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Para la psiquiatría clásica, un acto es inusual cuando no es gobernado por el pensamiento, sino por un impulso. “Acto” e “impulso”, “impulsión” o “impulsividad” se encuentran en una relación íntima. La impulsión se define, en psiquiatría, como “un deseo imperioso, y a menudo irresistible, que surge bruscamente en ciertos sujetos y los empuja a la comisión de actos infundados, muchas veces brutales o peligrosos”. (21) Decir “deseo imperioso” implica asociarlo con lo incontrolable por parte de la consciencia, rasgo que el psicoanálisis asocia más bien con la pulsión.
En psiquiatría, el pasaje al acto es entonces asociado con lo brutal y peligroso, puede ser el efecto de una impulsión
[…] espontánea cuando se produce fuera de toda causa exterior: traduce entonces una pulsión interior: satisfacción de un instinto, de una necesidad o de un deseo. Es refleja cuando constituye una respuesta desproporcionada en rapidez e intensidad a la excitación causal. (22)
En cuanto a la impulsividad, no se asocia con lo imperioso, con el estallido en sí, sino con una “disposición habitual”, constitucional o adquirida, “a presentar impulsiones”. (23)
La impulsión da cuenta de eso que en cada uno es más fuerte que su razón y su “poder de determinación”, mientras que la impulsividad sería eso que facilita la puesta en acto de la impulsión. Lo que describe la psiquiatría como impulsión, corresponde a lo que Freud denomina “moción pulsional”, término con el cual se define la pulsión en acto, su puesta en escena en estado puro y sin regulación alguna. Allí donde Freud dice “pulsión en acto”, la psiquiatría clásica dirá “acto impulsivo” por exaltación de “las tendencias instinto-afectivas”. (24)
Para la psiquiatría, uno de los estados que más expone a la ejecución de actos impulsivos es la melancolía, pues al caracterizarse por una “frecuente ansiedad y por su carácter habitualmente explosivo, empuja a los enfermos al suicidio para escapar al dolor moral que los tortura o a la impotencia a que se sienten condenados”. (25) Otros estados favorables a los estallidos de la impulsión son los llamados “pasionales”, como celos, cólera, evitación erótica, etc.
La pasión de los celos también empuja al pasaje al acto, cuando son ciegos y conducen a matar al rival o a suicidarse. Lo que básicamente se propone, en psiquiatría, como tratamiento de la impulsividad, para así moderarla, son “los sedantes –barbitúricos, neurolépticos, bromuros– […]”. (26) También está el aislamiento, los electrochoques frecuentes, la psicocirugía. Los impulsivos son seres ansiosos y se les asume como peligrosos a nivel social, debido a la irritabilidad que los caracteriza.
Las impulsividades han sido estudiadas “según su objeto: impulsiones sexuales, impulsiones sanguinarias o criminales, impulsiones destructivas, impulsiones de automutilación o de suicidio, impulsiones de fuga (dromomanía), de robo (cleptomanía), de incendio (piromanía), de los toxicómanos (dipsomanía)”. (27) En los casos de ansiedad, cuando hay una psicosis de base, se habla de “actos bruscos al estallar; automutilaciones o crímenes místicos, suicidio de los ansiosos graves”. (28)
En todos los casos clasificados por la psiquiatría en la categoría de “impulsiones”, se evocan significantes como “imperioso, “irresistible”, “emergencia brusca”, “intensidad”, “brutalidad”, “peligrosidad”, “desproporción”. Estos significantes aluden a que en todos los casos hay disolución de la voluntad, sobre todo cuando se trata de descargas motoras incoercibles, atribuidas más que todo a los epilépticos, delirantes, paranoicos, melancólicos, ansiosos, “el celoso que se ciega y mata a un rival”, (29) los obsesivos, “oligofrénicos (idiotas, imbéciles y débiles mentales) […]”. (30) Estos seres son presentados a nivel psiquiátrico como el paradigma de lo que sería vivir expuesto al movimiento irrefrenable de la pasión, pues se considera que suelen golpear, romper y producir “descargas paroxísticas”, bien sea de forma intermitente o continua. (31)
En la enseñanza de Lacan, el lugar en donde el pasaje al acto adquiere la mayor consistencia teórica y clínica es en el texto El Seminario, Libro 10, La angustia. Desde un comienzo y hasta el final de su enseñanza, el pasaje al acto evoca, para Lacan, ruptura, sea con la personalidad, con la palabra como mediación, con el lazo social y con el Otro de la ley; de ahí que se articule con fenómenos como el suicidio, en donde la transferencia al Otro simbólico y, por la misma razón, su llamado, queda clausurado “y el sujeto resulta arrojado al vacío […]”. (32) Esto acontece a nivel simbólico, pero en el pasaje al acto este ser arrojado puede ser puesto en escena en lo real, asumiendo el sujeto la forma de un objeto que se arroja al tren, por una ventana, un balcón, un despeñadero.
