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El periodo anterior a Estados Unidos en el suroeste
Hasta este punto, con algunas excepciones, la conquista y la evangelización de las Américas han sido consideradas en conjunto. Lo siguiente es un enfoque más específico sobre la historia de los latinos en Estados Unidos. Como sucede con cualquier territorio que haya experimentado innumerables cambios políticos en el transcurso de los siglos, sería imposible narrar aquí la historia completa de los hispanos en Estados Unidos. Por lo tanto, se destacarán solamente unos cuantos puntos.
Como se mencionó arriba, la presencia hispana en las Américas comienza inmediatamente después de la llegada de Cristóbal Colón en 1492. Asentamientos españoles pronto se establecieron en el Caribe y se enviaron exploradores hacia las islas vecinas y la tierra firme que ahora corresponde a Estados Unidos. Después de la conquista de las numerosas civilizaciones indígenas en México en la primera parte del siglo XVI, y poco después de otras en diversas partes de América, comenzó el proceso de evangelización de los amerindios. El principal vehículo para la evangelización en el suroeste de Estados Unidos y en el norte de México fue la misión, o las reducciones, como a veces se les ha designado28.
El Plan Pastoral Nacional para el Ministerio Hispano29, resumiendo este trabajo de las órdenes religiosas, describe las décadas posteriores:
En el siglo XVII los misioneros franciscanos levantaron iglesias elegantes en las comunidades de los “Pueblo” de Nuevo México; los jesuitas en las laderas del oeste de Nueva España integraron las dispersas rancherías de los indios en eficientes sistemas sociales que elevaron el estilo de vida en la América árida. Pero la importancia primaria de la evangelización como piedra angular de la política real española sucumbió ante las ambiciones políticas del siglo XVIII. Las misiones cayeron víctimas del secularismo. Primero, los jesuitas fueron exiliados y la orden suprimida; los franciscanos y los dominicos trataron valientemente de detener la ola de absolutismo, pero sus miembros disminuyeron rápidamente y los servicios de la Iglesia para los pobres se desmoronaron30.
Para complicar más la situación, esta área tan extensa, que pasó de pertenecer a España a formar parte del recién establecido país independiente de México en 1821, terminó como parte del territorio que Estados Unidos adquirió con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848. Este pacto puso fin a la guerra mexicano-americana, y como resultado de la misma México perdió la mitad de su territorio.
De muchas maneras esta toma de poder por Estados Unidos fue desastrosa para la población hispana nativa. En el transcurso de unos pocos años, muchas familias que habían vivido en estos territorios por siglos perdieron sus tierras y liderazgo nativo cuando el nuevo sistema legal angloamericano las absorbió31. Una comunidad tradicional que no había conocido ninguna separación entre Iglesia y Estado, por ejemplo, se halló ahora en una situación muy diferente. A lo largo de muchos años de aislamiento, la tradición folclórica española se había aferrado. Espinoza describe la vida de Nuevo México en el siglo XVII:
La historia de la cultura española en Nuevo México durante el siglo XVIII no era muy diferente de la del siglo XVII. Las actividades sociales y religiosas continuaron igual que antes. Siempre, hay que subrayarlo, Nuevo México fue una comunidad fronteriza aislada, su gente viviendo la vida sencilla rural de los pueblitos. Aparte de los trabajos en el pueblo o en el campo, había fiestas de la Iglesia, misas, bodas, bautizos y desfiles o ejercicios militares. Los colonos se reunían a menudo pública o privadamente para bailes, rezos, procesiones penitenciales, velorios para los difuntos y entierros. Durante celebraciones de esponsales, bodas y bautizos había banquetes, bebida, baile y canto de canciones populares y baladas32.
