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Silencio. Nada. No oía absolutamente nada. Estaba completamente vacía. Nada se movía dentro, ni siquiera la madera crujía. Pensó, preocupada: «¿Se habría equivocado de lugar? ¿No debería haber algún sonido?». No podía ser… hasta las casas vacías emitían sonidos.
Un maullido la sobresaltó. Giró la cabeza y buscó en las sombras. Un gato entró de un salto en su línea de visión. No lo había visto venir. ¿Lo había pasado por alto en la oscuridad? Pero lo debería haber oído llegar. El gato, con el pelaje negro, se estiraba entre los arbustos de la casa. Su silueta se vislumbraba con dificultad, recortada contra la oscuridad de la casa, ligeramente iluminado por la luna rojiza. Kiru recordó las historias de supersticiones absurdas relacionadas con gatos negros que se contaban en su tierra natal. Esbozó una sonrisa; para ella era una buena señal.
Se decidió a dar un paso hacia el gato, que paró inmediatamente de rascarse. El gato la miró, con sus enormes ojos amarillos. Kiru dio otro paso, tratando de acercarse, pero el gato dio un salto hacia atrás y desapareció. Kiru escudriñó las sombras. No veía nada. ¿Dónde se había metido? Escuchó. Buscó el Eco. Pero no oía nada otra vez. Absolutamente nada.
Parecía que el gato había vuelto por donde había venido. Recordó la historia de la ventana que se derretía que había contado Jink. ¿Era real el gato o lo habría imaginado?
Se quedó mirando a la oscuridad por la que había desaparecido el gato, confusa. La dirección era correcta, y probablemente sería algo relacionado con los poderes de la tierra. Pero ¿una ilusión permanente? ¿Una casa que se mantuviera oculta durante décadas? Desde luego, era el ejemplo de poder más impresionante que había visto. ¿Cómo se entraba? No le habían dado instrucciones, ninguna contraseña ni ningún Consejo para entrar. Si intentaba entrar ahora mismo, encontraría ruinas solamente. Necesitaba encontrar la manera de pasar a través de la ilusión, de hacerle ver a quien hubiera dentro que podía bajar la barrera.
Un crujido sonó a su espalda. Kiru se dio la vuelta, maldiciendo en voz baja. Un sorprendido Jink abría la puerta de su casa.
―¿Tú…? ¿Eres la chica del bar?
Kiru suspiró.
―Sí, hola, es que pasaba por aquí…
―¿Me has seguido?
―No, no, es que… ―buscó una excusa―. Me he quedado intrigada con la historia de la casa abandonada y…
―¿La casa? ―Jink esbozó una sonrisa, de pronto muy seguro de sí mismo―. No hacía falta que me siguieras, te hubiera traído yo mismo. Pasa, te puedo contar lo que quieras de la casa de enfrente.
―Ehm, no, yo solo…
―No seas tímida, venga…
Jink la agarró del brazo, tirando de ella hacia dentro de la casa, demasiado feliz. Kiru lo miró a los ojos y se dio cuenta de que estaba borracho. Se resistió.
―No, de verdad que no.
―Venga ―repitió este―. Que no muerdo.
Jink tiraba con más fuerza de su brazo y su sonrisa desaparecía. De manera agresiva, la agarró con la otra mano también y le clavó las uñas.
―Pasa ahora mismo. Has venido hasta aquí, y ahora te voy a dar lo que buscabas, maldita…
El corazón de Kiru se aceleró e instintivamente volvió a buscar su Eco. Se concentró mientras las uñas de Jink se clavaban en su piel. Escuchó.
El crujir de la madera de la casa de Jink. El agua hirviendo en una olla que se había empezado a preparar. El eco de sus palabras en la calle solitaria. La fricción de sus zapatos contra el suelo de madera. Las uñas de Jink, arrancando con más fuerza su piel. La saliva de Jink, escupiendo insultos. Sus facciones crispándose. Kiru cediendo a la presión en sus brazos y dando un paso adelante, adentrándose en la casa en contra de su voluntad. No. NO.
