Johannes Kepler

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Sin embargo, el interés del joven estudiante no se limitó a las elucubraciones filosóficas. Su intelecto se dejó llevar por las cuestiones más diversas que encontró. Así, por ejemplo, comenta la impresión que le causaron las Exercitationes exotericae de Julio César Escalígero, un volumen que entonces pasaba de mano en mano entre la juventud estudiantil y se leía con entusiasmo. Según cuenta, aquella obra le inspiró todos los razonamientos posibles sobre todas las preguntas imaginables acerca del cielo, las almas, los espíritus, los elementos, la naturaleza del fuego, el origen de los manantiales, la pleamar y bajamar, la forma del globo terráqueo y los mares circundantes, etc. [35] Quien conoce las obras de Kepler encuentra por doquier pensamientos que se remontan a estas ocupaciones juveniles tempranas. En la misma línea se encuentran sus estudios de la Meteorologica de Aristóteles, sobre cuyo cuarto libro mantuvo disputas dialécticas [36]. Una materia muy apartada de lo anterior y a la que luego dedicó mucho tiempo y esfuerzo fue la cronología. Accedió a ella a través del análisis del calendario romano, de las semanas del año según el profeta Daniel y de la historia del imperio asirio. El profesor de griego sentía un afecto especial hacia el ferviente estudiante. Era Martin Crusius, el popular helenista [37], tan buen conocedor del griego que era capaz de trascribir los sermones de la iglesia del Stift a esa lengua. Más tarde todavía intercambió correspondencia con Kepler e intentó que colaborara con él en su análisis de Homero [38] pidiéndole que explicara las alusiones astronómicas y astrológicas de dicho autor. Su petición resultó infructuosa. En una observación curiosa, Kepler compara su propia labor intelectual con la de Crusius. Ambos tenían en común la minuciosidad. Pero, si bien Crusius lo superaba en constancia, no ocurría así en cuanto a capacidad de discernimiento. Crusius trabajaba recopilando, él diseccionando; aquel era una azada, él una cuña [39]. Sus intentos poéticos confirman aún más la agilidad intelectual del aplicado estudiante, y no fue poca la satisfacción que le produjo poder entregar a sus amigos copias impresas de algunos versos improvisados bastante buenos.
Pero todas estas ocupaciones y esfuerzos no anuncian aún la llamada que iba a sentir el aspirante a teólogo Johannes Kepler, la cual le brindó los mejores resultados en el campo de la astronomía. Él mismo desconoció esta llamada durante toda su etapa universitaria. Pero la vocación y el talento fueron perfilando la trayectoria que iba a seguir y, aun desconociendo la tarea que tenía asignada, Kepler asentó en la universidad las primeras bases para esa gran maestría que tan lejos lo condujo, por encima incluso de su propio tiempo. Un profesor veterano supo despertar sus facultades latentes, orientar sus primeros pasos y sembrar en la tierra preparada las simientes que, llegado el momento, brotarían y se desarrollarían con todo esplendor. Fue el maestro Michael Mästlin, profesor de matemáticas y astronomía [40]. Unos veinte años mayor que su gran alumno y nacido en Göppingen, había sido diácono en la ciudad suaba de Backnang y profesor de matemáticas en Heidelberg durante un par de años antes de obtener la cátedra en la universidad de su tierra natal en 1583. Su antecesor había sido el conocido astrónomo Philipp Appian, el cual fue destituido de su cargo por negarse a firmar la Fórmula de Concordia y aún residía en Tubinga cuando Kepler comenzó allí sus estudios. Mästlin era uno de los astrónomos más capaces de aquel tiempo y gozaba de gran reputación en el ámbito científico. Según la costumbre de entonces, los Elementos de Euclides servían de base a sus clases de geometría, a lo que seguramente se unía alguna mirada a Arquímedes y Apolonio. Además, introducía a sus oyentes en los principios de la trigonometría. Para el curso de astronomía publicó él mismo un manual, Epitome Astronomiae, que apareció por vez primera en 1582 y experimentó varias reediciones en las décadas siguientes. Mästlin reparó pronto en que algo especial se ocultaba detrás de su alumno, el cual mostraba gran predilección