- -
- 100%
- +
Cuando le preguntaron acerca de sus logros como reformador, Martín Lutero dijo: «Yo simplemente enseñé, prediqué y escribí la Palabra de Dios, aparte de eso no hice nada […] la Palabra lo hizo todo»22. La Palabra de Dios produce vida.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS EN LA PREDICACIÓN
La sección más extensa del Nuevo Testamento que habla acerca de cómo debe ser la reunión de los cristianos se encuentra en los capítulos 11–14 de 1 Corintios. La mayor preocupación de Pablo está resumida en 14:26: «Hágase todo para edificación». A través de 1 Corintios, este es el criterio de Pablo para decidir qué hacer en la congregación. Se deduce, entonces, que tal criterio de utilidad para la edificación debería ser aplicado especialmente a aquello que hemos descrito como central para la congregación cristiana —la predicación. ¿Cuál es la predicación que más edificará a la iglesia? Sin duda, la respuesta debe ser la predicación que expone la Palabra de Dios al pueblo de Dios.
Ciertamente no toda predicación es bíblica. John Broadus bromeó en una ocasión diciendo: «Si algunos sermones tuvieran viruela el texto nunca se contagiaría»23. ¿Tienes alguna duda de que la predicación expositiva debería ser la dieta básica de predicación en tu congregación? Cuando Dios le dio a Moisés instrucciones para los reyes que gobernarían en Israel, ¿recuerdas qué exigía Dios de ellos? En Deuteronomio 17:18–20 (LBLA) leemos: «Y sucederá que cuando él se siente sobre el trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro, en presencia de los sacerdotes levitas. La tendrá consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al SEÑOR su Dios, observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda». Y ¿qué caracteriza al hombre justo en el Salmo 1? «Que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche» (v. 2 LBLA). Ese deleite se repite en cada estrofa del gran Salmo 119: «Siete veces al día te alabo, a causa de tus justos juicios» (v. 164); «Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera» (v. 167); «tu ley es mi delicia» (v. 174). Dado este deleite en la Palabra de Dios, suministrar esa Palabra debe ser el maravilloso objetivo de la predicación cristiana.
Además, vivimos en una era alfabetizada en la cual todos estamos familiarizados con la palabra impresa y tenemos la Palabra de Dios separada en capítulos y versículos y traducida y fácilmente accesible. ¿Por qué no aprovechar esto en nuestra predicación? En otros tiempos, cuando los predicadores tenían pocas de estas ventajas, Crisóstomo, Agustín, y otros, predicaban series consecutivas de sermones a lo largo de porciones de la Escritura. En su Tercer sermón: Lázaro y el hombre rico, Crisóstomo dijo: «A menudo les digo con antelación el tema del cual hablaré, de manera que puedan tomar el libro en los días previos, revisar el pasaje completo, aprender qué dice y qué no, y estar más preparados para aprender cuando escuchen lo que les diré»24.
Con ese compromiso de traerle a su gente la Palabra de Dios, Crisóstomo estaba siguiendo las pisadas de Moisés, a quien Jetro le encargó que enseñara la ley al pueblo (cf. Éxodo 18:19–20). Moisés estaba haciendo lo mismo que Josías, quien «leyó a oídos [del pueblo] todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová» (2 Crónicas 34:30). Y Josías estaba haciendo lo mismo que Esdras y los levitas que regresaron, quienes «leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían sentido de modo que entendiesen la lectura» (Nehemías 8:8).
Este patrón de enseñanza en el cual la Palabra de Dios es central en la reunión del pueblo de Dios continuó hasta el ministerio de Cristo. En las sinagogas del tiempo de Jesús se leían las Escrituras en ciclos de lecciones de uno o dos años. Los lectores de la Palabra de Dios hacían comentarios acerca del texto, como hizo Jesús en Lucas 4. Es imposible determinar qué tanto las primeras iglesias seguían el patrón de reuniones de la sinagoga de aquel tiempo. Sin embargo, las series expositivas que sobreviven de Crisóstomo y otros predicadores cristianos antiguos sugieren que el patrón consecutivo y expositivo era extensamente practicado. Los sermones (o resúmenes de estos) en el Nuevo Testamento son pocos en número y muestran una preocupación por ser relevantes al entorno cultural de los oyentes; pero, más importante aún, muestran una preocupación por basarse en las Escrituras. Por supuesto, los primeros cristianos no tenían algunas de nuestras ventajas, como tener el texto de las Escrituras disponible para examinarlo incluso durante el sermón, de manera que la técnica de la predicación expositiva dependía con frecuencia de ayudas mnemónicas como la repetición del leccionario. Pero el sermón de Pedro en Pentecostés parece haber sido básicamente una meditación, exposición y aplicación de porciones de Joel 2 y Salmos 16 y 110. El escritor a los hebreos también dedica largas secciones a instruir acerca de los Salmos 95 (cap. 3–4) y 110 (cap. 7).
