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Pensadores muy autorizados de estas áreas del saber se muestran a veces sumamente críticos con el transhumanismo. Dos nombres muy significativos de esta postura crítica frente a algunas propuestas posthumanistas son actualmente F. Fukuyama y Jürgen Habermas. Estos autores y otros muchos plantean serias cuestiones antropológicas sobre la conveniencia de llevar adelante algunas propuestas del transhumanismo. ¿Garantizarían la supervivencia de la humanidad y su mejora o supondrían, por el contrario, la extinción de la humanidad? ¿Sería el posthumanismo una mejora radical de la especie humana, un salto cualitativo en la evolución procurado por la ciencia y la técnica o supondría la desaparición de lo que actualmente entendemos por humanidad? ¿Cómo sería una inteligencia sin consciencia? ¿Qué puesto tendría la libertad en los posthumanos? ¿Se mantendría la autonomía moral del individuo o este quedaría sometido a intereses sociales, políticos y económicos ajenos? ¿Son viables y convenientes las propuestas que conducirían al posthumanismo?
J. Habermas denuncia con insistencia y fuerza el intento transhumanista de cruzar «la frontera entre la naturaleza de lo que somos y la dotación orgánica que nos damos». Con este criterio no tiene inconveniente en aceptar y defender las intervenciones terapéuticas e incluso la eugenesia negativa. Pero condena absolutamente la eugenesia positiva, porque compromete la autonomía, la libertad, la igualdad, la democracia... y pone en peligro valores irrenunciables de la dignidad humana. Defiende de forma incondicional la obligación de proteger el dato humano original y evitar la modificación del patrimonio genético.
Estos críticos del transhumanismo plantean severas cuestiones éticas en relación con las propuestas transhumanistas. Supuesto que se tratara de propuestas viables, ¿sería legítima su realización? ¿Tiene derecho la actual generación a condicionar radicalmente la vida de la siguiente generación? ¿Se deben imponer transformaciones radicales de la especie humana sin el consentimiento de las siguientes generaciones? ¿Se deben considerar mejores todas las transformaciones que son hoy posibles para la ciencia y la técnica? A estos críticos del transhumanismo les preocupa especialmente todo lo referente a la ingeniería genética.
¿Cómo calificar a estos críticos del transhumanismo? ¿Se les debe demonizar simplemente porque cuestionan algunos aspectos del desarrollo científico y tecnológico? ¿No tienen derecho a pensar críticamente desde otros presupuestos y cuestionar lo que otras personas consideran acríticamente progreso y desarrollo? ¿No son razonables muchos de sus planteamientos? El cambio climático está generando crecientes preocupaciones sobre el futuro de la humanidad y de las demás especies. Las actuales preocupaciones ecológicas son una buena prueba de que en lo que llamamos progreso y desarrollo no es oro todo lo que reluce. Estamos pagando un precio demasiado alto por lo que alegremente llamamos progreso y desarrollo.
También aquí es preciso partir del supuesto de inocencia. Tan legítimas son las posturas de quienes hacen estos cuestionamientos como lo son las de aquellas personas que las defienden. Unos y otros están ejerciendo el legítimo derecho a la libre opinión y a la libre expresión. Son posiciones razonables y legítimas siempre que no haya motivaciones perversas envueltas en falsas promesas de mejora humana. De entrada, hay que partir del supuesto de inocencia en los partidarios del transhumanismo y en los críticos del mismo.
Es cierto que algunos autores hacen cuestionamientos muy radicales a las propuestas del transhumanismo. En este sentido se hace referencia con frecuencia a la postura de F. Fukuyama. Los editores de Política exterior plantearon a varios intelectuales la siguiente pregunta: «¿Qué idea representaría la mayor amenaza para el bienestar de la humanidad?». Parece ser que su respuesta fue: el transhumanismo. Y la respuesta se ha divulgado en estos términos: «El transhumanismo es la idea más peligrosa para la humanidad». Naturalmente, la postura de este autor, como la de cualquier otro, no se debe reducir de forma simplista a una respuesta tan escueta. F. Fukuyama precisaría mucho más la respuesta, si tuvieran que explicarla. Pero ciertamente, sus palabras suponen una seria advertencia sobre los peligros que según él puede acarrear el transhumanismo. En el extremo contrario se pueden situar las palabras de R. Bailey, quien considera que el transhumanismo «personifica las más audaces y valientes, imaginativas e idealistas aspiraciones de la humanidad».
Pocos serán los autores que se nieguen en rotundo a esperar algo positivo de las propuestas del transhumanismo. Pero son muchos los que adelantan serias sospechas sobre las posibles consecuencias negativas del progreso científico y tecnológico. Estas actitudes suelen ser muy mal recibidas cuando tienen su origen en creencias religiosas o en determinadas opciones éticas. Se atribuyen a meros prejuicios ideológicos o incluso a una visión mítica de la realidad. Se acusa a dichas personas de fundamentalismo y fascismo, de ser contrarias al progreso humano, de ser enemigos de la humanidad. Suelen ser acusaciones injustas e infundadas y, con frecuencia, también contaminadas de motivaciones ideológicas. A pesar de apelar al carácter esencialmente científico de las propuestas transhumanistas, es indudable que también el transhumanismo funciona como ideología.
La mayoría de las personas que mantienen una postura crítica frente a las propuestas del transhumanismo confían en la ciencia y en la técnica; creen en el progreso; valoran positivamente la contribución que el progreso científico y las nuevas tecnologías pueden aportar a la mejora de la humanidad... Muchas de esas personas gozan de gran competencia en el ámbito de la ciencia y de la tecnología. Pueden hablar con autoridad. Pero en general están convencidas de que las nuevas tecnologías «son buenos siervos y malos señores». Es decir, serán útiles y beneficiosas mientras se mantengan bajo control, sobre todo bajo control de la ética.
