La Masonería

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La Orden o los Caballeros del Templo o Templarios fue fundada por Hugo Payés en 1118 en defensa de los Santos Lugares de Jerusalén y para la protección de los peregrinos que a ellos acudían, tras su rescate en la primera cruzada (la única que consiguió su objetivo). Ellos serían los que descubrirían en el siglo XII la sabiduría oculta implícita en el Templo de Salomón.
Monjes que lucían votos de castidad, pobreza y obediencia, y aguerridos guerreros transmitieron a occidente buena parte de la sabiduría oriental, pero el enorme poder financiero de los gobernantes (a semejanza de lo que sucedió con los judíos) y singularmente el del rey de Francia Enrique IV, que de acuerdo con el papa Clemente disolvió la orden, sometió a proceso a su gran maestre Jacques de Molay y lo condenó a la hoguera el 18 de marzo de 1314. En la pira mortuoria emplazó ante el Tribunal de Dios a que comparecieran ante el pontífice, el monarca y su mayordomo, Guillermo de Nogaret, para responder por el proceso antes de que concluyera el año, como así sucedió, y la dinastía reinante francesa, también se extinguió en poco tiempo.
Un grupo de templarios se refugió en Escocia donde el rey Roberto los acogió favorablemente, y contribuyeron a preservar la independencia de Escocia. Algunos de ellos establecieron contacto con maestros albañiles que se expresaban a través de una simbología ocultista así como en sus logias.
En la capilla de los Saint Clair de Rosslyn, símbolos templarios coexisten con los masónicos posteriores. Quizás los templarios se relacionaran con los maestros albañiles de forma espontánea, dado que algunos de ellos habían sido seducidos en Oriente por cosmovisiones gnósticas, junto con el deseo de que la venganza hacia el papado y a la monarquía francesa, hubiera anidado en su corazón.
Tal supuesta vinculación de algunos templarios a la masonería llenó el vaso de su historia y de su propaganda, y se buscó su enlace en el inicio de los tiempos como receptores de secretos herméticos. Así no es de extrañar que una Orden de los Caballeros Templarios y otros con el apelativo de templarios, lo hicieran en Escocia, Irlanda y EE. UU.
Los templarios enemigos de la Santa Sede por las circunstancias, tuvieron una relación innegable en el siglo XIV con maestros escoceses. Otra cosa es la cadena de atribuciones con un pasado remoto hermético. Además, existen logias que no acaban de ver lo primero, de forma innegable.
Los constructores de catedrales
En la Baja Edad Media, las corporaciones derivadas de los collegia, dieron lugar a los gremios según una antigua teoría, pero esto solo se ha confirmado en las zonas de Italia que se hallaban bajo el dominio bizantino. El gremio medieval es el resultado de la conjunción de dos acciones: la de la libre asociación de los artesanos urbanos, que a partir del siglo XI constituyeron cofradías (fratermitates) con fines religiosos y asistenciales y la de los poderes públicos que intentaban controlar la calidad y el precio del producto. Pocos gremios medievales tuvieron tanto influjo y repercusión en la historia posterior como el de los constructores de la Baja Edad Media. No existe la menor duda de que fue el originario de la denominada masonería operativa que siglos después, en el siglo XVIII, se transformaría en masonería especulativa, no ya con el fin constructivo, pero sí con un ritual semejante de iniciación, nomenclatura y organización.
El escalón más bajo lo constituían los aprendices que permanecían unos diez años (variables según las circunstancias) bajo el control de un maestro. Después estaban los oficiales, obreros o cumpagnors (en los reinos francos). Debían ejercer su oficio “bien y lealmente” junto al maestro durante varios años por medio de un acuerdo o contrato verbal o escrito. Se accedía a maestro realizando una obra maestra o excepcionalmente mediante el pago de un dinero.
En Inglaterra, los gremios custodiaban celosamente las artes de su oficio, que solo enseñaban a personas muy concretas y que se reunían en cabañas llamadas logias. Su objeto era burlar las ordenanzas que fijaban los emolumentos por sus trabajos de albañilería y como tales, estaban sometidos a una reglamentación moral.
