¿Qué significa la guerra espiritual?

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¿QUÉ SIGNIFICA
LA GUERRA ESPIRITUAL?
Stanley D. Gale
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
www.farodegracia.org
ISBN: 978-1-629462-03-5
Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por el autor y la editorial, P&R Publishing, P.O. Box 817; Phillipsburg, NJ, 08865-0817, para traducir y publicar este libro al español.
© 2008 por Stanley D. Gale
© Traducción al español por Publicaciones Faro de Gracia, Copyright 2013. Todos los Derechos Reservados.
Cover photo © istockphoto.com / mattjeacock; background
© istockphoto.com / tomograf
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio – electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro – excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.
© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Todos los derechos reservados.
Contenido
¿QUÉ SIGNIFICA LA GUERRA ESPIRITUAL?
VIENDO LO INVISIBLE
DECLARACIÓN DE GUERRA ESPIRITUAL
NUESTRO ENEMIGO, EL DIABLO
EL GUERRERO DIVINO
EL PLAN DE BATALLA
SOLDADOS DE CRISTO, LEVANTÁOS
ARMADURA ESPIRITUAL
ENTABLANDO BATALLA CON EL ENEMIGO
PARA LEER MÁS
Otros Tratados de la Misma Serie: Cuestiones Básicas de la Fe Cristiana
Domingo a las 6:00 de la mañana. Me levanto en el último día de nuestras vacaciones familiares. Cada año esperamos tener nuestra estancia en la costa de Nueva Jersey para pasar una semana en la Conferencia Bíblica de Harvey Cedars, en la Isla Long Beach –comidas incluidas, enseñanza bíblica diaria, tiempo para los amigos, actividades para toda la familia, ambiente santo y relajado, sol y diversión en la playa–. Pero la estancia de la semana llegaba a su inevitable final. Tras el culto de las 11 de la mañana, nuestra familia, con todos los demás compañeros, tendría que irse a casa para volver a los rigores de la vida real.
Decidí dar un paseo de media milla desde nuestro hotel victoriano restaurado hasta el océano. El día, inusualmente fresco para inicios de agosto, dominaba espectacular con su sol brillante y cielo de su azul vivo y sin nubes –un banquete para los sentidos–.
Mientras caminaba, lo contemplaba todo, gozando de dulce comunión con mi Dios. Mi corazón se hinchó de admiración y asombro. Mis pensamientos se llenaron con alabanza, y en varios momentos fueron movidos a la adoración, llevados a la confesión, rebosando de acción de gracias. Alcancé la playa y caminé sobre las dunas de arena. Fue entonces cuando la estimulación sensorial alcanzó un nivel de saturación. El vasto océano se extendía ante mí, y el resplandor del sol se magnificaba en reflejos sobre su superficie.
Algunas veces el océano puede estar agitado, incluso violento, y sus aguas son grises y amenazantes, las olas rugen con furia. No era así en aquel día. El océano seguía tan plácido como lo había visto siempre, las aguas tranquilas, generando olas que no eran mayores que la pequeña bahía del lado oeste de la isla barrera en la que estábamos. Una pareja que buscaba conchas estaba allí antes de mi llegada, pero mi presencia sólo contribuyó a la serenidad de la escena. Di gloria a Dios el Creador del mar y de todo lo que está en él. Mirando todo esto, alguien podría pensar que no hay problemas y preocupaciones en el mundo.
Las apariencias pueden engañar.
VIENDO LO INVISIBLE
Una cosmovisión bíblica nos dice que la vida es más de lo que ven los ojos. Contrariamente a una cosmovisión naturalista que niega lo sobrenatural y insiste en que la realidad consiste sólo en los datos sensoriales, existe un vasto ámbito de lo invisible, un ámbito espiritual, donde están ocurriendo cosas mientras usted ahora lee estas palabras. Este ámbito no es una especie de universo paralelo de ciencia ficción, sino una parte real del orden creado de Dios. Reconocemos la existencia del ámbito invisible cada vez que citamos la Confesión Nicena: “Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.”
