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—¿Y quién es el segundo? —pregunta Chávez, intrigado por saber cuántas personas participaron en la operación.
—El segundo, pero no menos importante, es un valijero de apellido Fariña, él es el que nos pasó el dato del dinero que iba a transportar desde el sur del país, en un avión privado del empresario Lázaro Báez y a donde tenía que llevarlo, una vez que llegara a Buenos Aires… Con todos esos detalles, nos pusimos en contacto con Rossi para proponerle el negocio y él aceptó.
—¿Y cuánto le toca a cada uno?
—¡Bueno! Con Fariña negociamos, que por su información le íbamos a pagar, siempre y cuando se realizara la operación, quinientos mil dólares… Y a Rossi, por habernos facilitado los datos de la financiera y participar del plan para realizar la operación, llegamos a un acuerdo de la misma cantidad de dólares. Ahora, respecto a tus hombres, a ellos les toca un porcentaje de las ganancias que el dinero nos proporcione, de acuerdo a la inversión que vamos a realizar… En cuanto a nosotros, todo lo que logremos de acuerdo a nuestro trato, será todo al cincuenta por ciento, como lo habíamos hablado… ¿Estás de acuerdo?
—Perfectamente de acuerdo, yo soy de palabra y sé que vos también, por lo tanto no hace falta firmar ningún papel, para avalar lo que estamos tratando… Ahora respecto al negocio que vamos a emprender, ¿Tenés alguna información al respecto?
—Ya tengo en trato, un hermoso hotel casino, donde podremos seguir haciendo negocios y a la vez, lavado de dinero, con el juego y el alquiler de las habitaciones… Que por lógica, nunca van a estar ocupadas, salvo en los libros, así justificaremos las ganancias.
—Pensaste en todo.
—Cuando uno se mueve con gente que sabe cómo vaciar empresas y defraudar al fisco, a la larga se aprende el oficio y gracias a Dios, al lado de ellos aprendí todo lo que sé… Ahora coloquemos los bolsos en la caja fuerte y luego vamos a tomar un trago y prepararnos para la cena. ¿Qué te parece?
—Excelente idea.
La Morsa abre una caja fuerte, de un tamaño considerable y coloca los bolsos en su interior, cierra la puerta y gira la combinación, toma el vaso de whisky e invita a Chávez para ir a la planta baja.
Pablo estaba en la sala de planta baja, acomodando unos libros en una repisa, cuando bajan Alberto y sus dos compañeros, vestidos con camisas y pantalones informales, se dan cuenta de que Pablo, al estar concentrado en lo que estaba haciendo, no notó la presencia de ellos. Alberto les indica que se acerquen y les dice casi susurrando:
—Vamos a darle una sorpresa al mucamo, vamos a hacer que lo asaltamos. ¿Qué les parece?
Los otros levantan los pulgares en señal de aprobación y silenciosamente se acercan al distraído Baudín, que seguía con lo suyo. Alberto rápidamente le hace una llave candado con el brazo, alrededor del cuello, mientras disimulando la voz le grita:
—¡Quédate quieto, esto es un asalto!
Inesperadamente, Pablo pasa su mano derecha por detrás del cuello de Alberto, al mismo tiempo que se impulsa hacia arriba con las piernas, haciendo que su cuerpo, por el mismo peso de la gravedad, caiga hacia adelante, produciendo que Alberto salga volando hacia adelante y se estrelle contra la pared, quedando atontado por el golpe. El Flaco y el Ronco, al ver que el ataque de su compañero falló, fueron en su defensa, pero Pablo, ya prevenido, tira una patada voladora, que impacta contra el pecho del Ronco, haciéndolo doblar en dos y quedar tirado en el piso, momento que aprovechó el Flaco, para tirarle una trompada dirigida a la cara, pero Pablo la esquiva y le toma el brazo y con el mismo impulso de su rival, le hace una toma, haciéndolo volar por el aire y caer sobre una mesita de vidrio, la cual estalló por el golpe
—Espero que esto les sirva de lección, ¿Señores ladrones? —les dice mientras les hace una reverencia, al estilo oriental.
Alberto poniéndose de pie, mientras se acomodaba la ropa le dice:
—Disculpa Pablo, solamente te quisimos hacer una broma.
