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La primera parte culmina con “The Peace of Augustine and Erasmus of Rotterdam” de Martin Dinter, quien indaga sobre la concepción de paz y los principios heredados de la Antigüedad en las obras de san Agustín y Erasmo de Rotterdam, principalmente en De Civitate Dei 19.13-19 y Querella Pacis. Para comenzar, se expone el concepto de paz según los griegos y los romanos. Por un lado, en la época homérica significaba acordar la interrupción del conflicto y en Hesíodo se transmite la primera personificación de la paz. También se muestra el cambio en el pensamiento antiguo, pues se comienza a relacionar la paz con la idea de abundancia, armonía y calma. Por otro lado, para los romanos, el concepto se relaciona con la expresión pacem dare, que quiere decir que el vencedor da la paz a su enemigo, noción que se transmitió a los pueblos pacificados por los romanos. A continuación, se estudia la legalización de la guerra, es decir, la doctrina del Bellum Iustum. Aristóteles, por su parte, clasifica los conflictos bélicos entre stasis y pólemos; además, manifiesta que el objetivo de la doctrina en cuestión es el de restablecer la paz. Igualmente, Platón advierte que hay reglas en la guerra humana. En cuanto a Roma, el Bellum Iustum se entiende desde una perspectiva religiosa y desde la necesidad de justificar el combate a partir de un punto ético. Posteriormente, el autor estudia el pensamiento de san Agustín y Erasmo de Rotterdam respecto a la paz y su relación con el cristianismo, el pensamiento clásico y la doctrina del Bellum Iustum. Para el primero, si se logra la perfección del alma, el estado de armonía de la razón y la voluntad, así como la proyección del deseo de paz hacia el cosmos, es posible trascender al estado de Dios, es decir, alcanzar la paz es posible. Por otra parte, Erasmo elabora su concepción a partir de la de san Agustín. Sin embargo, el humanista resalta que el hombre por naturaleza tiene la habilidad de conseguir y garantizar la paz. El uso de la inteligencia para reconocer sus injusticias permitiría la resolución de conflictos y así se ganaría la paz en la tierra. Finalmente, se destaca la importancia del antiguo concepto de paz para el pensamiento de san Agustín y de Erasmo. Asimismo, el investigador resalta la manera como ambos lograron conectar la Antigüedad y el cristianismo e influir en el concepto de paz en Occidente, a pesar de tener propósitos y motivos diferentes. En cuanto a la doctrina del Bellum Iustum, san Agustín la cristianiza, mientras que Erasmo la descompone y la rechaza. Ambos concuerdan en que la paz es el mayor de los bienes para el humano y que “la paz de Dios” va más allá del entendimiento humano.
En la segunda parte, denominada “Caminos hacia la Paz”, los artículos analizan diversas maneras para la resolución de conflictos. Inicia con el artículo “El poeta como mediador en la resolución de conflictos” de Ronald Forero Álvarez, quien explica cómo los poetas arcaicos lograban influir en la sociedad por medio de su arte musical, un medio alternativo para la resolución de conflictos y el mantenimiento de la paz. Inicialmente, se presenta la estrecha relación entre los poetas y las divinidades en diversos mitos, la importante participación que tenían en simposios aristocráticos, las heterías, las fiestas públicas y la vida política de las poleis, así como su prestigio como sophoí, pues se consideraban fuentes de conocimiento. En este contexto, no resulta extraño encontrar anécdotas de poetas arcaicos como mediadores en la resolución de sublevaciones civiles (stasis) y guerras (pólemos). La mayoría de ellas se encuentran recogidas en el tratado Sobre la música de Filodemo de Gádara (Phld. Mus. 4 Coll. 47-48; 132-134 Delattre) en el que se encuentran cuatro anécdotas referidas por Diógenes de Babilonia sobre Taletas (o Tales), Terpandro, Estesícoro y Píndaro, en un debate sobre los efectos éticos de la música. Una más se halla en el testimonio transmitido en la Historia de Sicilia de Timeo de Tauromenio (Timae. FGrH.566.F93b), en el cual Simónides interviene para evitar una guerra entre Hierón I de Siracusa y Terón, tirano de Acragante. Tras un detallado análisis de las fuentes, se concluye que las anécdotas analizadas muestran la influencia que ejercían los poetas arcaicos en las poleis de su época en situaciones críticas de conflictos y luchas de poder. Tal influencia se vincula a su labor poética y su prestigio en la sociedad, puesto que los poetas mediante sus ritmos, melodías, versos y coreografías, habrían podido acabar con disputas y enfrentamientos, y llevar así la tranquilidad a sus comunidades. Por último, el autor reflexiona sobre la posibilidad, por una parte, de implementar mecanismos alternativos como certámenes artísticos para la resolución de conflictos en la actualidad a partir de las concepciones antiguas estudiadas y, por otra, de divulgar y reflexionar hoy sobre la poesía antigua relacionada con la paz.