El corazón de Jink, latiendo, deprisa. Se concentró en él, a la vez que Jink le escupía en la cara. Insultos resonando en la distancia. Jink estaba gritando algo que Kiru no podía oír. Su corazón comenzaba a pararse. Jadeos. La presión sobre los brazos de Kiru relajándose. Dolor en el pecho. Los ojos de Jink abriéndose, notando lo que estaba sucediendo. Un grito, respiración entrecortada. Su corazón, cada vez más lento. Jink la soltó y cayó de rodillas. Kiru se cayó hacia atrás. El ruido de ambos contra el suelo. El sufrimiento de Jink... Ya casi estaba.
De pronto, una explosión dentro de la casa de Jink la hizo perder la concentración. Todo el resto de los sonidos volvieron a ella de golpe, abrumándola. Jink gritaba mientras se recuperaba en el suelo. Una olla en la cocina ardía en el interior de la casa. Jink salió corriendo a apagar el fuego y escapar de ella. Su corazón volvió a latir más deprisa. Los gritos de Jink, los pasos de gente que se acercaba, alertada por el ruido de la detonación.
Varias personas pasaron por encima de Kiru, casi pisándola. Estaba aturdida. ¿Qué había estado a punto de hacer? Alguien se situó a su lado y le habló:
―Levanta, rápido, mejor que salgamos de aquí.
Kiru miró a la persona y se encontró a una señora mayor bien vestida, con cara de enfado mirándola desde arriba.
―Venga, ¡vamos! ―repitió, como si estuviera a punto de regañarla.
Kiru obedeció y se incorporó. Siguió a la señora hacia la casa de enfrente, la casa del consejero. Sin decir nada, la señora la invitó a pasar con la mano. Después entró a su casa y cerró la puerta detrás de ella. Se dio la vuelta y la miró, fulminándola con la mirada.
―Siempre es mejor un objeto que una vida.
Kiru tardó unos segundos en reaccionar y asintió cohibida. ¿Quién era esta mujer? ¿Era también una Maldita como ella? ¿La había ayudado con la olla?
―El fuego se apaga, pero las vidas no vuelven. ¿Lo entiendes?
Kiru volvió a asentir.
―Además, si matáramos a todos los imbéciles no tardaríamos ni dos segundos en encontrarnos con la policía en la puerta de la escuela.
Kiru se sorprendió. «¿La escuela?», pensó, pero no le dio tiempo a formular la pregunta.
―Repítelo. La muerte es la última solución.
¿Qué repitiera? ¿Por qué? Kiru no entendía nada.
―Venga, repítelo, no vamos a quedarnos aquí toda la noche.
La señora la volvió a fulminar con la mirada, como si se tratara de su alumna más díscola, y con un gesto de impaciencia, la animó a hablar. Kiru sintió que desobedecer a la señora podría costarle muy caro, así que repitió con voz algo entrecortada:
―La muerte… ―comenzó Kiru, pero la señora le hizo gestos de que alzara más la voz―. Es la última solución.
―Bien ―la señora sonrió―, primera lección aprendida. Espero no tener que volver a repetírtela, ¿entendido? Nosotros no matamos.
Kiru asintió, todavía confusa, pero sintiendo que había llegado a donde quería llegar. Por fin.
La señora se dirigió al interior de la vivienda, mientras le decía:
―Pasa, te estábamos esperando.
VI
EXPEDICIÓN LUNAR
El resto del día Taras lo había pasado intentando concertar alguna cita con los consejeros desde el sillón de su escritorio, en vano. Feris, que había estado llevando los mensajes de invitación y trayendo las cartas de rechazo, se había acabado sentando con él.
―Y con este mensaje, señor, no nos queda nadie con quien hablar ―decía Feris―. A no ser que reconsidere la opción de hablar con la consejera Anthea.
―Nunca me ha saludado siquiera y ocupa la tribuna junto a la mía. ¿Qué te hace pensar que va a acceder a hablar conmigo a estas horas? ―respondió Taras.
―No hay que perder la esperanza, señor ―decía Feris, disimulando un bostezo.
―Se han cerrado en banda. ¿Por qué no quieren hablar conmigo?
―No es por usted, señor. He oído por los otros mayordomos que nadie está reuniéndose. Parece que ha elegido el peor día…
―Pero seguro que tienen cosas de las que hablar, ¿no? Alguien tiene que saber algo de las minas esas… ―decía Taras―. ¿Te has encontrado en una situación similar?