Cuando un candidato deseaba ingresar en el gremio, debía prestar un juramento de lealtad y de honradez. En el acto de iniciación, el candidato juraba mantener en secreto todos aquellos hábitos y costumbres del gremio. Sin embargo, no todos obtenían el aprobado. Alcanzar el puesto de maestro albañil, tanto en Inglaterra, como en el resto de Europa Occidental equivalía a convertirse en una de las figuras más importantes del reino. Según los países existieron variantes de los mismos. El nombre de franc-masón, deriva del francés franc-magon (por mucho tiempo la lengua oculta de Inglaterra) con el significado de albañil libre o free-mason o free-stone-mason5.
Se han conservado hasta ciento treinta versiones de las ordenanzas inglesas de fines del siglo XIV en las que se estipulaba la creencia en Dios de sus miembros así como las enseñanzas dentro de la ortodoxia católica, rechazando cualquier atisbo de herejía, obedecer al monarca, no desear al elemento femenino familiar del maestro, prohibición del juego de cartas durante ciertas fiestas religiosas y de frecuentar los prostíbulos. Aquí estas prohibiciones no diferían de las de los otros gremios, pero es que hasta entonces su finalidad era meramente profesional. Sin embargo, hemos de recalcar cómo los masones posteriores se aprovecharon de la reglamentación para ascender en el escalafón y no se podía transmitir sus conocimientos sin permiso de sus superiores. Sin lugar a dudas, se sentaron las bases para la auténtica masonería especulativa.
Fran, Lorenzo y Arus, Rosendo: Buenos Aires, Kiev 1962. 3 vols.
El misterio de las Catedrales (Barcelona, 1999) y La masonería: historia e iniciación (Barcelona, 2004).
Los gnósticos constituyeron diversas variantes o escuelas de una secta surgida en el siglo II que sintetizaba doctrinas filosóficas griegas y orientales y con complicadas cosmologías, constituyendo diversas asociaciones con grados de iniciación. En 1945 se descubrió una importante biblioteca gnóstica en el Alto Egipto escrita en copto y en periodo de estudio. Una parte se editó en 1977.
Sus comunidades religiosas se establecieron junto al mar Muerto con bienes compartidos y hábitos ascéticos y pacíficos. Los aspirantes tenían que someterse a una serie de pruebas antes de ingresar en la comunidad. Los alumnos vestían un mandil blanco. Poseían grandes conocimientos arquitectónicos y singulares rituales y ceremonias. Jesucristo fue identificado como uno de ellos. Los manuscritos de Qumrán los relacionan con el cristianismo primitivo.
Es decir, el albañil que trabaja la piedra de adorno, para distinguirlo del rough-mason, trabajador tosco comúnmente aplicado a los canteros ingleses. Se encuentra en un acta conservada del Parlamento del año 1350, reinando Eduardo III, que en el tiempo se reduciría a la de freemason (libres de impuestos). Al ser la mayoría extranjeros, se defendían por encima de todo de pagar estos impuestos, cosa que debían hacerlo las corporaciones autóctonas. En la actualidad, es como si hubieran conseguido en nuestra terminología, la autonomía sindical.
Capítulo II: Los inicios de la masonería
histórica. La logia del otoño medieval
y el Renacimiento
Se admite que la palabra masonería deriva, bien del sánscrito “ver”, bien del latín lux (luz). Ambas etimologías hacen referencia a la visión y a la imagen, señalando que solo se ve con claridad lo que se halla en plena luz. También se emparenta el vocablo con el antiguo logos como “razón” y con loggia en italiano, “estancia”, “sala”.
