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camino de héroes
anji carmelo
camino de héroes
DUELO Y ESPERANZA

1ª Edición Abril 2002
2ª Edición Enero 2009
3ª Edición Abril 2021
Portada: Ana Gratacós y Anji Carmelo
© 2020 Angelita Carmelo Ullmann
Maquetación: Veronika Plainer
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de la titular del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público
Tarannà edicions
https://www.taranna.es
e.mail: info@taranna.es
ISBN formato papel : 978-84-12332-20-9
ISBN formato ebook: 978-84-12332-21-6
Depósito legal: M-57864-2008
A Irlanda,
que me ha inspirado
más de lo que se imagina.
A mis padres,
siempre presentes.
A Gloria.
Héroes
¿Qué haces con las
mañanas que vienen
con su continuo
interrogante?
Mañanas que
se posan delicadamente
al lado de tu despertar
y te exigen con
su fragilidad que
les des vida
porque conoces la muerte.
Que no aceptan
leyendas evasivas
y que vibran con urgencia
porque han de continuar
su eterno interrogante.
Y sigues sin saber
que hacer
porque los interrogantes
son demasiado
exigentes
y porque sólo te queda
tu despertar
para que vuelva a nacer
la vida.
Entonces amasas
un montón de pisadas
y las plantas
en medio de ese amanecer
y el aire se rompe
en mil pedazos
porque sólo buscaba
una pequeña semilla
para hacerla flor.
¿Qué haces entonces?
¿Intentas reconstruir
el aire?
¿Lamentas
no haber plantado
una semilla?
Y ya cuando
tu lamento se
vuelve lágrima
inunda tu incapacidad
con tanta fuerza
que desaparece todo
y de ese vacío
nace tu propio
interrogante.
Y tu interrogante
se vuelve amor
y riega tu vacío
con tanta luz
que en ese espacio
nace la vida.
Anji Carmelo
1979
Presentación
Este es el segundo libro que en poco más de un año presenta Anji Carmelo sobre el tema del dolor. En el primero, ya nos describe magistralmente la gran importancia que tiene en nuestras vidas el dolor en general, sobretodo el sufrimiento derivado de la pérdida de un ser querido y además nos señala caminos que pueden ayudar a superarla. El éxito que tuvo el primer libro la ha impulsado a publicar este segundo, profundizando en el mismo tema, en su filosofía y su importancia, porque no puede negarse que en el mundo material en el que vivimos, la muerte asusta a todo el mundo y la vida no es más que un tupido tejido de penas y alegrías con un ineludible trasfondo de dolores y sufrimientos con la muerte que al final nos espera a todos. Por eso se ha dicho que la vida es sufrimiento y dolor y todo aquel que después de una cierta edad todavía no lo ha entendido, será un desgraciado que no será capaz de entender nada. De toda la extensa gama de dolores que nos afectan, no hay duda que el dolor por la pérdida de un ser querido ocupa uno de los primeros lugares y de eso la autora nos hace una descripción perfecta.
La obra está dividida en diferentes capítulos que, si bien siguen un orden, se pueden leer separadamente, ya que cada uno trata de una faceta o aspecto diferente del tema.
En los primeros, trata de la gran profundidad de la pena tan profunda experimentada por la pérdida de todo los que queremos y que nos deja un vacío imposible de llenar en nuestras vidas, cosa que desconcierta y produce una sensación de protesta contra el destino que se comporta tan injustamente con nosotros. Esto y el carácter irreparable del hecho, puede conducir fácilmente a graves estados de depresión y desesperación en los espíritus débiles, del que no es fácil salirse si no se reacciona a tiempo.
En uno de los capítulos compara el estado en que deja la desaparición de una persona querida al que se encuentra solo en un desierto sin ver la salida. Es necesario encontrarla y el mismo libro de Anji nos ofrece caminos que aconsejan y animan.
Uno de ellos, consiste en poder reaccionar y volver a empezar el curso de la vida que no se puede interrumpir, y en eso el tiempo, con los hechos de la vida cotidiana, nos ayuda a superar estos estados y a dejar de lado el hundimiento en la tristeza, la depresión y el sentimiento de falsa culpabilidad que suele acompañar en estos casos, y empezar a pensar en los demás seres queridos que comparten nuestras penas y alegrías. A esto, dedica varios capítulos, unos sobre el sentido de la culpabilidad y el perdón y otros sobre la soledad.
La culpabilidad se refiere a la sensación que casi siempre se experimenta en esos casos en los que nos auto-acusamos por no haber hecho suficiente caso o no haber prestado suficiente atención a la vida de la persona querida. Hay que tener un gran sentido del perdón, de un perdón que abarque todo y a todos, a los otros y a uno mismo, si queremos adquirir la necesaria tranquilidad de espíritu.
