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Y él hizo todo lo que ellos querían. Las altas expectativas que tenían de él fueron cumplidas, y, después de un periodo corto de tiempo, la iglesia comenzó a funcionar más fluidamente que nunca. Las tareas eran cumplidas en tiempo y forma, incluyendo aquellas cosas que nunca se habían podido realizar correctamente. La falta de orden y de rendición de cuentas entre el personal fue sustituida por un proceso estricto, impulsado por una política que era uniforme para todos los empleados de la iglesia.
Sin embargo, estos cambios trajeron consigo una serie de consecuencias imprevistas, y surgió una nueva realidad a partir de esta nueva estructura.
En lo que respecta a las relaciones interpersonales, los miembros del personal y los pastores comenzaron a distanciarse cada vez más entre ellos. Los encargados de dirigir y pastorear comenzaron a ver a las personas de la iglesia como grupos de números en lugar de verlas como almas necesitadas de cuidado espiritual. Las juntas del personal comenzaron a estar dominadas por conversaciones sobre los roles de liderazgo y la administración financiera en lugar de ser conversaciones informales acerca del empleo de algún miembro de la iglesia, de su familia y de cómo iba su camino con Jesús. ¿Qué es lo que cambió?
Si bien es cierto, la mejora administrativa fue algo bueno que permitió a la iglesia funcionar más eficientemente, también hubo algunos aspectos negativos. La mejora en la eficiencia trajo consigo cambios en el cuidado pastoral de los individuos, lo cual era necesario para los miembros del personal, los líderes, y los miembros de la iglesia. Cuando le pregunté a mi amigo acerca de estos cambios problemáticos me respondió de manera directa y franca: “Yo soy administrador, no pastor.”
Escribimos este libro porque estamos convencidos de que estos dos llamados, es decir, el llamado de administrar y el de apacentar (pastorear) no están destinados a ser separados ni distintos el uno del otro. De hecho, cada vez que pongamos a competir a la administración y al pastoreo, uno siempre será favorecido en detrimento del otro. Muchos pastores tratan de abordar con demasiada atención la necesidad real de organización y estructura de su iglesia en crecimiento, en detrimento del cuidado de las almas que están a su cargo. Aunque es difícil identificar el origen de este conflicto, en la actualidad la mayoría de las personas dan por hecho que estas dos áreas son opuestas entre sí, y que requieren habilidades y pasiones completamente diferentes. Muchos líderes de la iglesia piensan que el pastor sólo tiene la responsabilidad de pastorear, mientras que las responsabilidades de administración le corresponden a otra persona que debe ser contratada para eso.
Pero la Biblia nos pinta un cuadro muy diferente cuando nos presenta las características del llamado del pastor. El apóstol Pedro exhorta a los pastores, explicándoles cuales son las cosas que el pastor es llamado a hacer, y cuál es la manera en la que debe hacerlas:
Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.
1 Pedro 5:2–4
Pedro no separa la tarea de la administración de la tarea de apacentar. Más bien agrupa estas dos tareas como si fueran aspectos diferentes del llamado que el pastor tiene para apacentar a la grey de Dios. Los pastores son llamados a apacentar la grey de Dios que está a su cuidado. Así que, ante todo, los pastores son llamados a cuidar de las almas, y a interesarse personalmente por las vidas de su gente. Todo lo que un pastor hace debe tener como propósito el hecho de que las ovejas que están a su cargo sean apacentadas y reciban el apoyo que necesitan.
Considera todo lo que un pastor ovejero tiene que hacer para cuidar a su rebaño. Tiene que comprar alimento, construir vallados, transportar a las ovejas, y seguir un itinerario de trabajo diario, entre otras cosas. El pastoreo implica algunas tareas muy terrenales y poco gloriosas, pero todas las tareas se emprenden con el fin de asegurar que las ovejas reciban alimento y cuidado.
Pero la tarea de pastorear al rebaño de Dios no sólo consiste en cuidar a las viudas, visitar a los enfermos, orar por el rebaño, aconsejar a los matrimonios, entrenar a los líderes, confrontar el pecado, y disciplinar a los débiles. Pastorear también implica supervisar las operaciones diarias de la iglesia local. Es un llamado bíblico que, por definición, incluye darles atención a los asuntos de administración práctica, con el fin de ejercer apropiadamente el cuidado de la grey de Dios.
