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Pongámonos en manos del Señor Jesús en el día de hoy para que nos dote del entendimiento y la sabiduría para no juzgar a otros, pues si así lo hacemos, es probable que el problema que juzgamos sea el mismo en nosotros y aun magnificado, “porque al juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juzgas, haces lo mismo” (Rom. 2:1).
16 de enero - Autoestima
La oveja perdida
“¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?”
(Lucas 15:4).
El más fuerte instinto de las ovejas es el de congregación. A pesar de las diferencias entre razas, todas tienen un marcado arraigo al rebaño. Y aun cuando pazcan esparcidas en momentos de tranquilidad, se reagruparán rápidamente ante cualquier signo de peligro que puedan percibir. De hecho, no necesitan cerciorarse del peligro; el movimiento de otras ovejas es suficiente para reproducir la conducta.
En la población turca de Gevas, al este del país, unas 1.500 ovejas se abalanzaron sobre un acantilado de 15 m de profundidad porque una de ellas saltó primero. Al final, murieron unas 450 y las demás pudieron salvar la vida por la amortiguación producida por los cuerpos de las primeras. Se trata de animales sin iniciativa propia, seguidoras por naturaleza de otras más sabias (como la madre, una oveja de más edad o un carnero), pero que también pueden seguir por instinto a cualquier congénere que inicie un movimiento rápido.
Las ovejas necesitan tanto la presencia del grupo que los expertos en conducta animal recomiendan no tener menos de cinco ovejas en una grey para contar con un nivel aceptable de estrés. En soledad o grupo muy reducido, no cuentan con suficientes compañeras en su ángulo de visión y el estrés puede afectar su salud.
Sin embargo, estas características resultan beneficiosas para el manejo del rebaño. Su naturaleza pacífica y dócil y su deseo de permanecer juntas hacen que hasta un niño con un perro adiestrado puedan pastorear un gran rebaño. El problema es cuando una de ellas se extravía o se aparta por sentirse enferma y acaba perdida. Sin la presencia del pastor o del grupo, el temor y el terror la sobrecogen, el miedo la paraliza y queda expuesta a todo tipo de peligros hasta ser identificada y devuelta a la seguridad de la grey.
En este contexto entendemos el magnífico relato del texto de hoy. Tal vez hayas experimentado la sensación de estar perdido y amedrantado, o te hayas sentido con la autoestima por los suelos. El temor o la duda han tomado tu ser de modo que hasta las decisiones simples parecen dificilísimas. ¡Cuánta paz encontrarás en saber que Jesús, el Buen Pastor (Juan 10:11), está dispuesto a dedicar toda su atención y su poder para devolverte la tranquilidad! Invítalo hoy para que te recoja, te conduzca a la situación óptima y permanezca constantemente a tu lado.
17 de enero - Autoestima
La dracma perdida
“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla?”
(Lucas 15:8).
Cuando nuestra hija (J) tenía tres o cuatro años perdía con frecuencia algún juguete, ropa u objeto. Buscábamos por todas partes y al final le preguntábamos:
—Claudia, ¿dónde está tu muñeca?
Echando una ligera ojeada a su alrededor y con tranquilidad, respondía encogiendo los hombros:
—¡Está perdida!
De esa manera se despreocupaba y pasaba a otra actividad. Pero tal actitud no es fácil de encontrar en los mayores. Cuando perdemos algún utensilio, herramienta u objeto, nos irritamos y no somos capaces de hacer otra cosa hasta encontrar lo perdido.
Esta es la conducta de la mujer que tenía diez monedas y perdió una. En primer lugar, se trataba de una pérdida importante: una dracma era el valor del salario de un día, una suma relevante para una mujer sencilla. Existía además en aquel tiempo la costumbre de que, antes de una boda, el padre de la novia le entregaba diez dracmas a modo de dote en caso de necesidad. Algunos comentaristas nos dicen que las casadas llevaban sus diez dracmas en una diadema a la vista de todos; así que todo el mundo se daba cuenta cuando se perdía alguna moneda.
En segundo lugar, la búsqueda fue intensa. Las casas en el oriente eran oscuras y llenas de polvo y tierra. Por ello, nuestra mujer enciende la lámpara, barre la casa y se resuelve a encontrar la moneda. Finalmente, la búsqueda es exitosa. Encuentra la dracma, acude a sus amigas y vecinas y todas se gozan en el hallazgo. Jesús añade: “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Luc. 15:10), dando a entender que cada uno de nosotros somos esa moneda cada vez que nos perdemos.
La parábola tiene un valor especial en términos de estima propia. La moneda, por preciosa que sea, no puede cumplir su misión de proporcionar bienes mientras esté perdida. Lo mismo ocurre con nosotros: no participamos del gozo de servir hasta que nos encontramos con Jesús y llegamos a ser completos. Con frecuencia el Señor usa a otros (la mujer en la parábola) para que nos busque y nos invite a regresar a Dios. Otras veces, el Espíritu Santo actúa directamente sobre el corazón y nos convence.
La imagen de la moneda es excelente pues las monedas llevan la marca de la autoridad que las acuña. Tú y yo llevamos la marca del Creador en cada cual y su imagen se restaura en nosotros cuando él nos encuentra. Respondamos hoy afirmativamente al Señor cuando nos busque.
18 de enero - Autoestima
El hijo perdido
“Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde’. Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente”
(Lucas 15:11-13).
Kenneth Bailey, un experto en Nuevo Testamento que vivió en el medio Oriente muchos años, preguntó repetidamente a multitud de personas lo que significaría si un hijo le pidiera a su padre la herencia. La respuesta siempre fue la misma; el significado de esa petición es lo mismo que decir: “Padre, ¡deseo tu muerte!" En el contexto de aquel tiempo y lugar, una herencia solo estaba disponible después de la muerte del progenitor. Además, el hijo menor contaba con muy pocas posibilidades de recibir herencia, pues la parte mayor siempre iba al primogénito. Por lo tanto, la petición “dame la parte de los bienes que me corresponde” representa una clara insolencia.
Pero el joven hizo algo aún peor. La expresión “juntándolo todo” (sinagós) significa que vendió su herencia y la convirtió en efectivo. A continuación, se marchó a malgastarlo. Esto constituye una violación flagrante de la tradición judía. La Mishná, que recoge el legado oral israelita acumulado a lo largo de los siglos, indica que cuando un padre escogía entregar en vida la herencia a su hijo, ya no podía venderla por haber pasado al descendiente. Pero su hijo tampoco podía venderla por estar aún bajo el control del padre. Cualquier operación de venta solo se permitía después del fallecimiento del padre.
El resto de la historia (vers. 14-24) es conocido: el hijo pródigo malgastó todo, padeció hambre y necesidad y acabó apacentando cerdos. Un día volvió en sí y decidió regresar a la casa paterna, no ya como hijo, sino como sirviente. El padre no le recriminó su abominable conducta, sino que “cuando aún estaba lejos, lo vio y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó” (vers. 20). Le puso ropa fina, sandalias y el anillo de autoridad, haciendo una gran fiesta para regocijo de todos.
La parábola puede aplicarse a cada uno de nosotros que, en algún momento, decidimos alejarnos del Padre celestial y usar sus dones en la complacencia propia. Puede que estés apartado de Dios y te sientas indigno para regresar. La transgresión de la historia de hoy es colosal, pero no fue obstáculo para que el padre lo recibiera.
Dios está dispuesto a perdonarte, correr hacia ti, echarse a tu cuello y besarte para que disfrutes de tu verdadera condición: la de su amado hijo.
19 de enero - Autoestima
Cuidado con perder el escudo
“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa”
(Hebreos 10:35).
El pasaje de hoy insta a los creyentes a no perder la confianza. Y para expresar tal idea, el autor utiliza el verbo apobalo, que tiene un sentido castrense y se utilizaba cuando un soldado perdía o abandonaba su escudo en la batalla. Cuando un soldado se desanimaba en la lucha, podía caer en una de las reacciones más indignas: arrojar el escudo para aligerar la carga y huir. Luego informaba a su superior que había “perdido” el escudo. Tal acción denotaba gran cobardía y dicho soldado no podía asistir a las ceremonias de celebración y honra a los guerreros.
No perder la confianza significa conservar la valentía, la audacia y el dinamismo propios de un buen soldado. No es de extrañar el uso de estos recursos lingüísticos, pues la carta va dirigida a la segunda generación de judeocristianos que les tocó vivir después de la persecución de Nerón y antes de la de Domiciano. Eran tiempos tensos pues, aunque los cristianos no estaban siendo perseguidos en ese momento, sus padres sí habían sufrido la persecución y ellos estaban a punto de padecerla (Heb. 12:4).
La verdad es que cuando las adversidades o la dureza de la confrontación son extremas, nada podemos hacer por nosotros mismos. No es de extrañar que la reacción orgánica ante el peligro o las amenazas la lleve a cabo el llamado sistema nervioso autónomo, que obra independientemente de nuestra voluntad. Se sabe que, en los campos de batalla, algún soldado ha muerto literalmente de miedo. Esto es debido a un mecanismo biológico llamado “rebote parasimpático”. En circunstancias de alarma normal, el sistema nervioso simpático nos alerta del peligro con una serie de reacciones: fuertes latidos, sudor, dilatación de los conductos respiratorios, dilatación de los vasos sanguíneos, energía muscular, entre otros. Ante esto, el sistema nervioso parasimpático reacciona para amortiguar los efectos de tanta conmoción orgánica y acercarnos a la normalidad. Pero cuando la alarma es extrema (como el temor a la muerte en la batalla), el efecto parasimpático puede producir un paro cardíaco y acabar con la vida de la persona.
En las batallas espirituales, solo Dios puede hacernos valientes frente a la dureza de la tentación y las amenazas de la vida. Tal vez estés en lo peor de la lucha y te sientas tentado a arrojar el escudo y abandonarte a la derrota. Pero hay una opción mucho mejor. Entrégate a Jesús y él te dará la victoria. Como a Jairo le dijo mientras su hija agonizaba, ahora te dice a ti: “No temas, cree solamente” (Mar. 5:36).
20 de enero - Autoestima
¡Qué hermosa eres!
“¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres!”
(Cantares 4:1).
Una de las fuentes principales de autoestima para la mujer son las palabras de aprecio de su esposo. Por eso, las víctimas del maltrato doméstico (que incluye el abuso verbal) tienen la autoestima por el suelo. El trato vejatorio empuja a las personas a sentirse humilladas, inferiores y a no confiar en su propia capacidad. En la relación de pareja, está en manos del marido afirmar y edificar a su esposa o hundirla en la infelicidad con palabras hirientes.
No es de extrañar que los psicoterapeutas que tratan los problemas de relación en la pareja siempre incluyan técnicas de comunicación interpersonal. Mucho del éxito o del fracaso en las relaciones depende de los mensajes mutuos que emiten los miembros de la pareja. Tristemente, muchos hombres tienden a carecer de palabras de honesta alabanza hacia sus esposas. Elena de White aconsejó a un hombre con esta necesidad en 1869, cuando los derechos de la mujer apenas se consideraban: “Usted puede ayudarle y conducirla. No debería censurarla jamás. Nunca la reprenda si sus esfuerzos no son lo que usted piensa que deberían ser. Por el contrario, anímela con palabras tiernas y amorosas. Puede ayudarle a conservar su dignidad y su respeto propio. Nunca encomie las acciones de otras personas en su presencia, para que ella no crea que lo hace a fin de que sus deficiencias resalten. Usted ha sido duro e insensible en este sentido. Ha manifestado más cortesía para su servidumbre que para ella; ha puesto a sus servidores por encima de ella en la casa” (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 273).
El texto bíblico de hoy se centra en la hermosura. La belleza física es un valor preciado y es parte de la creación de Dios. Sin embargo, existen otras cualidades aún más valiosas. Por ello, el libro de Proverbios nos dice: “Engañosa es la gracia y vana la hermosura, pero la mujer que teme a Jehová, esa será alabada” (Prov. 31:30).
Sirva el pasaje de hoy para recordarnos a todos, jóvenes o mayores, hombres o mujeres, dentro o fuera del matrimonio, que hemos de usar palabras de aprecio, aliento y aprobación hacia otros en los momentos debidos. El Cantar de los Cantares se centra en la pareja, pero su mensaje, tomado en términos generales, puede ser útil para cualquier relación interpersonal. Y en especial, utilicemos mensajes de afirmación hacia las personas queridas y cercanas, pues tenemos tendencia a olvidar este principio con los que más amamos.
21 de enero - Autoestima
Cómo arruinar la autoestima del hermano
“Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga ‘Necio’ a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga ‘Fatuo’, quedará expuesto al infierno de fuego”
(Mateo 5:22).
El marido de Marisa era un hombre de buenas intenciones, pero demasiado crítico de su esposa. A veces le decía:
—Pero si no sabes ni pelar papas… Arrancas toda la parte comestible. ¡Mira cómo lo hago yo! Marisa, no entiendes de temas de actualidad ni de política y lo que dices no tiene sentido.
Sin pretenderlo, dañaba con frecuencia la autoestima de Marisa, quien acabó creyéndose que no servía para nada. Y no era porque ella no tenía virtudes, que sí las tenía. Marisa contaba con una inteligencia práctica privilegiada, pero la falta de comentarios alentadores por parte de su esposo había arruinado su autoestima.
Lamentablemente hay extremos mucho peores. Hombres que no solo humillan a sus esposas con sus palabras, sino que abiertamente las insultan e incluso las golpean. Por ello, observamos que las mujeres víctimas de la violencia doméstica sufren de gran inseguridad y de poquísima autoestima. El maltrato, tanto físico como psicológico, es una aberración que Dios no aprueba. Está en abierta contradicción con el amor conyugal que promueve la Escritura y que insta a los maridos a “amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” (Efe. 5:28).
El pasaje de hoy es muy duro con las personas que abusan verbalmente de otras. Los que así hacen, quedan expuestos al infierno de fuego. El daño que puede hacerse con las palabras que se dicen y cómo se dicen es tal que el Señor Jesús quiso dejar claro que tales actos no quedarían sin castigo.
Por otra parte, ¡cuántos elogios ofrece la Biblia hacia las palabras sabias, amables y cariñosas! Compara la Escritura estas palabras con el árbol de la vida (Prov. 15:4) y con un panal de miel (16:24). Dice también, “¡Besados sean los labios del que responde con palabras correctas!” (24:26) y “la respuesta suave aplaca la ira” (15:1).
Por la gracia de Dios, proponte usar palabras que transmitan amor, comprensión y calidez. Ora en silencio antes de lanzarte a hablar y permite al Espíritu Santo que guíe tus mensajes. Cosecharás frutos para ti mismo, pues “el que guarda su boca y su lengua, su vida guarda de angustias” (Prov. 21:23). Además edificarás a tu hermano (1 Tes. 5:11) en vez de arruinar su autoestima
22 de enero - Autoestima
Los más pequeños
“A cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiera en lo profundo del mar”
(Mateo 18:6).
La sentencia que aplica este versículo es de las más aterradoras que encontramos en la Biblia. Dicha, además, en el contexto del Nuevo Testamento nos hace pensar en la gravedad de la ofensa. ¿Qué significa “hacer tropezar a uno de estos pequeños” (o pequeñitos, según Marcos)?
El verbo original griego es scandalizo, que significa poner un obstáculo para que otro tropiece o invitar al pecado a alguien para que caiga. Existen diversas interpretaciones sobre quiénes son estos pequeños. Hay comentaristas que ven aquí los jóvenes en la fe, los que acaban de aceptar a Jesús; otros lo entienden como los humildes, pobres, desvalidos o marginados; también hay quienes interpretan que se trata de menores; es decir, niños. La verdad es que el pasaje puede referirse a cualquiera de los grupos mencionados, pues es natural que Jesús salga en defensa de los débiles que, estando en situación de desventaja, pueden ser víctimas de depredadores que actúan para sacar provecho de los indefensos.
Como Jesús acababa de tomar a un niño para ilustrar su mensaje (vers. 2-5), pensemos en el texto aplicado a los niños. Son desgraciadamente muy comunes los casos de abuso sexual o físico, siendo muchos desconocidos, pues los niños tienden a guardarlo en secreto por miedo. El problema no tiene fronteras ni niveles sociales y los riesgos son serios. A corto plazo, la víctima puede sufrir conflictos emocionales, escaso rendimiento escolar, problemas para relacionarse o estrés postraumático. Y a largo plazo, depresión, ansiedad, uso de alcohol y drogas, delincuencia, o conductas de riesgo. Hay además un efecto muy común en quienes han sido víctimas del abuso infantil: la autoestima deficiente. Una búsqueda reciente en la base de datos EBSCO ha arrojado 749 estudios científicos que relacionan el abuso y los problemas de autoestima en la última década. Esto excluye artículos de divulgación, ensayos o comentarios y se limita a publicaciones profesionales.
El Señor condena toda acción de violencia, sexo o privación de lo necesario a los niños. Quienes de pequeños fueron víctimas de estas situaciones tienden a sentirse culpables e inferiores, pero ellos ni tienen culpa ni responsabilidad por esas acciones malvadas. De hecho, Dios tiene un cariño especial por ellos y desea que no sufran. Tanto si has sido víctima como si no, haz tuyas las palabras del salmista: “Con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y protección es su verdad” (Sal. 91:4).
23 de enero - Autoestima
La voz que me orienta
“Entonces tus oídos oirán detrás de ti la palabra que diga: ‘Este es el camino, andad por él y no echéis a la mano derecha, ni tampoco os desviéis a la mano izquierda’ ”
(Isaías 30:21).
El sentido que suele experimentar más pérdidas en el ser humano es el oído. A partir de los cuarenta años ya se observan pérdidas ligeras de la capacidad auditiva, aunque la mayoría de los afectados no las notan. Sin embargo, al llegar a los sesenta y cinco años, uno de cada tres ya tiene problemas importantes de audición. Y cuando tomamos el grupo de personas de ochenta y cinco años, la mitad cuenta con pérdidas significativas de audición. Los riesgos son amplios y algunos muy graves. El afectado puede perderse información importante, correr riesgo de accidentes, sufrir vergüenza, irritación y frustración al pedir una y otra vez que le repitan lo dicho. En los casos más graves, la persona pierde la independencia, la capacidad de adquirir nuevos conocimientos e incluso puede acabar en la paranoia o la depresión. Por supuesto, las prótesis ayudan, aunque cuentan con limitaciones importantes.
Es triste ver el deterioro sensorial. Pero la habilidad auditiva pierde toda importancia cuando la comparamos con la habilidad para escuchar la voz del Señor, como describe el versículo de hoy. Para ello tenemos que mantener la sintonía con el Creador de forma constante, como lo hicieran los pilotos durante décadas, escuchando las señales acústicas emitidas por radio. Aquel sistema de navegación, antes de la llegada del GPS, hacía que, cuando se desviaban hacia la derecha, escucharan una serie de sonidos cortos, como los puntos del código morse. Si se desviaban a la izquierda los sonidos eran largos, como las rayas del morse. Así evitaban salirse de la aerovía y llegaban al destino deseado. El sistema solo era eficaz manteniendo una sintonía constante con la emisora de radio.
También nosotros tenemos la responsabilidad de mantener la sintonía en todo momento para conducir la nave de nuestra vida a destino seguro. Dios quiere que escuchemos su voz a través de las Sagradas Escrituras, que son como la emisora de radio que nos avisa de continuo si vamos por el buen camino. A veces Dios habla por medio de otras personas, por impresiones y experiencias espirituales íntimas, pero esto solo es posible en constante sintonía con él. ¡Qué gran privilegio saber que Dios está disponible para indicarnos la dirección exacta de nuestra ruta!
Si te sientes desorientado o crees que eres incapaz de tomar decisiones, escucha con atención la voz de Dios. Así podrás pilotar la nave de tu vida por la vía segura y llegar al destino que el Señor te reserva.
24 de enero - Autoestima
Más que muchos pajarillos
“Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos”
(Lucas 12:7).
En el versículo de hoy, el evangelista utiliza el diminutivo de la palabra struzós para referirse a esos pajarillos. Se trata de gorriones comunes o pardales. El gorrión es un ave muy inteligente y con extrema habilidad de adaptación. Prueba de ello es que a lo largo de la historia ha coexistido con el ser humano, tanto en la gran ciudad como en el ámbito rural, siempre beneficiándose de la presencia de este. En efecto, las tejas y otros recovecos de la arquitectura y los desperdicios de comida humana proveen hogar y alimento a estos pajarillos. A pesar de sus habilidades, el gorrión se considera ordinario, común y corriente. Así es hoy y así era en el tiempo de Jesús.
El Maestro toma a estas avecillas como ejemplo de lo más humilde del reino animal por su ínfimo valor monetario. El evangelio nos dice: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto?” (Mat. 10:29) y en otro lugar, “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?” (Luc. 12:6). Era algo así como una oferta que cuando uno compraba cuatro, el quinto era gratis. Pero ¿cuánto dinero es un cuarto? La palabra griega original traducida como “cuarto” es assaríon. Un asárion era la dieciseisava parte de un denario, que era el jornal de un día de trabajo de un obrero. En suma, un cuarto representaba la remuneración de media hora de mano de obra.
El Señor toma el caso extremo de estos pájaros infravalorados para darnos a entender que el amor de Dios no es menor por pequeño que sea el ser vivo. Además, nuestra pequeñez puede hacernos especialmente vulnerables al temor. Por eso, el mensaje de Jesús nos asegura que, por lo pequeños que son esos pajarillos, nuestro valor como seres humanos es superior (vers. 6), por lo tanto, “no temáis”. Los versículos anteriores hablan del temor a perder la vida y nos aconsejan no temer a quien pueda matarnos, sino a quien pueda empujarnos a la perdición eterna (vers. 5).
Es posible que alguien te haya dicho (o demostrado con su actitud) que vales muy poco. Puede que estés pasando por una situación tan incierta o sombría que estés sobrecogido de temor. Para esas circunstancias nos dejó Jesús el versículo de hoy; para que recuerdes que, si Dios está pendiente de la caída de un humilde gorrión, con toda seguridad estará disponible para sacarte del problema en que te encuentras. Recuerda que Dios valora las cosas y las personas de forma distinta a como lo hace el ser humano.
25 de enero - Autoestima
Una boda prohibida
“Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia”