En su libro Occupied America: A History of Chicanos, Rodolfo Acuña ha titulado su capítulo sobre la toma de poder
en Nuevo México por parte de Estados Unidos como “Libertad enjaulada: la colonización de Nuevo México”33. Este título describe vivamente la situación de los hispanos en el suroeste durante la segunda mitad del siglo XIX. Virgilio Elizondo, considerado por muchos como padre de la teología hispana en Estados Unidos, recalca enérgicamente que el hispano del suroeste es un “exiliado que nunca salió de su casa”34. Entre las más grandes desilusiones para los hispanos en esta época fue la falta de apoyo de parte de la Iglesia católica romana.
La incorporación a Estados Unidos
Poco después de la guerra se le dio a la jerarquía católica de Estados Unidos el cargo de la Iglesia de esas tierras, que hoy abarcan la parte suroeste de Estados Unidos. Puesto que la Iglesia de Estados Unidos todavía se consideraba como territorio de misión, se traían prelados de Europa. Con la excepción de los casos de San Antonio y Dallas, todos los primeros obispos de las diócesis situadas en Nuevo México, Arizona, Colorado y Texas eran franceses35. Fray Angélico Chávez, O.F.M., señala cierta ironía en el hecho que estos prelados fueran franceses, “puesto que los sacerdotes nativos, habiendo sido educados en Durango durante las revoluciones por la independencia, eran muy mexicanos. Había una invasión francesa y ellos eran muy anti franceses. Luego, ¡el que se les envió fue un francés!”36. Moisés Sandoval critica el comportamiento de algunos de estos “pastores extranjeros”:
Estos obispos, todos menos uno, nacidos en Europa, procuraron crear una Iglesia parecida a la que ellos habían dejado. El que tal vez lo intentó con mayor esfuerzo fue Jean Baptiste Lamy, el primer obispo de Nuevo México. Alardeó de estar creando una pequeña Auvergne, el nombre de su provincia en Francia. Hasta el estilo arquitectónico de la catedral, que empezó en Santa Fe era francés, igual que los artesanos que trajo para construirla37.
Sandoval, un laico originario de Nuevo México, critica particularmente la falta de respeto que se le dio a la Iglesia indígena allí:
Se les ha reconocido a Lamy y a su asociado, Joseph P. Machebeuf, más tarde el primer obispo de Denver, por traer la disciplina gálica a la Iglesia en Nuevo México. Sin embargo, también causó divisiones que tardaron generaciones para reconciliarse. El Concilio de Baltimore había designado a Lamy para encabezar el vicariato de Nuevo México in partibus infidelium (en la región de los infieles), una formula fija para todo territorio misionero. Tal vez se justificaba la designación en Texas, considerando la cantidad de pueblos indígenas que aún no habían sido convertidos. Pero era claramente una afrenta para el catolicismo que había existido en Nuevo México durante 250 años. La visión tendenciosa de la Iglesia americana y de los obispos enviados al suroeste fue que había habido un periodo glorioso de evangelización por parte de los misioneros de España y un colapso casi total de la Iglesia durante el periodo mexicano. Tal vez eso explica por qué las relaciones entre Lamy y el clero nativo eran tan pobres38.
Sandoval considera la situación de los hispanos católicos en Texas y California y llega a la misma conclusión: la Iglesia hispana había perdido a sus dirigentes nativos39. Con el tremendo influjo de los no hispanos en estos territorios, particularmente después de que Texas fuera reconocido como estado y en California se descubriera el oro, los hispanos se encontraron más y más al margen no solo de la sociedad en general sino también de la Iglesia.
Hacia el final del siglo XIX, los hispanos americanos en el suroeste no tenían voz institucional en la Iglesia. Los sacerdotes hispanos nativos que habían sido sus voceros hacia la mitad del siglo habían sido purgados o habían fallecido. La expulsión de los activistas había sido una potente lección para aquellos sacerdotes envejecidos que quedaban. Ellos se habían dado cuenta de que se podían quedar solamente si eran sumisos. Se habían desvanecido sin ruido40.
