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Un capítulo de La ética del psicoanálisis de Lacan, se llama justamente “creación ex-nihilo”, es decir, creación a partir de la nada. Ya veremos cómo sigue la evolución de esta cuestión de la ficción.
La deconstrucción del Otro implica precisar si hay Otro o no hay Otro, es decir, si hay un Otro falso y un Otro verdadero al que apuntaría el psicoanálisis. La respuesta final es que el Otro es una invención del neurótico que avanza hasta terminar siendo por lo tanto un semblante. Hay un semblante que el neurótico inventa. Cuando comienza un análisis, la trasferencia completa al neurótico con el Sujeto supuesto Saber.
En el Seminario El acto analítico Lacan precisa dos lugares para que el acto analítico se constituya: el del Otro y el del sujeto. Las personas tienen que ocupar esos lugares para cumplir esa función, o sea, nadie nace ni hombre ni mujer, etc., sino que hay que ocupar el lugar, y en esa medida las personas se constituyen como tales, mediante el acto. El acto analítico tiene que considerarse entonces según esa estructura de dos lugares: al lugar del Otro va el analista y al lugar sujeto va el paciente. Ocupar ese lugar exige condiciones y estas condiciones se distinguen de la relación imaginaria considerada como un vínculo entre personas.
El Otro es un lugar simbólico donde se aloja la cultura, el lenguaje, el Edipo freudiano. Del lado del sujeto se ubica en cambio el rasgo del que no habla sino que es hablado por lo que dice. Ese es entonces el sujeto de la asociación libre, un sujeto que nunca puede hablar, nunca puede caminar, sino que es un sujeto constituido como ser hablante a través de sus dichos. El analista en tanto tal distingue metódicamente cuando habla la persona y cuando en cambio es el sujeto el que se hace presente. Cuando habla el sujeto es cuando la persona que está hablando se ve interferida. El signo de que hay sujeto en marcha es que la persona que habla se ve obstaculizada a seguir hablando. Y cuando la persona aplasta al efecto sujeto es el analista el que tiene que obstaculizar que la persona vele al sujeto. ¿Cómo se aplasta un sujeto, cómo hace la persona para impedir que se manifieste el sujeto? Desconociendo lo que está diciendo, desconociendo el valor literal de las palabras que emplea, pretextando que emplea metáforas y las emplea en un sentido figurado. En el discurso hay un eje al que se llama voluntad de decir, en el que ubicamos todo lo que digo, lo que no quise decir, pero dije.
Cada vez que el analizante ajusta lo que dice, acomoda lo que no le encaja en su propia razón –lo que cree que fue una exageración en su decir– encontramos un indicio del sujeto. Todo lo que no encaja en la voluntad de decir es lo que dice el inconsciente. Sujeto es un término que usamos para señalar esa zona en la que la persona no quiso hablar pero habló, lo que aparece por ejemplo en sus metáforas y especialmente en el sentido literal de esas metáforas. Escuchado de esta forma, decir “estoy muerto de cansancio” no conduce a la cama, sino al cementerio. Nosotros vivimos de formas de decir. El que lo dijo se jodió. Se enfrenta a su noche.
Sujeto es sujeto hablado. De la mano del sujeto va el deseo, y ambos, sujeto y deseo, están –en términos freudianos– reprimidos originariamente. Nadie puede decir “yo como sujeto tal cosa”. Y tampoco puede decir –porque está en la misma línea, porque el sujeto está debajo siempre de lo que digo, es lo que me hizo hablar sin que yo lo quiera– su deseo de manera directa. El deseo está en la misma articulación. El deseo nunca puede ser formulado como ganas, el deseo se lee por los actos posteriores. Igual que el acto, se consuma como tal a posteriori, por sus efectos. El deseo no se anuncia, se realiza.