―Yo no señor, pero creo que mi padre sí, en la época de las Guerras del Norte… ―respondió Feris―. Me contó que el Consejo estuvo una semana entera sin reunirse. Imagínese, todos encerrados en sus cuartos…
―Pero ¿de qué le sirve eso a Gathelic? Consejeros que cancelan las reuniones cuando hay algún problema…
―Parece lógico, señor. Estarán pensando una estrategia y puede que haya algunas comunicaciones secretas, claro...
―Una estrategia ―repitió Taras―. ¿Crees que necesito una estrategia?
―Sí, qué buena idea ―repitió Feris, suprimiendo otro bostezo―. Hmm, sí, probablemente la necesite, pero tal vez la podamos idear mañana.
Taras se dio cuenta de que debía dejar a su mayordomo marcharse a descansar y así lo hizo. Lo observó marcharse y suspiró, pensando que había perdido todo el día. No sabía nada de las minas, ni de las personas desaparecidas en frigoríficos, ni había conseguido hablar con nadie, sin contar la conversación con Ankar en la que lo había llamado tarado, que no había sido muy productiva. Resignado, se quitó la túnica de consejero para ponerse otra ropa más cómoda para dormir y, al hacerlo, un papelito arrugado cayó a sus pies. Lo cogió y lo desdobló. Ya casi no se acordaba del mensaje que había encontrado en su silla del Consejo. No es que hubiera sido muy útil tampoco… Enfadado, lo arrojó a la chimenea y siguió poniéndose la túnica de dormir. Por último, se sentó en la cama, a desabrocharse las botas. Qué día tan desaprovechado…
Una luz verdosa iluminó el dormitorio de repente. Taras, extrañado, buscó la fuente de aquella luz. Parecía salir de la chimenea. No sería… Sí, era. Del papelito en llamas salía un chorro de luz que se proyectaba en la pared. Con una palabrota al ver la muestra de Eco esparciéndose libremente por su habitación, Taras se dio la vuelta y leyó el mensaje sobre el papel. En letras mayúsculas, el mensaje decía: «Medianoche, mismo sitio».
A Taras le dio un vuelco el corazón. ¿Una reunión con Sethor? Miró la hora: once y cuarenta. Tenía menos de veinte minutos para llegar al mirador del acantilado en el que se había reunido con Vila la última vez. Segunda palabrota. Se echó rápidamente la capa de abrigo por encima de la túnica pijama, cogió la bolsa con un poco de agua y la linterna y se marchó corriendo de la habitación. Nada más cerrar la puerta de su cuarto de dio cuenta de que había dejado el papelito ardiendo con la luz verdosa esparciéndose por su cuarto. Tercera palabrota.
Una vez hubo entrado de nuevo y apagado el fuego y la luz, emprendió el camino por la oscuridad de los pasillos del Consejo en dirección a la salida. Los pasillos, al ser interiores, no disponían de ninguna ventana y cuando las linternas que iluminaban se apagaban, era como caminar por una cueva. ¿Por qué las habían apagado tan pronto? No solían hacerlo hasta pasada la medianoche...
Encendió la linterna y continuó andando. Iba a matar a Sethor, ya era la segunda vez que le dejaba un mensaje tan oculto que no lo descubría hasta que era casi demasiado tarde. «Tal vez debería comprobar mejor los mensajes», pensó enfadado. Aunque esta vez no había estado oculto, simplemente se había olvidado de comprobarlo…
Estaba muy cerca de la puerta de salida del edificio del Consejo cuando oyó unos pasos corriendo en dirección contraria. No había luz, quien fuera no estaba utilizando linterna. Y probablemente él tampoco debería estar utilizándola… La apagó y ralentizó el paso para no hacer ruido y alertar de su posición a la otra persona. Los pasos se acercaron. Taras se detuvo y se pegó a la pared. Oyó unos susurros. Pudo distinguir algunas palabras sueltas.
―Si Ankar se entera…
―No se enterará… no… ―la voz se interrumpió―. ¿Has oído eso?
Otro grupo de pasos. Se acercaban por donde Taras había venido en la oscuridad.
―Pégate a la pared ―dijo una de las voces a la otra.
Taras oyó movimiento de túnicas y unos pasos apresurados hacia la pared. Por un momento tuvo miedo de que fueran a chocarse con él, pero se fueron hacia la pared contraria.
―Contén la respiración ―le dijo un consejero al otro. Taras la contuvo también.
