- -
- 100%
- +
Cuando nuestra pérdida es tan grande que la sensación es como si fuera un castigo descomunal, buscaremos alguna actuación por parte nuestra para justificarlo. En ese momento entraremos en la necesidad de encontrar todo lo que habíamos hecho mal, para de alguna forma explicar la condena por la cual estamos pasando.
De esta manera entramos en la dinámica de “si no hubiese hecho...”, “Si hubiese dicho...” “Si hubiese hecho...” Todo lo que no hicimos o hicimos, lo que dijimos o no, incluso nuestros pensamientos serán revisados. Además, podemos llegar a pensar: si yo hubiese sido de otra manera aún estaría con nosotros. Esto es un verdadero calvario, porque no podemos cambiar o “mejorar” el pasado y nos torturamos con imposibilidades.
La pérdida de un ser querido es suficiente tortura. La ausencia real de esa persona es tan tremenda que no necesitamos más razones para pasarlo aún peor. El periodo de duelo es un periodo en el cual vamos a intentar sobrevivir esa ausencia física y para ello es imprescindible comprender lo que nos está pasando y no añadir más razones para pasarlo aún peor.
Tenemos otros recursos que iremos descubriendo y trabajando, pero ahora quiero hacer hincapié en lo nefasta que puede ser la culpabilidad y en lo innecesario y dañino que es.
TIEMPO Y REPARACIÓN
El duelo es una vivencia total y compleja. Sabemos que no podemos hacer comparaciones ya que es sumamente personal. No existe medida posible que calibre y valore el amor que teníamos y que seguimos teniendo cada vez más, ni tampoco podemos comparar una forma de doler con otra.
Esto lo reitero ya que, aunque lo sepamos, seguimos pensando que los demás tendrían que vivir su dolor de forma parecida a la nuestra, especialmente cuando se trata de dos o tres personas que compartían con nosotros a ese ser que se ha ido. Puede haber culpabilidades por parte de unos y recelos por parte de otros, por no estar sintiendo lo mismo ni expresando el dolor de la misma manera. Es normal, ya que tendemos a pensar y sentir que nuestra forma es la mejor y más adecuada. En realidad, lo es, pero, para nosotros mismos. No pretendamos pues, que los demás vivan su dolor como nosotros lo hacemos.
Dicho esto, que suele ser, sin darnos cuenta el punto de fricción entre los que se quedan con su gran sufrimiento, podemos ampliar un poco más nuestra visión y ver exactamente qué papel juegan la predisposición y el tiempo en nuestro duelo.
Existen muchos factores que nos van a ayudar hacia una reparación temprana y otros que van a retardar nuestra recuperación del sufrimiento.
En primer lugar está la propia persona con sus características, cualidades y puntos débiles. Y esto es inamovible. Las constantes que se desarrollan desde que somos niños, juegan uno de los papeles más básicos en estos momentos, que podrían definirse como, la experiencia más esencial y desgarradora que puede experimentar cualquier ser humano. De hecho es la sacudida mayor que no sólo cambia nuestras vidas sino que las desmonta.
Evolucionamos a través de los cambios. Nuestro crecimiento depende de ellos. Pero todo cambio que nos permite crecer, también está talando nuestra vida y esa tala va a doler hasta que vuelvan a crecer nuevas hojas. Para algunos este crecimiento puede ser rápido y para otros lento y el amor será el abono que necesitan esas hojas para brotar con fuerza. Es imposible generalizar y pronto nos damos cuenta que cada uno de nosotros tiene unas capacidades de recuperación muy distintas a los demás.
El segundo factor que influye en el tiempo de reparación es la relación que hubo entre la persona que se ha ido y los que se quedan. Y aunque pensemos que todos lo queríamos por igual, ninguna vivencia suele ser la misma. Ni entre esa persona y su padre o su madre, su pareja, su hermano o hermana o hijo, hija, amigo... Si ahora pensáramos en nuestras relaciones, no existe ninguna que se parezca a otra. Esta forma de vivirnos y vivir al otro y los lazos creados van a influenciar en nuestro dolor y la manera en que echamos de menos.
Otro factor importantísimo es el tiempo que esa persona pasaba con cada una de las personas que se quedan y puede tener la misma importancia que la calidad o profundidad a la que nos referíamos anteriormente. Después de los primeros momentos de shock y movida inusual, cuando volvemos a retomar nuestra vida de todos los días, cobra muchísima importancia la cantidad de momentos que pasábamos con esa persona. Ese tiempo que ya no podrá ser en el día a día, hará que echemos de menos sufriendo el vacío muy específicamente y el síndrome de abstinencia tendrá mayor campo de acción, por así decirlo.
Las asignaturas pendientes, todo lo que dejamos en el tintero sin hacer, sin decir, sin expresar y demostrar, suelen generar frustraciones muy marcadas y culpabilidades que machacarán en ese periodo tan abrumador en el que nos sentimos demasiado descolocados y faltos de energía para poder transformar lo que no pudo ser.