Ocupados y activos en este ámbito se encuentran los seres angelicales, que participan en acciones que afectan al mundo en el que vivimos, todo por el propósito de Dios, actuando a las órdenes de Dios. Los ángeles son criaturas, no en el sentido de algo grotesco o amenazante, sino criaturas como seres creados. Dios creó dos tipos de seres, angélicos y humanos, que poseen ambos personalidad y carácter. Los ángeles son espirituales, invisibles en su estado ordinario. No son eternos ni todopoderosos, pero son poderosos y capaces de una actividad más allá de la capacidad humana. Están presentes en todas partes, pero no en la manera de la omnipresencia de Dios, quien llena todo en todos, de cuya presencia no nos podemos escapar (Sal. 139). Más bien, están presentes en todas partes debido a su vasto número. Se nos habla de huestes angelicales, similares a las huestes de estrellas o las huestes de peces que abundan bajo el mar. En la máxima “megaiglesia”, miríadas y miríadas de ángeles se reúnen en asamblea de adoración con todos los santos humanos en la gloria celestial para exaltar al Creador, quien es el único a quien se tiene que adorar para siempre.1
La Escritura sugiere una diversidad y un orden entre estas filas angelicales. Los querubines (en singular, querub) estaban puestos en la entrada de Edén, con espadas encendidas en las manos. Los serafines forman un coro angelical que exalta a Dios en el esplendor de su santidad. Miguel, uno de los dos ángeles mencionados por nombre (el otro es Gabriel), es designado como “arcángel” (Judas 9). El libro de Daniel proporciona una extraordinaria visión del mundo invisible, en el que se dice que Miguel está en guerra y otro es enviado en respuesta a las oraciones de Daniel (Daniel 10:10-21).
No se nos dice mucho en la Biblia acerca del ámbito invisible, pero a veces se abre el telón y se nos permite ver algo, de lo cual podemos sacar nuestras conclusiones acerca de los ángeles y su propósito. Los ángeles son descritos como mensajeros, guardianes, guerreros –todo a las órdenes de Dios, el Señor de los ejércitos–. Gabriel anunció a María que tendría un hijo por el Espíritu Santo. El Antiguo Testamento contiene numerosos ejemplos de ángeles que traían mensajes de Dios como anticipaciones de su propósito y sus planes. El salmista se refiere al papel de los ángeles al ejercer el cuidado de Dios y nos incita a maravillarnos acerca de la realidad que no vemos alrededor de nosotros:
“Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, Que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, Para que tu pie no tropiece en piedra”. (Salmo 91:11-12)
Hebreos 1 hace una mención considerable de los ángeles, concluyendo con una referencia a su papel divinamente señalado como “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Hebreos 1:14).
Pero no todos los ángeles buscan servir. La Biblia describe también a otros ángeles, unos que se rebelaron contra Dios (Judas 6). Estos son llamados ángeles caídos y están en contraste con aquellos a los que Dios guarda de rebelión, llamados “ángeles elegidos” (1 Timoteo 5:21) o “santos ángeles” (Marcos 8:39). Contrariamente a los ángeles elegidos que hacen las órdenes de Dios, los ángeles caídos, llamados demonios, obran para frustrar los propósitos de Dios. Como los demás ángeles, los demonios son seres creados, muchos en número, grandes en poder, pero no son omnipresentes, ni omnipotentes u omniscientes como únicamente lo es Dios. Y mientras los ángeles caídos en su rebelión se rebelan en pecado y transgresión de la voluntad revelada de Dios, ellos no tienen más remedio que servir el plan global de Dios que lleva todas las cosas a servir su propósito, en conformidad con su providencia soberana que gobierna todas las criaturas y todas las contingencias (Efesios 1:11).
De este ámbito invisible proviene nuestro adversario invisible.
DECLARACIÓN DE GUERRA ESPIRITUAL
“El pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:7). Con estas palabras de advertencia, Dios lleva a Caín y a todos nosotros que estamos a este lado de la Caída al campo de batalla que caracteriza la vida en el mundo bajo el dominio del pecado, para contender con un enemigo invisible.
Los primeros tres capítulos del Génesis crean el marco de la historia redentora que tendrá que continuar. Allí contemplamos al Dios eterno, llamando a la existencia a todo cuanto existe, declarando a su creación “buena”. Con la desobediencia de un hombre, todo el orden creado cayó bajo los estragos del pecado. En vez de traer un mazo de juicio, Dios en gracia permitió que la historia continuase, una historia que serviría como matriz para el cumplimiento de su promesa de un descendiente de la mujer que vendría a aplastar la cabeza de la serpiente.
Pero, ¿qué será de esta historia? Lo descubrimos cuando pasamos la página hasta el primer incidente registrado en el mundo posterior al Edén. El relato de Caín y Abel en Génesis 4 equivale a un caso práctico en el que Dios nos alerta de lo que podemos esperar en un mundo que ahora está bajo el dominio del pecado. El pecado se entremete en la relación del hombre con Dios (adoración), en la relación del hombre con el hombre (incluso en la familia nuclear), y en el hombre mismo allí donde un desenfrenado corazón de ira y orgullo no presagia nada bueno. Génesis 1-4 nos lleva desde la vida idílica a la existencia asolada por el pecado, lo que la Biblia llama “el presente siglo malo” (Gálatas 1:4), y nos equipa con una perspectiva que encuadra el tiempo, nos pone en guardia, y nos llama a las armas, sabiendo que los días son malos (Efesios 5:15s).
Desde principio hasta el fin, del Génesis al Apocalipsis, la Escritura mantiene esta perspectiva de la oposición espiritual contra nosotros como habitantes de un mundo caído en un tiempo malo. Job, uno de los primeros libros de la Biblia en ser escrito, nos provee de una visión de este ámbito, no sólo al presentarnos a Satanás, sino también al sorprendernos con la permisión de Dios de que afligiera a Job.2 El velo de nuevo se abre en Zacarías 3:1-5, donde presenciamos a Satanás ante Dios para acusar el pecado de Zacarías en contra suya.
Cada escritor del Nuevo Testamento nos llama la atención hacia el conflicto espiritual que ruge alrededor de nosotros. En estos esbozos, Dios nos alerta pastoralmente y nos equipa para entablar batalla contra nuestro enemigo espiritual. Nos recuerda que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
A través del lenguaje del libro de imágenes del género apocalíptico, el libro del Apocalipsis revela que Jesucristo ha ganado la victoria y reina en las alturas para su Iglesia. El Apocalipsis también provee la cosmovisión bíblica y el marco de referencia redentor al exponer un ámbito espiritual y la oposición espiritual que actúa en lo que vemos día a día. No sólo esta oposición espiritual es evidente a través de los retratos y la prosa del libro, pues es prominente en el corazón mismo del libro y, por consiguiente, en el corazón mismo de la vida para la Iglesia de Cristo en un mundo caído, entre la encarnación de Cristo y su regreso en gloria.
Una lectura a través del Apocalipsis calienta nuestros corazones y nos da valor para seguir avanzando a medida que nos acercamos a los capítulos finales, donde el orden caído de cosas con todo su sufrimiento y luchas da paso al siglo venidero, para siempre purificado del pecado. Leemos esto y suplicamos: “Ven, Señor Jesús”.
La organización del libro del Apocalipsis, sin embargo, sugiere una estructura que no es lineal, sino que tiene forma de quiasmo, dirigiéndonos no sólo al fin del libro sino particularmente a su centro.3 Para ilustrar lo que es un quiasmo, considere el relato de la chiquillada de Juanita: “Juanita se fue a la feria y se sentía bien. Comió demasiadas rosquillas y comenzó a sentirse mal. Entonces volvió a casa desde la feria”. Linealmente, acabamos con Juanita sentada en casa, donde se podrá recuperar. Pero noten adónde el quiasmo dirige nuestra atención:
Juanita
se fue a la feria
se sentía bien
comió demasiadas rosquillas
se sentía mal
vino a casa desde la feria
El quiasmo se desarrolla para dirigir nuestra atención al centro y se convierte en una amonestación a que no comamos demasiadas rosquillas.
El centro en la estructura de quiasmo del libro del Apocalipsis nos lleva detrás de las escenas de apuros, prueba y persecución que la Iglesia y los cristianos a título individual afrontan, para revelarnos a nuestro enemigo espiritual, el diablo, en los capítulos 12 y 13. Allí se muestra Satanás como el dios monstruoso de esta época, luchando para conseguir la lealtad y la adoración de la gente,4 la fuerza que está detrás de la oposición a Cristo y su Iglesia. De la misma manera que el Dios verdadero es trinitario, así Satanás es descrito como una falsa trinidad, imitando al Padre en el dragón como deidad rival, imitando al Hijo en la bestia que lleva la imagen del dragón, a quien se le da autoridad después que la bestia se sane de una herida mortal y ella misma sea adorada, e imitando al Espíritu en el falso profeta cuyo papel es dar gloria a la bestia y quien sella a sus súbditos.5
Visto de esta manera, el Apocalipsis tiene su lugar como un libro pastoral dado por Cristo para alertarnos del conflicto espiritual, asegurarnos de la victoria de su resurrección, y amonestarnos para que permanezcamos firmes en lo que es verdadero y fidedigno—su obra salvadora. Al mismo tiempo, nos sitúa en los rigores y peligros de la guerra espiritual como parte de la vida ordinaria en un mundo caído, donde a cada paso tenemos que afrontar oposición y obstáculos, tanto en nuestro caminar con Cristo, como en nuestra obra por Él.
¿Qué afrontamos exactamente en esta guerra espiritual y cómo hacemos batalla en contra de un enemigo invisible? Primero queremos conocer a nuestro enemigo a través del esbozo que nos ha provisto Dios.
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