Historia de la Brujería

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Pero entonces, las mujeres, que se habían habituado a mandar, no se resignaron a volver a ser siervas de los hombres y encontraron una jefa llamada Wlasca que las reunió y les dijo:
Nuestra señora Libussa gobernó este reino mientras vivió. ¿Por qué no he de hacerlo yo, unida a vosotras? Ninguno de sus secretos se me resiste y las artes adivinatorias de su hermana Tecka tampoco, así como la medicina que sabía Kazi porque fui su servidora durante muchos años. Si queréis aliaros conmigo y ayudarme, seguro que dominaremos a los hombres.
Las mujeres prorrumpieron en vítores aclamándola como su líder. Acto seguido tomaron un brebaje preparado por Wlasca que les hizo aborrecer a sus maridos, hermanos y amantes y a todo lo que oliera a sexo masculino. La mayoría de los hombres fueron exterminados y el propio rey Przemislao fue sitiado en su castillo durante siete años hasta que, como era también un experto mago, se sacudió el yugo y derogó las al parecer estrafalarias leyes que habían impuesto las mujeres.
En otra ocasión el rey escocés Duff (2ª mitad del s. X) cayó enfermo, y tras las averiguaciones pertinentes se descubrió que unas hechiceras tenían sometida a fuego lento una imagen de cera, retrato del rey (Así pues le hacían una especie de vudú). Destruida la imagen y castigadas las mujeres, el rey recuperó la salud.
En la Galia o Francia Merovingia en el año 578, la reina Fredegunda perdió un hijo. Muchos de sus súbditos dieron que en ello habían intervenido brujas que entroncaban con las antiguas druidesas galas dirigidas por el prefecto Mummolo (aborrecido por la reina). Las brujas confesaron tras ser sometidas a tormento y además se declararon culpables de otros crímenes. El lector comprenderá qué pasó con ellas y con el prefecto. Pero Fredegunda, cruel como pocas reinas eliminó a su hijastro Clovis acusándolo de haber hecho lo propio con otros dos de sus hijos, ayudada también por una bruja y ella misma preparaba sus maleficios.
En el año 743 Childerico III publicó un edicto condenando a los autores de sortilegios, augurios, encantamientos y pócimas, mayoritariamente del género femenino.
Francia y la época Carolingia
(2º mitad del s. VIII - s. X)
En el sínodo de Paderborn, convocado por Carlomagno en 785, se prescribe pena de muerte no contra las brujas, sino contra quienes engañados por el demonio y siguiendo paganas costumbres, creen en brujas y las conducen a la hoguera. Aunque en sucesivos edictos la pena alcanzó también a quienes hicieran figuras de personas con fines malévolos, invocaran a los diablos, usaran filtros amorosos, turbaran los aires, excitaran las tempestades, hicieran morir los frutos de la tierra, retiraran la leche de los animales domésticos y fabricaran amuletos y talismanes. Todos eran condenados a muerte.
Carlos el Calvo, en el año 873 dio otra capitular en Quierzy-sur-Oise, en la que se establece pena de muerte contra los convictos de brujería y el Juicio de Dios contra los sospechosos.
A veces se levantaron voces argumentando que se estaba exagerando, como en el caso del arzobispo Agobardo de Lyon (779 - 840) que criticó a los que creían que había seres humanos capaces de desencadenar tempestades y hechiceros que echando polvos mágicos podían agostar campos, secar fuentes y matar ganados. Pero estas voces eran minoría y clamaron en el desierto.
