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La Revolución rusa es el primer y principal factor para explicar la deriva de Mussolini hacia una nueva ideología que ensalzaría a los futuros excombatientes como campeones de la nación. Al estallar la revolución de febrero de 1917, los intervencionistas de Il Popolo d’Italia celebraron ver el supuesto carácter revolucionario de la guerra dando sus primeros frutos.10 No obstante, pronto comenzaron a temer que esta revolución podría suponer la retirada del aliado ruso del conflicto.11 Esta posibilidad horrorizaba a Mussolini por dos razones. Primero, porque tal «traición» sería perjudicial para Italia y los países aliados. Y segundo, y aún más importante, porque una paz negociada en Rusia como consecuencia de la revolución sería un hecho que desmentiría radicalmente su propia interpretación sobre la pretendida naturaleza revolucionaria de la guerra. Il Popolo d’Italia insistía en esta última idea: el periódico apuntaba que los soldados rusos, sobre todo los oficiales jóvenes, habían apoyado la revolución, pero al mismo tiempo afirmaba que estos debían continuar combatiendo hasta la victoria final.12 En julio de 1917, Mussolini, eufórico por el avance de los soldados rusos frente a los alemanes, se decía partidario de una posible dictadura encabezada por Kerensky.13 Como vemos, Mussolini se inclinaba por la continuación de la guerra a cualquier precio, subordinando toda mejora social destinada a la población –incluyendo a los soldados– a los intereses superiores del esfuerzo bélico nacional. Cuando se frustró la última ofensiva rusa debido a la falta de entusiasmo de las tropas, Mussolini acusó a los agitadores bolcheviques del fracaso. En general, para la burguesía intervencionista italiana, ese giro indeseado de la Revolución rusa presagiaba posibles peligros en Italia. Muchos individuos como Mussolini ya planteaban ominosos paralelismos con Rusia cuando el ejército italiano, tras años de guerra brutal, rozó el colapso en el otoño de 1917. La duodécima batalla de Isonzo, el denominado desastre de Caporetto, fue una derrota traumática que empujó al ejército y la sociedad italiana a una profunda crisis.14
Al coincidir con la fase final de la Revolución rusa, Caporetto fue el segundo acontecimiento que condujo a Mussolini a identificar a los veteranos como heraldos de una nueva ideología emergente. Tengamos en cuenta que entre octubre y noviembre de 1917, mientras tenía lugar la masiva retirada de Caporetto, otros ejércitos contendientes como el francés mostraban severos problemas de agotamiento y amotinamiento entre sus soldados,15 y una segunda revolución se estaba produciendo en Rusia. Los bolcheviques se habían granjeado la lealtad de los combatientes rusos que, entusiasmados ante la posibilidad de una pronta paz, protagonizarían una auténtica revolución en los frentes.16 En Italia, mientras tanto, las divisiones entre los socialistas se acentuaban ante el impacto de los acontecimientos rusos y la invasión del territorio patrio. Sometidos a escrutinio a través de las lentes deformantes del ejemplo ruso, los socialistas italianos fueron acusados de haber debilitado la moral de las tropas y por tanto de haber provocado el desastre de Caporetto. Incluso el general Cardona, principal responsable del desastre militar, señaló a los socialistas como chivo expiatorio, lo cual no le libró de ser reemplazado por el general Armando Diaz al frente del Estado Mayor; un cambio que, dicho sea de paso, no sería suficiente para insuflar nuevas energías en el esfuerzo de guerra, ni para poner fin a la propaganda antisocialista. Sea como fuere, el contexto no solo influyó en la evolución ideológica de Mussolini, sino que también provocó transformaciones que facilitarían la futura manipulación política del símbolo del veterano de guerra.
