Cartas II (Edición crítico-histórica)

- -
- 100%
- +
El deseo de no confundirse con las escuelas promovidas por la jerarquía o por los religiosos no obedece, pues, a un deseo de singularizarse o de evitar toda colaboración. Se ve por el texto que no es así. Responde a lo que venimos diciendo hasta ahora, a la intención de crear escuelas que no sean confesionales. Ser englobados dentro del conjunto de “colegios católicos” terminaría por privarles de la laicidad que los caracteriza y a la larga terminaría por anular el espíritu de iniciativa de los seglares que los deben promover.
Esa toma de conciencia de la propia responsabilidad de los padres católicos en el campo educativo ha tenido efectos muy importantes en el ámbito del Opus Dei. La mayoría de las obras colectivas de la Obra son centros de enseñanza o relacionadas con la educación. Como puede verse por los datos que proporcionaba John Allen, en 2005, el 41 % de las obras corporativas o de aquellas que solo reciben asistencia espiritual por parte del Opus Dei, son colegios de enseñanza media; el 27 % son residencias universitarias; el 25,5 % son escuelas de capacitación técnica o agrícola, y el restante 6,4 % se distribuye entre universidades, escuelas de negocios y hospitales (casi siempre universitarios). Puede decirse, por tanto, que la actividad colectiva del Opus Dei se concentra en el sector educativo a todos los niveles[8], y eso que Allen no contaba las numerosas iniciativas a favor de la educación del tiempo libre de la infancia y de la adolescencia que se llevan a cabo en centros juveniles de todo el mundo. Tampoco se considera aquí el trabajo que tantos miembros, a título personal, desarrollan en la enseñanza pública o privada no vinculada con el Opus Dei[9].
Incluso desde el punto de vista patrimonial podría afirmarse sin temor a equivocarse que la mayor parte de los bienes sobre los que el Opus Dei ejerce un control —aunque no sean de su titularidad y tomando esta expresión en sentido muy amplio— están invertidos en sacar adelante esa labor educativa y de servicio, mediante la educación infantil, secundaria, universitaria y de postgrado, a menudo en países que se encuentran en vías de desarrollo o que presentan carencias en este sector, desde América a Oceanía, desde África a Asia o Europa.
Pero los efectos de esta doctrina van más allá del ámbito de la Obra. San Josemaría deseaba aportar este modo de pensar y de hacer a una Iglesia que desde el Concilio Vaticano II y antes estaba poniendo su interés en la renovación del laicado, como fuerza propulsora de una evangelización capilar en el mundo de hoy. Es una llamada a todos los padres de familia católicos para que se organicen y se hagan responsables de la educación de sus hijos.
2. FUENTES Y MATERIAL PREVIO
En AGP se conserva una carpeta (serie A. 3, 91-5) con las fuentes de esta Carta. Allí se encuentra el manuscrito original, que denominamos m5, mecanografiado en cuartillas apaisadas, donde se notan de vez en cuando pequeñas correcciones autógrafas de san Josemaría, realizadas con diversos tipos de pluma estilográfica. Consta de 46 cuartillas mecanografiadas a doble espacio, en papel de grueso gramaje, en formato 21,5 x 16 cm y con signos de haber sido grapadas. Algunas (12-13bis, 15-16, 20-21, 24 y 27) son de un papel más fino y unos milímetros más grandes, no estuvieron grapadas y en ellas se usó una máquina distinta. Estas cuartillas alternadas parecen la copia en limpio de algunas hojas del borrador primitivo, que quizá había acumulado muchas correcciones autógrafas.
En la primera cuartilla está escrito a mano por el fundador del Opus Dei: “Euntes ergo. 2-10-1939”. Las notas se encuentran al final del documento, donde además de las referencias —bíblicas, patrísticas, etc.— encontramos la transcripción latina de las citas empleadas en castellano en el texto de la Carta, como es habitual en este género de escritos de san Josemaría.