Así en el Sexto Concilio de París del año 829 se dice:
Existen otros males muy perniciosos que son, con seguridad, restos del paganismo como la magia, el sortilegio, el maleficio o envenenamiento, la adivinación, los encantamientos o hechizos y las conjeturas que se deducen de los sueños. Males que deben ser severamente castigados según la ley de Dios. Pues está fuera de duda que hay gente que por los prestigios e ilusiones del demonio pervierte de tal modo a los espíritus humanos por medio de filtros, alimentos y encantamientos que parecen volverlos estúpidos e inaccesibles a los males que les hacen padecer. Se dice también que esta gente puede turbar el aire con sus maleficios, enviar granizos, predecir el futuro, quitar a uno los frutos y la leche para dárselos a otros y realizar una infinidad de cosas semejantes. Si se descubre a algunas personas de esta clase, hombres o mujeres, se les debe castigar tanto más rigurosamente cuanto que estos tienen la malicia y la temeridad de no asustarse ni temer públicamente al demonio.
Sin embargo, la opinión de Agobardo continuó también vigente tal como la vemos en una capitulatio sajona del año 789, por la que se condena a los que crean en las brujas y sobre todo a los que tengan como cierto que pueden comerse a seres humanos, llegándose a la pena capital por estos desatinos. Como máximo, se menciona simplemente la expulsión para la bruja y no es mucha la pena considerando que eran guías de los normandos que deseaban invadir las tierras anglo-sajonas.
Papas como Gregorio II, León VII y Gregorio VII insistieron en la prohibición de semejantes prácticas, pero no hablaron de penas para los presuntos, sino instándoles a que hicieran penitencia.
En la ya citada penitencial del arzobispo de Worms Burchard (1008 - 1012), además de los sortilegios que se realizaban la noche de fin de año, se habla de la magia relacionada con el hilado y el tejido que reflejan canciones populares catalanas como La Balanguera misteriosa que teje para mañana la tela de nuestra vida, canción que fue conservada en el folklore y que en la actualidad ha sido tomada como himno de la Comunidad de Baleares.
Más graves eran los tejemanejes de las mujeres que utilizaban los sortilegios para que sus rebaños y sus panales de abejas fueran tan productivos como los de los vecinos y todavía más lo eran las acciones de las mujeres iniciadas en las ciencias diabólicas que realizaban maleficios con las huellas de las personas para provocarles enfermedades e incluso la muerte.
Capítulo II: Siglos XII y XIII,
se gesta la ofensiva contra las brujas
Las comadronas y su relación
con la magia y la brujería
El nacimiento tenía lugar en un entorno femenino y afectuoso porque la parturienta era atendida por mujeres. Incluso en los lugares más apartados este cometido lo realizaban un grupo de mujeres ligadas al entorno familiar y vecinal bajo las órdenes de una comadrona, más o menos experimentada. Las mujeres eran las únicas encargadas de traer los bebés al mundo y algunas de ellas tenían que conocer la fórmula del bautismo por si era necesario (cosa en aquella época frecuente) administrarlo urgentemente.
Nuestras antepasadas, aunque consideraban naturales los embarazos constantes, conocían el alto riesgo que comportaba cada parto, de forma que intentaban hacer frente a estos riesgos por medios mágicos, si bien en general cristianizados, en especial, con la ayuda de una comadrona experta. Se generalizó el uso de una cinta de la Virgen puesta sobre el vientre de las embarazadas para solicitar un buen parto. En la habitación se encendían velas bendecidas y se llevaban unos amuletos fabricados de coral, piedras semipreciosas, saquitos de parto con oraciones que se colocaban junto al cuerpo.
El coral era un amuleto muy extendido como protector de maleficios, en especial, contra los niños. Existen muchas imágenes del Niño Jesús llevando un coral en el cuello. El cuerno del unicornio (animal legendario o mitológico que algunos han identificado con el rinoceronte), algunas piedras y plantas también gozaban de supuestos poderes mágicos. Incluso se hacía ciertos gestos como el círculo que para San Vicente Ferrer era como invocar al demonio, de forma que, salvo el de la señal de la cruz, estaban prohibidos.

Niño Jesús con coral en el cuello
También quedaban ciertos restos paganos relativos a la magia del parto como no invocar a la Virgen María, sino a la diosa romana Juno - Lucina.