1- Jacques Lacan, El Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 356.
2- Ibid.
3- Sigmund Freud, Psicopatología de la vida cotidiana [1901], vol. 6, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p. 177.
4- Ibid.
5- Ibid.
6- Ibid.
7- Jacques Lacan, El Seminario, Libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 139.
8- Véase ibid., ١٢٧-١٤٤.
9- Ibid., p. 139.
10- Ibid.
11- Graciela Brodsky, “La transferencia según el Seminario 10 de Jacques Lacan”, en: La angustia en Freud y Lacan: cuerpo, significante y afecto, Bogotá, Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, 2010, p. 160.
12- Ibid., p. 161.
13- Ibid., p. 160.
14- Ibid.
15- Pablo Muñoz, “El pasaje al acto como ruptura del lazo social”, en: Teoría y testimonios. Vol. 3, Desamarrados. De la clínica con niños y jóvenes, Buenos Aires, Asociación Civil Proyecto Asistir, Grama ediciones, 2011, pp. 33-39.
16- Antoine Porot, Diccionario de psiquiatría clínica y terapéutica, Barcelona, Labor S. A., 1967, p. 10.
17- Ibid.
18- Ibid.
19- Ibid.
20- Ibid.
21- Ibid., p. 326.
22- Ibid.
23- Ibid.
24- Ibid.
25- Ibid., p. 327.
26- Ibid.
27- Ibid., p. 326.
28- Ibid., p. 327.
29- Porot, Diccionario de psiquiatría clínica y terapéutica, op. cit., p. 326.
30- Ibid., p. 327.
31- Véase ibid.
32- Muñoz, “El pasaje al acto como ruptura del lazo social”, op. cit., p. 34.
Suicidio y subjetividad
El suicidio es, entonces, el acto de ruptura por excelencia con el Otro simbólico que sirve de soporte al lazo social, y dicho acto no es pensado desde el psicoanálisis como una realidad externa al sujeto, sino, más bien, interna. Si bien tanto el pasaje al acto suicida como al acto criminal no deben ser pensados por fuera de su realidad social y sin duda se trata de hechos sociales, ambos son impensables para el psicoanálisis por fuera de su relación con la subjetividad. Por esta razón, en nuestro libro una de las preguntas centrales es la siguiente: ¿qué clínica del pasaje al acto suicida es posible y cómo responder a quienes vienen a vernos con intención latente o manifiesta de suicidarse?
