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— Hablando de los temas de derechos humanos y memoria, ¿cuál ha sido tu contribución sobre esos temas?27
— Mi entrada al tema de memoria se dio, si recuerdo correctamente, en el 88, cuando pasé un semestre en la Universidad de Chicago. Yo llegué a este campo siguiendo movimientos sociales, siguiendo al movimiento de los derechos humanos de una forma muy empírica. El movimiento de derechos humanos empieza, poco antes de la transición, a decir “recordar para no repetir” y “nunca más”. Y yo me pregunto, ¿qué quiere decir eso? Entonces me pongo a estudiar qué es lo que se había hecho en Europa en relación a la Shoá,28 y qué es esto de “memoria.”
Pasé unos meses en el 91 en Holanda, y me dediqué a leer como loca. Leí cosas como Modernidad y Holocausto, de Zygmunt Bauman (1998), donde todos los principios de la racionalidad moderna están puestos en cuestión. Una cosa que me golpeó muy fuerte personalmente fue un libro de Helen Epstein, Los hijos del Holocausto (Epstein, 1979). Eran testimonios de gente nacida en la posguerra, de padres sobrevivientes. Como yo tenía esa carga familiar –como te dije al comienzo, mi mamá tenía una forma especial, quizás vicaria, de ser sobreviviente– me identifiqué totalmente. Fue un periodo en que estaba sola, durante dos meses o algo así. Había días en los que no salía de la casa, leyendo y trabajando sobre estos temas.
Desde aquel momento, de fines de los ochenta, se ha desarrollado un campo de estudios sobre memoria con una autonomía y todos los rasgos de profesionalización que uno quiera imaginar: revistas propias, organización internacional, congresos, maestrías… todos los atributos. Yo no sé si estoy tan feliz con esto, con la constitución tan fuerte de un campo. Valoro más que el campo se constituya de tal manera que no sean solo memorias de regímenes dictatoriales o sufrimientos en situaciones límites, sino sobre memorias sociales.
Mi temor es que la memoria sea vista como buena en sí misma: cuanta más memoria, mejor. Me vuelve loca escuchar cosas como “ustedes en Argentina tienen mucha memoria y eso es importante”. También me preocupa la memoria en singular, porque las memorias son plurales, porque son sujetos que actúan en función de sus experiencias pasadas, porque siempre están en conflicto y lucha. Me pone muy mal cuando hay una exhortación al “deber de memoria”. No creo que sea una cuestión moral. Creo que lo que es una cuestión ética y moral es no acallar voces, y confrontar memorias con historia. Esto de los fake news que se discute mucho hoy en día es básicamente lo mismo que cuando te quieren socavar datos históricos, algo que ocurrió con la Shoá.
En estos temas, como en muchos otros y en distintos momentos de mi trayectoria, me posiciono en el escenario del debate público, más allá del debate de ideas académicas.
— ¿Hacia dónde crees que van los trabajos de memoria? Mencionaste el tránsito de memorias en situaciones límite a memorias sociales.
— Eso estaba presente cuando Maurice Halbwachs hablaba de la memoria colectiva y del encuadre social de la memoria, en la década del veinte (Halbwachs, 2010). Él no hablaba de sufrimientos, dolores o represiones. Él estaba hablando de la memoria encuadrada por las instituciones en las cuales se transita: la familia, la escuela, la religión, el Estado. Halbwachs está hablando de las memorias “normales”. Pierre Nora, en Les Lieux de Memoires (sitios de memoria) (Nora, 1984-92), escribe sobre lugares franceses que pueden ser recuerdos de la Primera Guerra Mundial, pero muchísimos otros son figuras como el notario, que tienen que ver con la vida normal, no con aquella que está suspendida por violencias. El tema es cómo combinar las memorias de violencias políticas con las otras, que pueden tener también violencias, pero de otro tipo.
¿Hacía dónde van los trabajos de memoria? Los cambios que a mí me interesan últimamente son, en primer lugar, la ampliación temática. Diría que no es que yo abandone o esté en proceso de cerrar el tema de memoria. Estoy en proceso de cerrar mi interés en investigar memorias de violencias sociales macro. La memoria familiar y local es algo que me interesa. Segundo, algo muy importante, está relacionado a mi respuesta frente al giro lingüístico y la proliferación de los análisis de discurso. Hay una movida en los estudios de memoria hacia las materialidades más que a las palabras, que incluya no solo palabras o testimonios, sino también objetos. Me parece útil esta tendencia. Eso es algo que también se vincula con mi interés en trabajar con y a partir de imágenes. No podemos evitar las palabras, porque ellas acompañan, interpretan, explican. Pero también hay algo material que debemos observar y analizar.
