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En las páginas siguientes intentaré desarrollar esta idea.
La angustia en Freud
El tema de la angustia en Freud aparece desde los comienzos (1894) vinculada a la idea de incapacidad psíquica para tramitar montantes de excitación, de un psiquismo que se encuentra sin recursos frente a algo que lo sobrepasa. En 1905 afirma que “la angustia neurótica nace de la libido, es un producto de la trasmudación de ésta y mantiene con ésta la relación del vinagre con el vino” (p. 75). En 1916 introduce el tema angustia real, angustia neurótica y con él la angustia como reacción a un peligro, real y exterior en el primer caso, desconocido e interno en el segundo. Desde esta óptica la represión es “la huida del yo frente a la libido sentida como peligrosa y la fobia una atrincheramiento contra el peligro externo que subroga la libido temida” (p. 373). A partir de la angustia real desarrolla la idea de “apronte angustiado”, antecesor al concepto de angustia señal.
En 1920 leemos “El terror parece tener un sentido particular, a saber, poner de resalto el efecto de un peligro que no es recibido con apronte angustiado. Así podría decirse que el hombre se protege del horror mediante la angustia” (p. 360). Un eslabón importante en su pensamiento lo constituye el empezar a considerar la angustia como afecto (1900-1916).
Recordemos que para Freud “el estado afectivo tendría la misma construcción de un ataque histérico y sería como éste la decantación de una reminiscencia. Por lo tanto, el ataque histérico es comparable a un afecto individual neoformado, y el afecto normal a la expresión de una histeria general que se ha hecho hereditaria” (1917, p. 360). ¿A qué reminiscencia nos remite la angustia? Al acto de nacimiento: “Decíamos que es el acto de nacimiento en el que se produce ese agrupamiento de sensaciones displacientes, mociones de descarga y sensaciones corporales que se ha convertido en el modelo para los afectos de un peligro mortal, y desde entonces es repetido por nosotros como estado de angustia” (1916-17, p. 361).
A partir del estudio de las zoofobias, Freud introduce el tema de la angustia de castración como peligro que, si bien dependía de la libido, remitía a una amenaza vivida como externa. En 1920 establece la diferencia entre susto, miedo y angustia. La angustia es expectación ante el peligro y preparación ante el mismo, aunque éste sea desconocido. El susto invade bruscamente, acentúa el factor sorpresa, de ahí que la angustia no puede generar una neurosis traumática. Leemos “el apronte angustiado con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye la última trinchera de la protección antiestímulo” (Freud, 1920, p. 31). Este tema de la angustia como última línea de defensa será retomado por Lacan al referirse a la angustia como presentificación de algo de lo “real”. En la misma época afirma que entre las formas de lo angustioso existe un grupo en el cual se puede reconocer que lo angustioso es algo reprimido que retorna, algo que se tornó extraño mediante el proceso de la represión; sería lo ominoso, algo que debiendo quedar oculto se ha manifestado. Esta idea, creo, debe haber inspirado a Lacan para pensar el tema de lo real y la idea del fantasma poniendo un velo a lo real.
Llegamos a 1926, en este año se consolidan tres aspectos claves de la angustia: 1) la idea del yo como sede de la angustia; 2) la angustia como afecto; 3) la angustia de castración como causa de la represión. “La angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, vale decir una angustia realista frente a un peligro considerado real. Aquí la angustia crea la represión y no, como yo opinaba antes, la represión a la angustia” (Freud, 1926, p. 104).
En relación a la angustia de muerte, Freud sostiene que en el inconsciente no hay concepto de anulación de la vida, por lo que la angustia de muerte es análoga a la angustia de castración. Es así cómo comienza a desarrollar el concepto de trauma como el núcleo de la situación de peligro: “Este núcleo es la situación de insatisfacción en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero sin que las domine por empleo psíquico y descarga... análogo a la situación de nacimiento” (1926, p. 130). Una vez que definió este núcleo reconsidera a la angustia ante la pérdida de objeto y la angustia de castración como determinadas por el peligro del trauma3.
Vemos en el texto de Freud cómo varían las condiciones de angustia acorde a las condiciones del peligro en función de los progresos del desarrollo: “El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de inmadurez del yo, así como el peligro a la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años, el peligro de castración a la fase fálica y la angustia frente al superyó, al período de latencia” (1926, p. 134). Freud aclara las razones del viraje en su teoría de la angustia:
La diferencia está en que yo antes creía que la angustia se generaba de manera automática en todos los casos mediante un proceso económico, mientras que la concepción de la angustia que ahora sustento, como una señal deliberada del yo hecha con el propósito de influir sobre la instancia placer-displacer, nos dispensa de esta compulsión económica. (1926, p. 132)
Considera que habría dos modalidades para el origen de la angustia en la vida posterior, una involuntaria, una automática, económicamente justificada en cada caso, cuando se habría producido una situación de peligro análoga al nacimiento; la otra generada por el yo, cuando una situación así amenazaba solamente, y a fin de movilizar su evitación. En este segundo caso, el yo se sometía a la angustia como si fuera una vacuna, a fin de sustraerse, mediante un estallido morigerado de la enfermedad, de un ataque no morigerado.
