Historia de la Brujería

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Hemos sabido con profunda pena que muchas personas, que son cristianas solo de nombre, han pecado. Se relacionan con la muerte y establecen alianzas con el infierno, ya que ofrecen sacrificios a sus demonios. Los adoran, hacen imágenes de ellos, anillos, espejos, frascos o cualquier otro objeto donde encierran a los demonios por arte de magia; los interrogan, obtienen respuesta, piden ayuda para satisfacer sus deseos perversos, se declaran esclavos fétidos con los fines más repugnantes. ¡Oh dolor! Es un mundo de hechos realmente insólitos que poco a poco va contagiando a los rebaños de Cristo.
Como se llegaba a bruja
Vamos a desterrar ahora la idea más propia de la mitificación de que la bruja plenamente hecha y con todos sus atributos tuviera que ser una mujer pobre, vieja, histérica por su condición de viuda, inestable y que se siente profundamente desgraciada, incomprendida, marginada por los demás, obsesionada por el sexo y resentida con la religión que no le ofrece el consuelo suficiente para poder sobrellevar el peso de una existencia monótona. Tanto en España (primero en sus reinos independientes) como en el resto de Europa y América hubo brujitas jóvenes, de buen ver que no por ello se salvaron de la hoguera. Fue el genial Goya, pero en esta ocasión, cargado de mala intención, el que puso la guinda para reflejar el feo y repugnante estereotipo de las brujas.

“Mucho hay que chupar” por Francisco de Goya
¿Además como iba el listillo Satanás a relacionarse con semejantes engendros? ¡Como no las metamorfoseara para el acto! Estas eran las creencias que circulaban en la época recogidas de los interrogatorios y tormentos realizados con fiero ensañamiento:
Primero, el demonio disfrazado se aproximaba a la pieza deseada y terminaba por seducirla con dulces palabras. Entonces la mujer (que le ha complacido en sumo grado a primera visita) se decide a solicitar de aquel un contacto más permanente y una delegación de atribuciones, a cambio de su servidumbre para esta vida y toda la eternidad. Llama a Satanás, le reclama una nueva visita para pactar con él unos pocos años de vida y de felicidad a cambio de una eternidad en las calderas de Pedro Botero. En algún pasaje se lee que el demonio ofrecerá a la mujer un huevo de gallina negra, donde el demonio se incubará (de aquí la palabra íncubo).
La mujer debe fecundar el huevo con su intención y su sangre, cosa que hará dejando caer unas gotas de la suya propia extraídas de un dedo al que previamente hubiera pinchado. Para incubarlo lo podía poner bajo la axila del brazo y si ello le resultaba incómodo, lo podía enterrar en el estiércol del establo. Cumplido el plazo, al huevo no le pasaba nada, pero Satán o uno de sus auxiliares se presentaba para firmar el pacto. Se realizaban las abjuraciones, juramentos y renegaciones. Entonces la bruja recibía sus poderes demoníacos y el demonio desaparecía no sin la promesa de aparecer siempre que aquella lo necesitara. Se han conservado pactos firmados realmente con una pluma de ganso y sangre.
Los teólogos, distinguían dos clases de pactos, el primero sería una profesión tácita o pacto privado. Al prometer obediencia a Satán, una bruja servía de testimonio. El segundo sería un pacto público efectuado durante los sabbats o aquelarres ante todos los presentes. Sería este pacto público el que desencadenaría la guerra contra la brujería como había sucedido contra la secta alemana de los adoradores del demonio.
Creencias sobre los sabbats de iniciación
La aspirante a bruja podía ser aleccionada por brujas ya en ejercicio, convencidas y finalmente arrastradas a una asamblea de brujería, un sabbat especial, donde la neófita, tras los ritos iniciáticos, pasaba a formar parte de la comunidad. Se exigía, previamente, la decisión firme de querer pertenecer al gremio demoníaco, suficientemente comprobada. Tal convencimiento era el resultado de la paciente y constante labor de una bruja a favor de que tal acontecimiento se produjera. En estos casos y según las creencias de la época, fomentadas por los interesados, el demonio se aparecía ante la asamblea tomando forma humana ante el entusiasmo general y el supuesto temor de la novicia, exhortándoles a la fidelidad.