La proximidad de las comadronas al misterio de la vida y sus conocimientos sobre el cuerpo femenino, remedios y la muerte, tantas veces presente en los alumbramientos, así como el ambiente misógino que se empezó a intensificar hizo que algunas veces las comadronas fueran sospechosas de brujería. Y es que las manos de la mujer que intervenía en la magia del parto, en el momento en que se tocaba casi de forma indisoluble la posibilidad de la vida y de la muerte, aterrorizaban.
Sea como fuere, a nivel privado, las mujeres extendían el cuidado de la salud a toda la familia, procurando sanar los cuerpos y serenar los espíritus. Algunas llegaron a ser curanderas expertas y fueron solicitadas por personas de su entorno y más allá de él. Con la aparición de las universidades y la prohibición de su acceso a las mujeres, así como a los gremios de farmacéuticos y cirujanos, el saber de las mujeres empezó trasmitirse por tradición oral, si bien con alguna excepción como la obra de Trótula de Salerno del siglo XII que recogió sus conocimientos médicos para las pocas mujeres que sabían leer y lo enseñaban de forma oral a las iletradas o los escritos de la abadesa Hildegarda de Bingen que fueron borrados de la memoria histórica por los propios médicos, interesados en hacerlo.

Juno – Lucina
En estas mujeres expertas, no solamente daban respeto sus manos, sino también la mirada, su mente y, paulatinamente, se extendió cada vez más la idea de que su poder era prácticamente ilimitado y, según algunos, malintencionados, por su alianza con el diablo. De aquí a convertirse en brujas, , había solo un paso. Pero hasta el otoño de la Edad Media, hubo mujeres que ejercieron la medicina de forma más o menos ilegal, sin ser consideradas brujas.
Entre los siglos XII y XIII dos fenómenos contribuyeron a agrandar negativamente la consideración de la brujería en Europa, la aparición de los adoradores del demonio en la región alemana de Oldemburgo y la denominada herejía cátara o albigense.

Santo Domingo y los albigenses
Los adoradores del demonio
Se trata de una secta secreta creada al parecer para oponerse a los abusivos impuestos imperiales. El papa Gregorio IX contestó con la proclamación de una cruzada contra los que se negaron a satisfacerlos y en la que se les acusaba de tener tratos con el diablo, hacer imágenes de cera y tener a brujas como consejeras. Sus reuniones secretas se describieron con tal lujo de exageraciones y barbaridades que vale la pena transcribirlas por ser un antecedente de los futuros sabbats o aquelarres.
Imaginémonos la recepción de un aspirante a miembro de la secta. Al llegar a la entrada del cubículo es recibido por una especie de rana o sapo de enormes dimensiones al que algunos le dan un beso en el trasero, mientras otros lo hacen en la boca, chupando con la suya la lengua y babas del asqueroso animal. Avanzando, el aspirante se encuentra con un hombre de prodigiosa palidez, de ojos negros tan delgado y extenuado que parece que sus carnes sean transparentes porque se le adivinan bajo la piel todos los huesos. El aspirante le besa y se da cuenta de que su receptor está frío como el hielo. Una vez le ha besado, se le borra todo recuerdo de la fe católica. Seguidamente, se sientan todos para realizar el sacrílego banquete. Finalizado este, sale de una especie de ídolo, que no falta en la sala de reuniones, un gato negro de un tamaño mayor de lo normal y que realiza su entrada andando hacia atrás y con la cola en alto. El aspirante es el primero en besarle el trasero y a continuación lo hacen el oficiante de la aberrante ceremonia y todos los demás, pero solo los que han sido acreedores de hacerlo. A los demás, es el propio oficiante el que les da un repugnante beso con la lengua. Después hay unos instantes de silencio en los que permanecen con la cabeza vuelta hacia el inmundo animal.
El oficiante masculla entonces: “Perdónanos” y el resto repite la invocación por turnos, intercalando la frase: “lo sabemos, señor”, hasta que el último la finaliza con: “Hemos de obedecer”.
