- -
- 100%
- +
—Pareces contento y satisfecho, ¿no tienes calor? ¿No estás cansado? —preguntó la mujer.
Sonriendo, el joven replicó:
—Sí, señora, claro que tengo calor y estoy cansado, pero estoy feliz porque sé que mis padres me esperan al final del viaje.
No hay duda de que la relación entre este joven y sus progenitores era óptima, pues el solo pensamiento del cercano encuentro, le hacía olvidarse casi por completo del malestar que obsesionaba a otros pasajeros. Tal vez, esto era posible porque llevaba en su corazón y, de alguna forma, enlazada al cuello, la influencia ejercida por su padre y madre. Si su relación familiar hubiera sido adversa, en vez de gozo habría habido temor y aprensión ante el encuentro con sus padres.
Si eres padre o madre, proponte edificar una relación de calidad con tus hijos, no solo de órdenes y reglas. Dedícales tiempo, ten mucha paciencia, dales el mejor ejemplo posible y, sobre todo, ámalos a pesar de sus errores e incluso sus actitudes erróneas. Antes de hablar/actuar, reflexiona. No sea que caigas en lo que el apóstol Pablo dice que evitemos: “No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efe. 6:4).
Si tus progenitores viven, haz todo lo posible para retener las enseñanzas de tus padres; pruébalas y verás cómo hay mucha sabiduría en sus consejos. Obedece, a no ser que te pidan algo contrario a la voluntad de Dios. Exprésales tu gratitud a ellos por cosas específicas que hicieron por ti. Finalmente, atesora esos consejos en tu corazón (en tu interior) y, al mismo tiempo, colgados al cuello (hacia el exterior) como si se tratase de un hermoso adorno visible.
23 de febrero - Familia
El ejemplo eficaz
“Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también”
(2 Timoteo 1:5).
El Dr. Christopher Trotter, investigador de la Universidad de Monash en Melbourne (Australia), es un experto internacional en el aprendizaje vicario o por imitación. La mayoría de sus estudios los ha llevado a cabo con poblaciones reclusas. En lugar de utilizar los métodos tradicionales (premios, castigos, amenazas e incentivos), cuyos resultados son generalmente pobres con presidiarios, Trotter comenzó a usar el método del aprendizaje vicario o por imitación. Pronto, este sistema se extendió por muchas instituciones penitenciarias.
¿Cómo funciona el aprendizaje vicario? Los funcionarios de prisiones despliegan conductas tales como llegar a tiempo a las citas, ser honrados y fiables, acabar lo que empiezan, respetar los sentimientos de los demás, demostrar empatía hacia los sufrientes, expresar ideas en contra de la conducta delictiva y a favor de la amistad con los no delincuentes, exaltar las ventajas de la vida familiar y del valor del trabajo, interpretar positivamente las intenciones de las otras personas y mencionar las buenas consecuencias de vivir acorde con la legalidad. Los resultados son uniformes: los reclusos tienden a copiar estas conductas de forma generalizada. Funciona tanto en los presos con penas leves como con los de penas elevadas, tanto en hombres como en mujeres. En suma, el buen ejemplo, sin necesidad de sermones o amenazas, produce en los participantes una conducta mejor que en los otros presos no expuestos al buen ejemplo.
Según indica la Biblia, las conductas morales, las creencias, los valores y la fe también pueden transmitirse por medio del aprendizaje vicario. El texto de hoy es una muestra. En pocas palabras el apóstol Pablo manifiesta al joven Timoteo que él es el producto del ejemplo de un ambiente espiritualmente rico. Sin duda el muchacho observó la conducta de su madre Eunice y de su abuela Loida. Esas mujeres debieron ser muestras magníficas de oración y de acción, dando gloria a Dios y apoyando a sus prójimos en las necesidades materiales y espirituales. Desde muy niño, Timoteo debió presenciar atentamente su ejemplo, imitándolas durante el resto de su vida.