por las matemáticas y acreditaba sus facultades inventando a menudo proposiciones y enunciados que solo más tarde descubría formulados por autores anteriores [41]. A través de Mästlin, Kepler conoció también a Copérnico, el hombre del que luego sería profeta. Sin duda, en sus disertaciones públicas y en todas las ediciones del Epitome, el profesor de astronomía se ciñó por completo al sistema defendido en el Almagesto tolemaico porque la teoría copernicana estaba de todo punto vedada entre sus compañeros teólogos por su supuesta oposición a las Santas Escrituras. No quiso poner en juego su puesto seguro de docente, y era imposible sacar los pies del plato sin poner en riesgo la paz y el orden de un centro unido por numerosos vínculos familiares y matrimoniales en el que la facultad de teología llevaba la batuta. De ahí que solo con cauta discreción y en círculos de confianza expusiera las conclusiones de Copérnico sobre la estructura del mundo [42]. Y claro, en la mente joven y ardiente del alumno prendió la mecha. Como esas cautelas e inhibiciones eran ajenas a la naturaleza despreocupada de su edad, Kepler se adentró en discusiones públicas y temerarias en favor de la nueva teoría astronómica. Unos años después, Kepler narra el estímulo tan importante que supuso para su obra y las consecuencias del mismo: «Ya en la época en que, con atención, seguí las clases del muy ilustre maestro Michael Mästlin en Tubinga, caí en lo desacertada que es, desde muchos puntos de vista, la concepción hasta ahora válida de la estructura del mundo. A partir de ahí quedé tan cautivado por Copérnico, a quien mi maestro aludía a menudo en sus enseñanzas, que no solo defendí repetidas veces sus opiniones en las discusiones con otros aspirantes, sino que además elaboré una concienzuda disputa dialéctica sobre la tesis de que el primer movimiento (el giro del cielo de las estrellas fijas) resulta de la rotación de la Tierra. Ya entonces me propuse atribuir también a la Tierra los movimientos del Sol basándome en argumentos físicos o, si se prefiere, metafísicos, tal como hizo Copérnico a partir de argumentos matemáticos. Con ese objetivo fui recopilando poco a poco, en parte de las exposiciones de Mästlin, en parte de mí mismo, todas las ventajas matemáticas que ofrece Copérnico frente a Tolomeo» [43]. El joven impetuoso no podía vislumbrar por qué senda lo conduciría aquel primer intento a ciegas y qué terribles dificultades tendría que vencer hasta alcanzar su objetivo. En cualquier caso, Kepler no tuvo ocasión entonces de leer la obra original de Copérnico. En sus primeros estudios ni siquiera le era conocida la obra Narratio prima [44], el primer informe de Joachim Rheticus, donde este había participado al mundo la nueva teoría del canónigo de Frauenburg, un par de años antes de la aparición de las Revolutiones.7 8
Cuando Kepler salió de la universidad, inició un intenso intercambio epistolar con Mästlin que perduró a lo largo de muchos años. Ya veremos cómo el mayor fue un fiel colaborador y consejero del joven y cómo facilitó y favoreció su acceso al mundo científico. Pero este se moderó con el tiempo, y Kepler tuvo que emplear todo el arte de la persuasión para lograr que respondiera a sus cartas. Kepler guardó respeto y lealtad al antiguo maestro durante toda la vida, incluso cuando lo hubo sobrepasado con creces y alcanzó gran renombre. El agradecimiento, afecto y admiración hacia el maestro que Kepler siempre manifestó abiertamente contrasta con el carácter huraño en que se fue encerrando cada vez más el avejentado Mästlin hasta que, sobreviviendo a su afamado alumno, falleció a la edad de un patriarca.
La redacción de una disputa dialéctica sobre los fenómenos celestes y su aspecto desde la Luna corrobora también que Kepler, siendo aún estudiante, se dedicó gustoso y en profundidad a temas astronómicos [46]. El escrito contiene el embrión del libro que nosotros llegaríamos a conocer como la última obra que publicó.9 Christoph Besold, amigo suyo dos años menor y que se convirtió en prestigioso profesor de derecho en la Universidad de Tubinga, extrajo de aquel texto una serie de tesis que deseaba defender en una disputa presidida por Vitus Müller [47].
