinismo. Siempre lo había dicho, que no podía entender como a un padre le preocupaba más la decoración de su casa que su hija. Por eso nadie se metía con él —aunque fuera un borracho y un maltratador—, porque tenía mucho dinero. Ese es el tipo de perfección que todos los mayores quieren para camuflar sus mundos incompletos.
Piernas acababa de volver del baño, y paseaba la yema de su dedo índice por las estanterías de cristal, en un gesto casi insultante, de desprecio o de chulería, como si esperase encontrar una mota de polvo en ella.
—Estáis locas. ¿Dónde está mi hija?
—Son para la rehabilitación —le dije yo.
—Decidme dónde está mi hija, yo me encargaré de ella, soy su padre.
—¿Igual que la ha cuidado hasta ahora? —le interrumpió Piernas.
—Si no me decís dónde está, llamaré a la policía.
Y entonces Piernas le apuntó con el arma. Era de él —de eso nos enteramos después—, Goldie se la había enseñado una vez que estuvieron en su casa, así que Piernas sabía que la guardaba en el cajón del escritorio. No había ido al baño sino a por el arma. Nos quedamos tan sorprendidas como el padre de Goldie.
—¿Va a contarle también a la policía cómo le gusta golpear a su hija? ¿Que usted es el culpable de que se inyecte heroína hasta olvidar la mierda de padre que tiene?
—Suelta eso, ¿qué vas a hacer? —El padre de Goldie se levantó y casi se cae.
Piernas se había transformado. Esto no es ser rebelde, pensé, y también pensé que no podía pensar con claridad. Todo se salió de madre. Piernas diciéndole al padre de Goldie que subiera al coche, y a mí que condujera. Rita que no paraba de llorar, yo discutiendo con Piernas, el padre de Goldie diciéndome que fuera sensata (intentaba aliarse conmigo, estaba realmente acojonado). Piernas le decía que se callara. La lluvia empañando los cristales, yo apenas podía ver el camino. Piernas se había pasado, pero yo no quería que Goldie se muriera y ese hombre era un malnacido, no se encargaría de ella, no lo haría. Conduje hasta la granja como pude. Allí lo atamos a una silla.
—¿Qué vamos a hacer, Piernas? —le pregunté.
—Hablar con la madre, y que pague los diez mil dólares.
—¿Te das cuenta de que esto es un secuestro?
—No dejes que te dé miedo esa palabra.
—¡Tú me das miedo! —le grité.
Y entonces apareció Goldie.
—¿Qué estáis haciendo? ¿Papá?
Rita no se lo esperaba, y gritó, Lana gritó también y yo, y Rita estaba tan nerviosa que empujó a Piernas, y Piernas disparó sin querer.
Fue todo así de rápido, no lo sé, como cuando coges una curva a demasiada velocidad. Ni siquiera ahora puedo reconstruir la escena en orden. No sé si primero le quité el arma a Piernas, o le taponé la herida del hombro al padre de Goldie. Sí recuerdo que Lana decía, “es una herida superficial, es una herida superficial”, y que Piernas estaba blanca, y cómo Goldie abrazaba a su padre. Tampoco recuerdo cómo arrastramos al padre de vuelta hasta el coche, ni cómo le vendamos el hombro, con unas sábanas que rasgó Lana, creo. Menos mal que ella mantuvo la calma, que dijo que ella conduciría el coche hasta el hospital. Goldie subió detrás con su padre, y Rita también. “Tu quédate en el cuartel”, me dijeron, y les hice caso, y entonces me di cuenta de que Piernas no estaba.
Se había marchado.
Clic. Está fotografía está demasiado borrosa. Creo que la apartaré del grupo.
*********
Un día dije que me cambiaría por cualquier otra persona, y Piernas me dio un guantazo.
Cuando Piernas llegaba, Maddie desaparecía; no quiero decir literalmente, es solo que, de alguna manera, mi alma quedaba capturada dentro de las fantasías, de las pequeñas victorias luminosas que brillaban en sus ojos. Y yo, que había dejado de ser Maddie, encontraba mi alma en esos reflejos esperanzadores, desafiantes, llenos de una vida apremiante que la rutina, las inseguridades, y los miedos apagaban en las miradas de los mayores, aquellos seres a los que por nada del mundo queríamos parecernos. A veces yo era Piernas, a veces estaba más viva dentro de ella que de mi propio cuerpo, a veces era estúpidamente feliz, a veces gozaba de la placentera paradoja de no ser yo. Si han amado a alguien hasta ese punto de perder la propia noción, de salir de su mente, de ensimismarse en el amor... sabrán el éxtasis que provoca ser el otro en lugar de uno mismo. Es tan fácil e imposible. Tú puedes con todo, hasta que de pronto: ¡ZAS! la realidad. Maldito el momento en que tenemos que volver al vacío de nuestro cuerpo, malditas las horas sin Piernas, sin su desbordante sabor a todo, sin la adictiva vitalidad, energía y fe en sí misma de esa loca desquiciante que se saltaba las reglas de la sociedad, de los padres, de la escuela y de la vida misma. Piernas, Oh, Piernas, ¿qué hubiera sido mi vida sin ti? Una rosa blanca que huele a jazmín cae vertiginosamente en un pozo de aguas negras; los dientes blancos de Piernas asoman dentro de una sonrisa provocadora.
A Piernas la habían encarcelado ya un par de veces (eso es algo de lo que tampoco me gusta hablar). No podía arriesgarse a que el padre de Goldie la denunciara, por mucho que no supiésemos si iba a hacerlo. Así que imaginé a dónde había ido. Subí corriendo a la habitación, cogí mi cámara de fotos, y llené una mochila con ropa, y todo el dinero que tenía. Corrí por la avenida Fairfax, esquivando los charcos de lluvia, doblé la esquina acortando por un atajo de la calle Sexta, y salté la valla de contención del río para trepar por la escalerilla de seguridad del puente del ferrocarril. Tardé solo quince minutos en llegar a la Nacional 104, la carretera del Norte. Allí estaba Piernas, haciendo dedo, tal y como yo había imaginado.
—¡Maddie! —gritó al verme—. ¿Te has vuelto loca? ¿Vas a venir conmigo?
Yo resollaba, y ni siquiera podía hablar. Le alargué la mochila para que la cogiera.
—Ah —dijo Piernas, desilusionada—. Solo has venido a traerme ropa. Qué amable. Por un momento he pensado que...
Me escudriñó, como le gustaba hacer a ella, y entonces levantó la ceja, e hinchó los morros hacia fuera, con un gesto de chulería:
—Vamos a hacer una cosa, voy a hacer dedo, cuando pase un coche, tú decides —me retó.
Maddie se lleva las manos a la cabeza. ¿Quién te impide hacerlo, quién dice: No, Maddie, quédate en casa, vete a la universidad, estudia, sigue las reglas, sé lo que la sociedad y tu familia quieren que seas? ¿Acaso se puede ser rebelde desde el sofá?
¿Habría sacado las mismas fotografías sentada en mi mesa de escritorio con un libro de fotografía en las manos que viviendo intensamente cada día para ganarme el dinero que pagase el billete de autobús a la siguiente ciudad? Vamos Maddie, ¿qué decides? Las fotografías son imágenes inútiles e inaprensibles de los “no lugares”, de las “no personas”, de la “no realidad”. Lo real es lo que vivimos, el instante, el ahora, este instante, ¡no!, ¡este! ¿Eres de los que dejan la vida pasar, Maddie?
Piernas Sadovski gira sobre sí misma, baila en el ángulo de la fotografía, “Vente conmigo, Maddie, fotografía el mundo conmigo”. Me río. ¡Estate quieta! Clic. La fotografía no le hace justicia. “¡Ese camión ha parado! ¡Nos está esperando!”
¡Ah! Tengo una fotografía más de aquella época, la de las paredes de nuestro querido cuartel con los mandamientos de las Foxfire escritos en ellas:
No firmes en el credo de la nada; Infringe las normas; Crea tu propio sentido; Llénate de sueños; No dejes que tu sombra corra más rápido que tú; Sé distinto. ¿El secreto de la felicidad? Que las piezas encajen.
CLIC
****1 El sol en virgo es una versión diferente de la película Jóvenes Incomprendidas (Foxfire)
****2 Foxfire, también llamado “Fairy fire” (fuego de hadas), es un término utilizado para referirse a la bioluminiscencia creada por algunas especies de hongos de la madera en descomposición; bioluminescencia que se atribuye también a otros organismos vivos que producen este tipo de luz. Las “Fairy fire” o “Foxfire” están dentro de la categoría de seres feéricos como los fuegos fatuos, que por su naturaleza inexplicable o extraordinaria dan fruto a muchas leyendas. Según el diccionario de las Foxfire son “seres inaprensibles, misteriosos, mágicos, que parecen salirse de las leyes del universo”.
****3 “Los mayores”: según el diccionario de las Foxfire, seres rancios y sumisos, que viven en un presente incómodo, añorando el pasado, lo que no son, acatan normas y las imponen. Dentro del mismo saco entran padres alcohólicos, maltratadores; profesores cuadriculados, escépticos; políticos manipuladores, corruptos. Las Foxfire no hacen referencia en su diccionario a ninguna persona en concreto, son en general personas que parecen no tener vida, se les identifica porque provocan un sentimiento de repulsión nada más verlos.
****4 Aquí la autora se permite una licencia, puesto que el libro (que no se nombra) del que ha sacado la cita Lana es Te daré la tierra, de Chufo Lloréns, editado en 2008, fecha posterior al tiempo en que ocurre la historia de este relato.
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