Pablo sonriendo le contesta, mientras se frotaba los puños.
—Yo también les hice una broma… Si esto hubiera sido un asalto de verdad, ustedes a esta hora estarían muertos.
La Morsa, que en ese momento bajaba acompañado por Chávez y había escuchado la conversación, dice.
—Esta vez tuvieron suerte, señores, lo que les dijo Pablo es verdad, él les perdonó la vida… Pablo es cinturón negro, en lucha libre y campeón invicto en su categoría. Por algo es mi guardaespaldas personal, así que lo menos que pueden hacer, es pedirle disculpas.
—¡No hace falta! Sé que otra vez no van a cometer la misma torpeza.
Capítulo -10-
Nisman desconfiaba del gobierno
Grutner ingresa al edificio de la fiscalía y es saludado por el policía que estaba de consigna, sentado detrás de un escritorio.
—¿Cómo le va, inspector?, ¿Qué anda haciendo por estos lados?
Grutner le da la mano y mientras sigue caminando le contesta.
—¿Cómo estás, Gómez, siempre rascándote las bolas?
El policía lo mira sonriente y le contesta:
—Usted es mi ejemplo maestro. —Y lanza una carcajada.
Grutner camina por los pasillos de la fiscalía, sube al segundo piso por el ascensor y se dirige a las oficinas de Nisman, cuando ingresa, lo recibe muy amablemente la secretaria.
—¿Cómo le va inspector, Grutner? Me alegra que nos venga a visitar… Hacía mucho tiempo que no lo veíamos por aquí.
—¿Qué tal, Stella? A mí también me da gusto verla… ¿No sabe si el fiscal está desocupado? Tengo la necesidad de hablar con él.
—Ya lo consulto, si gusta, tome asiento.
—Gracias, pero prefiero estar parado, si llega a estar ocupado lo espero igual.
La secretaria se comunica por el teléfono interno, hace la pregunta correspondiente y escucha la contestación, cuelga y le informa a Grutner.
—Ya puede pasar, inspector, el fiscal lo está esperando.
Cuando ingresa al despacho, Nisman, que estaba sentado detrás de su escritorio, el cual estaba lleno de carpetas y la computadora donde estaba trabajando, se levanta de su asiento para saludarlo muy amablemente, mientras le pregunta:
—¡Qué tal, J. C.! ¡Qué suerte que viniste!, justamente estaba por comunicarme con vos, para ver si tenías alguna información del robo.
—De eso justamente venía a charlar con vos… Si estás con tiempo, te explico todo lo que averigüé en estos días.
—Con tiempo no estoy, estoy completamente ocupado con el terrible caso de la voladura de la AMIA y este problema se pone cada vez más escabroso, por todos los escollos que le van poniendo en el camino… Después te voy a explicar con más detalles, cómo y quiénes quieren embarrar la cancha, para que este atentado no salga a la luz y quede en el olvido… Pero vos te mereces que me tome un tiempo y charlemos un rato tranquilo. ¡Bueno, ahora decime! ¿Qué novedades me traes?
—Lo que te traigo también es importante… Comprendo que no se puede igualar al horroroso crimen que cometieron en la AMIA y que dejó tantos muertos y heridos graves, pero también es un caso, que si no logramos frenarlo a tiempo, también va a dejar mucha juventud destruida mentalmente o muerta por la misma droga.
—Explícame, ¿De qué se trata?
—¡Bien! Siguiendo todas las pista que logré reunir, por el caso del crimen del camionero, más las que fui averiguando con sus compañeros de trabajo, los cuales me explicaron que se daban cuenta de que en algo raro andaba, porque gastaba bastante dinero, más de lo que normalmente podría ganar de acuerdo con su trabajo y que muchas veces lo veían con dos personas, que por lo que ellos sabían, eran personas que frecuentaban con delincuentes… Más la información que me brindó la propia mujer, la cual me detalló que faltaba bastante de su domicilio y que iba muy frecuentemente a un bar de bajo fondo, ubicado en la zona de Quilmes, logré llegar a un informante, el cual conocía toda esta historia y donde hacían negocios, tanto el camionero, como los que le entregaban la droga para el traslado.
—¿Y dónde se reúne esta gente? —pregunta interesado Nisman.