Aparte de la astronomía, Kepler también se dedicó al campo de la astrología. Esto no solo encajaba con la tendencia de la época, sino que además se correspondía por completo con su manera de pensar. Sus compañeros lo consideraban un maestro levantando horóscopos. La interpretación más profunda y pura que atribuyó (y luego desarrolló) a esta materia (la conoceremos con más detalle algo más adelante) había sido enunciada ya por Melanchthon en términos generales en el prólogo a las ediciones tardías de Theoricae planetarum de Georg Peuerbach. Es indudable que Kepler conocía aquella obra tan difundida.
En cambio, Kepler no acudió a Tubinga para ser filósofo, ni matemático, ni astrónomo. Todos los contenidos de la facultad de artes debían servir tan solo como preparación para los estudios de teología, que lo conducirían al ansiado ministerio eclesiástico. ¿Qué comenta él al respecto? ¿Cómo se orientó el hombre de Iglesia en ciernes, cuya sensibilidad y escrúpulo religiosos ya conocemos, cuando accedió al ambiente de los hombres poderosos que interpretaban las Escrituras siguiendo normas inquebrantables, o cuando se sentó a los pies de teólogos polémicos que rechazaban cada disposición calvinista con la misma ira que todo lo proveniente de la Iglesia romana? Kepler no menciona nada en absoluto sobre Jakob Heerbrand, sucesor en la cancillería de Jakob Andreä, el viejo y enérgico luchador que había llegado a conocer en persona a Lutero y Melanchthon y que actuó como pilar fundamental para sostener el edificio de los primeros reformadores. Tampoco sabemos nada de Georg Sigwart, quien arremetió contra los calvinistas con afilada pluma. En cambio, mantuvo una relación estrecha con Stephan Gerlach, el hombre que en cierta ocasión quiso ganarse a los dirigentes de la Iglesia griega en Constantinopla para favorecer su unión con la luterana. En sus clases, Kepler echó en falta trasparencia [48]. A su lado tampoco halló respuesta a los viejos pensamientos teológicos que lo angustiaban relacionados con las enseñanzas de la predestinación, la eucaristía y la ubicuidad del cuerpo de Cristo. El peso de sus objeciones a las doctrinas recién mencionadas fue en aumento y, según cuenta, lo angustió hasta el punto de tener que dejar a un lado todo el conjunto de sus dudas y borrarlo por completo de su corazón cuando asistía a la santa misa. Los comentarios bíblicos del profesor Aegidius Hunnius, de Wittenberg, que Kepler valoraba por su claridad [49], lo ayudaron a superar muchas dificultades, sobre todo cuando se desmoronó ante el texto de Lutero De servo arbitrio, «sobre la voluntad servil». El reformador desarrollaba y enseñaba en él su conocido determinismo en aguda oposición a Erasmo de Rotterdam, y afirmaba que el hombre es malo por naturaleza, que Dios es quien provoca todo en nosotros, lo bueno y lo malo, y que las personas están a merced del Dios creador por mera necesidad pasiva. Por otro lado, la influencia de la lectura de los textos de Hunnius, así nos lo participa Kepler, lo «devolvió a un estado de buena salud» [50]. Pero Hunnius, que pertenecía al sector más duro del luteranismo, tampoco logró disipar sus dudas fundamentales. La disputa teológica de la que fue testigo llegó a provocarle tal repulsa que, según cuenta, poco a poco fue creciendo en su interior un odio hacia la totalidad del conflicto. Él mismo explicó algo después la postura de fe que adoptó hacia el final de su época de estudiante diciendo: «Con el tiempo fui entendiendo que los jesuitas y los calvinistas estaban de acuerdo en cuanto a los dogmas sobre la figura de Cristo y que ambas tendencias se referían del mismo modo a los Padres de la Iglesia, a sus sucesores y a sus exégetas escolásticos, y al menos a mí me parecía que esa coincidencia se correspondía con los albores del cristianismo, mientras que aquellas desavenencias nuestras eran algo nuevo que surgió por causa de la doctrina de la eucaristía, y no desde un principio, en oposición a los romanistas. Por tanto, me pesaba en la conciencia unirme a la opinión generalizada contra los calvinistas y hacer lo propio en cuanto a la enseñanza de la eucaristía. Porque, me dije, si no se les hace justicia en lo referente al dogma básico de la figura de Cristo, seguro que tampoco se les hará justicia en lo que atañe al dogma básico de la sagrada eucaristía» [51].