Caporetto condujo a toda una batería de medidas destinadas a motivar a los soldados y a mantener su disciplina y compromiso con la causa nacional, y este esfuerzo daría forma a las mentalidades y expectativas de los futuros veteranos de guerra.17 El ejército, usando extensivamente una propaganda nacionalista y patriótica que demonizaba al enemigo y glorificaba los instintos agresivos, promovió un nuevo modelo de motivado «combatiente» (combatente) que se alejaba de la simple idea del obediente «soldado» (soldato).18 Estos nuevos discursos comportaban considerables promesas hacia las tropas, pues tendían a subrayar la enorme deuda contraída por la patria para con sus salvadores. Los propagandistas dibujaban un futuro de reconocimiento moral absoluto por parte de la sociedad, prometiendo «amar», «respetar» y «honrar» a los combatientes. Tal y como apuntaba un periódico, «el soldado será también el primero en cuanto a derechos».19 Es probable que estas promesas ayudaran a mejorar el espíritu combativo en el frente, pero sin duda también crearon expectativas irreales para el retorno posbélico de los combatientes.
El ideal de un nuevo combatiente hipermotivado encontró su expresión arquetípica en las recién creadas tropas de asalto: los arditi. Estos aguerridos soldados de élite hacían gala de una elevada moral y disfrutaban de determinados privilegios: mejor comida, paga más elevada y más largos periodos de descanso. Sus acciones ofensivas combinaban el elemento sorpresa con la violencia extrema. No obstante, el número de unidades de asalto (reparti di assalto) era limitado, reuniendo en torno a 35.000 efectivos. Como emblema, utilizaban el agresivo símbolo de una calavera y una espada rodeadas por una corona de laurel. Si bien los arditi rivalizaban con los batallones de alpini en prestigio y fiabilidad en el campo de batalla, su contribución militar no puede decirse decisiva. Su mayor relevancia fue la de representar el arquetipo de una nueva mentalidad militar elitista, violenta e intransigente, que respondía a los anhelos de diversos intelectuales, como los futuristas, que habían enfatizado la acción y la violencia como medios para la consecución de un fin.20
De 1917 en adelante, mientras la Revolución rusa continuaba, todas las naciones contendientes21 –e Italia no fue una excepción– se vieron en la necesidad de implementar medidas de removilización para incrementar la moral de sus soldados. Es cierto que los discursos patrióticos lograron permear, en parte, a las clases bajas de los países beligerantes, proveyéndoles de un cierto sentido del honor con el que enfrentarse a una probable muerte en el campo de batalla, pero lo cierto es que el soldado medio continuó experimentando la guerra como una imposición.22 Para generar consenso entre las masas de soldados y sus familias, la propaganda del Estado combinó iniciativas de asistencia social con promesas de compensación material. En Italia, miembros de comités de retaguardia y nuevos periódicos de trinchera extendieron el espíritu intervencionista, difundiendo odio contra quienes eludían sus responsabilidades: «desertores» (emboscati), «oportunistas» (profittatori), pacifistas y derrotistas.23 No en vano, las autoridades se mostraban profundamente preocupadas por los eventos acaecidos en Rusia, donde los combatientes habían alimentado la revolución al unirse a los consejos de trabajadores y soldados (Soviets).