En el artículo “La compasión como vehículo para la reconciliación en Áyax de Sófocles”, Santiago Eslava Bejarano analiza la transformación de Odiseo cuando el héroe contempla a Áyax envuelto en la locura provocada por Atenea. El episodio se encuentra en la tragedia Áyax de Sófocles, en la que se narra la historia del suicidio del telamónida, provocado por el resultado del juicio para decidir el destino de las armas de Aquiles. Áyax interpreta el resultado como una humillación y una injusticia que intenta compensar con la muerte de sus compañeros empezando por Odiseo. En primer lugar, el autor indaga sobre el énfasis que hace Sófocles en la enemistad entre Áyax y Odiseo, la cual describe usando vocabulario relacionado con el cazador y su presa. A continuación, se examina cuando Áyax en su locura es contemplado por Odiseo. Se espera que la respuesta a esta situación sea la risa como muestra de superioridad, pero el laertíada no se jacta ni se ríe. Al contrario, siente compasión, transformación que permite advertir dos aspectos: la creencia en la propia vulnerabilidad de sufrir el infortunio que se observa y la valoración de tal infortunio como negativo. Después se analiza la actitud y el papel de la diosa Atenea, por el asombro que ha causado entre los eruditos debido a su comportamiento cruel, vengativo y caprichoso. No obstante, se han sugerido otras interpretaciones que consideran que no es posible aplicar los mismos estándares morales para evaluar la conducta de un mortal y de un inmortal. Entre los dioses hay una máxima referente a ayudar a los amigos y perjudicar a los enemigos, porque ellos pueden diferenciar quiénes son amigos o enemigos y quiénes no, lo que no ocurre en los humanos. En efecto, se ha valorado que probablemente el error de Áyax sea comportarse como un dios. Finalmente, se estudia la transformación de Odiseo y su reconciliación con el enemigo. El telamónida se suicida y su hermano, Teucro, discute e intenta persuadir a Menelao y Agamenón, debido a que estos no quieren permitir que el cadáver sea sepultado. En este caso, el laertíada, por su fragilidad, producto de la naturaleza humana que comparte con Áyax, imagina el sufrimiento de su enemigo y siente compasión hacia él. De esta manera, la rivalidad trasciende las categorías de amigo o enemigo logrando la comprensión de la vulnerabilidad propia de los humanos e intentando convencer a los atridas del entierro. Lo anterior da paso a reflexiones sobre la postura de los espectadores ante la tragedia y sobre cómo Sófocles pretendía educar a su público tanto emocionalmente como en la resolución de conflictos.