—Toda esta mafia se encuentra y organiza en una casucha de la villa La Cava, ubicada en la zona de Don Bosco, partido de Quilmes… Si logramos atrapar esta gente, posiblemente ubiquemos a los que hicieron la mexicaneada con el camión y de esa forma desbaratar la banda y saber dónde quedó toda la carga de cocaína.
—¿Y cuándo vas a ir tras ellos?
—Ya organicé un operativo para mañana a la tarde, que según mi informante, es cuando van a estar reunidos para un próximo golpe… Iré con tres agentes de investigaciones, los cuales irán de civil, para que podamos introducirnos en la villa sin despertar sospecha y cuando lleguemos a la casucha, allí procederemos a realizar el allanamiento… Si todo sale bien como lo plañe, los arrestaremos a todos y les sacaremos la información que necesitamos.
—Me parece un buen plan —contesta Nisman, mientras disimuladamente observa hacia todos lados.
—¡Bien! Ahora contame vos, cómo van tus investigaciones.
Nisman, poniéndose el dedo índice delante de los labios, le hace un gesto de silencio, mientras le dice:
—Realmente me gustaría contarte sobre mi trabajo, pero en este momento estoy muy ocupado, otra vez será ¡Bueno! Discúlpame, pero me tengo que ir a realizar un trámite. Si vas para la salida, ¿Te acompaño?
Grutner, sin comprender lo que estaba pasando, le sigue el juego.
—Sí, discúlpame por interrumpirte en tu trabajo… Yo también tengo cosas que hacer, por lo tanto, te acompaño hasta la salida y me voy a seguir con lo mío.
Después de indicarle a la secretaria, que si alguna persona lo buscaba iba a estar ausente por media hora, salieron de la oficina y se dirigieron a la salida del edificio, cuando se iban alejando del lugar J. C. le pregunta.
—¿Ahora me podes decir, qué está pasando?
—Cuando lleguemos al bar de la otra cuadra, te explico todo.
Cuando llegaron al lugar indicado se sentaron en una mesa al fondo del salón, desde donde podían observar la entrada al lugar y todo lo que pasaba alrededor, entonces J. C. le vuelve a preguntar:
—¿Me vas a explicar qué está pasando o querés matarme con el suspenso?
—Te explico, desde que estoy con el caso de la AMIA, me di cuenta de que los de la Secretaría de Inteligencia me están controlando los movimientos y estoy más que seguro de que pusieron cámaras en toda la oficina, por ese motivo es que te traje hasta aquí, para hablar tranquilos y sin que nadie escuche lo que te voy a decir.
Grutner, sorprendido por lo que le estaba confesando su amigo, le dice:
—¿Pero tan grave puede ser este caso?
Nisman apoya los codos sobre la mesa y con las manos se toma la cara y con un gesto de preocupación dice:
—Aunque no lo creas, con este caso me estoy jugando la vida.
—No te puedo creer, ¿De tanta gravedad puede ser la investigación que estás haciendo, como para que corras el riesgo de muerte?
—Esto que te voy a decir, es sumamente secreto, solo lo sabe el juez con el que estoy llevando la causa y ahora vos, te lo cuento porque sos de mi absoluta confianza y sé que nunca me traicionarías.
—De eso quédate completamente tranquilo, soy un hombre de palabra y vos sos como un hermano para mí, por eso, lo que tengas que contarme no saldrá de aquí.
Nisman lo mira a los ojos y ve la preocupación en el rostro de su amigo, toma un sorbo del café, que le habían traído y comienza el relato.
—Tengo más de trescientas fojas y documentos referido al caso AMIA, en los cuales puedo demostrar que fueron los Iraníes, los que cometieron el atentado a dicho lugar… También tengo los nombres de las personas que fueron partícipes de dicho atentado, pero ahora este caso se complica, porque descubrí un pacto del gobierno de Cristina, con el gobierno Iraní, para darle impunidad a los terroristas, a cambio de eso, Irán le vendería petróleo a la Argentina… Que ese sería otro negocio oculto, para seguir engrosando las arcas del kirchnerismo, pero el gobierno Iraní le exige a la presidenta, que para que se produzca ese trato, tienen que hacer desaparecer todas las pruebas, que involucran a los Iraníes en el atentado a la AMIA… Cuando llegaron a un acuerdo, la presidenta y algunas personas de su gabinete se pusieron de acuerdo con el servicio de inteligencia, para desviar las pruebas del atentado y echarles la culpa a unos fachos argentinos y de esa forma desvincular al gobierno Iraní, de toda sospecha sobre el atentado.
