- -
- 100%
- +
Los pasajes de «unos a otros» y «unos por otros» comenzaron a cobrar vida y a materializar las verdades teológicas que había conocido acerca del cuidado de Dios para Su iglesia. Después de predicar a través de Efesios 2–3, para mí es claro que la iglesia es el centro del plan de Dios para mostrar Su sabiduría a los seres celestiales. Cuando Pablo habló a los ancianos de Éfeso, se refirió a la Iglesia como algo que Dios «compró con su propia sangre» (Hechos 20:28). Y, por supuesto, cuando Saulo iba por el camino hacia Damasco para apresar cristianos, el Cristo resucitado no le preguntó a por qué estaba persiguiendo a esos cristianos, o incluso a la Iglesia; en cambio, Cristo se identifica tanto con Su Iglesia que la pregunta acusadora que le hizo a Saulo fue: «¿por qué me persigues?» (Hechos 9:4). La iglesia claramente es central en el plan eterno de Dios, fue por ella Su sacrificio y ella es Su continua prioridad.
He llegado a ver que el amor es principalmente local. Y la congregación local es el lugar que afirma exhibir ese amor para que todo el mundo lo vea. Por eso Jesús enseñó a Sus discípulos en Juan 13:34–35: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». Yo he visto a amigos y familiares alejados de Cristo porque piensan que tal o cual iglesia local fue un lugar nefasto. Y, por otro lado, he visto a amigos y familiares venir a Cristo porque han visto exactamente este amor que Jesús enseñó y vivió —amor unos por otros, la clase de amor desinteresado que Él mostró— y han sentido la atracción natural a ese amor. De manera que la congregación —el pueblo reunido de Dios que sirve como una caja de resonancia para la Palabra— ha llegado a ser más central en mi comprensión del evangelismo y de cómo deberíamos orar y planear para evangelizar. La iglesia local es el plan de Dios para el evangelismo. La iglesia local es el programa de Dios para el evangelismo.
A lo largo de estos últimos diez años, la congregación también ha adquirido un lugar central en mi comprensión de cómo debemos discernir la verdadera conversión en otros, y cómo debemos tener certeza de nuestra propia conversión. Recuerdo el impacto que me causó 1 Juan 4:20–21 mientras me preparaba para predicar acerca de ese texto: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? […] El que ama a Dios, ame también a su hermano». Santiago 1 y 2 contiene el mismo mensaje. Este amor no parece ser opcional.
Más recientemente, considerar la centralidad de la congregación ha generado en mi pensamiento un nuevo respeto por la disciplina en la iglesia local —tanto la disciplina formativa como la correctiva. Hemos tenido algunos casos dolorosos aquí, y algunas restauraciones maravillosas. Por supuesto, todos nosotros somos obras en progreso. Pero ha llegado a ser claro que, si vamos a depender unos de otros en nuestras congregaciones, la disciplina debe ser parte del discipulado. Y si vamos a tener el tipo de disciplina que vemos en el Nuevo Testamento debemos conocernos unos a otros y debemos estar comprometidos unos con otros. También debemos tener cierta confianza en la autoridad. Todos los aspectos prácticos de confiar en la autoridad en el matrimonio, el hogar y la iglesia son forjados a nivel local. Una comprensión incorrecta de estos asuntos y una actitud de disgusto y resentimiento hacia la autoridad se acerca mucho a lo que generó la caída (Génesis 3). En cambio, entender estos asuntos parece estar muy cerca del centro de la obra de Dios para reestablecer Su relación con nosotros —una relación tanto de autoridad como de amor. He llegado a ver que la relación con una iglesia local es clave para el discipulado individual. La iglesia no es un extra opcional; es lo que moldea tu vida con Cristo. He llegado a entender eso ahora de formas que nunca entendí antes de venir a esta iglesia. Y creo estar viendo algo de la salud que Dios quiere que experimentemos en una congregación.