El profesor más joven de teología, Matthias Hafenreffer, salió al paso del joven luchador en esa disciplina, como fiel consejero y amigo cordial. Solo era diez años mayor que Kepler. Al contrario que sus colegas, era de naturaleza apacible y conciliadora, y con ella conquistó a muchos de sus oyentes. El joven Kepler ocupaba un lugar muy especial dentro de su corazón por su carácter sincero y su talento destacado, y al mismo tiempo Kepler respondía al cariño de su maestro con un aprecio verdadero. La estima mutua perduró mucho más allá de la etapa universitaria, hasta la muerte de Hafenreffer. Sin embargo, la confianza entre ambos no fue tanta como para que Kepler pudiera confesar a aquel amigo mayor que él su angustia secreta y sus dudas de fe. A pesar de su actitud irénica, Hafenreffer asumía la convicción predominante en la facultad, así que Kepler podía imaginarse de antemano la respuesta que recibiría. De este modo, como veremos, Hafenreffer defendió más tarde la postura de la facultad durante el conflicto que mantuvo Kepler con las autoridades eclesiásticas y, como interlocutor de su antiguo alumno, se vio obligado a comunicarle, con doble sentimiento de dolor, el veredicto que habían pronunciado las autoridades eclesiásticas de Württemberg. También fue Hafenreffer quien disuadió a Kepler de la idea de defender en público la compatibilidad de la concepción copernicana con las Santas Escrituras [52], aunque él mismo, según Kepler sospechaba, apoyaba en secreto aquella teoría [53].
LA LLAMADA DESDE GRAZ
Los estudios teológicos de Kepler debían concluir durante el año 1594, pero antes de que así fuera, en los primeros meses de aquel mismo año, se produjo un cambio decisivo en su vida. La muerte retiró de su puesto al profesor de matemáticas, Georg Stadius, de la escuela evangélica de Graz. De modo que las autoridades estirias solicitaron [54] al claustro de la Universidad de Tubinga un sucesor. Podría extrañar que las autoridades de Graz recurrieran precisamente a la lejana Tubinga. El motivo radicaba en el peso que tenía la universidad de aquella ciudad como uno de los principales centros de la vida y la doctrina reformadora. Eran ya muchos los sacerdotes y profesores que se habían trasladado de Tubinga a tierras austriacas para predicar y difundir allí la nueva doctrina. De hecho, el propio Wilhelm Zimmermann, que a la sazón ejercía como superintendente en Graz y era uno de los inspectores de la escuela, procedía del Stift de Tubinga. La elección del claustro recayó sobre el aspirante Kepler. Este quedó muy sorprendido cuando lo llamaron [55]. ¿Debía aceptar? Diversos tipos de consideraciones lo animaron a meditarlo; no podía asentir tan pronto. Ya se había imaginado a sí mismo vestido de religioso sobre el púlpito y, tras los méritos académicos que había alcanzado hasta entonces, podía contar con una carrera sacerdotal brillante. Según él, los estudios de teología le habían resultado tan gratos y valiosos hasta entonces por la gracia de Dios, que jamás había concebido abandonarlos por mucho que pudiera ocurrirle, siempre que Dios siguiera concediéndole una mente sana y su libertad [56]. En cambio, ahora, tan cerca del final, ¿debía interrumpir sus estudios y aceptar un puesto de profesor en una escuela, algo que en su época se consideraba inferior a un ministerio eclesiástico (según comenta él mismo)? En el llamamiento se entrevé sin duda un reconocimiento a su rendimiento en matemáticas hasta aquel entonces. Pero él no se sentía lo bastante instruido para asumir tal puesto, si bien reconocía que tenía talento para esa disciplina. Había comprendido sin dificultad las materias sobre geometría y astronomía que estipulaba el reglamento escolar. Pero se trataba tan solo de estudios obligatorios, nada de lo que habría aprendido con una formación específica en astronomía. Por otra parte, aquello lo enfrentó a su disciplina moral, difícil de eludir para él. Con frecuencia había visto que los compañeros de estudios reclamados desde el extranjero, es decir desde más allá de los límites de Württemberg, empleaban todo tipo de evasivas para no tener que marcharse por apego a la patria. No obstante, hacía tiempo que, «duro