En “La paz de la guerra justa desde Tucídides: el conflicto interno de Corcira”, Felipe Castañeda cuestiona la importancia de identificar bandos siguiendo la doctrina de la guerra justa, a partir de la descripción del conflicto interno (stasis) que sucedió en Corcira (425-424 a. C.) por parte de Tucídides en su Historia de la guerra del Peloponeso. La doctrina de la guerra justa consiste en la terminación de un conflicto bélico orientada a la búsqueda de la paz que restablezca la situación previa por medio de la justicia. Inicialmente, se presenta el conflicto interno en Epidamno, que resultó en el enfrentamiento entre Corcira y Corinto. Para mantener el poder, Corcira firma una alianza con Atenas, situación que produce la polarización entre el partido popular y el aristocrático. A continuación, se expone cómo se pierde la credibilidad en la justicia, porque los juicios son sesgados por las influencias políticas y de poder. Esta situación provoca enfrentamientos violentos con criterios propios de justicia y el debilitamiento de las instituciones gobernantes. En consecuencia, la ausencia de control en Corcira, subordina la ciudad a un conflicto externo. Posteriormente, se confronta la concepción de paz y el testimonio de Tucídides sobre lo ocurrido en Corcira. Según la doctrina de guerra justa, se debe entender el conflicto bélico como respuesta a una injuria y como el medio para recuperar la situación de paz. Al aplicar esto al enfrentamiento de Corcira, la ciudad se divide entre el pueblo y el gobierno, lo que hace posible diferenciar a los injuriados de los injuriadores. Sin embargo, en esta stasis se disuelven dichas figuras y la acusación de injusticia no recae en ninguno, y nadie puede pretender renovar la justicia. El autor expone la resolución actual de estos conflictos, denominada intervención humanitaria, que consiste en la intervención de un tercero para pacificar y restituir la paz. Finalmente, el autor reflexiona sobre la idealización de la paz justiciera, porque considera que no tiene sentido su propósito de universalidad y necesidad. Por un lado, el estudioso propone que, en lugar de resolver conflictos desde la distinción de justos e injustos, se debería intentar transformar la concepción política sobre justicia y orientar el fin del conflicto a un paso de página y a una reconstrucción de la situación de paz. Por otro, el autor se refiere a la manera en que los corcirenses terminaron el conflicto sin conseguir la reparación de la situación previa, la denomina “la paz de Corcira”, en la que recurrieron a la violencia y se provocó el exterminio de una facción para lograr el bienestar general.
“Honour and the Negotiation of the Peace of Nicias” de Gabriel Cabral Bernardo aborda la conexión de las políticas interestatales en la Grecia antigua con los procesos de paz, sus efectos y motivaciones, con el objetivo de discutir la importancia de la competencia por el honor y el status en las negociaciones por la paz, específicamente, en la llamada Paz de Nicias (421 a. C.) durante la guerra del Peloponeso. Dicha paz es un ejemplo claro de que los participantes no siempre tienen las mejores intenciones y los objetivos de un grupo específico pueden comenzar o evitar guerras y así conseguir protección o adquirir recursos, ya sean económicos o políticos. Inicialmente, el autor define qué entiende por honor y por sistema de honor para luego pasar a analizar de qué manera este sistema junto con la ambición influyeron en las negociaciones entre Esparta y Atenas. Luego, se exponen las motivaciones de los principales participantes del conflicto bélico: Demóstenes, Cleón y Nicias, por parte de los atenienses, y Brasidas, por el lado de los espartanos. Se presentan los intereses para la culminación o continuación del conflicto, la importancia de evitar convertirse en un átimos (“sin honor”), el modo de conseguir prestigio y poder, así como las estrategias bélicas y políticas para la conservación y el incremento del honor y del status. Cabe resaltar las descripciones que hace Tucídides sobre Cleón, pues es evidente su mala reputación, actitud y acciones; incluso, presenta a Nicias como su opuesto. De hecho, el historiador permite conocer por medio de los militares el funcionamiento de la Grecia antigua. En conclusión, el sistema de honor de los atenienses y los espartanos tuvo gran influencia e importancia, lo que tuvo como principal consecuencia la ambición, lo cual pudo ser un impulso para las personas con influencia con el fin de tratar de tomar acciones colectivas. El investigador hace la observación de que lo expuesto en este artículo es elaborado a partir de las interpretaciones únicamente de Tucídides. Por lo tanto, el sistema de honor puede parecer admisible en la sociedad del historiador, aunque en la actualidad pueda parecer un sistema bastante atrasado. No obstante, todavía la gente va a la guerra para defender su honor y los problemas del honor siguen imposibilitando su terminación. Para finalizar, el autor refiere una crítica sobre la influencia que tiene la opinión pública en la posibilidad de paz o de guerra en las democracias modernas, como, por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 2014 en Colombia. Además, invita a la reflexión sobre los procesos de paz de hoy y sobre la necesidad de preguntarse si se quiere ser un Cleón o un Nicias.