LO QUE ESTE LIBRO NO ES
Debo añadir algo acerca de lo que este libro no es. Permíteme decepcionarte de entrada. Este libro deja muchos asuntos sin tratar. Muchos de nuestros temas favoritos no se tocan. Después de releer este libro y de escuchar las opiniones de otros que lo han leído, estoy aun más consciente de muchas cosas que no he incluido. Algunos amigos me han dicho: «¿qué de la oración?» o «¿dónde está la adoración?». John Piper me preguntó: «Mark, ¿por qué no se habla aquí de las misiones?». No me gusta decepcionar a amigos que se han tomado el tiempo de leer el libro; y sin duda ¡no me gusta decepcionar a John Piper! Pero este libro no es una eclesiología exhaustiva. Hemos recibido buenas ideas de «otras marcas» que podríamos añadir. Y una segunda edición parece ser el momento más adecuado para hacerlo.
Pero hemos decidido no hacerlo. Sigo convencido de que errores comunes en estos nueve puntos son la causa de tantos males en nuestras iglesias. Me parece prudente, estratégico, fiel y simplemente correcto continuar tratando de enfocar la atención de los cristianos en estos asuntos particulares. Más misiones, perseverancia en la oración, adoración excelente —serán fomentadas, en mi opinión, al cuidar mejor estas áreas básicas. Nadie creerá en la necesidad de las misiones si no lo aprenden a partir de las Escrituras. Nadie irá si no tiene un entendimiento del gran plan de Dios de redimir un pueblo para Él. Y no habrá buenos misioneros si no entienden el evangelio.
Si la gente comienza a pensar más cuidadosamente acerca de la conversión, esto impactará sus oraciones. Si somos más bíblicos en nuestra práctica del evangelismo, nos encontraremos dedicando más tiempo a orar por los que no son creyentes, y nos daremos cuenta de la gran necesidad de orar para que las personas se conviertan. Si llegamos a entender mejor la membresía eclesial bíblica, nuestras reuniones de oración tendrán más importancia, más asistencia y servirán más para fortalecer nuestra fe y para desafiar y reordenar nuestras prioridades.
Si comenzamos a apreciar de nuevo el significado de la disciplina eclesial, nuestros tiempos de adoración colectiva estarán impregnados de un mayor sentido de admiración ante la gracia de Dios. Si nos encontramos en iglesias donde se practica el discipulado y los miembros están floreciendo espiritualmente, la emoción y la expectativa de cantar alabanzas y confesar nuestros pecados juntos crecerán. Si nos esforzamos para que nuestros líderes sean aquellos que reúnen los requisitos bíblicos, encontraremos gozo y confianza al estar creciendo juntos, tendremos más libertad y ánimo en el tiempo que compartimos, y nuestra obediencia será más consistente.
Este libro no es un inventario completo de todas las señales de buena salud. Más bien, es una lista de marcas cruciales que conducirán a esa experiencia plena.
UNA IGLESIA ENFOCADA EN LOS DE AFUERA
Si tuviera que añadir una marca más a lo que estás a punto de leer, no serían las misiones, ni la oración, ni la adoración; pero tocaría cada una de esas áreas. Creo que yo añadiría que nuestras iglesias estén orientadas a alcanzar a los de afuera. Nosotros debemos estar enfocados en las cosas de arriba —centrados en Dios. Pero también, en mi opinión, debemos reflejar el amor de Dios al mirar fuera de nuestra congregación, a otras personas y otras congregaciones.
Esto puede manifestarse de muchas maneras. Anhelo que nuestra congregación integre mejor nuestra visión de las misiones globales y nuestros esfuerzos de evangelismo local. Si tenemos el compromiso de ayudar en la evangelización de un grupo no alcanzado fuera de nuestro país, ¿por qué no nos hemos esforzado más para tratar de encontrar personas en nuestra área metropolitana? ¿Por qué no hemos integrado mejor nuestras misiones y nuestra evangelización?