La logia era un obrador, un refugio y con frecuencia un edificio permanente. Generalmente, se trataba de una casa de madera o piedra donde los obreros trabajaban resguardados de la intemperie, pudiendo albergar hasta veinte canteros. Desde el punto de vista laboral, se trataba de una oficina de trabajo en la que había mesas o tableros de dibujo y un suelo de yeso para trazar un esquema de la obra. Servía también como tribunal presidido por el maestro albañil que mantenía la disciplina y aplicaba la reglamentación de la construcción.
La construcción de grandes edificios públicos establecía vínculos de estrecha unión entre los artistas y los operarios durante el largo espacio de tiempo en que tenían que convivir, y esto daba lugar a una comunidad de aspiraciones estable y un orden necesario e imprescindible que comportaba una subordinación completa e indiscutible.
La cofradía de los canteros estaba constituida por aquellos operarios hábiles que abarcaban tanto los obreros encargados de pulimentar los bloques públicos, como los artistas que los tallaban y los maestros autores de los planos. En los lugares en que se emprendía una obra de envergadura se construyeron logias y en su entorno habitaciones que constituían colonias y conventos, pues los trabajos de edificación duraban, por lo general, muchos años (y a veces se interrumpían por circunstancias diversas y se volvían a reanudar más pronto o más tarde). Las ordenanzas (Old Charges) reglamentaban la vida de los trabajadores con uno de los objetivos principales para lograr una total concordia fraternal, necesaria para la realización de una gran obra.
Durante el final de los tiempos medievales y el Renacimiento, los gremios albañiles no fueron más allá de agrupaciones artesanales que debían cumplir las normas. Todos pertenecían a este oficio, no como más tarde cuando los masones tenían alguna conexión real (si es que la tenían) con él.
Santos patrones
También el gremio de albañiles, como los demás, tuvo sus santos patrones protectores: san Juan Bautista o de verano y san Juan Evangelista o de invierno, así como los cuatro cantos coronados, tal como refieren los estatutos de los picapedreros medievales, vigentes todavía en el siglo XVI.
En los Estatutos de Ratisbona de 1559 leemos su comienzo: “En el nombre del Padre, del hijo, del Espíritu Santo, de la bienaventurada Virgen María, así como de sus bienaventurados siervos, los cuatro santos coronados, a su memoria eterna”.
Y después de citar a la jerarquía corporativa de maestros, compañeros y aprendices, señala que para entrar en la corporación es necesario haber nacido libre y ser de buenas costumbres, no debiendo vivir en concubinato, ni entregarse al fuego. Es obligatoria la confesión y la comunión, al menos una vez al año, siendo excluidos los bastardos y los masones itinerantes, sin objeto de previsiones especiales.
Más que una profesión artesanal, los miembros del gremio de albañiles medievales fueron considerados como trabajadores de un arte liberal en una situación social relativamente elevada. Su encumbrada posición se revela en la iconografía medieval de Dios Padre como Creador, dibujando el universo con un compás, símbolo que pasará después a la moderna masonería especulativa.
Existen muchas Biblias ilustradas conservadoras en las que puede verse como nota dominante (así como en muchas posteriores) un gran compás con el cual Dios traza el límite del Universo. Compás típicamente medieval, no demasiado grande. Con él el maestro albañil podía trasladar el diseño de un croquis previo más pequeño al tamaño real, en un suelo cubierto de yeso.
Ya a finales de la Edad Media, existen documentos con aspectos que volvemos a encontrar en las logias masónicas modernas. En el Museo Británico se conserva The Cooke Manuscript con referencia a una masonería especulativa y no gremial. Escrito en 1450 casi tres siglos después, las Constituciones de Anderson reproducen elementos de este texto, como las referencias a las artes y al Templo de Salomón.
El paso a la masonería especulativa o simplemente masonería, tal como en la actualidad la entendemos, tendría lugar los últimos años del siglo XVI, ya en plena edad moderna y sobre todo, a lo largo del siglo XVII. El monarca Jacobo VI, concedió a un tal William Schaw el título de Máster of the Work and Warden General (Maestro de la obra y guarda o Vigilante General).