Otro aspecto a tener en cuenta es la reconsideración de la condición de peligro en la mujer, ligada a la pérdida de amor (Freud, 1926). Además, establece tres relaciones entre condición de angustia y tipo de neurosis: pérdida de amor en la histeria, amenaza de castración en la fobia y angustia frente al superyó en la neurosis obsesiva. Y así, vuelve a reformular su pregunta clave: ¿cuál es el núcleo de la situación de peligro? Y su respuesta es:”
La apreciación de nuestras fuerzas en comparación con su magnitud, la admisión de nuestro desvalimiento frente a él, desvalimiento material en caso de peligro realista y psíquico en el del peligro pulsional […] Llamemos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada; tenemos buenas razones para diferenciar situación traumática de situación de peligro. (p. 155).
La angustia es entonces (la angustia señal) por una parte, expectativa del trauma y por la otra, una repetición amenguada de él. Es de acuerdo con el desarrollo de la serie angustia-peligro-desvali-miento en el trauma, que podemos resumir la situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida recordada y esperada, “La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro” (Freud, 1925, p. 156). En 1932, Freud agrega:
[…] llamamos factor traumático a un estado así en que fracasan los empeños del principio del placer... lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso, la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según las normas del principio del placer. (p. 87)
Este nexo entre angustia, desvalimiento ante el trauma y lo no tramitable por el principio del placer, va a ser retomado tanto por Lacan como por Winnicott, cada uno con su estilo, situación que destaco para tomarla como ejemplo del enriquecimiento que pueden aportar diferentes versiones en torno a una cuestión temática.
Encontramos también en Freud (1926) una alusión a la angustia ante la satisfacción masoquista, en la que “el yo retrocede aterrado”, en cuanto que la pulsión de destrucción vuelta hacia la persona propia. Esta idea también puede haber influido en Lacan al relacionar la angustia con el deseo y con el goce (satisfacción masoquista).
Para sintetizar: la última teoría de la angustia en Freud sostiene que la angustia es testimonio del desvalimiento del yo, de su falta de recursos frente a los estímulos, especialmente los pulsionales, así como también el último recurso, que logra ser implementado como señal, para defenderse de esa sobrecarga libidinal (trauma, más allá del principio del placer, tendencia masoquista), poniendo en marcha en ese caso el proceso de la represión.
La angustia en Lacan
Lacan retoma la idea freudiana de que la angustia de castración aparece ante la castración de la madre. A partir de su idea de los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real, elabora la idea de falta simbólica, de castración simbólica, como la falta en el Gran Otro representante del orden simbólico. El orden simbólico se instituye a partir de la existencia de una falta. Mientras exista esta marca de una falta, que sería el falo simbólico, está garantizado el deseo y su movimiento de sustitución. Este orden simbólico garante de la falta se correspondería en Freud con el padre de la ley. En Tótem y tabú, Freud nos describe al protopadre, el padre de la horda primitiva, arbitrario y caprichoso, la anti-ley, al cual le sobreviene la muerte en manos de la horda fraterna y la instauración del Tótem, Falo Simbólico, Padre Muerto garante de la ley. De ahora en más, su desmesura, el goce en términos de Lacan, queda interdicto. Hay prohibición del incesto y con esto instauración de la ley y del deseo. El objeto incestuoso debe quedar irremediablemente perdido como objeto de satisfacción pulsional, y el deseo va a estar referido a una falta que va a garantizar su perdurabilidad.
Desde este modelo y tomando elementos del estructuralismo y la lingüística, Lacan reformula el trabajo analítico como el trabajo con el significante, el deseo y su falta: el trabajo con el inconsciente reprimido. Ahora bien, sabemos que en la clínica el “tranquilo” trabajo con la palabra y la asociación muchas veces se interrumpe y es en estas situaciones donde puede emerger la angustia.
Para acceder al enigma de la angustia como fenómeno clínico, Lacan retoma del recorrido freudiano —que ya hemos transitado—, las ideas de Lo Ominoso y de Más allá del principio del placer. La referencia a que algo que debía permanecer oculto, extrañado, se asoma provocando una forma de lo angustioso y lo siniestro, así también la idea de la angustia como testimonio de un más allá del principio del placer.