Grutner, con la sorpresa del relato pintada en el rostro, le dice.
—Sinceramente me dejas perplejo, con lo que me estás diciendo, si no me lo estuvieras contando vos, no lo hubiera creído… ¿Y ahora qué pensas hacer?
—Sé por gente de mi máxima confianza, que la agencia de inteligencia está recopilando datos de todas mis investigaciones, además de los datos personales de mi señora y su cargo de jueza, los cuales serían remitidos al gobierno Iraní, posiblemente, para que por orden de ellos, me amenacen o incluso atenten contra mi familia o incluso en contra de mi persona… Pero nada de eso hará que deje esta investigación y la denuncia contra la presidenta, por encubrimiento a favor de los cinco Iraníes, acusados de ser los autores intelectuales del atentado a la AMIA, entre otros.
—¡Hermano! —le dice J. C. —. Ya sabes, que sea lo que sea, conta conmigo para todo lo que necesites.
—Lo mismo te digo a vos —le responde el fiscal—. Cualquier problema que tengas mañana con el operativo, no tenés más que llamarme por el celular y estaré a tu disposición.
—Vos sabes cómo te aprecio, tanto a vos como a toda tu familia, por eso te digo que desde hoy, más que nunca, estaré pendiente de ustedes.
Nisman le agradeció el gesto de amistad que le brindaba su amigo, después siguieron hablando un rato más de distintos temas y luego de tomarse otro café, salieron del bar y se fueron caminando hasta la puerta de la fiscalía, donde se despidieron con un apretón de manos. Nisman entró al edificio y Grutner fue hasta donde había dejado su vehículo, subió y se alejó tranquilamente del lugar.
Capítulo -11-
El distribuidor
La Morsa estaba sentado en el jardín, leyendo unos documentos, toma un vaso de gaseosa que tenía sobre la mesita ubicada a su lado, bebe un sorbo y lo vuelve a dejar en su lugar, sigue enfrascado en la lectura, cuando le suena el celular, lo saca del bolsillo superior de la camisa, mira quién lo está llamando y contesta.
—¡Sí, Corradi! ¿Qué pasa?
—Disculpe, jefe, que lo moleste, pero tenemos un problema y quiero que usted me indique cómo debo proceder.
—¿Cuál es el problema que tenemos?
—El tema es que la gente a la que le entregamos la mercadería para la distribución, se quedó con una parte de la cocaína y no es solo eso, sino que me enteré que quieren quedarse con el negocio de la efedrina también. Por eso es que quiero saber, ¿Cómo tenemos que actuar?
—Mira Corradi, lo primero que tienen que hacer ustedes, es ir y hacerlos entrar en razón por las buenas, les explican que si no pagan, tendrán que atenerse a las consecuencias y si se meten con el tema de la efedrina, van a tener un problema mayor.
—Lo comprendo, jefe, pero no creo que desistan del negocio que ellos emprendieron con la droguería y la distribución de la droga, a través de ese negocio.
La Morsa se queda un instante pensativo y responde:
—Mira Corradi, ustedes saben cómo tienen que actuar, para que él o ellos devuelvan la cocaína que nos robaron y a su vez, saben cómo hacerlos desistir sobre el tema de la efedrina y su distribución… Por lo tanto, háganse cargo del problema y soluciónenlo como sea, pero quiero que esto quede resuelto lo más rápido posible… Y si se ponen pesados, denles un escarmiento, para que les sirva de ejemplo, tanto a ellos como a los que quieran imitarlos. ¿Comprendido?
—Comprendido, jefe, ahora que tengo sus directivas, actuaré con rigor sobre el problema.
—Así me gusta, que hagas tu trabajo como debe ser… Y ahora te dejo, porque tengo cosas importantes que hacer. —Corta la comunicación y se introduce otra vez en la lectura de los documentos.
Pasan unos minutos y vuelve a sonar el celular, lo toma de arriba de la mesita donde lo había dejado y responde.
—¡Sí! ¿Cómo te va, De Vido? ¿A qué debo el placer de tu llamada?
—¿Cómo te va, Morsa? Te llamaba, porque la señora quiere tener una reunión privada con todo el gabinete y no quiere que falte ninguno de nosotros.
—¿Y no tenés idea, de qué se trata el asunto?
—¡No!, Pero por lo que me dio a entender, debe ser un tema muy importante para tratar… Por ese motivo te aviso, para que no faltes.
—Ahora decime, ¿Cuándo es la reunión y a qué hora?
—Según me confirmó la señora, es mañana por la tarde, en su residencia particular, quiere que sea una reunión íntima, nada más que con sus allegados más directos… Bueno, ya te pasé el parte, así que nos vemos mañana a las dos de la tarde.
—¡Sí! Mañana nos vemos, chau y gracias por el dato. —Deja el celular sobre la mesita y luego de pensar un rato, llama a los gritos—. ¡Pablo! ¡Pablo!
Pablo, que en ese momento estaba charlando con el jardinero, al escuchar la voz de su jefe, dice:
—Disculpa que te deje, pero voy a ver qué precisa el patrón. —Y sale corriendo en dirección hacia donde estaba la Morsa, cuando llega, le pregunta—. Aquí estoy, ¿Qué necesita?
—Te quería avisar que mañana a las dos de la tarde tengo una reunión importante en el centro, por eso te informo que prepares el vehículo y que cualquier persona que quiera comunicarse conmigo en ese horario, lo pases para el día siguiente… Ahora termina con lo que estabas haciendo, que yo me voy a la oficina, a terminar con estos papeles.
—Al vehículo lo tengo siempre preparado para cualquier eventualidad que surja, pero igualmente lo voy a revisar para mayor tranquilidad, en cuanto a los llamados que puedan realizar, quédese tranquilo, que los que sean de importancia para usted, los derivaré para el día siguiente.
La Morsa toma los papeles de la mesita, lo mismo hace con el celular y se dirige a su oficina. Pablo lo ve ingresar al edificio, mira hacia el parque y ve al jardinero podando un rosal y se dirige hacia él, para seguir con la charla interrumpida.
Capítulo -12-
Preparando la redada
J. C. está en su oficina, preparando los detalles del operativo que tienen que realizar esa tarde, cuando entran tres personas vestidas de traje y lo saludan.
—¿Qué tal, jefe? ¿A qué hora va a comenzar el baile?
—¿Cómo están ustedes? Tomen asiento, que ya les voy a explicar cómo vamos a proceder en este operativo. —Corre un poco las cosas que estaban sobre su escritorio y estira un plano—. Como verán, aquí está marcada la villa La Cava, como saben ustedes o si no la conocen les explico, que esta villa, como casi todas las del conurbano, es un laberinto de calles y pasillos y está habitada por personas de distintas nacionalidades, un cincuenta por ciento de estas personas son gente normal y trabajadora, que tienen sus familias ahí porque no tienen otros medios para salir de ese lugar o porque nacieron allí y se acostumbraron al lugar. Pero la otra mitad de la población son delincuentes comunes o traficantes, que se ocultan y corrompen desde ese lugar y donde saben que están protegidos, porque entre ellos se cuidan de la llegada de la policía o de otra banda que quiera coparles el lugar… Por eso, el operativo que vamos a realizar hoy es sumamente riesgoso… Por lo tanto les digo que, para despistar un poco el panorama, vamos a ir con ropas comunes, como viste cualquier habitante del lugar y de esa forma, pasar lo más desapercibido posible, para poder llegar a la madriguera de esos delincuentes, sin ser delatados.
—¿A qué hora será el operativo señor? —Pregunta un joven alto, llamado Castro.
—Estaremos en la zona, alrededor de las dieciocho horas, observaremos el lugar y luego iremos directamente hacia el sitio indicado por el informante… Una vez que lleguemos, trataremos de tomar a estos maleantes por sorpresa.
Otro de los agentes pregunta:
—Disculpe jefe, ¿Tendremos apoyo logístico o nos mandamos solos?