Todo intento de suicidio es logrado desde el punto de vista subjetivo, mas no desde el punto de vista objetivo. Cada atentado contra sí mismo, buscado consciente o inconscientemente, tiene efectos devastadores en la subjetividad, y se habla de “intento” o de “gesto suicida” por el hecho de que el daño producido, como lo afirma el padre de la sociología y contemporáneo de Freud, Émile Durkheim, es “obra de la víctima misma […]”. (1)
Es difícil encontrar un ser humano en quien alguna vez en la vida no hayan surgido impulsos suicidas expresados en la consciencia en ideas autodestructivas, como tampoco estados de ira consigo mismo y con el otro, de tristeza, de angustia, arrebatos peligrosos o estallidos de desesperación. En no pocos casos, estas reacciones afectivas se producen sin que exista proporcionalidad entre el afecto desencadenado y la causa objetiva. Freud hace referencia, por ejemplo, a lo que denomina “la susceptibilidad psíquica de los histéricos, que ante la menor desatención reaccionan como si de una mortal ofensa se tratara”. (2)
Esa “susceptibilidad” exagerada se debe comúnmente a motivos que, por haberse ido poco a poco acumulando en la memoria inconsciente, actúan como material detonante, que se sirven del último pretexto para que se produzca un estallido o se desencadene un arrebato. Debe tenerse claro, clínicamente, que la última e “insignificante molestia” no es la que produce el llanto convulsivo, lo que llaman en algunas mujeres la “pataleta”, “el ataque de desesperación y el intento de suicidio, […]”, (3) sino los recuerdos despertados “de múltiples e intensas ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el recuerdo de una grave ofensa jamás cicatrizada, recibida en la infancia”. (4)
De lo que se acaba de exponer se deduce, a manera de conjetura, que la verdadera causa del suicidio no es externa, como supone Durkheim, sino fundamentalmente interna; por lo tanto, no hay que buscarla en los motivos presentes: un fracaso amoroso, la pérdida de un ser querido, la quiebra de un próspero negocio, un desplazamiento violento, el rechazo sistemático o espantosos reproches de consciencia. Pequeñas discusiones en una pareja, insignificantes mortificaciones de la actualidad, a veces detonan agresiones letales, serios intentos de suicidio o lo que suele llamarse “gestos suicidas”, y una afección del sentimiento de vida que debilita el disfrute de las pequeñas cosas y el regocijo de encontrarse cada día con un nuevo amanecer.
El suicidio o el intento de suicidio también pueden ser el desenlace de un conflicto psíquico grave o la puesta en acto de intenciones ocultas contra sí mismo, las cuales, por ser demasiado íntimas, no pueden ser apreciadas desde fuera y menos “por medio de aproximaciones groseras” (5) como las que suelen hacerse. Durkheim tiene razón cuando afirma, en el texto citado, que las intenciones íntimas pueden “sustraerse hasta la misma observación interior”, pues no solo existen las intenciones conscientes de suicidarse, sino también las inconscientes, y estas últimas son las más dominantes, por ser del orden pulsional.
El psicoanálisis ha descubierto, clínicamente, una común
[…] participación inconfesada de la propia voluntad del sujeto en numerosos accidentes graves, que de otro modo hubieran sido adscritos a la casualidad. Este hallazgo del psicoanálisis viene a hacer aún más espinosa la diferencia entre la muerte por accidente casual y el suicidio, tan difícil ya en la práctica. (6)
El mismo Durkheim, para quien el inconsciente supuestamente no existe, dice lo siguiente:
El soldado que corre a una muerte cierta para salvar a su regimiento no quiere morir y no es el autor de su propia muerte, pero ¿acaso no es el autor de su propia muerte en la misma medida que el industrial o el comerciante que se suicidan para escapar la vergüenza de una quiebra? (7)