Si tienes hijos, recuerda que el efecto de tu ejemplo es más eficaz y duradero que las razones lógicas y contundentes. Muestra hoy una conducta ejemplar ante los demás miembros de tu familia o círculo social y observa cómo el Señor bendice los resultados.
24 de febrero - Familia
La necesidad de correctivos
“El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el que lo ama, lo corrige a tiempo”
(Proverbios 13:24).
Olga decidió usar siempre el método del reforzamiento positivo con su hijo. Desde que dio los primeros pasos, instruía a su niñito en lo que tenía que hacer. Como todos los niños, a veces obedecía y otras, no. Cuando el pequeño seguía las instrucciones de su mamá, esta le dispensaba palabras de elogio, sonrisas y manifestaciones de afecto y, a veces, le daba algún juguetito o golosina. Cuando no obedecía, simplemente lo ignoraba. A decir verdad, el método funcionaba bien y así Olga solía comentar que, en los tres años de vida de su hijo, no había tenido la necesidad de castigarlo. Olga tuvo su segundo hijo cuando el primogénito contaba con casi cuatro años. El mayor comenzó a mostrar celos hacia su hermanito y, en una ocasión, cuando el menor dormía, lo despertó a pellizcos, provocando en el lactante un espectacular llanto. Su madre presenció parte de la travesura e inmediatamente le propinó una tanda de azotes.
Ese día estaba de visita una amiga de la familia y, al observar el incidente, exclamó sorprendida:
—¡Olga, yo creía que nunca castigabas a tus hijos y que solo usabas el reforzamiento positivo!
A lo que Olga respondió:
—La verdad es que mi método es más eficaz que el castigo, pero en casos de emergencia, he de usarlo para evitar consecuencias catastróficas.
A veces es necesario castigar, especialmente cuando la conducta deseable no puede alabarse porque no aparece. Pero el castigo no tiene por qué ser corporal, especialmente cuando los niños crecen y aprecian las relaciones de causa y efecto. Por ejemplo, castigar a un chico sin acudir a una fiesta o excursión resulta más eficaz que propinarle unos azotes. De hecho, la Biblia recomienda en primer lugar la corrección verbal: “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim. 4:2). En segundo lugar, presenta la disciplina de las consecuencias naturales a nuestros actos: “Todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gál. 6:7). En tercer lugar, la Biblia habla del castigo corporal, a veces necesario: “La necedad está ligada al corazón del muchacho, pero la vara de la corrección la alejará de él” (Prov. 22:15). Si has de castigar a tus hijos, intenta evitar los castigos físicos y prívalo de algún privilegio, lo cual supone una alternativa más eficaz. Pero lo más importante es no castigarlo con enojo, sino con amor. Así habla el Señor de su método: “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor” (Ose. 11:4).
25 de febrero - Familia
Amor de hermanos
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía!”
(Salmo 133:1).
Esopo (620–564 a.C.), el célebre fabulista de la antigua Grecia, compuso una fábula literaria en la que los dos hijos de una familia estaban constantemente peleándose y procurando irritarse mutuamente. El padre se entristecía por su conducta y deseaba enseñarles una lección que pudieran recordar. Un día llevó a la casa unas ramas finas y secas atadas en un manojo. Retó a sus hijos a quebrar el manojo. El menor lo intentó primero, después su hermano; pero ninguno de los dos fue capaz de partirlo en dos. A continuación, el padre desató la cuerda y, separando los palitos, los fue entregando y pidiéndoles que los rompieran. Por supuesto que así lo hicieron sin ninguna dificultad. La lección fue simple pero significativa:
—Si permanecéis unidos, seréis fuertes y nadie podrá venceros, pero si os dividís, cualquiera podrá quebraros sin esfuerzo. La unión hace la fuerza.