En todo esto, vemos que es bueno predicar la verdad; y es mucho mejor predicar de manera que las personas puedan ver dónde encontrar esa verdad. Como C. E. B. Cranfield, antiguo profesor de teología en Durham, dijo: «Hace mucho tiempo he creído que la práctica de predicar libros bíblicos enteros sección por sección, en orden, si se sigue inteligentemente y con sensibilidad, puede ser enormemente beneficiosa para la iglesia»25.
Esto es verdad tanto de pasajes del Antiguo Testamento como del Nuevo, ya sean versículos individuales o pasajes extensos.
Me encanta lo que Hughes Old dijo acerca de John MacArthur y su predicación expositiva: «Este es un predicador que no tiene nada de personalidad encantadora, buena apariencia o carisma. Este es un predicador que no ofrece una envoltura de homilética sofisticada. Nadie sugeriría que él es un maestro del arte de la oratoria. Lo que parece tener él es el testimonio de la verdadera autoridad. Él reconoce que la Escritura es la Palabra de Dios, y cuando él predica, es la Escritura lo que uno escucha. No es que las palabras de John MacArthur sean muy interesantes sino que la Palabra de Dios es incomparablemente interesante. Por esa razón lo escuchamos»26.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS EN LA SANTIFICACIÓN
Debemos también considerar el papel de la Palabra de Dios en nuestra santificación. La Palabra de Dios debe ser central en nuestras vidas como individuos y como iglesia porque el Espíritu de Dios usa la Palabra para crear en nosotros fe y hacernos crecer. No exploraremos este punto tan detalladamente como lo hicimos con el anterior, pero es igual de claro en la Escritura. Como le respondió Jesús a Satanás, citando de Deuteronomio: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4; citando Deuteronomio 8:3). También conocemos las famosas palabras del salmista: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Salmo 119:105).
Cuando observamos la historia de Israel y Judá en el Antiguo Testamento, vemos el poder santificador de la Palabra de Dios una y otra vez. Durante el reinado de Josías, en los días decadentes de Judá (2 Crónicas 34), la Ley —la Palabra escrita de Dios— fue redescubierta y fue leída al rey. La respuesta de Josías fue rasgar sus vestidos en arrepentimiento y luego leer la Palabra al pueblo. Una recuperación nacional llegó cuando la Palabra de Dios fue difundida. Dios usa Su Palabra para santificar a Su pueblo y hacerlo más como Él es.
Esto fue lo que el Señor Jesús enseñó también. En Su oración sumo sacerdotal Él oró: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Y Pablo escribió que «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:25–26).
Necesitamos la Palabra de Dios para ser salvos, pero también necesitamos que esta nos desafíe y nos moldee continuamente. Su Palabra no solamente nos da vida; también nos da orientación al continuar formándonos y moldeándonos a la imagen del Dios que nos habla.
En el tiempo de la Reforma, la Iglesia Católica Romana usaba una frase en latín que se volvió algo así como un lema: semper idem. Esto significa: «siempre lo mismo». Bueno, pues, las iglesias reformadas también tenían un lema «semper»: ecclesia reformata, semper reformanda secundum verbum Dei. «La Iglesia reformada, siempre reformándose conforme a la Palabra de Dios». Una iglesia sana es una iglesia que escucha la Palabra de Dios y continúa escuchando la Palabra de Dios. Esa iglesia está compuesta por cristianos individuales que escuchan la Palabra de Dios y continúan escuchando la Palabra de Dios, siempre siendo transformados y reformados por ella, siendo constantemente lavados en la Palabra y santificados por la verdad de Dios.
Por nuestra propia salud, individualmente como cristianos y colectivamente como iglesia, debemos continuar siendo moldeados de maneras nuevas y más profundas de acuerdo al plan de Dios en nuestras vidas, no de acuerdo a nuestros propios planes. Dios nos hace más similares a Él a través de Su Palabra, limpiándonos, refrescándonos, reformándonos.
Eso nos lleva a un cuarto punto importante.