El llamado particular de un pastor consiste en tener el conocimiento y la mente bíblica para administrar efectivamente la iglesia dentro de un contexto teológico. Debido a que la tarea de apacentar es la principal actividad que define a un pastor, la tarea de administrar siempre debe ser hecha con miras a cuidar de las ovejas. En otras palabras, la administración debe fluir naturalmente de la obra de apacentar, como un aspecto esencial del cuidado eficaz.
El apóstol Pablo tenía esta idea en mente cuando exhortó a los pastores (ancianos) efesios justo antes de separarse de ellos por última vez. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28). Pablo se refiere a la tarea de pastoreo como parte del llamado de un pastor a ser un obispo [supervisor] del rebaño de Dios. De hecho, la mayoría de los comentaristas concluyen que los títulos “pastor” y “obispo” se usan indistintamente en todo el Nuevo Testamento para referirse al oficio pastoral (Hechos 20:28; 1 Pedro 5:2). Los pastores son encomendados por el Príncipe de los pastores para pastorear el rebaño a través de los medios de supervisión hasta que Jesús regrese por ellos.
Todo eso significa que las tareas esenciales de la administración y la delegación en la iglesia local no pueden ser separadas del llamado a apacentar la grey de Dios. Los pastores deben administrar. Y los administradores deben administrar con el corazón de un pastor. Cuando administramos, organizamos, y delegamos sin un entendimiento del pastoreo, todo lo que hagamos se puede convertir en un medio frío y calculador para alcanzar un mero grado de eficiencia. La iglesia no es una mera institución que produce resultados o que simplemente crece en número; es la casa de Dios. La iglesia está llena de almas redimidas pero quebrantadas y lastimadas que necesitan cuidado espiritual. Y la iglesia es la comunidad del pueblo de Dios a través de la cual reciben este cuidado bajo la guía de los pastores designados por Dios en nombre del Príncipe de los pastores. De manera que, la administración bíblica debe ser llevada a cabo con estos principios en mente.

UNA VEZ TUVE el privilegio de servir junto a un experimentado pastor en una ceremonia de boda. Debo confesar que me encanta trabajar con pastores mayores que yo. Siempre disfruto de sentarme a sus pies para aprender y crecer, así que, le hice varias preguntas a este hombre mientras pasábamos el fin de semana juntos. Él llevaba más de 40 años pastoreando la misma congregación, y fue muy amable y paciente para responder mis preguntas, incluyendo una pregunta acerca de su horario semanal y de la manera en la que él pasa sus domingos.
Él era el pastor de una iglesia bastante grande, y me sorprendió escuchar que durante cuatro décadas siempre fue el primero en llegar a la iglesia para abrir las puertas y el último en irse, y que siempre asumió la responsabilidad de apagar las luces y cerrar las puertas. A medida que sus hijos crecían, iban con él para hacer esto, y con los años se convirtió en un asunto familiar. Cuando le pregunté por qué asumió la responsabilidad de realizar esta tarea que podía haber sido realizada por otras personas de la iglesia, él dijo: “Bueno, era algo que la gente esperaba que hiciera como pastor. Pero estaba bien, porque así me enteraba de las cosas que se hacían y me aseguraba de que se hicieran bien.”
La respuesta de este fiel pastor refleja la razón por la que tantos pastores llevan tanta carga por su iglesia. Las iglesias implícitamente y sin saberlo ponen expectativas sobre sus pastores, una expectativa que se sobreentiende, y que lleva al pastor a sentir que al final del día tiene que hacer lo que sea necesario para cumplirla. Y aunque la iglesia no le transmita ese tipo de exigencia al pastor, algunos pastores tienden a controlar diferentes asuntos, y están convencidos de que haciendo todo por sí mismos asegurarán que todo esté bien hecho. Todos sabemos que una sola persona no puede hacer que la iglesia funcione correcta, eficiente, y fielmente, sin importar cuántos dones tenga. Sin embargo, es muy común que los pastores ignoren esta verdad y que no les deleguen responsabilidades a otros, lo cual los lleva a vivir sin gozo y tarde o temprano eso es algo que consume su ministerio.
