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No habían pasado dos meses y el 11 de diciembre ya disponíamos de un programa para empezar a recibir las primeras inscripciones. El proyecto había tomado forma muy rápida y es preciso decir que en ello fue decisivo el apoyo del ayuntamiento de nuestra ciudad, particularizado en la persona de su concejala de Educación, D.ª María Victoria González Vilches, y también del centro asociado de la UNED de Talavera, y, en concreto, D. Enrique Martínez de la Casa, su director. Pronto sumamos a estos decisivos patrocinadores también la Fundación Cardenal Herrera Oria y la Universidad Francisco de Vitoria.
UN CONGRESO RIGUROSO Y DINÁMICO
El padre Juan de Mariana era, sin duda, un pensador heterodoxo, crítico y nada tradicional, pero también meticuloso y exhaustivo en sus trabajos. De alguna manera, un congreso sobre su figura debía reflejar estas características. El elenco de los ponentes y participantes buscó responder a estas premisas.
Deseábamos escuchar voces contradictorias, enfoques diversos. Hago notar que entre las instituciones colaboradoras se encuentran el Nódulo Materialista y el Instituto Teológico de Toledo, el Cine Club Mariana y el Departamento de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Obviamente, venían de lugares muy distintos entre sí.
Bastará con dar un repaso a los autores citados en el índice de estas actas para darnos cuenta de la muy diversa procedencia de las comunicaciones y conferencias. También en eso se percibe la pluralidad: Iñigo Ongay de Felipe, profesor de la Universidad de León, México; Harald E. Braun Senior Lecturer in European History (Profesor titular de Historia Europea), University of Liverpool; José Luis Villacañas Berlanga, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense y director de la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico; investigadores asociados a la Fundación Gustavo Bueno, profesores de la UDIMA, de la Universidad Francisco de Vitoria, de la Universidad Loyola de Andalucía, de la UNED, del Instituto Teológico San Ildefonso de la Diócesis de Toledo, de la Universidad de Alcalá, de la Europea de Madrid y de la de Castilla-La Mancha, profesores de centros de secundaria, etc.
Hubo momentos de amistosa confrontación en algunas mesas redondas, como aquella en la que el pensamiento liberal del Instituto Mariana compartió espacio con los incisivos representantes de la escuela de Gustavo Bueno. La confluencia —sin polémica— de estos diferentes enfoques es uno de los objetivos cumplidos de los que estamos más satisfechos los organizadores.
RECUPERAR LA FIGURA DE MARIANA PARA SU CIUDAD NATAL
Este congreso ha tenido un carácter internacional por la procedencia de sus ponentes e incluso de los matriculados al mismo, como hemos visto. Pero dado que su realización ha tenido lugar en Talavera de la Reina (Toledo), ciudad natal de nuestro autor, adquirió una notable dimensión local; el padre Juan de Mariana tenía que ser reivindicado en su propia tierra, a la que quiso tanto.
Por todo ello nos pareció oportuno realizar una serie de actos precongresuales, a fin de ir anticipando el mismo a la sociedad talaverana. Además de una presentación a los medios, se organizaron tres conferencias: una primera, mesa compartida entre Iván Vélez Cipriano y José Luis Pozo Fajarnes, abrió el camino; la segunda, a cargo de José Carlos Rodríguez, periodista y fundador del Instituto Juan de Mariana, y la tercera, a cargo de D. Jaime Olmedo, académico y filólogo, acompañado por D. José María Gómez Gómez, historiador talaverano.
Talavera tiene, afortunadamente, una buena pléyade de intelectuales. Puede alegrarse de ello. Debemos resaltar que el carácter abierto del congreso en las sesiones realizadas en el Centro Cultural El Salvador ha permitido la asistencia de muchos talaveranos que mostraron su complacencia al comprobar la talla del jesuita objeto de estudio. Entre ellos, por ejemplo, contamos con la presencia de alumnos de la Universidad de Mayores José Saramago y de varios institutos de la ciudad.