Por su parte, Mussolini observaba atentamente todos estos acontecimientos. En noviembre de 1917, cuando Georges Clemenceau fue nombrado primer ministro en Francia, Mussolini alabó la enérgica actitud del estadista francés, que se había comprometido con un mayor esfuerzo bélico nacional. Mussolini pensaba que la manera democrática de conducir la guerra conduciría «fatalmente» –como en Rusia– «al régimen de los Soviets, a los comités de trabajadores y soldados, y a asambleas de soldados que debatirían y rechazarían los planes estratégicos de los generales».24 El 20 de noviembre de 1917, Clemenceau declaró, en un discurso que abordaba las necesidades de los soldados franceses, que estos tenían «derechos por encima de los nuestros» (ils on des droits sur nous), una frase que haría fortuna entre los combatientes y veteranos franceses y que incluso les generó un sentido de superioridad moral. En Italia, mientras tanto, Mussolini se mostraba entusiasmado con las primeras iniciativas legislativas destinadas a apoyar a las familias de los soldados,25 como aquella que prometía tierras para los trabajadores agrícolas que ahora luchaban en el frente y que constituían el grueso del ejército italiano. Otra fue el establecimiento de la Opera Nazionale Combattenti (ONC), constituida en diciembre de 1917 por el Gobierno de Orlando. Esta institución abordaba los problemas endémicos de la agricultura italiana y propulsaba el desarrollo de la Italia meridional (Mezzogiorno), así como la reintegración de los soldados tras la guerra. La ONC transformó el viejo lema de «la tierra para los campesinos» (la terra ai contadini) en el eslogan «la tierra para los combatientes» (la terra ai combattenti). También en diciembre de 1917, el ministro del Tesoro Francesco Saverio Nitti creó políticas de seguro gratuito para soldados y oficiales.26
Más importante aún, en 1917 el Estado italiano, al igual que el resto de los países europeos, comenzó a abordar el problema de los soldados mutilados mediante una serie de medidas oportunamente promulgadas y que tuvieron éxito a la hora de mantener lealtades al esfuerzo bélico. Una institución oficial, la Opera Nazionale Invalidi di Guerra, comenzó a hacerse cargo de los veteranos discapacitados a partir de marzo de 1917, al tiempo que estos empezaban a organizarse para defender sus intereses. Diversos periódicos –sobre todo Il Popolo d’Italia– informaban de las actividades, reuniones y declaraciones de aquellos grupos. Estos fundaron la Asociación Nacional de Mutilados e Inválidos de Guerra (Associazione Nazionale fra Mutilati e Invalidi di Guerra, ANMIG), la cual se ganó la benevolencia de las autoridades al adoptar una postura patriótica distanciada de los socialistas y de cualquier otro partido. De hecho, la ANMIG se convirtió en la interlocutora del gobierno en materia de pensiones. Durante la crisis de Caporetto, algunos grupos de mutilados fueron todavía más lejos en su apoyo al esfuerzo bélico y, alineados con los intervencionistas, se lanzaron a perseguir a los enemigos internos con extremado celo.27 Así, el Gobierno y los intervencionistas consiguieron impedir que se formase el tipo de organizaciones de veteranos socialistas o de orientación democrática que sí surgieron en Francia o Alemania.28
A lo largo de 1917, los discursos y representaciones de los veteranos mutilados en Il Popolo d’Italia presagiaron la función mítica que los excombatientes tendrían en el Fascismo. En la primavera, el periódico defendía que no solo había que ofrecer a los veteranos pensiones y asistencia, sino también el honor y el respeto de la patria. Además, admitiendo que el Estado había adquirido compromisos con los exsoldados incapacitados, se apuntaba que estos no estaban exentos de la obligación de contribuir de forma productiva a la nación, es decir, que no se les debía permitir convertirse en «parásitos». Los intervencionistas celebraron especialmente esta última idea, ya que subrayaba el compromiso inquebrantable de los mutilados con el esfuerzo bélico.29 Así, el ideal representado por estos veteranos patrióticos se convirtió en un elemento esencial de la cosmovisión protofascista de Mussolini.