Las Sagradas Escrituras mencionan varios grupos de hermanos con su correspondiente historia: Caín y Abel; Esaú y Jacob; José y sus hermanos; Moisés, Aarón y María; Pedro y Andrés; Lázaro, Marta y María… En muchos casos, las relaciones entre ellos son complejas y dolorosas. Caín asesinó a su hermano Abel por envidia. Esaú y Jacob compitieron desde su nacimiento por la primogenitura. José fue acosado y vendido como esclavo por sus hermanos. Moisés, Aarón y María tuvieron serias disensiones. Lázaro y sus hermanas también manifestaron desacuerdos. A veces el final es bueno; otras, desastroso. Otras, desconocido. Lo que sí parece cierto es que los problemas son frecuentes entre hermanos. Pero Dios no quiere que haya envidia, rivalidad y odio entre ellos. El versículo de hoy lo da a entender y sirve para la familia de Dios, la iglesia, y también para cada familia en particular.
Juan, el joven discípulo a quien Jesús amaba, nos pide que nos amemos unos a otros y nos recuerda que el amor verdadero solo puede venir de Dios y que “todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:7, 8).
Puede que tengas problemas con tus hermanos o que tengas hijos con rivalidades entre ellos. La solución consiste en aplicar el verdadero amor que solo viene de una relación íntima con Dios, la fuente del amor. La unidad que hace la fuerza (como el ejemplo de la fábula de Esopo) es importante, pero no suficiente. El amor de Dios es la solución completa. ¡Búscalo en el día de hoy!
26 de febrero - Familia
Los hermanos Durero
“Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”
(1 Juan 4:20).
Cuenta la historia que la familia Durero, que vivió en el siglo XV cerca de la ciudad de Núremberg (Alemania), tenía dieciocho hijos. El padre era orfebre, lo cual le habría permitido vivir con desahogo si no fuera por su abundante prole. Alberto, uno de sus hijos, había mostrado potencial artístico en sus dibujos infantiles y deseaba ser dibujante, pintor o grabador. De igual manera, uno de sus hermanos también demostró habilidad para ello, expresando la misma intención. Pero ambos muchachos sabían que su padre carecía de medios para enviarlos a academias y universidades a formarse como artistas.
Después de numerosas conversaciones, los dos aspirantes a artistas acordaron lo siguiente: lanzarían una moneda para decidir su suerte; el perdedor trabajaría en una mina cercana para costear los estudios de su hermano durante cuatro años. Por su parte, el ganador se comprometía, al final de los cuatro años de formación, a pagar los estudios de su hermano, vendiendo sus obras de arte e incluso trabajando en la mina si fuera necesario.
Alberto Durero ganó y ambos sellaron su pacto. El joven triunfó en Núremberg y sus obras superaron en calidad a las de varios de sus maestros. Viajó a Basilea (Suiza) y a Estrasburgo (Francia) para trabajar en proyectos artísticos y pronto su nombre fue conocido en los círculos de arte europeo. De regreso al hogar paterno, habló con su hermano para llevar a cabo el plan, pero el hermano le mostró sus manos. El trabajo de la mina había dañado seriamente sus dedos de forma que ya no podía usar el pincel ni el lápiz para realizar el delicado trabajo artístico. En esas condiciones, le dijo: “Hermano, ya es tarde para mí, pero estoy contento de haber sacrificado mis manos para que tú realices tu sueño”. Alberto, conmovido por tal magnanimidad, mostró su gratitud mediante un dibujo inspirado en las manos de su hermano. Lo llamó Manos, pero hoy es conocido como Manos que oran, imagen distinguida que ha inspirado a millones de personas.
Si bien es cierto que la relación entre hermanos es con frecuencia turbulenta en la Biblia, la historia de hoy muestra que no siempre tiene que ser así. Amar al hermano es posible con el poder que viene de lo alto. Habla hoy a tu hermano con cariño, con generosidad y perdónalo si te ha ofendido, como nos ordena el Señor (Mat. 18:21, 22). La relación se restaurará con más fuerza.