La segunda parte termina con el artículo “Pax Olympica? The Rhetoric and Ideology of the Olympic Truce” de Jacques Bromberg, quien examina la conexión de la “tregua olímpica” (ekecheiria) con la cultura atlética de la Grecia antigua, los Juegos Olímpicos actuales y la filosofía de la paz, específicamente de Pierre de Coubertin. Primero, se exponen las fuentes clásicas que han transmitido el término ekecheiria, lo que revela al parecer que ninguna guerra fue detenida en la Antigüedad durante los Juegos Olímpicos. No obstante, pasajes de Tucídices, Isócrates, Aristófanes, entre otros, hablan de una tregua que permitía el desplazamiento hacia Olimpia de los pueblos o personas que lo deseaban, aunque sin denotar un cese de la guerra. Además, la mayoría de las fuentes señala que la realización de las Olimpiadas, incluyendo la ekecheiria, es una restauración de tradiciones aún más antiguas. A continuación, se estudia la manera en que se han adaptado los testimonios antiguos en los Juegos Olímpicos actuales y se ha fortificado la tarea pacificadora de los deportes. De esta manera, se ha logrado que hoy el propósito de las Olimpiadas sea ayudar a construir la paz social. Las excavaciones realizadas en Olimpia entre 1875 y 1881 llamaron la atención acerca de la historia de los Juegos Olímpicos en la Antigüedad. Diversos estudiosos han caracterizado la tregua como un aplazamiento de la guerra, un cese al fuego o un requisito para cualquier reunión, acompañado de una introducción de sentimientos de paz y de humanidad. A su vez, Coubertin identifica dos elementos que confirman que el deporte puede cumplir una función pacificadora. Por una parte, están “la asistencia mutua y la competencia”; por otra, su propiedad democrática e internacional. A partir del planteamiento del estudioso en el Comité Olímpico Internacional, la ONU reconoció la incorporación de las tradiciones clásicas griegas relacionadas con la ekecheiria y el alcance del deporte para el mantenimiento y el fomento de la paz. Para finalizar, el autor concluye que es importante la combinación entre actividades deportivas y educativas, pues fomentan la capacidad social y cognitiva de jóvenes y adultos. Además, se resalta el impacto de los deportes para la construcción de la paz, la reintegración de personas de vuelta a la sociedad y el mejoramiento de la convivencia en comunidades en conflicto. En efecto, se logra impulsar y regular el contacto con los antiguos enemigos para la resolución de conflictos, reconstruir una sociedad y rehabilitar y sanar traumas tanto físicos como emocionales. Por otro lado, la visión de Coubertin respecto a la ekecheiria ha sido idealizada, pues este profesor desvaneció la división entre lo antiguo y lo moderno.
En este conjunto de contribuciones están plasmadas algunas de las reflexiones más relevantes que tanto los autores de la Antigüedad como sus intérpretes y estudiosos a lo largo de los siglos han hecho en torno a los conceptos de guerra y paz, así como en torno a otros conceptos relacionados. Adicionalmente, son enunciadas algunas de las condiciones básicas que deben ser garantizadas, para que la paz pueda ser instaurada en una sociedad y los caminos, instrumentos y medios, como lo son el arte o el deporte, por medio de los cuales puede ser alcanzada y garantizada. Esperamos que nuevas reflexiones se sumen a las que aquí son presentadas y que solidariamente construyamos, desde nuestros saberes académicos, una paz estable y duradera.