Y tenemos un lugar llamado Otro, dónde se aloja el analista. La transferencia, y el Sujeto supuesto Saber que la encarna en el plano simbólico, identifican al analista con ese lugar. La operación de deconstrucción deberá luego desarticular esa identificación. Ese Otro que funciona como partenaire del sujeto en el primer paso de la operación analítica, deberá dejar su lugar al partenaire esencial del sujeto que es el objeto a. En el lugar del Otro, el objeto a. Las vicisitudes del objeto serán el próximo camino a recorrer, el eje objeto.
La deconstrucción del Otro se realiza por la interpretación. La interpretación siempre deberá decir no soy el Otro. Esto por supuesto no se declara, se transmite en el acto interpretativo mismo.
En el Seminario O peor…, esto quedará formulado como “hay el Uno”, y para que esto sea nítido debemos agregar entonces: “no hay Otro”. Una fórmula que empleó un cartel para comunicar al pasante que no lo nominaba fue “no se esfumó todavía la voz del Otro”. Sin embargo se reconoce que había “cierta localización de letras de esa voz”. Esto nos orienta mostrando que puede haber puntos intermedios en los que no se alcanza aun la finalización del análisis, pero en donde pueden situarse momentos de aproximación a ese final.
La interpretación tiene dos caras: una frente al analizante, en la que se apunta a su división, otra en la que el analista dice “no soy el Otro”. Decir que un análisis está orientado desde el principio hacia el final puede parecer una propuesta abstracta, pero esa formulación puede ayudar por ejemplo a precisar el trabajo de la interpretación sobre el Otro, en donde tenemos cuatro tiempos.
Un primer tiempo, en el año ‘53, en “Variantes de la cura tipo”; un segundo tiempo en “La presencia del analista”, el Seminario 11; un tercer tiempo en “Del trieb de Freud al deseo del analista”; y un cuarto tiempo en “El atolondradicho”, en donde Lacan desarrolla la interpretación por el equívoco.
La frase fundamental del texto “Variantes de la cura tipo” es: “portar la palabra”. (3)
Allí leemos: “Ahora bien, el analista se distingue en que hace de una función que es común a todos los hombres un uso que no está al alcance de todo el mundo cuando porta la palabra”.
El analista actúa como tal cuando porta la palabra. ¿Qué es portar la palabra? Lo primero que menciona el texto para desarrollar la idea es el furor curandis. Si el furor curandis predomina, no hay posibilidad de plantear el fin del análisis más allá de los efectos terapéuticos.
Esa demanda de curación nos desafía todo el tiempo. La gente tiene todo el derecho de esperar la curación, pero nosotros tenemos que hacer la operación de mediatizar eso, operación que Miller desarrolla bajo la forma de esfuerzo de poesía. Le dice esfuerzo, porque la demanda del paciente es de curación inmediata sin dar vueltas, y proponerle a este un más allá de esa demanda es convocarlo a un esfuerzo.
Relativizar el furor curandis ubica a los efectos de curación como algo que se da por añadidura. Ese es el camino trazado por Freud cuando introduce la asociación libre. La asociación es libre, en primer lugar, del síntoma.
“Cuídense de comprender” es la frase que Lacan utiliza y desarrolla para extraer al análisis de la demanda terapéutica. Comprender quiere decir aquí tratar de captar lo que el sujeto quiere decir, darle un sentido a lo que dice.
Esta operación nos desplaza de lo que históricamente se llamó la psicología de la motivación, que se encarnó en un sujeto llamado Pierón. La psicología de la motivación es eso que aparece muchas veces entre nosotros en los diálogos familiares o de entrecasa cuando decimos cosas como: “…vos me estás diciendo eso porque me querés agredir”. Hay una palabra clave para entender, lo que es la psicología de la motivación: manipulación. Decir “me manipula” es leer una intención debajo de lo que se dice, algo más cercano a la paranoia que al psicoanálisis. Psicología de la motivación es hacer la interpretación de una intencionalidad debajo de lo que se dice.