El escritor de Nuevo México ve esta pérdida de liderazgo nativo como una de las principales razones por las cuales el laicado hispano siguió por su propio camino: “Por casi 300 años en Nuevo México, 200 años en Texas y 100 años en California, ellos dependieron, por necesidad, de sus propias tradiciones religiosas caseras. Estas les sirvieron muy bien”41.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, la inmigración no hispana hacia el suroeste en poco tiempo hizo que la población hispana nativa se volviera una minoría. Al entrar en vigor un nuevo sistema completo, con su idioma y sistema de procuración de justicia totalmente diferentes, los hispanos se hallaron marginados, perdiendo muchas veces su tierra y por ende su poder político.
Hubo cierta migración al norte desde México en los años siguientes, pero estas migraciones llegaron a ser más numerosas en el siglo XX. Muchos llegaron a Estados Unidos durante la época de la Revolución en las primeras décadas del siglo XX42.
Otro caso de colonialismo interno, o la creciente presencia de Estados Unidos en el Caribe
Antonio M. Stevens-Arroyo, educador e historiador cultural de origen puertorriqueño, describe una situación parecida a la del suroeste, en la cual Estados Unidos, política y militarmente, tomó el poder de toda una región habitada por gente hispana o latina:
Una comprensión de la historia de la Iglesia para los puertorriqueños en Estados Unidos no comienza cuando ellos vienen al continente sino cuando Estados Unidos va a Puerto Rico. Las tropas del ejército que desembarcaron en la costa meridional de Puerto Rico, el 25 de julio de 1898, acabaron con 400 años de gobierno español sobre la pequeña isla caribeña y su pueblo multirracial. Estudios políticos valiosos demuestran indiscutiblemente que la religión de la gente de Puerto Rico era de gran interés para los nuevos señores provenientes de Washington43.
En otra parte, el autor indica la importancia de Puerto Rico en la historia de la Iglesia católica en Estados Unidos:
Puerto Rico es el lugar de nacimiento de la Iglesia católica en las Américas; fue la primera diócesis en el Nuevo Mundo en recibir a su obispo, Alonso Manso, quien llegó en 1513. Cuando la fácil riqueza del oro indio se desvaneció, la isla perdió población y la sede episcopal sufrió una disminución de importancia. Sin embargo, a lo largo de los años del imperio colonial español, Puerto Rico sirvió como primer paso para los nuevos obispos, incluyendo un alto porcentaje de prelados nacidos en Latinoamérica. No obstante, solamente uno de ellos fue puertorriqueño44.
Uno solo puede imaginarse la confusión que estalló con el cambio hacia un sistema político nuevo. Después de todo, Puerto Rico había estado bajo la bandera española durante 400 años. Los paralelos con Nuevo México y el resto del suroeste son numerosos. Como el sistema político y económico se volvió más estadounidense, la tendencia de la política gubernamental fue la de americanizar a la población. El inglés se volvió la lengua oficial y los políticos que se opusieron a este proceso de americanización pronto se hallaron reemplazados por personas nombradas por el gobernador militar. Los efectos económicos fueron casi inmediatos. “Los mercaderes y terratenientes puertorriqueños perdieron mucho de su poder económico cuando el peso se devaluó y los bancos estadounidenses, recién establecidos, drásticamente limitaron el crédito en la isla45”.
Igualmente, desastrosos fueron los efectos sobre la Iglesia católica en la isla. Basándose en el trabajo de varios historiadores, Stevens-Arroyo relata que “con el cambio de poderes y una insistencia sobre la separación entre Iglesia y Estado, los sacerdotes y religiosas misioneros españoles se fueron en gran número y se decomisaron muchos hospitales, escuelas e iglesias. El argumento empleado para justificar estas acciones era que el dinero de los impuestos públicos había edificado estas instituciones católicas y que eran, por lo tanto, edificios públicos, no religiosos”46.