EL PAPEL DEL PREDICADOR DE LA PALABRA DE DIOS
Si estás buscando una buena iglesia, el papel del predicador de la Palabra de Dios es lo primero que debes considerar. No me importa cuán amigables te parezcan los miembros de la iglesia. No me importa cuán buena pienses que es la música. Esas cosas pueden cambiar. Pero el compromiso de la congregación con la centralidad de la Palabra que escuchan del púlpito, del predicador, la persona especialmente dotada por Dios y llamada para ese ministerio, es lo más importante que puedes buscar en una iglesia.
En El fenómeno de las megaiglesias, Os Guinness cita un artículo de la revista The New Yorker lamentando que gran parte de la predicación hoy en día está orientada a complacer a la audiencia:
El predicador, en lugar de considerar el mundo, considera la opinión pública, tratando de identificar lo que el público quisiera escuchar. Luego hace todo esfuerzo por duplicar eso y traer su producto final al mercado en el cual otros están tratando de hacer lo mismo. El público, observando la cultura de la iglesia para entender el mundo, no encuentra nada más que su propio reflejo27.
Esto no debería ser así. Los predicadores no están llamados a predicar lo que es popular según las encuestas. La gente ya conoce eso. ¿Qué vida puede producir eso? No estamos llamados a predicar simples exhortaciones morales o lecciones de historia o comentarios sociales (aunque cualquiera de estas cosas puede ser parte de la buena predicación). Estamos llamados a predicar la Palabra de Dios a la iglesia de Dios y a todos en Su Creación. Así es como Dios da vida. Cada persona que está leyendo este libro —y yo, que lo he escrito— es imperfecta, tiene fallas y ha pecado contra Dios. Y lo terrible de nuestras naturalezas caídas es que buscamos incansablemente maneras de justificar nuestros pecados ante Dios. Cada uno de nosotros quiere saber cómo defenderse de los cargos que Dios tiene en su contra. Por lo tanto, necesitamos desesperadamente escuchar la Palabra de Dios predicada honestamente a nosotros, de manera que no solamente escuchemos lo que queremos escuchar sino lo que Dios realmente ha dicho.
Todo esto es importante, recuerda, porque el Espíritu Santo crea a Su pueblo por Su Palabra.
Por eso Pablo le dijo a Timoteo: «forma un comité». ¿Verdad? ¡Por supuesto que no! ¿«Realiza una encuesta»? ¡No! Pablo nunca le dijo a nadie que realizara una encuesta. ¿«Dedícate a visitar»? ¿«Lee un libro»? ¡No! Pablo nunca le dijo al joven Timoteo que hiciera ninguna de estas cosas.
Pablo le dijo a Timoteo, directa y claramente: «Predica la Palabra» (2 Timoteo 4:2 LBLA). Este es el gran imperativo. Por eso los apóstoles habían determinado desde el principio que, aunque había problemas con la distribución equitativa de la ayuda financiera en Jerusalén, la iglesia tendría que buscar a otras personas para que resolvieran esos problemas, porque «nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra» (Hechos 6:3–4). ¿Por qué tener esta prioridad? Porque esta palabra es «la palabra de vida» (Filipenses 2:16 LBLA). La gran tarea del predicador es sostener «firmemente la palabra de vida» frente a quienes la necesitan para sus almas.
Actualmente, algunos críticos sugieren que este antiguo método de comunicar la verdad de Dios en el cual una persona se para al frente y habla en un monólogo a otros debe ser reemplazado por algo menos racional, más artístico, menos autoritario y elitista, más comunitario y participativo. Necesitamos videos, afirman, y diálogos y danzas litúrgicas. Sin embargo, hay algo correcto y bueno en este antiguo método que lo hace apropiado, quizás incluso especialmente apropiado, para la cultura de nuestros días. En nuestra cultura subjetiva e individualista en la cual cada persona vive en su mundo, en esta cultura anti–autoridad en la cual todos están confundidos y confundiendo, es apropiado que nosotros nos reunamos y escuchemos a alguien parado en el lugar de Dios, dándonos Su Palabra mientras nosotros no contribuimos en nada más que escuchar y prestar atención. Hay un símbolo importante en este proceso en sí mismo.
Por supuesto que vendrá un día en el cual la fe dará lugar a la vista y los sermones no serán necesarios. Y permíteme decir que nadie espera ese momento tanto como yo y la mayoría de mis compañeros predicadores. Cuando llega el momento en que ya no necesitas fe porque puedes ver al Señor —ese es el clímax de la Biblia. «Verán su rostro» (Apocalipsis 22:4). En ese momento este viejo bastón de la fe podrá ser echado a un lado cuando corramos y veamos al Señor con nuestros propios ojos.