Pero por encima de muchos factores vamos a tener que enfrentarnos a nuestras propias muertes. ¿Cuánto de nosotros ha muerto o ha dejado de poder realizarse porque esa persona tan necesitada ya no está?
Aquí tenemos el quid de la cuestión ya que de alguna manera, según la importancia de cada área, vamos a tener que crearla. No se trata de una reconstrucción ya que falta el ingrediente central. Se trata de creación, que no es nada más que fabricar de nada.
Cuando contábamos con esa persona que ya no nos va a poder ayudar de una forma material y lo que necesitamos es esa ayuda puntual, la recuperación se hará mucho más difícil hasta que podamos solucionar ese vacío.
Aquí pueden entrar muchos factores que impiden una recuperación ya que se trata de nuestra vida y su desarrollo en el aquí y ahora. Muchas veces perdemos amigos, libertad económica, movilidad física y real, placeres que compartíamos, incluso familiares porque el nexo de unión ya no está. Muchas soledades podrían solucionarse si aplacáramos un poco nuestra exigencia y aceptáramos lo que se nos está ofreciendo.
Una vez, cuando salía de una reunión, estuvimos hablando de lo que creemos que los demás nos deben por nuestra condición y que nos va a causar dolor o rabia o malestar si no se cumple. El ejemplo fue muy puntual: Cuando la pareja falta, en fechas puntuales como puede ser un aniversario podemos creer que todos nuestros hijos tienen que estar con nosotros y si por razones suyas que no entendemos, no lo hacen, vamos a tener problemas. Allí hay un dolor añadido, IDA.
¿Cuántas veces dolores añadidos dificultan aún más nuestro proceso? ¿No tenemos suficiente con los nuestros? ¿Aún vamos a dejar que los demás manden en nuestro duelo? Pues lo estamos haciendo una y otra vez, si dejamos que sus acciones nos causen más dolor. Y si os ayuda identificarlo como tener que pagar IDA, y dejáis de hacerlo, mejor.
Y aquí podemos entrar en todo lo que hacen los demás que nos duele o todo lo que no hacen y sentimos que tendrían que hacer. Peor aún está lo que piensan y juzgan. Nuestro duelo es nuestro. Por algo empecé diciendo que era personal e intransferible y así como no podemos juzgar si las personas cercanas están haciendo su duelo bien o mal, de ninguna manera tenemos que dejar que los demás nos juzguen, ni tampoco vivir nuestro duelo como exigen algunos cánones sociales. No hay nada más ambiguo y vago que lo que nosotros interpretamos que tenemos que cumplir para satisfacer algún criterio.
¿Realmente tenemos que demostrar cuanto hemos querido y seguimos queriendo? Yo pienso que demostrarlo a los demás para que nos aprueben, no. Nuestro amor no depende de lo que los demás piensen de nosotros. Pero sí significar a nuestros seres queridos, ser inspirados por ellos, demostrarles que les queremos y que su paso por nuestras vidas ha servido de algo. Algunos lo demostraremos llorando y por mucho tiempo y otros lo demostraremos siguiendo con nuestras vidas de la forma mejor y más valiente posible.
No nos podemos forzar a ser otros. Aunque sí me gustaría resaltar que hasta ahora “llorar y doler” han sido signos de amor indiscutible pero también me gustaría que “seguir adelante con esperanza, trabajar, sonreír, apreciar a los que están a nuestro lado y disfrutar de su compañía” y muchas más cosas, también lo sean. Que también demuestren que esa inspiración y ese amor nos mueve a ser mejores personas, mejores compañeros, mejores padres, mejores hijos...
¿Cuántos factores entran en juego para determinar cuanto tiempo vamos a estar haciendo nuestro duelo? Muchos, muchísimos, pero no tienen nada que ver con el amor que existe entre nuestro ser querido y nosotros. Eso es algo grande que ni se tiene que demostrar ni forma parte del sufrimiento. Es por así decirlo el antídoto mayor, el bálsamo por excelencia, el medicamento milagroso.
REPONIENDO EL SOL EN INVIERNO
Cuando nuestra vida es sacudida por un terremoto que no deja nada en pie, la primera reacción ante la destrucción de todo lo que era, es el estado de shock. Somos incapaces de hacernos con una realidad tan destructiva y ésta realización nos invade dejándonos sin capacidad de reacción.
No hacemos nada porque estamos convencidos que no podemos y aunque no fuera así, tampoco querríamos. El peso de la pérdida nos paraliza. El vacío nos pierde. Nos encontramos en un no hacer, porque en realidad hemos dejado de ser. Nuestra principal fuente de energía ha desaparecido.
¿Cómo reponemos el sol? ¿Cómo rebrotamos el vacío? Hazañas aparentemente imposibles, pero precisamente las que tenemos que lograr.