“Clarín miente” es, por ejemplo, una formulación de este tipo. Desde nuestra perspectiva lo que hay que decir es que Clarín miente, sí, pero porque todos mentimos. Todo relato miente siempre respecto del referente, es siempre una interpretación. Del otro lado se dijo “es el relato”, ¿qué quiere decir es el relato? Que no es verdad lo que se dice, pero para nosotros la verdad es el relato, la verdad no está en la adecuación a la realidad. Siempre hay un relato. Podemos decir “Clarín miente” porque quien lo dice también miente, nosotros mentimos, nuestros pacientes mienten, etc. Terminamos diciendo que la verdad tiene estructura de ficción y no de adecuación a la realidad, por lo tanto siempre se trata de relatos. Nuestra diferencia es que nosotros detrás del relato no vamos a buscar una intención, eso lo hace la psicología basada en la idea de motivación. “Me manipula”, me decía una mujer hablando de su nene de 3 años, “quiere llamar la atención”. Este tipo de interpretación no es inocua, produce daños, porque esa madre va a responder a la supuesta intención de manipulación y no a lo que el niño transmite. Lo que de esa forma que queda adjudicado al niño es el fantasma de la madre.
Cuando hablamos del trabajo de deconstruir al Otro buscamos justamente que el analista no incluya sus propios fantasmas. El deseo del analista es un deseo sin fantasma. ¿Qué dice la política? Dice que hay intereses en juego, que hay intencionalidad política, etc. Todo eso corresponde a la motivación del relato. ¿Qué dice la psicología? Dice que hay intenciones inconscientes. Nosotros en cambio no hablamos de intenciones ni de nada que vaya más allá del relato. El relato es del relato para arriba, no para abajo. Cuando se mete con la intención inconsciente de lo que escucha el analista juega la contra-transferencia y sus propios fantasmas. Y cuando juega sus fantasmas se constituye como Otro que sabe, como otro que da sentido a lo que se dice.
Hoy me decía una persona: “Ya sé dónde querés ir…”. Y me lo decía así, con toda la certeza de quien sabía dónde yo quería ir y la verdad es que yo no quería ir para donde él había pensado, o sea, la persona estaba jugando su propio fantasma. Y remataba diciendo: “Bueno, te voy a dar el gusto…”. A la fantasmática del paciente Lacan la presenta en “El atolondradicho” como un “no lo digo, me lo hacen decir”. Es muy nítido como el paciente neurótico se inventa un Otro que le hace decir.
Cuando Lacan formula la idea del “poder discrecional del oyente” y coloca al analista en ese lugar, parece identificarlo al Otro. El analista define así el sentido de lo que se dice. Será necesario luego desplazar al analista al lugar de la causa para extraerlo de esa identificación. Para deconstruir al Otro hay que quitarle el poder discrecional. Es una primera forma para sacar al psicoanálisis de la relación imaginaria, del yo a yo, del vínculo entre personas.
Leemos en Lacan: “…al excluir de la relación con el sujeto de todo cimiento en la palabra, el analista no puede comunicarle nada que no haya recibido de un saber pre-concebido o de una intuición inmediata, es decir, que no esté sometido a la organización de su propio yo”. (4)
Nuestra intervención apunta a desarticular esta demanda, para lo cual el primer paso es el uso del discurso del propio paciente. Si no enmarcamos en él nuestra intervención, el retorno de la contratransferencia será inevitable. Es por esto que es sumamente útil para nuestra formación lo que denominamos la disciplina del comentario. Se trata del comentario de un texto con los elementos del propio texto. Esto nos impide referirnos a otros textos, lo que llevaría a un metalenguaje sobre el texto.
Lacan dirá reiteradamente: “No hay metalenguaje”. Esta idea es absolutamente solidaria con la de disciplina del comentario. El metalenguaje, un decir “sobre” el discurso del paciente, no hará otra cosa que reforzar el yo, el autoconocimiento, que es la peor versión del “conócete a tí mismo”. Michel Foucault (5) orientará esta formulación a la ascesis de sentido, que es lo contrario del instrumento habitual de las psicoterapias. Postula con esa idea que es preciso que el sujeto se modifique, se transforme, se desplace, se convierta en cierta medida y hasta cierto punto en distinto de sí mismo para tener derecho al acceso a la verdad.