Pero no hemos llegado a ese momento aún. Todavía estamos trabajando bajo los resultados de los pecados de nuestros primeros padres y de nuestros propios pecados. En aquel día, la fe dará lugar a la vista finalmente, pero por ahora estamos en una etapa diferente — aunque por la gracia de Dios esta no es una etapa de desesperación total. Él nos da Su Palabra y Él nos da fe. Vivimos en un tiempo de fe. Y, por lo tanto, como nuestros primeros padres, como Noé y Abraham, los israelitas y los antiguos apóstoles, confiamos en la Palabra de Dios.
¿Qué significa todo esto para nuestras iglesias? La predicación de la Palabra debe ser absolutamente central. La predicación sana y expositiva es generalmente la fuente de crecimiento en una iglesia. Permite que un buen ministerio expositivo sea establecido y mira lo que sucede. Olvida lo que dicen los expertos. Mira cómo personas hambrientas son transformadas cuando el Dios vivo les habla a través del poder de Su Palabra. Como sucedió en la experiencia de Martín Lutero, esa atención cuidadosa a la Palabra de Dios es el camino a la salvación y es a menudo el principio de la reforma. Como dijo Pablo, «ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Corintios 1:21).
Esto no significa que un ministerio así siempre será popular y bendecido con números crecientes de personas escuchando y siendo bautizadas. Pero sí significa que tal ministerio siempre será correcto. Y alimentará a los hijos de Dios con la comida que ellos necesitan. «No sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová» (Deuteronomio 8:3).
¿Tienes un empleo en el cual recibes muchas llamadas telefónicas? Tú sabes que no tienes que devolver algunas de esas llamadas. Sabes que puedes devolver algunas de ellas en cualquier momento, la semana siguiente o el mes siguiente. Pero algunas llamadas son tan importantes que al ver el identificador sabes que tienes que atenderlas de inmediato. ¿Qué pasaría si el mismo Señor te llamara? Creo que responderías inmediatamente. Decimos creer que la Biblia es verdaderamente la Palabra de Dios, Dios hablándonos; sin embargo, a menudo la ignoramos y la hacemos a un lado y nos negamos a apartar tiempo para pensar en ella. En cambio, nuestras vidas son consumidas por cosas como salir a cenar con un amigo, ver televisión o leer otros libros y no la Biblia. Esas cosas no son malas. Pero ¿qué significa cuando decimos que la Biblia es la Palabra de Dios? Significa que debemos escucharla y prestarle atención.
Muchas personas en estos días extraños, e incluso aquellas que dicen que la Biblia es la Palabra de Dios, no tienen la intención de obedecerla. No es sorprendente, entonces, escuchar que el 35 por ciento de personas que profesan ser cristianos nacidos de nuevo dicen que continúan buscando el significado de la vida —el mismo porcentaje entre aquellos que no son cristianos. ¿Qué bien te hace pensar que tienes la Palabra de Dios si no le prestas atención, si no la lees y si no oras con ella y pones tu vida en sumisión a ella?
La predicación debería tener cierto contenido, cierta transparencia en su forma. Las personas que escuchan la predicación deberían saber que están escuchando la Palabra de Dios predicada. Los miembros de la iglesia deberían animar a los predicadores, orar por ellos y buscar una predicación así, agradeciendo a Dios cuando esta llega. Es bueno predicar la verdad, y predicarla de manera que las personas puedan ver de dónde viene esa verdad. Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que los cristianos necesitan.
Así que, ¿qué elementos se necesitan para tener una muy buena iglesia?
Más que estacionamientos, bancas, bienvenidas, programas, guardería, música y todas las cosas de las cuales te pregunté al principio de este capítulo, incluso más que el predicador, lo importante es lo que se predica —la Palabra de Dios. Porque «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4).
OTROS RECURSOS
• Para estudio grupal: Oyendo la Palabra de Dios: La predicación expositiva, un estudio bíblico inductivo de seis semanas de 9Marcas.
• Para un estudio más profundo: Preach: Theology Meets Practice [Predicación: Un encuentro entre la teología y la práctica], escrito por Mark Dever y Greg Gilbert.
• Para continuar meditando: Reverberation: How God’s Word Gives Light, Freedom, and Action to His People [Reverberación: Cómo la Palabra de Dios da luz, libertad y acción a Su pueblo], escrito por Jonathan Leeman.
LO QUE VIENE
Segunda marca: teología bíblica
• El Dios de la Biblia es un Dios creador
• El Dios de la Biblia es un Dios santo
• El Dios de la Biblia es un Dios fiel
• El Dios de la Biblia es un Dios amoroso
• El Dios de la Biblia es un Dios soberano
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.