Sería injusto no destacar en este sentido la predisposición del Ayuntamiento de Talavera: su apoyo económico, por supuesto, pero también, insisto, la cercanía personal de nuestra concejala de Educación, D.ª María Victoria González Vilches, que coordinó todo lo referente al congreso. Un detalle no menor fue la cesión temporal de un excelente retrato del jesuita que decora las salas del ayuntamiento. Finalmente, la presencia del Sr. alcalde de Talavera, D. Jaime Ramos Torres, en la jornada de clausura hizo patente este apoyo.
Quisimos, en especial, hacer un homenaje público al padre Juan de Mariana con la colocación de un detalle floral en la estatua que se erige justo frente al ayuntamiento y el Teatro Victoria. Dicho acto, además, contó con las palabras de nuestro querido amigo de D. Luis Francisco Peñalver Ramos, historiador y autor de El monumento al padre Juan de Mariana en Talavera de la Reina; historia de un proceso: 1866-1888. Estuvo presente también la concejala de Cultura, D.ª María de los Ángeles Núñez.
No faltó, a continuación. una visita guiada con los congresistas por la plaza del Pan y, sobre todo por La Colegial, edificio religioso que tanta relación tiene con Mariana. Los sacerdotes responsables nos abrieron amablemente sus puertas. También disfrutamos de las explicaciones de D. Domingo Portela, arqueólogo y director técnico de la última restauración.
LA UNED DE TALAVERA Y SU PATROCINIO ACADÉMICO
El director del centro asociado de Talavera, D. Enrique Martínez de la Casa, acogió desde el primer momento el proyecto que le presentamos. Un congreso debe tener, por supuesto, el respaldo de una institución académica, no solo por la validez de sus títulos, sino porque son precisas infraestructuras informáticas, direcciones, salones para las comunicaciones, recepción de matrículas, comunicaciones a prensa, propaganda, etc.
La implicación de la UNED Central se confirmó con el nombramiento como director del congreso de D. Jacinto Rivera de Rosales, catedrático de Filosofía de la UNED. Él aportó la talla académica precisa. El trato cotidiano durante los días del congreso nos permitió disfrutar de su buen hacer y nos sentimos muy agradecidos por ello.
Tampoco quisiéramos olvidar aquí al personal del centro asociado que estuvo constantemente pendiente de cualquier detalle, con su habitual diligencia y eficacia.
La UNED, asimismo, acogió la presentación de dos libros en un acto que enriqueció también las propuestas del congreso. María y Laura Lara nos hablaron de su obra merecedora del Premio Algaba: Ignacio y la Compañía: del castillo a la misión (EDAF); por otro lado, descubrimos el libro Juan de Mariana y la escuela española de economía (Unión Editorial), de Ángel Manuel Fernández, que nos permitió conocer, entre otras cosas, la influencia de Mariana en los padres fundadores de los Estados Unidos, una tesis verdaderamente sugerente.
LA PUBLICACIÓN DE ESTAS ACTAS COMO CULMINACIÓN
Sin duda, lo más valioso del congreso está recogido en sus actas. Es así porque aquí se plasman los esfuerzos en el análisis de conferenciantes, ponentes y autores de las comunicaciones. Es el trabajo individual sobre los textos, el descubrimiento de nuevos datos, la comparativa de autores y el uso de una metodología científica adecuada, lo que produce buenos frutos.
¿Qué hubiera pasado si dicho esfuerzo quedara solo en la memoria de los participantes o en las grabaciones que hicimos de las sesiones colgadas en internet? Que lo más granado habría quedado sin recoger.
Afortunadamente, la Universidad Francisco de Vitoria decidió apoyar la edición de las actas que están ahora en sus manos. Ahora podemos leer de manera ordenada todas las ideas que se debatieron. Ahora se conservará el trabajo antes descrito. Ahora será posible partir de estas propuestas para realizar otras. No podemos por menos que elogiar la ayuda de nuestros colegas de esta universidad.
Disponga, pues, lector de ellas. Perdone las erratas si las hubiera, que las habrá, por más que pusimos cuidado en evitarlas. Y si, como pronosticamos, encuentra un rico montón de ideas, que le aprovechen. Quedan para el archivo y la memoria.
JUSTIFICACIÓN DE LA CONVOCATORIA DE UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE LA FIGURA Y LA OBRA DEL PADRE JUAN DE MARIANA (1536-1624)
Julián Rodríguez Ortega
Sirvan estas líneas para dar cuenta de las razones de interés académico y cultural que han llevado a los organizadores a realizar el congreso internacional sobre «La actualidad del padre Juan de Mariana» en la fecha del 22 al 24 de marzo de 2017, congreso que ha tenido lugar en la que fuese su ciudad natal, Talavera de la Reina.
El primero de los motivos es la importancia de la propia obra de Mariana. Alguien que escribe sobre áreas del conocimiento tales como la historia, la filosofía política, el pensamiento económico, las exégesis bíblica, la vida interna de la Compañía de Jesús —su propia orden religiosa— y otras cuestiones de diverso carácter merece sin duda alguna atención, suscita interrogantes, casi desconcierta. Si, además, algunas de estas obras han tenido repercusión dentro y fuera de España, como su Del rey y de la institución real, la Historia de España y el escrito Sobre la alteración de la moneda, entre las más señaladas, la atención que se debe a su autor se incrementa.
El segundo motivo es que a Mariana se le sigue estudiando, se sigue escribiendo sobre él, fundamentalmente en el espacio investigador de la universidad. Algunos de los ponentes que acudieron al congreso son prueba de ello (omito nombres o bibliografía en unas líneas forzosamente sucintas como son estas, bastará que el lector se detenga en aquellos autores que firman las intervenciones para comprobarlo). Mariana sigue interesando. Y nos temíamos que nadie tuviese entre nosotros noticia de ello.
Un tercer motivo, que pesaba en el ánimo de los organizadores, era que la obra del padre Juan de Mariana no había tenido un evento académico exclusivamente dedicado a ella. Una reunión del mejor nivel posible, rigurosa, con algunos de los mejores conocedores de su obra. Esto obligaba a que dicho encuentro fuese de carácter internacional. Los organizadores, más vinculados a la educación media que a la universitaria, teníamos dificultades en este sentido, al estar nuestros recursos (y no me refiero solo a los económicos) más limitados. La generosidad y disponibilidad de todos, especialmente de los profesores que intervinieron, pudo hacer que esa importante dificultad fuese salvada.
La cuarta razón se inscribe en un interés más amplio: el de la reivindicación de la tradición (sea esta palabra tomada tan flexiblemente como se quiera) de la cultura y del pensamiento español. Estudiar a Mariana es fijarse de alguna manera en ella, por más que sea esta tan dilatada y rica que el jesuita talaverano forme tan solo una pequeña parte. Nuestro convencimiento es que estar de espaldas a la tradición hispánica, que de algún modo hoy nos sigue constituyendo, es una gran miopía, un empobrecimiento, para el cual el prejuicio y el desconocimiento han sido solo una pésima excusa. Comprobamos el grado de conocimiento de otras tradiciones de pensamiento, como la francesa, la alemana o la anglosajona, por poner los ejemplos más notorios, entre los investigadores del ámbito de las humanidades. Al tiempo observamos con no poca frecuencia el desinterés y desconocimiento —a veces el desdén— de nuestras grandes figuras del pensamiento filosófico, político, religioso, histórico y, en un sentido que cabría precisar, literario y artístico. A los organizadores de este congreso esta situación nos parece inadmisible. Por suerte, hace muchos años que esta conciencia de nuestro rico pasado va cambiando y existen muchas iniciativas culturales, editoriales e investigadoras que ahondan en nuestra tradición. En este sentido, un congreso sobre la obra del padre Mariana quiere ser un paso más de toma de conciencia y de proyección de nuestro legado intelectual.
Por último, algo sí teníamos a nuestro favor, nuestra residencia en Talavera de la Reina y la convicción de que era esta la ciudad en la que tal homenaje académico a Mariana había de realizarse. El nombre de Mariana es inseparable de Talavera, y aquí tenía que celebrarse este congreso. En cierto modo, debía ser el tributo que su tierra le debía, y queríamos así pagarlo. Esta última razón, que en sí misma no termina de ser académica, añadía el necesario carácter histórico y afectivo para que el congreso al padre Juan de Mariana que recogen estas actas cobrase pleno sentido y tuviese lugar.