En términos de la presentación de enfermos se trata de evitar toda pregunta sugestiva que induzca al paciente a captar un sentido que el entrevistador le propone.
Si comparamos la entrevista psiquiátrica con la analítica, encontramos perspectivas opuestas. Una, la psiquiátrica, se dirigirá a lo universal del diagnóstico; y la otra, psicoanalítica, buscará por el contrario lo que extrae al paciente de todo diagnóstico para ubicarlo en lo singular que lo sostiene.
La pregunta sugestiva es la pregunta que envía el mensaje de que el analista sabe algo que el paciente no sabe. En ese punto el analista refuerza la posición del Otro en vez de deconstruirlo.
Resultó gracioso, como comenté la vez pasada, que el diario La Nación publicara en primera página el título “Messi es un cerebro”. Después de leer esto, entrevisté a un paciente que se presentó diciendo “Yo soy esquizofrénico”, y en todo el desarrollo del encuentro presentó su convicción de que en él todo estaba determinado por su cerebro. Sería un excelente representante de los neurocientíficos.
1- Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 323.
2- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 42.
3- Lacan, J., “Variantes de la cura tipo”, Escritos 1, Siglo XXI, editores, Buenos Aires, 1989, p. 336. Ed. Siglo XXI.
4- Ibid., p. 325.
5- Foucault, M., La hermenéutica del sujeto, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1992, p. 33.
Clase 3 EL SUJETO DIVIDIDO
La voluntad de decir
La inconsistencia del Otro
Lo siniestro
La consistencia lógica del objeto a
La letra
La existencia del Otro en un análisis recorre esencialmente tres etapas: su completud, su incompletud y la inconsistencia. En el inicio del análisis tenemos los dos lugares clásicos del acto analítico, el lugar del Otro y el lugar del sujeto. En este comienzo se trata de un Otro sin la marca de la castración, y en el lugar del sujeto encontramos al sujeto dividido.
Cuando el síntoma no es egosintónico divide al que lo porta. Si el sujeto no reconoce su síntoma, nuestro trabajo será provocar su reconocimiento. Para Lacan percibir el síntoma como tal forma parte de la naturaleza del síntoma. El síntoma divide al sujeto y abre el camino a lo que hemos nombrado como “efecto sujeto”. Este efecto es condición previa de la entrada en análisis. Otra forma de decir lo mismo es que buscamos que el paciente se deje representar por lo que excede a su voluntad de decir. Es allí donde habla el inconsciente, y allí donde se dirige la interpretación del analista.
Este es el punto donde se separan el psicoanálisis y las psicoterapias. La psicoterapia recubre la división con distintos sentidos, incluidos los sentidos edípicos que tienen la forma de una explicación. La idea de una identificación a la madre o al padre son la forma de recubrir el agujero constitutivo de todo sujeto que hemos denominado represión primaria, ombligo del sueño o roca de la castración.
Partimos de la dualidad que distingue un Otro completo y un Otro incompleto. El Otro completo es el de la demanda. Es un Otro cuya función esencial es la del reconocimiento.
El Otro incompleto tiene dos versiones. La primera versión es el Otro castrado. Su nombre es el Otro del deseo, es el Otro que se representa por una interrogación, por un enigma. Este es el Otro que no tenemos que ofrecer en tanto analistas cuando se presenta un sujeto angustiado, porque es un Otro que plantea interrogantes, enigmas, ambigüedades. Es el Otro que se ha formulado también como el Che vuoi? el Otro que no reconoce.
La segunda versión es la del fin del análisis, la de un Otro que no hay. A ese Otro que no existe lo nombramos como la inconsistencia del Otro. ¿Y qué queda cuando no hay Otro?: el objeto a.
Tenemos entonces al sujeto dividido por sus síntomas, por lo que podríamos llamar en sentido general sus problemas. Pero la entrada en un análisis lacaniano implica otro tipo de división, una que no es la de la angustia o el sufrimiento. El análisis específicamente lacaniano tiene una diferencia con lo que podemos llamar el análisis simbólico.