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¿UN MUNDO SIN GUERRA? LA PAZ SIN PACIFISTAS *
David Konstan
New York University
INTRODUCCIÓN: TIBULO SOBRE LA PAZ
Imaginamos a veces que el deseo de la paz es natural y universal, y que los obstáculos a la paz se deben a modos de pensar distorsionados. Sin embargo, las virtudes del guerrero han sido celebradas en muchas, si no en la mayoría de las sociedades, y la imagen misma de la paz varía de una cultura a otra. En lo siguiente, comienzo con el examen de un elogio entusiasmado de la paz que data del final del primer siglo antes de Cristo, e intento sacar un retrato más claro de su mensaje, situándolo en su propio tiempo, lugar y tradición. Estaremos entonces, espero, más alerta a los matices e implicaciones de las apelaciones a la paz, y quizá incluso en una posición mejor para mirar con un ojo crítico semejantes esfuerzos en nuestra propia época.
En el décimo poema del primer libro de sus elegías, el poeta romano Tibulo exclama: “Mientras tanto, la Paz cultive los campos. Por primera vez la Paz radiante condujo a arar los bueyes bajo el curvado yugo. La Paz alimentó las vides y conservó el mosto de la uva para que el ánfora paterna vertiera al hijo buen vino. Con paz la azada y la reja del arado brillan; en cambio, en las tinieblas el orín corroe las tristes armas del feroz soldado” (1.10.45-50; trad. Soler Ruiz, 1993). Estos versos emocionantes parecerían afirmar un ideal de la paz sin reservas, en el espíritu quizá de los pacifistas modernos que detestan la guerra en todos sus aspectos. Sin embargo, para comprender el poema de Tibulo correctamente, hace falta situarlo en su contexto histórico, a la vez inmediato —es decir, el recién establecido principado de Augusto—, y a más largo plazo, remontándolo a las tradiciones anteriores de Roma misma y a las ideas de los escritores griegos, que tuvieron una influencia masiva en el pensamiento romano.
EL REY PIRRO Y EL EPICÚREO CINEAS: ¿POR QUÉ LA GUERRA?
Podemos tomar como punto de partida una anécdota relatada por Plutarco en su Vida de Pirro. Pirro era el rey de Epiro, en la costa noroeste de Grecia, del que deriva la expresión victoria pírrica, que significa una victoria tan costosa que casi equivale a una derrota. Pirro había invadido Italia dos veces y se había enfrentado con los romanos, y a pesar de que ganó ambas batallas, se alega que dijo que “Una victoria más sobre los romanos y estaremos completamente perdidos” (21.14-15). Pirro era un general excepcional, alabado por Aníbal mismo como el mejor estratega que nunca ha vivido o después únicamente de Alejandro Magno; además, era valiente y tenía pasión por la guerra. Nos cuenta Plutarco que “Había por aquella época un tesalio de nombre Cineas que gozaba de una gran reputación como hombre inteligente y que había sido discípulo del orador Demóstenes” (14.1; trad. Guzmán Hermida y Martínez García, 2007). Pirro aprovechó su sabiduría y habilidad para enviarlo en función de embajador a varias ciudades, y afirmaba que “más ciudades había adquirido por los discursos de Cineas que por las armas” (14.1). En aquel momento, cuando Pirro estaba preparando una expedición a Italia, le dijo Cineas: “Dícese, ¡oh Pirro!, que los romanos son guerreros, e imperan a muchas naciones belicosas: por tanto si Dios nos concediese sujetarlos, ¿qué fruto sacaríamos de esta victoria?” (14.2). Pirro respondió que, una vez vencidos los romanos, ya no quedaría ninguna ciudad, ni bárbara ni griega, que pueda oponérsele y que él sería dueño de toda la Italia. Cineas persistía y preguntó: “Bien, ¿y tomada la Italia, Rey, qué haremos?” (14.3). Pirro replicó que el próximo objetivo sería Sicilia, que sería fácil de conquistar. “¿Y entonces?”, Cineas preguntó, y contestó Pirro: “¿quién podría no pensar después en el África y en Cartago, que no ofrecía dificultad”. Pues entonces dijo Cineas: “Que es muy claro que con facilidad se recobrará la Macedonia, y se dará la ley a la Grecia con semejantes fuerzas; pero después que todo nos esté sujeto, ¿qué haremos?” (14.6). Y con eso Pirro echándose a reír, “descansaremos largamente —le dijo— y pasando la vida en continuos festines y en mutuos coloquios, nos holgaremos”. En este momento le rogó Cineas: “¿Pues quién nos estorba si queremos el que desde ahora gocemos de esos festines y coloquios?” (14.7). Pirro estaba ya en condiciones de disfrutar de estos deleites, sin guerras ni grandes trabajos, “haciendo y padeciendo innumerables males” (14.7). Plutarco comenta que, al oír este consejo, “Cineas con este discurso más bien mortificó que corrigió a Pirro; pues aunque entró en cuenta del gran sosiego que gozaba, no fue dueño de renunciar a la esperanza de los proyectos y empresas a que estaba decidido” (14.8; cf. Dión Casio Historia romana 9.40.5).
He contado esta historia porque ilustra un aspecto interesante de la manera en que los griegos antiguos consideraban la paz. La cuestión de la paz frente a la guerra se presenta fundamentalmente como función de carácter y de valores. Pirro se siente forzado a confesar que el último propósito de la guerra es poder disfrutar los beneficios de la paz, representados por los típicos deleites del simposio, como el vino y el habla. No obstante, aunque profesa que eso es el objetivo, en realidad le gustan las batallas y el poder y el honor que el éxito en la guerra lleva consigo, y por eso lanza el asalto a Italia que al fin le causará tanta aflicción. Si las naciones no consiguen alcanzar la paz, es básicamente porque prefieren la guerra —o por lo menos la prefieren sus reyes, o la ven como necesaria—.
Podría ser que nosotros nos inclinemos a ver aquí un contraste entre el comportamiento de los monarcas y los deseos del pueblo, que al fin y al cabo tendrán que soportar el peso de las batallas, aunque Pirro nunca huía del peligro y a menudo se enfrentaba con el enemigo mano a mano. Sin embargo, tal opinión sería errónea, al menos en el contexto de la Grecia y Roma en la Antigüedad. Como ha comentado Hans van Wees, en la época moderna se asume que “los intereses de la mayoría de la población son mejor servidos por la paz, y que las repúblicas y democracias permitirán a esta mayoría perseguir sus intereses pacíficos en las relaciones internacionales —mientras los reyes, dictadores, y oligarcas recurrirán a la guerra para promover sus propios intereses a coste de sus súbditos—” (2016, p. 165). Van Wees afirma que “los intelectuales griegos mantenían precisamente el punto de vista contrario: las élites llevaban los costes financieros de la guerra y buscaban maneras de evitarlos, mientras las masas se beneficiaban materialmente del servicio militar y estaban ansiosas de hacer la guerra” (p. 171), y cita al orador Isócrates que dice en su oración Sobre la paz: “a los que desean la paz los aborrecemos como si fueran simpatizantes a los oligarcas, mientras que tenemos por buenos y preocupados demócratas a los partidarios de la guerra” (8.51; trad. Guzmán Hermida, 1979). Hay de hecho muchos textos que confirman la opinión de Isócrates, incluidos Aristófanes (en su Acarnienses y en otras comedias) y Tucídides, quien indica que la expedición a Sicilia, en la que Atenas sufrió una derrota desastrosa, era promovida sobre todo por el líder populista Alcibíades. Tucídides informa que, a pesar de las advertencias de Nicias:
[…] todos tenían más codicia de ir a esta jornada que antes: los viejos, porque pensaban que ganarían Sicilia o a lo menos que, yendo tan poderosos como iban, no podrían incurrir en daño ni peligro ninguno; los mancebos, porque deseaban ver tierras extrañas seguros de que regresarían salvos a la suya; y finalmente el pueblo y los soldados, por el deseo de sueldo que esperaban ganar en aquella empresa, entendiendo que, después de conquistada Sicilia, se lo continuarían dando por el aumento y crecimiento que había de proporcionar al Estado y señorío de los atenienses. (6.24.3; trad. Gracián de Alderete, 1967)