A continuación, se apagan las luces y se inicia una orgía desenfrenada sin reparar sexo, mezclándose hombres con hombres y mujeres con mujeres. Tras terminar exhaustos, se sientan de nuevo, encienden las candelas y, del rincón más oscuro, aparece un hombre con el cuerpo brillante de cintura para arriba, pero desnudo y peludo en su parte inferior. Llega hasta el aspirante, le corta una parte de sus vestiduras mientras aquel le dice: “Amo me entrego a ti como este vestido”. El personaje resplandeciente responde: “Igual que me has servido, mejor me servirás en el futuro, lo que me has hecho entrega lo pongo bajo tu custodia”. Dicho esto, desaparece.
Cuando llega la Pascua, se atreven a ir a comulgar, guardan la hostia disimuladamente y a continuación la echan en un estercolero profiriendo las más horribles imprecaciones. Adoran a Lucifer como creador de los astros y creen que Dios lo castigó injustamente, de forma que al final de los tiempos, logrará el triunfo sobre Dios y reinará con sus seguidores en la vida eterna.
Pronto toda la parafernalia de la secta se asoció con la de la brujería de forma muy estrecha, añadiéndose las más absurdas aberraciones por parte de la propia Iglesia y de los poderes constituidos que consideraban un peligro para su estatus y su gobierno.
Los cátaros o albigenses
Descendientes de los maniqueos, se extendieron por la Europa occidental, en especial por el Sur de Francia, durante los siglos XII y XIII, teniendo como uno de sus centros la ciudad de Albi. Su doctrina se basaba en un dualismo protagonizado por Dios y Satanás en constante lucha. Como socavaba los principios de la Iglesia establecida, deseosos los reyes de Francia de extender sus dominios por los feudos en los que dominaba la secta, se asociaron y dieron lugar (como siempre) a la predicación de una cruzada contra ellos, así como al establecimiento de la Primera Inquisición para juzgarles, trastocando los términos y haciéndoles cómplices de rituales de purificación más al lado de las fuerzas del mal que del bien y como autores de los más horribles crímenes y rituales satánicos rayanos con la brujería.
Santo Tomás de Aquino y el Talmud
Resulta curioso que el doctor supremo de la Iglesia Católica y los doctores de la ley mosaica coincidan en sus apreciaciones sobre la brujería y sean en cierto modo, el desencadenante de las persecuciones que sucedieron singularmente a partir de finales del siglo XIII.
Santo Tomás de Aquino (1225 - 1274) escribió: La fe católica quiere que los demonios sean algo, que pueda dañar mediante sus operaciones, e impedir la cópula carnal. Se ha de proscribir la idea de que son puras fantasmagorías las que asustan a los hombres cuando se habla de magia, como idea que revela poca fe.
Los doctores de la ley mosaica de la época talmúdica recordaban el versículo 18 del capítulo XXI del Éxodo, a saber: “La hechicera no dejará que viva, añadiendo que las mujeres son dadas a la hechicería, cuantas más mujeres, más hechicería. El delito que merecen es la pena de muerte por lapidación”.
Pero entre los cristianos se prefirió el castigo de la hoguera por aquello de la purificación y las llamas del Infierno...
La primera mujer que por
bruja fue enviada a la hoguera
Al parecer, la primera mujer condenada por bruja que sintió consumirse sus carnes entre las llamas purificadoras y ejemplares de la hoguera fue una tal Angie y el martirio aconteció en la ciudad francesa de Tolón, precisamente el año de la muerte de Santo Tomás.
Angie tenía más de cincuenta años, era viuda y de condición pobre. Fue acusada de tener relaciones de todo tipo con Satanás; en especial, contactos sexuales (suponemos que también de todo tipo), pero que tuvieron como consecuencia natural el nacimiento de un niño monstruoso, descrito en el proceso “como un ser vivo híbrido, dotado de una poderosa cabeza de lobo y largo y escamoso rabo de serpiente”. Solo su tronco y extremidades fueron en apariencia de niño normal y decimos, en apariencia, porque sus exigencias vitales llegaban al extremo de necesitar alimentarse con la carne y la sangre de otros niños. La bruja madre tuvo que robar y asesinar otros bebés para alimentar a su querido engendro, hasta que fue descubierta y procesada.