De entrada, ¿quién puede desconocer o incluso renegar del aporte de la ciencia y de la técnica en la historia de la humanidad? ¿Podemos imaginar lo que significó el simple descubrimiento de la «palanca», la cantidad de esfuerzo que ahorró a los seres humanos e incluso a los animales? Que haya habido víctimas en el uso de la palanca, no quita valor a ese salto de la técnica. ¿Podemos siquiera imaginar cómo sería el trabajo humano e incluso cómo sería la sociedad antes del invento de la rueda? Todo sería distinto: el esfuerzo humano, el ritmo en el movimiento, las posibilidades del desarrollo tecnológico... Antes de que llegara la era digital, la mayoría de los inventos y la mayoría de las nuevas técnicas estaban basados o relacionados de alguna forma con la rueda. Contemplando por primera vez la maquinaria de los antiguos relojes, uno no podía menos de maravillarse ante aquel entramado de ruedas y engranajes. Considerando, aunque sea de forma muy elemental, la historia del progreso científico y del desarrollo tecnológico, ¿quién puede mantenerse obstinado en la «cienciofobia» y en la «tecnofobia»?
La mayoría de las personas que cuestionan las propuestas del transhumanismo conocen bien la historia de la ciencia y de la tecnología. Algunas hacen esos cuestionamientos desde el pensamiento filosófico, desde la teología, desde sus creencias religiosas, desde la perspectiva de la ética... Esto no quiere decir que las realicen movidos por prejuicios ideológicos o desde una visión mítica de la realidad. Su consideración de la realidad es ciertamente muy distinta de la meramente científica y técnica. Es distinta, pero no necesariamente contradictoria, sino más bien complementaria Consideran las propuestas transhumanistas desde una perspectiva eminentemente sapiencial. Insisten sobre todo en desentrañar las fuentes del sentido de cuanto existe y cuanto sucede, y sobre todo su significado y su aporte a la plena realización del ser humano.
La sabiduría es absolutamente necesaria para la «vida buena», para encontrar sentido a la vida, para gestionar sabiamente el progreso. A veces identificamos la ciencia con la sabiduría, pero no son lo mismo. El corazón forma parte de la sabiduría, cosa que no sucede con la ciencia y la técnica. Y el corazón aporta intuición, sentimiento, pasión y compasión... todo aquello que alguien ha llamado «los hábitos del corazón». Las fuentes clásicas de la sabiduría son, sobre todo, la experiencia humana, el pensamiento filosófico, las tradiciones religiosas, el derecho, las costumbres... A la ciencia y a la técnica, para humanizarse y contribuir a la mejora humana, les viene bien escuchar los consejos o las advertencias de la sabiduría.
Cuando una persona está interesada por el bien de la humanidad es conveniente prestar atención a sus opiniones. Puede estar equivocada, pero no se debe achacar su error a mala voluntad, a mala intención, a perversos propósitos. Es preciso escuchar sus argumentos, valorar sus razones. Conviene no despreciar de entrada la posible sabiduría que contienen sus puntos de vista. En la historia de la humanidad han sido importantes los especialistas de todos los campos del saber. Pero sobre todo han sido importantes los sabios, los maestros. Los científicos y técnicos ayudan a conocer mejor la realidad y a resolver mejor los problemas prácticos. Los sabios y los maestros ayudan a encontrar el verdadero sentido de la vida y a vivir la vida con sentido y sabor. Unos y otros son necesarios.
Por eso resulta hoy tan urgente el diálogo de la ciencia con la sabiduría. Es importante escuchar a los defensores de las propuestas transhumanistas y escuchar también a quienes cuestionan algunas propuestas del transhumanismo. Hoy es más importante que nunca el diálogo interdisciplinar entre los representantes de los distintos campos del saber. Defensores y críticos del transhumanismo están interesados en la mejora de la humanidad. Eso justifica sus posturas. Unos y otros tienen algo que decir para conseguir esa mejora.
Quizá este diálogo interdisciplinar nunca había sido tan necesario como lo es hoy en día. Por un motivo obvio: nunca el progreso científico había sido tan intenso y acelerado y nunca las posibilidades tecnológicas habían sido tan enormes. El progreso científico y las posibilidades tecnológicas son hoy de tal calibre que han permitido hablar del transhumanismo como camino hacia un posthumanismo. Se trata de un verdadero giro copernicano, de un punto de inflexión en la historia de la humanidad.
La humanidad tiene hoy en sus manos la posibilidad científica y técnica de acelerar su evolución hasta convertirla en una verdadera transmutación de la especie humana. Por eso, cuando las posibilidades técnicas son tan enormes, se requiere un especial concurso de la ética. La gran preocupación de muchos pensadores es formulada de la siguiente manera: ¿Tenemos ética suficiente para tanta técnica? Cuando las posibilidades del progreso tocan tan de lleno el centro de la especie humana, se requiere un especial concurso de la sabiduría. La gran preocupación de muchos pensadores es formulada hoy también de esta manera: ¿Tenemos mística suficiente para tanta política? ¿Tenemos suficiente sabiduría para gestionar tanto progreso? ¿Sabemos verdaderamente en qué consiste el progreso de la humanidad? ¿Estamos seguros de conocer en qué consiste verdaderamente la mejora humana o debemos seguir reflexionando sobre esta cuestión tan capital?
Para contestar a preguntas de esta envergadura necesitamos el concurso de científicos, técnicos, filósofos, teólogos... Es necesario y conveniente el concurso de cualquier persona que se haya hecho con algún fragmento de verdad.
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