Cada domingo en la oración pastoral pedimos que el evangelio prospere en otras tierras y a través de otras congregaciones locales. En este momento estamos añadiendo a alguien a nuestro personal para que nos ayude a plantar otra iglesia. Como iglesia ayudamos con el financiamiento de 9Marcas, y a través de este ministerio trabajamos para el beneficio de muchas otras iglesias. Tenemos «Intensivos 9Marcas» en los cuales recibimos a pastores y ancianos, estudiantes de seminario y otros líderes de iglesias para que estén con nosotros un fin de semana. Ellos presencian reuniones de ancianos reales y clases de membresía reales. Damos conferencias especiales e invitamos a los asistentes a nuestros hogares para comer y conversar. Tenemos pasantías para aquellos que se están preparando para el pastorado. Redactamos materiales de estudio y damos charlas. Todo esto es para la edificación de otras congregaciones. Como pastor sé que necesito reconocer que, bajo la dirección de Dios, la iglesia local es responsable de preparar a la próxima generación de líderes. Ninguna universidad cristiana, ningún curso o seminario puede hacer esto. Y esa preparación de nuevos líderes —tanto para servir dentro como fuera de la iglesia local— debería ser una de las metas de nuestra iglesia.
En retrospectiva, me anima ver la obra de Dios aquí y en muchas otras congregaciones. En la vida en comunidad de esta congregación he visto una iglesia sana en acción. Esta salud es evidente, creciente, es causa de gozo y glorifica a nuestro Dios.
Algunas personas piensan que la «salud» no es una imagen muy buena. Tal vez piensan que es una perspectiva demasiado centrada en el hombre o demasiado terapéutica. Pero tras considerarlo, yo cada vez estoy más convencido de que hablar de una iglesia sana es una buena imagen para representar algo firme, íntegro, correcto y justo.
Jesús habló de la salud de nuestros cuerpos como una imagen de nuestro estado espiritual (cf. Mateo 6:22–23 [Lucas 11:33–34]; cf. 7:17–18). Él dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Mateo 9:12 [Marcos 2:17; Lucas 5:31]). Jesús sanó los cuerpos de las personas enfermas para señalar la sanidad que Él ofrecía a sus almas (cf. Mateo 12:13; 14:35–36; 15:31; Marcos 5:34; Lucas 7:9–10; 15:27; Juan 7:23). Los discípulos en Hechos continuaron con el mismo ministerio de sanación que exaltaba a Cristo (Hechos 3:16; 4:10).
Pabló usó la imagen de un cuerpo para referirse a la Iglesia de Cristo, y describió su prosperidad usando imágenes orgánicas de crecimiento y salud. Por ejemplo, Pablo escribió que «hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Efesios 4:15–16 LBLA). Pablo describió la doctrina correcta en Tito 2:1 como «sana» doctrina. Juan saludó a su hermano en Cristo diciéndole: «deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 2).
No estamos sugiriendo que es la voluntad de Dios que todos Sus hijos tengan buena salud física en esta vida, sino simplemente afirmamos que la salud es una imagen natural que Dios mismo ha aprobado para referirse a aquello que es bueno y correcto. Como expresé antes, algunos cristianos, preocupados por no dar lugar a una cultura equivocadamente terapéutica, se abstienen de usar tales imágenes. Sin embargo, el abuso del lenguaje no debería limitar su uso apropiado. Y con este entendimiento de la salud —su conexión a la vida y la prosperidad; las normas objetivas de lo que es bueno y correcto; el gozo que implica; el cuidado que requiere— podemos ver fácilmente la sabiduría que hay en nuestro deseo de procurar la salud espiritual de nuestra propia alma, y de trabajar para tener iglesias sanas. Ese fue el propósito con el cual se escribió este libro. Y es mi oración que Dios lo use ahora para cumplir ese propósito en tu vida y en la vida de tu iglesia.
Mark Dever
Washington, D. C.
Junio de 2004
INTRODUCCIÓN
El autor y teólogo David Wells reportó algunos hallazgos interesantes de una encuesta realizada en siete seminarios en 1993. Uno en particular me pareció impactante: «Estos estudiantes no están satisfechos con el estado actual de la iglesia. Creen que ha perdido su visión, y quieren de ella más que lo que les está dando». Wells mismo estuvo de acuerdo: «Ni su deseo ni su juicio en esto son erróneos. De hecho, no es sino hasta que experimentamos una insatisfacción santa por el estado de las cosas que podemos plantar las semillas de reforma. Por supuesto, la sola insatisfacción no es suficiente»2.