A continuación, la futura bruja se adelantaba del grupo y a las preguntas de Satanás renunciaba voluntariamente a la fe y renegaba de su religión y al culto de la Mujer Inmensa (nombre con el que se mencionaba a la Virgen María).
Satanás le decía entonces que debía entregarse no solo en alma, sino también en cuerpo. Así delante de todos los presentes a la Asamblea, la poseía sexualmente y después la aleccionaba para que fuera por el mundo pervirtiendo a cuantas almas fuera capaz. También le recomendaba la fabricación de una serie de ungüentos a base de carne y sangre de niños pequeños, mejor bautizados, para mayor triunfo.
Toda esta ceremonia no dejaba de ser en el fondo un rito primitivo de iniciación mitificado, al que ya describimos en su lugar, porque muy difícilmente el demonio podía aparecerse a nadie, aunque la Iglesia se había apresurado a convertir al dios cornudo en el diablo cristiano. Sin embargo, sí que era un rito de sangre del que alguien aprovechado desfloraba a las vírgenes neófitas, o esto podía ser realizado por las propias compañeras con un cuchillo denominado athame o cuchillo de la bruja, utilizado también para abrir y trazar el círculo mágico y que procedía del símbolo antiguo de apertura del útero.
La estrecha relación entre brujería y sexo será una constante etiqueta impuesta por sus perseguidores a lo largo de la historia, aunque en el fondo fuera solo el recuerdo de una ceremonia primitiva de iniciación y de apareamiento para proporcionar el nacimiento (o renacimiento, según creencias) de nuevas vidas. La Iglesia y sus autoridades, encontraron el terreno abonado para trastocarlo para sus fines.
El sabbat llamado también aquelarre
Hay quien ha buscado en la palabra sabbat conexiones con los cultos paganos primitivos, en especial con el orgiástico ofrecido a Dionisios, Sabazius, pero lo más probable es que provenga del sabbat hebraico, el día consagrado al Señor por los judíos que se reunían en la Sinagoga y es que de este modo la Iglesia mataba dos pájaros de un tiro (de arco o ballesta, claro) porque hacía sinónimas las reuniones brujeriles a las que tenía aquel pueblo, para ellos, infame.
En la Península Ibérica al sabbat preferimos llamarlo aquelarre, que según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como “junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición”.
La palabra es en realidad un topónimo ligado a una cueva que se encuentra en la planicie navarra de Zugarramundi a 84 kilómetros de Pamplona y escasamente a cinco de la frontera francesa. Su extraordinaria importancia bien merece un capítulo.
Volvamos ahora a la descripción en detalle del sabbat extraída de las confesiones de las desgraciadas sometidas a procesos inquisitoriales. La línea de confesión es concordante con todas. Hay mujeres que manifiestan estar afiliadas al ejército de Satanás, desde un número indeterminado de años, ofreciéndose a él, tanto en esta como en la otra vida. Frecuentemente, la noche de viernes a sábado han asistido al sabbat que variaba de lugar según las circunstancias. En él, en compañía de hombres y mujeres perversos, protagonizaban toda clase de excesos cuya descripción llena de pavor.