El otro grupo de pasos se acercó casi corriendo y pasó por delante de ellos a toda velocidad. Los pasos se alejaron hacia la puerta lateral del edificio. Se oyó la cerradura y el crujir de la puerta al abrirse y cerrarse de nuevo.
―Ya está, vamos ―volvió a susurrar el consejero y los consejeros escondidos se alejaron en dirección contraria.
Taras se volvió a poner en marcha por fin. Llegó hasta la puerta lateral y la abrió. La luz rojiza de la luna lo cegó momentáneamente. Salió a la calle, al jardín del edificio. Dio unos pasos y miró la hora, le quedaban solo diez minutos. Tendría que correr y estaba ya sudando tras el momento de tensión en el pasillo. Iba a matar a Sethor.
Corrió durante cinco minutos por las calles que aún estaban abarrotadas de gente hasta que llegó a las puertas de Gathelic. Los ciudadanos conservaban la energía a altas horas de la noche sin ser conscientes de que se avecinaba una gran crisis. Los trabajadores habían terminado sus turnos y tomaban unas copas en los puestos de las calles. La luz rojiza brillaba con más intensidad que nunca. Parecía casi de día.
Nadie se fijó en Taras, o eso le pareció. No era extraño que los consejeros fueran a atender asuntos por la noche, aunque sí que era un poco menos común atenderlos en un acantilado recóndito, a las afueras y en pijama. Se cerró bien la capa y llegó hasta la muralla, donde se encontró con una cola de gente.
Los guardias de las puertas, que siempre las mantenían abiertas y normalmente no hacían preguntas, se habían apostado delante, y estaban interrogando a todos los que querían salir o entrar. Nervioso, Taras esperó su turno, pensando una excusa, pero ninguna excusa sería creíble a estas horas… Un grupo, delante de él en la fila estaba siendo interrogado por el guardia.
―Sí, ya le digo. El ritual va a empezar enseguida porque la luna está casi a punto y como no se den prisa nos lo vamos a perder ―oyó que decía una señora al frente del grupo.
El guardia parecía perplejo. Miró a su compañero con gesto de preocupación como si quisiera confirmar algo con él, pero el otro guardia estaba absorto registrando las bolsas de unos granjeros que entraban.
―Chico ―lo llamó la señora al frente del grupo―. ¡Qué es para hoy!
―Señora, es que no estoy seguro si la realización de rituales lunares está permitida a estas horas… ―miró nervioso a su compañero de nuevo, que no le hizo ningún caso.
―¿Cuándo quieres que hagamos los rituales lunares? ¡¿De día?! ―exclamó la señora, poniéndose nerviosa.
El guardia miró a la señora acobardado, y al resto del grupo, que asentía detrás de ella.
―¿Pero tú eres nuevo, o qué? ―le gritó alguien desde el fondo del grupo, muy cerca de Taras.
El guardia miró en su dirección, susurrando un pequeño:
―Sí…
Entonces reparó en Taras. Una expresión de alivio le pasó por el rostro.
―¡Consejero! ―exclamó―. No sabía que formaba usted parte de la expedición… esta… lunar.
Taras no tuvo tiempo ni de responder cuando la señora al frente del grupo gritó:
―¡Pues claro que forma parte! Además, es de nuestros miembros lunares más antiguos.
―Yo… ―tartamudeó Taras.
―Venga al frente, ¡señor consejero! ―dijo la señora.
Y como si hubiera sido una orden, los demás miembros del grupo empujaron y arrastraron a Taras al frente. Se encontró con el guardia cara a cara mientras la señora lo agarraba de un brazo.
―¿Usted va entonces a la expedición lunar? ―preguntó el guardia, y bajó la voz para que solo lo oyera Taras (y la señora, que había pegado la oreja) y añadió―. Es que, verá, esta noche tenemos órdenes de registrar todos los movimientos de entrada y salida y dar información al Consejo. Las salidas que no tengan una motivación relevante no se permitirán…
El guardia pareció preocupado mirando la fila de gente detrás del grupo que seguía aumentando. Taras lo pensó un momento y se dio cuenta de que no tenía ninguna justificación que darle al guardia. Salir con el grupo de ritualistas de la luna era quizá la mejor excusa que podía dar. La religión no estaba prohibida en Gathelic y los ritualistas lunares tenían una larga tradición. Nadie se sorprendería si un consejero se volvía ritualista…
―¡Llegamos tarde! ―gritó la señora en su oído, casi dejándolo sordo, a la vez que le apretaba el brazo―. Señor guardia, ¡que se nos hace la hora y se nos cae la luna! ―añadió, con el dicho popular.
―Sí, eso… Llegamos tarde, por favor ―añadió Taras, mirando al guardia.
―De acuerdo, señor consejero ―dijo el guardia―. La verdad es que me alegra que esté usted aquí. Es un honor verle ―dijo, haciéndose a un lado.
«Es un honor verme y traspasarme la responsabilidad», pensó Taras mientras cruzaba la muralla, empujado por el grupo de ritualistas.
VII
LA MAESTRA NORA
Kiru acompañó a la señora por un pasillo muy adornado con molduras de madera llenas de relieves hasta la puerta de otra sala, cubierta con grandes cortinajes de color azul amarillento algo desgastados. Observó a la señora, pensativa. Era difícil saber su edad; tenía el pelo completamente blanco, pero se movía con mucha agilidad. La señora colocó la mano en el picaporte y la abrió muy lentamente como si no quisiera hacer ruido. Kiru se fijó en que tenía unos arañazos recientes en el dorso de la mano.
La puerta cedió y la señora entró. Kiru la siguió, expectante. Dio un paso adelante y se quedó parada. Había alrededor de quince personas en la sala, de diferentes edades y aspectos, distribuidos en círculo, algunos sentados en sillones, otros en el suelo, otros de pie. Todos la miraban. Kiru dio un paso atrás sorprendida, pero la señora la tomó del brazo y la obligó amablemente a acercarse.
―Bueno, ya la hemos encontrado.
―Un poco más y fríes al de enfrente, ¿eh? ―le dijo uno del grupo, sonriendo.
―Jink se lo hubiera merecido ―dijo otra persona.
―Sí, me hubiera gustado verle la cara…
―Jink es una molestia ―dijo carraspeando la señora―. Pero os recuerdo que es necesario. Manteneos alejados de él, ¿de acuerdo?
La señora miró a Kiru, esperando que contestara. Ella asintió con la cabeza. No tenía intención de acercarse a Jink, pero antes de aceptar más órdenes y aprender más lecciones quería saber dónde se estaba metiendo.
―Enseguida empezamos ―volvió a decir la señora y se marchó de la sala, dejándola sola, de pie, sin saber qué hacer.
El grupo comenzó a hablar y a susurrar en pequeños grupos, y Kiru intentó apartarse y fundirse con la pared sin mucho éxito.
―¿Acabas de llegar a Gathelic entonces? ―le dijo un hombre, con atuendo de pescador.
―¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Eres una de las refugiadas de las cámaras frigoríficas? ―le dijo otra mujer vestida con lo que parecía un pijama de flores.
―Ehmm ―balbuceó Kiru, sin saber qué responder.
―Por la cara de susto, seguramente sí ―respondió el pescador, riéndose a carcajadas.
―Pobrecita, creo que ha sido la peor estrategia hasta la fecha ―dijo la mujer del pijama.
―¿Pero qué dices? ―exclamó el pescador, y empezó a enumerar una lista de nombres que seguramente habían sido peores.
En ese momento volvió la señora con un hombre vestido de negro, con unas gafas azuladas y porte elegante. La señora dio unas palmadas y se hizo el silencio. Todos se incorporaron y se volvieron hacia ella.
―Vale, vamos a empezar ―dijo la señora, que evidentemente parecía ser la líder del grupo―. Sethor tiene noticias.
Le hizo un gesto a Sethor para que hablara. Este asintió y dio un paso adelante solemne.
―Bueno, como sabéis la estrategia de los frigoríficos no está resultando ser la mejor que hemos tenido hasta ahora…
Hubo algún carraspeo entre el grupo y la mujer que llevaba el pijama chasqueó la lengua.
―Lamentablemente, algunos de los camiones que transportaban los frigoríficos se desviaron de la ruta planeada. No sabemos por qué ―hubo susurros―, pero el principal problema es que uno de los camiones acabó en una mina del Gran Líder.
Se hizo el silencio. Kiru miró a su alrededor y vio a la gente con expresión de asombro. Sethor continuó hablando.
―El Consejo no se lo ha tomado bien y, aunque los intrusos consiguieron escapar sin causar muchos daños en la mina, parece que el Consejo se prepara para un conflicto y están planeando hacer registros.
―¡¿Qué?! ―dijo alguien por delante de Kiru.
―¡¿Registros?! ¿Qué vamos a hacer? ―dijo otro.
―Todo por unos frigoríficos…
―¿Qué había en la mina? ―la señora del pijama había alzado la voz por encima de todos los demás. Los que estaban delante se giraron a mirarla. Sethor asintió.
―No lo sabemos todavía. ―Sethor se quitó las gafas como si de pronto le molestaran. Kiru se fijó en una cicatriz que le cubría el ojo izquierdo y que le impedía abrirlo del todo―. Aún no hemos encontrado a las personas que escaparon de la mina.
―Bueno, eso no es del todo cierto ―carraspeó la dueña de la casa, con una media sonrisa, mirando directamente a Kiru.
A Kiru le dio un vuelco el corazón. No quería hablar de la mina. No quería hablar de nada. Ni siquiera sabía el nombre de la señora que la había rescatado de la casa de Jink ni si había venido al lugar correcto…
La señora volvió a carraspear forzadamente pero como Kiru no se dio por aludida, se rindió.
―Ven aquí ―le dijo.
Todos la miraron.
―Lo sabía ―dijo el pescador que había hablado con ella al principio.
―¿Has salido de la mina? ―susurró la mujer del pijama haciéndole un gesto al pescador.
―Ven ―repitió la dueña de la casa.
Kiru dio un par de pasos al frente hacia ella de mala gana.
―Viniste en un frigorífico, ¿verdad? ―le preguntó. Todos callaron, expectantes.
Kiru asintió.
―Escapaste de una de las minas, ¿cierto? ―le volvió a preguntar la señora.
―Sí… ―dijo Kiru.
Una exclamación se escapó entre los asistentes de la sala.
―¡Magnífico! ¡Os dije que los encontraríamos! ―exclamó Sethor triunfante y comenzó un aplauso al que el resto del grupo se unió titubeante.
―Esto nos da algo de ventaja, desde luego. ¿Tu nombre? ―le dijo la señora.
―Kiru ―contestó ella.
―Ah, sí, escapaste de los Sertis ―asintió la señora, como si supiera ya la historia―. Lástima que tu camión se desviara.
―¡Perfecto! ―volvió a exclamar Sethor, entusiasmado―. ¡Tenemos alguien que sabe dónde está la mina secreta y que ha estado dentro!
Sethor volvió a aplaudir, pero la señora lo miró con una mirada desaprobadora y nadie se le unió.
―Ya hablaremos de esto más tarde. Ahora continúa con las noticias.
―Ah, sí, claro ―Sethor de contuvo, y volvió a ponerse serio―. Bueno, como os decía, el Consejo ha empezado a hacer registros en casas de la ciudadanía. Por el momento creo que no saben nada y que son registros aleatorios para asustarnos. Ninguno de los que han registrado tiene conexión con nosotros.
La gente en el salón contenía la respiración.
―Sin embargo, estad preparados, por si acaso.
―Podéis traer aquí todo lo que temáis que encuentren ―dijo la dueña de la casa, muy calmada.
―¿Y si registran aquí? ―dijo el pescador en voz baja.
La dueña de la casa, sin embargo, lo escuchó.
―No se atreverán a registrarme ―dijo, muy seria―. Y si lo hacen, ya sabéis lo que haré.
A juzgar por las miradas del grupo, a Kiru le pareció que eso no les calmaba. «¿Qué haría?». Probablemente usar el Eco durante un registro sería algo contraproducente.
―También ―continuó Sethor―, han empezado a controlar los accesos a Gathelic. Los guardias de las puertas están vigilando quién entra y quién sale. ―Más miradas preocupadas―. Por ahora no hay problema, siempre y cuando justifiques la salida. Simplemente tendremos que prepararnos mejor.
―¡Vila ha salido antes! ―dijo un chico, con un gorro amarillo de paja que le ocultaba casi toda la cara.
―Lo sé ―respondió Sethor―, ha salido bajo mis órdenes y os aseguro que ha salido preparada.
―¿Y Taras? ―preguntó la mujer del pijama―. ¿Registrarán el Consejo también?