El texto que sirvió para definir el papel mítico que tendrían los veteranos en la ideología del Fascismo originario fue un notorio artículo escrito por Mussolini en Il Popolo d’Italia, «Trincerocrazia». Es muy importante considerar el contexto en el que Mussolini lo escribió: no fue otro que diciembre de 1917, tras la batalla de Caporetto, cuando diversas partes del norte de Italia se encontraban todavía bajo la ocupación enemiga. En aquellos días, la ANMIG se iba asentando en múltiples ciudades italianas; grupos de activistas mutilados animaban en prensa a la lucha contra el enemigo exterior e interior. Pero los sacrificios también estaban engendrando expectativas para el futuro. Como un herido escribió en La Voce dei Reduci: si tras la guerra pudiera llegar a convertirse en primer ministro, lo primero que haría como tal sería ratificar los derechos de los combatientes: «derechos nuevos para gente nueva».30 Inspirado por el mismo espíritu, Mussolini, que muy probablemente leyó ese artículo,31 recuperó entonces su concepto de trincerocrazia para delinear el papel que se otorgaría a los veteranos de guerra en el futuro. Mussolini describió la formación en las trincheras de una «nueva aristrocracia» –concepto que en realidad procedía de Prezzolini–. «La trincherocracia es la aristocracia de las trincheras. Es la aristocracia del mañana», afirmó Mussolini. Según él, Italia estaba siendo dividida entre aquellos que habían combatido y los que no: una idea de «dos Italias» que también había creado Prezzolini. Y Mussolini utilizó las actividades de los soldados mutilados para apoyar sus premisas: los mutilati eran la vanguardia del gran ejército que pronto regresaría a casa. Su espíritu daría nuevo sentido a nociones ya carentes de significado, como «democracia» y «liberalismo». Los excombatientes, una suerte de trabajadores que retornaban de los «surcos» del frente –las trincheras– a los «surcos de la tierra», fusionarían las ideas de clase y nación, y crearían así una nueva ideología: un «socialismo nacional» y «antimarxista».32
Los historiadores han señalado este artículo de «Trincerocrazia» como la primera evidencia clara del abandono del socialismo por parte de Mussolini.33 Este giro a la derecha se ha explicado como una consecuencia de Caporetto y como resultado de la percepción de Mussolini de que la guerra había transformado profundamente al país y convertido a los soldados del frente en una fuerza política completamente nueva para la posguerra.34 Sin embargo, deberíamos entender «Trincerocrazia» no como una predicción clarividente y ajustada del futuro, sino más bien como una profecía autocumplida. El artículo no solo fue una manifestación temprana de ideología fascista, sino también la revelación de una ambición política. Mussolini proclamaba un nuevo estilo político que, esperaba, daría forma al nuevo orden de posguerra, a una nueva sociedad imaginada en la que los excombatientes jugarían un papel esencial. Con estas palabras, Mussolini se estaba dirigiendo a los soldados, potenciales lectores de su artículo. Probablemente ya pensaba en ellos como futuros seguidores de un nuevo movimiento político. En cualquier caso, fue en ese momento cuando nació la legendaria conexión entre excombatientes y Fascismo. Pero ¿por qué Mussolini estaba tan interesado en movilizar precisamente a los veteranos de guerra?
Había una motivación crucial. Recordemos que el devenir de la Revolución rusa desde la primavera de 1917 había empujado a Mussolini a posicionarse violentamente contra los socialistas italianos.35 Tampoco olvidemos que Mussolini había apoyado la intervención porque creía en la naturaleza revolucionaria de la guerra, una idea mítica que se había visto inicialmente confirmada por los acontecimientos rusos. Ahora bien, la revolución real había tenido consecuencias indeseadas, pues los bolcheviques, abrumadoramente apoyados por soldados del frente, pretendían terminar la guerra y hacer la paz con las Potencias Centrales, traicionando así a los países aliados. Mussolini, convertido en un nacionalista intransigente, temía profundamente un desenlace análogo en Italia. Por ello, a mediados de diciembre de 1917, Mussolini debía estar absolutamente desolado: el mismo día en que se publicó «Trincerocrazia», un armisticio firmado entre Rusia y los imperios centrales abrió el camino para las negociaciones de paz en Brest-Litovsk. Este acuerdo diplomático destruyó el mito de la guerra revolucionaria en el que Mussolini había creído. Si bien la guerra había conducido a la revolución, esta había llevado a la consecuencia más aborrecida por los intervencionistas: una paz sin victoria. Una vez que se manifestó esta contradicción teórica, Mussolini optó por apoyar la guerra, rechazando definitivamente el socialismo y centrándose en la lucha para alcanzar los objetivos bélicos nacionalistas. Ahora bien, esta elección implicaba buscar una nueva clientela política: los veteranos de guerra, que en el Fascismo representarían la fuerza revolucionaria y simultáneamente nacionalista, para revertir el papel jugado por los excombatientes en la revolución bolchevique. Como vemos, el artículo «Trincerocrazia» muestra hasta qué punto la concepción de un nuevo fenómeno ideológico, el Fascismo, implicaba creer en los veteranos de guerra, como una nueva fuerza política motriz. En cierto modo, la naciente ideología fascista no era sino una estrategia más para evitar lo sucedido en Rusia, afianzando la lealtad de las tropas hasta las últimas consecuencias en la lucha nacionalista. En definitiva, la conexión ideal entre Fascismo y excombatientes, surgida del ala revolucionaria del intervencionismo italiano, fue catalizada ante todo por el frustrante e inesperado desenlace de la Revolución rusa.36
Mussolini no era el único que defendía estas ideas. Por ejemplo, el intelectual intervencionista Agostino Lanzillo argumentó por aquel entonces que la guerra había derrotado al socialismo.37 Este autor, que había traducido al italiano la obra del teórico del sindicalismo revolucionario Georges Sorel, y que también había servido y recibido heridas como soldado durante el conflicto,38 compartía la fe en el carácter revolucionario de la guerra. Ahora bien, Lanzillo denunciaba categóricamente los acontecimientos acaecidos en Rusia como una «revolución que ocultaba la derrota».39 En su libro La derrota del socialismo, finalizado en 1918, afirmó que las generaciones que habían combatido en el frente saldrían «renovadas» de la guerra, con una «nueva mentalidad» y con unas «cualidades individuales mejoradas», constituyendo una fuerza humana determinante en el futuro. Según Lanzillo, las acciones de los veteranos asumirían una «dirección nacional» ya que los soldados retornados del frente instintivamente valorizarían su sacrificio; sería improbable que adoptaran ningún tipo de «actitud revolucionaria», sino que más bien lucharían «para reemplazar a la clase dirigente, en nombre del poder y el coraje que representan».40 Retrospectivamente, las predicciones de Lanzillo podrían interpretarse como correctas, pero deben considerarse más bien como parte del mismo conjunto de mitos intervencionistas del que también formaba parte la noción Mussoliniana de trincerocrazia. Esta cosmovisión cristalizaría en un programa y una estrategia política para el periodo de la posguerra.
Así pues, tras Caporetto y ante la confirmación de la paz «revolucionaria» rusa, la identificación de los intervencionistas con los soldados en el frente todavía se reforzó. Il Popolo d’Italia modificó su línea editorial para presentarse como el defensor de los derechos de los combatientes, un cambio que se hizo evidente durante la última fase de la guerra, mientras se acrecentaba la polarización de la sociedad italiana y se perseguía a los «derrotistas», denostados como «enemigo interno». En sus páginas, Prezzolini escribiría que el mayor enemigo estaba «en casa», pero que los combatientes regresarían de la guerra para «renovar» el país.41 Il Popolo d’Italia abogó por la implantación de una dictadura que militarizaría la sociedad italiana hasta la obtención de la victoria. En el diario, los «hombres de la trinchera» (trinceristi) podían plantear sus reclamaciones materiales; jóvenes oficiales utilizaron este foro para expresar sus preocupaciones.42 Sin embargo, la idea programática de distribuir la tierra expropiada entre los soldados de origen campesino fue perdiendo peso,43 y finalmente, en agosto de 1918, Mussolini adoptó un nuevo subtítulo –Diario de los combatientes y los productores (Quotidiano dei combattenti e dei produttori)– que simbolizaba su definitivo rechazo del socialismo. Ahora, las nociones de «combatientes» y «productores» se incorporaron a su lenguaje político, sustituyendo los conceptos más comunes de «soldados» y «trabajadores», teñidos de socialismo.44
Pese a que Mussolini todavía no había desarrollado plenamente una ideología excombatiente ni un programa político sólido, su activismo preparó el terreno para la posterior emergencia del símbolo del veterano fascista. Algunos exsoldados italianos, de hecho, abrazaron la idea de la trincerocrazia; líderes de los mutilados se presentaban públicamente como la «gran vanguardia» de los que volverían del frente.45 Hasta el final de la guerra, Mussolini e Il Popolo d’Italia prestaron atención a las expectativas expresadas por los soldados, abogando por una rápida desmovilización de la mayoría de las tropas.46 No obstante, el grupo de Mussolini fue un simple observador más que su impulsor de la irrupción del movimiento excombatiente italiano. Y la cuestión de la trincerorazia quedó sin desarrollar. Ante la victoria italiana en Vittorio Veneto y el «Boletín de la Victoria» (Bollettino della vittoria) firmado por Armando Díaz el 4 de noviembre de 1918, Mussolini reaccionó con entusiasmo, como el intervencionista nacionalista y antisocialista en que se había convertido en virtud de la experiencia bélica.47 La Primera Guerra Mundial terminaría dos semanas después, aunque esto no traería consigo la paz real para muchas partes del continente europeo.
LOS EXCOMBATIENTES Y LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA EN EUROPA OCCIDENTAL
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial traumatizaron tanto a los países contendientes como a otras naciones europeas que permanecieron en la no beligerancia. Las experiencias nacionales variaron en función del resultado militar de la confrontación, pero todos los participantes sufrieron considerables pérdidas humanas (10 millones de muertos en total), independientemente de si habían sido derrotados o no; sus poblaciones salieron del conflicto profundamente transformadas. Pese a vencer, ciertos países –incluyendo Italia– atravesaron muchos meses de descontento social y conflictos violentos sin precedentes. El fantasma de una revolución social y guerra civil como la rusa de 1917 era omnipresente entre los derrotados, aunque el desmembramiento de los Imperios Centrales desembocase en el nacimiento de nuevos Estados nación democráticos como la República de Weimar. En Versalles en 1919, los diplomáticos difícilmente restablecieron el equilibrio en las relaciones internacionales. La transición económica de una guerra total a una economía de paz también fue un tanto turbulenta, y el problema de cómo desmovilizar a millones de excombatientes marcó la posguerra de los beligerantes. Todas estas naciones vieron surgir diversas organizaciones excombatientes de muy distinto signo político, advirtiendo a los políticos y a la sociedad civil de la urgencia de reintegrar a aquellos hombres. En la esfera pública, los veteranos eran nuevos y llamativos actores a quienes no podía ignorarse tras las experiencias sufridas en nombre de la nación. Muchos de ellos volvieron a casa con la esperanza de hacer realidad las promesas que se les habían hecho durante la guerra.
La desmovilización cultural posbélica, reintegrar a los veteranos y pacificar a los sectores más belicistas de cada país, fueron tareas necesarias para recobrar la normalidad tras una guerra «total»,48 y cuyos resultados variaron según los países, regiones, grupos sociales y de edad o género. El fracaso de esos procesos tras la Primera Guerra Mundial explica, en parte, el florecimiento en toda Europa del paramilitarismo.49 La violencia continuó teniendo presencia, sobre todo en Europa central y oriental donde la aparición de «guardias cívicas» armadas respondió a la percepción de una amenaza bolchevique. De hecho, fueron excombatientes quienes solían incorporarse a este tipo de formaciones cuasimilitares, aunque el surgimiento de milicias de autodefensa se produjo incluso en países que no habían combatido en la Gran Guerra, como España.50 Esta amplia e importante reacción fue transnacional, tuvo efectos transfronterizos, y se dio independientemente de si el país en cuestión había salido derrotado, victorioso, o había siquiera tomado parte en la Primera Guerra Mundial.51 Este terreno fértil posibilitó la irrupción del movimiento fascista. Aquí abordaré sus elementos contextuales más importantes para entender cómo y por qué se estableció un vínculo entre el Fascismo y los excombatientes en Italia, que posteriormente se extendería a otros países. Igualmente analizaré la aparición de organizaciones de veteranos que, en los años siguientes, llegaron a ser importantes protagonistas históricos (tabla 1.1), examinando en particular su relación con el Fascismo.