La estrategia pastoral de la jerarquía en los años siguientes fue la de traer, especialmente de Estados Unidos, sacerdotes y religiosas misioneros, personas que establecieron misiones y escuelas en la isla, antiguamente conocida como Borinquen. Stevens-Arroyo caracteriza su trabajo como bien intencionado, pero extremadamente deficiente en adaptarse a la nueva realidad:
Los esfuerzos de estos religiosos se dirigían, en gran medida, a establecer un sistema escolar católico. Estos primeros misioneros pertenecían a su época y no interiorizaban los valores religiosos de los puertorriqueños
como una adaptación consciente del misionero extranjero a la Iglesia nativa. Y aunque ellos reconocieron las raíces culturales hispanas del catolicismo al fomentar procesiones y devociones, esto era más que contrarrestado por la conspicua ausencia de éxito en el reclutamiento de puertorriqueños a sus filas. Por otro lado, los protestantes no solamente estaban dispuestos a ordenar al ministerio a los puertorriqueños, sino que en muchas ocasiones dieron entrada abierta a los ex-sacerdotes católicos47.
Así, la Iglesia católica asumió una postura más de asimilación que de inculturación. Este error ha repercutido hoy en día en el amplio porcentaje de cristianos protestantes en la isla.
Más al norte, en la tierra firme estadounidense, los latinos comenzaron a establecerse. Hacia la última parte del siglo XIX, los refugiados por consecuencia de la insurrección por la independencia cubana comenzaron a asentarse en Tampa, Florida. Aún después de que Cuba logró el autogobierno como resultado de la guerra hispano-americana en 1898, los cubanos continuaron migrando a Estados Unidos por la agitación política en la isla.
Después de que Estados Unidos invadió Puerto Rico en 1898, como arriba se mencionó, se firmó el Tratado de París, que dio fin a la guerra hispano-americana, y la isla se volvió posesión estadounidense. Ya se ha dado alguna atención al establecimiento de políticas económicas a través de las cuales los campesinos empezaron a perder sus tierras a favor de empresas estadounidenses, que buscaban desarrollar la industria de la caña de azúcar. En las décadas siguientes estos campesinos despojados se fueron para las ciudades o emigraron hacia la tierra firme48. Economías comparables e inestabilidad política trajeron a la gente de la República Dominicana a las costas orientales de Estados Unidos. Juntándose con las crecientes poblaciones de puertorriqueños y cubanos, contribuyeron a crear una significativa porción de presencia hispana en Estados Unidos.
Iglesia inmigrante en un país protestante
Hasta este punto, ¿cuál había sido la situación de la Iglesia católica en Estados Unidos? El historiador de la Iglesia, Thomas Bokenkotter distingue entre la situación en los varios territorios que eventualmente llegarían a formar parte del país y la de las trece colonias inglesas. Una breve historia del crecimiento de la Iglesia en el sur y en el suroeste hispanos ya se ha expuesto. Por lo tanto, hay que mencionar ahora la historia de la implantación de la Iglesia en el área francesa al norte. Bokenkotter escribe:
Hacia el norte se ubicaba la enorme área francesa, que también atrajo a muchos misioneros católicos, jesuitas, capuchinos, recoletos y otros. El sacerdote jesuita Jacques Marquette, descubridor del Mississippi, y los mártires jesuitas Isaac Jogues, Jean de Brébeuf y sus compañeros se hallaban entre los muchos que respondieron a las necesidades espirituales y temporales de los hurones y de las otras tribus de indios. Los misioneros ayudaron también a establecer puestos fronterizos católicos en la región de los Grandes Lagos y hacia abajo por los valles de Ohio y de Mississippi, un capítulo de la historia católica evocado en los nombres de Detroit, Saint Loáis, Vincennes, Louisville y Marietta49.
Referente a las trece colonias inglesas, el historiador escribe acerca de la gradual restricción de la libertad religiosa para los católicos, que se afianzó con el amanecer de la hegemonía política protestante. Con la Revolución Americana se levantaron muchas de estas restricciones y tanto Maryland como Pennsylvania aprobaron leyes de libertad religiosa en 177650.
A pesar de las dificultades enfrentadas por la Iglesia hispana en el suroeste en el siglo XIX, otros intentos misioneros en el país tuvieron un gran éxito.