Ha pasado a ser una discusión entre los analistas si hay o no análisis por teléfono o por Skype. Mi postura es que los hay. Miller comparte esta idea diciendo que “el análisis telefónico o por Skype, sin el cuerpo presente del analista, es un análisis simbólico…”. El análisis simbólico es lo que hicimos toda la vida, con suerte. Un análisis simbólico no quiere decir que se trate de un análisis insuficiente, quiere decir que es un análisis donde se asocia, se asocia por el sonido, se deja hablar. Ojalá hubiera muchos análisis simbólicos. No es para nada obvio que todos los análisis transcurren con un método asociativo constante, siguiendo el método que implica de por sí la división del sujeto. Un análisis simbólico es un análisis que transcurre bajo la forma de la división, que quizá no llega hasta el final en relación a la pulsión, que quizá no llega hasta la destitución del Otro, pero que llega lejos de todos modos. Y es un análisis que muchas personas, analistas incluidos, no soportan. Estoy convencido de eso. No es tan sencillo de soportar un análisis simbólico, es decir un análisis en donde todo el tiempo es destituida la demanda de curación o de resolución de problemas que presionan desde lo cotidiano.
Entonces, el sujeto dividido, ahora considerado en relación al análisis, es dividido de distintas formas. Este sujeto dividido está también al final, ya veremos con qué estatuto. Al final el sujeto tiene otra forma de división.
Al inicio del análisis el sujeto está dividido entre dos significantes, y por eso es llamado el sujeto del significante. En el punto del final del análisis el sujeto está dividido entre el síntoma y el inconsciente. Se trata de dos formas de la división con consecuencias subjetivas importantes. Si no calculamos las diferentes consecuencias subjetivas de la división del sujeto del significante o de la división del sujeto entre el síntoma y el inconsciente, perdemos de vista los fenómenos clínicos con los que nos orientamos. Y al perderlos quedamos en la abstracción.
La primera división es la que tiene lugar entre lo que el sujeto quiere decir y lo que dice. Sabemos que es difícil tomar en sentido literal las metáforas que emplea un sujeto y desplazarlo radicalmente del tema que viene a hablar. Ese es un primer movimiento al que apuntamos y que distingue entre lo que dice y lo que quiere decir. Luego esperamos que se den las formas asociativas que implican que ese sujeto se represente por significantes y que se produzcan desplazamientos. Los significantes pertenecen al campo del Otro. Si el sujeto se representa por ellos, podemos deducir que hay una íntima relación entre el sujeto y el Otro. En la medida que este sujeto esté representado por significantes siempre permanecerá unido al Otro. El análisis simbólico no destituye al Otro.
Hay una interpretación que corresponde especialmente a esta zona de la entrada en análisis que es la interpretación simbólica. La interpretación simbólica consiste en agregar en el discurso del paciente un S2, en agregar un significante a los dichos del paciente. Es una interpretación que tiene por efecto desplazar al sujeto de aquello que quiere decir. Contamos con que hay una distancia entre lo que dice y lo que quiere decir, y la interpretación simbólica provoca ese desplazamiento. Respecto de ese desplazamiento hay dos posibilidades: o el sujeto se desplaza solo o se desplaza a partir de nuestras intervenciones con un S2.
Este primer movimiento implica la transferencia amorosa en relación a la cual el sujeto propone al analista que sea el Otro. Esta es una clave muy importante porque el analista está ofrecido a ocupar el lugar del Otro cuando hay transferencia. En esta articulación entre significantes del campo del Otro siempre hay un resto.