Cada duelo es muy personal, pero en un momento puntual, todos vamos a encontrar o nos hemos encontrado con ese sol eclipsado, sin posibilidad de brillar nunca más.
¿Cómo deshacemos la incapacidad? No puedo... No quiero... ¿Qué alcance tendrá en nuestra vida el momento presente? ¿Hasta cuándo se desplegará implacablemente en la ausencia del sol que era el centro de nuestro universo?
Nada nos mueve porque no queremos que nada nos conmueva aún más. No podríamos resistirlo, más dolor no – es lo único que sabemos. Y así entramos en una burbuja protectora que muchas veces se puede llamar apatía. Pero, en su interior, somos intocables... no sentimos... y no sufrimos tanto...
No podemos tener lo que hemos perdido, entonces no queremos tener nada de lo que se nos da. Nos aislamos de la vida por si acaso. No queremos sufrir más, pero llega un momento en que la vacuna puede ser peor que la enfermedad.
¿Qué puedo deciros de las defensas que necesitamos y el peso de la apatía, que no sabéis? Explicaros esto, sería redundar, llover sobre terreno inundado. Sois expertos en defenderos para no sentir aún más dolor y no necesitáis que nadie os explique lo que es. Es el recurso del que tiene miedo de arriesgarse, porque tiene miedo de su vulnerabilidad.
Pero precisamente nosotros sí sabemos, aunque inconscientemente, que arriesgarnos ya no va a hacernos más daño de lo que ya hemos experimentado. Hemos perdido lo que más nos importaba y sabemos lo que es doler, pero también sabemos que no podemos escondernos detrás de la pérdida. El testigo que esperábamos pasar o llevar conjuntamente nos ha sido devuelto y esa gran responsabilidad no se nos puede escapar.
Nos preguntamos con razón ¿Para qué seguimos vivos? Pero también, tendríamos que saber que ahora podemos vivir de verdad, ahora que el miedo a lo peor ya no es un desconocido amenazándonos más allá de lo imaginable.
Esta es la gran verdad: Hemos conocido el gran apagón y nos hemos quedado sin el sol y ahora tenemos que transformar esa realidad.
Tendremos que reponer el sol en nuestro interior donde estamos necesitándolo para poder seguir y deshacernos de esa apatía que desenergetiza. ¿Cómo crear ese sol que podrá una vez más vitalizarnos?
En algún momento del duelo, incluso a veces muy al principio, empezamos a intuir que esa luz, jamás nos ha dejado, que su ausencia física no tiene nada que ver con toda la vitalidad que su presencia en nuestra vida ha despertado y ha puesto en marcha, y aunque materialmente falte esa energía, muy dentro nuestro se hallan los millones de semillas que su paso por nuestra vida ha sembrado.
Lo que sí ha cambiado es el hecho de que ya no vamos a poder vivir nuestra movida interna como lo hacíamos antes, cuando nos vivíamos de una forma bastante intrascendente. Exigíamos poco y dejábamos que las cosas nos llegaran, pero sin penetrarnos profundamente. El dolor de la pérdida ha abierto niveles internos que no habíamos alcanzado aún. La trascendencia de la muerte nos ha arrancado de lo mundano y nos está retando para que nos vivamos, con todo lo que eso conlleva.
Sentimos más de lo que habíamos podido, las cosas nos llegan y tocan como nunca habíamos imaginado. Ya no sobre reaccionamos, ni tenemos los picos de antes. Ahora, cuando una cosa nos llega, nos llega de verdad, hasta el tuétano, como se dice a veces. Y no sólo me refiero al dolor sino a sentimientos de amor, sensibilidad hacia la belleza, apreciación de lo verdadero, los gestos de cariño, las miradas consoladoras... y podría seguir interminablemente.
Esto no es apatía. Lo que podría confundirse con apatía es la falta de ganas de hacer según qué cosas. ¿Podría la apatía no ser nada más que un ojo avizor que nos previene de todo lo que ya no va con nosotros, para permitirnos entrar en la dinámica de lo que realmente somos y queremos ser y hacer?
Tenemos la capacidad para reconocer todo aquello que va a nutrirnos hacia una vida que merece ser vivida. Para salir de la inmovilidad del invierno, vamos a tener que formar, poco a poco con cariño y tiento, esa vida que puede significar dar entrada a nuevas cosas que empiezan a conmovernos, no desde el dolor sino desde la posibilidad de recrear una vez más el sol en nuestras vidas.
Hagámoslo entonces, escuchándonos de verdad y respetando nuestras nuevas necesidades. Nuestro universo se forma de todo lo que queremos y permitimos que lo componga y podemos excluir formas de hacer que ya no van con nosotros. Nuestra consciencia crecida nos está pidiendo una nueva acción que refleje nuestras capacidades crecidas.
Entonces tendremos que escuchar a la apatía y excluir todo aquello que ya no nos mueve y conmueve y basar nuestro universo en gestos, sentimientos y maneras de pensar que sean dignas expresiones de nuestros nuevos valores.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.