¿Qué nos dice Lacan? Que ese Gran Otro simbólico, constituido por el deseo ley, el Gran Otro de la falta simbólica, es estructuralmente fallido. Entonces, el motivo de la angustia es que ante la falla —la barradura del Gran Otro simbólico pacificante— vuelve a emerger una amenaza innombrable, representada por la emergencia de lo que Lacan denomina un Deseo en estado puro, sin mediación simbólica. Lacan formula esta amenaza utilizando la expresión “¿qué me quiere?”, donde el me alude a quedar reducido a objeto ante el enigma absoluto del Deseo del Otro.
Por otro lado, Winnicott indica que la conducta intrusiva materna ejemplificaría a la madre que no introduce una falta simbólica, al no ausentarse en un adecuado interjuego presencia-ausencia. Esta hiperpresencia generaría el inquietante “¿qué me quiere?”, el Deseo en estado puro, y la angustia como ese sentirse ser objeto a merced del Deseo del Otro. Esta sería la versión desde Lacan del desvalimiento en el trauma freudiano. Estamos en el más allá del principio del placer, en la emergencia de algo de lo real según Lacan, ante la posibilidad de quedar a merced de la pulsión masoquista según Freud.
Si los padres tienen un deseo de un hijo le otorgan un lugar en lo simbólico. Para Lacan ingresamos como objeto en el campo del Otro, pero ese cuerpo real del recién nacido inmediatamente queda “alojado” en el deseo y comienza a recibir el efecto del significante, de la palabra que lo va tornando sujeto del lenguaje. Se le da un nombre, es alguien para alguien y entra en la cadena significante. Lo siniestro, el asunto de la angustia, es cuando se presentifica ese real alojado en la estructura, al que Lacan llama objeto “a”.
Quiero mencionar un ejemplo clínico que toma Lacan de una paciente de Margaret Little, analista que a su vez fue paciente de Winnicott. La paciente, llamada Frida, era una mujer que no tuvo lugar en el deseo de sus padres, vicisitudes de su historia dejan en ella la huella de no haber significado nada para su padre. Del lado materno, Frida tampoco se siente deseada, más allá del usufructo que la madre puede obtener de ella. Esto la condena a ser ese objeto caído, ese resto, a quedar identificada con el objeto “a”. Usualmente, los padres con su deseo rescatan al hijo de esta posición de quedar identificado al objeto, pero esta operación sólo se produce si a los padres ese hijo les “hace falta”.
Frida, estando en análisis, se entera de la muerte de Ilse y ahí se produce un cambio transferencial, no habla, sólo llora desconsoladamente. Lacan infiere luego que Ilse era alguien en quien Frida sí se debe haber sentido “alojada en su deseo”.4 Little relata sus infructuosos intentos, su utilización de diferentes líneas interpretativas a partir de sus conocimientos sobre el duelo, hasta llegar a su conmovedor relato donde le muestra, de alguna manera, lo dolida e impotente que se siente ante su pesar.
Lacan nos muestra cómo, en este caso, es la analista, Little, la que toca la angustia. Ella también se encuentra en situación de desvalimiento, dado que no le son suficientes sus recursos simbólicos, aquellos que les brindó su formación como psicoanalista. Ella entra en contacto con ese desvalimiento inicial, que sería la verdad última en el ser humano. No importa tanto lo que dice, su formulación desde la palabra, lo que importa es desde dónde lo dice, su posición subjetiva. Es en ese momento que se produce un viraje en la situación transferencial, que es interpretado por Lacan como que a partir de esa angustia del analista, angustia que “no miente”, la paciente registra que hay deseo, deseo en tanto lugar en el Gran Otro, donde ella puede alojar su objeto “a” para dejar de serlo. Se anida en el deseo y recupera su condición de sujeto: la angustia se torna portadora de la autenticidad del deseo.
En sus ideas sobre la angustia encontramos en Lacan desarrollos en torno al acto, al acto analítico, al acting out y pasaje al acto. Estos desarrollos permiten indicar, dentro del quehacer del psicoanalista, algo que va más allá del desciframiento del inconsciente, a partir de poner en relación angustia, capacidad de contactar con el desvalimiento y acto como respuesta singular, irrepetible e inédita ante este contacto. Esta secuencia sería también una aproximación a sus desarrollos en relación a la dirección de la cura.
La angustia en Winnicott
El concepto del desvalimiento del que partimos para observar las perspectivas de cada uno de los autores, adquiere un nuevo sentido en Winnicott si lo relacionamos con su concepción del estado de inmadurez y su lógica consecuencia, la necesidad del medio ambiente facilitador como punto de origen del comienzo y desarrollo de la subjetividad.