27 de febrero - Familia
La abuelita
“Corona de los viejos son los nietos y honra de los hijos son sus padres”
(Proverbios 17:6).
Uno de los muchos cuentos de los hermanos Jacob y Wilheim Grimm relata la historia de una anciana que quedó viuda. Su hijo y nuera la acogieron en su casa para que viviera con ellos y su hijita, para evitar la soledad y el peligro que conllevaba su edad. La abuelita contaba con salud suficiente, pero el envejecimiento natural hizo que perdiera vista, oído y coordinación. Cuando la familia comía a la mesa, la anciana a veces se dejaba caer la comida o vertía la bebida por el temblor de sus manos. Un día, cuando la mujer derramó un vaso de leche en la mesa, su hijo y nuera se molestaron y la pusieron a comer en una mesa muy pequeña en el rincón de la cocina donde almacenaban las escobas y los productos de limpieza. La anciana, con tristeza y resignación, comía allí, apartada de sus seres queridos.
Una noche, antes de la cena, mientras la niñita jugaba con sus bloques de construcción, su padre se interesó por lo que estaba construyendo. La niña explicó:
—Estoy haciendo una mesita para que cuando tú y mamá sean viejecitos, puedan comer en un rincón de la cocina.
Aquella noche, mientras miraban a su madre comer sola en el rincón, rompieron en llanto y decidieron que, a partir de ese momento, la abuelita comería con el resto de la familia, en la mesa grande. Desde entonces, no dieron importancia a cualquier torpeza de la anciana.
El texto de hoy encierra gran sabiduría en pocas palabras. Abarca tres generaciones. De los abuelos, dice que sus nietos son como una corona para ellos. De los hijos, dice que sus padres les son honra. Todas las personas caben en este texto pues, aunque no todos sean padres o abuelos, todos somos hijos y debemos profundo respeto a las generaciones que nos preceden.
La Escritura nos encomienda el cuidado de las personas mayores de nuestra familia especialmente los que tienen necesidad: “Pero si una viuda tiene hijos o nietos, que estos aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia…” (1 Tim. 5:4, CST). Pero esta responsabilidad no está limitada a satisfacer necesidades materiales, sino también de consideración, respeto y honra, como dice el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová, tu Dios, te ha mandado, para que sean prolongados tus días y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da” (Deut. 5:16).
28 de febrero - Familia
Una generación de sabios
“Delante de las canas te levantarás y honrarás el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová”
(Levítico 19:32).
En una ocasión, un hombre de ochenta años estaba sentado en casa mirando por la ventana en compañía de su hijo de unos cuarenta y cinco años, un caballero muy bien situado y con estudios superiores. En un árbol cercano se posó un cuervo y el anciano preguntó:
—¿Qué es eso?
A lo que su hijo respondió:
—Un cuervo.
Momentos después, otro pájaro se posó en las cercanías y el hombre mayor preguntó:
—¿Qué es eso?
La respuesta fue la misma:
—Un cuervo.
La secuencia se repitió cuatro veces seguidas y el hijo perdió la paciencia, exclamando:
—¿Por qué me haces la misma pregunta una y otra vez? Ya te he dicho que es un cuervo, ¡todos estos pájaros son cuervos! ¿No lo entiendes?
El anciano caminó en silencio hacia su dormitorio y regresó con un diario personal viejo y desgastado que había guardado desde que su hijo era un niñito. Lo abrió y señaló un párrafo para que su hijo lo leyera. Allí estaba escrito:
“Hoy mi hijo ha cumplido tres años. Estábamos juntos, él y yo, sentados en el sofá, cuando un cuervo se posó cerca de la ventana. Me preguntó: ‘Papá, ¿qué es eso?’, y yo le respondí: ‘Un cuervo’. Me hizo la misma pregunta veintitrés veces y yo le contesté lo mismo las veintitrés veces. No pude por menos que sonreír y abrazar al pequeño sintiendo un profundo afecto por mi hijito”.