Ya hemos dicho que uno de los primeros consuelos es el sentirse acompañado por personas queridas, pero mucho peor que la soledad es la compañía de personas indiferentes a nuestro dolor, tal y como expresa García Lorca en uno de sus poemas, cuando dice: “Se murió solo en la calle y nadie le conocía”, mostrándonos en pocas palabras la verdadera imagen de la soledad que nos es la de encontrarse solo en un desierto, sino que es mucho mayor la de encontrarse en medio de una multitud que nos desconoce.
También nos habla de creencias. La ciencia nos explica muchas cosas, pero no lo explica todo y hace falta recorrer las teorías y creencias. En efecto, la ciencia nos dice y demuestra que la materia que forma nuestro cuerpo cambia continuamente y que la muerte, igual que el nacimiento, forman parte indiscutible de la vida. También nos dice que la muerte comporta la desintegración de nuestro cuerpo material, que la materia no explica todos los fenómenos de la vida y que es necesario aceptar la existencia de un principio inmaterial, no objetivable ni detectable por los métodos científicos y de creencias religiosas, de tal manera que la parte más sustancialmente viva del hombre es el Espíritu y en el plan del Espíritu todos los seres son partes integrantes de un Todo Indisoluble y Universal.
La muerte. Con su carácter inexorable, plantea al hombre que reflexiona, la brevedad de la vida y el enigma de la eternidad, con su carácter absoluto, ante el cual todas las cosas de nuestro mundo que tanto nos preocupan, como son los intereses y deseos, las penas y dolores, caen en una total insignificancia. Por esto, Anji nos señala otra vía para huir de la abstracción estéril de la tristeza, que está en la misma introspección reflexiva que, además de demostrarnos la brevedad de la vida y la insignificancia de todas las cosas de este mundo, hace que este contacto con la profundidades de nuestro propio ser nos permita encontrar el recuerdo de la persona querida, que se nos aparece y acompaña con todas sus virtudes y detalles, como si todavía nos mirara y nos hablara.
Cuando de esta manera, conseguimos vencer el gran dolor que nos afecta, las cosas ya no son iguales que antes. Nuestro espíritu surge como de un baño purificador, que nos hace ser más tolerante y comprensibles; comprendemos más el dolor de los demás, el dolor que inunda el mundo y sentimos una compasión que lo abraza todo. Para llegar a este estado de perfección, hace falta conectar con el fondo más profundo de nuestra propia realidad, donde no existen las alteraciones del mundo material y, para llegar, lo que más ayuda es, sin lugar a dudas, la sublimación de un gran sufrimiento. Kyeserling, en su libro “Del sufrimiento a la Plenitud” nos dice: “Todo aquel que quiera llegar a una vida personal profunda de pasar por el sufrimiento”.
Anji Carmelo acaba su libro con una serie de preguntas dirigidas a personas que han pasado por la tragedia de perder un hijo o un pariente íntimo y en todos encuentra palabras de consuelo y señala camino para salir de la amenaza de la depresión y el desespero.
Dr. Moisés Broggi
Texto leído en la presentación de Camino de Héroes el 13 de Mayo 2002
Prólogo
Ante la muerte de un ser querido todo se nos desmorona, caemos en la noche oscura del alma, nos preguntamos “¿Y ahora qué hago yo aquí?”. Nos parece que la vida carece de sentido, que no vale la pena seguir viviéndola, porque ya nada será igual que antes. Nos sentimos desorientados.
Sin embargo, una vez que hemos tocado fondo no podemos quedarnos sumidos en la tristeza, debemos ascender hacia la superficie. Tenemos que encontrarle paulatinamente un sentido a lo que nos resulta absurdo, entender que todo acontecimiento tiene una razón de ser que forma parte de una realidad mucho mayor y eso da un rumbo a nuestra vida.
Para llevar a cabo ese proceso, sin embargo, se requiere ayuda, y un elemento tanto de gran apoyo como de motivación en esos casos es la fe. Obviamente nuestra vida no volverá a ser igual que antes. Pero aunque nos cueste creerlo, puede llegar a ser mejor, porque las circunstancias difíciles nos ayudan a superarnos si sabemos sacar lo mejor de nosotros mismos para vencer el vacío, la angustia, el sufrimiento y el dolor.