El oficio de la investigación
— Ahora pasamos un poco a otras cuestiones que tienen más que ver con el oficio de la investigación. ¿Tenés algún hábito de trabajo? ¿Alguna rutina?
— No. Soy muy dispersa. Trabajo, más que nada, en mi casa. Últimamente, si necesito concentrarme más, lo hago en mi casa en Cortínez.29 Lo que mejor me viene es irme a Epuyén, un pequeño pueblo en el sur de Argentina, cerca de los Andes, en la provincia de Chubut, donde mi hijo tiene una casa. El borrador completo del libro sobre memoria lo escribí en un mes en Epuyén. Cuando tenía que revisar el borrador, me fui nuevamente por quince días. Y voy unas veces al año, para concentrarme en el trabajo mientras miro un paisaje único, y matizo con caminatas.
— ¿Entrás a la casa y no salís?
— No. Entro, salgo, miro cómo nieva o cómo sale el arco iris. Si veo que hay algo que hay que arreglar, lo hago. Si veo que la lavanda tiene una ramita que hay que podar, salgo y lo hago. Pero, como el tiempo es todo para mí, entonces rinde. Pero no, no tengo ningún orden. Puedo trabajar fines de semana y hacer otras cosas otros días. No hay lógica.
— ¿Tenés algún autor clásico o contemporáneo preferido? Mencionaste a C. Wright Mills.
— Si, ese es un mentor. En mi biblioteca, en un estante tengo a mis mentores: todo lo de Germani; todo lo de Albert Hirschman,30 que para mí es alguien muy importante personalmente. Valoro sus escritos y su persona; me ha tocado estar cerca de él y de Sarah, su mujer, muchas veces, y consultarlo en momentos importantes de mi vida intelectual. También está todo lo de Adam Przeworski, porque es un amigo querido y siempre volvemos a conversar, sobre sus libros, sus ideas y las mías. Y los libros de Touraine, no sé por qué … quizás por el papelito del cuál te hablaba. Esos autores me acompañan.
También tengo otro mundillo que me acompaña, que tiene que ver con la imagen. Soy fanática de John Berger, leo todo de él.31 Cuando falleció me propuse sentarme a releer sistemáticamente todo Berger.
Me llama la atención y me pregunto por qué no tengo a ninguna mujer en este panteón. Y, muchas veces, quiero elegir a alguien. Por ejemplo, separé también la obra de Simone de Beauvoir para releer y trabajar en el verano.32
— Y en fotografía, ¿está el libro de Susan Sontag (2006)?
— Sí.
— Pero está ella por el tema, no por ser mujer.
— Hay mucho trabajo de mujeres en mi biblioteca, pero no hay algo que pueda seleccionar, así como con Berger. No tengo una Berger.
El rol de mujeres en las ciencias sociales
— Nos has hablado cómo desde el principio de tu carrera el ser mujer tuvo sus especificidades; quizás te causó inconvenientes. ¿Qué reflexiones haces acerca del rol de las mujeres en las ciencias sociales?
— Te cuento un incidente que me pasó cuando, siendo directora del CEDES, fui a una asamblea de CLACSO en Río. Era a fines de los años 70. Era directora de uno de los centros importantes; la sensación era que CEDES era uno de los centros pesados de la región, y además valiente, por seguir adelante en Argentina en plena dictadura. Yo tenía una red de colegas, amigos y amigas, porque había estado en México, en Brasil, conocía a la gente. Pero en esa asamblea estaba sola. Entonces decidí hacer una suerte de etnografía de lo que estaba sucediendo y fui tomando notas. A partir de ahí, hice una tipología de tres maneras de ser mujer en el mundo académico latinoamericano.