En La lógica del fantasma Lacan dice: “He nombrado esa Verwerfung como rechazo del ser. Lo rechazado de lo simbólico reaparece en lo real. Si el ser del hombre es en efecto lo que a partir de cierta momento es rechazado, lo vemos reaparecer en lo real bajo una forma completamente plena… Yendo por la ruta ustedes encontrarán un camping o más exactamente a su alrededor el círculo de escoria, es ese ser del hombre que reaparece en lo real que se llama detritus”. (1)
En esta operación del sujeto dividido, ese resto queda en el campo del Otro. Esta es la operación que se presenta en el Seminario sobre La angustia con diferentes formas del retorno de dicho objeto. La primera forma de retorno es en verdad la que no hay, debido a que el objeto está velado en el campo del Otro y funciona entonces como causa del deseo. Este es el primer movimiento. Cuando el objeto funciona como causa del deseo se trata de un objeto velado en el campo del Otro. La segunda forma de retorno que implica su proximidad al campo del sujeto, es un fenómeno de borde que se manifiesta como angustia. Es un objeto que amenaza con volver.
Cuando este objeto abandona la amenaza y retorna efectivamente, se constituye como objeto de goce. Esta intrusión del objeto en el campo imaginario se presenta como lo siniestro. El objeto causa de deseo será presentado en primera instancia como objeto perdido, o como solemos decir, velado. El sujeto del deseo es entonces el sujeto del significante y por lo tanto sujeto articulado al Otro. Se lo suele formular en estos términos: “el deseo es el deseo del Otro”, o bien diciendo: “el inconsciente es el discurso del Otro”. El deseo es siempre dialéctico. Cuando se sale de esta lógica significante habrá un más allá del Otro y del sujeto.
En el Seminario La lógica del fantasma, Lacan desarrolla la idea de la existencia de dos tipos de significantes: el significante que se articula en una cadena y el significante que se significa a sí mismo. Recuerden que forma parte de la naturaleza del significante el ser dos. El significante que se significa a sí mismo no está en la cadena y por lo tanto no produce efectos de sentido.
Lacan dice: “Hay una forclusión constitutiva del orden simbólico que no logra captar todo lo que hay en el mundo, y siempre hay un resto…”. (2) Es a este resto a lo que llamó objeto a.
Este objeto es un producto del orden simbólico, es objeto perdido porque su aparición destruiría el orden simbólico como tal, es decir, el campo del deseo, para dar lugar al del goce.
“Del Trieb de Freud al deseo del analista” (3) es el texto en el que Lacan desmiente lo dicho en su otro texto “La significación del falo”. Allí divide el deseo y la pulsión, lo que resulta clave para la concepción del fin del análisis tal cual la planteamos. La frase en el texto que ilumina esta separación es la siguiente: “Este drama no es el accidente que se cree, es de esencia, pues el deseo viene del Otro y el goce está del lado de la cosa, está del otro lado”.
Lacan se pregunta a partir de aquí cuál es el final del análisis más allá de la terapéutica. Imposible no detenerse en esta distinción sobre todo cuando se trata de hacer un analista. Para responder a esta pregunta Miller dio una versión al principio de Síntoma y fantasma, la primera vez que vino a la Argentina. Así planteado pareciera ser que habría un análisis terapéutico que llegaría hasta un cierto punto en el que el sujeto obtiene un cierto bienestar y levanta sus síntomas. Después vendría, dice Miller allí, un sostenimiento ético del psicoanálisis para los analistas, un movimiento que va más allá del bienestar o de su felicidad. No hay lógica de la cura posible si no hay desde el principio efectos analíticos distinguibles de los efectos terapéuticos. Para que los análisis no tengan una resolución fálica, es decir una que solo tenga éxitos terapéuticos, hay que desplazar desde el principio al sujeto de su identificación con los logros alcanzados. Hay que formular de entrada un camino que saque al sujeto de su identificación a los logros y a los efectos terapéuticos. Si no producimos esa salida desde la entrada, todo el proceso se nos va hacia el lado del bienestar. ¿Qué es el lado del bienestar? “Me siento bien. ¿Para qué voy a seguir viniendo?”.
No debemos dejar identificar a los sujetos con el logro, con el éxito, con el bienestar y con el levantamiento de los síntomas. Siempre, desde la primera hasta la última entrevista, tenemos que plantear que hay un más allá de los efectos terapéuticos.