Gracias a esa nueva perspectiva de la vida nos enriquecemos con nuevas cualidades, modificamos nuestra escala de valores, nos damos cuenta de que hay que cambiar lo que nos queda por vivir, haciéndolo con responsabilidad y alegría, practicando el desapego y asimismo aprendiendo a dar y a servir a los que nos rodean.
Todo eso nos explica Anji Carmelo en Camino de Héroes, su segundo libro después de Déjame llorar. En él tiende una mano a las personas que hemos perdido a un ser querido, para ayudarnos a levantar y guiarnos por los vericuetos de la vida. Del mismo modo, nos enseña que debemos abrir nuestro corazón aceptando los presentes que nos brinda la vida y dejando que nos conmuevan.
La autora ejemplifica esos estados con una metáfora que considero muy acertada: es como hallarse en un desierto que parece interminable, de días abrasadores y noches de viento helado. El caminar por las dunas es dificultoso, puesto que debemos debatirnos con la arena para que no se nos engulla. No poseemos pues ningún punto de apoyo estable y las ganas de rendirnos ante tan arduo avanzar son grandes. Aparecen espejismos que distorsionan la realidad y al acercarnos, desaparecen.
Pero luego llega la segunda fase: repoblar el desierto. Nos sentimos vacíos, y a partir de la nada debemos crear un mundo nuevo. Esa tarea no es fácil, pues supone un enorme esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a hacer. Anji Carmelo nos aconseja que simplemente dejemos que la vida fluya, que siga su curso a través de nuestro desierto y que volvamos a admitir gente y actividad.
Además, debemos dejar de temer a la muerte, pues no es más que un retorno a casa. Eso lo entendí una vez mientras le hacía reiki a una amiga que se estaba muriendo: quedó plácidamente dormida. Entonces sentí que su alma abandonaba el cuerpo y estaba feliz porque regresaba a sus orígenes, a casa. Entonces me di cuenta de que lo realmente difícil era nacer, adoptar un cuerpo físico que nos limita, perder con ello la conexión con nuestro mundo anterior, atravesar el canal del parto y encima ser recibidos por el ser humano con una palmada para hacernos llorar.
Así pues, sigamos la vida, aceptemos el reto de vivirla.
María-Luján Comas
Introducción
Hace veinte años que Déjame llorar se publicó. Desde entonces se han puesto en circulación miles de ejemplares que para mí han sido semillas que han podido aliviar y ayudar.
Camino de Héroes nace del deseo de acompañar a todos los que están en su viaje personal por ese país de lágrimas que es el duelo y que quieren ir más allá del sufrimiento para reencontrarse. Con esta intención he incluido algunas charlas ampliadas que se trataron en el centro de duelo AVES, en Barcelona y también he profundizado en los temas que más surgen en los encuentros de los grupos de apoyo.
Cada capítulo es independiente de los demás en el sentido de que puede leerse para trabajar ese tema puntualmente. No son correlativos, porque el duelo es así, tan pronto nos podemos encontrar con momentos álgidos y llevaderos, como con momentos de bajada total y desesperación.
Dejad que os acompañe en el camino para suavizar vuestro dolor una vez más. Mis intenciones siempre son las mismas, aliviar. Mi maleta está repleta de los mejores sentimientos para ayudaros a identificar los vuestros, conocerlos para aceptarlos y poder expresar y llorar cuando haga falta.
Reencuentro
He librado mi duelo.
He abrazado mi dolor.
He abierto un espacio enorme,
esperando que me devolvieras
mi corazón,
con tu retorno.
Nos encontramos una vez más buscando puertas que podamos abrir para entrar en ese espacio tranquilo, ese espacio que nos permite ser nosotros. Ese lugar que esta más allá del sufrimiento, del ardor insoportable de emociones dolorosas.
Hemos recorrido un largo camino, ahondando en lo más profundo de nuestro ser y hemos encontrado fuentes apacibles, promesas de amaneceres. Pero también nos hemos encontrado con mañanas que se han oscurecido en un instante y que nos han dejado en medio de días negros, buscando rendijas para volver a encontrar esa luz que es alivio de todo pesar.
Ha habido momentos de encuentro y otros de pérdida total y esto nos ha servido para ver que nada es permanente. Nada es seguro, excepto el amor que sentimos y que se va fortaleciendo con el paso de cada día, cado segundo.
Somos supervivientes de lo que sabíamos no tenía solución y la hemos hallado. Estamos aquí y no necesitamos otra prueba. Hemos pasado por lo impasable y nos encontramos al otro lado de aquel pasillo estrecho y oscuro que no daba pistas de cuan largo iba a ser ni cuantas puertas iba a ofrecernos. Hemos atravesado muros de pesar para llegar aquí. Y hemos aprendido a través del dolor, de la rabia, de culpabilidades interminables, del perdón, del aislamiento.