Una era la mujer que, en medio de una de las reuniones o en la asamblea, levanta la voz con fuerza, ofreciendo un modelo de mujer que imita y se adapta al modelo del hombre. El otro modelo estaba encarnado en una colega amiga que, a la mañana, mientras estábamos desayunando en el hotel, salía en bikini, con una toalla diciendo “yo me voy a la playa, ¿alguien quiere venir?” Todos los hombres se iban detrás de ella. Con ella nos reíamos de todos los hombres que la invitaban a cenar o a salir. Era una avalancha de hombres atrás de la mujer.
Y el tercer modelo era el mío, que no quería ser ni una cosa ni la otra, sino una colega académica, intelectual. Entonces estaba sola. Por ejemplo, si estaba en una cola para el almuerzo, me la pasaba sola, nadie hablaba conmigo. No sabían cómo relacionarse con una mujer que no fuera ni la vociferante donde la femineidad se diluye, ni pura femineidad jugando a la seducción.
Recuerdo que hice esta tipología y, después, cuando volví a Buenos Aires, lo llamé a Francisco Delich, que era el secretario ejecutivo de CLACSO, y me fui a contarle lo que había visto. No le gustó, pero tuvo que aceptar que sí, que el mundo era así, que no había una manera de vincularte de igual a igual en esa relación.
Generaciones jóvenes
— También has tomado un interés particular en las nuevas generaciones.
— Sí, la formación de investigadoras e investigadores jóvenes ha sido una de las cosas más importantes que hice. Me sigue importando mucho, y desde hace más de una década lo hago con estudiantes de doctorado del Programa UNGS-IDES. A lo largo de los años hicimos reuniones internacionales con colegas de otros países para pensar cómo formar investigadores e investigadoras, hasta dónde sirven los cursos de metodología, dónde se acaba la idea de que la investigación es una artesanía que requiere un tipo de práctica, cómo se lleva adelante la investigación, la soledad de la investigación –especialmente el trabajo doctoral. Todo eso es algo en lo que sigo metida. Es importante. Me siento muy realizada al estimular a jóvenes. Me importa no sólo que aprendan el oficio de la investigación. Hablamos mucho sobre trayectorias, carreras, elecciones personales y políticas. O sea, sobre el proceso de crecimiento y maduración. Y me siento mejor todavía cuando esas y esos jóvenes crecen, se convierten en colegas, y podemos transformar nuestra relación en un vínculo horizontal, de igual a igual(a).
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Género, familia y políticas sociales

Marcela Cerrutti
La reflexión sociológica en torno a las inequidades de género tiene una larga y rica tradición en la Argentina y entre sus pioneras, sin duda, se encuentra Elizabeth Jelin. Desde hace varias décadas ha venido contribuyendo con sus estudios e interpretaciones a la discusión sobre las formas en las que se generan, expresan y reproducen las inequidades de género en distintos contextos sociales, así como el rol de las políticas públicas para mitigarlas. En este capítulo me propongo hacer un recorrido sobre una selección de estos aspectos. Como tal, es fuertemente subjetivo y parcial, pero hace foco en aquellos aspectos en los que considero abrió líneas de indagación e invitó a pensar de manera original y novedosa tanto en nuestro país como en la región latinoamericana en su conjunto.
Como puntos de partida a esta lectura comienzo identificando algunos rasgos subyacentes de su producción. El primero ha sido su constante y duradera curiosidad y pasión hacia las materias que abordó. Como ella misma reconoce,33 sus preocupaciones, sus temas de investigación, emergen en gran medida de la propia biografía vinculados a inquietudes y experiencias personales y el mundo público. Este aspecto, si bien no el único, la alejó de otros contextos de descubrimiento más signados por “modas” académicas, que no forzaron sus intereses (y a las que interpeló). Si bien la preocupación en torno a las inequidades de género y su expresión en la vida cotidiana de familias y unidades domésticas caracterizaban un clima de época de la reflexión feminista sobre los países en desarrollo a nivel global, sus aportes justamente se caracterizaron por efectuar puentes en los niveles de análisis micro, meso y macro. Asimismo, su inquietud hacia este campo de análisis fue animada por la propia experiencia personal de tener que hacerse paso en un mundo académico en el que los varones detentaban el poder en forma casi exclusiva, motivándola a definir un estilo propio para encontrar el lugar destacado que ha tenido en las ciencias sociales. En síntesis, sus propias experiencias personales se funden con un espíritu de época caracterizado por el despertar del feminismo en la región y la reflexión sobre las desigualdades de clase en sociedades periféricas.