En 1598 fueron decretados por él mismo unos estatutos en los que se consignaban todos los deberes que los masones debían seguir. Un año después se menciona casi sin tapujos el conocimiento esotérico que los miembros de su logia debían alcanzar y hacían una referencia a la logia madre de Escocia: Lodge Kilwinning, prueba fehaciente de su existencia ya entonces. Todo ello, según algunos, ha hecho considerar a Schaw como el padre fundador de la masonería, tal como en la actualidad la entendemos, sin embargo, sus estatutos son en su mayor parte un reflejo de las denominadas Constituciones de los Masones de Estrasburgo fechadas en 1459 y de los Estatutos de Ratisbona de 1498.

Los Estatutos de Schaw
¿Quienes eran los cuatro
mártires coronados?
Según la leyenda del siglo XIII recogida por un tal Jacobo Vorágine (que Umberto Eco menciona en su famosa obra El nombre de la Rosa) que titularía la Leyenda Dorada, al parecer cuatro mártires fueron azotados por orden del emperador Diocleciano hasta morir. En un principio sus nombres se ignoraron, pero al paso de los años, se descubrió que eran escultores y habían sido martirizados por negarse a tallar la imagen de un ídolo. Fueron encerrados en sarcófagos de plomo y arrojados al mar en el año 287. No existe constancia de los talladores de piedra. Se llamaban Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino6.

Los Cuatro Santos Coronados
Es posible que durante el siglo XVI tuvieran lugar en los antiguos gremios una mutación como consecuencia de su ocasional contaminación esotérica de los siglos anteriores en sociedades secretas de carácter ocultista a la que contribuyó la llegada de otros miembros no precisamente albañiles. La iniciación masónica de John Boswell en la logia de Edimburgo conservada del 8 de junio de 1600, parece referirse a dicho sentido, aunque por el momento fuera originalmente solo operativa o gremial.
Iniciación masónica
Ferrer Benimeli recoge los ritos de iniciación masónica7 referentes a los usos de los masones canteros y carpinteros de Alemania. Recepción e ingreso en la entidad, el derecho de la logia, los exámenes y el ejercicio de hospitalidad, usos y costumbres que se han perpetuado con gran fidelidad hasta nuestros días.
Finalizando el tiempo de su aprendizaje, el aspirante solicitaba su ingreso. Para ello presentaba una prueba de honradez y de su nacimiento legítimo.
El aspirante recibía un signo (como se conservan en las piedras de los edificios románicos y góticos, lo que servía de sello o logotipo en la época actual) que debía de reproducir en todas sus obras y constituía su marca de humor.
El hermano (frater, compagnon) que le había propuesto se encargaba en especial de su dirección. En un día determinado, se presentaba el aspirante en el lugar en el que se reunía el cuerpo del oficio, una vez preparado por parte del maestro de la logia el salón destinado para ello. Al estar consagrada a la paz y la concordia la sala, los hermanos entraban sin ninguna clase de arma. Una vez todo dispuesto, así como los asistentes, el maestro declaraba abierta la sesión.
El compañero encargado de la preparación del aspirante, siguiendo una costumbre ancestral pagana, le obligaba a adoptar el aspecto de un mendigo. Tras despojarlo de las armas y objetos metálicos, le desnudaba el pecho y el pie izquierdo y con una venda en los ojos le conducía a la puerta de la sala ceremonial. Esta se abría tras haber llamado dando tres fuertes golpes.
Un segundo compañero le guiaba hasta el maestro y este le hacía arrodillarse, mientras se elevaba una plegaria al Altísimo. Después el aspirante daba tres vueltas a la sala y se situaba ante la puerta, ponía los pies en ángulo recto y efectuaba tres pasos hasta llegar al sitio que ocupaba el maestro, quien tenía una mesa delante y encima de ella se encontraba el libro de los evangelios, así como la escuadra y el compás, instrumentos muy importantes que ya no serían abandonados en épocas posteriores hasta nuestros días.