En el volumen de 1968 (v5) la Carta ocupa de la página 3 a la 41.
La impresión de 1985 (i5) cuenta 31 páginas (en formato 17 x 24 cm), y está encuadernada en cartulina amarilla. Existen dos ejemplares, i51 e i52 en AGP, el primero de los cuales contiene unas pocas correcciones a mano del beato Álvaro del Portillo, escritas a bolígrafo rojo. Se trata de pequeñas diferencias con m5 que se debieron de anotar en ese ejemplar para corregir futuras impresiones. Las notas están aquí a pie de página, con la transcripción latina habitual.
3. CUESTIONES DE CRÍTICA TEXTUAL
Las diferencias entre las diversas versiones son mínimas, como podrá observarse en el aparato crítico, y proceden del proceso de revisión que ya hemos explicado en la introducción a esta edición.
La revisión m52 fue consistente: en las cuartillas mecanografiadas se observan abundantes correcciones autógrafas de san Josemaría, pertenecientes a esta fase, que después se encuentran en i5, por lo que debieron trasladarse también al borrador desaparecido α.
En el n.º 10a ha sido preciso tomar una decisión crítica difícil. Un párrafo de m51 no se encuentra en v5 y todo parece indicar que fue suprimido al elaborar esa edición, en 1968. Nos hemos ya referido a él: Escrivá explica que está añadiendo ese párrafo en 1948, para sentar el criterio de que el Opus Dei no abrirá colegios de segunda enseñanza, al menos por el momento. Aunque luego aclara el motivo de esa indicación temporal, es claro que este añadido se contradice con lo que afirma al principio del mismo párrafo y con la historia misma, pues sabemos que ya entre 1946-1947 estaba pensando en abrir un centro de esas características, como hemos explicado. El resultado es un texto algo confuso. Sin embargo, al revisar la carta en la fase m52, posteriormente a la edición del volumen II, san Josemaría no lo eliminó. ¿Fue un olvido o decidió dejar aquel breve texto que había quitado en 1968?
Hay razones para sostener la validez de ambas opciones. Mantener el párrafo de 1948 serviría solo para dejar constancia de que en ese año el fundador del Opus Dei estaba preocupado por subrayar que la Obra se diferenciaba de las tradicionales instituciones religiosas dedicadas a la enseñanza. Era probablemente así, pues después de la aprobación como instituto secular pudo haber querido recalcar que el ámbito de acción de los miembros del Opus Dei por excelencia es el mundo secular, no confesional, aunque no excluyera la posibilidad de promover más tarde colegios, cuando la naturaleza laical de la institución fuera ya bien comprendida por todos.
Nos parece que esta explicación es algo rebuscada, la solución resulta repetitiva y, como decimos, introduce una complicación innecesaria, algo que bien pudo percibir Escrivá de Balaguer en 1968, cuando decidió eliminarla. Más tarde, en la fase de corrección m52, donde tenía delante el texto anterior a 1968, no reparó en este párrafo, quizá porque estuvo atento sobre todo a los signos de puntuación y a detalles de redacción, no a cuestiones de fondo, como puede fácilmente comprobarse en las fuentes. Es algo que ha pasado varias veces con otras mejoras aportadas por la versión del volumen II. Nos parece que esta es la explicación más verosímil, por lo que hemos decidido seguir la versión de 1968, dejando constancia en el aparato crítico[10].
4. CONTENIDO
La Carta comienza recordando el derecho y la libertad que la Iglesia tiene de enseñar el camino de la salvación. Los seglares participan de esa misión evangelizadora, por ser «miembros vivos de la Iglesia de Dios» (n.º 3a) y en el Opus Dei esa tarea se lleva a cabo por medio del trabajo. Entre las profesiones más importantes para el bien de la Iglesia y de la sociedad, san Josemaría destaca las relacionadas con la enseñanza y la educación, de ahí su interés en que haya «hombres y mujeres que ejerzan esa profesión con mentalidad laical» (4b), convirtiéndola en «un instrumento de progreso civil y un instrumento de santificación para sí y para los demás» (4c). Este será el leitmotiv de buena parte de la Carta.
Alude a la necesidad de formar maestros y profesores laicos, con espíritu cristiano y competencia profesional, que estén presentes tanto en la enseñanza pública como en la no estatal (5d-6d). Este trabajo —explica Escrivá— tiene alguna diferencia con la benemérita labor educativa que llevan a cabo los religiosos (7d-9c).
Después de estas primeras páginas, que tienen carácter introductorio, se detiene en uno de los principales temas que desea tocar: los centros de enseñanza que dirigirá el Opus Dei. Entre otras cosas, recuerda que el principal apostolado de sus miembros es el que se realiza en el propio trabajo. Explica que esos colegios no serán «reductos defensivos» (11a) y glosa algunas de sus características inspiradoras, especialmente la libertad.
Unas páginas adelante volverá sobre este tema, explicando que esos centros serán relativamente pocos, y que la mayoría de los que trabajarán allí no serán del Opus Dei (17a-18d). También dará otras indicaciones (19a-20c), como evitar todo clasismo o discriminación; facilitar que personas de escasos recursos las puedan frecuentar, y procurar realizar un amplio apostolado. Además, dedica varias páginas a tratar de la educación de los estudiantes (21a-22b), en donde insiste en la necesidad de respetar y potenciar el ejercicio de su libertad y en la importancia de atender a sus familias. En varios momentos se referirá también al carácter no eclesiástico que tienen esos instrumentos (23a-24c).
A lo largo de la Carta aludirá también a «la inmensa labor apostólica» (13b) que podrán realizar los miembros del Opus Dei con su trabajo en los centros oficiales de enseñanza, para lo que necesitan prestigio profesional y sólida preparación, apertura y espíritu de servicio (13a-16b).
En una segunda parte (26a-30b) la Carta trata de las residencias universitarias, enumerando algunas de las principales características que han de tener: ambiente de familia, espíritu de libertad y clima de estudio intenso, entre otras.
5. Texto crítico anotado
CARTA N.º 5
[Sobre la misión del Opus Dei y de los laicos cristianos en el campo de la educación y la enseñanza; también designada por el íncipit Euntes ergo, lleva la fecha del 2 de octubre de 1939 y fue enviada el 21 de enero de 1966]
1a
Misión docente de la Iglesia
Euntes ergo docete omnes gentes[1]; id y enseñad a todas las gentes. Veinte siglos lleva la Iglesia Santa de Jesucristo, fiel al mandato de su Fundador, cumpliendo su misión de enseñar a todos los hombres el camino de la Salvación, de la Verdad y de la Vida. Y ha experimentado siempre —a veces en periodos históricos de particular turbulencia— el cumplimiento de aquella promesa del Señor: et ecce ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consummationem saeculi[2]; y yo estaré con vosotros continuamente, hasta la consumación del mundo.
1b
Progresos de la labor
Desde aquellos humildes comienzos, cuando los Apóstoles recibieron de Dios la misión de anunciar el Evangelio por toda la tierra, sumida en la obscuridad del error, se ha recorrido un largo sendero y, a pesar de la resistencia que los hombres ponemos a la luz, podemos repetir con alegría aquellas palabras de la Escritura: ¿no está ahí, clamando, la sabiduría y dando gritos la inteligencia? Se para en los altos cabezos, junto a los caminos, en los cruces de las veredas; da voces en las puertas, en las entradas de la ciudad, en los umbrales de las casas[3].
1c
Pero aún es mucho lo que falta para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo[4].
2a
Los derechos de la Iglesia
Con sobrenatural fortaleza ha debido la Iglesia no pocas veces exigir el respeto de su irrenunciable derecho a enseñar todo lo necesario, para el cumplimiento de su fin. En el objeto propio de su misión educativa, es decir, en la fe y en la institución de las costumbres, el mismo Dios ha hecho a la Iglesia partícipe del divino magisterio..., y lleva en sí misma arraigado el derecho inviolable a la libertad de enseñar[5]; para la salvación de las almas, para extender el Reino de Dios, para renovar todas las cosas en Cristo[6].
2b
Ámbito de su misión
Misión propia y directa de la Jerarquía de la Iglesia es la enseñanza de todo lo que se refiere a nuestro último fin. Pero, como no puede ser radicalmente extraña a ese fin ninguna cosa que contribuya al bien de los hombres y de la sociedad civil, al cumplir la Iglesia jerárquica su misión, ha hecho sentir su influjo bienhechor en los más diversos órdenes de la vida y de la cultura humana. Y a la vez, todos los que rectamente trabajan en esos sectores de la actividad temporal, contribuyen de algún modo o pueden contribuir a la misión santificadora y redentora de la Iglesia.
2c
Valor apostólico del trabajo profesional
De ahí que todos los cristianos, sin excepción, hayan de sentir la responsabilidad apostólica en el ejercicio de su trabajo profesional, cualquiera que sea: porque si esas actividades han sido dejadas a la libre iniciativa de los hombres, no quiere decir que hayan sido despojadas de su capacidad de cooperar de alguna manera en la obra de la Redención. Lo que el alma es en el cuerpo, eso son en el mundo los cristianos. Extendida está el alma por todos los miembros del cuerpo: y los cristianos, por las ciudades del mundo. Ciertamente, el alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo: como los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo[7].
3a
Misión específica de los seglares
Con esa misión hemos sido nosotros enviados, para ser luz y fermento sobrenatural en todas las actividades humanas. También, como fieles cristianos, hemos oído el mandato de Cristo: euntes ergo docete omnes gentes! No se trata de una función delegada por la Jerarquía eclesiástica, de una prolongación circunstancial de su misión propia; sino de la misión específica de los seglares, en cuanto son miembros vivos de la Iglesia de Dios.
3b
Vocación peculiar, pero sin distinguirse de los demás
Misión específica, que tiene para nosotros —por voluntad divina— la fuerza y el auxilio de una vocación peculiar: porque hemos sido llamados a la Obra, para dar doctrina a todos los hombres, haciendo un apostolado laical y secular, por medio y en el ejercicio del trabajo profesional de cada uno, en las circunstancias personales y sociales en que se encuentra, precisamente en el ámbito de esas actividades temporales, dejadas a la libre iniciativa de los hombres y a la responsabilidad personal de los cristianos.
3c
La enseñanza
Por eso quiero hoy hablaros, hijas e hijos queridísimos, de la necesidad urgente de que hombres y mujeres —con el espíritu de nuestra Obra— se hagan presentes en el campo secular de la enseñanza: profesión nobilísima y de la máxima importancia, para el bien de la Iglesia, que siempre ha tenido como enemigo principal la ignorancia; y también para la vida de la sociedad civil, porque la justicia engrandece a las naciones; y el pecado es la miseria de los pueblos[8]; porque la bendición del justo ennoblece a la ciudad, y la boca del impío la abate[9].
4a
Formar pedagogos
Es urgente, decía, formar buenos maestros y profesores, con una profunda preparación: con ciencia humana, con conocimientos pedagógicos, con doctrina católica y con virtudes personales, que —por sus propios méritos, por su esfuerzo profesional— lleguen prestigiosamente a todos los ambientes de la enseñanza.
4b
Mentalidad laical y afán apostólico
Hombres y mujeres que ejerzan esa profesión con mentalidad laical, con el convencimiento de que de ese trabajo profesional han de obtener el sustento propio y el de su familia, han de lograr el desarrollo de los talentos naturales que Dios les ha dado, han de cooperar eficazmente al bien de la humanidad, han de alcanzar la perfección cristiana y contribuir apostólicamente a la extensión del Reino de Jesucristo.
4c Hace falta, en una palabra, que haya muchos que sepan hacer de su profesión un instrumento de progreso civil y un instrumento de santificación para sí y para los demás, con abnegación, con espíritu de servicio y con ilusión humana; que, al ejercitar su noble tarea docente, en los más variados sectores de la ciencia, dirigidos por la fe, puedan repetir aquellas palabras de la Sabiduría: sin engaño la aprendí y sin envidia la comunico, y a nadie escondo sus riquezas[10].
5a
La mentira en el mundo
Se podría decir, sin demasiada exageración, que el mundo vive de la mentira: y hace veinte siglos que vino a los hombres Jesucristo, el Verbo divino, que es la Verdad. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron... Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo, y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. A cuantos le recibieron, a aquellos que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios[11].
5b
Difundir la Verdad, fundamento de la paz
Es preciso que seamos, en todos los ambientes, mensajeros de esa luz, de esa Verdad divina que salva.
5c
El error no sólo obscurece las inteligencias, sino que divide las voluntades. Sólo cuando los hombres se acostumbren a decir y a oír la verdad, habrá comprensión y concordia. A eso vamos: a trabajar por la Verdad sobrenatural de la fe, sirviendo también lealmente todas las parciales verdades humanas; a llenar de caridad y de luz todos los caminos de la tierra: con constancia, con competencia, sin desmayos ni omisiones, aprovechando todas las oportunidades y todos los medios lícitos para dar la doctrina de Jesucristo, precisamente en el ejercicio de la profesión de cada uno.
5d
Aplicación al campo de la enseñanza
Si esto vale para todos —nuestro apostolado se reduce a una catequesis—, vale —con mayor razón aún— para los que se dedican a la enseñanza: por eso es grande y hermosa la tarea docente, si saben ejercitarla con la oportuna preparación científica y con un vibrante espíritu apostólico, porque el estudio se ordena a la ciencia, y la ciencia sin caridad infla, por lo que produce disensiones. Entre los soberbios —está escrito— siempre hay disputas. Pero la ciencia acompañada de caridad edifica y engendra la concordia[12].
6a
La educación cristiana
Hacen falta maestros y profesores que sepan enseñar perfectamente las ciencias y las artes humanas, infundiendo a la vez en el ánimo de sus alumnos un profundo sentido cristiano de la vida. Puesto que la educación consiste esencialmente en la formación del hombre, tal como debe ser y como debe obrar en esta vida terrena, para conseguir el fin sublime para el que fue creado, es evidente que como no puede existir educación verdadera que no esté totalmente ordenada al fin último, así... no puede haber educación completa y perfecta si no es educación cristiana[13].
6b
Recta ordenación de todo el saber
No son suficientes unas clases de religión, como yuxtapuestas al resto de la enseñanza, para que la educación sea cristiana. Es indispensable que la enseñanza misma de las letras y de las ciencias florezca en todo conforme a la fe católica, especialmente la filosofía, de la que depende en gran parte la recta dirección de las demás ciencias[14].
6c
Ordenar toda la cultura a la salvación, iluminar todo conocimiento humano con la fe[15], formar cristianos llenos de optimismo y de empuje capaces de vivir en el mundo su aventura divina —compossessores mundi, non erroris[16]; poseedores del mundo, con los otros hombres, pero no del error—; cristianos decididos a fomentar, defender y amparar los intereses —los amores— de Cristo en la sociedad; que sepan distinguir la doctrina católica de lo simplemente opinable, y que en lo esencial procuren estar unidos y compactos; que amen la libertad y el consiguiente sentido de responsabilidad personal.
6d
Apostolado auténtico
Hijas e hijos míos, esa maravillosa misión del maestro y del profesor es un verdadero y profundo apostolado, hoy especialmente necesario, por la extensión y el influjo de la equivocada enseñanza profana en la vida de los hombres, y para salvar y desarrollar ese ingente patrimonio de la cultura cristiana, que ha exigido siglos de esfuerzo.
7a
La enseñanza es una profesión laical y secular
Enseñar —os lo repito— es una profesión, una actividad laical y secular. Es, por tanto, lo que hemos de hacer nosotros algo muy distinto de la laudable labor que han desarrollado y desarrollan, desde hace siglos, Órdenes y Congregaciones religiosas —incluidas las que han nacido con el fin específico de ejercer el apostolado en el campo de la enseñanza—, porque lo suyo es una tarea eclesiástica, aun cuando se dirija en muchos casos a las ciencias profanas. Los religiosos se entregan principalmente al estudio de la doctrina ordenada a la piedad, afirma el Doctor Angélico. Los demás estudios no son propios de los religiosos, cuya vida se ordena a los divinos ministerios, sino en cuanto se relacionan con la teología[17].
7b
Tarea eclesiástica y suplente de los religiosos
Estos religiosos, con su actividad docente, no pretenden nunca ejercer una profesión, ni tienen propiamente —en la enseñanza— una función que cumplir en el orden civil. Si lo han hecho tantas veces, más allá de lo que exigía su vocación religiosa —con mucho fruto para la Iglesia, y para la misma sociedad civil— ha sido generalmente para llenar un vacío casi total, como en la Edad Media, o para oponer un dique a la descristianización de la cultura, como en la Edad Moderna y aún en nuestros tiempos. Es decir, han tenido que subsanar de alguna forma la ausencia de fieles cristianos que se ocupasen profesionalmente, con competencia y con buena formación religiosa, de ese aspecto tan delicado y trascendental de la vida de la sociedad: y así hacen, no una profesión —un trabajo— civil, sino un meritorio apostolado religioso.
8a
La enseñanza no es un monopolio de los religiosos ni del Estado
Es una gran equivocación, fruto quizá de la mentalidad deformada de algunos, pretender que la enseñanza sea tarea exclusiva de los religiosos. Como lo es también pensar que sea un derecho exclusivo del Estado: primero, porque esto lesiona gravemente el derecho de los padres y de la Iglesia[18]; y además, porque la enseñanza es un sector, como muchos otros de la vida social, en el que los ciudadanos tienen derecho a ejercitar libremente su actividad, si lo desean y con las debidas garantías en orden al bien común.
8b
Por otra parte, y como consecuencia de un movimiento anticatólico de proporciones universales, aunque diverso en sus formas, en los últimos siglos se viene alejando cada vez más a los religiosos del campo de la educación; y esto hace todavía más urgente y necesaria la formación de buenos profesionales cristianos, que se dediquen a la docencia.
8c
Hacen falta profesionales cristianos
Sin embargo, ésta es sólo una razón circunstancial y contingente: porque nosotros no sustituimos a los religiosos —como ya he dicho, es lo contrario lo que ha ocurrido—, no debemos y no podemos sustituirlos en sus actividades docentes. Su labor es fundamentalmente de carácter eclesiástico, cuando no suplente; y nuestra tarea en la enseñanza es un trabajo esencialmente profesional y secular.
8d
Aunque no se diera ese motivo particular que he señalado —más: aunque, como sería de desear, los religiosos no encontraran obstáculo alguno para cumplir su misión, que nosotros vemos con alegría y cariño—, siempre sería necesario promover la formación de buenos maestros y profesores cristianos, que ejerzan ese trabajo profesional, como ciudadanos.
9a
No trabajamos como los religiosos, ni con los religiosos
Por el mismo motivo —es decir, porque la actividad de esos religiosos es de carácter eclesiástico, y la nuestra es secular, profesional—, de ordinario no convendrá que trabajemos con los religiosos, y menos en centros dirigidos por ellos.