El segundo aspecto que caracteriza la obra de Jelin ha sido su obstinado interés por comprender cómo opera el tiempo y las diversas temporalidades en los procesos de transformación social. Tiempo personal y tiempo histórico, biografías y generaciones, curso de vida y acontecimientos históricos; el tiempo afecta lo social de distintos modos y cualquier mirada que reduzca esta complejidad es como una pintura que no hizo uso de la perspectiva, incompleta y simplificadora. De este modo, el efecto del tiempo la motivó a desentrañar estos componentes de cambio social asociados a la pertenencia generacional, los momentos en los ciclos de vida individuales y la exposición a distintos contextos históricos. Para poder aprehender estas dimensiones desarrolló innovaciones metodológicas que permitieron de una manera sistemática abordar esta complejidad: el uso de historias de vida como forma de vincular cambio histórico y tiempo biográfico (Jelin, 1976; Jelin y Balán, 1979; Jelin, Llovet y Ramos, 1999).
Un tercer aspecto clave para comprender las desigualdades de género ha sido la centralidad de la familia y de la unidad doméstica. Sustantivamente el análisis sobre las actividades desarrolladas por mujeres en las unidades domésticas la condujo a problematizar y jerarquizar la mirada sobre una institución que resulta de escaso interés al feminismo: la familia. Familia y unidad doméstica, sus superposiciones y complejidades, su organización y funcionamiento, pasan a tener un lugar destacado ya no exclusivamente desde la etnografía antropológica, sino como materia de indagación sociológica que interpela la estructuración y dinámica de las sociedades capitalistas modernas altamente desiguales. Esta mirada sobre la unidad doméstica rechaza el reduccionismo inherente a la concepción que asocia ámbito doméstico con lo privado (femenino), en contraposición al ámbito público del poder y de la producción social (masculino); proponiendo otra a partir de la cual el mundo de la familia y de la unidad doméstica no puede ser entendido si no se lo pone en relación con el mundo de los servicios, de la legislación, del control social, de los marcos normativos, de las instituciones educativas y de la ideología (Jelin, 1984: 5).
En directa conexión con el anterior, el cuarto aspecto se vincula con el modo de concebir estas imbricaciones entre la familia y los ámbitos públicos de regulación y provisión de políticas de bienestar. Su mirada sobre los vínculos entre legislación, políticas de familia y prácticas rechaza toda unidireccionalidad, proponiendo un enfoque en el que las intervenciones pueden contribuir a moldear las prácticas sociales, como otras en las que, por el contrario, la realidad de las prácticas (familiares) van muy por delante de normativas y de las políticas.34 De este modo desenmascara el poder de las fuerzas conservadoras y de las elites en la concepción y diseño de marcos normativos y de políticas públicas que procuran moldear y regular formas aceptables de vida familiar y de relaciones de género (ideología familista y maternalista), como ha sido tradicionalmente el caso en América Latina. De este modo el Estado aparece como el ámbito de confrontación entre actores sociales y políticos.
Con estos puntos de partida seleccioné algunas de las múltiples contribuciones del pensamiento de Shevy que dan cuenta de nudos críticos presentes en los debates actuales en el campo del género, la familia y las políticas sociales, que son las que se presentan a continuación.
Familias, unidades domésticas y género
La familia ha sido sin duda un tema de reflexión muy relevante a lo largo de la trayectoria académica de Jelin. A través de su estudio, y entendida como locus intermedio de análisis entre los individuos y la estructura social, cuestionó cualquier visión que naturalizara sus funciones, organización y dinámica. En este sentido advirtió que el concepto de familia al que usualmente nos referimos y evocamos es una construcción social y cultural, anclada en procesos históricos y sociales, y por lo tanto heterogénea y cambiante. Cada sociedad elabora formas aceptables e inaceptables a través de las cuales resuelve la reproducción en un sentido más amplio y por ende existe una enorme diversidad en las formas de hacerlo tanto entre sociedades como dentro de una misma sociedad entre grupos y/o clases sociales. La familia se encuentra inmersa en una red de relaciones y sujeta a un conjunto de condicionantes. En sus propias palabras: