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Cualquier tipo de análisis precipitado es como coger un trocito de glaciar y preguntarse por qué te quemas. Así que, todo lo serio y cabreado que permitía la situación, pregunté:
—¿No había otra manera de hacérmelo saber?
—¿Necesitas que te ayude a quitarte la ropa? —contestó de forma hosca y haciendo caso omiso a mi sugerencia.
No quiero contar lo que se me pasó por la cabeza cuando escuché a Sophía ofrecerme de nuevo su ayuda. Allí estaba yo, desnudo, con mi órgano viril más flácido que unos michelines. «Ni los grandes artistas están siempre a su propia altura», me dije a mí mismo en un intento de consolarme.
—Quédate de pie, con las piernas abiertas y apoyando las manos sobre la cama como si te fueran a cachear —me ordenó.
Obedecí sin mirarla cuando, de repente, el dolor agudo de un fustazo en las nalgas hizo que saltara hacia la cama al tiempo que buscaba el alivio en la zona lastimada, con las caricias de las palmas de mis manos.
—¡Joder! —exclamé, mientras seguía frotándome el cachete dolorido.
—Me cansan tus quejas. Estoy siendo muy blandita contigo y, sin embargo, tú no dejas de chillar como si fueras una nenaza —me abroncó, poniendo de relieve un mal humor que jamás pensé que pudiera recibir en una situación como esa.
Además de cornudo, apaleado. Tenía sensaciones contradictorias. Por un lado, deseaba ese cuerpo espectacular. Por otro, quería vestirme, salir corriendo y dejar el sufrimiento para mejor ocasión. Pero, a veces, la necesidad de una satisfacción personal es más fuerte que el uso del sentido común.
—¿Por qué te enfadas y me golpeas con suavidad a tu parecer?
—¿Qué esperabas, aceite por mis tetas y algodón para que te hiciera un peeling? ¿Por qué no has subido con alguna de las otras chicas?
—Porque la que me gusta eres tú, no las otras.
Sophía empezó a reírse, como si le hubiera contado un chiste graciosísimo.
13
La semana empezó con un fuerte viento inesperado. Desde la mesa del comedor, escuchaba los efectos de la velocidad del aire en la calle. Quité la radio; preferí el sonido de las ramas de los árboles cimbreadas. Tenía tendida ropa que, removida por el viento, parecía banderas de colores con ganas de echar a volar. No me preocupé, no era un huracán ni nada parecido, aunque las nubes se movían como si fuesen en metro. Me preparé un café y apunté en un cuaderno algunos datos personales de Sophía. No quería olvidarlos.
Rafa estaría a punto de llegar. Mientras saboreaba el café y disfrutaba del sonido del viento, pensé que vivimos en un mundo de eclipses desafortunados. Pocos eran los que, tras una ausencia transitoria, reaparecían en mejores condiciones. El paso del tiempo no debería ser un agravante. Tras la etapa en la que dejé de ver a Teo y a Abdel, no podía figurarme que me los volvería a encontrar con tantas turbulencias.
—Siento el retraso.
Entre las virtudes de Rafa no estaba la puntualidad. Se ofreció a comprar algo para la comida del mediodía. Nos decidimos por langostinos acompañados de queso y jamón serrano que tenía en casa.
—Menudo viento. Con razón la gente se vuelve paranoica en Tarifa.
—El temor y el cansancio bajan la guardia de las personas —manifestó sin mirarme a la cara.
No entendí lo que quiso decir. Como carecía de importancia y estaba acostumbrado a sus desconcertantes expresiones, no dije nada. No quise comentarle nada de mi experiencia con Sophía por temor a sus burlas. Tampoco logré nada relevante para nuestra contienda. Mejor callar. Sin embargo, ambos nos envolvimos en una conversación sobre terrorismo yihadista.
—Es un fenómeno enrevesado. Depende de muchas variantes sociales y políticas, aunque pretendan ocultarlo bajo el paraguas religioso. El enfrentamiento entre los partidarios de una interpretación integrista del islam y el llamado mundo occidental en estos momentos es más consecuencia del respeto a los derechos humanos, de la emigración, de la intervención de Occidente en sus países y del terrorismo yihadista (que no islamista) que de la recuperación de territorios supuestamente invadidos por Occidente. Andalucía, antigua al-Ándalus, es la excusa que algunos fundamentalistas mantienen para llevar a cabo sus planes de terror y extorsión —argumenté.
Rafa hizo una mueca dando a entender que estaba sorprendido y le pregunté por lo mismo.
—Estoy de acuerdo contigo. Aunque creo que hay grados de fundamentalismos.
—No entiendo bien lo que quieres decir.
—Creo que el terrorismo yihadista, como bien apuntas más radical, a diferencia de otros menos extremistas e incluso de otros terrorismos como pudiera ser el de ETA, no busca concesiones por parte del sistema, independencia, cambios en la sociedad o en el mercado financiero. Lo que busca es la aniquilación del sistema contrario al suyo. Piensa que Occidente merece ser destruido por su incomprensión al mundo musulmán. Su fundamento está en la libre interpretación que se hace del Corán. El terrorista yihadista se percibe como un guerrero de Alá, con la obligación de vengar a todas las víctimas involuntarias de su entorno. Por lo tanto, adquiere un notable apoyo social, que es precisamente el que aprovechan los sectores más radicalizados. Venden la muerte como una larga esperanza.
—Me da la sensación de que tú también has leído sobre el tema.
—Desde que me he visto envuelto en esta trama, leo todo lo relacionado que cae en mis manos —manifestó con orgullo.
14
El martes competimos de nuevo. Por fortuna, el sofocante calor de mediados de julio dio una pequeña tregua. Pude jugar, a pesar de la sobrecarga muscular que padecía del partido anterior y de las secuelas de la paliza recibida por Sophía. Terminamos el partido. Teo seguía sin aparecer. Todos, sin excepción alguna, estábamos destrozados, aunque contentos por la victoria cosechada. Qué alegría comprobar que no era el único con problemas orgánicos tras un esfuerzo considerable. Ya en la ducha del vestuario, escuché decir:
—¿Quién se apunta a una birra en la plaza? ¡Chicos, tenemos que celebrarlo! No todos los días nos van a salir así de bien las cosas. He quedado con mi hermano para intentar convencerle de que nos patrocine una nueva equipación —habló Lorenzo Areces.
—¡Cuenta conmigo! —grité desde la ducha.
Se me presentó la oportunidad de contactar con Teo en inmejorables circunstancias. No podía desaprovecharla. Las buenas noticias son un alivio, una especie de tregua que la naturaleza proporciona para evitar colapsarnos debido a una sobrecarga de infortunio.
—¡El último en llegar paga la primera ronda!
—¡Tramposos! —volví a gritar desde la ducha.
Todos habían calculado quién sería el inocente al que le tocaría pagar la primera ronda. Siempre fui el que más se demoraba en el aseo personal. Cuando realizo cualquier práctica deportiva, no llevo más componentes de higiene que el resto de mis compañeros. Ignoro por qué tardo más que ellos. Tal vez los biorritmos individuales, tal vez la manera de entender que la limpieza de nuestro cuerpo necesita del sosiego necesario para acometerla como es debido. Sea lo que fuere, estaba claro que las primeras cervezas serían cosa mía.
Al verme llegar, Teo se levantó y, mientras me abrazaba con fuerza, dijo:
—¡Hey, tío! He oído que sigues con la misma clase de siempre. No hay central que saque el balón con tanta elegancia como lo haces tú.
—Debe de ser que me estiman bastante —exclamé con ironía, dejando entrever que me la habían jugado con la ronda de cervezas que tenía que abonar.
—¿Sigues escribiendo?
Mi aproximación a Teo no podía empezar mejor. Continuaba apreciándome y, además, se acordaba de mi afición por la escritura. El plan marchaba con viento a favor. No obstante, debía tener presente que el disimulo es una virtud para el delincuente.
—Cada vez con más entusiasmo. Publiqué el último libro hace dos años. ¿Te interesa? —dejé caer con sonrisa pícara.
—He oído que muchos escritores se suicidan. ¿Es verdad?
Me quedé de piedra. El suicidio de los escritores es un bulo conocido, pero en un matón sanguinario como él no solo era extraño, sino inaudito.
—Solo los que no venden libros. —Sonreímos.
Teo accedió a patrocinar una nueva equipación para el equipo. Luciríamos en las camisetas el eslogan: «Romeo y Julieta, su bar de copas en la mejor compañía». Resulta curioso el lenguaje de la publicidad. Para hacer el bien o el mal se necesita una determinación moral y la intención clara de ponerlos en práctica; sin embargo, la determinación moral de la jerga publicista trata de ocultar el significado lingüístico y su intención consiste en transmitirnos unas connotaciones un tanto irreales.
La reunión transcurrió de forma distendida. Me encargó tres o cuatro libros para regalarlos. Contamos, como era tónica habitual, chistes machistas. Qué pocas razones hay para decir la verdad, pero para fanfarronear son infinitas. Dialogué de casi todo con Teo. Siempre esquivó hablarme en profundidad de su trabajo, pero la conexión estaba hecha. Solo tenía que perseverar en el intento de echarme novia en el local que ahora nos apadrinaba, a pesar de que los cortejos fallidos empezaban a desgastarme.
15
El día después de contactar por primera vez con Teo, Rafa me puso al corriente del golpe cometido por el trío formado por Abdel Samal, Ezequiel Chadid y Faysal Rasi. Los augurios eran ciertos.
En aquella ocasión, las cosas no salieron como tenían pensado. Se trataba del robo con violencia e intimidación a una vivienda de lujo situada en una urbanización de Marbella. La urbanización tenía muy vigilado el acceso en coche y una pareja de guardas jurados circulaba las veinticuatro horas del día en busca de movimientos sospechosos. A pesar de la vigilancia, Abdel y Ezequiel no tuvieron problemas para llegar hasta el chalé y acceder a él, tal y como detalló Kadar en su plan. Faysal volvió a ser el encargado de permanecer en las afueras de la colonia con dos objetivos: mantener el coche en disposición de escapar y controlar las posibles adversidades del perímetro exterior. El asalto se perpetró de madrugada, sin la luz del día y con la inmensa mayoría de la gente durmiendo. Las posibilidades de ser descubiertos por la pareja de seguridad que custodiaba el recinto eran mínimas si seguían al pie de la letra las instrucciones. Para acceder al chalé necesitaron saltar una reja que no presentaba gran dificultad y abrir la puerta de atrás, destinada al servicio, con la llave que, de manera milagrosa, llegó a poder de Kadar. Al entrar, se colocaron los pasamontañas para no ser reconocidos y se dirigieron a la habitación donde el matrimonio, formado por un acaudalado constructor y su esposa, abogada de uno de los bufetes más reconocidos en el territorio marbellí, dormía de manera placentera.
Abdel y Ezequiel sacaron sus pistolas, les despertaron con violencia y les amenazaron con quitarles la vida si no abrían la caja fuerte y les entregaban todo el dinero y las joyas. La mujer, muerta de miedo, gritaba que por favor no le hicieran daño, que les darían todo lo que quisieran. Ezequiel, con la pistola sobre su cabeza, le recriminaba que hiciera tanto ruido. Ella no callaba. Abdel no se lo pensó: se acercó al lado de la cama donde permanecía y, sin mediar palabra, le propinó un tremendo puñetazo en la boca del estómago. El dolor punzante y la falta de oxígeno doblaron a Ana hasta hacerla caer al suelo como un púgil abatido por su adversario. Abdel se agachó, acercó su boca al oído de Ana, que se retorcía de dolor en el suelo, y le dijo mirando a su pistola:
—¡La próxima vez que grites, te callaré para siempre! ¿Entendido?
Ana, sin poder hablar por la falta de aliento, asintió con la cabeza. El marido intentó socorrerla, pero los dos cañones de la Walther de nueve milímetros de Abdel y el revólver Ruger del calibre 22 de Ezequiel le persuadieron al instante de cometer cualquier acto. Encañonado y bajo amenazas continuas de muerte, el constructor, Manuel Ángel Romera, accedió a abrir la caja fuerte, situada en la habitación contigua. Amordazaron a la mujer y la ataron a una silla cercana a la cama. Abdel introdujo en la saca preparada para la ocasión el buen botín que, entre joyas y dinero en efectivo, guardaba el acaudalado matrimonio. Repitieron la operación de atarlo y amordazarlo para que no pudiera dar la voz de alarma y se dispusieron para huir. Justo en el momento en el que atravesaban la puerta de la habitación, escucharon cómo la cancela principal de la casa se cerraba con brusquedad.
—¿No afirmó Kadar que no habría nadie más en la casa? —le recriminó vociferando Abdel a Ezequiel en un tono violento.
—¿A mí qué me cuentas? No sé nada que tú no sepas —contestó Ezequiel sin amedrentarse.
Los informes de Kadar indicaban que el personal de servicio de la casa se marchaba todos los días al finalizar su jornada; sin embargo, aquella noche, debido a que la asistenta se encontraba con algo de fiebre, decidió quedarse y recibir la visita del médico allí mismo.
Los gritos de la señora pusieron en alerta a Munda, la sirvienta. Esta se levantó, se vistió y, con mucho sigilo, corrió a intentar dar la voz de alarma a la patrulla de seguridad. Al intuir que los atracadores iban a salir de la habitación, Munda aceleró su paso y cerró tras de sí la cancela de forma violenta, provocando el ruido que Abdel y Ezequiel escucharon.
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Nos están atracando! —gritó Munda como una posesa.
—¡Rápido, salgamos! Cuando lleguen ya estaremos en el coche —le ordenó Abdel a Ezequiel.
Corrieron en dirección contraria a la sirvienta, que salió en busca de ayuda, abrieron la puerta trasera, volvieron a saltar la valla intentando no ser vistos y huyeron al encuentro de Faysal. Estaban a punto de alcanzar el coche cuando escucharon el ruido de unos disparos al aire y gritos:
—¡Alto! Quédense quietos con las manos en alto si no quieren recibir un balazo.
Ambos estaban de espaldas a los guardas de seguridad. Era de madrugada. La poca luz procedía de una luna en retirada y algunas farolas distantes. El coche de Faysal, con el motor en marcha, se encontraba a unos diez metros; los de seguridad, a unos setenta u ochenta metros tras ellos. Abdel transportaba la saca del botín, Ezequiel tenía el revólver en su mano. Uno a otro se interrogaron con la mirada. Como si lo hubiesen estado preparando de antemano, Ezequiel se giró y empezó a disparar al espacio por donde intuía que podían estar colocados los vigilantes. Abdel corrió hacia el coche, al tiempo que le gritaba a Faysal que los cubriera con el fuego de su arma. Al percatarse de las dificultades de sus compañeros, sacó su rifle de asalto HK G36 y soltó una ráfaga de disparos intimidatorios.
—¡Acercaos si tenéis cojones! —les espetó Ezequiel Chadid.
—¡Rápido! —les vociferaba Faysal a sus colegas.
Abdel fue el primero en llegar. Arrojó la saca dentro del coche y, de un salto, se metió dentro. Ezequiel se quedó más retrasado, cubriendo la carrera de su compañero. Un intercambio de disparos entre él y los jóvenes e inexpertos guardas de seguridad puso en pie a muchos vecinos. Cuando Ezequiel estaba a punto de introducirse en el coche, sintió el dolor agudo del impacto de una bala en su hombro derecho. Cayó a plomo en la parte trasera del mismo, pero todavía con la suficiente gallardía para gritarle a Faysal que acelerara y los sacara de allí lo antes posible.
16
Cuando descubrí por qué se reía Sophía, no tuve más remedio que reírme también, aunque en mis carcajadas se podía intuir la desilusión de una esperanza.
Sophía estaba especializada en prácticas sadomasoquistas. El dolor, la dominación e incluso la humillación formaban parte del placer sexual que ella suministraba. Sus clientes encontraban en el sufrimiento la fuente de satisfacción, mientras eran partícipes de la danza carnal del sexo. La indumentaria característica y el conocimiento de sus habilidades la diferenciaban de sus compañeras.
—Cuando subo con alguien, doy por hecho que sabe a lo que viene —expuso, disimulando las carcajadas de verme dolorido y mosqueado.
—Lo tendré en cuenta para la próxima ocasión en la que coincidamos. Te garantizo que no volverá a pasar —declaré, intentando ser lo más afable posible.
La dominación podría llegar a soportarla si al final tengo la recompensa del cuerpo, pero pagar por el tormento, nunca más.
—Lo siento mucho. Quizá volvamos a hacerlo en otra ocasión como a ti te gusta. Ahora, tenemos que irnos. ¿Me dejas que te bese? Quiero que te vayas con buen sabor de boca.
¿Quién puede adentrarse en los misterios del deseo y proponer una hipótesis que se pueda generalizar? Los sentimientos fuertes son peligrosos, y este lo era. En un mundo donde el declive de todo, belleza, sentido común o memoria es cuestión de tiempo, la única venganza que nos queda es morder la vida o dejar que te bese quien anhelas. ¿Por qué iba entonces a rechazar tan suculenta oferta?
—Es lo que más deseo —contesté con tono sosegado y alegre. Al fin algo dulce y suave, pensaba, estaba a punto de ocurrirme. Erré como un pardillo.
Terminé de abrocharme los pantalones. Ella se había acercado sibilinamente hasta donde me encontraba. Acercó su boca a la mía; aproximé mis labios a los suyos. Cerró sus bellos ojos y yo la imité. Dos segundos después, noté un dolor débil pero persistente. Me tenía mordido el labio sin apretar con fuerza. Abrí los ojos y vi los suyos disfrutando del placer de tener una presa rendida a sus pies. Apretó un poco más. Grité y soltó mi labio al tiempo que se desternillaba y me indicaba con la cabeza que desalojara la habitación. Mis ojos no dejaron de abrasarle la espalda y maldecirla hasta que la perdí de vista en la sala principal antes de marcharme.
Creía que en todo acto de sexo existe una dosis de ternura que oscila entre las necesidades y el grado de empatía de los implicados. Incluso en los amores de reloj, donde poca importancia tienen los besos, hay un grado de complicidad sensible. Al parecer, estaba muy equivocado.
17
La huida a Córdoba se hizo eterna para los tres. Ezequiel se desvaneció como consecuencia de la pérdida de sangre. Estuvo a punto de entrar en un shock hipovolémico que le pudo costar la vida. Kadar Adsuar les tenía prohibido acudir a ningún hospital por grave que fuese la situación. Tenían que resistir y llegar lo antes posible al locutorio sin despertar sospecha alguna.
Era un tipo despiadado. No le importaba lo más mínimo la vida de sus correligionarios. No ser descubierto para poder llevar a buen puerto actividades integristas era su principal objetivo. Un tipo con el semblante serio y triste. Aunque integrado, solía mostrarse retraído. Era educado y receloso; amable, bajo una cortina de hipocresía. Una combinación explosiva de la que era mejor mantenerse alejado. El disfraz perfecto para oler la fragilidad moral de quienes se encontrasen en una dolorosa situación de sentimientos, de sensaciones y de desarraigo para enrolarlos en su particular cruzada. El miedo a entrar en la cárcel y a enfrentársele eran motivos más que suficientes para correr el riesgo de desangrarse durante el camino de regreso.
A pesar de lo inútil y lo peligroso que hay en todo acto heroico, consiguieron llegar hasta el locutorio. Kadar había improvisado un sencillo quirófano y avisado al médico camarada previsto para estas situaciones. Ordenó a Faysal llevar el coche al almacén, situado en el polígono industrial la Torrecilla. La nave era utilizada para hacer desaparecer cualquier tipo de prueba incriminatoria.
A pesar del contratiempo sufrido por la herida de Ezequiel, el atraco se consideró todo un éxito. Consiguieron un cuantioso botín entre el dinero en efectivo y las lujosas joyas del matrimonio.
—¿Crees que Kadar les habrá felicitado? —pregunté.
—Vete tú a saber. Ese cabrón es intransigente y cruel. No puede permitirse el lujo de mostrar debilidad.
—Al menos se habrán ganado unas largas vacaciones.
Rafa asintió con la cabeza, dando a entender que estaba de acuerdo con mi conclusión.
—Me cuesta trabajo entender las lealtades incondicionales de estos energúmenos.
—El primitivismo prevalece por encima del sentido común y de la lógica. Saben que están siendo engañados, pero su fanatismo les impide aceptar los hechos.
—Fin de la conversación —atajé—. No me apetece alterarme más antes de irme a la cama.
18
Llevaba poco más de dos semanas de vacaciones. Nunca hubiera imaginado verme involucrado en una trama de semejantes características. Era como si aquellos lejanos sueños de adolescente se hicieran realidad. No era el superhéroe de mis fantasías, tampoco rescataba de los problemas que yo mismo les creaba a las bellas damas de las que me enamoraba en la vida real, pero estaba colaborando para desarticular una organización terrorista y una banda armada que, sin duda alguna, maltrataban y se aprovechaban de muchas princesas solitarias.
Los documentales sobre el reino animal me apasionan. Es cierto que la somnolencia me vence después de comer y no termino de verlos cuando los emiten por televisión. Al estar en casa de mi hermana, me mantuve despierto. Mientras emitían el documental, recordé las palabras de Rafa explicándome por qué el CNI y la policía permitían los robos de la trama yihadista. Los científicos e investigadores del mundo animal no intervienen para evitar una posible tragedia por mucho cariño que le tengan a la especie estudiada. Su intervención podría causar más daño que beneficio. Algo parecido ocurre en las investigaciones criminales. El CNI llevaba tiempo investigando tanto la organización terrorista de Kadar Adsuar como el entramado del mafioso Wagner Soto, pero no intervendría ni en una ni en otro hasta tener suficientes pruebas incriminatorias como para que un gran número de sus integrantes más significativos pudieran ser encarcelados y sus estructuras quedaran desarticuladas. El riesgo de que la adversidad se cubriera de tinte dramático hasta conseguir las pruebas era elevado.
—No vas a cambiar nunca.
Mi hermana se quejaba con razón. Había necesitado dos semanas para encontrar un hueco y visitarla. Mi sobrina se reía.
—He estado muy ocupado salvando al mundo.
Mi alegato de defensa seguía provocando las risas de mi sobrina. Es muy alegre y le hacían gracia mis payasadas.
Lo cierto es que somos incapaces de escapar a nuestra forma de ser. Las costumbres que hemos arraigado con el paso del tiempo no cambiarán con facilidad. Sin motivos, era el más desapegado de la familia.
Mi sobrina atravesaba la época difícil de la adolescencia. Tras un rifirrafe con la madre, a la que le costaba trabajo aceptar el paso de su niña a niña de sus amigos, la llevé a una librería para regalarle un libro. Cuando eligió el que más deseaba, volvimos junto a mi hermana. Después, fuimos al cine y cenamos palomitas, para más enojo de su madre.
19
Cada mañana, la vida vuelve a explotarnos con sus miserias y con la falsa alegría de eternidad. Esta falsa alegría es muy característica de los enamorados en su fase más álgida. Viven en un estado de consciencia casi sin memoria. Su arrojo en esta etapa les hace enfrentar su destino sin disimulo alguno. Adira atravesaba ese periodo de utopías.
Inmersa en los estudios universitarios y perdida en ese lugar sin forma que es el amor, vivía sus días más felices. Sus padres sufrieron la relación y la ruptura con Abdel de forma muy intensa. Sabían que era un tipo conflictivo que, de continuar con la relación, le acabaría haciendo mucho daño. Desconocían a Teo, pero percibían un cambio positivo en el estado emocional de su hija.