como yo era» [57], había resuelto acudir con la mejor disposición a donde fuera menester en caso de que lo llamaran. Para decidirse pidió consejo a sus allegados, a los abuelos y a su madre. Estos, cómo no, habrían preferido ver pronto al nieto sobre el púlpito brillando con el fulgor que lo bañaría allí arriba. Sin embargo, prefirieron dejar la decisión en manos de la facultad de teología, la cual había mostrado hasta entonces muy buena voluntad hacia su retoño. ¿No tendría oportunidad en Graz de adquirir práctica en los oficios religiosos a través del pastor Zimmermann mientras desempeñara su labor docente? Y, ¿no podría continuar formándose con unos estudios teológicos privados que le permitieran incorporarse al clero al cabo de algún tiempo? Esta alternativa parecía la más recomendable porque, por su edad y por su aspecto, aún no encajaba del todo en el púlpito. De modo que aceptó, reservándose explícitamente el derecho a volver e ingresar en el oficio eclesiástico. ¡Qué determinante iba a resultar aquel sí, no solo para el futuro de su vida privada, sino para el de toda la historia de la astronomía! Más tarde, cuando el descubrimiento de sus leyes planetarias le reveló su capacidad, Kepler reconoció retrospectivamente la voz de Dios en aquella llamada. Era Dios el que guiaba en secreto a los hombres hacia las distintas artes y ciencias a través de disposiciones externas, y con ello les comunicaba la verdad de que, como parte de su obra creadora, estos asuntos también dependen de la providencia divina.
Se ha escrito hasta la saciedad que fueron los propios profesores de Kepler en Tubinga los que lo empujaron a Graz porque con tanta discrepancia teológica se había ganado sus recelos. Esta afirmación es falsa. Quienes lo sostienen se basan en que el mismo Kepler dijo en cierta ocasión que había sido alejado (extrusus) de Tubinga [58]. Pero con eso solo quería decir que fue necesaria cierta presión por parte de sus profesores para animarlo a aceptar un puesto que él no consideraba del todo conveniente. Sobre los motivos que guiaron a los teólogos de Tubinga no se menciona nada. A quienes fuerzan esa expresión (extrusus), se les podría responder que, en dos ocasiones muy alejadas en el tiempo, Kepler sostiene que fue una casualidad afortunada (commode accidit) [59] que lo llamaran a Graz. Como es natural, tampoco en esta declaración se comenta nada sobre las razones que movieron a los teólogos. Kepler solo señala que el cambio de situación le pareció una bondad, una suerte para su desarrollo intelectual ulterior. En cambio, esa interpretación queda desmentida en favor de Kepler a través de su aclaración expresa de que, dada su corta edad, se había guardado para sí sus ideas teológicas divergentes y no las había compartido con los siervos de la Iglesia. Es posible que los profesores de Tubinga sacudieran la cabeza al oír al diligente joven defender con tanto entusiasmo a Copérnico. Sí, seguramente también les llegaron rumores de sus dudas. Pero habría que considerar muy malos pedagogos a los profesores de Tubinga si se les atribuyera tan corto entendimiento ante los arrebatos de un temperamento joven, como para dejar marchar tan pronto a un aspirante tan destacado por su carácter y su rendimiento, por el simple hecho de que en el ardor de la juventud expresara opiniones que ellos consideraban peligrosas. No hay que dejarse llevar por el entusiasmo ante posturas imposibles de verificar de forma objetiva. No, Kepler fue enviado a Graz porque en vista de sus conocimientos matemáticos y astronómicos era con diferencia el candidato más idóneo, cuando no el único a tener en cuenta para aquel puesto, y la Universidad de Tubinga confiaba en ganarse laureles gracias a su persona. Kepler abandonó Tubinga en completa paz. La relación de confianza entre él y sus profesores se mantuvo intacta durante los años siguientes, y el conflicto no surgió hasta que varios años más tarde llamó la atención con sus ideas teológicas. Sin duda es cierto que, con su franqueza y honradez, Kepler no habría tardado en verse envuelto en grandes dificultades si hubiera llegado a concluir su carrera teológica y hubiera ingresado en el oficio eclesiástico.