La insatisfacción, ciertamente, no es suficiente. Encontramos insatisfacción con la iglesia por todas partes. Los estantes de las librerías gimen bajo el peso de libros con fórmulas para corregir lo que le aqueja. Los conferencistas viven de hablar acerca de enfermedades congregacionales que siempre parecen resistir y sobrevivir a los remedios que ellos proponen. Los pastores ven la vida de la iglesia y se gozan por razones equivocadas, o se desgastan en confusión e incertidumbre. Los cristianos quedan a la deriva, andando como ovejas sin pastor. Pero la insatisfacción no es suficiente. Necesitamos algo más. Necesitamos recuperar positivamente lo que la iglesia debe ser. ¿Cuál es la naturaleza y esencia de la iglesia? ¿Qué debe distinguir y marcar a la iglesia?
PARA LOS HISTORIADORES
Los cristianos a menudo hablan acerca de las «marcas de la iglesia». En su primer libro publicado, Men with a Message [Hombres con un mensaje], John Stott resumió la enseñanza de Cristo a las iglesias en el libro de Apocalipsis de la siguiente manera: «Estas, entonces, son las marcas de la iglesia ideal —amor, sufrimiento, santidad, sana doctrina, autenticidad, evangelismo y humildad. Esto es lo que Cristo desea encontrar en Sus iglesias al caminar en medio de ellas»3.
Pero este lenguaje también tiene una historia más formal, la cual debe ser reconocida antes de embarcarse en una consideración extensa acerca de «Las nueve marcas de la iglesia sana».
Los cristianos han hablado desde hace mucho acerca de las «marcas de la iglesia». En este tema, así como en mucho del pensamiento de la iglesia —desde las primeras definiciones de la persona de Cristo y la Trinidad hasta las reflexiones de Jonathan Edwards acerca de la obra del Espíritu Santo— la pregunta de cómo distinguir lo verdadero de lo falso ha llevado a una definición más clara de lo verdadero. El tema de la iglesia no llegó a ser el foco de debates formales sino hasta la Reforma. Antes del siglo XVI, la naturaleza de la iglesia no se discutía sino que se asumía. Esta era considerada como el medio de gracia sobre el cual el resto de la teología descansaba. La teología católica romana usa la frase «el misterio de la Iglesia» para referirse a la profundidad de la realidad de la Iglesia, la cual nunca puede ser explorada completamente. En la práctica, la Iglesia de Roma respalda su afirmación de ser la Iglesia verdadera y visible apelando a la sucesión de Pedro como obispo de Roma.
Sin embargo, con la llegada de las críticas radicales de Martín Lutero y otros en el siglo XVI, la discusión acerca de la naturaleza de la iglesia vino a ser inevitable. Como lo explica un académico, «la Reforma hizo que el evangelio, y no la organización eclesiástica, fuera la prueba para reconocer a la iglesia verdadera»4. Calvino cuestionó el que Roma afirmara ser la Iglesia verdadera con base en la sucesión apostólica: «Especialmente en la organización de la iglesia nada es más absurdo que respaldar la sucesión solo en personas mientras se excluye la enseñanza»5. Desde entonces, por tanto, las notae, signa, symbola, criteria o marcas de la iglesia han sido un foco necesario de discusión.
En 1530, Melanchthon redactó la Confesión de Augsburgo, que afirma en el artículo 7 que «la iglesia es la congregación de los santos, en la cual el evangelio es enseñado correctamente y los sacramentos son administrados correctamente. Y para la verdadera unidad de la iglesia es suficiente que haya unidad de creencia en cuanto a la enseñanza del evangelio y la administración de los sacramentos»6. En su Loci Communes (1543), Melanchthon repitió esa idea: «Las marcas que caracterizan a la iglesia son el evangelio puro y el uso apropiado de los sacramentos»7. Desde la Reforma, los protestantes generalmente han visto estas dos cosas —la predicación del evangelio y la administración apropiada de los sacramentos— como las marcas que separan a la iglesia verdadera de las impostoras.