¿Cómo habían llegado a esta situación? Según un relato, hallándose la aludida lavando la ropa de su familia en el río cercano, observó que sobre el agua se aproximaba un hombre de talla desmesurada de piel muy oscura, cuyos ojos eran tan ardientes como carbones encendidos, iba vestido con pieles de animales. La aparición sugirió a la mujer si quería entregarse a él y ella le contestó que con gusto, tal era la seducción que comportaba. Entonces el aparecido le sopló en la boca y desde el sábado siguiente la mujer no pudo sustraerse ya a asistir al sabbat. Allío fue recibida por un macho cabrío gigantesco quien después de saludarla la montó varias veces con sumo placer (¡para él!) y a cambio le enseñó toda clase de secretos maléficos: las plantas venenosas y su utilidad práctica, palabras para cada encantamiento y la forma de realizar los sortilegios durante las noches de San Juan (solsticio de verano), navidades (solsticio de invierno) y primeros viernes de mes. También le indicó que era bueno ir a comulgar para profanar después la hostia.
En otra confesión recogida se señala que una muchacha encontrándose en un camino solitario se unió en amistad criminal con un pastor que la obligó a hacer un pacto con el espíritu infernal por medio de un pacto sellado con la sangre que vertió de su brazo izquierdo sobre un fuego alimentado con huesos humanos, robados del cementerio de la parroquia. Desde entonces se ocupaba de la confección de ciertos ingredientes y brebajes perjudiciales para producir la muerte de hombres y rebaños. Todas las noches de los sábados , caía en un sopor profundo y entonces era transportada al sabbat entre Toulouse y Montauban o hacia las cumbres pirenaicas en lugares que le eran desconocidos, en donde hacía adoración al macho cabrío, entregándose a él y a todos los presentes en una orgía detestable. Por manjar exquisito se tenían los cadáveres de niños recién robados de las nodrizas y se bebían brebajes espantosos.
En el sabbat no se utilizaban simbolismos, ni existía ninguna ceremonia relacionada, ni siquiera remotamente, con el rito cristiano, antes bien, se servían de ídolos paganos y emblemas fálicos adorados por los hombres y mujeres que seguían estas creencias para burlarse e invertir todo el sistema simbólico y religioso vigente. La llama de los sabbats se extendió por media Europa apropiándose de un dualismo: Dios, demonio que no dejaba de ser un trasunto de las clases elevadas en el primer caso y del pueblo, o todos los demás, en el segundo.
La ceremonia del sabbat
Según la profusión de testimonios conservada se parecían todas. Tenían lugar con preferencia en una amplia explanada elevada y con un bosque que la limitase, a veces una amplia cueva cercana servía para guarecerse en días de lluvia. Se decía que la explanada hacía las veces de la nave de la iglesia, mientras que el bosque simbolizaba el coro, todo ello pasado por el tamiz del lenguaje cristiano.
En el interior del bosque se levantaba una especie de ara de piedra en la que se colocaba una estatua de madera fiel remedo del diablo con cuerpo humano, pero con la cabeza, las manos y los pies de macho cabrío. La estatua estaba generalmente pintada de negro, poseía un falo de tamaño exagerado y entre los cuernos se le colocaba una antorcha encendida.
El sabbat se iniciaba con la llegada de las brujas y brujos en una ceremonia denominada introito (nombre que por excepción, recordaba el de la misa). A continuación, se elegía y situaba ante el ara la bruja que tenía que oficiar las ceremonias satánicas y que en algunos lugares se la denominaba Princesa de los Antiguos, joven, guapa y mejor virgen (¿De quién partió la idea de que las brujas eran feas y viejas?). Entonces la oficiante ordenaba encender todas las antorchas de los presentes, incluso la que se hallaba entre los cuernos de la imagen. Después invocaba a Satanás y solicitaba su ayuda con una voz fuerte rayando en el éxtasis.
En procesión los asistentes se acercaban al ídolo para besarle los miembros inferiores, mientras la que actuaba como dirigente abrazaba el falo y gimiendo simbolizaba que era poseída.
Después se pasaba al banquete, sentados por parejas con las viandas que habían traído, bebían vino, sidra y cerveza mezclados con unas hierbas especiales que les producían una irrefrenable excitación. A continuación, venía una excitante danza en círculo o espalda contra espalda cogiéndose de la mano y con la cabeza de lado para poder ver al vecino, cuyas evoluciones acababan en un vértigo imposible de describir. Entonces cambiaban continuamente de pareja, bailando y saltando sin un minuto de respiro, porque cuando descansaban (era un decir) sucedía lo que el lector está pensando.

“El Aquelarre” por Francisco de Goya
La ceremonia culminaba cuando la sacerdotisa se colocaba en el ara del altar y venía el momento de las ofrendas por parte de brujos y brujas entre las que se encontraban los propios cuerpos de los oficiantes. Algunas confesiones se referían a torturas sobre la sacerdotisa, la auténtica interpretación es evidente, no creemos que a una muchacha joven y virgen le gustara copular con treinta, cincuenta o cien individuos, uno detrás del otro, más las prácticas efectuadas con las mujeres.
Todo ello se efectuaba entre continuas invocaciones al demonio acompañadas de decapitaciones de erizos, ratas, etc.
La ceremonia se había iniciado bien entrada la noche y terminaba con las primeras luces del alba.
La Inquisición contraataca
Abrió fuego con su escrito Practica de Inquisitionis haereticae pravitatis, escrito hacia primer cuarto del siglo XIV por el inquisidor de Toulouse Bernardo Gui, el mismo que el escritor italiano Humberto Eco hace morir, tras una revuelta popular, en El nombre de la rosa. Pero, aunque ya había suficientes casos de brujería para que el autor se detuviera en ellos, lo cierto es que el núcleo de ella todavía son los cátaros, valdenses, begüinios y demás grupos herejes que pululaban por la Europa de entonces.
El papa Inocencio VIII se unió a la lucha con otro tratado que tituló Summis desiderantes affectibus. Pero hasta finales del último cuarto del siglo XV, la brujería era tratada como un caso más dentro de la cuestión más general de la invocación al demonio.
Hacia 1376 apareció el Directorium inquisitorum del dominico catalán Nicolás Aymerich que tuvo un gran éxito y se reimprimió varias veces en los siglos XVI y XVII. En el texto se menciona:
Algunas mujeres depravadas que siguen a Satanás, seducidas por ilusiones y engaños diabólicos, las cuales creen y están convencidas que en horas nocturnas van a caballo sobre ciertas bestias acompañando a Diana, diosa de los paganos, o con Herodias (la depravada mujer del rey Herodes) y una gran multitud de mujeres que atraviesan muchas tierras en silencio y en el corazón de la noche y obedecen sus mandamientos, como si fueran su mujer, y en ciertas noches le invocan a su servicio.
Se describe con todo detalle el mecanismo con el que el demonio se apoderaba del espíritu de la mujer:
Satanás en persona, que se transforma en ángel de luz cuando, mediante la infidelidad, la pérdida de la fe, se apodera del espíritu de una mujer y la subyuga, se transforma en imágenes y semblanzas de personas diversas y engaña al espíritu que tiene cautivo, presentándole en sueños, cosas tristes, cosas alegres, personas conocidas, personas desconocidas y la persona que ha perdido la fe, cree que todo esto presentado en la imaginación acontece en la realidad. Por lo tanto hay que anunciar públicamente que el que cree en estas cosas y en otras semejantes pierde la fe, y el que no la tiene bien orientada, no es sino del diablo.
En el Directorium emerge con gran claridad la imagen de la mujer entregada al demonio, con supuestos poderes especiales sobre las personas y las cosas, dotada de la facultad de viajar por el aire por la noche y de inspirar miedo a quien caiga bajo su influencia: la futura clásica bruja. Es necesario hacer notar que el texto no contiene ninguna alusión al maleficio, a la potestad de hacer mal. Se recalca sobre todo, la desviación de la fe que por sugestión diabólica experimenta el espíritu de la bruja. La persecución moderna de la bruja se originaba en el miedo de los males que supuestamente podían causar. Aquí se pone de relieve la desgracia en que cae la mujer a raíz de la pérdida o desviación de la ortodoxia. Se inclina por la debilidad del género femenino más vulnerable que el masculino a la sugestión diabólica, no en vano Eva es la que había caído en el Paraíso Terrenal a la tentación de la manzana. Primero se vio la bruja como una desgraciada, después como peligrosa. Pero en ambos puntos de vista, por influencia del demonio, la mujer se había desviado de la ortodoxia y había que castigarla.
Aymerich clasifica a las brujas en tres categorías:
1ª Las que dan a los demonios un culto divino, sacrificando, postrándose, cantando oraciones, encendiendo cirios, quemando incienso, etc.
2ª Las que se limitan a darle un culto como a los santos o a la Virgen, mezclando los nombres de los demonios con los de los santos, en las letanías, rogando que los demonios les hagan de mediadores ante Dios.
3ª Las que invocan a los demonios trazando figuras mágicas, colocando un niño en medio del círculo, utilizando una espada, un espejo, etc.
Aymerich distinguía a las que se dirigían al demonio diciendo “te mando”, “te ordeno”, “te exijo”. Consideraba entonces que la herejía no era bien patente, mientras que si lo hacían diciendo “yo te lo ruego”, “te pido”, etc. era manifiestamente herético porque las palabras eran de oración y llevaban implícito la adoración. En la actualidad semejante matiz semántico nos parece de una extrema nimiedad, pero entonces no.
Los teólogos distinguían dos clases de pactos, el primero, profesión tácita o pacto privado, por el cual se prometía obediencia a Satán, sirviendo una bruja de intermediaria; el segundo profesión expresa o pacto público solemne, que se efectuaba, bien durante la celebración de un sabbat ante todos los presentes o firmando con sangre un compromiso escrito con Satán. Fue esta forma la que desencadenó la persecución general contra las brujas, una guerra que duraría casi tres siglos, provocando innumerables víctimas.
Las persecuciones de Pedro de Berna
Tuvieron como epicentro Suiza, convirtiéndola durante la mayor parte del siglo XV en un río de sangre sin distinción de sexo, sobre todo, en la diócesis de Lausana. A las mujeres se les atribuía toda clase de sortilegios amatorios, en los que entraban como ingredientes habas y testículos de gallos, se les atribuía actos de antropofagia (invención de los inquisidores) y también raptos de niños, para cocerlos en calderas y fabricar ungüentos con las partes más sólidas y con las líquidas llenar botellas u otros recipientes que bebían para alcanzar el magisterio entre las brujas cuyo conjunto era tenido por una secta execrable.
Sin embargo, las durísimas persecuciones no terminaron con la brujería que se extendió por todo Alemania hasta el punto de que el papa Inocencio VIII hubo de promulgar una bula (¡otra más!) Summis desiderantes affectibus en la que se manifestaba:
En toda Alemania, cierto número de personas del uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartándose de la fe católica, se dan a los demonios íncubos (hijos de un diablo en forma de varón y una mujer) y súcubos (hijos de un diablo en forma de mujer y un varón) y por sus encantos, hechizos, conjuros, sortilegios, crímenes y actos infames, destruyen y matan el fruto del vientre de las mujeres, ganados y otros animales de especies diferentes, destruyen las cosechas, las vides, los huertos, los prados y pastos, los trigos, los granos y otras plantas y legumbres ; atormentan y afligen con males atroces a los seres humanos sin que las mujeres puedan concebir y los hombres engendrar; con boca sacrílega reniegan de la fe que han recibido en el Santo Bautismo, no temen cometer y perpetrar, a instancias del enemigo del género humano, otros muchos excesos y crímenes abominables con peligro de sus almas, desprecio de la Divina Majestad y peligroso escándalo de muchos.

La Inquisición y la caza de brujas en Europa
El martillo de las brujas
El Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas fue obra de dos hermanos predicadores: Enrique Institor (Kraemer) y Jacob Sprenger, quienes a instancias del arzobispo de Estrasburgo fueron comisionados por el papa para realizar una campaña singular en la Europa Central contra las brujas, cuya actuación recopilaron por escrito en forma de enorme código, impreso por primera vez hacia 1486.
El Malleus Maleficarum tuvo un enorme éxito y se reimprimió muchas veces hasta fines del siglo XVII e incluso en la época presente ha salido a la luz en versiones alemana e inglesa para los estudiosos.
Consta de tres partes, basándose en que las acciones brujeriles eran reales, así como su pacto con el diablo, y no productos de una ensoñación en estado de vigilia. Por eso en la primera parte que se divide en diecisiete capítulos se afirma taxativamente la realidad de la colaboración con el demonio de la que únicamente pueden seguirse maleficios. Se ratifica la existencia de los denominados íncubos y súcubos que quizás hayan tenido mucho que ver en el nacimiento de las brujas, divididos en categorías. Los cuerpos celestes intervienen también en la multiplicación de los encantamientos que son en su mayor parte obra de mujeres, sobre todo los relativos a la vida sexual. Por medio de ellas el diablo incita al odio o al amor, impide la potencia generadora y el acto carnal provocando en el varón una sensación de castración.
Las brujas pueden convertir a los hombres en animales. Los autores apoyan sus asertos en muchas obras y ejemplos de la época (Haría falta hacer una interpretación objetiva e imparcial de estas).
En la segunda parte del Malleus se explica en dieciséis capítulos hasta dónde llega el poder de las brujas, así como la forma de combatir y destruir sus malas obras.
Para sus autores tanto los brujos como las brujas son tenidos como miembros de una secta. Señalan varias formas de ingreso, sencillas o solemnes. El demonio recibe en persona el acatamiento, después de la abjuración. Admiten una forma privada. Para conseguir seguidores, en especial, femeninos, les insufla un tedio especial, las tienta o las corrompe.
Poderes de las brujas según el Martillo
Existe una parte del Malleus muy descriptiva y pintoresca, en la que se describe la supuesta ciencia maléfica de las brujas, glosada con curiosos ejemplos. Comienza hablando de la capacidad de volar por los aires untadas con grasa de niños y de cabellos en escobas.
Refutación
Todo el que tenga una mente científica sabe que esto es imposible, pero como no hay humo sin fuego, debió de existir algo que dio lugar a semejante leyenda.
Las brujas practicaban un antiguo rito de fertilidad para conseguir que los cultivos crecieran y para eso necesitaban utilizar un palo, como el palo del caballito de madera y bailar alrededor del campo, mientras cantaban y saltaban. Repetían esto una y otra vez y los cultivos por ley natural crecían altos.
El palo sobre el que bailaban era un símbolo fálico y una bruja sobre un palo representaba los principios masculino y femenino. Debió de ser un precursor del palo de mayo que presidía las fiestas del inicio de ese mes, de origen celta consagrado a Beltaine, asociado a la fecundidad y al matrimonio, y conservado en el palo de la cucaña (fiesta que la Iglesia cristianizó con las Cruces de mayo).
Durante los días de la caza de brujas era peligroso tener en casa un palo de baile, pues ello podría significar la condena segura por lo que las brujas empezaron a utilizar palos de escoba que pasarían desapercibidos.
La palabra volar suele utilizarse en sentido figurado de correr o ir muy rápido. ¿No solemos decir: “voy volando o alguien pasó volando por la carretera”? De aquí a decir “vi a las brujas volando sobre sus palos de escoba”, media un paso.

Una de las primeras representaciones
de brujas volando sobre palos de escoba
Algunos han sugerido que las brujas hipnotizaban a los demás para que estos las vieran volando por el aire, como cualquier hipnotizador corriente, nada más falso. Una vez se dibujara volando una bruja sobre un palo de una escoba aquellas personas tan propensas a la sugestión creerían que la imagen era cierta, lo que les iba muy bien para los jueces acusadores.