Ningún territorio misionero en el siglo XIX registró avances más sensacionales que la Iglesia católica en Estados Unidos. Gracias a un influjo masivo de inmigrantes católicos —irlandeses, alemanes, italianos, polacos y otros— el crecimiento de la Iglesia católica superó mucho al de la nación. Los obispos americanos pudieron integrar exitosamente en las estructuras de la Iglesia a estos recién llegados, políglotas y heterogéneos, y proporcionar una extensa red de escuelas, hospitales y otras instituciones para ellos, por lo que pronto suscitaron la envidia de todo el mundo católico51.
En un lapso de tiempo relativamente breve, la población católica completa, con toda su diversidad, creció más allá de cualquier pronóstico previsible. Bokenkotter detalla este crecimiento:
La inundación comenzó en la década de 1820, con la primera ola de inmigrantes irlandeses. Especialmente a causa de los inmigrantes irlandeses, el número de católicos brincó de aproximadamente 500 mil en 1830 (en la población de Estados Unidos de unos 12 millones) a 3 millones 103 mil en 1860 (en una población de 31,5 millones) —un aumento de más de 800 %— y con un número de sacerdotes y de iglesias que aumentaban proporcionalmente. Tan grande fue este aumento que para 1850 el catolicismo romano, casi invisible numéricamente al nacimiento de la nación, ya se había convertido en la confesión religiosa más grande del país52.
La marea de la migración europea continuó hasta la última parte del siglo XIX. Inmigraciones masivas de alemanes e italianos pronto se juntaron a la de los irlandeses:
La época siguiente, de 1860 a 1890, fue igualmente impresionante, porque el crecimiento de la Iglesia superó mucho el crecimiento de la población nacional: la Iglesia triplicaba sus números, mientras que la nación solamente los redoblaba. En 1890 los católicos eran 8 millones 909 mil de los 62 millones 947 mil habitantes de la nación. Los católicos alemanes, que anteriormente eran menos, comenzaron a casi igualar el número de inmigrantes irlandeses. La ola migratoria, que duró desde 1890 hasta las leyes sobre la inmigración de la década de 1920, trajo una preponderancia de italianos y europeos del este. En las dos décadas, de 1890 a 1910, los italianos solamente llegaron a un millón53.
Como se dijo antes, la Iglesia de Estados Unidos respondió admirablemente a estas oleadas de inmigrantes. Claro, abundaron las polémicas, como las que tenían que ver con el grado en que la Iglesia debería funcionar como “americanizador”. Sin embargo, la realidad fue que por medio de las parroquias que ofrecieron alguna especie de refugio en un nuevo ambiente hostil, y las escuelas, que prepararon a una nueva generación para la vida en Estados Unidos, la Iglesia se hizo la defensora de aquellos que habían venido a América buscando una vida mejor.
Conforme estos inmigrantes iban subiendo la escala social, también ascendió la Iglesia. Bokenkotter concluye su capítulo sobre la Iglesia norteamericana observando que, a mediados del siglo XX, ella también había hallado un hogar en Estados Unidos:
Para la década de 1950 era del todo evidente para muchos observadores que la Iglesia católica de Estados
Unidos se había vuelto una institución completamente norteamericana. La era de la dominación protestante había pasado. El significado político de este hecho sobresalió cuando se eligió a John F. Kennedy, el primer católico que llegó a ser Presidente de Estados Unidos, un suceso que, junto con el pontificado del papa Juan XXIII y la convocación de su concilio, marcó definitivamente el comienzo de una nueva era en la historia del catolicismo americano54.
Una nueva ola de inmigración hispana
Como se mencionó, mucha gente de los países de habla española emigró a Estados Unidos a finales del siglo XIX y a comienzos del XX. Entre los que conformaban este extenso grupo estaban los que huían de la inestabilidad política causada por la Revolución Mexicana, que estalló en 1910. La aprobación de ciertas leyes estadounidenses de cuotas, que acortaron la inmigración europea, también crearon una demanda de mano de obra en la primera parte del siglo XX. Se reclutaron a mexicanos para llenar este hueco. En los años siguientes, muchos llegaron como trabajadores contratados, que luego estaban obligados a regresar a México cuando su trabajo se había cumplido, mientras que algunos entraron al país ilegalmente y permanecían por un tiempo o permanentemente55. Una vez que sus hijos nacían en Estados Unidos (dado que el nacimiento en el territorio nacional da derecho a la ciudadanía estadounidense), era más fácil lograr el permiso legal para quedarse.