Sin duda, las tres figuras evocadas quieren inconscientemente morir, pero la estrategia para lograrlo es diferente: el soldado lo hace en nombre del heroísmo del combatiente, mientras los otros dos trabajaron, sin darse cuenta, para quebrarse, perder su lugar de prestigio en la familia y en la sociedad, luego deprimirse y enseguida cometer el acto suicida. Agrega Durkheim que “otro tanto puede decirse del mártir que muere por la fe, de la madre que se sacrifica por su hijo, etc.”. (8)
Los ejemplos que Freud nos trae de suicidios, accidentes o daños al propio cuerpo tolerados inconscientemente son múltiples. Entre ellos está el de aquel oficial que cae del caballo durante un concurso hípico entre oficiales y poco después muere a causa del impacto. Antes del concurso, el oficial había sufrido la pérdida de su madre y se encontraba presa de “una profunda desazón”, “le sobrevenían crisis de llanto estando en compañía de sus camaradas, y a sus amigos íntimos les manifestó hastío por la vida”. (9)
También se le ocurrió al oficial la descabellada idea de abandonar el servicio, con el objetivo de ofrecerse para ir a combatir a África, en una guerra que para nada le parecía interesante. Pese a haber sido un arrojado jinete, había decidido evitar montar mientras le fuera posible, pero no esquivó el concurso referido, seguramente por cuestiones de conveniencia. Antes de la competencia, “exteriorizó un mal presentimiento”, y dado el estado psíquico del sujeto, sostiene Freud al respecto que si se tiene en cuenta su concepción del suicidio inconscientemente buscado, “no nos asombrará que ese presentimiento se haya cumplido”. (10)
He aquí la argumentación de Freud referida a la afirmación que se acaba de evocar. “Me objetarán: es cosa obvia que un hombre con semejante depresión nerviosa no atinara a dominar el animal como lo hacía hallándose sano”. (11) Freud le da su acuerdo a esta presunta opinión opuesta a su planteamiento, pero agrega: “sólo que yo buscaría en el propósito de autoaniquiliación que aquí hemos destacado el mecanismo de esa inhibición motriz por ʻnerviosismoʼ”. (12) No maniobró en la conducción del caballo como seguramente lo había hecho antes muchas veces gracias su amplia experticia como jinete, cuestión que da cuenta de la incidencia de un propósito externo a la consciencia, pero interno al sujeto, o sea del orden del inconsciente.
Ninguno de nuestros actos cotidianos son plenamente conscientes y tampoco obedecen, en su totalidad, al gobierno de la parte racional del yo; de ahí que no faltará en ellos cierto grado de insensatez y todavía más cuando somos influidos por estados psíquicos nada favorables, como el hastío, el aburrimiento, la tristeza, la cólera, la culpa, motivos inconscientes de venganza, los actos fallidos, las maniobras sintomáticas, los olvidos, las omisiones y todo aquello que propicia el daño de sí mismo o de otros.
Diremos entonces que son variadas las formas de suicidarse un adolescente, un joven adulto, una persona madura o mayor de edad. En los adolescentes y en los jóvenes adultos, está el suicido lento de la adicción a la droga, a la comida o a no comer, la exposición al riesgo en los deportes extremos, y está, como ya se ha ilustrado, el suicidio inconscientemente buscado mediante accidentes letales, como el del oficial referido, que sin duda podrían haberse evitado.
Esos y otros accidentes son regidos por la búsqueda inconsciente de la muerte, por ejemplo, el de soldados que se disparan a sí mismos o a compañeros jugando con su arma de dotación suponiendo que no está cargada, pero sin antes tomar la precaución de verificar que en efecto no lo está. Conozco la historia de un niño de no más de diez años que tomó la pistola que el padre imprudentemente había dejado en un lugar visible, y por jugar a disparar, hirió a su hermanita menor y la dejó lisiada para el resto de sus días. Desconozco los antecedentes psíquicos de este acto, pero nada de raro tendría que algo del orden de una retaliación hacia sus padres y hermana por alguna circunstancia familiar de ese momento se hubiera puesto en juego en este aparente accidente fatal como propósito inconsciente de dañar.