El designio de Dios nunca fue que el pastor se hiciera cargo de toda la responsabilidad administrativa. Desde el principio, Dios quiso que las tareas y responsabilidades del ministerio requirieran de un esfuerzo en conjunto. Y podemos ver eso desde el libro del Éxodo, cuando Moisés guiaba al pueblo de Israel a través del desierto. Moisés estaba tratando de hacer todo, hasta que llegó su suegro, Jetro, y observó la manera en la que Moisés estaba llevando sobre sus hombros todo el peso de los problemas del pueblo:
Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?
Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes.
Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar.
Éxodo 18:13–23
Jetro le da un sabio consejo a Moisés para que se encargue de lo que debe atender como líder elegido por Dios, delegándole el resto a hombres capaces y dignos de confianza. Vemos ejemplos similares reflejados en el liderazgo de Nehemías con los israelitas mientras reconstruían los muros de Jerusalén (Nehemías 4). La carga de construir el muro y proteger al pueblo de su enemigo se le delegó a muchos y se repartió entre el pueblo (Nehemías 4:15-20). Por su parte, los levitas nos dan una muestra de esta delegación intencional, en lo que respecta a la manera en la que llevaban a cabo sus labores sacerdotales en el templo (1 Crónicas 24:1–5).
Dios nos demuestra varios ejemplos de la delegación como una actividad fructífera entre el pueblo de Dios, Israel; sin embargo, el mejor ejemplo que podemos aplicar a los pastores se encuentra registrado en el libro de los Hechos, en donde vemos la manera en la que los apóstoles edificaron y establecieron la iglesia primitiva. A lo largo de ese proceso, la necesidad de organizar, administrar, y delegar responsabilidades para resolver todos los asuntos que se les presentaban, era una necesidad que continuó creciendo. En una ocasión, las viudas estaban siendo descuidadas. Y esta fue la solución que los apóstoles propusieron:
En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.
Hechos 6:1-7
Aquí podemos ver un prototipo de lo que más tarde se convertiría en los dos oficios eclesiásticos del Nuevo Testamento, es decir, los oficios de pastor y diácono (1 Timoteo 3:1-13). Esta historia nos muestra la funcionalidad de la iglesia primitiva y la manera en la que fue capaz de delegar eficazmente responsabilidades y tareas para satisfacer sus necesidades y cuidar del pueblo de Dios. Los apóstoles nunca trataron de evadir su responsabilidad diciendo: “Bueno, suponemos que vamos a tener que orar menos y recortar el tiempo de nuestro ministerio de la Palabra, para poder atender esta necesidad.” Tampoco dijeron: “Bueno, pues ya que la oración es mucho más importante, y debido a que eso es en lo que debemos ocupar la mayor parte de nuestro tiempo, por lo tanto, suponemos que será necesario mantenernos en oración por estas viudas que han sido descuidadas, con la esperanza de que el gobierno se encargue de ellas.”
En un momento de providencia divina, los apóstoles se dieron cuenta de que su llamado no era el de ir para cubrir esa necesidad, sino que su llamado era asegurarse de que esa necesidad fuera cubierta. Así que se organizaron para realizar el nombramiento de hombres fieles y piadosos que se harían cargo de eso. Y no se trataba de un grupo de hombres al azar, sino de siete hombres en particular, los cuales tenían que ser “varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hechos 6:3), así que, ellos eran hombres llamados al ministerio de cuidar a las viudas, de la misma manera en la que los apóstoles eran llamados al ministerio de la Palabra y la oración. Y a medida que la narrativa se desarrolla, podemos ver los resultados de esta inteligente y sabia estructura: “Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.” (6:7).
Éste es sólo uno de los muchos ejemplos que muestran lo esencial que es delegar responsabilidades y tareas en la iglesia local a personas dotadas y calificadas. Cabe señalar que, estas decisiones fueron tomadas por el bien del pastoreo del pueblo de Dios en medio de la necesidad. La delegación sabia y perspicaz permite a los líderes de la iglesia satisfacer estas necesidades de la manera más efectiva. Sin embargo, eso hace que surja una pregunta importante: “¿Cómo sabe un pastor a quién debe delegar?” La mejor respuesta es muy simple: A aquellos a los que entrena y prepara para esa tarea.
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