Las historias de otras migraciones de hispanos, tanto dentro del país como desde fuera, son parecidas. Cuando algunos méxico-americanos se trasladaron al oeste o al norte buscando empleo después de la segunda guerra mundial, oleadas de puertorriqueños y de cubanos llegaron a tierra firme. Una de las razones porque la gente salió de Puerto Rico era la pérdida masiva de trabajos en el sector agrícola. De 1940 a 1970, el número de empleos en el campo cayó de 230 mil a 70 mil56. Desde el tiempo de la revolución cubana de Fidel Castro en 1959, más de 875 mil cubanos han emigrado a Estados Unidos. En 1980, la población hispana del área metropolitana de Miami llegaba al 39 por ciento57. Más recientemente, en el curso de los últimos 20 años aproximadamente, los centroamericanos, especialmente nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos, han empezado a emigrar a Estados Unidos en gran número. Igual que para sus predecesores, el desasosiego político —en el caso de algunos, hasta amenazas de muerte— como también economías en crisis, han sido sus principales motivos para emigrar58.
Los actuales “signos de los tiempos”
La situación socioeconómica actual de los hispanos
en Estados Unidos
Este breve resumen sobre la historia de los hispanos en Estados Unidos nos proporciona un telón de fondo útil para comprender la situación actual de estos pueblos. La verdad es que el gran progreso social para los hispanos, descendientes del primer grupo europeo que puso sus pies en las Américas, ha tardado mucho en llegar. Después de una breve
descripción de su situación socioeconómica, examinaremos el papel de la Iglesia frente a esta realidad sociológica hispana.
Primero, algunas estadísticas provenientes del Censo de Estados Unidos de 2000 aclaran un poco la realidad hispana59. ¿Qué agrupaciones étnicas abarca este nombre? Aunque el grupo más grande sea el de los mexicanos (constituyen el 66,1 % del total), hay también gente procedente de 19 repúblicas latinoamericanas, de Puerto Rico y de España. Los puertorriqueños constituyen el segundo grupo numérico, con un 9 %, mientras que los cubanos ocupan el tercer lugar con un 4 %. Los que provienen de América Central y del Sur constituyen el 14,5 %, mientras que otros hispanos (antiguas familias de Nuevo México o inmigrantes de España) quedan con un 6,4 %60. Aquí, el punto clave es la tremenda diversidad que caracteriza a esta población61.
Es una población impresionantemente joven. Mientras que la edad mediana para la población total de Estados Unidos es de 35,3 años, para los hispanos es de 25,8 años. Dentro de esta categoría, el grupo más joven son los mexicanos (26,1 años), mientras que el grupo mayor son los cubanos (41,2 años). En el mismo reporte del año 2000 el Buró del Censo en Estados Unidos informó que alrededor del 35,7 % de los hispanos son menores de 18 años de edad, comparado con el 23,5 % de los no hispanos62. ¡Es esencial que este hecho no sea pasado por alto por los que planean la pastoral!
Las familias hispanas también tienden a ser más numerosas que las de la población no hispana en general. Un 30,6 % de los hogares hispanos en los que una persona hispana era jefa de familia tenía cinco o más personas. En contraste, solo un 11,8 % de las familias blancas no hispanas, tenían un número similar de miembros63.
En la población mayor de 15 años, los hispanos tienen más probabilidad de no haber estado nunca casados que la población blanca no hispana (33,2 % comparado con un 24,5 %). Entre toda la población latina, los cubanos son los que menor probabilidad tienen de no haber estado casados (20,4 %)64.






