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Amsil asintió.
—Nosotros llamamos Gorzuks a esos desconocidos seres con quienes nos criamos–explicó–; y si su mundo fuera como este, te diría que no había mujeres entre ellos, pero no lo es. Y si su mundo fuera como este, te diría que éramos todos machos que jugábamos brutalmente y cogíamos entre nosotros, pero no lo es. De hecho, palabras como mujeres, machos, jugar y coger carecerían de sentido allí, porque ni cuerpo teníamos; éramos energía pura, pero energía con alma. Amábamos esa condición. Nos sentíamos poderosos e invencibles, y quizás ése fue el problema.
‘Un día, Azrabul y yo encontramos un camino de regreso a este mundo. No porque lo hubiéramos buscado, sino porque lo encontramos, sencillamente. Lo había abierto Yuk a fuerza de encantamientos, oraciones e invocaciones; y en respuesta a una de esas invocaciones fue que llegamos de regreso. Yuk era un buen hombre, pero demasiado curioso y e irresponsable. Lo apasionaba investigar qué había más allá del mundo conocido y palpable. Lo entiendo en parte, porque yo mismo soy curioso; pero él iba demasiado lejos. Quería saber cómo eran todos esos mundos vedados al conocimiento humano, y creía que la única manera de averiguarlo sería convirtiéndose él mismo, por breves instantes aunque más no fuera, en habitante de esos mundos. O sea, quería que espíritus de esos mundos tomaran el control de su cuerpo. Eso no era prudente. El mismo admitía que estaba jugando con fuerzas desconocidas que podían escapar a su control y estaba seguro de que, de hecho, hallaría su fin de esa manera. No le importaba: su sed de conocimiento era inmensa. Tomaba sus precauciones, por supuesto; pero por ejemplo, con Azrabul y conmigo no hubieran funcionado, y retomó el control de su cuerpo sólo porque nosotros lo permitimos. No deseábamos hacerle daño.
—¿Ustedes poseyeron el cuerpo de Yuk?–preguntó Amsil, con asombrado horror.
—En parte, en parte. Lo hicimos por turnos, no ambos a la vez, y más que poseerlo, lo compartíamos. Temíamos entrar y luego no poder salir. Creíamos conveniente que él siguiera un poco al mando, puesto que era el único capaz de enviarnos de vuelta al mundo de los Gorzuks.
—Pero no pudo hacerlo.
—Podría haberlo hecho, pero cometimos el error de pedirle que no lo hiciera. Yo fui el primero en poseer a Yuk, y vi en su mente recuerdos que, estaba seguro, no eran suyos, sino míos. Ya te hablé de ellos: multitud de jinetes armados llegando al galope, y yo en la piel de un niño que abrazaba a otro que, no tenía dudas, era Azrabul; y éste confirmó luego que así era, al llegar su turno de poseer a Yuk y recordar lo mismo, pero desde su punto de vista. Eso me intrigó y, por primera vez, me plantee el enigma de nuestros orígenes. Creía que Azrabul y yo habíamos nacido y vivido aquí antes, y quería quedarme un tiempo aquí para confirmarlo; pero estaba indeciso, por temor a que luego no pudiéramos volver. Por desgracia Azrabul halló otro recuerdo en la mente de Yuk, algo acerca de lo que éste había leído u oído en algún lugar y que tenía que ver con una corona de luz.
—¡Una corona de luz!
—Así es. Era un dato que el propio Yuk había olvidado; y se asombró de que Azrabul lo encontrara por él. Estaba borroso, porque Yuk desde el principio nunca le había concedido la menor importancia. Se trataba, teóricamente, de una recompensa reservada sólo a esforzados campeones tras ardua búsqueda, pero que en la práctica nadie podía obtener, porque jamás habría alguien lo bastante digno para hallarlo; o sea que tan ardua búsqueda estaba destinada al fracaso desde el mismo inicio. Parece ser que, cuando recién se conoció su existencia, muchos intentaron ir tras la Corona de Luz, creyendo que después de todo, alguien tendría que hallarla algún día. Pero en vano: estaba fuera del alcance de los mortales. Por lo tanto, con el paso del tiempo su existencia misma fue cayendo en el olvido.
Amsil no terminaba de entender.
—Pero, ¿qué tenía de especial esta… Corona de Luz? ¿Concedía algún poder sobrenatural o algo así?–preguntó.