MARIANA Y LOS JESUITAS
José Luis Villacañas Berlanga
UN ESCRITO SUSTANCIAL Y SUS PROBLEMAS
No sabemos exactamente la fecha de los escritos sobre los jesuitas que debemos a la pluma del padre Mariana. Por eso resulta difícil identificar las circunstancias concretas a las que responden. En todo caso, no debieron ser coyunturales, sino sustanciales. Sabemos que el llamado Discurso de las cosas de la Compañía debía estar escrito en 1610, puesto que fue uno de los papeles requisados a raíz de su detención con motivo de la publicación del tratado De monetae mutatione, que vio la luz en 1609. Así que no hay una buena razón para oponerse a lo que dice Astrain en su Historia de la Compañía, a saber, que el manuscrito estaría listo hacia 1605. No tenemos constancia de que la obra respondiera a unos hechos concretos. Obedece a una percepción específica de Mariana, forjada en el curso de su acción y de su larga observación. Que estamos ante una obra que trasciende una ocasión concreta se percibe desde el momento mismo de la definición del argumento. Mariana era consciente de la relación que existía entre su obra y el tiempo. Con orgullo nos dice: «Donde quiera a la verdad, la mayor parte de la gente es vulgo, que como tal pone los ojos en lo presente sin cuidar mucho de lo de adelante».1 Mariana no escribe excitado por las impresiones del presente. Su ensayo está movido por las inquietudes de futuro y alberga la pretensión de diagnosticar males institucionales, no actuaciones puntuales, y no se venda los ojos respecto del sencillo hecho de que está nadando contra corriente. Siempre lo hizo. Los hombres como él no se enredan en un torbellino, saben apreciar los flujos profundos de las corrientes históricas, y Mariana miraba hacia ellas, no a la superficie de las cosas, cuando escribía. Lo suyo como historiador buscaba identificar lo constante, y sabía que él mismo no tenía otra ayuda que la constancia. Un hombre que siempre vivió pensando en el largo plazo de su existencia, y que se preciaba de haberla vivido sin tropiezos, no se dejaba impresionar por lo que solo vive en el corto plazo. Su Discurso de las cosas de la Compañía en verdad afecta al núcleo más esencial de la cuestión, y la prueba es que el juicio que vierte en él lo maduró desde «muchos años atrás con las personas más graves de la Compañía».2
Esta dimensión esencial concierne a la condición histórica de la Compañía. Por supuesto, Mariana, como Ribadeneira, asume que la Compañía de Jesús es una obra de Dios. Pero la diferencia entre nuestro hombre y el autor de la Vida de san Ignacio reside en que para Mariana todo su juicio está atravesado por la condición histórica de las cosas humanas, incluso aquellas que se basan en la inspiración divina. En realidad, se podría decir que la condición histórica deriva su necesidad de una relación inevitable entre la obra inspirada y su continuidad en el tiempo. Esta cuestión está muy cerca de la problemática central que Max Weber analizó: podría ser, simplemente, la dialéctica entre el carisma y su conversión en realidad cotidiana. Este problema teórico Mariana no lo abordó en su De rege et regis institutione, porque respecto de la monarquía lo decisivo es su condición tradicional. Sin embargo, la fundación de una comunidad o congregación eclesiástica es una manifestación de carisma porque siempre está inspirada por Dios. Su devenir histórico, sin embargo, muestra los límites de esta fundación y la inevitable necesidad de iniciar un período de específica racionalización posterior. De este modo, y frente a Ribadeneira, que ha vivido con la pretensión de que el carisma del fundador podía mantenerse intacto en la comunidad, al menos mientras existan miembros que como él han mamado de la leche del fundador, Mariana considera que el carisma originario no es suficiente para regir la congregación en el tiempo, y esto por razón interna de las propias limitaciones del carisma. Estas limitaciones son de diversa índole y derivan tanto de las virtudes de su propia eficacia como de las dificultades internas de todo gobierno político. Y quizá esto es lo más interesante del planteamiento de Mariana. No es el fracaso del fundador lo que hace necesario el proceso de racionalización ulterior, sino precisamente su éxito.3
«Los tiempos no son todos unos»,4 ha sentenciado Mariana con su castellano firme y vigoroso. La condición de lo que parece bueno y apropiado es cambiante y no suele coincidir lo del principio con lo que se percibe más adelante. La consecuencia que se deriva de aquí es la inevitable necesidad de abrir un proceso de reflexión crítica, sin el cual la historia acumula la degeneración y lleva a la comunidad a la corrupción y la muerte. Este razonamiento concreta la vieja intuición de la inevitable corrupción de las cosas humanas, pero implica una tesis de mayor penetración: ni siquiera las instituciones que pueden invocar la fundación divina y el ser queridas por Dios se pueden mantener meramente por esta invocación providencialista sin la ayuda de la medicina que sean capaces de producir los seres humanos. Mariana, en este sentido, se ha visto como médico de la Compañía y como entendido en el arte, sabe que el diagnóstico está sometido a una temporalidad idónea. De no llegar a tiempo, «las llagas» pueden cancerarse y tornarse incurables.5 Y ahí está él, antes de que «el agua llegue a la boca» y todo se destruya,6 ofreciéndose como punto de partida de esa reflexión.
Así que primero deberemos estudiar la fragilidad del carisma y sus límites, justo por su condición histórica y su determinación temporal. Esto nos llevará a la aguda comprensión de la contingencia histórica, en un sentido que Maquiavelo no pudo entender. En segundo lugar, deberemos considerar una dificultad acumulada, que está relacionada con la fragilidad propia de las cosas del gobierno. Y con ello llegaremos a la comprensión de una contingencia multiplicada. Sin embargo, el problema principal del escrito de Mariana no queda abordado con lo dicho. La cuestión decisiva, y la que mortifica a Mariana, es la dificultad de especificar la legitimidad de ese médico que, instalado en el medio del tiempo, carente del carisma del fundador, se lanza al proceso de racionalizar la congregación o la comunidad. ¿Cómo reconocerlo en su razón? ¿Por qué escucharlo? ¿Cómo dotarlo de confianza si ha perdido el contacto con la fundación?
CARISMA, FUNDACIÓN, INNOVACIÓN
Mariana se ha expresado sobre la obra de Ignacio con frialdad, pero no ha dejado de considerarla querida por Dios. De ella ha hablado como algo «bueno e inspirado por Dios»,7 aunque con una clausula hipotética [«dado caso»]. En un momento más solemne, en la conclusión, la ha considerado «planta escogida por Dios».8 La cuestión decisiva es que, aceptando este hecho, es preciso diferenciar aquello que en el fundador procede de la inspiración y aquello que procede de su prudencia. Debemos comprender bien lo que me atrevo a llamar el racionalismo de Mariana. Lo divino de toda obra consiste en que, a pesar de ser nueva, tenga éxito y fructifique. La dimensión carismática de una acción parte de la comprensión de su improbable éxito frente a lo tradicional y se comprende mejor en sociedades dominadas por la tradición que en las nuestras, atravesadas por una novedad cambiante. Si nos dejamos llevar de la vieja comprensión de la tradición como algo que es viejo por ser bueno, y no bueno por ser viejo, entonces debemos aceptar que la duración es la manera en que se manifiesta que es grata a Dios. Que una obra de novedad muestre que está inspirada por Dios debe manifestarse justo por su improbable éxito, pues solo Dios puede alterar la tradición que él mismo ha consolidado. Para Mariana parecía evidente que ahí residía su específico valor de inspiración, en el hecho de que pudiera superar una máxima improbabilidad. Y esto era así porque en su antropología no cabe la posibilidad de que la limitada prudencia de un ser humano produzca efectos exitosos de novedad. Incluso el fundador carismático, como hombre, no altera su escasa prudencia. Fiel al esquema aristotélico de esta virtud, sostenido por la firme comprensión de la tradición, Mariana no puede dejar de aproximar la novedad al milagro. Y acerca de la novedad de la Compañía no le caben dudas. «Los nuestros —dice— siguieron un camino, aunque bueno y aprobado de la Iglesia y muy agradable a Dios, como lo muestran los maravillosos frutos que de esta planta se han cogido, pero muy nuevo y extraordinario».9
En muchos pasajes de su escrito, este milagro es el propio de estabilizar una forma de vida que está en su comienzo y para el cual no tenemos antecedentes, la clave del rendimiento de la prudencia. Apenas se ha podido sentir más firme el peso de la incertidumbre y de la historia que cuando Mariana nos dice que respecto de la Compañía «no se ven pisadas ni camino»10 como si andasen por arenales y desiertos. Para Mariana la Compañía no solo es nueva, también está en sus principios, algo que no tiene sentido para alguien que, como Ribadeneira, ignora la condición histórica y para quien la obra de Ignacio ha salido perfecta de sus manos y se extiende entregada a su propia repetición. Para Mariana no es así. Caminar por arenales, pero como apenas lo haría un niño, esa es la doble dificultad, la que determina el milagro del éxito. Pues no hay duda: la Compañía está a «los principios». Acertar en esos principios es «cierto género de ventura».11 No puede ser obra de la prudencia. Para la novedad exitosa en la historia, la prudencia del fundador debe entenderse mínima y no determinante. El carisma por supuesto no es prudente. Su aliento procede de otro lugar. Y lo que en él cabe atribuir a la inspiración es su dirección general. «Las leyes particulares queden por la mayor parte a la prudencia del fundador y de los que le sucedieren y esta de ordinario sea muy corta, como lo dice la Sagrada Escritura, puede faltar y falta más a los principios».12 Es lógico que estas palabras produjesen escándalo en los que leyeron unos papeles que por lo demás ya estaban marcados por la sospecha. Pero Mariana tiene buenas razones para defender esta tesis y entre otras que «nuestro padre Ignacio nunca imaginó la Compañía como se halla hoy»,13 por lo que son inevitables las reformas. El aspecto humano de la novedad debe entregarse a algo diferente de la prudencia, que sirve de guía solo para lo parecido y según los antecedentes, algo de lo que carece la novedad. Y, entonces, ¿a qué puede entregarse la creación de esas esas leyes particulares de las que depende que la inspiración general se concrete?
Obviamente, en la geografía tardoaristotélica en la que nos movemos, no queda sino una cosa: la especulación. Acerca de esta ha dicho Mariana que es «fuente caudalosa de yerros y cegueras».14 Y esto es así porque Ignacio no se inspiró en las antiguas órdenes religiosas. En realidad, los jesuitas no quisieron «parecer frailes»,15 y por eso han esquivado todo lo que era la legitimidad tradicional procedente de las otras órdenes: costumbres, reglas, ceremonias y hasta vocablos. No puede sorprendernos que Mariana sea cauteloso con la especulación. Forma específica de gobernarse bajo el síndrome de la novedad y del inicio, la especulación tiene con el carisma su cercanía a la locura, desde luego, y por eso alberga peligros, extravagancias, descarríos, hasta tal punto que «es manera de ventura acertar al principio a dar en el blanco».16 La especulación que da por ventura en el blanco quedaría caracterizada como carismática. Pero, como tal, la debilidad de la especulación reside en su dificultad para encerrar una providencia, para hallar la previsión acerca de la forma de desenvolverse el tiempo. Esta debilidad afecta a las leyes particulares. Por eso Mariana avisa que quien se entrega a la especulación apenas puede esperar gobernarse por la providencia, sino por la necesidad. Debemos tener en cuenta esta modalidad, porque resulta específica de la política. Gobernarse por la providencia quiere decir seguir un plan previsto. La necesidad se presenta en una situación de urgencia que dicta lo que se está obligado a hacer para escapar a lo peor. La especulación no puede evadir este problema, aunque en su origen tenga una inspiración divina.