- -
- 100%
- +
(Oseas 2:19).
Nazneen era una jovencita de solo catorce años cuando fue prometida a Aasir, quien tenía dieciocho años. Aunque los dos jóvenes no pasaban mucho tiempo juntos, ambos albergaban sueños maravillosos de matrimonio dichoso, rodeados de hijos en un ambiente feliz y con un futuro venturoso. A pesar de su juventud, Nazneen era capaz de amar de corazón a su prometido. Aasir era bondadoso y apuesto con un trabajo decente y con toda probabilidad de ser un excelente marido. Y todo podría haber sido así a no ser por lo que ocurrió una noche. A las dos de la madrugada entraron ladrones en la casa de Nazneen. Amordazaron a sus padres, se apropiaron de todo objeto de valor y encontraron a Nazneen y a sus dos hermanas pequeñas asustadas en el dormitorio. Los malhechores tomaron a la chica mayor con intenciones de violarla. Como Nazneen sabía la trágica consecuencia de tal acto, agarró un cuchillo y a gritos les dijo que, como siguieran en su intento, ella se quitaría la vida. Los ladrones se amedrantaron y huyeron con el botín sin deshonrar a la muchacha. Cuando Aasir y su familia supieron del suceso, dijeron que la joven estaba ya “usada” y no era digna de casarse con Aasir. La boda nunca se celebró.
Aasir y su familia no repudiaron a la joven por haber sido violada, sino por haber sido objeto de un intento fallido de violación. La virginidad es una condición de altísima estima en muchas sociedades y culturas del presente y del pasado. Lo era también en el pueblo de Israel. Si se descubría que una recién casada no era virgen y había evidencia de su culpabilidad, debía ser apedreada (Deut. 22:13-21).
El libro de Oseas muestra abiertamente, para que lo entienda bien cualquier defensor de la virginidad y de la fidelidad, que el Dios del universo está dispuesto a casarse con un pueblo adúltero, una vez se haya arrepentido. Está dispuesto a perdonar transgresiones que algunos pueblos castigan con la muerte para recuperar el honor de la familia.
La actitud de Dios presentada en el libro de Oseas desmonta cualquier forma violenta de restaurar el honor y perdona a la mujer errada: su pueblo escogido. Por supuesto que Dios aplica el justo castigo (Ose. 2:13), pero luego la seduce, la lleva al desierto, habla a su corazón (vers. 14) y se casa con ella (vers. 19). ¡Qué hermosa lección de amor y perdón para que la apliquemos a nuestras costumbres y tradiciones!
26 de enero - Autoestima
Títulos nobiliarios
“Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”
(1 Pedro 2:9).
Desde los registros más remotos de la humanidad observamos la segregación de clases sociales. Inalterablemente, unos acaban en posiciones privilegiadas mientras que en el otro extremo quedan los más pobres y oprimidos. Los privilegiados, además de riquezas y ventajas, pueden ser portadores de títulos honorables. La más reciente herencia de esta práctica proviene de la época feudal europea (siglos IX-XV) cuando los reyes otorgaban títulos nobiliarios a quienes conseguían victorias en batallas o logros intelectuales o sociales. Ciertos títulos son perpetuos y, a la muerte del receptor, pasan a sus herederos. Algunos países han preservado este sistema hasta el día de hoy y cuentan con duques, archiduques, marqueses, condes, vizcondes, barones, señores y caballeros, todos ellos con sus documentos oficiales que legitiman su nobleza. De esta forma, los portadores de tales credenciales tienen acceso a eventos reservados a personas de su estirpe y gozan de honores e incluso rentas asociadas a los títulos.
Este sistema en nada encaja con el mensaje cristiano que nos recuerda que todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (Gál. 3:26), que para Dios no hay acepción de personas (Rom. 2:11), o que los primeros serán últimos y los últimos, primeros (Mat. 20:16). A pesar de todo, y tal vez para infundir ánimo a los despreciados cristianos de su tiempo, el apóstol Pedro toma algunos títulos excelsos que confirman la condición de “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa y pueblo adquirido por Dios” hacia todos los que hemos decidido anunciar las bondades y virtudes de nuestro Padre celestial.