En esos casos aparentemente accidentales, siempre habrá que averiguar clínicamente por el estado psíquico del sujeto antes de la situación, pues comúnmente se revela que algo no andaba bien en su vida. Freud sostiene que los accidentes, mortales o no, sobre todo los dirigidos contra sí mismo, suelen ser
[…] producidos por una tendencia constantemente vigilante al autocastigo; tendencia que de ordinario se manifiesta como autorreproche, o coadyuva a la formación de síntomas y utiliza diestramente una situación exterior que se ofrezca casualmente o la ayuda hasta conducirla a la consecuencia del efecto dañoso deseado. (13)
El punto de vista de Freud es que al lado del “suicidio deliberado consciente, existe también una autoaniquiliación semideliberada –con propósito inconsciente– que sabe explotar hábilmente un riesgo mortal y enmascararlo como azaroso infortunio”. (14) Desde mucho antes de Freud formular la pulsión de muerte, ya nos decía que existe una tendencia “a la autoaniquiliación presente con cierta intensidad en un número de seres humanos mayor que el de aquellos en que se abre paso”. (15)
También hay daños que los adolescentes suelen producirse en su cuerpo, mediante cortaduras en las manos, cuando se ven invadidos por un acceso de cólera a causa de alguna reprimenda de los padres, de la negación de un permiso, de una fuerte discusión con ellos o con la pareja, cuando están desesperados, angustiados o tristes, o porque las cosas les han salido mal. Algunos adolescentes indagados en consulta por la función en ellos de la cortadura, señalan que ver fluir la sangre por la muñeca de su mano los tranquiliza e incluso les produce una inevitable sensación de placer.
Las lesiones provocadas a sí mismo, dice Freud que generalmente son el efecto de un compromiso entre un empuje a la autoaniquiliación y
[…] las fuerzas que todavía se le contraponen, y aún en los casos en que realmente se llega al suicidio, la inclinación a ello estuvo presente desde mucho tiempo antes con menor intensidad, o bien como una tendencia inconsciente y sofocada. (16)
Cotidianamente, los clínicos observamos que bajo un estado de alteración afectiva hay jóvenes que a veces salen a la calle en busca de alguien que les dé el menor motivo para hacerse golpear, hacerse matar o matar; es común que después de una discusión con los padres o la pareja, salgan en un vehículo o en una motocicleta a toda velocidad y se estrellen; (17) también los hay que se embriagan y no dejan que otros conduzcan, así que se empecinan en manejar a sabiendas del riesgo que corren. Otros se suben embriagados o drogados a lugares altos, y empiezan a caminar por donde hay posibilidad de caer y sufrir heridas mortales en el cuerpo.
Cuando hay guerra, vemos que no pocos jóvenes se ofrecen como voluntarios y parten entusiasmados al campo de batalla, sabiendo que pondrán en juego la integridad personal. No es del todo cierto que a niños y adolescentes los obliguen a entrar a hacer parte de bandas delincuenciales o de grupos armados ilegales. Sabemos también que no todos los que engrosan las filas del ejército lo hacen obligados por el cumplimiento de un deber patrio, pues no pocos, como se dice en el argot popular, “se regalan”, y lo hacen a sabiendas que pueden ser enviados a zonas de alto riesgo. Una vez ingresados, a no pocos les gusta ser tenidos en cuenta para hacer “vueltas”, si se trata de la banda, o ir a zonas en donde exista “movimiento”, si se trata del ejército. En conclusión, el empuje a la autoaniquiliación es algo que suele estar presente inconscientemente en no pocas acciones humanas que conducen al daño de así o del otro. La pulsión autodestructiva busca satisfacerse en los seres hablantes por las vías menos esperadas y aparentemente accidentales.
1- Émile Durkheim, El suicidio, Madrid, Akal, 1982, p. 12.
2- Sigmund Freud, La etiología de la histeria, vol. 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 314.
3- Ibid.
4- Ibid.
5- Durkheim, El suicidio, op. cit., p. 13.
6- Sigmund Freud, Múltiple interés del psicoanálisis, vol. 5, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 1853.
7- Durkheim, El suicidio, op. cit., p. 13.
8- Ibid.
9- Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, op. cit., p. 178.
10- Ibid., p. 179.
11- Ibid.
12- Ibid.
13- Ibid., pp. 867-868.
14- Ibid., p. 177.
15- Ibid.
16- Ibid., p. 178.