Todo esto hemos logrado y aún nos falta un poco más. No nos conformamos con lo que tenemos, queremos seguir buscando el sentido que se amplía con cada reto conquistado. Estamos en un compromiso con nuestro ser querido y con nosotros, que renovamos cada día y que sólo nos exige ser fieles a nosotros mismos. Un compromiso que nos mantiene despiertos, que nos pide que no nos descuidemos.
Recorramos entonces un poco más de camino juntos. Yo os ofrezco mi mano como todos vosotros me lo habéis hecho allí donde nos hemos encontrado. Una y otra vez, vuestra búsqueda me ha inspirado a seguir penetrando en las puertas cerradas del demasiado sentir. En esos espacios que se esconden porque temen ser traicionados por la incomprensión, por el conformismo, por esa salida fácil que les ha dado la espalda una y otra vez buscando lo cómodo.
Gracias por compartir, gracias por vuestro apoyo, gracias por vuestras sonrisas que sé, vienen de vuestro corazón y sobre todo gracias por ser héroes. Sin vosotros para compartir el camino, todo esto no tendría sentido.
Queremos ser héroes
¿Qué haces con las
mañanas que vienen
con su continuo
interrogante?
Mañanas que
se posan delicadamente
al lado de tu despertar
y te exigen con
su fragilidad que
les des vida
porque conoces la muerte,
que no aceptan
leyendas evasivas
y que vibran con urgencia
porque han de continuar
su eterno interrogante.
Y sigues sin saber
que hacer
porque los interrogantes
son demasiado
exigentes
y porque sólo te queda
tu despertar
para que vuelva a nacer
la vida.
Durante el periodo de duelo se viven distintas etapas: shock... dolor insoportable... dolor mezclado con momentos de no-dolor... recuperación... y un montón de situaciones donde nos encontramos tocando el pozo negro del vacío y remontando en sendas tonalidades de grises hasta alcanzar esa claridad que no logramos concebir desde el eclipse.
Después de esos interminables instantes que nos arrancan de la lógica y cordura de lo que fue nuestra vida, cuando el dolor se vuelve un poquito soportable y podemos empezar a estar presentes en nuestra propia vida, es vital que nos vivamos de la forma más consciente posible, intentando saber qué emociones necesitan ser expresadas y tratando de reconocer en qué momento del proceso nos vamos encontrando.
Cuando la pérdida es reciente, incluso muy al principio, cuando la mayoría de las personas se pueden encontrar muy, muy mal, algunas personas (especialmente los que creen que tienen que ser fuertes no permitiéndose el hundimiento que suele ser normal) pueden acceder a una fuerza que ocultará la desesperación de la pérdida.
Muchas veces esto pasa si se trata de la pérdida de una persona que ha sufrido mucho y que ha tenido un proceso largo. Bajo estas circunstancias, el sentimiento puede ser de alivio ya que se siente que esa persona no va a sufrir más. También puede sentir la necesidad de ser tan fuerte ante el dolor de la propia pérdida, como lo había sido la persona que se ha ido ante el dolor de su enfermedad.
Sea por la razón que sea, se vive como un hecho heroico frente a una gran catástrofe.
Cuando esto sucede es importante saber que en cualquier momento esa fortaleza puede doblegarse ante el vacío que deja la ausencia en la actividad diaria, en la rutina antes tan poco valorada y que ahora se echa de menos como si se tratara del tesoro mayor. Es en el día a día cuando la no-presencia amaina poco a poco cualquier fuerza, por muy sólida que parezca.
Esto no significa que se está dando un paso hacia atrás. No. Es debido al hecho de que la vida que continúa sin esa persona que se quería tanto, es altamente inaguantable, incluso para los héroes más fuertes.
El hecho de no poder hablar, contar con, escuchar, encontrar, ver, tocar... va a causar una serie de estremecimientos constantes. Las faltas mil que se manifiestan a lo largo del día: su llamada a media mañana, su voz saludando o preguntando o incluso quejándose cuando llegamos a casa, su aroma en el pasillo, ausencias que se van sumando una tras otra hasta que empezamos a darnos cuenta que nos faltan como si se tratara del único soporte que nos sostiene aquí en la tierra.
Y muy, muy dentro de nosotros, un hueco va creciendo, cada vez que nos sorprendemos esperando ese encuentro o esa llamada o lo que es más importante esa otra realidad que ya no es, ni volverá a ser. Cada vez que damos un paso ansiando encontrar lo que todo nuestro organismo necesita más que el aire que le da vida, la realidad nos golpea en el centro de nuestro ser agrandando el hueco.
Cuando esto sucede es imprescindible rendirse ante la evidencia, aceptar que hay muchísimo dolor y dejarnos permanecer en él, llorando, expresándolo, rabiando e incluso, desesperándonos.
Si vivimos esta etapa con una actitud y un enfrentamiento valiente, con una comprensión cariñosa hacia nosotros, en el momento preciso para cada uno, algunos antes, otros después, brotarán desde el corazón de nuestro dolor transformado, esos espacios de alivio y relativa tranquilidad. Es importante reconocerlos y entregarse a esos pequeños oasis – sin culpabilidades ni reticencias, ya que es nuestra propia vida que nos reclama.
En algún momento del proceso, vamos a tener que optar por vivir una vez más.
Aunque no parezca vivible, aunque lo que nos queda sólo es un hilo raquítico que parece conducirnos a rincones vacíos e inhóspitos, tenemos que dar un voto de confianza a ese hilo reconductor porque si no, no sabremos nunca lo que nos espera a la vuelta de la esquina de la esperanza.
Sé que se necesita valentía.
Sé que cada vez que la vida nos reclama, surgen culpabilidades.
Sé que incluso nuestra idea (errónea) de amor no concibe que podamos retomar nuestro propio destino sin sufrimiento.
Entonces, tendremos que ser heroicos de verdad, librarnos de la tiranía de la culpabilidad y descubrir ese amor aún más grandioso que nos permite vivirnos y que permite que descubramos la unión estrecha y total con esa persona que ya siempre estará con nosotros.
Rabia
...Entonces amasas
un montón de pisadas
y las plantas
en medio de ese amanecer
y el aire se rompe
en mil pedazos
porque sólo buscaba
una pequeña semilla
para hacerla flor.
Cuando de pronto, sin previo aviso nos encontramos sobre las ruinas, los escombros de lo que ha sido nuestra vida hasta ahora y nos vemos apartando las piedras para encontrar algún vestigio de la vida que allí ha quedado anulada… desaparecida para siempre, de repente, (de repente, porque por muy lento que sea el proceso, la muerte siempre sucede de repente: estaba y ya no está, no existen intermedios.) algo desde muy dentro de nuestro ser nos agarra los órganos vitales y los retuerce con tanta fuerza que incluso la respiración se nos hace laboriosa.
¿Qué hacemos entonces cuándo nuestra más preciada realidad, nuestra totalidad está enterrada entre las ruinas y sólo nuestro retorcimiento agonizante queda de pie (porque no parece haber descanso) buscando razón de ser?
Entonces ese grito mudo surge de lo más profundo y arremete contra la vida, porque ya no tenemos esa razón de ser.
¿Qué hago yo aquí? Nos preguntamos. No queremos estar, no queremos formar parte de los escombros. No queremos ordenar y reconstruir las ruinas porque sabemos que no vamos a encontrar el tesoro que quedó enterrado para siempre.
Y entonces desde esas entrañas dolidas… arremetemos contra todo, contra las ruinas, contra el estar vivo, contra el destino, contra Dios, contra incluso esa persona tan querida que ya no está… todo.
Y esa rabia es lo único que podemos hacer con ganas, es lo único que nos hace sentir vivos.
Tenemos nuestra cruzada particular, nuestro campo de batalla. Lo hemos perdido todo, a ver si ganamos este último combate.
No es una guerra clara porque nuestro único enemigo somos nosotros. Pero, cuando podemos expresar el retorcimiento que agarra todo nuestro ser, a través de la rabia liberadora y podemos hacerlo sin culpabilidades, poco a poco, van quedando espacios en nuestro interior que ya no arden tanto, resquicios apaciguados porque han podido dar ese grito de reclamación, que lentamente se transforma en lágrima purificadora… en descanso merecido.
El guerrero que somos, ha podido defenderse del horror de la aniquilación y ha reconquistado terrenos nuevos con árboles frondosos que invitan al descanso y que permiten vivir lejos de las ruinas, para empezar a construir del nada el cauce de un nuevo río.
Culpabilidad
...¿Qué haces entonces?
¿Intentas reconstruir
el aire?
¿Lamentas
no haber plantado
una semilla?
Perder a esa persona que significaba tanto y que sigue significando tanto, es la pena mayor que nos puede dar la vida. Y de hecho la mayoría lo vivimos así y al sentir esa pena como una condena perpetua, nos preguntamos: ¿Por qué me han castigado? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Por qué a los demás no les pasa algo igual? Y así seguimos cuestionando, comparando intentando encontrar la justicia de la situación.