En 1553, Thomas Cranmer produjo los cuarenta y dos artículos de la Iglesia de Inglaterra. Aunque no fueron promulgados oficialmente sino hasta más adelante en el siglo XVI como parte del asentamiento isabelino, estos muestran el pensamiento del gran reformador inglés con respecto a la iglesia. El artículo 19 dice (de la misma manera que aún aparece en los treinta y nueve artículos): «La iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles, en la cual se predica la palabra pura de Dios, y se administran debidamente los sacramentos, conforme a la ordenanza de Cristo en todas las cosas que por necesidad se requieren para los mismos»8.
En la Institución de la religión cristiana de Juan Calvino, el tema de la distinción entre la iglesia falsa y la verdadera se desarrolla en el libro 4. En el capítulo 1, sección 9, Calvino escribió: «Donde quiera que vemos la Palabra de Dios predicada y escuchada puramente, y los sacramentos administrados según la institución de Cristo, ahí, sin lugar a duda, existe una iglesia de Dios»9.
Una tercera marca de la iglesia, la disciplina correcta, ha sido a menudo añadida desde entonces, aunque es ampliamente reconocido que esta se encuentra incluida de manera implícita en la segunda marca —los sacramentos correctamente administrados10. La Confesión Belga (1561), en el artículo 29, dice:
Las marcas con que se conoce la iglesia verdadera son las siguientes: si la doctrina pura del evangelio se predica en ella; si ella mantiene la administración pura de los sacramentos como Cristo los instituyó; si la disciplina eclesiástica se ejerce para castigar el pecado; en definitiva, si todas las cosas se gestionan de acuerdo con la pura Palabra de Dios, todas las cosas contrarias son rechazadas, y Jesucristo es reconocido como la única cabeza de la Iglesia11.
Edmund Clowney ha resumido estas marcas de la siguiente manera: «predicación verdadera de la Palabra; observancia adecuada de los sacramentos; y un ejercicio fiel de la disciplina eclesial»12.
Podemos ver en estas dos marcas —la proclamación del evangelio y la observancia de los sacramentos— tanto la creación como la preservación de la iglesia, la fuente de la verdad de Dios y el precioso recipiente que la contiene y la exhibe. La iglesia es generada por la predicación correcta de la Palabra; la iglesia es mantenida y distinguida por la correcta administración del bautismo y la Santa Cena (esta última marca presupone que la disciplina eclesial es practicada).
LA IGLESIA DE HOY REFLEJA AL MUNDO
Este libro es una consideración de las marcas de la iglesia en otro nivel. Yo estoy de acuerdo con la perspectiva protestante tradicional que afirma que la iglesia verdadera se distingue de la iglesia falsa por la predicación correcta de la Palabra y por la administración correcta de los sacramentos. Pero dentro del grupo de todas las iglesias locales verdaderas, algunas son más sanas y otras menos sanas. Este libro describe algunas marcas que distinguen a las iglesias más sanas de las que son verdaderas pero más enfermizas. Por consiguiente, este libro no tiene como meta decir todo lo que se puede decir acerca de la iglesia. En lenguaje teológico se diría que no es una eclesiología completa. Haciendo uso de una analogía, este libro es más una receta o fórmula que un curso de anatomía general del cuerpo de Cristo.
Ciertamente, ninguna iglesia es perfecta. Pero, gracias a Dios, muchas iglesias imperfectas son sanas. Sin embargo, temo que muchas más no lo son —incluso entre aquellas que afirman la deidad de Cristo y la completa autoridad de las Escrituras. ¿Por qué pasa esto?