—Les quiero explicar a los tres, para que lo entiendan… Esta es una operación tipo sorpresa, el juez me pidió estricta reserva sobre el caso. El magistrado tiene miedo de que personal de la comisaría a la cual le corresponde la jurisdicción o gente del gobierno pueda estar comprometido con los delincuentes y les pasen el dato de la operación y se desbarate todo… Por lo tanto, vamos a estar solos en esta patriada… Desde ya les digo que si alguno de ustedes quiere quedarse o no se siente lo suficientemente valiente como para arriesgarse, les digo desde ya, que no tomaré ninguna represalia contra nadie… Lo único que les puedo decir es que, conociéndolos como los conozco, por eso los elegí para este trabajo… Ustedes deciden… Si no buscaré a otros.
Los tres agentes se miraron entre sí, después miraron a Grutner y los tres largaron la carcajada.
J. C. los observa un minuto y les pregunta muy serio:
—¿Se puede saber, a qué se deben estas risas de parte de ustedes?
Castro, que era el más antiguo de los tres y el que más confianza tenía con el inspector, le responde, todavía tentado por la risa.
—¡Pero, jefe!, cómo no nos vamos a reír y disculpe que lo hagamos frente a usted, pero cómo se le ocurrió, que nosotros lo íbamos a dejar ir solo o con otra gente que no fuéramos nosotros, a ese operativo y así poder cubrirle la espalda… Seguro que fue una joda suya, para ver como reaccionábamos, pero quédese tranquilo, que tanto mis compañeros como yo, vamos hasta la muerte con usted.
Grutner, viendo la lealtad de parte de sus subordinados, decidió no desilusionarlos con lo que había planteado y disimulando una sonrisa y una lágrima que casi se le escapa por la mejilla, al ver tanta lealtad por parte de esos muchachos, les dice:
—¡Sí! Tienen razón, les dije esas palabras, solamente para ver qué hacían. Pero desde ya, les doy las gracias por ser tan buenos compañeros. Y ahora, muchachos, vayan a prepararse y vestirse como quedamos… A las cuatro los quiero de vuelta en mi oficina y listos para la acción.
Capítulo -13-
El asalto
Pablo está elegantemente vestido con un traje azul, camisa blanca, corbata celeste a rayas y zapatos negros, saca el auto de alta gama de la cochera y se detiene delante de la entrada del edificio. A los diez minutos sale la Morsa, también vestido con un traje de color negro y en su mano derecha lleva un maletín de cuero, del mismo color, se dirige al vehículo, sube y saluda a Pablo, abre el maletín, revisa por precaución su contenido y lo cierra, mientras dice.
—Hoy voy a tener un día bastante ajetreado ¡Así que vayamos rápido hacia la ciudad, que tengo que sacarme el tema de la señora, lo más urgente que pueda, para poder encontrarme con Chávez, por el negocio del hotel casino y ver si concretamos esa operación… ¡Bueno! Arranca de una vez.
Pablo pone el vehículo en movimiento, toma la salida de la mansión y sale a la ruta, rumbo hacia la ciudad, conduciendo a una velocidad de ciento veinte kilómetros por hora, tal cual lo indicaban los carteles de velocidad. Cuando ya habían recorrido unos diez kilómetros, una camioneta cuatro por cuatro, también de alta gama, que venía detrás de ellos, con tres ocupantes en su interior, se tira hacia la izquierda y los pasa a gran velocidad y con una maniobra brusca, frena de golpe, quedando cruzada en el camino, impidiéndoles el paso.
Pablo, reaccionando con rapidez, aplica los frenos de potencia y logra evitar el choque y lo primero que hace es mirar hacia atrás, para ver si la Morsa se encontraba bien, mientras le pregunta.
—¿Cómo está jefe? ¿No se lastimó?
—¡No! ¿Pero quién es el animal que maneja esa camioneta?
—La verdad, es que no sé qué pasó, ya bajo a que me expliquen qué les pasó.
No alcanzó Pablo a abrir la puerta, cuando los tres ocupantes de la camioneta bajaron rápidamente del vehículo, uno de ellos empuñando una pistola nueve milímetros, mientras que los otros empuñaban cuchillo y a los gritos comenzaron a lanzar amenazas de muerte, mientras el que comandaba el grupo, les indicaba en forma alocada.