En el pasado fueron populares algunos programas televisivos llamados “Reina por un día” o expresiones equivalentes. Durante un día, la persona escogida, generalmente una madre y ama de casa, recibía tratamientos de belleza, ropa distinguida y múltiples agasajos con banquetes y palabras de elogio. Durante ese día no se permitía que la agraciada hiciera trabajo alguno, pues eran otros quienes debían trabajar para ella.
Por supuesto, solo algunas mujeres lograban alcanzar el honor de ser “reinas” durante un día. Pero el pasaje de hoy nos inviste del linaje y la dignidad, no por autoridad de un hombre encumbrado, sino por el mismo Rey del universo. Y no por un día, sino por toda la eternidad. Reflexiona hoy en el fabuloso linaje que posees por ser hijo de Dios y por el privilegio que tienes de servirle.
27 de enero - Autoestima
Corona de gloria y diadema de realeza
“Y serás corona de gloria en la mano de Jehová y diadema de realeza en la mano del Dios tuyo”
(Isaías 62:3).
El anhelo más grande del pueblo de Israel cautivo en Babilonia era regresar a Jerusalén, restaurar el templo, gozar de libertad de culto y volver a sus costumbres y tradiciones. Con la conquista de Babilonia por el rey Ciro de Persia en 539 a.C., se abrió una ventana de esperanza, pues el conquistador persa estaba citado por nombre en la profecía escrita cien años antes del acontecimiento (Isa. 44:28). Un año después de la toma de Babilonia, en 538 a.C., Ciro decretó el edicto que concedía la libertad a los judíos y les permitía regresar a su tierra, reconstruir el templo de Jerusalén y rehacer su vida en su patria. No solo les concedió el permiso de retorno, sino que les devolvió todo el oro, la plata y los tesoros que Nabucodonosor había expoliado del templo (Esd.1).
A pesar de la buena noticia, la materialización del proyecto no iba a ser fácil, según relata el libro de Esdras. Primero, solo una parte de los exiliados decidió aprovechar la oportunidad de volver a Judá. Segundo, muchos de los que regresaron (especialmente los más ancianos) lloraron porque la restauración del templo no iba a alcanzar la gloria original. Tercero, los adversarios detuvieron la reedificación del templo. También sabemos por el profeta Hageo que muchos, en vez de edificar la casa del Señor, pusieron su empeño en edificar sus propias casas; y cuando finalmente decidieron acometer la reedificación del templo, tuvieron que enfrentarse a escasez y adversidad.
El capítulo 62 de Isaías llega precisamente en esos momentos difíciles para el pueblo de Dios y comunica esperanza, promesas y ánimo. Una de las metáforas es la del versículo de hoy: corona de gloria y diadema de realeza. A lo largo de la historia de la humanidad se han usado múltiples adornos corporales para conferir autoridad, distinción y honor: tiaras, mitras, coronas, guirnaldas, fajines, cintas, bandas, medallas y medallones. Pero la corona y la diadema del versículo de hoy son muy diferentes: vienen de la mano de Dios. Los privilegios y los honores tienen valor en función de quién los otorgue. Y no hay jerarquía más alta que el Rey del universo. No consideres la dignidad que viene de manos humanas. Es imperfecto quien la confiere y quien la recibe. Considera, pues, la dignidad que viene de Dios y nos hace perfectos al recibirla. ¡Que privilegio tan excelso!
28 de enero - Autoestima
La esencia de nuestra existencia
“Porque en él vivimos, nos movemos y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: ‘Porque linaje suyo somos’ ”
(Hechos 17:28).
Las palabras “en él vivimos, nos movemos y somos” contienen un profundo significado filosófico pues encierran todas las dimensiones de la existencia. El primer verbo, vivir (tzao) se refiere a las funciones fisiológicas, al ámbito físico que los humanos compartimos con los mamíferos superiores. El segundo, moverse (kineo) contiene el principio del movimiento, pero también abarca las experiencias emotivas: amor, odio, temor, gozo, tristeza, celos, desconfianza, serenidad, cólera, compasión, etcétera. El tercer verbo, ser (eimí) encierra los atributos más elevados y distintivos del ser completo y solo presente en la especie humana, incluyendo el intelecto y la voluntad.
El versículo nos ofrece una idea de la totalidad de la presencia de Dios en el hombre. Dios es la esencia de nuestra existencia. No solo nos creó, sino que está íntimamente ligado a nuestro diario existir e integrado de lleno en todas nuestras funciones. Pablo está dando un discurso a los intelectuales de Atenas. Utiliza un tono filosófico para alcanzar al público del Areópago. Incluso cita a un poeta griego: Arato (310-240 a.C.), quien nació en Solos (Cilicia), lugar cercano a Tarso, la ciudad de Pablo. Trescientos años atrás Arato había escrito un poema llamado Phenomena, probablemente memorizado por Saulo en su juventud. Allí habla del dios Zeus y dice que “somos linaje o descendencia de él [Zeus]”. Pablo intenta presentar el evangelio utilizando la lengua y la cultura de sus oyentes.
Pero esto no significa que les conceda la razón en su forma de practicar la religión. En contra de sus ídolos materiales, Pablo presenta a un Dios creador de todas las cosas; en vez de templos y altares por todas partes, Pablo les enseña de un Dios omnipresente; en lugar de un dios “no conocido”, como rezaba uno de los altares de la ciudad, Pablo presenta un Dios conocido y accesible. Pablo revela al Dios que creó el mundo y el universo, que “da a todos vida, aliento y todas las cosas” (vers. 25). Un Dios que abraza todos los aspectos de nuestra existencia.
Se dice que un maestro preguntó a un niño:
—¿Por qué hay un solo Dios?
A lo que el niño respondió:
—Porque Dios está en todas partes y no queda sitio para otro.
Piensa que vives, sientes y actúas gracias a él. Sin su presencia en tu vida, perecerías. ¡Qué inmenso privilegio saber que Dios nos ama tanto que mantiene nuestra vida por completo a pesar de nuestros errores!
29 de enero - Autoestima
Hijos adoptivos
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’ ”
(Romanos 8:15).
Nacer en una familia de reconocido prestigio, poseer dinero y propiedades, lograr metas profesionales o académicas excepcionales son algunas de las formas de conseguir honor y valía en un mundo secular. Pero estas cosas no tienen valor último para Dios. El Señor no mira al exterior, sino al corazón y valora al ser humano según su amor al Creador y a sus semejantes.
Sin embargo, y a pesar de que Dios tiene una escala de valores distinta a la de los hombres, Dios utiliza nuestra lengua y nuestra cultura para comunicarnos ideas y conceptos. Es lo que hace con el ejemplo de los esclavos y los libres usado repetidamente en el Nuevo Testamento para ilustrar el antes y el después de aceptar a Cristo como Salvador.
En la época romana no había agrupaciones sociales para defender la libertad y abolir la esclavitud. Poquísimos se planteaban la injusticia de hacer y mantener esclavos; era parte de la vida diaria. De hecho, los esclavos podían ser objeto de abuso y opresión, pero los que eran fieles y obedientes, solían recibir consideración y a veces llegaban a ser libres y contratados como ayudantes, educadores o contables, según su capacidad.
Pero el paso definitivo hacia la liberación era cuando un esclavo llegaba a ser hijo adoptivo. El versículo de hoy toma esta realidad de la sociedad del momento y presenta el contraste entre la esclavitud y la adopción. La primera era una condición de temor. Temor a ser humillado, apaleado, explotado física, emocional, o sexualmente… La segunda era la condición de hijo legítimo, la que permitía al adoptado dirigirse al pater potestas sin necesidad de título respetuoso, llamándolo simplemente Abba (“Papá” o “Padre”).
De acuerdo con la ley romana, el paso de esclavo a hijo adoptivo suponía un cambio gigantesco. Desde el momento de la adopción, el hijo adoptivo recibía un nombre nuevo y el apellido de la familia; por si fuera poco, adquiría el derecho a recibir la parte correspondiente de la herencia, como cualquier hijo legítimo; además, pasaba a ser considerado como hijo biológico y legítimo ante la ley romana; finalmente, la vida previa era borrada por completo y la esclavitud olvidada totalmente.
Aceptemos hoy el privilegio de no ser más esclavos, sino hijos de nuestro Dios. Ello nos hará olvidar nuestras deficiencias e imperfecciones para centrarnos en ese espíritu de adopción que nos da derecho a tratar a nuestro Padre celestial con el afecto de un niño.
30 de enero - Autoestima
El barquito rescatado
“Pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”
(1 Corintios 6:20).
Se cuenta la historia de un niño que, con esfuerzo y persistencia, talló un barquito velero de madera muy liviana, lo lijó, lo pintó y le acopló una pequeña vela. El juguete, además de funcionar, resultó muy atractivo. Cuando el muchachito lo llevaba al agua, la brisa lo empujaba de forma suave, asemejándose a un barco de verdad. Un día, jugando con el velero a la orilla de un río, el viento comenzó a soplar a fuerte velocidad y, entre el viento y la corriente, la ingeniosa embarcación se precipitó río abajo hasta desaparecer. Disgustado, el niño lo buscó desesperadamente pero no logró encontrarlo. Finalmente, regresó a su casa con el tremendo peso de la pérdida.
Semanas después, haciendo recados en la ciudad, el muchacho se sobresaltó al ver en un escaparate de objetos usados un barquito que se parecía mucho al que había perdido. Entró en la tienda, lo observó de cerca y, efectivamente, ¡era su barco de juguete! Reconocía las marcas, las formas, los tonos y todo detalle con la precisión que un artista reconoce su obra. Cuando el dueño de la tienda se acercó, el niño exclamó con certeza:
—¡Este barco es mío! Lo sé porque yo mismo lo fabriqué y el río se lo llevó.
El dueño de la tienda le explicó en tono incrédulo que una persona le había vendido el barquito y ahora le pertenecía a él. En fin, el comerciante se retiró diciendo:
—Si lo quieres, tendrás que comprarlo.
Con gran esfuerzo, el niño trabajó cuanto pudo para juntar el dinero. En cuanto tuvo lo suficiente, acudió presuroso a la tienda y compró el preciado velero. Abrazándolo, le habló con ternura diciendo:
—Eres mío. Yo te hice y ahora te he comprado por precio.
Si en alguna ocasión te sientes inferior o hasta llegas a despreciarte a ti mismo, si te has perdido o los vientos de la vida te han arrastrado a destinos indeseables, si piensas que tu pasado no ha sido favorable y que ahora tienes que sufrir las consecuencias, si has perdido la esperanza de ser hallado, piensa que el Señor Jesús te creó y desde entonces le perteneces. Además, por cualquier transgresión moral que hayas cometido, por cualquier regla violada, Jesús ha pagado un alto precio (¡su propia vida!) para rescatarte y decirte: “Eres mío, yo te formé y ahora te he comprado por precio”.
31 de enero - Autoestima
¡Son tantas las bendiciones!
“Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios”
(Juan 1:12, 13).
Hemos dedicado el mes de enero al tema de la autoestima. Para muchas personas, los sentimientos de inferioridad son una realidad. Pero son muchas las fuentes de autoestima que nos vienen de la Palabra. En ella se nos habla de las continuas y seguras bendiciones para los hijos de Dios. Y eso debería ser la mejor forma de fortalecer la autoestima.
Cuando te sientas, cuando te levantas, cuando caminas, cuando piensas y cuando hablas, Dios está pendiente de ti. Antes de que pronuncies tus palabras, Jehová ya las conoce (Sal. 139:1-4).
Dios es amor y te comunica ese principio para que lo pongas en práctica y así pueda permanecer en ti y tú en él (1 Juan 4:16). Ese amor no es temporal, sino eterno y su misericordia es continua (Jer. 31:3).
Dios te concede muchas cosas buenas: dones, habilidades, talentos… todos vienen de un Dios absolutamente fiable, pues en él no hay mudanza ni sombra de variación (Sant. 1:17).
Cuando experimentes sentimientos de inferioridad o incapacidad por no tener medios suficientes para cumplir tu misión, piensa que el Señor te promete satisfacer todas tus carencias (Mat. 6:31-33).
Los planes de Dios para ti son de paz y no de mal y en última instancia te asegura conceder lo que esperas (Jer. 29:11). De hecho, él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efe. 3:20).
Al aceptar al Señor, él te considera “especial tesoro” (Éxo. 19:5) y, como tal, te cuidará y te consolará cuando pases tribulación; su consolación es eterna y te promete esperanza de forma gratuita (2 Tes. 2:16, 17). Además, su consolación te hará aprender cómo puedes tú también consolar a otros. Él está cerca de ti cuando tu corazón esté quebrado y tu espíritu abatido; por muchas que sean tus aflicciones, Dios te librará de todas (2 Cor. 1:3, 4). Y llegará el día cuando no habrá más necesidad de consolación, pues Dios enjugará toda lágrima y hará que no haya más muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor (Apoc. 21:3, 4).
Todo esto es posible no por voluntad humana (Juan 1:13), sino por la acción directa de Dios. ¿Aceptarás la oferta? ¡Que Dios te bendiga para que así sea y recibas los privilegios que él desea otorgarte!
1º de febrero - Familia
Un hogar sin perturbación
“El que perturba su casa heredará viento, y el necio será siervo del sabio de corazón”
(Proverbios 11:29).
Dedicamos este mes a las relaciones familiares, tanto maritales, como entre padres e hijos. Hay evidencias múltiples de que un hogar de calidad produce hijos que afrontan la vida con éxito. Uno de los estudios de mayor influencia global fue el de Michael Resnick y Peter Bearman de la Universidad de Minnesota. El estudio se publicó en la Revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA, por sus siglas en inglés), una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo. Fue un estudio a gran escala, con la participación de noventa mil adolescentes de entre doce y dieciocho años, que fueron entrevistados y seguidos durante varios años. Uno de los hallazgos más importantes fue que cuanta más vinculación tenían los adolescentes con su familia, menor era el nivel de violencia juvenil, de uso y abuso de drogas, de embarazo temprano y de sexualidad precoz. Sin duda, los beneficios de una vida familiar equilibrada alcanzan muchos más aspectos de los que identifica este excelente estudio. Una vez más, la ciencia confirma (aun cuando siempre con excepciones) el sencillo principio de que cuando instruimos al niño en su camino, no se apartará de él aun de anciano (Prov. 22:6).
El texto de hoy es un llamamiento a los padres a no perturbar el hogar porque las consecuencias son lamentables. Cuando un padre (o madre) perturba a su familia, acaba desprotegiendo a sus hijos de muchos y grandes peligros. ¿Cómo se perturba el hogar? El padre o la madre de la familia hacen esto mediante constantes amenazas, provocación y mensajes de desprecio. Pueden también hacerlo mostrando un ejemplo de ociosidad, de desorden o de impaciencia. O tornándose enojados y hasta violentos, verbal o físicamente. Conductas de avaricia o de envidia también perturban la familia. El que perturba su casa, según el versículo de hoy, “heredará viento”. ¡Qué terrible figura por alterar el orden del hogar! Nos da la imagen de pérdida, vaciedad, decepción, futilidad… con consecuencias que pueden ser trascendentales.
Para evitar este camino erróneo, inspírate en el amor de Dios, un amor que se demuestra en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8).
Reine hoy ese amor en tu familia. Un amor que sea benigno, no envidioso, no jactancioso, no envanecido, ni imprudente, un amor que no se irrite ni guarde rencor, un amor que no se goce de la injusticia sino de la verdad, que sufra, que crea, que espere y que soporte (1 Cor. 13:4-7). Ora hoy: “Ayúdame, Señor, a vivir ese amor en mi hogar”.