Algunos dicen que la salud precaria de muchas iglesias hoy en día está relacionada con varias condiciones culturales que han infestado la iglesia. Carl Braaten ha expresado su preocupación ante la presencia de un neopaganismo subjetivo y sin base histórica en algunas iglesias13. Os Guinness, en su provocador libro El fenómeno de las megaiglesias, ha sugerido que el problema es la secularización. Guinness escribe que incluso iglesias teológicamente conservadoras que se oponen deliberadamente al secularismo a menudo son, sin embargo, bastiones involuntarios de una versión secularizada del cristianismo, y que «las dos características más fácilmente reconocibles de la secularización en los Estados Unidos son la exaltación de los números y de la técnica»14.
Algunos de los chivos expiatorios más comunes han sido las instituciones que preparan a las personas para el ministerio. Richard Muller ha descrito algo de lo que ha visto en los seminarios que fallan en su mayordomía:
Los seminarios han sido culpables de crear varias generaciones de pastores y maestros que son fundamentalmente ignorantes de los materiales necesarios para las tareas teológicas y que están preparados para argumentar (en su propia defensa) la irrelevancia del estudio clásico para los aspectos prácticos del ministerio. El triste resultado ha sido la pérdida, en muchos lugares, de la función central y cultural de la Iglesia en Occidente y el reemplazo de pastores cultural e intelectualmente dotados por un grupo de practicantes y directores de operaciones que pueden hacer casi todo, excepto aplicar el mensaje teológico de la iglesia en el contexto contemporáneo15.
Este libro, entonces, es un plan para recuperar la predicación bíblica y el liderazgo eclesial en un momento de la historia en que demasiadas congregaciones están languideciendo en un cristianismo teórico y nominal, con todo el pragmatismo y la futilidad que resultan de ello. El propósito de muchas iglesias evangélicas ha caído de glorificar a Dios a crecer en números, asumiendo que el crecimiento numérico, sin importa cómo se logre, debe glorificar a Dios.
Al rebajar así nuestra visión quedamos con un problema teológico e incluso práctico, todo resulta en un pragmatismo autodestructivo:
Si la meta de la iglesia es crecer, la manera de lograrlo es haciendo que la gente se sienta bien. Y cuando la gente descubre que existen otras maneras de sentirse bien, abandona la iglesia que ya no necesita. La iglesia relevante está sembrando las semillas de su propia irrelevancia, y perdiendo su identidad para avanzar. La gran pregunta de hoy ha venido a ser cómo atraer a los nacidos en el tiempo de la posguerra para que regresen a nuestras iglesias, qué técnicas y métodos nos ayudarán a hacer el truco. Se hacen encuestas para saber lo que les gusta y las iglesias compiten para asegurarse de que lo obtengan16.
El neopaganismo, la secularización, el pragmatismo y la ignorancia son problemas serios que las iglesias actuales enfrentan. Sin embargo, estoy convencido de que el problema yace más fundamentalmente en la manera en que los cristianos conciben sus iglesias. Demasiadas iglesias malinterpretan la prioridad que deben darle a la revelación de Dios y a la naturaleza de la regeneración que Él ofrece en la Escritura. Hacer una reevaluación de estos conceptos debe ser parte de cualquier solución a los problemas de las iglesias actuales.
MODELOS POPULARES DE IGLESIA
Hoy en día hay tres modelos de iglesia en la asociación a la que pertenece nuestra congregación (la Convención Bautista del Sur), así como en muchas otras. Podríamos resumir estos modelos de la siguiente manera: liberal, sensible al buscador y tradicional.
Generalizando por un momento, podemos pensar en el modelo liberal como aquel que tiene a F. D. E. Schleiermacher como su santo patrón. En su esfuerzo por ser exitoso en la evangelización, Schleiermacher intentó replantear el evangelio en términos contemporáneos.
Podemos encontrar algo similar en el modelo de iglesias sensibles al buscador, presente en los escritos y ministerio de Bill Hybels y sus socios en Willow Creek y las muchas iglesias asociadas con ellos. Ellos han intentado repensar la iglesia, así como los liberales, siempre teniendo en mente la meta de evangelizar —de afuera hacia dentro, de nuevo, en un esfuerzo por hacer la relevancia del evangelio evidente para todos.