El Tribunal que juzgó a Angie era conocedor del tema y los recursos legales a su alcance para conseguir el objetivo de llevar a la procesada hasta la hoguera.
Magia, brujería y herejía
Ya en aquella época los tres fenómenos se encontraban tan amalgamados con los asuntos de la fe, hasta el extremo de que ya era imposible en la práctica una separación, entre otras cosas, por el interés de las propias autoridades civiles y religiosas. Tan perseguida como la herejía, a la que se añadían cuestiones políticas, la brujería y su práctica mágica se había escondido como aquella en la clandestinidad y habían terminado, de una forma natural, por mezclarse. Los denominados herejes, participaron, supuestamente en muchos casos de las prácticas mágicas de la brujería, que alcanzaron hasta órdenes militares como Los Templarios, y las brujas asumieron también plenamente su condición de herejes. Curiosamente, las primeras condenadas fueron motivadas por acusaciones de herejía y, ciertamente, aunque su desarrollo fuera paralelo, las causas y los fines estaban muy alejados los unos de los otros.
En el siglo XIX el historiador y poeta romántico francés Michelet escribe que en la época medieval, plagada de horrores, injusticias y arbitrariedades, la bruja fue la consecuencia natural de la desesperación del pueblo que encontró en ella la única defensora contra sus males físicos y morales. Es la bruja quien crea a Satán y el poder religioso y civil les mueve en aras de la supervivencia del orden establecido. El fortalecimiento de ambos peligros se produce a lo largo de los siglos XIV, XV y sucesivos, en periodos de angustia y de catástrofes.
Autores hay también que vieron en la represión de la brujería un abuso por parte del Pontificado, inventor para su provecho del Satanismo. La polémica continúa en pie entre los que defienden la realidad de los hechos malignos atribuidos a las brujas y los que creen que fue un gigantesco abuso judicial.
Por otra parte, para la mentalidad de multitud de tribus actuales con unas creencias similares a las de la Edad Media, cualquier acontecimiento que en la actualidad lo atribuyamos a la mala suerte, sería consecuencia directa de algún embrujamiento protagonizado por algún espíritu maligno (magia maléfica o hechicería), de los muchos que revolotean en torno al ser humano, sin más objetivo que el tratar de hacerle daño.
Del mago médico bueno,
a la bruja mala
En el pasado más remoto, los conceptos de magia, religión y medicina son difícilmente separables. Con el paso de los siglos el mago se transformaría en un simpático personaje de los cuentos de hadas, alcanzando en nuestra época el cine, o un hombre sabio escudriñador del firmamento. En la actualidad, la magia con truco se ha relegado a los escenarios para distracción de todos. Nadie tendrá la locura de denunciar al mago que extrae un conejo de un sombrero de tener un pacto con el diablo.
El brujo de tiempos remotos que por medio del conocimiento de las hierbas tuviera éxito en aliviar una dolencia sería bien reconocido y él tendría gran interés en guardar el secreto para continuar su triunfo. Incluso acompañaría la preparación del jarabe de toda la parafernalia posible y así se haría más misterioso.
Con la llegada de la Edad Media y según la difícil coyuntura histórica, se extendió la idea de que las brujas requerían solamente la intervención de las fuerzas del mal, personificadas en el demonio y como rebeldía contra el establishment de la época: Iglesia y autoridades civiles. La misión de la mujer de ayudar a conseguir buenos partos a las embarazadas o asegurar mejores cosechas queda atrás, aunque excepcionalmente se dediquen a ello. Naturalmente, el cambio de mentalidad de la sociedad frente a ellas, por ser maligno, era reprobable a todas luces.