Madre medio ambiente, que permite la experiencia de “omnipotencia primaria”, base de la capacidad de ilusionar, crear y de confiar, de sentirse mago y hacedor de su mundo, y de que la vida se torne real y merecedora de ser vivida. Valor estructurante de la omnipotencia que vela la indefensión. Si hay fallos ambientales en estos tiempos fundantes de dependencia absoluta, donde la posibilidad de ser depende de la posibilidad de depender, hay aniquilamiento en vez de integración, y el bebé se ve mandado a reaccionar ante los estímulos externos y pulsionales que se tornan intrusivos y traumáticos. La intrusión, el reaccionar y el aniquilamiento serían a mi entender la reformulación del desvalimiento y el trauma en Winnicott.
En este estado de desvalimiento por fallas primarias de sostenimiento, la idea de trauma se torna emergencia de las angustias inconcebibles: “caer para siempre”, “despedazamiento”, “falta de relación con el cuerpo”, “falta de orientación”. Winnicott nos aporta la perspectiva de lo que el Gran Otro primordial, la madre, puede hacer para velar el desvalimiento y el trauma en los primeros momentos postnatales. Nos brinda así un modo de pensar las condiciones de posibilidad de constitución del velo simbólico-ima-ginario en Lacan. La función estructurante dada por la experiencia de omnipotencia primaria sería un antídoto del desvalimiento y del trauma.
Así como mediante esta capacidad de ilusión, resultado de la adaptación activa de la madre al gesto espontáneo, el infans ingresa al mundo de manera que se “adueña de la situación creándola”, donde el uso del objeto transicional refuerza esta vivencia de ser dueño de su experiencia. Podríamos decir que la transicionalidad posibilita subjetivar la experiencia. Siguiendo a Lacan, permitir esta ilusión funcionaría como un resguardo relativo a quedar en posición de objeto arrojado al goce. Esta experiencia velaría el objeto “a” de Lacan que debe permanecer velado y alojado en el deseo.
La angustia como señal la encontramos en Winnicott cuando ya hay dependencia relativa, conciencia de la dependencia, constitución de un “yo soy”; entonces la angustia emerge como señal y como producto de esta misma conciencia de dependencia. Esto en relación a la clínica, nos brinda valiosos aportes: tener en cuenta la dependencia y su valor en el tratamiento psicoanalítico; la vulnerabilidad del ego para evitar realizar “interpretaciones inteligentes”, pero que tendrían efecto de trauma si el paciente no está en condiciones de “crearlas al hallarlas”; y el uso de los fallos del analista para que emerjan en la transferencia esos traumas tempranos, fallos que pueden ser registrados y hablados por el paciente, dado que ahora él está presente y que en el fallo original fue aniquilado.
Winnicott nos aporta un tercer espacio, el espacio transicional que tiene la originalidad de centrar la mirada en “el entre” y lo que allí se produce como creatividad, juego, metáfora. Creemos que esta idea puede ser pensada también como un aporte epistemológico. La condición esencial para la constitución de la transicionalidad es para Winnicott la posibilidad de “Tolerar la paradoja”. ¿En qué consiste tolerar la paradoja? Para Winnicott es una cuestión de mirada de posicionamiento respecto de la pregunta que no debe formularse en términos de lógica de oposiciones. La propuesta es utilizar este posicionamiento al poner en relación las ideas de: trauma, la emergencia de lo real, aniquilamiento y angustias inconcebibles, como tres versiones de la angustia como testimonio del desvalimiento. Si las abordamos como conceptos, desde una lógica de oposiciones, delimitamos sus diferencias, tarea que es indiscutiblemente fructífera y necesaria.
Propongo otra alternativa no excluyente. Abordarlas en una “puesta en relación”. Si nos preguntamos qué se genera entre trauma, presentificación de lo real, intrusión, reacción y aniquilamiento, podemos pensar que se produce un efecto metafórico, lúdico, una apertura a una multiplicidad de sentidos. El sentido de cada concepto no se pierde, pero sí puede enriquecerse con los matices que le aporta este inter-juego. Adquieren en esta puesta en relación un “espesor metafórico” que considero de valor para el trabajo clínico.
He encontrado en el filósofo contemporáneo Richard Rorty, una perspectiva que considero afín a estas consideraciones. Este pensador propone el cambio de lo que considera viejos léxicos, donde se jerarquizan perspectivas de carácter metafísico tales como el descubrimiento de lo verdadero y lo falso, como el fundamento de la búsqueda del pensamiento, por un nuevo léxico donde las teorías adquieren el carácter de descripciones o de creaciones metafóricas realizadas por una persona a partir de sus determinaciones y contingencias. Encuentro que esta perspectiva desacraliza las teorías para que éstas pasen a configurar “conmovedores intentos humanos de recrear viejos interrogantes”. Desde esta óptica, estas versiones en torno a la angustia se vuelven conmovedores testimonios de cómo cada autor se encuentra, bordea, atraviesa la angustia en su práctica. Nos transmiten más que un saber una sabiduría singular producto de su singular trayectoria.
Quiero destacar el hecho de que, a partir del inter-juego propuesto, la angustia, afecto, testimonio y reminiscencia del desvalimiento, aparece en estos autores como fundamentación de un quehacer del analista que trasciende su función interpretativa del deseo inconsciente. En Lacan esto último fue llamado clínica de la angustia, clínica de lo real, donde la posición del analista que ha atravesado la angustia es el verdadero operador eficaz en el proceso, según lo acredita el ejemplo de Margaret Little. En Winnicott podemos encontrar esto en sus formulaciones en torno a la capacidad del analista de discernir cuándo interpretar un deseo y cuándo escuchar la necesidad en términos de lo que él llama “necesidades del ego”, en sus conceptos de utilización de los fallos del analista para acceder a los fallos primarios y a las angustias impensables. También, en su idea de sostén y manejo en el tratamiento de la conducta antisocial, tema que considero interesante de pensarlo en relación con los desarrollos de Lacan respecto del acting-out.
Si destacamos en la angustia su carácter de afecto ante la ausencia de recursos, vemos como su inclusión en el proceso de un análisis convoca al desafío para el analista cuando se encuentra sin recursos consabidos, cuando su clínica lo enfrenta al ejercicio de la creatividad, a su posibilidad de jugarse en el inevitable “acto o gesto espontáneo” que todo proceso analítico demanda. Se abre un campo de indeterminación del quehacer psicoanalítico más allá del trabajo con el determinismo inconsciente. Si las teorías, el saber consabido, es utilizado para obturar la angustia en el quehacer clínico, no hay lugar donde, a partir de ésta, cada analista cree su propio acto, recreando el psicoanálisis en su práctica, condición imprescindible de su eficacia y autenticidad.
Concluiremos con una cita de Freud (1926): “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro” (p. 92). La apariencia de contradicción (referido a las teorizaciones) es que tomamos rígidamente unas abstracciones y destacamos de lo que sí es un estado de cosas complejo, ora un aspecto, ora el otro.
FUNCIÓN ANACLÍTICA Y DESTINOS PULSIONALES ANTE LOS DESAFÍOS DE LA CLÍNICA ACTUAL
El psicoanálisis inaugura la idea de inconsciente como un desconocimiento estructural humano. A la idea de desconocimiento y de división subjetiva se agrega la de que el desconocimiento apunta a deseos sexuales perversos polimorfos. La asociación libre configura el dispositivo de acceso a esos deseos reprimidos. Los sueños y actos fallidos son la vía regia de acceso a esa dimensión deseante que es puesta a trabajar en el análisis. En este contexto, psicoanálisis es hacer consciente lo inconsciente, llenar las lagunas mnémicas, adquirir un saber referido a los deseos sexuales inconscientes.
La transferencia y su impronta teórica y clínica viene asociada a la temática de la repetición. Primero como repetición en transferencia de lo olvidado reprimido. Repetición en lugar y como modo de rememoración, conservando el objetivo de rescatar un saber a develar. Por impases teóricos y de la práctica del psicoanálisis, el tema de la repetición se va alejando de la rememoración y del saber, para ir configurando algo que insiste más allá de lo adjetivable por el lenguaje, apareciendo vinculado a cierta tendencia conservadora, inercial. Freud nos habla de las resistencias del Ello, cierta dimensión pulsional no tramitada por el lenguaje, dimensión pulsional que no adviene a deseo.
Si partimos del descubrimiento freudiano en relación a sexualidad e inconsciente, podemos pensar en dos grandes líneas, quizás bajo la incidencia explícita o implícita de Lacan: la del deseo inconsciente y su abordaje por vía de la asociación libre en transferencia, adquisición por esta vía de un saber acerca de los deseos inconscientes reprimidos; y sexualidad y dimensión pulsional, vertiente ligada al concepto de ello a la repetición, a una dimensión pulsional que no advino a deseo. Tema que se viene trabajando desde diferentes líneas y ejes temáticos: dimensión del goce, dimensión de lo traumático, clínica del desamparo, etc.