—No sabemos, pero lo que interesó a Azrabul, y a mí me ocurrió lo mismo cuando me contó, fue el reto que representaría su búsqueda. Era un desafío a nuestra altura. Aceptábamos que probablemente nunca la encontraríamos, pero aun así sería interesante descubrir cuán lejos podríamos llegar tratando de encontrarla; ya veríamos, caso de obtenerla, de qué nos servía, o qué haríamos con ella. Así que pedimos a Yuk que nos ayudara a volver a este mundo con un cuerpo material. Él intentó disuadirnos. Dijo que para empezar, la Corona de Luz podía no ser más que una leyenda o un mito, aunque siendo una leyenda tendría al menos una base real, en tanto que siendo un mito buscarla sería sólo una pérdida de tiempo. No tenía la menor idea de dónde debíamos empezar nuestra búsqueda; la Corona de Luz nunca le había interesado, así que no intentó profundizar sus conocimientos sobre ella. Añadió que este mundo agonizaba, que en él la vida era cada vez más dura y que, en suma, era mal momento para regresar a él, si alguna vez habíamos estado; pero cuanto más difícil parecía la empresa, tanto más nos interesábamos Azrabul y yo, de modo que Yuk accedió al fin a ayudarnos, aunque nos advirtió que era posible que algo saliera mal… lo que, por supuesto, no hizo más que reafirmarnos en nuestro propósito de intentarlo.
‘Yuk explicó qué intentaría hacer. Pidió que imaginásemos una persona y su sombra. La sombra sigue a la persona, no tiene independencia, pero una y otra están en mundos separados aunque sean la misma cosa. La sombra está en un mundo de dos dimensiones y la persona que la proyecta, en uno de tres. También nos invitó a imaginar una persona dormida y soñando. La persona real, dijo, está dormida y por lo tanto inconsciente; pero al soñar, su consciencia se traslada a otro mundo que no es verdaderamente suyo. Yuk dijo que eran ejemplos muy básicos, pero que bastaban para ilustrar sus intenciones. Por un lado, creía que nuestra presencia allí era, en cierto modo, ficticia. Nosotros seguíamos en realidad en el mundo de los Gorzuks, pero nuestra consciencia, como en un sueño, se hallaba en este. Por otro lado, si en realidad seguíamos en otro mundo, debía ser posible crear en este una proyección de nuestros verdaderos seres, una especie de sombras. Logrado esto, el siguiente paso sería trasladar a esas… sombras... nuestra consciencia de soñadores. Jamás se había intentado algo así y las posibilidades de fracaso eran inmensas, pero Yuk creía tener conocimientos suficientes para intentarlo al menos. Como imaginarás, mientras más pensaba en ello, más quería él intentarlo, aunque como en este caso los principales riesgos los correríamos nosotros, nos advirtió a qué problemas nos enfrentaríamos incluso si tenía éxito, porque los peligros que nos aguardaban si algo salía mal, directamente era mejor ni imaginarlos. Explicó que, por lo que sabía de nosotros, en nuestro mundo la esencia de nuestro espíritu que era energía arrolladora, pero que aquí sería sólo energía a secas, por ser mera proyección de aquella. y que incluso esa simple proyección podría extinguirse bajo ciertas condiciones, como le sucede al fuego ante el agua; y que si eso ocurría, el resultado podría ser lamentable, porque seguiríamos existiendo, pero sin ser realmente nosotros mismos... Ojalá hubiéramos hecho caso de su advertencia.
—Entonces, ¿Yuk lo logró? ¿Cómo hizo?–interrumpió Amsil.
—Lo logró como puedes ver, porque si no, no estaríamos aquí en carne y hueso. En cuanto a cómo hizo, por desgracia no lo sé: encantamientos, ritos e invocaciones, pero ignoro cuáles. En el caso de los ritos la cosa se complica más, porque requieren de signos visibles, y si tienes existencia corpórea ves las cosas de forma muy diferente que si eres desencarnado. De todas maneras, eso no es importante; lo esencial es que no olvides lo que te dije acerca del mundo de los Gorzuks y de la Corona de Luz.
—¿Es esencial que no lo olvide? ¿Y por qué?
—Porque ya lo estamos olvidando Azrabul y yo. No sabemos por qué, pero nos alarma. Tal vez algo le salió mal a Yuk, después de todo. No sólo eso, sino que nuestras mentes se están llenando de recuerdos falsos. A veces uno de nosotros cree recordar que estuvo en tal o cual lugar, y es el otro quien tiene que desengañarlo. Otras veces lo hacemos ambos, hasta que caemos en la cuenta de nuestro error. Eso nos asusta. Nos sentimos capaces de hacer frente a muchas cosas, pero no a esa especie de locura. Ahora ya sabes que en este mundo no tenemos pasado, salvando ese único recuerdo que te dije; así que tendrás que ser tú quien nos recuerde de qué mundo vinimos y a qué.
—No, no puedo hacerlo–dijo Amsil.
—Sí puedes.
—Encuentren a alguien mejor. Yo soy un fracasado.
—Amsil, ¿vas a hablarnos a nosotros de fracaso? ¿A nosotros, que vinimos aquí en una búsqueda absurda, inútil y loca, y que ni por dónde empezar sabemos?
—¡No es lo mismo! Ustedes se animan porque son altos y llenos de enormes músculos. Yo soy cobarde, débil e insignificante.
—Amsil, carajo, me importa un choto si hay alguien mejor que tú, mil mejor que tú o miles de miles mejor que tú, ¡porque queremos que seas tú! Si quisiéramos a alguien grande y lleno de músculos, habríamos acudido al tipo al que Azrabul hizo mierda en la posada. De niños, Azrabul y yo lloramos abrazados, por tener miedo y no poder hacer otra cosa. Lloraste abrazado a Azrabul, porque no podías hacer otra cosa; así que eres el que necesitamos, y si no nos sirves tú, mucho menos los demás. ¿De qué nos serviría un coleccionista de éxitos que nos abandonase al notar que jamás triunfaremos? Necesitamos sólo alguien que se quede con nosotros en la derrota.
Gurlok se calló, un poco porque no había mucho más que decir; pero también debido a un detalle alarmante, que recién ahora notaba.
En la posada. Azrabul y él apenas si habían logrado hacerse entender en el idioma local. Ahora, acababa de dar a Amsil todo un largo y fluido discurso en dicha lengua, y en cambio se descubría incapaz de recordar siquiera una palabra en la gutural habla Gorzuk,
—¿Y Yuk?–preguntó Amsil–. ¿Por qué no les ayuda él?
—Porque desapareció hace cuatro días, y luego de esperar su vuelta durante tres, hubo que admitir que quizás nunca regrese. Sus investigaciones eran muy peligrosas; pudo ocurrirle cualquier cosa, y aun suponiendo que se encuentre a salvo, las posibilidades de que regrese en diez años son las mismas de que vuelva en dos días o en mil. No dijo cuándo volvería; de hecho, ni siquiera avisó de su partida, así que no podemos contar con él para esto. De veras tienes que ser tú. Estamos olvidándolo todo demasiado rápidamente.
—No entiendo cómo puedes hablar tan a la ligera del fracaso. Yo soy un fracaso, toda mi vida lo he sido.
—Pues tienes mucho tiempo por delante para dejar de serlo, y nosotros mucho tiempo por delante para constatar que lo somos–concluyó Gurlok, besando a Amsil en la frente–. Ven, compañero, vamos a dormir.
Amsil asintió y se dejó guiar hasta el sitio en que dormía Azrabul. Gurlok se tendió a su lado y luego invitó al chico a acostarse entre ambos. La noche estaba llena de ruidos extraños. Amsil solía temerle a la noche, pero ahora estaba demasiado exhausto para pensar en ello. Acostado entre los dos gigantes sentía más intensamente el tufo que despedían ambos. Seguía sin entender por qué lo fascinaba tanto ese olor que repelía a la mayor parte de las demás personas, pero tampoco eso estaba en condiciones de analizar ahora. Esta era una noche para disfrutar y estar en paz. Por primera vez en su vida, Amsil experimentaba felicidad o algo muy cercano a ella.
3
Las guardianas de la criatura
El despertar del trío, al día siguiente, distó de ser agradable. Gurlok fue el primero en abrir los ojos, y tras desperezarse y quitarse de encima un poco de lagaña, notó la filosa hoja de una espada muy cerca de su cuello, lista para rebanarlo en cualquier momento. Otro tanto notó Azrabul al despertar pocos segundos después, todavía maltrecho por el combate librado contra el monstruo el día anterior. No había tercer espada que pudiera apuntar al cuello de Amsil; y de todas formas, el chico era tan obviamente inofensivo que nadie se hubiera tomado la molestia de neutralizarlo.
Azrabul y Gurlok tuvieron considerables problemas para encasillar sexualmente a quienes los apuntaban con tales armas. Por su físico parecían hembras; sin embargo, su aire combativo, su mirada firme y penetrante, sus movimientos seguros y elásticos se condecían con el concepto que tenían ambos de las mujeres, asociado a debilidad, indecisión, pasividad y muchos otros conceptos peyorativos.
—Ni sueñe con echar mano a sus armas–dijo con voz helada la que apuntaba hacia el cuello de Gurlok–. Moriría de inmediato.
—Muy bien–respondió Gurlok sin alterarse, aunque con gran curiosidad–. ¿Qué quieren?
—Usted mató un oirig. Mi nombre es Xallax1. Soy Sacerdotisa de la Madre Tierra y vengo a hacerle responder por ese crimen. Póngase de pie y no intente nada
Así que es mujer, después de todo, pensó Gurlok, levantándose lentamente. Xallax tenía un hermosísimo cuerpo de mujer, hermosísimo incluso para él, que gustaba de hombres; un cuerpo bien formado, con senos y nalgas firmes, elástico como el de una pantera. En su rostro anguloso resplandecía un par de helados y temibles ojos grises.
—No, usted quédese donde está–sugirió la otra a Azrabul cuando éste, torpemente, intentó incorporarse.
Esta tenía ojos azules y apariencia menos feroz que su compañera, pero no igualmente hermosa y ágil.
Ambas parecían más aptas para el combate que para el sacerdocio y, de hecho, su atuendo y su equipo era el de guerreras, así que Gurlok se sintió desorientado. Bajo el casco de la que apuntaba hacia Azrabul asomaba el cabello, castaño oscuro, recogido en una cola de caballo. Cuando más tarde Xallax se quitó el suyo se vió que llevaba el cráneo prolijamente afeitado.
—Me llamo Auria y también soy Sacerdotisa de la Madre Tierra–se presentó esta otra–. Me excuso por mi descortesía. Por cierto–añadió con genuino asombro–, ¿no estás muy grande para chuparte el dedo?
Azrabul y Gurlok, no menos asombrados que ella, volvieron la vista hacia Amsil en el mismo momento en que éste, rojo de vergüenza, se quitaba el pulgar de la boca.
—Es que nuestras porongas son demasiado grandes para él–bromeó Gurlok.
—Ahórreme su vulgar sentido del humor, por favor–respondió Xallax, inexpresiva, semejante a una fría máquina de matar–. ¿Por qué mató al oirig?
—¿Y cómo sabe que lo hice yo?
—Porque la espada quedó clavada en el pobre animal, al que se ve que mató de manera horrible. Usted carga una vaina vacía; de sus compañeros, uno lleva espada envainada, y el chico ni vaina carga. Por lógica tiene que haber sido usted. Además, hay otras cosas que me intrigan. Ningún guerrero que se precie abandonaría su arma como lo hizo usted. Y parece ser que no han dejado a nadie montando guardia, cosa muy imprudente si se pernocta en el bosque. Es más: anoche ha merodeado por aquí un lobo. Mire esas pisadas.
Era cierto. Gurlok vio las huellas y recordó vagamente haber apartado a alguien que le lamía el rostro durante la noche. Más dormido que despierto, creyó que era Azrabul intentando saciar sus apetitos sexuales, y lo apartó con fastidio.
—En fin… al menos ya no tendré que limpiarme la sangre–dijo Gurlok con filosofía, aunque tomando nota de que en aquel extraño mundo había que apostar guardias si se dormía de noche en el bosque.
—Igual le vendría bien un baño–respondió Xallax.
—Sí, bueno… un día de estos.
—Ni que fueran niños de cuatro años ustedes tres–terció Auria, de buen humor–. Dos están peleados con el agua y el jabón, y el tercero todavía se chupa el dedo. ¿Han notado cómo hieden?
—A nosotros nos gusta ese olor.
—En fin… no es nuestra misión ni nuestro deseo controlar su higiene personal–dijo Xallax, firmemente, pero con un gesto que evidenciaba su intención de no tener problemas ni creárselos a otro–, pero aún no ha contestado a mis preguntas.
—Pregunta demasiado, sacerdotisa, si me permite que se lo haga notar. Me cae bien, lo mismo que su compañera; pero sinceramente, no entiendo la relación entre esas preguntas y su liturgia, ni qué hay de tan grave en matar un… ¿cómo se llama? ¿ourig?
—Oirig–corrigió Xallax–. Las sacerdotisas de la Madre Tierra no celebramos culto. Tenemos poder de policía; nos reclutan entre el Cuerpo de Amazonas de Largen para proteger la flora, la fauna y la Naturaleza en general. En cuanto a su otra pregunta, señor, las leyes protegen a los oirig porque están desapareciendo. Es más, hasta donde sabemos, este que usted mató era el último.
—Tal vez, pero nosotros no lo sabíamos, y lamento haber sido yo quien acabara con la especie, aunque por lo que usted dice, no faltaba casi nada para que desapareciera. La bestia atacó a nuestro muchacho y acudimos a defenderlo. Se veía feroz–dijo Gurlok.
—Por supuesto–contestó Xallax–. Seguramente estaba despertando de su letargo invernal. Al inicio del invierno, los oirig se entierran hasta la primavera, y despiertan famélicos. Por eso en esa época (y en cualquier otra en realidad, ya que enterrarse forma parte de sus estrategias de caza) se recomienda caminar entre árboles, bajo los cuales difícilmente haya algún oirig, o en suelo rocoso que ellos no puedan excavar. Auria y yo nos hartamos de repetirlo a los viajeros, sin que nos hagan caso. Pero, ¿por qué no lo mató deprisa, en vez de hacer que el pobre animal se desangrara lentamente haciéndole tantos tajos, ninguno de ellos en algún punto vital?
—Porque no soy guerrero ni sabía dónde hundir la espada para dar a la criatura una muerte rápida–replicó Gurlok–. De hecho, no sé manejar la espada e ignoro por qué cargo con una. Vine con mi compañero desde otro mundo, el de los Gorzuks, Más Allá del Cráter. Llegué en circunstancias insólitas; difícilmente me creería.
—Ya veremos. Usted habla de Mi compañero y de Nuestro muchacho. ¿Debo suponer que ustedes son gunduatallu?
—¿Y qué es eso?
—Una familia exclusivamente masculina, o casi. En la jerga guleibi se llama gun al varón que gusta de otros hombres, gundua a una pareja de amantes o enamorados varones, y gunduatallu a la pareja masculina que cría un niño, sobre todo si también es varón.
—No somos exactamente eso; sin embargo, supongo que es a lo que más nos parecemos. ¿Qué significa guleibi?
—Es extraño que desconozca esa palabra, y tendré que creer que de veras vienen de otro mundo si la ignoran. Así se llama al conjunto de personas marginadas por sus sexualidades poco convencionales: los gun, las lein y los biter. Algo simplificado, por supuesto: las sexualidades marginales son muchas más, pero el término ya está instalado y no tiene mucho sentido cambiarlo ahora.
—Azrabul y yo somos mucho más que amantes; no conozco palabra para definir el vínculo que nos une. Y estamos muy encariñados con Amsil, pero no lo hemos criado nosotros.
—Da lo mismo; su intimidad no es cosa nuestra–dijo Xallax; y añadió, volviéndose hacia su compañera:–. ¿Qué opinas de todo esto, Auria?
—Creo que él es sincero–respondió la interrogada–. Suena un poco raro eso de que vienen de otro mundo, pero en este ya todo se ha vuelto raro, absurdo y sin sentido. Además, suponiendo que mintiera, tendríamos que pensar que es un loco o un idiota; y otro tanto sus compañeros. Tú misma lo has dicho: guerreros auténticos hubieran hecho guardia por turnos. En ese contexto, es creíble que no sepa manejar la espada y que su combate con el oirig fuera torpe, improvisado e involuntariamente cruel para el animal. Dejémoslos libres, Xallax. No tiene sentido arrestarlos por la muerte del último oirig habiendo quedado impunes tantos aristócratas que sacrificaron cientos de ejemplares en sus circos o los encerraron en sus zoológicos.
—Tienes razón. Además, no nos han dado problemas; lo que es de agradecer–convino Xallax–. Muy bien… Gurlok, ¿verdad? No los arrestaremos, pero se ha contaminado dando muerte al último oirig que vagaba por el mundo. Por lo tanto, tendrá que purificarse despojando al animal muerto de todo lo aprovechable: cuero, garras, etc., y no se quedará con nada. Ya nos encargaremos nosotras de que todo vaya al mejor destino posible. A mediodía, los tres podrán almorzar con nosotras: tenemos provisiones de sobra.
Gurlok no puso reparos, aunque despellejar un animal, sobre todo uno acorazado de gruesas escamas como un oirig, era cosa nueva para él, así que todo el tiempo precisó instrucciones de Xallax y Auria para efectuar la tarea. Azrabul y Amsil insistieron en ayudar; pero al primero ellas al principio se negaron a darle permiso, porque Gurlok les había hablado de su papel en el combate contra el oirig y de cuán maltrecho había quedado. Por lo tanto, las dos Amazonas insistieron en examinarlo ya que, sin ser expertas, algo entendían de curaciones. Pero al parecer, Azrabul se hallaba perfectamente sano, sacando algunos rasguños, moretones y un inenarrable dolor muscular.
En determinado momento, Xallax se inclinó ligeramente sobre el cabello de Azrabul.
—Qué raro–murmuró–. Huele a mierda. Tampoco es que el resto sea fragante–aclaró con ironía.
—¿Eh?... ¡Ah, sí! Me ensucié luchando contra un guerrero en una posada–explicó Azrabul–. Luego me limpié como pude, pero se ve que no lo hice muy bien.
—Primera vez que oigo de un combate librado en una letrina–comentó muy seria Xallax, aunque su compañera sonreía indisimuladamente–. Puede ir a ayudar a su amigo.
La faena demandó el resto de ese día. La total inexperiencia de Azrabul y de Gurlok los hizo demorarse mucho al principio, e incluso se cortaron varias veces con los cuchillos que usaban para desollar al oirig. Junto a ellos trabajaba Amsil, bastante más diestro al principio, aunque luego sus protectores lo superaron a medida que adquirían práctica.
A mediodía los cinco, las dos Sacerdotisas y los tres viajeros, almorzaron juntos según se había acordado. Xallax y Auria estuvieron bastante frías y taciturnas, pero corteses a su manera. Compartieron con sus invitados carne seca, queso, galletas y vino traídos de las alforjas que pendían de un par de caballos que pastaban a corta distancia de allí; y mientras comían, inevitablemente surgió la charla.
—Nos disculparán que mantengamos la distancia–explicó Xallax–, pero la experiencia nos enseñó a no ser demasiado amables con los hombres, a menos que los conozcamos bien y sepamos que son de fiar.
—Estamos bastante hartas de que de aquí y allá lleguen tipos creyéndose muy machos y buscando seducirnos–agregó Auria.
—¿Y cómo pueden intentarlo y seguir considerándose machos?–preguntó Azrabul, obviamente superado por lo que para él era un complejo, indescifrable enigma.
—¿Qué quiere decir?–preguntó Xallax, que parecía a la defensiva.
—Un auténtico macho desea a otros machos, no a mujeres.
Se vio que la respuesta dejaba estupefacta a Xallax; luego intercambió sonrisas divertidas con Auria.
—Tendré que rendirme a la evidencia y aceptar que de veras ustedes vienen de otro mundo, porque en este lo generalmente aceptado es, de hecho, lo opuesto–replicó–. Pero algo de cierto debe haber en lo que dice, porque a nosotras dos nos desean por lo masculino que ven en nosotros, no por lo femenino. Nos notan aguerridas y resueltas, y quieren demostrarse a sí mismos y demostrar a otros que son lo bastante machos para subyugarnos y tenernos luego cocinando y lavando para ellas. Si lo permitiéramos, dejaríamos de gustarles, y nosotras dos lo sabemos y por eso no nos gustan los hombres. Nosotras queremos amor, y de ellos no podemos esperarlo.
—De todos modos, Azrabul–terció Gurlok–, recuerda a Wilkarion en la posada. Deseaba a la mujer y no a ti.
—El no cuenta. Estaba demasiado amariconado, por eso lo vencí tan fácilmente, aunque seguía siendo condenadamente guapo–respondió Azrabul.