Y fue sobre todo a partir de la Baja Edad Media cuando tuvo lugar un recrudecimiento de la represión de todo lo mágico, sin disyuntiva posible, la magia brujeril era magia negra y tenía pactos con el diablo. Cualquier persona considerada bruja, debía de ser exterminada y hasta esta cacería indiscriminada alcanzó a los pobres alquimistas cuyos experimentos eran más de este mundo.
Todos cayeron en el mismo saco de la herejía y esto era más que reprobable exterminable. Si contemplamos una composición artística de la época en pintura o escultura, en la parte superior veremos a Dios y sus ángeles. Siguen hacia abajo en líneas horizontales, los santos y los justos, a continuación, los simples mortales y en la parte inferior se halla Satanás y todo su ejército infernal compuesto por réprobos y malignos. Los artistas pintaron o esculpieron esta concepción mitológica del mundo terreno, supra e infra terreno y no olvidaron representar como los del infra mundo, con actitudes grotescas que en la actualidad nos mueven a risa, tienen los ojos puestos en escalar las alturas.
Con este bagaje concluimos lo que decíamos al principio, las religiones y las autoridades se sintieron amenazadas y al denunciar las creencias erróneas las adornaron con toda clase de aberraciones de forma que en la concepción de la brujería de la época hay más mitología que realidad (aunque no dejarán de ser herejías ante la doctrina ortodoxa). Sin olvidar que las confesiones se obtuvieron casi siempre tras horribles tormentos, amén de las nada santas intenciones de los acusadores.
Capítulo III: Siglos XIV y XV,
la brujería llega a su apogeo
hasta bien entrado el siglo XVIII
Lo prohibido alcanza las altas cunas
Como en el don Juan Tenorio de Zorrilla: “Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé...”. Ninguna clase social de la época se libró de las prácticas más o menos brujeriles y a pesar de las penas dictadas contra ellas, como lo prohibido suele ser lo más deseado, la brujería, como amiga o enemiga, entró en el castillo del noble, en el palacio del obispo y hasta en el alcázar del rey y así, se encuentran excepciones como la de Alfonso X de Castilla, que creía que valerse de sortilegios o hechicerías con una buena finalidad no tenía por qué ser castigado. Sin embargo, esto no era lo más común, y países de la Europa occidental como Francia, Inglaterra, Alemania o los reinos Hispánicos acudieron a ella y fueron víctimas de ruidosos procesos.
De 1308 a 1313, sufrió un ruidoso proceso el obispo de Troyes Guichard, prelado que tenía fama de calavera y que vox populi lo consideraba hijo del propio Satanás. Fue acusado de causar la muerte de la propia reina de Francia Juana de Navarra, hija de Blanca de Artois, reina de Navarra, por medio de sortilegios, mientras que de la segunda se deshizo al parecer con veneno.
Según consta en el proceso conservado, el obispo se había dedicado a las practicas demoniacas en el mayor secreto, actuando con la ayuda de dos monjes y dos monjas en la ermita de Saint Flavit, que convirtió en el laboratorio para sus maldades. Con ayuda del demonio había fabricado una figura de cera que bautizó solemnemente con el nombre de la reina con la asistencia de padrinos en la ceremonia. Acto seguido le atravesó la cabeza y otras partes del cuerpo mediante un punzón. Se dice que todos estos tejemanejes produjeron la muerte de la soberana.
La condesa de Artois, Mahaut, fue reconocida inocente en el juicio, pero poco después fue acusada de fabricar filtros y venenos para una bruja de Hesdin.
En 1315 fue condenado el caballero Enguerrand de Marigny por las prácticas brujeriles realizadas por su mujer y su cuñada, acompañados de un hechicero y una bruja, con los que había confeccionado también figuras de cera para matar al soberano.
Ante la gravedad del problema, el papa Juan XXII en la bula Super Illius Specula (132) condena taxativamente toda practica brujesca y estimulaba a los inquisidores a que aguzaran la vista ante las sospechas. El pontífice advertía: