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El texto de hoy presenta a dos coherederos: esposo y esposa. La herencia es nada menos que la vida eterna. Evitar el maltrato físico o verbal en la pareja es solo un primer paso. El apóstol Pedro llama al varón a dar honra a la mujer. Y para dar fuerza a su consejo, presenta un argumento de peso: ella es coheredera con derecho idéntico a la herencia de la vida eterna. Insta al esposo a manifestar además el trato amable, cariñoso, tierno y suave que se dispensa a un recipiente frágil y valiosísimo.
Este llamamiento a los maridos sugiere un gran paso que va más allá de las particiones idénticas. Como en el caso de las herencias terrenales que encuentran posesiones indivisibles, la responsabilidad y el amor no son susceptibles de particiones iguales. Por eso añade el apóstol el concepto de “vaso más frágil”. Está invitando al esposo a ser generoso, magnánimo, espléndido, desinteresado y altruista con su mujer. En los próximos días, prueba a sobrepasar el concepto de dar el 50 % y recibir el 50 % en tu vida conyugal; ofrece el 100 % cuando sea posible. Y si no eres casado, el resto de 1 Pedro 3 está dedicado a las relaciones en general: sé de un mismo sentir con otros, compasivo, expresando amor fraternal, misericordia y amistad (1 Ped. 3:8).
4 de febrero - Familia
Ayuda idónea
“Después dijo Jehová Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él’ ”
(Génesis 2:18).
Cuando la Dra. Leah Bright del Hospital Johns Hopkins (Baltimore, Maryland, EE.UU.) y sus colegas midieron las cuerdas vocales de una muestra de sujetos sanos descubrieron algo sorprendente: el tamaño de las cuerdas vocales no guardaba relación alguna con la altura, el peso o la masa corporal de los participantes en el estudio. Sin embargo, observaron una clara diferencia de tamaño de estos órganos de fonación entre hombres y mujeres. Esto explica las diferencias en lenguaje hablado entre hombres y mujeres: aparte de producir tonos más altos en la voz de ellas, la diferencia hace posible que la emisión de la voz necesite menos aire para su agitación y que se produzca en las damas menos desgaste de energía. Por ello, en términos generales, las mujeres tienden a hablar más y más deprisa que los hombres. Este es solo un ejemplo de diferencias biológicas entre géneros.
Es una acción noble luchar por el trato igualitario entre géneros que tanto se ha violado y sigue violándose, pero no podemos ignorar que existen diferencias biológicas y psicológicas, que en parte se remontan a los orígenes cuando Dios creó a la mujer como “ayuda idónea”. Significa esto que algunas características que poseemos van ligadas al sexo, lo que hace a hombres y mujeres diferentes y al mismo tiempo complementarios. Por ejemplo, el sistema endocrino es muy distinto: el tipo y cantidad de secreción hormonal prepara a la mujer para la menstruación, la gestación y la lactancia, funciones que no posee el varón. El metabolismo femenino es más lento, la estructura ósea más ligera, el tamaño de los riñones, el hígado y el estómago, mayor y la cantidad de músculo (en relación con la masa corporal) menor que en los varones. También se han observado diferencias marcadas en la conducta comunicativa: la mujer escucha con más atención y con más contacto visual que el hombre. La mujer cuenta con una expresión verbal más dramática, más rápida y más cargada de emociones que el varón, quien habla con más precisión, objetividad y brevedad.
Para fomentar la calidad de relación entre marido y mujer pensemos que, en su inmenso amor, Dios creó “varón y hembra” (Gén. 1:27) para la mutua edificación y satisfacción. No veamos las diferencias como una fuente de irritación, sino como un complemento. Hoy, observa alguna de estas diferencias en tu trato con el sexo opuesto y da gracias a Dios por el don de las diferencias.
5 de febrero - Familia
Mujer, vid y olivo
“Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos, como plantas de olivo alrededor de tu mesa”
(Salmo 128:3).
Durante siglos y hasta en la actualidad, muchas casas de las regiones mediterráneas alojan un patio central que permite el flujo de luz a las ventanas interiores. Allí se plantan vides que crecen exuberantes por el clima benigno del Mediterráneo. La planta arroja sombra y provee decoración y el precioso fruto de la uva para deleite y nutrición de todos los miembros de la familia. En el patio juegan los niños bajo la mirada atenta de la madre que los supervisa desde cualquier lugar de la casa en la que se encuentre. Al atardecer el patio se hace habitáculo de reunión para toda la familia. Allí cenan y disfrutan de la velada convirtiendo el espacio en centro social en el que se afianzan los vínculos familiares.
El texto de hoy compara a la madre de la familia con esas vides que trepan por las paredes del patio. También a los hijos los asemeja a las ramas del olivo. En primavera, el árbol arroja ramilletes cargados de infinidad de granos pequeñísimos que son los frutos en potencia. Estas preciosas bolitas anuncian la cercana cosecha de aceitunas, algo así como los hijos que auguran la siguiente generación.
¡Qué hermosa descripción de la familia en donde se resalta el papel central de la madre, siempre presente y vigilante como la vid en el patio rodeada de hijos como plantas de olivo alrededor de la mesa familiar! (Sal. 128:3). Por supuesto que el padre también juega un papel fundamental en la familia (1 Tes. 2:11).
En este ambiente idílico puede darse y recibirse la mejor forma de educación que perdurará en el tiempo. Pero, de la misma forma que el olivo y la vid necesitan el poder de Dios para crecer, la intervención divina es esencial, pues las mejores técnicas educativas serían vanas sin el Espíritu del Señor. Es necesario el poder sobrenatural para la estabilidad familiar. No en vano reza el texto: “A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten, pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Ecl. 4:12). Ese tercer cordón en la familia es el poder invencible de Dios.
Permanece hoy abierto a la influencia divina para que la aplicación de los buenos principios pedagógicos pueda hacer florecer niños y jóvenes que amen y obedezcan a Dios.
6 de febrero - Familia
Inmoralidad en Corinto
“Por causa de las fornicaciones tenga cada uno su propia mujer, y tenga cada una su propio marido”
(1 Corintios 7:2).
Corinto se considera una de las ciudades más prósperas de la antigüedad. Situada en Grecia, a unos 80 km al sur de Atenas, Corinto era la encrucijada entre el norte (Grecia continental) y el sur (el Peloponeso) y entre el este (Asia) y el oeste (Roma). Sus dos puertos acaparaban la mayor parte del transporte del mar Mediterráneo. Era lugar de paso de marinos, soldados, mercaderes y viajeros de todo tipo. Fue ciudad de mucha importancia durante el Imperio griego y aún más durante la ocupación romana, especialmente después de la reconstrucción que Julio César llevó a cabo en los años 46–44 a.C. Entonces alcanzó mayores dimensiones y la restauración y expansión de templos, plazas y mercados. Se estima que, durante el primer siglo de la era cristiana, Corinto contaba con medio millón de habitantes y con el mercado más grande del Imperio romano, además de un anfiteatro para catorce mil espectadores.
Pero la abundancia y la prosperidad trajeron consigo inmoralidad y disipación. La propia lengua griega adoptó un vocablo, korintiazomái, que se traduce “yo soy como un corintio”, expresando la condición de libertino sexual. Igualmente, korintia kore (joven corintia) se utilizaba para referirse a una prostituta. Pero lo que ha dado más fama a la disipación de la antigua Corinto es la actividad del templo dedicado a Afrodita, la diosa del amor. El culto a Afrodita venía de los tiempos de la Grecia imperial y continuó en la época romana, como ponen de evidencia monedas romanas con la imagen de dicho templo. Este santuario contaba con un enorme grupo de prostitutas que se ofrecían como vehículo sagrado de sexualidad a los ciudadanos y viajeros.
En medio de esta gran metrópoli se encontraba una pequeña congregación de nuevos cristianos, grey que había fundado el mismo apóstol Pablo (1 Cor. 4:15) y que estaba sujeta a las ofertas pecaminosas del ambiente. Por ello, Pablo insta a los corintios a tener su propia mujer y a ellas su propio marido, una salvaguarda en consonancia con el plan divino desde la Creación.
Las tentaciones de nuestro tiempo no son necesariamente menores. No es extraño que un tercio de los divorcios tenga su causa en la infidelidad. Los cristianos de hoy, como los corintios, no estamos libres de este problema. Reflexiona hoy en los enormes daños que la inmoralidad sexual y la infidelidad conyugal causan a las relaciones familiares y cómo deterioran nuestra relación con Dios.
Decide hoy, por su gracia, seguir la recomendación bíblica de la fidelidad.
7 de febrero - Familia
El diablo lo propagará
“¿Pondrá el hombre fuego en su seno sin que ardan sus vestidos? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que se quemen sus pies? Así le sucede al que se llega a la mujer de su prójimo, pues no quedará impune ninguno que la toque”
(Proverbios 6:27-29).
El Dr. David Birkenstock fue mi (J) principal mentor en las tareas administrativas de la universidad donde trabajé en el pasado. El alumnado era, por lo general, ejemplar: jóvenes profesionales que se esforzaban por obtener el grado de máster o de doctor. Casi todos tenían familia y contaban con años de experiencia en el ministerio pastoral o educativo o en la dirección de centros de salud. En alguna ocasión tuvimos que enfrentar los problemas que surgieron por causa de la infidelidad conyugal: abandono familiar, crisis en la pareja, hijos desconcertados o cónyuge ultrajado.
Cuando alguna situación de este tipo surgía en la comunidad universitaria, el rector Birkenstock hablaba con seriedad al cuerpo estudiantil advirtiéndoles con un mensaje inequívoco que, más o menos, decía así: “A veces hacemos cosas sin pensar y luego tenemos que acarrear las consecuencias. El adulterio conlleva efectos muy serios. Por eso, muchos lo llevan a cabo en secreto pensando que nunca saldrá a la luz. Pero si alguno cree que va a engañar a su mujer y su acto no se va a descubrir, está muy equivocado porque ¡Satanás se encargará de que, tarde o temprano, se descubra el engaño y se propague!" El rector sabía que el diablo saca mucho partido de hacer errar a los dirigentes y personas de influencia en la iglesia. Tal vez esto sea parte de la interpretación del texto de hoy que dice que nadie quedará impune de llegarse a la mujer de su prójimo.
Jugar con la tentación es jugar con fuego. La actitud más sabia es la de abandonar el sendero hacia el mal cuanto antes. El deseo sexual es muy poderoso por ser un proceso instintivo y puede resultar muy difícil de detener una vez se ha llegado a cierto punto. Por ello, necesitamos confiar por completo en el Señor quien nos dará la certeza de identificar la tentación antes de que sea irresistible. También nos dará la sabiduría para no iniciarnos en los pasos que llevan con seguridad a consumar actos sexuales ilegítimos. Por último, cuando nos ponemos en sus manos, el Señor nos dará la fuerza para huir de la propia trampa, como cuando la esposa de Potifar asió a José por la ropa diciendo: “Duerme conmigo”. Y él, dejando la ropa en manos de ella huyó fuera de la casa (Gén. 39:12).
8 de febrero - Familia
Amor asombroso
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”
(Efesios 5:25).
Benjamín Warfield (1851-1921) es bien conocido en el ámbito de la teología por su legado literario sobre la autoridad de la Biblia y las doctrinas calvinistas. Fue durante treinta y cuatro años profesor de teología en el seminario de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EE.UU.). Lo que muchos no conocen es el amor abnegado hacia su esposa. Los jóvenes Benjamín Warfield y Annie Kinkead contrajeron matrimonio en 1876. Semanas después se mudaron a Alemania donde Benjamín cursó estudios en la Universidad de Leipzig. No habían llegado al primer aniversario de la boda cuando Annie recibió el impacto de un rayo en medio de una espectacular tormenta. Este accidente la dejó funcionalmente inválida hasta que murió en 1915.
Durante sus casi cuarenta años de matrimonio, Benjamín Warfield se implicó en el cuidado y la atención de Annie de forma que sus biógrafos aseguran que sus ausencias del hogar nunca pasaron de dos horas. Con frecuencia, Warfield leía libros a su esposa y le dispensaba todos los cuidados que necesitaba. No tuvieron hijos. Una persona cercana le sugirió en una ocasión:
—Tal vez sería mejor que llevaras a Annie a una institución donde le dispensen los cuidados necesarios; así podrías ocuparte de tus escritos y tu docencia más intensamente; tu ministerio sería aún mejor.
A lo que Warfield respondió:
—Mi ministerio es mi esposa. No me separaré de su lado, la amaré y la cuidaré durante todos los años que Dios nos conceda de vida.
Y así lo hizo hasta la muerte de Annie en 1915, después de treinta y nueve años de amor y dedicación.
El pasaje de hoy amonesta a los hombres a amar a sus mujeres como Cristo amó a su iglesia y se entregó a sí mismo por ella. El ejemplo de Warfield es inspirador y puede motivarnos a una vida abnegada de servicio a un ser amado. También puede darnos una idea del amor de Cristo hacia sus hijos e hijas. Estemos enfermos, seamos rebeldes o nos obstinemos, Cristo no se separa de nosotros ni por un momento, quedando así disponible para apoyarnos y bendecirnos.
Si eres casado reflexiona hoy en la perfección del amor de Cristo e intenta, por su gracia, transmitir ese amor a tu cónyuge. Y si no estás casado, puedes demostrar el amor de Cristo hacia cualquiera de tus semejantes incluso de forma heroica, como escribió el discípulo Juan: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
9 de febrero - Familia
¿Debo enojarme?
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”
(Efesios 4:26).
“Airaos”. Parece que el apóstol Pablo está invitando a los fieles cristianos a que se enojen, aunque sea dentro de unos límites. Este texto lo usaba Esteban para gritarle a su esposa cuando ella hacía algo que a él no le parecía bien. En una ocasión, un amigo cercano le dijo:
—Esteban, no es justo que te enojes así con tu esposa.
A lo que él se apresuró a responder:
—Pues el apóstol Pablo dice a los Efesios: “Airaos, pero no pequéis”. Así que yo no peco, porque llevo toda la razón en lo que le digo, y es ella la que me irrita y me provoca.
Hemos de tener cuidado al interpretar este pasaje como si fuera una licencia para usar libremente el enojo. Recordemos que unos versos más adelante la misma inspiración ofrece una lista de rasgos desechables entre los que aparecen precisamente el enojo, la ira y la gritería (Efe. 4:31). Tampoco podemos olvidar los múltiples pasajes donde se desaprueba la ira y el enojo (Prov. 15:18; 17:14; Sal. 37:8; Sant. 1:20) y los numerosos versículos donde se exaltan las virtudes de los dichos suaves (Prov. 15:1, 23; 16:22, 23).
La mayoría de los teólogos entiende que esa indignación se refiere al enojo contra el pecado, la injusticia, la inmoralidad, la falsedad... Pablo no recomienda que los creyentes usen la ira contra el cónyuge, el hijo, el vecino, el amigo o el hermano, sino contra el mal, como dijo Agustín de Hipona: Cum dilectione hominum et odio vitiorum (“Con amor al hombre y con odio al pecado”).
El enojo es una emoción negativa que conlleva transpiración, elevación de la tensión arterial, aumento del volumen de voz, mirada penetrante, temblores de manos, semblante tenso, uso de palabras insultantes y agresividad verbal o física. Estos signos no son buenos ni para la salud física, ni para la salud moral, ni para el perfeccionamiento de las relaciones interpersonales.
Si tienes tendencia a arrojar el mal humor sobre otros, comienza hoy una reforma. Recuerda que el problema tiene dos vertientes: tú y Dios. Un humor irritable arraigado necesita la intervención divina y has de ponerte en sus manos con fe y con la certeza de que para Dios todo es posible. Además, tienes que poner de tu parte, aprendiendo modos de controlar tus palabras, calmándote a ti mismo, procurando los dichos suaves y las formas amables hasta que lleguen a ser un hábito en ti. Así harás lo que te pide el Señor: abandonar todo enojo y toda ira (Col. 3:8)
10 de febrero - Familia
El poder del perdón
“Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”
(Efesios 4:32).
Amy era una joven de elevados principios: perseverancia, valentía y, sobre todo, compasión. Su deseo de aportar justicia e igualdad al mundo le llevó a realizar estudios superiores en relaciones internacionales en la Universidad de Stanford (California, EE.UU.). Al terminar sus estudios, obtuvo una beca Fulbright para participar en un proyecto de promoción de la igualdad y en contra de la segregación racial en Sudáfrica. Al final de su estancia, cuando faltaban dos días para regresar a casa, un grupo de jóvenes en la población de Guguletu la detuvo, la sacó del vehículo y la acuchilló hasta la muerte. Sus padres, su novio (que la esperaba para un pronto matrimonio) y sus amigos y familiares quedaron devastados ante una pérdida tan injusta y sin sentido. Estaban llenos de enojo, dolor y odio; reacciones humanas naturales ante un hecho tan horrendo.
Sin embargo, los padres de Amy demostraron un carácter de absoluta nobleza moral. Meses después de la espantosa pérdida, viajaron al lugar de los hechos y se reunieron con la familia de los asesinos y con ellos mismos, ofreciéndoles su perdón. También fundaron una institución que hoy se desempeña en Sudáfrica: la Fundación Amy Biehl, que promueve programas de salud, educación, arte, música y recreación para los más desfavorecidos. Dos de aquellos jóvenes asesinos, Ntobeko Peni y Easy Nofemela, a quienes alguien enseñó que todos los miembros de la raza blanca son enemigos malvados, están arrepentidos y rehabilitados. Ambos trabajan en la Fundación Amy Biehl y comparten el legado de la chica.
El perdón generoso de aquellos padres produjo una serie de reacciones de paz y buenos sentimientos. Ellos se libraron del enojo, del dolor y del odio. Los asesinos fueron transformados por la fuerza del perdón. Muchos recibieron inspiración por el perdón paterno. Y muchos más continúan recibiendo bendiciones por medio de la fundación.
El perdón que Dios nos concede es mucho más completo. Es un perdón tan poderoso que nos invita a perdonar a nuestros semejantes, como indica el versículo de hoy. Tal vez el Señor no te invite a que perdones al asesino de un ser querido, pero sí a tu cónyuge, a tu hijo, a tu padre, a tu vecino o a tu pariente. Si has sido objeto de alguna ofensa, ora hoy para que el Espíritu Santo sensibilice tu corazón y concedas tu perdón, como Dios también te perdona a ti en Cristo.
11 de febrero - Familia
Cuando no perdonamos
“Así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarlo y consolarlo, para que no sea consumido por demasiada tristeza”
(2 Corintios 2:7).
Fred se crio con su querido amigo Sam. Para Fred, Sam era como un hermano, el hermano que no tenía en su propia familia. Esta íntima y verdadera amistad continuó hasta los años universitarios. Sin embargo, cuando Sam conoció a una joven compañera y se enamoró de ella, dejó de prestar atención a su mejor amigo. Resultó que a ella no le gustaba que Sam fuera amigo de Fred. La situación llegó a tal extremo que, cuando Sam y su prometida se casaron, no invitaron a Fred y ni siquiera le informaron de la boda. Fred fue incapaz de encajar la situación. En su mente y en su corazón albergaba enemistad, odio y repugnancia hacia su antiguo amigo. Esta postura la mantuvo durante años, incluso después de que él mismo contrajera matrimonio. Años después, describiría su estado diciendo: “Aferrarse al rencor es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera envenenada”.
Su resentimiento hacia Sam y su esposa era tan intenso que un día su mujer le dijo:
—Fred, yo te amo, pero no me gustan los cambios que estás experimentando por tu odio hacia Sam…
Esto le produjo una reacción tan fuerte que decidió perdonar. Abandonó el rencor, el desprecio y la aversión. Finalmente pudo perdonar a su amigo. Tan grata fue su experiencia que se encauzó en la carrera psicológica con especialidad en el estudio del perdón. Hoy es el Dr. Fred Luskin, director del Proyecto del Perdón de la Universidad de Stanford. Además de sus múltiples investigaciones sobre el tema, Luskin ha ayudado a muchos a perdonar y reconciliarse como, por ejemplo, la mediación que llevó a cabo entre víctimas y terroristas en Irlanda del Norte.
El texto de hoy nos invita no solo a perdonar, sino también a consolar al ofensor. Este espíritu del perdón es parte esencial del evangelio de Jesucristo y hay razones para ello. Por ejemplo, hoy se sabe que cuando no perdonamos alojamos enojo, el estrés aumenta y disminuye la actividad cognitiva. También es bien sabido que no perdonar produce cambios adversos en la actividad hormonal (desequilibrio de cortisol), el sistema nervioso parasimpático y la composición sanguínea. Mientras que al conceder perdón obtenemos bienestar y reducimos la presión arterial.
Ponte hoy en manos del Señor para que te conceda la gracia de perdonar dentro y fuera de tu familia. Obtendrás múltiples beneficios y además Dios también te perdonará a ti de acuerdo a la promesa de Jesús (Mat. 6:14).
12 de febrero - Familia
Los malentendidos
“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar”
(Proverbios 18:13, DHH).
Se cuenta la historia de un pastor que envió a su hijo adolescente a la oficina de correos y telégrafos a enviar un telegrama para felicitar a una joven feligresa que se había casado recientemente. El ministro dio claras instrucciones al jovencito: el mensaje telegráfico que debía enviar era el siguiente: “Lee 1 Juan 4:18”. Por falta de atención, el muchacho omitió el primer número y envió el mensaje: “Lee Juan 4:18”. Cuando la recién casada recibió el telegrama se apresuró a buscar en su Biblia el mensaje escogido especialmente para ella. De no haber sido erróneo, el versículo hubiera sido hermoso y apropiado a la ocasión: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Sin embargo, el rostro de la joven quedó perplejo al leer: “El que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4:18).
Muchos problemas interpersonales se derivan de una mala comunicación. Los que emiten el mensaje tienen en la mente una intención y un concepto que pueden ser muy distintos para el que los recibe. Es más, si el receptor no escucha (o solo escucha a medias) el mensaje se quiebra y puede causar problemas.
Dentro de las familias, los malentendidos ocurren con frecuencia. Escuchar con verdadera atención en esta generación va haciéndose una rara habilidad. Los esposos tienen distintas preocupaciones. Así, cuando uno habla, el otro tal vez no escucha y hasta ofrece respuesta sin haber escuchado, como señala el versículo de hoy. Los niños y jóvenes también tienen sus intereses y, con mucha frecuencia, parecen no escuchar. La Escritura nos advierte que seamos prontos para oír y tardos para hablar (Sant. 1:19), pues escuchar es una bendición y ser escuchado produce un efecto terapéutico.
En realidad, el amor es el mejor fundamento para la comunicación: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal” (Rom. 12:10). Si amamos al interlocutor, no nos será necesario hacer un curso de técnicas de comunicación. Si nuestra postura es menos egoísta y más centrada en el otro, la comunicación ganará calidad.
Hazte hoy el propósito de escuchar, de entender y de absorber por completo los mensajes que te presente tu hijo, tu cónyuge, tu padre o madre, tu compañero de trabajo, tu vecino o tu amigo. Sobre todo, mira a tus semejantes como hijos de Dios, creados y redimidos por él. Te sorprenderás de los hermosos resultados que esta actitud te proporcionará a ti y a quien escuchas.