Después de que el duque concediera su aprobación para la marcha de Kepler [60], recibiéndolo incluso en persona, el nuevo profesor de matemáticas se despidió de su querida escuela superior el 13 de marzo de 1594 y emprendió el largo camino hasta Graz. Como su pecunia en metálico era escasa, recibió prestados cincuenta florines del superintendente del Stift, el profesor Gerlach [61]. ¿Acaso imaginaba que jamás llegaría a ejercer en su patria y que solo volvería a verla cuando fuera de visita?
1 Huelga entrar en la controversia de si Kepler nació en Weil der Stadt o, como también se ha afirmado, en la cercana localidad de Magstadt o en la vecina Leonberg. El propio Kepler afirma con tanta claridad y seguridad que su lugar de nacimiento fue Weil der Stadt, y los argumentos que fundamentan las otras localidades son tan fáciles de desmentir, que no caben dudas al respecto.
2 Es absurdo plantearse si la forma correcta de escribir el apellido es «Kepler» o «Keppler». Ambos modos son igualmente válidos. En aquella época no se reparaba en tal distinción a la hora de escribir los nombres y nuestro astrónomo mismo no es coherente al respecto. Bien trascribe su apellido como «Kepler», bien como «Keppler» o incluso como «Khepler» y «Kheppler». En la variante latinizada que solía emplear, siempre escribía «Keplerus». Es absolutamente falsa la afirmación que se ha hecho de que utilizara la forma «Kepler» para sus escritos en latín y en cambio siempre optara por «Keppler» para los textos en alemán. Existen muchos documentos alemanes firmados con «Kepler». Otros trascribían su nombre incluso como «Köpler».
3 La información sobre los antepasados de Kepler que no está testimoniada por él mismo, se basa en un documento manuscrito que legó su nieto Johann Jakob Bartsch, titulado «Genealogia Keppleriana», y que agotó en su momento Michael Gottlieb Hansch para su biografía. Aunque Bartsch vino al mundo cuando su abuelo ya había cerrado los ojos para siempre, podemos dar crédito a los datos allí referidos, si bien hay dudas que no se pueden esclarecer por completo. Seguro que el contenido del escrito se basa indirectamente en Kepler, quien demostró ser un fiel custodio de la historia familiar. Indagaciones posteriores no han podido añadir nada nuevo. La credibilidad de la información, que contiene más detalles sobre los méritos castrenses de los antepasados, no disminuye porque Kepler en el lugar arriba mencionado cometiera el error de llamar Heinrich en lugar de Friedrich al antepasado que fue armado caballero.
4 Príncipe-obispo: a partir de la Edad Media, algunos obispos de los territorios situados al oeste de la Selva de Bohemia y del Elba fueron, además, príncipes electores del imperio. (N. de la T.)
5 Literalmente pluma de gallo. (N. de la T.)
6 Mariamna, en hebreo Miriam, fue la segunda esposa de Herodes el Grande. (N. de la T.)
7 El ejemplar de las Revolutiones que más tarde perteneció a Kepler y en el que, en 1598, anotó unos versos suyos sobre el nuevo descubrimiento, pertenece hoy a la biblioteca de la Universidad de Leipzig [45].
8 Max Caspar se refiere a la obra de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium como Revolutiones, aunque es más frecuente que aparezca mencionada en la literatura como De Revolutionibus o, simplemente, Revolutionibus. (N. de la T.)
9 Se alude aquí al relato Somnium donde Kepler concibe un viaje a la Luna. (N. de la T.)
Matemático territorial y profesor en Graz