El venerable maestro hacía al aspirante una serie de preguntas rituales que aquel tenía que contestar según fórmulas establecidas y sin equivocarse. Arrodillado ante la mesa o pedestal, con el pie derecho “en ángulo medio” y las puntas del compás tocándole el pecho, el aspirante, juraba no revelar, escribir, dictar, tallar, marcar, grabar o reproducir de cualquier otra forma parte alguna de los secretos de la masonería.
Finalizada la ceremonia del juramento, se quitaba al aspirante la venda, mostrándole la gran luz. Se le hacía entrega de un nuevo mandil, que le reconocía como aprendiz aceptado, designándole el sitio que debía ocupar, y por último, el saludo que posteriormente usaban los aprendices francmasones.
En algunas logias de la actualidad, el juramento es muy semejante al que utilizaban los masones medievales. Se ha conservado en un manuscrito de Edimburgo de 1686 el siguiente:
“Juro por Dios y por San Juan, por la Escuadra y el Compás, someterme al juicio de todos, trabajar al servicio de mi maestro en la honorable logia del lunes por la mañana al sábado y guardar las llaves, bajo pena de que me sea arrancada la lengua a través del mentón y de ser enterrado bajo las olas, allí donde ningún hombre lo sabrá”.
Otras variantes serían:
“Que me rieguen el cuello, me arranquen la lengua de raíz y me sepulten en las arenas del mar durante la marea baja, o a la distancia de cien brazas de la orilla, allí donde las aguas suben y bajan dos veces cada veinticuatro horas, o el castigo más eficaz de quedar estigmatizado para siempre como hombre perjuró voluntariamente, desprovisto de toda valía mental y absolutamente indigno de ser recibido en la venerable logia”.
En 1641 tuvo lugar en Inglaterra la iniciación de Robert Moray y el 16 de octubre de 1646 la de Elías Ashmole como recuerdan en su Diario, en Warrington Cheshire en una logia convocada expresamente para ello. Es importantísimo constatar que en ella “ya no había un solo miembro albañil”. El 10 de marzo de 1682 en una misión, que el propio Ashmole realizó a la logia de Londres escribía:
“Recibo una convocatoria para que me presente a una logia (en este caso “reunión”) que se celebrará mañana en Mason’s Hall”.
Lo más importante es que Ashmole se relacionaba con los principales eruditos compatriotas de la época, como Robert Boyle, Christopher Wren, Isaac Newton, John Wilkins. La relación de esta nueva masonería especulativa con los ilustrados es evidente, pero a la vez hay que resaltar que Ashmole era a la vez un claro aficionado del ocultismo que dedicaba buena parte de su tiempo a la alquimia y a la astrología.

Elias Ashmole
Los rosacruces y la masonería
El gran componente gnóstico de la doctrina de los rosacruces influyó en mayor o menor grado en algunas logias masónicas operativas en la segunda mitad del siglo XVII que se hallaban en camino de transformación. Una extraña doctrina al parecer invención del abad de Adelsberg (Alemania), Juan Valentín Andreas, de confesión luterana, basada en la felicidad y la solidaridad. El citado abad creó una historia de ficción sobre un tal Christian Rosenkreuz, fundador de la Orden en la segunda mitad del siglo XIV, tal como citaba la obra, Fama Fraternitatis de la Meritoria Orden de la Cruz Rosada publicada en Alemania en 1614.
En una Alemania desquiciada por la Reforma, la contraofensiva de la Contrarreforma y la Guerra de los Treinta Años su doctrina hermética prosperó y paró a Inglaterra en donde se fundaron numerosas sociedades extendiéndose por toda Europa, sirviendo como vehículo de transformación masónica.
Fue en Londres donde consiguieron una gran aceptación y contribuyeron a la fundación de la Royal Society (1660) en la capital inglesa con el propósito principal de ampliar el ámbito de las ciencias. Todo lo contrario a la concepción sobrenatural que había invalidado con fuerza en aquella época el campo de la filosofía y de la teología. De aquellos grupos saldrían muchos líderes de la nueva masonería especulativa, hasta el punto de crearse un grado importante con su nombre, el de Caballero Rosacruz dentro de su escalafón.
En Inglaterra el defensor más destacado de los rosacruces, el médico Robert Fludd (Rosacruces o Hermandad de la Cruz Rosada) afirmaba que su sabiduría significaba, en primer término, un nuevo sistema de filosofía natural procedente en parte de la observación de la naturaleza y las estrellas. Sostenía que el universo visible estaba lleno de signos místicos; los iniciados en la verdadera sabiduría podían reconocerlos y alcanzar un conocimiento perfecto de todas las cosas del cielo y de la tierra. La facultad de comprensión, tal como Fludd la veía, la otorgaba al espíritu divino a personas elegidas, puras de corazón, a las que los hombres vulgares no reconocían, pues eran dueñas de riquezas celestiales, pero pobres para el mundo. Los dones del espíritu, terminaba, eran profetizar, realizar milagros, conocer lenguas y sanar a los enfermos. La vida de Fludd se extendería entre 1574 y 16378. Tras cierto oscurecimiento, el Rosacrucismo volvió a resurgir espléndidamente en el siglo XIX y se transmitió boyante a los EE. UU.

Robert Fludd
La leyenda de Christian Rosenkreuz se refiere a este como “filósofo, matemático y constructor de instrumentos, que sintió deseos ardientes de realizar una reforma y buscó quien le ayudara”. Se le ha comparado a Hiram Abiff, figura principal y alegórica del ritual masónico, el descubrimiento supuesto de su tumba (1614) sería el principio de todo el ancho mundo”, tal como llamaba la Fama Fraternitatis que mezclaba doctrina calvinista en la cábala (tradición esotérica del judaísmo emparentada según algunos, otros lo niegan, con el gnosticismo y hermetismo).
Este elemento gnóstico está presente en los orígenes de la masonería moderna del siglo XVIII:
“Cuando Dios dio la ley a Moisés, también hizo una segunda revelación del significado secreto de tal ley”. La cábala pretende desvelar el misterio de la creación sin un Dios que existe, pero no es creador: el mundo procedería de un ser primordial por vía de progresivas emanaciones a través de los Sefirot (o cones) emanaciones intermedias. Todo lo que existe está ordenado de acuerdo con el alfabeto hebreo, “lengua sagrada usada por Dios para dirigirse a los hombres”. Los cabalistas crearon un complicado método de valoración numérica de cada palabra de alfabeto sagrado, una numerología. Y los rosacruces lo tomaron junto a otras ciencias ocultas. Según ellos el mundo debería quedar en el “mismo estado que lo encontró Adán”. Pretendían traer su sabiduría del Antiguo Egipto ya en el siglo XIV a. C., los primeros rosacrucianos se reunieron en la Gran Pirámide donde fueron iniciados en los grandes misterios. La influencia en la masonería es evidente. Si el mundo debería quedar en “el mismo estado que lo encontró Adán” podrían ser considerados como los primeros ecologistas.

Símbolo de los Rosacruces
La transición a la masonería moderna
El paso de la masonería medieval de los constructores de catedrales, cualidad que se ha venido a llamar masonería operativa (opera = construir) que poseía la característica principal de observación estricta de la ley cristiana entre sus miembros, la frecuencia a la iglesia, a la masonería moderna (masonería especulativa (especular = meditar, reflexionar, teorizar) puede rastrearse a través de una serie de documentos que permiten apreciar la transición que abarca fundamentalmente de 1660 a 1716, tal como se guardan en la St. Mary’s Chapel Lodge de Edimburgo(en donde se reunía la Gran Logia).
En sus archivos (completos desde 1599) se revelaba cómo paulatinamente durante el siglo XVII, aparecieron junto a auténticos trabajadores de la piedra otros personajes que poseían una profesión absolutamente distinta: abogados, comerciantes, mercaderes y cirujanos.