17- En una emisora nacional se emitió la noticia de que, en la Ceja, Antioquia, un joven se estrelló en su motocicleta contra otra en la que viajaban sus padres y murió instantáneamente, mientras ellos resultaron gravemente heridos. Aparentes casualidades como esta son las que, a juicio de Freud, involucran una intención inconsciente, con el agravante de que el joven no se estrelló contra una moto cualquiera, sino contra la de sus propios padres que transitaban por el mismo lugar. Otras muertes en moto, anunciadas ese mismo día, fueron por golpearse contra un poste o una baranda de seguridad, o sea que no se trató de nada del orden del azar, sino de exceso de velocidad e imprudencia de los conductores, factores que indican la búsqueda inconsciente de un daño a sí mismos.
Pasaje al acto: entre clínica y teoría
Introducción
En este capítulo, la reflexión se orienta a una primera formulación teórica y clínica, tanto del pasaje al acto como del acting-out, la cual se irá profundizando cada vez más a medida que se avanza en el análisis del problema. Se enfatiza en la íntima relación del pasaje al acto con la pulsión y del acting-out con el Otro, y de igual manera se alude a las motivaciones psíquicas diversas que son puestas en juego en cada situación en donde el movimiento de la emoción se introduce de una forma que puede ser más o menos trágica.
La íntima relación del pasaje al acto con significantes como “impulsión”, “impulsividad”, “ansiedad”, “brutalidad”, “inmotivación”, “ruptura”, “caer”, “arrojarse”, “ser arrojado” o “verse arrojado” y la evocación de una discontinuidad con respecto al modo como se ha vivido implica que, desde las primeras aproximaciones a dicho concepto, se evidencia la puesta en acto de una pulsión en escenas demostrativas. De acuerdo con estas connotaciones preliminares propias de la urgencia implicada en el pasaje al acto, “la orientación clínica será por tanto reinstalar al sujeto en su relación con el Otro simbólico”. (1) Aquí, “reinstalar” quiere decir involucrarlo a partir de la localización de los significantes amo que le han servido de ordenamiento en el campo subjetivo y social, aquellos que le han servido de protección subjetiva.
Dice el colega Pablo Muñoz que Jacques Lacan realiza una subversión “de la noción criminológica y psiquiátrica de pasaje al acto”, (2) que resume en cuatro puntos:
1. Le da consistencia clínica en oposición a su función “descriptiva de conductas desviadas, violentas, criminales, delincuenciales […]”. (3)
2. Si bien no rompe con la dimensión brutal que lo caracteriza, en lugar de reducirlo a una conducta desviada o desadaptada, precipitada por una relación estímulo-reacción, se pregunta por el lugar del sujeto en juego, por el objeto y el Otro.
3. El aspecto más original del abordaje lacaniano del pasaje al acto es el del “estrecho e íntimo vínculo con la angustia […]”. (4)
4. Es gracias al vínculo con la angustia, que “el pasaje al acto como concepto psicoanalítico pierde sus referencias criminológicas, morales y psiquiátricas”. (5)
De la orientación inconsciente hacia el daño de sí
Dice Sigmund Freud que el
[…] automaltrato, que generalmente tiene la estructura de un acting-out en aquellos casos en que no se propone una completa autodestrucción como finalidad, sino más bien un llamado al Otro, no tiene en nuestro estado de civilización actual más remedio que ocultarse detrás de la casualidad o manifestarse imitando el comienzo de una enfermedad espontánea. Antiguamente era signo usual de un duelo y podía ser expresión de ideas de piedad y renunciamiento al mundo. (6)
No son pocos los seres humanos en quienes, por distintos medios, se evidencia una tendencia a la autodestrucción, manifestando cierto furor contra la propia integridad y la propia vida, un cierto desprecio del cuidado de sí y el empecinamiento compulsivo en hábitos de vida nada saludables. Esta tendencia inconsciente a la autodestrucción –que, por cierto, contradice la idea del cuidado de la vida como valor fundamental– aprovecha momentos de debilitamiento existencial y alguna culpa inconsciente que empuja hacia el autocastigo, para ponerse en escena bajo la forma del daño.