Según la Biblia, “en los ancianos está la ciencia y en la mucha edad la inteligencia” (Job 12:12). Siempre tendremos una generación de sabios, nuestros mayores, con la suficiente experiencia para apreciar las cosas desde una perspectiva única. Por ello, el versículo nos insta a ponernos en pie ante las personas mayores, dándoles la honra que merecen y demostrando el afecto y el aprecio debido. Al fin y al cabo, son quienes nos han ayudado a crecer y han trabajado para dejar un mundo preparado para la siguiente generación.
El Salmo 71 se titula “Oración de un anciano” y es una plegaria para que Dios proteja a los hombres y las mujeres que van avanzando en edad. “No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabe, no me desampares” (vers. 9). Tú puedes ser el instrumento que cumpla la respuesta a esta petición. Dios puede llamarte a hacer mucho más ligera la carga de una persona anciana, sea dentro o fuera de tu familia.
29 de febrero - Familia
Lumbreras en el mundo
“Haced todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo”
(Filipenses 2:14, 15).
Entre las cosas que más alteran el ritmo de normalidad familiar están el rezongar, gruñir y renegar. Muchos niños (y padres también) tienen la costumbre de “contaminar” el ambiente hogareño mediante quejas que transmiten un estado de ánimo negativo a los demás miembros de la familia, propagando el mal humor por la casa.
Pieter Pelgrims y Thierry Blancpain son dos amigos suizos, colegas en la industria tipográfica. A pesar de ser excelentes compañeros, ambos tenían la costumbre de quejarse continuamente por cualquier cosa molesta que les ocurría. Cansados ambos por las monsergas del contrario, decidieron callarse todas las quejas intranscendentes durante un mes completo. Y así lo hicieron. El resultado les proporcionó tal grado de satisfacción, que decidieron repetir al año siguiente. Algunos amigos se unieron al proyecto y los iniciadores de la idea desplegaron la iniciativa en Internet. Hoy, miles de personas se unen cada mes de febrero a la “restricción de las quejas” (complaintrestraint.com). No pretenden que se eliminen las quejas por completo, pues uno debe quejarse ante situaciones de suma importancia. Se trata, pues, de dejar de quejarse por cuestiones intranscendentes sobre las que no tenemos control, pero con frecuencia nos irritan. Por ejemplo, Blancpain y Pelgrims sugieren dejar de rezongar porque llueve, porque llora el bebé de la vecina, por perder el autobús o porque surge una complicación que nos obliga a trabajar una hora más.
La promesa bíblica va más allá de alcanzar bienestar y satisfacción acallando nuestros disgustos y canalizándolos positivamente, como recomienda este grupo. El texto de hoy menciona un resultado mucho más valioso: hacer las cosas sin murmuraciones ni discusiones nos lleva a exhibir un ejemplo intachable, a la sencillez y a resplandecer como lumbreras en medio de una generación malvada.
Al concluir este mes sobre las relaciones familiares, invitamos al lector a considerar la gran importancia de mantener un tono emocional cortés y amable en el contexto de la familia. Dice el apóstol Santiago: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados” (Sant. 5:9). Y el apóstol Pablo, refiriéndose al antiguo Israel: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron” (1 Cor. 10:10). En su lugar, te sugerimos “dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).
1º de marzo - Relaciones
Palabras que edifican
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”
(Efesios 4:29).