2 de febrero - Familia
Llamamiento al marido
“Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”
(Colosenses 3:19).
El marido de Valeria no golpeaba a su esposa, pero sí la agredía con sus críticas y palabras hirientes. Constantemente veía faltas en las tareas caseras, el cuidado de los niños, las relaciones con las vecinas… Con frecuencia la comparaba con otros miembros de su familia y ella siempre salía perdedora. En medio de su enojo, increpaba a Valeria con insultos que jamás pronunciaría en presencia de familiares y amigos. Sus niños eran testigos de estas conductas y se llenaban de temor. A Valeria esos insultos la derrumbaban moralmente. Así acabó convencida de que era realmente inútil, torpe, malvada y una fracasada. Esa familia sufrió mucho por el carácter iracundo del padre.
Hoy se sabe que el abuso, tanto verbal como físico, tiene un efecto devastador sobre la víctima, sea cónyuge o hijo, que puede acabar sufriendo ansiedad, hipervigilancia, depresión, ideas suicidas, sentimientos de incapacidad, vergüenza, culpa, problemas del sueño… y otras dolencias. Es muy triste que el ámbito familiar, que debería ser un lugar acogedor donde sus miembros pudieran hallar cariño, apoyo y comprensión frente a las dificultades de la vida, se transforme en un lugar peligroso y dañino. Para evitar situaciones tales, Pablo insta a los maridos cristianos a no ser ásperos con sus esposas y a amarlas como Cristo amó a su iglesia, entregándose a sí mismos por ella (Efe. 5:25). Más adelante les pide que el marido ame a su esposa como a su propio cuerpo, es decir, sustentándola y cuidándola (vers. 28, 29).
El verbo pikraino (ser áspero) significa literalmente “producir amargor en el estómago” y, por extensión, quiere decir enojarse o irritarse. El mensaje encaja en un tiempo en que, según la ley judía, la mujer era tratada como una propiedad u objeto. El marido podía divorciarse de su esposa por alguna razón intrascendente, pero ella no tenía esa potestad. Era también costumbre que la mujer permaneciera de puertas adentro mientras el marido tenía libertad total para tener relaciones con otras mujeres.
Desgraciadamente, las conductas violentas persisten en el siglo XXI: una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física, con frecuencia perpetrada por un ser amado. Si añadimos la violencia verbal, tenemos más víctimas que mujeres respetadas. El Señor no quiere que sus hijas sufran por causa del enojo y la violencia familiar. Si vives en tal situación, intenta resolverla con oración y fe. Si las cosas no se arreglan, busca ayuda externa, pues muchos casos de violencia doméstica requieren intervención profesional.
3 de febrero - Familia
Coherederas
“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”
(1 Pedro 3:7).
Muchas familias en buena relación acaban enemistadas por asuntos de herencias. Gisele Sousa Dias (Clarín, 16 de noviembre de 2009) estima que, de diez sucesiones, siete son conflictivas. Dice que solo en la ciudad de Buenos Aires hay unas treinta y cinco mil familias enemistadas por algún problema de herencia. “Yo pago alquiler y tú tienes tu propia vivienda, ¿cómo nos va a tocar recibir lo mismo?" “Yo cuidé de mamá durante los cinco últimos años y tú no ayudaste ni enviaste dinero…”, son ejemplos de argumentos comunes. En la disputa se evocan encuentros del pasado, frases o insinuaciones del difunto que indican que las cosas deben hacerse de forma distinta a lo testado… y así se deteriora la relación hasta el punto de no haber remedio aparente a corto plazo y muchas veces la muerte de los involucrados llega antes que la reconciliación. Y es que la solución no es nada fácil pues, aunque el testamento esté claro desde el punto de vista aritmético, el corazón humano es egoísta, duro y orgulloso y tales rasgos florecen en estas situaciones.