Dedicamos este mes de marzo a las relaciones interpersonales, recordando que estas son fuente de máxima satisfacción y, al mismo tiempo, riesgo de los más grandes problemas. Las palabras constituyen la herramienta más poderosa para edificar o arruinar las relaciones. No es extraño que la Biblia redunde en consejos para hacer un buen uso de la palabra. Las palabras no lo son todo, pero sí una manera de elevar o de derrumbar al interlocutor, dependiendo de lo que uno diga. Esto se extiende a todos los ámbitos: familia, trabajo, ocio, amigos, compañeros, vecinos, negocios…
Ramón, un joven de veinte años, jugaba al fútbol en su equipo del barrio. En uno de los encuentros, le pasó el balón a su compañero Javier de tal forma, que este pudo marcar fácilmente un gol, pero erró y perdió la oportunidad. En respuesta, Ramón lanzó a Javier un insulto de los que producen vergüenza en cualquier oyente. Herido emocionalmente por la expresión de su compañero, Javier no jugó bien el resto del partido. Por su parte, Ramón acabó sintiéndose muy incómodo por lo que había dicho. Un tío suyo, que estaba presenciando el partido, le dijo al final del encuentro:
—No está bien lo que has hecho. Javier no ha ganado nada con tus palabras y tú has perdido mucho, porque tu manera de actuar habla mal de tu carácter. Y lo peor es que la amistad entre tú y él estará arruinada hasta que hagas algo para remediarlo.
Ramón reaccionó de forma honorable. Pidió perdón a Javier y admitió que sus palabras fueron inapropiadas, hirientes e irrespetuosas. Ambos se fundieron en un abrazo de reconciliación. De esa manera, la relación se restauró a un nivel aún mejor que el anterior.
Sin embargo, aún quedaba algo que Ramón no había resuelto: comprender que sus actos no solo afectan las relaciones entre personas. Su conducta también daña la relación con Dios. Se sentía culpable y con la impresión de que también había ofendido a su Padre celestial. Por ello, pidió también perdón a Dios.
Si estás enemistado con alguien por causa de tus palabras (o cualquier otra razón), no dejes pasar demasiado tiempo sin restaurar la relación dañada pidiendo perdón. Te beneficiarás en tu salud mental y también moral. Pídele al Señor, como hizo el salmista, las palabras justas y adecuadas: “Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío” (Sal. 19:14, CST).
2 de marzo - Relaciones
Empatía
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”
(Romanos 12:15).
Alessio Avenanti y sus colegas de la Universidad de Bolonia (Italia) obser varon la reacción neuronal de una persona mientras presenciaba cómo inyectaban a otra en la mano. Mediante un procedimiento llamado estimulación magnética transcraneal, los investigadores constataron repetida- mente que el testigo que observaba el pinchazo en el otro, experimentaba en su propio sistema corticoespinal una reacción muy parecida a la que sentía el inyectado. En efecto, la actividad eléctrica de la corteza cerebral que gobierna los nervios de la mano experimentaba una fuerte actividad de energía adicio- nal en el testigo que no había recibido pinchazo alguno. Pidieron después que los participantes observaran cómo se ponía una inyección a un tomate y, en este caso, no había reacción orgánica. Estos experimentos han demostrado las bases neurológicas de la empatía. Parece, pues, evidente que el dolor de otros se refleja en nuestro propio sistema nervioso.
Es alentador pensar que, a pesar del pecado y de la degeneración moral, aún quedan rastros del carácter original que Dios puso cuando creó al ser humano a su imagen y semejanza. La compasión y la empatía parecen ser parte inherente de nuestro ser y estamos dotados de la capacidad de empatizar con el dolor y el gozo de los demás. Sin embargo, podemos escoger hacerlo o no. Por ello el apóstol Pablo exhorta a los seguidores de Cristo a que escojan el camino de la empatía: gozarse con los que gozan y llorar con los que lloran.
La empatía es una manera amplia y clara de cimentar las relaciones con otras personas. No en vano la empatía también se llama inteligencia interpersonal. Se trata de un proceso mucho más complejo que la simple reacción electroquímica de ciertas terminales nerviosas. Es un ingrediente de enorme valor para el apoyo en las necesidades humanas. Jesús tuvo compasión (que es lo mismo que decir empatía) y auxilió a las personas a solucionar los problemas del cuerpo y de la mente. “Tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14:14); tuvo también compasión de una gran multitud “porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas” (Mar. 6:34).






